1 ¿QUÉ HA HECHO EL PAPA CON LA MISA? MONSEÑOR PERE TENA GARRIGA Obispo Auxiliar Emérito de Barcelona, y ex Presidente de la C.E. de Liturgia Todos sabemos que la información puede convertirse en unos eslóganes que «todo el mundo dice», pero que no se ajustan a la verdad. Así, por ejemplo, en los últimos días «todo el mundo dice»: «El Papa vuelve a la. Misa en latín y de espaldas al pueblo»... «Los fieles pueden exigir a la celebración la misa tridentina...». La reacción espontánea es, para muchos cristianos, de confusión y de incertidumbre. ¿Pero es, realmente, esto lo que el Papa Benedicto XVI ha dicho en su carta Summorum pontificum, dada en forma de motu proprio (documento hecho por iniciativa propia), y lo que él mismo ha explicado en la carta que ha dirigido a los obispos, junto con el documento? Digamos de entrada que el Papa no «vuelve» a la misa en latín, porque la misa ha sido siempre posible celebrarla en latín, tanto antes del Concilio —entonces era obligatorio— como después del Concilio. El Misal de Pablo VI es en latín; de él se realizan las traducciones en las varias lenguas. Todo el mundo puede celebrar la misa en esta lengua, que es la propia de la Iglesia latina, y puede cantar cantos en latín (el Concilio lo recomendó, y lo mismo se ha hecho durante estos más de cuarenta años de aplicación de la reforma litúrgica). Digamos aún que lo primero que el Papa ha dicho es que la celebración de la misa tal y como está dada por el Misal de Pablo VI -del que Juan Pablo II publicó en el año 2002 la tercera edición- es para toda la Iglesia de rito romano la forma ordinaria de celebración que se debe seguir. El Papa, por lo tanto, ha dejado intacta la autoridad del Concilio y la reforma litúrgica. No ha hecho uno nuevo. Los pastores y los fieles deben continuar celebrando la Eucaristía y los otros sacramentos con fidelidad a los libros litúrgicos renovados, buscando la belleza, el ars celebrandi, y la participación activa, tal y como el propio Papa ha explicado en la exhortación Sacramentum caritatis. Lo que el Papa ha hecho es extender a toda la Iglesia el permiso —¡atención! no la obligación, ni tan siquiera la recomendación— que algunos grupos y sacerdotes ya tenían, desde hace tiempo, para celebrar la liturgia según los ritos que se hacían en el momento de comenzar el Concilio Vaticano II, en el año 1962. Como, de hecho, estos ritos no son lejanos de los actuales, el Papa los ha considerado como una forma extraordinaria del rito romano, y así quiere que sean considerados. No se trata de dos Eucaristías o de dos liturgias, sino de la Eucaristía, el misterio que hemos de creer y celebrar, y del rito romano, con dos formas. Las personas y los grupos «se sientan unidos espiritualmente a los ritos antiguos» ahora podrán seguirlos libremente, sin necesidad de más autorizaciones, como forma extraordinaria del rito romano. Estos grupos son los de los católicos exponentes de dos reacciones surgidas alrededor del hecho conciliar. Una primera es la de los «tradicionalistas»; la segunda es la de los lefebvrianos. Hablo en términos generales. Los «tradicionalistas» son los que lamentan el bajo nivel de conocimiento del latín, la 2 pérdida en la práctica de su uso en la liturgia, el cambio de los ritos realizado por la reforma litúrgica. Son cristianos que suelen tener una formación litúrgica seria, y que se han sentido heridos con el cambio de rituales. Los «lefebvrianos», siguiendo a monseñor Lefebvre, son los que consideran que la misa tal y como actualmente la celebra la Iglesia es simplemente herética, y por lo tanto rechazan celebrarla así. Esta segunda es una situación más grave que la primera, aunque la primera, alguna vez, se encuentra contaminada por alguna afirmación de la segunda. En realidad, el resultado es el mismo: el rechazo del Misal del Vaticano II, y el freno en la aceptación de la última edición hecha antes del Concilio, la del Papa Juan XXIII, en 1962. El Papa Juan Pablo II realizó un gesto de buena voluntad hacia estos hermanos en el año 1984, concediendo a los grupos tradicionalistas la posibilidad de celebrar, con ciertas condiciones, según el Misal de 1962. Años después, en el dramático desenlace de la crisis