Nadie en el pueblo quiso creer en la muerte de don Manuel; todos esperaban verle a diario, y acaso le veían pasar a lo largo del lago y espejado en él o teniendo por fondo la montaña; todos seguían oyendo su voz, y todos acudían a su sepultura, en torno a la cual surgió todo un culto. Los endemoniados venían ahora a tocar la cruz de nogal, hecha también por sus manos y sacada del mismo árbol de donde sacó las seis tablas en que fue enterrado. Y los que menos queríamos creer que se hubiese muerto éramos mi hermano Lázaro y yo. Él, Lázaro, continuaba la tradición del santo y empezó a redactar lo que le había oído, notas que me han servido para esta mi memoria. - Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado –me decía-. Él me dio fe. - ¿Fe? – le interrumpía yo. - Sí, fe, fe en el consuelo de la vida, en el contento de la vida. Él me curó de mi progresismo. Porque hay, Ángela, dos clases de hombres peligrosos y nocivos: los que, convencidos de la vida de ultratumba, de la resurrección de la carne, atormentan, como inquisidores que son, a los demás, para que, despreciando esta vida como transitoria, se ganen la otra, y los que, no creyendo más que en ésta… - Como acaso tú… -le decía yo. - Y sí, y como don Manuel. Pero no creyendo más que en este mundo esperan no sé qué sociedad futura y se esfuerzan en negarle al pueblo el consuelo de creer en otro… - De modo que… -De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión. Miguel de Unamuno. San Manuel Bueno, mártir 1. Organización de las ideas La información del texto puede estructurarse del siguiente modo: 1. Situación inicial (secuencia narrativa): reacciones del pueblo tras la muerte de dM (2 primeros párrafos) 1.1. Incredulidad del pueblo en general 1.2. Rituales espontáneos ante su tumba 1.2.1. de todos los fieles 1.2.1. de los endemoniados 1.3. Incredulidad de los hermanos Carballino 1.4. Actitud de Lázaro 1.4.1. Heredero de la labor de don Manuel 1.4.2. Memorialista 2. Explicación de Láz. y dudas de Ángela (secuencia dialogada) sobre la fe “nueva” que le dio dM. Desde “-El me hizo…” hasta el final. 2.1. Sentido de la nueva fe según Lázaro: dar felicidad y consuelo a la gente 2.2. Argumentación de Lázaro (por contraste): personas nocivas que rechazan esta fe 2.2.1. Los clericales fanáticos 2.2.2. Los progresistas 2.3. Conclusión (tesis): preservar la “ilusión” del pueblo (como conducta ante la vida) En cuanto al tipo de estructura, nos hallamos ante una disposición típicamente narrativa (habitual en cuentos y novelas), con dos modalidades textuales combinadas, la narrativa (punto 1) y la dialogada (p. 2). La dialogada, a su vez, responde a un “diálogo de ideas” que va desde una formulación particular de Lázaro y su argumentación correspondiente (puntos 2.1. y 2.2.) hasta una propuesta de actuación de carácter general (para ser compartida por Ángela y por todo el pueblo), que puede entenderse como la tesis fundamental que se defiende el en texto (p. 2.3.). Esta subestructura sería, por tanto, inductiva. Además, a la estructura narrativa se le puede añadir otra más sutil pero igualmente presente que es la estructura encuadrada que envuelve y da cohesión poética a la anterior. Así, vemos cómo el texto arranca con la constatación de que la gente del pueblo “quería” creer que don Manuel seguía vivo (desde “Nadie…” hasta “…oyendo su voz”), o sea, que todos vivían un espejismo, un ensueño, una especie de ilusión piadosa. Y vemos cómo, simétricamente, al final del texto, Lázaro remata su argumentación con esa misma idea, la de que esa clase de ilusión, espejismo o engaño es imprescindible para que el pueblo alcance la dicha y el consuelo de vivir. 