La polémica sobre la «píldora del día después»

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CARTAS AL DIRECTOR
La polémica sobre
la «píldora del día después»
Píldora de obligada tenencia, medicamento
de primera necesidad
E
s una pena que, en esta tierra sabia y vieja, de acendrada tradición cristiana, existan unos gobernantes
de tan baja categoría moral y de tanto apego al cargo y a la prebenda.
Nuestra sanidad no es precisamente de la mejores si se la compara con otras: listas de espera en hospitales, escasa prestación ortopédica y óptica... por no hablar de la deficiente red de centros para la tercera
edad y residencias de acogida.
Nos falta lo fundamental y nos sobra lo superfluo. Por eso, ahora, para que la cosa no decaiga, nos sale
Manuel Chaves y su consejero Vallejo con la financiación de la píldora pospólvica en la autonomía andaluza.
Se han adquirido un número considerable de ellas para entregarlas gratuitamente en los centros de salud a
mujeres y adolescentes; en este último caso, incluso sin conocimiento de los padres, a menores de edad. De
hecho, si un menor comete un delito, se le comunica a sus padres o tutores legales, pero si quiere asesinar
a un ser humano, nuestra sanidad le abre las puertas gratuitamente. Ahora se coacciona a los farmacéuticos para que la tengan en la farmacia, con obligada tenencia, como si de un medicamento de urgencia se
tratase. Se alega que no cabe ningún tipo de objeción de conciencia por parte de los que dispensan el
medicamento, reservando la conciencia en todo caso al médico prescriptor y anulando de un plumazo la
responsabilidad del profesional del medicamento, es decir, el farmacéutico.
Se trivializa una función y una profesión tan antigua como la humanidad, dándole las funciones de un
mero despachador y, además, de una cosa extraña que no es medicamento, sino veneno; en este caso, al
servicio de la demagogia, ya que se trata de un método de abortamiento precoz, gastándose los dineros de
todos los andaluces en un fármaco que no cura enfermedad alguna.
La llamada «píldora del día después» es abortiva, pues aunque el laboratorio diga que si existe embarazo éste continuará sin riesgo para el embrión, con la intención con que se usa, así como por su efecto, es
un auténtico abortivo, ya que la nueva vida humana, como recuerdan la genética y la embriología,
comienza su andadura desde el momento mismo de la fecundación.
¿Es que un medicamento puede atentar contra la vida y la dignidad de la persona? Los fármacos están para
curar, paliar, mitigar o estimular, pero nunca para atentar contra la vida. Se pueden poner paños calientes, pues
algunos afirman que mientras que el zigoto no está implantado no existe vida, pero científicamente se sabe que
a las 24 horas de la formación de la célula huevo ya existe multiplicación por división, es decir, vida.
Resulta que tenemos una bajísima tasa de natalidad que pone en peligro nuestra supervivencia, y vienen unos clarividentes políticos e implantan la «píldora del día después» por decreto, obligando a los
médicos a recetarla y a los farmacéuticos a dispensarla. Todo esto, además, con una premura injustificada,
sin haber informado suficientemente a los profesionales sanitarios, asociaciones y educadores, planteando
un retahíla de problemas políticos y eticojurídicos, ya que se la pueden administrar en un centro de salud
a una menor aun sin el consentimiento de sus padres.
El valor de la vida no puede quedar al arbitrio de una mal entendida libertad personal que permita
matar para seguir viviendo cómodamente. No se puede tener al médico como a un funcionario obediente
al servicio de unos intereses partidistas y electorales, y mucho menos al farmacéutico, profesional autónomo y libre —por ahora—, como agente distribuidor de antimedicamentos, y con la amenaza continua de
que se tendría que dedicar a otra cosa si es crítico y no mercachifle.
Señor Chaves, el farmacéutico responsable se ha dedicado siempre a la dispensación racional del fármaco,
que en su misma etiología dice que es un veneno potencial si no se sabe usar bien. Aconseja gratuitamente
en múltiples campos de la sanidad, le adelanta medicamentos a la Administración autonómica con cargo a
su bolsillo a 90-120 días vista —a veces no vistas—, y siempre ha estado al servicio de la vida y no al de la
muerte. Por ello, ¡no cometa la enorme torpeza de poner la «píldora del día después» en la lista de medicamentos de tenencia obligatoria en farmacia para que no se rían de nosotros en todo el mundo civilizado!
32 OFFARM
JULIO/AGOSTO 2001
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CARTAS AL DIRECTOR
Estamos implantando una cultura de la muerte. Condenamos la pena de muerte (ahí está sin más el
despliegue tan enorme que se ha hecho con el caso de Joaquín José Martínez). Consideramos el terrorismo
inaceptable, y sin embargo matamos impunemente al ser indefenso.