lefebvriana -la ordenación de cuatro obispos cismáticos- con otro gesto de benevolencia, Juan Pablo II concedió a los grupos que, en ese momento, dejaron de seguir a monseñor Lefebvre, el uso de los libros litúrgicos de 1962, tal y como deseaban. Las concesiones se hacían a los «fieles que se sentían unidos al rito antiguo, con la condición de que esto no significara un rechazo de la doctrina conciliar». Tanto un grupo como el otro han continuado, en los últimos años, no sólo existiendo, sino extendiéndose. Quién sabe la parte que han tenido, en el hecho, algunas celebraciones litúrgicas teóricamente según el Misal actual, pero en realidad caricaturas del ordenamiento de la Iglesia. Ahora bien, el Papa Benedicto XVI ha querido dar una respuesta adecuada y aclara la situación. LA CONCESIÓN DEL PAPA La actual concesión del Papa tiene su normativa, que hay que seguir. Es una normativa que favorece la libertad en la elección seria del rito, pero sin hacer nada para propagarlo ni importarlo a nadie. Un sacerdote puede seguir el Misal de 1962 cuando celebra sin el pueblo, pero no puede obligar a los fieles de su parroquia a participar en él ni llevarlos a seguir este rito simplemente porque él lo quiere hacer. Debe entender, en cambio, como pastor, la petición que le haga un grupo estable de fieles en este sentido. Grupo estable se entiende en relación con los grupos definidos antes, o afines, pero estables y reconocidos como tales. El uso del rito antiguo no es un esnobismo frívolo. Para este grupo estable, un sacerdote puede celebrar así todos los días, pero los domingos solamente una sola misa. Además, según explica el Papa en la carta adjunta a los obispos, estos fieles tienen que estar dispuestos a participar también en la forma ordinaria. Ciertamente, si el grupo estable no ve atendida su petición, puede recurrir al ordinario; pero esto no es ninguna novedad. Los fieles pueden recurrir siempre al ordinario cuando ven lesionados sus derechos. Y así lo hacen, por varios motivos. Nadie mejor que el propio Papa para explicar su intención de fondo en esta concesión. Dice así: «Se trata de llegar a una reconciliación interna en el seno de la Iglesia. Mirando el pasado, las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, uno tiene continuamente la sensación de que, en los momentos críticos en los que nacía la división, no se ha hecho suficientemente por parte de los responsables de la Iglesia lo que era necesario para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad; uno puede pensar que las omisiones de la Iglesia han tenido parte de culpa en que estas divisiones se 3 hayan consolidado. Esta mirada al pasado nos impone hoy una obligación: hacer el esfuerzo que sea necesario para que aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad les sea posible permanecer en esta unidad, o reencontrarla». Esta intención del Papa nos merece e infunde un gran respeto. Nos hace ver, incluso, una continuidad entre esta decisión y su doctrina constante: Dios es amor, la Eucaristía es el sacramento del amor, hay que tomar decisiones movidas por el amor a Dios y a los hermanos. Lo he dicho ahora mismo: con respeto, con la inteligencia de lo que él ha determinado, y con un fiel seguimiento de sus disposiciones. Nadie puede decir, por ejemplo: «El Papa nos manda celebrar en latín y de espaldas al pueblo». Es falso. Tampoco: «El Papa quiere que sigamos el Misal del año 1962». Es falso. El Papa sí quiere que mantengamos la unidad de la fe y del amor, quiere que los libros litúrgicos del Vaticano II sigan siendo observados habitualmente como corresponde a la acción de la Iglesia; y quiere también que sean atendidas las peticiones justas de los que quieren seguir los libros anteriores. En definitiva, esta decisión pontificia se convierte en una oportunidad para revisar la forma y el espíritu con el que habitualmente celebramos la liturgia de la Iglesia, que es más que cualquier rito con que es celebrada. Una oportunidad para dar gracias a Dios por la reforma litúrgica y para profundizar en su significado, y llegar a una renovación cristiana, al «culto espiritual» que conforme toda la vida (ver exhortación Sacramentum caritatis). «La liturgia, decía Juan