VENDIMIA Gitanos, frío y hierro Texto e ilustraciones: Javiman Esta es una foto de familia y tiene lugar en la vendimia. Es un trabajo sucio, frío y peligroso, aunque por las noches, junto al fuego, escuchábamos las historias que contaban los mayores. Yo me fijaba en los perros, que cuando hacía mucho calor escarbaban en la tierra buscando la frescura. Te ponías allí, escondido entre las parras y era una gozada. Hablo de la vendimia. Yo tenía catorce años. Me salí del colegio porque creía que el trabajo era mucho mejor, de lo que me arrepentí enormemente, incluso con lágrimas. Por algo viene el dicho de que lo pasas “peor que en vendimias”. Soy el de en medio de la foto. Abajo ala izquierda, la mujer del luto: una tía mía. En un día con un calor para estar desnudo (como lo está de cintura para arriba mi hermano el mayor, el que se ataba moños), ella llevaba pañuelo y la ropa negra. Y no por el luto sino por la vendimia, por debajo, un pantalón. El luto lo llevó durante un año y era por su hermano. Este había fallecido por conocer a una señorita -un diablo vestido de ángel-. Otra tía mía -aunque no está en la foto- lo llevó desde los 28 hasta los 84 años, cuando falleció, en su casa. No es costumbre llevar a nuestros mayores al hospital, al menos si les podemos atender nosotros. Encarna, que era su nombre, era de La Rioja. Durante cincuenta y seis años no vió tele y creía que las películas que su hija le contaba sólo las echaban en La Rioja, es decir, pensaba que en cada casa se veían unas películas. No 6 escuchó la radio, ni música siquiera. No se dejaba crecer el pelo más de un centímetro. Como dice la canción: “por mi no te pongas de negro el día que yo me muera, que tu para mi no has sido buena. Qué adelantas al engañar al mundo con esas ropas de pena”. A eso se le llama tirar el luto por los suelos. Volvemos a mí. Estoy en las cepas, como siempre; por la sombra y fumando el cigarrillo a escondidas, por el respeto a fumar delante de los mayores. Yo lo hice a los 18, pero algunos hasta que no tienen 20 o 40 no se atreven a hacerlo delante de sus padres. Allí estaba la primera chavala que me llamó la atención, mi prima. La conocía, pero no me había parado a verla como una mujer. De pelo castaño oscuro, carita graciosa, ojos verdes castaños, cuerpecito mimbreño y, sobretodo, una forma de ser que era lo que más gustaba. Tere. Yo era el único de su edad. Acabó fijándose en mi tres años más tarde, cuando salí de la edad del pollo para entrar en la del pavo. Se cambiaron un poco los papeles y ella me seguía a mi, incluso le hacía un poco sufrir. Casi pudo haber sido mi mujer. Yo soy de los que se lo piensan. No tenía trabajo y si no iba a poder mantener unas boquitas más... no lo hice al momento; y otro levantó la liebre. El de sombrero es mi tío. Se creía que estaba en los tiempos del oeste. Es un pistolero. Luce en la cadera navaja con cartuchera (no se trata de ningún embuste, es tan cierto como el aire que respiras). Una vez la guardia civil le preguntó que porqué llevaba eso y él replicó: “¿y tu por qué llevas pistola?”, “porque tengo que llevarla”, “lo mismo me pasa a mi”. En esos tiempos le gustaba mucho darle a la bota, pero aun así siempre estaba el primero vendimiando. El mejor. Te machacaba. Los cesteros le tenían miedo. Preparaba muy bien los cestos de vendimiar y ningún chaval quería ir con él. El segundo año entré yo y me di cuenta de que no era para tanto la cosa; que le tenían más miedo que hambre. Gracias a él luego fui el segundo mejor cestero. Otro tío mío, el Patriarca me llamaba “machoburreño”. Me acostumbré a ir tan rápido a por el cesto que luego estaban siempre vacíos. Y es que así es la vendimia. Consiste en que dos se ponen a cortar la uva con una pequeña hoz y tijera y el cestero descarga la uva. Si tardas en llevarles el cesto vacío van a aplastar más la uva y te pesará más. Puede incluso caer el zumo de la uva, o mosto. Es asqueroso. Es un trabajo muy sucio. Las hojas tienen una especie de polen, que mezclado con el mosto se pega en las manos y las pone negras. Los pantalones se quedaban como una capa de barro. Como en la foto se ve, con mi pelo se podían hacer crestas... no entraba un peine. Tenías que lavarte la cabeza todos los días y tampoco había duchas por aquel entonces, los primeros años de los 80. Es un trabajo frío y peligroso también, en el que si te descuidas te puedes cortar hasta el dedo; eso si tienes suerte y no te cortas los tendones. Dicen que cuando llueve te mojas dos veces una por el cielo y otra por las parras. Uno de cada casa se quedaba haciendo la comida y en mi caso era mi padre. Iban a recogerlo y comíamos en la tierra que trabajábamos. Era bastante jodidillo -por