Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098 ¿La presidente o la presidenta? Detrás de las palabras Ambas formas son acertadas, pero la más recomendable es “la presidenta”. Sin embargo, en los medios de comunicación y en ámbitos personales proliferan las embestidas contra su uso. La cuestión no es baladí. El desconocimiento y los prejuicios se encuentran parapetados tras la disputa lingüística. Adrián Eduardo Duplatt aduplatt@speedy.com.ar Los mensajes cíclicos La primera cadena de correos electrónicos sobre la polémica “presidente-presidenta” me llegó a mediados de 2008. Pero no fue la primera noticia que tuve sobre el tema. Las disputas sobre la corrección del término “presidenta” habían nacido en diversos ámbitos con la asunción de Cristina Fernández al frente del Poder Ejecutivo Nacional en diciembre de 2007. Lo novedoso en los correos era su virulencia. No contesté ninguno porque en los mismos foros se debatía con la gramática pertinente la solución apropiada. Solo en reuniones personales alegué algo al respecto. Creí que la discusión había terminado. Sin embargo, en septiembre de 2011 volví a recibir un correo de una cadena similar y volví a escuchar, aquí y allá, censuras a la palabra pecaminosa. La ocasión distó de ser casual. En 2007, una mujer había asumido la presidencia de la Nación por primera vez en la Argentina y, en 2011, los analistas políticos estiman -con una certeza próxima a un análisis de ADN, primarias mediante- que la misma mujer ocupará el mismo cargo. Es decir, la impugnación de la palabra “presidenta” se agiganta cada vez que Cristina Fernández gana o está próxima a ganar las elecciones presidenciales. Esto me resultó sospechoso. La crítica al vocablo aparenta ser más política y sexista, que gramatical. Parece ser que lo que molesta es la procedencia partidaria de la presidenta y su género. La incorrección política de visibilizar estas ideas encuentra su latebra en la lingüística. No es de mi interés ahondar en elucubraciones políticas o de género. Tampoco pretendo abordar las diatribas irrespetuosas contra la presidenta. Mi ambición es responder con fundamentos sencillos y certeros las dudas que rodean al término demonizado. Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098 Las críticas… a) El participio activo: presidenta no, sirvienta sí b) La formación del femenino: la evolución del lenguaje c) La inconstitucionalidad del término: ¿la senador? y las respuestas a) El participio activo: La invectiva de ropajes más vistosos contra el término “presidenta” proviene de aquellos que se escudan en la gramática española: el participio activo del verbo “ser” es “ente”, que sería el que tiene “entidad”, el que “es”. De este modo, cuando se quiere nombrar a la persona que tiene la capacidad de ejercer la acción del verbo, se le agrega a este el sufijo “-nte”, v.gr., paciente, estudiante, atacante, cantante… y, por supuesto, presidente. El argumento básico de esta posición consta de tres supuestos: 1) Que el participio activo del verbo ser es ente 2) Que la terminación -nte proviene de ente 3) Que la terminación se toma de ente porque significa “el que es” Las respuestas a esta crítica: 1) En principio, el participio del verbo activo del verbo “ser” no es ente, es “eseyente”, que está en de uso1. El participio es una forma no personal del verbo que deriva del participio pasado del latín. Actualmente se perdieron sus formas en presente y en futuro y su uso más común es siempre pasivo o pasado y puede llevar complementos agentes. Por ello, “presidente” no es un participio porque en español no hay participios presentes activos. Los que provienen de participios presentes del latín no conservan el régimen verbal que caracteriza a los verbos. Son un adjetivo o un sustantivo más, según su función, y no tienen el mismo comportamiento morfológico. Algunas palabras han desarrollado el femenino en “a” y otras lo conservan en “e”. 1 http://www.manualdeestilo.com/gramatica/presidenta/; también en http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=eseyente: (De eser).1. adj. ant. Que es. Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098 Es decir, aunque en español los adjetivos que a finalizan en “-nte” son invariables en cuanto al género, algunos sustantivos de igual terminación sí pueden variar su escritura. 2) El sufijo “-nte” no proviene de “ente”. El sustantivo “ente” no es el participio del verbo “ser”, como ya lo señalara. Sí proviene de “ens” o “entis”, participio presente del vebo latino “esse” (ser - existir). En realidad el elemento de referencia es el infijo “-nt-“ que se inserta en el interior de las palabras en algunas declinaciones en latín o griego y está presente en todos los verbos latinos y algunos griegos. 