Pablo II, es un hecho sobre todo de orden espiritual». En Summorum pontiticum, sobre el uso del Misal de la última edición preconciliar, el Papa Benedicto XVI explica en síntesis la historia del Misal desde Trento hasta el Vaticano y pone de relieve cómo diferentes Papas han introducido, a lo largo de los siglos, pequeñas o grandes reformas en el Misal. Por otro lado, en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, el propio Papa afirma que ha sido el Espíritu Santo el que ha guiado a la Iglesia en la elección de ritos y de las oraciones, en las diferentes familias litúrgicas, para que la oración de la Iglesia fuera siempre expresión y norma de la fe de la Iglesia. El Papa Pablo VI, cuando publicó el Misal romano en el año 1970, de acuerdo con las disposiciones del Concilio, no pensó que -nadie lo pensó- instaurara una «nueva fe» de la Iglesia. El Espíritu Santo también condujo al Papa Pablo VI, en aquel momento, para dotar a la Iglesia de un texto enriquecido sobremanera de la plegaria litúrgica. Cuando comparamos los textos y los ritos del Misal de Pablo VI con los del Misal tridentino, hasta su última edición en tiempos de Juan XXIII, constatamos que la mayor parte de los textos del Misal de 1962 se encuentran igualmente en el Misal de Pablo VI. La diferencia está en que los textos han aumentado notablemente. HISTORIA DEL MISAL ¿De dónde han venido los textos «nuevos» del Misal de Pablo VI? La mayor parte, son textos que había utilizado la Iglesia en su oración, en tiempos más antiguos que el tridentino. Así la plegaria eucarística II procede del siglo II, la mayor parte de las oraciones de Adviento proceden del siglo V, gran parte de los textos de los prefacios están inspirados en los Padres de la Iglesia: San León el 4 Grande (s. V), San Agustín (s. IV). Toda otra serie de textos «nuevos» del Misal de Pablo VI son tornados del Concilio Vaticano II, especialmente los formularios de las misas por diferentes necesidades. ¿Quién puede negar que el Misal que tenemos en las manos, el Misal del Vaticano II, es un libro vivo? Más aún que el Misal del tridentino, puede merecer el título noble de «tradicional», si entendemos por «tradicional» la Tradición, en mayúscula, de la Iglesia. Cuando se reformaron los libros litúrgicos, después del Concilio de Trento, los que trabajaron meritoriamente en ellos no tenían tanta documentación litúrgica anterior como la que tenemos actualmente. Por eso, nuestro Misal es testigo de la oración de los santos de todos los tiempos con mucha más verdad. ¿No es una alegría rezar con ellos y como ellos? Benedicto XVI, de acuerdo con estos criterios, ha declarado que el Misal de 1962 podía ser utilizado también como testigo de la fe de la Iglesia, porque lo es. En ningún momento ha dicho que lo sea «más» uno que el otro. ¡Es imposible pensarlo! ¿Acaso no se mantiene el canon romano, el símbolo nicenoconstantinopolitano, en ambos misales? Cualquier valoración en términos de mayor fidelidad doctrinal de un Misal sobre el otro no sólo sería falsa, sino altamente peligrosa para la fe. Este es el problema, precisamente, de algunos que en los últimos años no han querido seguir a toda costa el Misal de 1962. El problema no es el Misal en sí, sino la actitud de rechazo del Misal que en la actualidad tiene la Iglesia como expresión ordinaria de la fe de la Iglesia, por la celebración litúrgica. Habría que tener muy claro que la liturgia es la acción de la Iglesia, y que es la Iglesia la que nos enseña cómo quiere celebrar la Eucaristía. Detenerse en cualquier momento de la historia en el seguimiento de la fidelidad a la oración de la Iglesia es ponerse en peligro de individualizar la oración. Es perfectamente legítimo que haya sacerdotes y fieles que prefieran unas fórmulas a otras, que admiren la belleza del canon romano o la de la plegaria eucarística II, que les guste más el canto polifónico que el canto coral etc. Pero tiene que haber motivos muy serios para justificar particularmente el uso de libros litúrgicos que no sean los ordinarios que en aquel momento tiene la Iglesia. Al fin y al cabo, la intención del ministro tiene que ser la de «hacer lo que hace la Iglesia». (Cataluña Cristiana, 19 y 26-07-2007)