2. Tema y resumen Tema: dos redacciones posibles La fe como consuelo para la vida. El ensueño de la fe, medio para una vida feliz. Resumen: A pesar de haber muerto, la figura de don Manuel pervive intensamente en el recuerdo y los rituales piadosos de Valverde. En especial, es Lázaro quien se convierte en heredero y transmisor de la labor de aquel pues los dos coinciden –según explica a su hermana– en una singular fe, la de ofrecer al pueblo (en contra de lo que practican los clericales fanáticos y los progresistas) esperanza y dicha en la vida, aunque para ello haya que mantener a la gente en el ensueño consolador de que existe la vida eterna. Comentario crítico Redacción definitiva Este fragmento pertenece a una de las últimas novelas escritas por Unamuno, San Manuel bueno, mártir (1931). Unamuno, figura central de la Generación del 98, fue un autor que abrazó todos los géneros literarios, destacando en el ensayismo y la novela. San Manuel bueno, mártir ha sido considerada un “testamento intelectual” (filosófico, espiritual y literario) donde su autor plasmó las obsesiones que lo habían acompañado toda su vida: la lucha entre la fe trascendente y las evidencias de la razón, la cuestión social y el papel de la iglesia ante esta, el sentimiento del paisaje, y la relación entre invención literaria y verdad, temáticas diversas que en mayor o menor medida están presentes en el fragmento que nos toca comentar. Ángela Carballino, voz narrativa de la novela, recoge en esta secuencia de la obra las diversas reacciones que se producen en el pueblo de Valverde de Lucerna tras la muerte del venerado sacerdote Manuel Bueno, auténtico ejemplo y padre espiritual de toda la comunidad. Argumentalmente estamos situados en el post-desenlace de la novela, en el que Unamuno se centra en el efecto espiritual y moral de ese fallecimiento en los dos “discípulos” elegidos por el cura, los hermanos Carballino, que aparecen en nuestro texto debatiendo precisamente sobre sus deberes con la comunidad tras faltar don Manuel. Antes de este momento, Ángela, jovencita muy creyente que había renunciado al matrimonio para acompañar a don Manuel y ayudar a las gentes humildes y necesitadas del pueblo, ha oído de boca de su hermano Lázaro una confesión extraordinaria: ni él ni don Manuel creen en Dios ni en la vida eterna, aunque están firmemente convencidos de que hay que ayudar y amar a todos los vecinos para hacer que la vida de estos sea algo soportable e incluso feliz. Por su parte, Lázaro, un exaltado, un anticlerical de ideas progresistas, queda convencido de los aspectos positivos de las enseñanzas de don Manuel y modera su actitud hasta convertirse en la mano derecha del sacerdote. Así pues, el descubrimiento de aquel secreto pone en marcha una transformación espiritual en los dos hermanos: Ángela, que antes tenía una fe inquebrantable, ahora empieza a tener dudas acerca de qué es o no la fe, si hay que creer en Dios o no, etc (dudas que se ven en este texto a través de las preguntas constantes que le hace al hermano); mientras que el hermano evoluciona al revés: de oponerse frontalmente a la religión ha pasado, por influencia de don Manuel, a “resucitar” a la fe, o sea, a una nueva vida (de ahí la alusión metafórica del texto al famoso episodio del Nuevo Testamento en que Jesús, milagrosamente, resucita al otro Lázaro), aunque se trate de una fe muy particular. Lázaro muere poco después de don Manuel, como si su vida no tuviera ya sentido después haberse ido el maestro y amigo; y quedará Ángela, repleta de dudas, que es la que se ocupa de escribir (en convertir en literatura) toda la historia de ella, del hermano y, sobre todo, de don Manuel. Organización de la redacción Interpretación: ¿Por qué el texto dice lo que dice?Localización. Interpretaciónmenciono rápido el asunto/tema del que habla el texto Interpretaciónconecto (sin hacer resumen) el contenido del fragmento con el argumento (personajes clave, situaciones o acontecimientos importantes, cambios psicológicos o morales, etc) de