3) La terminación “-nte” no se toma de “ente” porque este signifique “ser”, ya que nunca, a lo largo de la historia del latín, ha sido marca de entidad o de existencia. Se trata de una marca morfológica que sirve para declinar una de sus formas no personales del verbo. Por lo tanto, los que luchan no son luchantes, los que inventan no son inventantes y los que trabajan no son trabajantes, sino luchadores, inventores y trabajadores. Además, nada en la morfología del idioma español impide que las palabras formadas con el infijo “-nt-“ tenga su forma correspondiente para el femenino. No puedo dejar de resaltar que es llamativo que a los que afirman que los que presiden son presidentes, no tienen reparos en llamar sirvientas a las que sirven -empleadas domésticas-. ¿Será que creen que las mujeres están para servir, no para presidir, y menos una nación? b) La formación del femenino Las lenguas evolucionan y se transforman por causas internas, como las evoluciones fonéticas, o externas, como el contacto con otras lenguas o los propios cambios de la sociedad. Para que la mutación sea aceptada se deben dar unas pocas condiciones. Que la nueva palabra haya sido formada de acuerdo a las reglas gramaticales y que su uso sea extendido para dar cuenta de una realidad existente. Con “presidenta” se dan estos presupuestos. En español el femenino de “presidente” se formó correctamente con la terminación “a” y existen mujeres que presiden. Para mayor precisión cito los párrafos del “Diccionario Panhispánico de Dudas” de la Real Academia Española, en su entrada “Género”, específicamente en su acápite “Formación del femenino en profesiones, cargos, títulos o actividades humanas”: (…) b) Los que acaban en -a funcionan en su inmensa mayoría como comunes: el/la atleta, el/la cineasta, el/la guía, el/la logopeda, el/la terapeuta, el/la pediatra. En algunos casos, por razones etimológicas, el femenino presenta la terminación culta -isa: profetisa, papisa. En el caso de poeta, existen ambas posibilidades: la poeta/poetisa. También tiene dos femeninos la Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098 voz guarda, aunque con matices significativos diversos (→ guarda): la guarda/guardesa. Son asimismo comunes en cuanto al género los sustantivos formados con el sufijo -ista: el/la ascensorista, el/la electricista, el/la taxista. Es excepcional el caso de modista, que a partir del masculino normal el modista ha generado el masculino regresivo modisto. c) Los que acaban en -e tienden a funcionar como comunes, en consonancia con los adjetivos con esta misma terminación, que suelen tener una única forma (afable, alegre, pobre, inmune, etc.): el/la amanuense, el/la cicerone, el/la conserje, el/la orfebre, el/la pinche. Algunos tienen formas femeninas específicas a través de los sufijos -esa, -isa o -ina: alcalde/alcaldesa, conde/condesa, duque/duquesa, héroe/heroína, sacerdote/sacerdotisa (aunque sacerdote también se usa como común: la sacerdote). En unos pocos casos se han generado femeninos en a, como en jefe/jefa, sastre/sastra, cacique/cacica. Dentro de este grupo están también los sustantivos terminados en -ante o -ente, procedentes en gran parte de participios de presente latinos, y que funcionan en su gran mayoría como comunes, en consonancia con la forma única de los adjetivos con estas mismas terminaciones (complaciente, inteligente, pedante, etc.): el/la agente, el/la conferenciante, el/la dibujante, el/la estudiante. No obstante, en algunos casos se han generalizado en el uso femeninos en -a, como clienta, dependienta o presidenta. A veces se usan ambas formas, con matices significativos diversos: la gobernante (‘mujer que dirige un país’) o la gobernanta (en una casa, un hotel o una institución, ‘mujer que tiene a su cargo el personal de servicio’) 2. Como puede observarse, la forma femenina de la palabra “presidente” está bien construida. Es “presidenta”. Tal como también las formas femeninas de los términos “cliente” y “dependiente” son “clienta” y “dependienta”. Ergo el controvertido sustantivo es gramaticalmente correcto y alude a una realidad constatable. Pero las mujeres no siempre estuvieron al frente de las instituciones. Es un fenómeno histórico reciente que pone al descubierto la discriminación de la que fueron y son objeto. Sin embargo, la sociedad está cambiando y las presidentas de los países son una muestra de ello. Las constituciones nacionales lo avalan y no distinguen entre hombre o mujeres. c) La inconstitucionalidad de la expresión ¿Qué dice la Constitución Nacional (CN) en su art. 87?, pues que “El Poder Ejecutivo de la Nación será desempeñado por un ciudadano con el título de "Presidente de la Nación Argentina"”. Entonces, quienes se oponen a la voz “presidenta” esgrimen como argumento que la CN establece que la jefatura del gobierno está en manos de un presidente. No hay lugar para dudas, sostienen. Sin embargo, como bien lo señala la profesora en Letras y periodista Lucila Castro, el galimatías no es jurídico, sino lingüístico: en qué idioma debe interpretarse la Constitución3. 