La experiencia estética PEPE ROMERO El dueño de una pequeña tienda de comestibles situada en una esquina cualquiera del barrio de Brooklyn, Nueva York; enseña sus fotos a uno de sus clientes cuya profesión es la de escritor. Las fotos están todas hechas desde el mismo sitio y la cámara, de espaldas a la entrada de la tienda, sobre un trípode, enfoca siempre hacia el mismo lugar que no es otro que la esquina opuesta. Todas las fotos son iguales, observa el escritor, a lo que el dueño de la tienda de comestibles contesta: No, tiene que observarlas más atentamente, están todas hechas desde el mismo sitio y enfocan al mismo lugar, pero si les presta su atención verá cómo existe diferencias entre ellas; la primera es la luz, puede ver que no es la misma puesto que las fotos han sido tomadas a distintas horas del día y en los distintos días del año; y, además está la gente que pasa, la gente que cruza la calle mientras se dispara la fotografía, gente que es distinta y que muestra diversas emociones dependiendo de la hora en que se ha realizado la foto, gente que camina hacia su trabajo, gente que se dirige a comprar o que simplemente pasea sin rumbo fijo, gente de diferentes razas. Esta escena de la película Smoke basada en la bella historia de Paul Auster, ilustra acerca de dos aspectos relacionados con la percepción en la experiencia estética que quisiera señalar; el primero de ellos, la incapacidad inicial del escritor para el "dialogar" con lo que está viendo, incapacidad de mirar las fotografías probablemente causada por una actitud distraída que le impide centrar su atención en las mismas y escuchar su mensaje. El segundo está relacionado con la respuesta del fotógrafo ocasional; éste, le indica las variaciones de la luz aludiendo implícitamente al concepto tiempo y después extiende sus comentarios sobre los seres humanos que aparecen, aunque sea parcialmente, en las fotografías; estos, son distintos como distintas son sus actitudes y por tanto, muestran, y también ocultan, todos aquellos epítetos que componen la totalidad de su definición. Su sencilla explicación consigue capturar el interés del escritor que a continuación, absorto, comienza ya a comprender, a conversar y a interpretar lo que, ahora sí, está mirando. Sobre el primer punto señalado, la dificultad inicial de comprender, y los factores que influyen en ella, tan sólo decir ahora que normalmente sufrimos graves incomodidades que repercuten y dificultan el diálogo con la obra plástica. Una minuciosa y prolongada contemplación que implica gran esfuerzo y actividad por nuestra parte, es difícil e inusual ya que tanto la visita a los museos como a las galerías está llena de "contaminaciones y de ruido" y, además, la mayor parte de las veces, suele acontecer al ritmo estresante de la cotidianeidad, muchas veces a su misma velocidad y sin una acomodación o cambio mental y físico (como en el cine o en la lectura del libro) que nos predisponga favorablemente hacia lo que a continuación acontecerá, hacia la conversación con la obra. El ruido y la velocidad son los dos vectores que más negativamente influyen en el diálogo con la obra plástica: En una exposición existe contaminación visual y auditiva debido a que casi nunca estamos solos, el resto de la gente porta mensajes a los que no podemos sustraernos y siempre nos puede llamar la atención cualquier peculiaridad distintiva, que competirá con la obra a percibir; por otro lado, la masificación en los museos y el ruido producido por un número elevado de visitantes también dificulta la concentración y nos mantiene en una percepción que podríamos denominar contaminada y difusa. Así, la percepción en un museo o en una galería no supone, la mayor parte de las veces, una ruptura con la percepción en el espacio exterior y ni siquiera un paréntesis, una suspensión de la misma; algunos artistas nos proponen reflexiones pertinentes con su obra en la que reflejan ese caos cotidiano, ese ruido compuesto por multitud de imágenes y sonidos del paisaje urbano. La iluminación en las salas también constituye un elemento que repercutirá positiva o negativamente en la percepción de la obra, normalmente en las exposiciones no se perciben cambios drásticos con el exterior, a no ser que la instalación así lo requiera; una iluminación neutra y dirigida a la obra es lo acostumbrado y pocas veces se plantea la creación de una atmósfera especial que ayude a separar ese ámbito psicológico perceptivo. De hecho, muchas propuestas plásticas contemporáneas contienen una iluminación específica que propicia el estado de percepción idóneo, en el que la obra se pueda leer correctamente, una cuidada escenografía que facilite el cambio físico y que nos induzca a la reflexión y a la contemplación activa, al diálogo con la obra que es la conversación con su autor y con nosotros mismos. En la experiencia estética de la lectura, de la escucha de un concierto o de la proyección de una película, acudimos a un lugar concreto, adoptamos una posición cómoda y activa y disminuimos la velocidad psicológica y física cotidianas; cuando leemos, buscamos las condiciones óptimas de luz y de silencio, cuando acudimos al cine o al teatro, la ausencia de luz enfoca nuestra atención a la historia que se narrará a continuación y en los conciertos ocurre lo mismo: corte