Hace falta educar en valores. Hay que enseñar a los jóvenes y adolescentes a vivir la sexualidad de una
forma madura y responsable, superando las propagandas engañosas de sexo libre y seguro. Además,
¿quién nos dice que teniendo la «píldora del día después» como cosa segura no aumentamos el riesgo de
enfermedades de transmisión sexual por dejar de poner las medidas precautorias necesarias?
Lo terrible de todo esto es que en un reciente informe de Naciones Unidas se señala que a la vuelta de
la esquina, en 2005, España será el país más viejo del mundo, habiendo pasado de 40 millones de habitantes a 31,2. Según ese informe, en 2050 África tendrá tres veces más población que Europa. Mientras
España triplicaba en número de habitantes a Marruecos hace 50 años, dentro de otros 50 años la población marroquí será un 60% superior a la española. Necesitaremos acoger en ese tiempo a unos 12 millones de inmigrantes magrebíes y subsaharianos.
Los hijos son un bien cada vez más escaso. En 1976 nacieron en nuestro país 677.456 niños; en 1998,
menos de la mitad. Hemos pasado de 2,24 hijos por mujer española hasta 1,07 (datos de 1999). Pero a
los políticos andaluces sólo se les ocurre financiar con nuestros impuestos la «píldora del día después»,
que es regalada en los centros de salud y de obligada tenencia en las oficinas de farmacia.
Nadie, ni siquiera el consejero de Sanidad de la Junta de Andalucía, puede decirle a un facultativo que
no tiene derecho a la objeción de conciencia, pues iría en contra de lo dispuesto en nuestra Constitución.
Aunque Joaquín Dobládez, director del Instituto Andaluz de la Juventud, afirme que la decisión de la
Junta de Andalucía de regalar o subvencionar la píldora poscoital es una actitud «valiente» y que habría
que dejar de «satanizar» este fármaco, me parece demencial la actitud de los gobernantes y sus muñidores. Alegan que, en 1998, el 28% de las interrupciones voluntarias del embarazo fue de jóvenes de entre
15 y 19 años. No obstante, las mismas estadísticas de la Junta de Andalucía nos dicen que las adolescentes son el grupo que menos pide esta maléfica píldora. El grupo inmensamente mayoritario responde a
mujeres entre 20 y 24 años, que son las que reciben gratuitamente en los mal llamados «centros de
salud» las dos pastillas de levonorgestrel.
El colmo de la desfachatez y de la demagogia son las declaraciones del consejero Vallejo afirmando que
la financiación de esta píldora es una de las herramientas sanitarias de mayor eficacia relativa, pues pocas
ocasiones se presentarían de ofrecer tantos beneficios a los usuarios del Sistema Andaluz de Salud con una
inversión económica tan pequeña: unas 2.000 pesetas por demanda. Son tan arrogantes y manijeros que
van a contracorriente de la política farmacéutica nacional. Incluso una diputada llegó a comentar que así
las madres las podrían almacenar en casa para ellas o para sus hijas, en previsión del momento en que las
necesiten. ¡Medicina de urgencia, vaya!
En el escudo de la farmacia, la copa es el receptáculo adecuado y condigno del poder curador que contiene droga potencialmente activa. La serpiente sagrada es la que infunde la dynamis (virtud) que transforman la posis (bebida) en pharmakon (medicamento) que cura. Farmacia es sinónimo de vida, de curación y
alivio, no de muerte y destrucción. Paracelso dijo que «el verdadero fin de la química no consiste en la
fabricación del oro, sino en la preparación de las medicinas». El poeta Maiakovski afirmó que «morir es
fácil, lo difícil es construir la vida». ¡No hagamos de nuestros recursos terapéuticos armas de destrucción,
sino de vida! ■
FERNANDO PAREDES
Doctor en Farmacia.
La «píldora del día después»
y la atención farmacéutica
L
a archifamosa «píldora del día después» terminará siendo un ejemplo más de que sencillamente no
estamos a la altura de los retos que nos presenta la sociedad y, peor aún, que no sabemos emplearlos. La «píldora del día después» es un problema que nos hará perder imagen, prestigio, utilidad y
fuerza para el futuro, si no se actúa. ¿Debemos poner todos esos recursos, conocimientos, logística e
imagen creada en torno a la atención farmacéutica e utilizarla para integrar la «píldora del día después»? ¿Encaja la «píldora del día después» en el concepto que tenemos creado de la atención farmacéutica? ¿Acaso existe la necesidad de encajar la «píldora del día después» en la atención farmacéutica?
Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es «no», entonces pasaremos inadvertidos y empezare-
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CARTAS AL DIRECTOR
mos a caer más y más... y habrá que replantearse el modelo de atención farmacéutica. ¿A quién servimos? ¿Cuál es nuestro negocio? ¿La paciente? ¿La farmacia? Servimos a la sociedad y nuestro negocio
es la salud. Entonces, ¿qué hacer con la «píldora del día después»? La sociedad pide que aceptemos el
reto y la ayudemos.