2 3 http://buscon.rae.es/dpdI/SrvltGUIBusDPD?origen=RAE&lema=g%E9nero2 http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=959335 Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098 La respuesta ineludible es que debe interpretarse en la lengua en que está escrita, es decir, en español. Establecida esta perogrullada solo cabe atenerse a las reglas del español para desentrañar el contenido de la CN. Cuando se realizan menciones indeterminadas, el idioma español se vale del masculino como uso genérico; si se especifica la persona, se emplean los términos masculinos o femeninos correspondientes. Por lo tanto, el genérico “presidente” -la CN no es un oráculo que sabe quiénes van a estar al frente del Poder Ejecutivo- se conserva si el elegido es hombre y muta a “presidenta” si es mujer. Por otra parte, Castro se siente intrigada porque estas cortapisas no alcanzan a otros cargos de la CN, como diputados, senadores, ministros y jueces que, para colmo, son ejercidos por ciudadanos. Nadie cuestionó a Cristina Fernández cuando era “senadora” ni dijo que no era ciudadana, sino ciudadano. En 1853, los constituyentes no pensaban que esas funciones podían ser ocupadas por mujeres, las que, asimismo, tampoco eran ciudadanas. El cambio se dio a mediados del siglo XX, mutación que paulatinamente influyó en la lengua, como institución viva y cambiante que es. Un poco de historia A lo largo de la historia, los sustantivos de género común designaban dignidades, profesiones u oficios referidos a lo masculino, pues eran hombres quienes ocupaban dichos cargos. Las mujeres adquirían su posición social por la posición del marido. Es así que en el diccionario aparecieron formas femeninas para designar a la mujer con una dignidad equivalente a la del marido. Definiciones que aún se conservan. El término “jueza” exhibe, en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), una acepción como “mujer del juez”. Al ir ganando estatus social, las mujeres que desempeñaron cargos habitualmente masculinos, en algunos casos prefirieron el uso del nombre común -juez- en lugar del femenino -juezapara diferenciarse de la mujer del juez. Con la evolución de la sociedad, la asociación del femenino con la posición del marido se fue perdiendo y hoy es poco o nada frecuente que a la esposa del juez se le diga jueza y sí a la mujer que desempeña esa función. Las renovaciones en las palabras dependen de los cambios sociales y de los hablantes, no de la RAE, mas recurrir a su diccionario puede también iluminar el debate. El diccionario ayuda Si una palabra está en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), existe; con mucho o poco uso, existe. Su corolario opuesto no es cierto. Si el término no está en el DRAE no quiere decir que no exista o que sea incorrecto; cuanto mucho significa que todavía no fue incor- Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098 porado a él. Por ejemplo, el término “jueza” figura en este texto. Dice el DRAE: “jueza: mujer que desempeña el cargo de juez”4. No hay dudas. La palabra existe y es correcta. En el caso de “presidenta”, ya en 1803, el diccionario la definía como “La muger del presidente, ó la que manda y preside en alguna comunidad. Praesidis uxor, praeses faemina”5 (sic). Como puede observarse, el término se configuraba mucho antes del nacimiento de la actual presidenta argentina, lo que da por tierra con otro posible argumento condenatorio. Ella no inventó las cuestiones de género en el lenguaje político. Es así que en su actual edición, el Diccionario panhispánico de dudas explica que la palabra puede funcionar como de género común (“la presidente”), pero que el uso mayoritario ha consolidado el femenino específico “presidenta”. Últimas palabras En el campo de la comunicación, Paul Lazarsfeld en 1941 y León Festinger en 1957, dieron cuenta de los fenómenos llamados exposición selectiva y disonancia cognitiva, respectivamente. En sus trabajos, los investigadores comprobaron que la gente se exponía o consumía aquellos mensajes que concordaban con sus propias ideas e intereses para evitar conflictos internos (exposición selectiva) y que ante el bombardeo de los medios con informaciones de todo tipo podían suscitarse contradicciones que los individuos resolvían rechazando los mensajes inadecuados o reinterpretándolos conforme a sus propios pensamientos. Así conservaban la coherencia interna y evitaban la disonancia cognitiva. Algo de esto ocurre con los argumentos a favor y en contra del término “presidenta”. En todo caso, mi desiderátum es dejar en claro que la evolución de la lengua es compleja y permanente. Para entender la formación de una palabra no alcanza con apelar a leyes fonéticas y morfológicas, sino que debe atenderse, también, a los procesos históricos y sociales de la comunidad que se vale del lenguaje en cuestión. Y de sus prejuicios. 4 5 http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=jueza Nuevo tesoro lexicográfico” de la RAE, de consulta en su sitio web (www.rae.es)