con lo exterior, adecuación corporal y de iluminación y lentamente fijamos nuestra atención en la escucha de los primeros compases. La suposición de una experiencia perfecta, de la existencia de una fuerte impregnación estética y un intenso diálogo con la obra expuesta que suspenda el tiempo en un paréntesis y que impida cualquier relación con el acontecer cotidiano es prácticamente una utopía que muestra el grado de autismo -por desgracia no tan sólo perteneciente al ámbito artístico- de nuestra sociedad. El receptor de nuestra historia, que además es escritor (circunstancia significativa) no percibe más que repetición anodina cuando comienza a ver la fotos, está distraído y probablemente graves problemas personales relacionados con su trabajo creativo le acucian, no entabla diálogo con lo que teóricamente mira y permanece distraído y ensimismado, más que incapacidad de comprender, es indiferencia y desinterés, provocado por los motivos que sean y entre ellos incluyo la posible perplejidad o fastidio ante la situación; "alguien, un vecino al que conocí hace poco, me invita a tomar algo en su casa y me enseña sus fotos, su trabajo; no tengo demasiado interés en verlo, tampoco se muy bien que tengo que decir al respecto, tan siquiera es un profesional.” Muchas veces el receptor, por motivos propios o ajenos, distrae su atención y se distancia de la obra, alejándose en un proceso de incomunicación que le lleva al extrañamiento, al final ese dibujo que nos habla de cómo somos (expresión autobiográfica en la que nos reflejamos) o del estado psicológico de nuestro entorno se convierte en un objeto transparente y mudo del que tan sólo apreciamos su insignificancia decorativa o su valor mercantil. Expectativa de sentido, comprender, conversación e interpretación van a ser los primeros términos que aparecen en relación a ese diálogo que es la recepción de la obra y con los que podemos superar ese autismo inicial, esa dificultad en la mirada y en la comunicación. Estos términos, extraídos de los estudios hermenéuticos realizados por H. C. Cadamer, contienen evidentes resonancias filosóficas, pero aquí serán utilizados no como conceptos especulativos, sino como los primeros instrumentos de los que me serviré para desarrollar esta aproximación al el proceso perceptivo en la experiencia artística. Comprender, es el primer paso en el proceso de comunicación entre la obra y el receptor, ahora bien para darlo es necesario una disposición activa por parte de este último, una aceptación de las reglas del juego y una expectativa de sentido, siendo esta, la que desde el principio va a regular el esfuerzo que se debe realizar, sin ella: " No se puede entender lo que no se quiere entender, es decir, no se puede entender si uno no quiere dejarse decir algo". Se plantea así, la tarea de entender el sentido de lo que dice la obra, y hacérselo comprensible a sí; ahora bien, la comprensión del discurso:" No es la comprensión literal de lo dicho consumando paso a paso la comprensión literal de las palabras, sino que realiza el sentido unitario de lo dicho, y éste se halla siempre por encima, más allá de lo que lo dicho declara". Con esta afirmación Cadamer nos ubica en el terreno de los tropos, en el terreno del sentido figurado del que emerge el espacio poético en el que utilizamos un lenguaje polisémico, es decir un lenguaje en el que el sentido se halla por encima de lo que lo dicho declara. Y aquí empiezan las dificultades puesto que no nos enfrentamos a una narración literal, pero también empieza aquí la aventura hermenéutica que nos conduce por un camino lleno de preguntas hacia el enigma, hacia la presentación del enigma, que es la clave del asunto; la clave del arte contemporáneo. He subrayado el "a sí" que continúa con el " y a los otros " puesto que a partir de la comprensión real de la obra en la experiencia estética podremos interpretarla y transmitirla, lo cual nos lleva al segundo aspecto señalado que es el propio asunto de la comunicación de los contenidos de la obra de arte. Pero antes de ello, quisiera detenerme en algunas esclarecedoras reflexiones que iluminan todo este intenso proceso dialógico: Cadamer, en su artículo Estética y hermenéutica precisa que: lo que le dice la obra de arte al receptor no lo hace al modo en que habla el documento histórico; se trata por el contrario de: "un decir expresamente personal, como algo "presente y simultáneo" que conforma el texto en la experiencia estética. No se trata pues, de información sino de conversación." Los participantes, los hablantes, se transforman encontrando algo común, la comunicación, que es atemporal puesto que constituye un decir expresamente personal: presente y simultáneo; un decir con un sentido que va más allá de lo que lo dicho declara por lo que, el receptor no tiene escapatoria, es alcanzado por algo que constituye un reflejo de si mismo y que abarca también a su propio abismo. "En la experiencia del arte hay lo que quisiera llamar "sentirse alcanzado" por el sentido de lo dicho. [.] La obra de arte que dice algo nos confronta con nosotros mismos. Eso quiere decir, que declara algo que, tal y como es dicho ahí, es como un descubrimiento; es decir, un descubrir algo que estaba encubierto. En esto estriba ese sentirse alcanzado. "Tan verdadero, tan siendo", no