decirlo de alguna manera. A veces había sombra, pero pocas. Imagina comer unas legumbres en la tierra, o un cocido. Por las mañanas para el almuerzo era muy distinto, porque era asado: panceta, chuletas, chorizo... También estaba el musculitos, que tenía el cuerpo de araña como ‘spiderman’. Siempre quería sacar cestos en vez de cortar, pero su padre no le dejaba porque no llegaba al remolque. Lo sacaban los mozos y él quería ser uno de ellos, hombre antes de tiempo. El del pecho desnudo es mi hermano. Cortaba mucho. Cuando volvíamos a casa o donde estábamos durmiendo después del tajo, alrededor de la lumbre y las cepas es cuando más hablábamos. Aunque también bajábamos al pueblo a ver a las chavalillas. En el fuego escuchábamos las historias de antiguamente que contaban los mayores. Por ejemplo, de cómo los trataba la guardia civil, quien asiduamente los expulsaba de los pueblos, llegando incluso a tirarles la comida que preparaban y golpearles. Mi padre conserva una marca de un mimbrazo que le dio un guardia civil. A mi tío, no el de la foto, le llevaron ‘entre rifles’ preso durante unos días porque le pegó a aquel guardia civil, bien pegado. El fuego es para nosotros de lo más bonito que hay. Las llamas evocan pensamientos; te llevan al pasado, a la época del respeto y del saber estar; a estar en tu sitio y hablar cuando tengas que hablar. Si están los mayores, a callar, a no ser que te pregunten. El respeto es saber tratarse. Todos sabemos lo que es. Se han perdido muchas costumbres, incluso nuestra propia lengua. Hay gente que no sabe ni lo que es el romaní. Yo, apenas sé unas cuantas pocas palabras. Bueno, ojalá sería ‘lacho’ para ‘mucar’ nuestra lengua. Antiguamente incluso había riñas por el respeto del luto, pero ya apenas sucede eso. Gitano significa nómada y eso ya no es así. Se establecen y casi todos se dedican a la venta en mercadillos. Ahora, igual que los payos, hasta se van de vacaciones. Nosotros antes siempre estábamos de vacaciones, aunque trabajando. Mi padre se estableció en Burgos hace ya más de cincuenta años. Cante antiguo, fandangos, tarantos o soleares ya no se cantan tanto como antes, pero la rumba los jóvenes la cantan lo que más. Sin embargo, jóvenes y mayores terminan cantando por lo antiguo. Unos cantan por cantar y otros porque lo sienten. Cualquiera de mis tíos tiene su cante viejo. Son voces fuertes, arraigadas y con mucho sentimiento. Lágrimas en los ojos, por cantarlo y recordar cosas. No era escrita por nada, eran testimonios. La alegría y el baile no hay quien nos lo quite. Ya te pueden apalear, que sigues cantando. Mi padre, pese a su cojera, taconea, baila... palomas al viento... Escuela no llevamos ninguno. Se nace con ese don. Se puede aprender pero si no tienes el duende… Camarón es para mi el más grande y creo que para casi todos los gitanos. Aunque hay gente que no lo entiende. Las bodas de antes duraban hasta cuatro días y ahora no llegan ni a dos. A excepción de mi hermano y yo, todos los de la foto están casados, incluído el niño de los brazos, que creo tendrá casi veinticinco. Lo que no ha cambiado en todo este tiempo es lo del pañuelo, que simbo- liza la virtud o virginidad de la moza, el paso después del pedimiento. Un día antes, las tres gotitas, las llamadas tres rosas, demuestran si es real esa virginidad. En ello va toda la honra del padre y de la familia. En mi familia hacemos tres formas de boda: por lo civil, por la iglesia y por lo gitano. En vez de cortar corbatas, la tarta de hasta 12 pisos puede envolver hasta dos millones y medio de las antiguas pesetas, como yo he visto. Luego nos rompemos la camisa; es por la euforia. Es muy antiguo y se ha perdido mucho. Yo en Burgos nunca lo he visto pero en Madrid sí que se sigue haciendo. La primera noche tras la boda no la pasan juntos los novios pero después, muchos se van a Canarias, como es el caso de mi hermano, el que no aparece en la foto. Casi todos entonces quieren el niño, pero cuando viene la niña trae la misma alegría. A mi me trajeron al mundo dos tías mías que asistieron a mi madre, casualmente en una cuadra, como Jesús. Hace casi cuarenta años. En el caso de mi hermana, fue mi padre quien la ayudó a nacer. Después ya han seguido naciendo en hospitales. Una gitana de Madrid, tía mía, ha tenido veintidos hijos. Y otra de logroño, los mismos; solo que en cada parto ha tenido más de uno, llegando hasta cuatro en una ocasión. Volviendo a la vendimia: hasta mañana. Mañana volverá a ser un día de esos… frío, uva y hierro. Solo que han pasado más de veinte años; y mi prima, la de abajo en medio, junto a ese otro tío mío que está dormido y a su marido (el que pincha la morcilla) ya es abuela, con cuarenta años.