Discurso del presidente del Estado de Israel Sr. Shimón Peres en la ceremonia de apertura oficial del Día del Recuerdo del Holocausto y el Heroísmo Sr. primer ministro, Sr. presidente de la Knesset, Sra. presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Grandes Rabinos, ministros, Sr. presidente del Consejo de Yad Vashem, Sr. presidente del directorio ejecutivo de Yad Vashem, Sres. miembros de la Knesset, Sres. Miembros del cuerpo diplomático, sobrevivientes de la Shoá, justos de las naciones, distinguidos huéspedes, hermanos y hermanas en Israel y la diáspora Los días se alargan. Es el fin del mes de Nisán y la noche desciende sobre Israel. Sobre las casas de Majané Yehudá, Kiriat Yovel, Kiriat Moshé, Talpiot, Ramot y Guiló. Sobre los rascacielos de Tel Aviv, sobre los techos de Haifa y las planicies de Beer Sheva. Sobre el moshav Moledet y el kibutz Gofrit, y también sobre Kiriat Shmoná. Los rayos del poniente se despiden de Tel Jai, Degania y Masada. El mismo crepúsculo descendió hace poco sobre Antopol, Yuromin, Rudnik y Mijalowa. Aldeas en las que tres cuartos de los habitantes eran judíos – y que no lo son más. Ningún judío. La noche ya cayó sobre Tostanowicze, donde fueron asesinados 2.803 judíos. Sobre Libau, en Letonia, donde fueron aniquilados 7.101. Sobre Chelm, cerca de Lublín, desde la que fueron enviados a la muerte 15.000. La noche también comenzó a cubrir las tinieblas de Dachau, Auschwitz y Birkenau. También sobre Wiszniewo, donde nací y visité siendo ministro. De las casas de los judíos y de las sinagogas no ha quedado ni una viga. Me detuve junto al pozo de agua que había en el patio de nuestra casa. El agua no se quemó. Hice subir el cubo para sentir el gusto del agua de mi niñez. Tenía un gusto ardiente, del fuego que consumió a los habitantes del pueblo. A mis familiares que permanecieron allí. Esta noche se extiende como una casa de duelo sobre miles de comunidades, cuyas existencias se convirtieron en una lápida petrificada, su cultura en recuerdo y su gente en cenizas. Un crepúsculo que cubre las sinagogas y las casas de estudio en ruinas. Los teatros y casas de cultura destruidos. Los libros quemados, las escuelas convertidas en despojos. Todo se borró, las vidas, las casas, la cultura. Un mundo abrasado. Este fuego cotinuará ardiendo dentro nuestro como una despedida imposible de los seis millones de hermanos y hermanas, hombres, mujeres y ancianos. De un millón y medio de nuestros niños. Un enorme potencial de vida, de aptitudes, que fueron liquidados en forma irreparable. El que pasa por la aldea de Zborov en Ucrania no puede imaginar que en ese lugar, en un día de verano de 1941, fueron ametrallados mil judíos,y luego enterrados en dos fosas cavadas allí. Quién pasa por allí no puede escuchar el clamor del 9 de abril de 1943, el día en que 2.300 judíos fueron obligados a cavar sus propias tumbas junto a la sala de deportes “Sokolinaya”. Todos fueron asesinados y arrojados a las fosas que excavaron con sus propias manos. El libro de Lamentaciones dice: “En qué me pareceré a tí, hija de Jerusalén; en qué seré igual a tí y te consolaré, virgen de Sión”, y así preguntan los pocos que quedaron de la selección en la rampa de Birkenau y los sobrevivientes que llegaron a la Tierra de Israel y se alistaron de inmediato para defender a la nación en la guerra por la independencia. Pongo a Dios por testigo que el país establecido por pioneros, refugiados y sobrevivientes lleva el clamor del Holocausto junto al estruendo de la construcción. Israel jamás olvidará los dos mandatos que el Holocausto le encomendó. El de sostener un estado judío independiente, que tiene su seguridad en sus manos y en su corazón la paz, y no hay otro. Y el mandato que lo obliga a poner suma atención a las amenazas de destrucción, a la negación del Holocausto, a los instigadores del terror. Es nuestro derecho y nuestro deber demandar a las naciones del mundo no repetir la indiferencia que costó millones de vidas humanas, también las suyas propias. El oído de las Naciones Unidas debe estar atento a las amenazas de destrucción que emanan de un país miembro del organismo hacia otro; en caso contrario se desmoronará la base sobre la que se sustenta la Carta de la ONU. Para obtener un cielo limpio sobre el Medio Oriente se deben desarmar ante todo las amenazas de aniquilamiento. Un arma de destrucción masiva en manos dispuestas a utilizarla, y con voces que las alientan -, son la combinación más peligrosa para la paz del mundo. Y convierten al mundo en un lugar imposible de controlar. Parte del pueblo iraní se avergüenza de la dictadura que se apoderó de su país. los países árabes son conscientes de que la prédica antiisraelí de Ajmadineyad tiene el propósito de ocultar su verdadera meta, que es la de imponer la hegemonía iraní sobre la zona. La Segunda Guerra Mundial comenzó con la incitación diabólica de los nazis; con el argumento que los alemanes son una raza superior y Deutschland über alles. No debemos regresar a la concepción monstruosa de que existe un hombre superior o un régimen superior o una raza superior, que tienen permitido hacer lo que le viene en gana. Alemania comprendió esto al fin y al cabo. Y la dirigencia alemana del presente dedujo lo que era necesario hacer. Recité el Kadish (la oración por los muertos) en el Bundestag, el parlamento alemán. Y tengo la convicción que también aquellos que no comprenden hebreo, escucharon la verdad histórica que llenó de oprobio a la nación alemana y de luto a millones de seres inocentes. Nuestros muertos no resucitarán, su recuerdo vivirá dentro de nosotros. Nuestras heridas no cicatrizarán, pero nuestra fuerza no menguará. Estamos aquí y ahora juntos, sobrevivientes y justos de las naciones. Sobrevivientes del Holocausto encenderán esta noche antorchas por la gloria de Israel. Para la eternidad de Israel. La historia judía les saluda. La fe nos permitió construir de nuevo nuestro Estado, en el que se reúne la concentración más grande de judíos de todas las épocas. Un país con una gran capacidad científica, con una economía floreciente, con una seguridad firme, con una cultura vibrante y cuya democracia garantiza la libertad a todos sus ciudadanos sin distinción de credo, raza o género. Nuestro pueblo se rebeló contra la esclavitud, negó el arbitrio, destruyó ídolos, rechazó la discriminación. Ese es también nuestro sendero a seguir. Nuestros ojos continuarán estando atentos al peligro, en todo momento. Y nuestras manos seguirán estando extendidas en son de paz, sin pausa. No hubo pueblo golpeado como el nuestro, y no hay un pueblo que se haya reconstituido como el nuestro. Seguiremos siendo una nación que recuerda, con fe y determinación. Con el alba regresaremos al trabajo, a la construcción y a la creación. En nuestros corazones latirá la Shoá y en nuestros hechos el renacimiento.