es nada que se conozca de ordinario. Todo lo conocido queda ya sobrepasado. Comprender lo que una obra de arte le dice a uno es entonces, ciertamente, un encuentro consigo mismo". De ahí su intensidad, y con ello volvemos al reflejo, que no es sino otra manera de nombrar lo simbólico y de presentar el enigma en un proceso de comunicación consensuada, un proceso definido como participación común en el mundo del entenderse, que es un juego en donde la verdad -lo auténtico- se convierte en la regla principal o en la única regla. Ahora bien, cualquier tipo de comunicación será Hermenéutica esto es: "Transmitirá lo dicho en una lengua extraña, a la comprensión de otro; la hermenéutica recibe su nombre, no sin fundamento, de Hermes, el interprete traductor del mensaje divino a los hombres y se vuelve inequívocamente claro que de lo que aquí se trata es de un acontecimiento lingüístico, de la traducción de una lengua a otra, y por tanto de la relación entre dos lenguas. Pero, en tanto que sólo se puede traducir de una lengua a otra cuando se ha comprendido el sentido de lo dicho y se lo reconstruye en el médium de la otra lengua, este acontecimiento lingüístico presupone comprensión." La palabra Hermenéutica llegó a ser muy frecuente en el siglo XVIII, para casi desaparecer luego durante el siglo posterior, era entonces prácticamente una palabra del lenguaje coloquial. Podía hablarse de la hermenéutica de un hombre que era muy comprensivo, sabía como corresponder al otro, percibir lo oculto, lo no pronunciado. Schleiermacher, el célebre fundador de la hermenéutica general, invocaba con frecuencia que el arte de la hermenéutica también era imprescindible para la vida social, pues de otro modo, sin esforzarnos por oír entre las palabras, no podríamos tener trato con hombres de ingenio, al igual que leemos entre líneas en los escritos ingeniosos o concisos. Y así, el don hermenéutico no es, de hecho, otra cosa que ser capaz de comprender incluso lo que nos parece extraño e incomprensible y así, vemos que el comprender es el inicio y la base de esta o de cualquier conversación, siempre llegamos a él, y sabemos que en este comprender debemos incluir todos los factores que vienen al caso, factores que por regla general pasan desapercibidos debido al autismo social generalizado al que ya hemos hecho referencia. Gran parte de las veces, en una conversación, somos incapaces o no mostramos suficiente disposición para escuchar lo que realmente se nos dice o para percibir los matices y las intenciones no declaradas que el propio discurso verbal y corporal llevan consigo; y así el arte de la hermenéutica sería imprescindible para la vida social. Recordemos pues, que el acto de hacer comprensible a sí y a los otros, acto que, como hemos visto, nos obliga primero a un gran esfuerzo para sí; nos obliga huyendo de toda literalidad, a oír entre las palabras, nos obliga a leer entre las líneas y a percibir lo oculto y lo no pronunciado. Posteriormente vendrá el hacer comprensible "a los otros", vendrá la elaboración de una interpretación lógica en la que influirán también otras voces -respuestas históricas a las que aludimos- que son emanaciones y fragmentos de la frase primigenia, de la pregunta que se localiza en "el libro" que es todos los libros. Nuestro amigo el escritor, está mirando ahora atentamente las fotografías y descubre el mundo, un mundo vulgar transitado por personas próximas y familiares, en una de las fotos aparece un ciego barbado acompañado por una mujer de mediana edad mientras cruzan la calle; en otra, una muchacha gorda de unos diecinueve años sale de uno de los edificios. Estos seres más los del resto de las fotos constituyen estereotipos que repentinamente pueden adquirir una heroicidad coyuntural, pueden actuar creativamente, ser imprevisibles o tomar decisiones inesperadas; finalmente, estos seres configuran personajes con pasado, experiencias e historia que los alejan de cualquier cliché. El escritor, se fija también en el espacio mostrado en las fotografías, un espacio específico, (escenografía con características propias que, a buen seguro condiciona la vida de sus transeúntes), que en este caso es común a todas ellas; y finalmente, piensa en el tiempo y en la repetición, en la rutina y en el cambio; las fotos se hicieron desde el mismo sitio pero a diferentes horas y por consiguiente con distinta luz. Unos días llovía, otros estaban nublados y en aquellas en las que luce el sol, puede apreciar los cambios que se producen desde el amanecer hasta el ocaso. Las fotos hablan de un tiempo psicológico que implica repetición, rutina y diferencia y de un tiempo que fluye, que abarca ciclos y fugacidades, azar, medida y forma. Y nuestro escritor ya comprende y comienza a percibir lo oculto, lo no pronunciado, lo extraño y lo incomprensible; ahora, contempla absorto en una duración indeterminada, en un tiempo congelado, lo posible. El cortocircuito se ha producido, vive la experiencia estética y mentalmente comienza a construir los cimientos de su próxima narración. Pudiera ser nuestro escritor Raymond Carver y pudiera ser que alguno de sus relatos se hubiese inspirado en los individuos que aparecían en las fotografías realizadas por aquel vecino suyo, un fotógrafo ocasional con el que conversó aquella tarde de otoño.