la obra, antes y/o después de lo que cuenta el texto En el contexto de este drama espiritual, la información básica que ofrece este pasaje es el razonamiento detallado de Lázaro acerca de la clase de fe que compartían dM y él: una fe que no se dirige a Dios ni a la vida eterna sino al aquí y al ahora, y que consiste en ofrecer ayuda (espiritual pero también material), consuelo, serenidad, alegría etc al pueblo entero, cuyas condiciones de vida son extremadamente duras. El amor al prójimo es, en consecuencia, la fe que está defendiendo Lázaro con energía, a pesar de que Ángela no acabe de entenderlo del todo. Esta posición personal la justifica Lázaro mediante un razonamiento de contraste, oponiéndola a dos tipos de personas aparentemente diferentes pero que, en el fondo, coinciden en despreciar la búsqueda del consuelo y la felicidad en la vida. Unos son los fanáticos religiosos (clérigos o no) que, convencidos de su fe en Dios y el más allá, desprecian el buen vivir de la gente pues solo consideran verdadera vida la que hay después de la muerte. Los otros son los progresistas anticlericales, quienes (como admite Lázaro que le ocurría antes a él) también desprecian el buen vivir de la gente convencidos de que la fe en la vida eterna es una mentira inadmisible y de que solo luchando contra las injusticias sociales se puede llegar a construir un mundo futuro más feliz. En realidad, como vemos, Lázaro y don Manuel temían a todos los intransigentes incapaces de admitir que lo que de verdad necesita la gente, en el terreno espiritual, es alcanzar un poco de felicidad y esperanza en su vida diaria. Pero el miedo ante la intransigencia y a los fanatismos de ciertas “doctrinas” (en este caso, el catolicismo y el laicismo mal entendidos) no era solo la opinión de dos personajes literarios sino que también era la opinión personal de Unamuno en 1930, espectador del enfrentamiento cada vez más agresivo de los sectores tradicionalistas y progresistas del país en relación con la llamada “cuestión religiosa”, enfrentamiento que estallará con la proclamación de la II República en 1931. La reflexión que hace Unamuno a través de Lázaro es la de alguien que quiere quedarse aparte de las luchas políticas en torno a la reforma religiosa del Estado y que, sin embargo, pretende llamar la atención acerca de la espiritualidad de la gente común, de su forma concreta de vivir la fe. Unamuno sostiene que es peligroso el progresismo (en aquella época formado por socialistas, liberales radicales y anarquistas) cuando niega a las personas sencillas ampararse espiritualmente en su fe tradicional (por supuesto, la católica) pero también enfatiza que es nocivo el catolicismo sin alma, alejado de las necesidades de los feligreses, que solo entiende la fe como exaltación del sacrificio y el sufrimiento, es decir, miedo al pecado y al infierno, defensa de la honra, renuncia y penitencia. En otro orden de cosas, cabe preguntarnos si la actitud de Lázaro y don Manuel es ética y moralmente aceptable o censurable. Si no pensamos en las circunstancias especiales que Unamuno crea en la novela sino en la decisión personal de un hombre que, en un momento de su existencia, tiene que decidir si la consagra al sacerdocio, entonces sí hay que darle la mayor importancia a la fe personal ¿Cómo puede hacerse cura alguien que no cree en el Dios cristiano? Si la persona en cuestión “sabe” que carece de esa fe, lo lógico, lo moralmente correcto, es, sin duda, renunciar a ello. Y habría que renunciar porque la vida se convierte en una mentira, una mentira para sí mismo y para los demás. Un cura no debe engañar a sus fieles pero, como persona, no debe engañarse a sí mismo porque si lo hace, seguramente, el día a día se convertirá en algo insufrible. Si esa persona tiene un alma filantrópica, ahí están las ONG y toda clase de voluntariado