Una paciente que va a urgencias con la frase «se ha roto el preservativo» busca que se le solucione su
problema. Al profesional que se encuentra primero le pide la receta y posiblemente algo de información. La sociedad no penaliza el sexo, sino la irresponsabilidad al practicarlo. La paciente va al segundo
eslabón de la cadena, la farmacia, buscando principal y mayoritariamente el producto, y entregándoselo sólo haríamos un acto de... ¿dispensación? Dispensar no es hacerle un historial exhaustivo o informarle de otras patologías, sino asesorarle en el correcto uso del medicamento. Algunos alegan que para
que lo segundo sea posible lo primero es ineludible, pero ¿de verdad éste es el caso? ¿Qué riesgo implica el uso del medicamento? Por riesgo no me refiero exclusivamente a aquellos PRM que en este caso
son escasísimos por su composición y uso, sino a las incertidumbres y situaciones normales para el tratamiento, pero anormales para la persona. No me atrevería a clasificar la dismenorrea producida como
un efecto adverso, pero sí es un problema que la paciente piense que se ha de producir ipso facto y no a
lo largo de una semana o cuando toca. Dejando, pues, a la paciente en un sin vivir de 6 días. La farmacia debe arropar al medicamento, transmitiéndole a la paciente un sentido de seguridad y ayudando a
ésta a resolver su problema.
La ética y la ley nos prohíbe dispensar la «píldora del día después» ya que no existe receta que, para
empezar, autorice la dispensación, pero ¿no se podría emplear con este fármaco la flexibilidad administrativa que aplicamos con muchos otros? ¿Hasta qué punto debemos hacer prevalecer nuestra ética sobre los
intereses de nuestra paciente? No creo que podamos, ni debamos, y es seguro que una postura de rechazo
no será admitida por la sociedad, que reaccionará. ¿Cuál es nuestro deber? Se presentan muchas opciones.
«Permítame, ¿tiene unos minutos?», es la única respuesta válida y posible. Otras son, sencillamente, una
dejadez profesional. Orientar no es lo mismo que dirigir; la diferencia radica en la persona que toma la
decisión y a partir de qué información. Debemos ver, valorar y aprender cuando otros hacen bien las
cosas. En el Reino Unido, los farmacéuticos son los que entregan la «píldora del día después», sin necesidad de receta, a las angustiadas pacientes que indudablemente agradecen el alivio, comprensión y celeridad al profesional y lucharán para que no le quiten ese elemento necesario en su vida. Indudablemente,
no les han dado esta facilidad por que sí, sino porque la sociedad ha decidido que estos profesionales son
capaces de realizar una dispensación adecuada y ajustada, y no sólo despachar. A aquellos detractores de
todo lo anglófilo les he de decir que también en Portugal está disponible esta píldora sin receta. El modelo mediterráneo parece no estar a la altura de estos retos sociales y debe evolucionar. ¿O debemos ser
nosotros los que evolucionemos?
Si otros medicamentos sociales no nos brindaron la posibilidad, esta vez la sociedad nos pide a gritos
una integración —que no absorción— e involucración. Se puede alegar que sanidad la ha autorizado sin
que nosotros siquiera sepamos qué se nos venía encima, y que los responsables del Ministerio han actuado
por su cuenta, pero esto no es excusa. Son escasísimos los farmacéuticos que en los medios de comunicación salen diciendo: «Ahí estamos, dispuestos a ayudar a las pacientes». Lo que si han aparecido son
pegas y protestas de índole moral, lo cual no es nuestro papel en la sociedad. Aquellos farmacéuticos que
objetan deben ser debidamente informados respecto a su labor profesional, que no es la de imponer sus
ideas morales.
Todos, laboratorios, atención primaria y farmacéuticos somos miembros de una cadena de producción
de una comodidad llamada salud que recibe la sociedad y la cual paga. Consigamos de una vez por
todas que en el caso la «píldora del día después» la sociedad no pague a regañadientes y con total sentido de desamparo. Las reacciones de los estamentos sanitarios respecto a esta situación de desamparo
farmacéutico son de dos tipos: la inmediata, ignorar la parte de la cadena que no funciona, se ha atascado o sencillamente no coopera, y suplir esta deficiencia con sus propios recursos; la segunda, y posiblemente la más peligrosa, tomar nota, imponerse o instaurar mecanismos destinados a suplir permanentemente esta parte inoperante de la cadena, incluyéndolo en la lista de obligatorios, etc. El eslogan de
la Junta de Andalucía («Una segunda oportunidad») puede valernos a nosotros también, ya que todavía no dan la «píldora del día después» gratis en todos lados, porque no la tienen. Así que todavía hay
tiempo para poder actuar. ■
ÁLVARO ESPINA
Farmacéutico.
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JULIO/AGOSTO 2001
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