civil para “darse” al prójimo sin necesidad de crear a los demás y crearse a sí mismo un conflicto espiritual innecesario. En conclusión, nos encontramos ante un pasaje enormemente significativo de la obra San Manuel Bueno, mártir. La sinceridad obliga a Lázaro a explicar cómo ha cambiado su forma de sentir y pensar y qué cree que debe hacer por el pueblo una vez ha fallecido el guía y maestro, don Manuel. La ilusión en la vida eterna es algo consolador, algo que puede aliviar las penas de aquellos que viven en la pobreza, la soledad, la enfermedad, el dolor físico o moral… eso es lo que defiende Lázaro. Pero, Interpretaciónselecciono la información (ideas) más importante del texto y las explico (otra forma de hacerlo es explicarlascomentarlas siguiendo el orden de los párrafos: ojo, no se trata de resumir sino de explicar por qué el autor-texto dice lo que dice). Opinión personal y valoración Conclusión: conecto con lo que he dicho antes y añado una última idea nueva (en forma de pregunta abierta) ¿es realmente así? ¿Una confianza ciega y espontánea en el más allá, en la presencia protectora de un dios, puede hacer que los sufrimientos de la vida se aminoren, se alivien, se curen por completo o casi por completo? ¿Eran las gentes atrasadas, paupérrimas y analfabetas de aquella España rural de la que habla Unamuno más felices por el efecto benéfico de la fe religiosa? A pesar de las explicaciones de Unamuno a través de sus personajes, creo que la pregunta, entonces y ahora, sigue siendo válida porque, desde luego, carece de fácil respuesta. Decíase que había entrado en el Seminario para hacerse cura, con el fin de atender a los hijos de una su hermana recién viuda, de servirles de padre; que en el Seminario se había distinguido por su agudeza mental y su talento y que había rechazado ofertas de brillante carrera eclesiástica porque él no quería ser sino de su Valverde de Lucerna, de su aldea perdida como un broche entre el lago y la montaña que se mira en él. ¡Y cómo quería a los suyos! Su vida era arreglar matrimonios desavenidos, reducir a sus padres hijos indómitos o reducir los padres a sus hijos, y sobre todo consolar a los amargados y atediados, y ayudar a todos a bien morir. Me acuerdo, entre otras cosas, de que al volver de la ciudad la desgraciada hija de la tía Rabona, que se había perdido y volvió, soltera y desahuciada, trayendo un hijito consigo, Don Manuel no paró hasta que hizo que se casase con ella su antiguo novio, Perote, y reconociese como suya a la criaturita, diciéndole: -Mira, da padre a este pobre crío que no le tiene más que en el cielo. -¡Pero, Don Manuel, si no es mía la culpa...! -¡Quién lo sabe, hijo, quién lo sabe...!, y, sobre todo, no se trata de culpa. Y hoy el pobre Perote, inválido, paralítico, tiene como báculo y consuelo de su vida al hijo aquel que, contagiado de la santidad de Don Manuel, reconoció por suyo no siéndolo. Miguel de Unamuno: San Manuel Bueno, mártir 1.Organización de las ideas El fragmento escogido puede estructurarse del siguiente modo: 1. Pasado de don Manuel fuera de Valverde (secuencia narrativa 1ª): formación y juventud (1er párrafo) 1.1. su carrera eclesiástica 1.2. su vocación de párroco 2. Vida de don Manuel en Valverde de Lucerna: dedicación absoluta al pueblo (desde el 2º párrafo hasta el final) 2.1. Ocupaciones concretas de don Manuel (secuencia descriptiva, 2º párrafo) 2.2. El caso de la hija de la tía Rabona (secuencia narrativa 2ª: alterna narración y diálogo) 2.2.1. Planteamiento: don Manuel actúa ante la deshonra de una madre soltera 2.2.2. Conflicto: don Manuel convence a Perote (diálogo) 2.2.3. Desenlace: Vejez feliz de Perote con su hijastro El texto presenta un orden cronológico típico de los textos narrativos. El apartado 1 agrupa hechos (problema familiar, seminario, abandono carrera eclesiástica, regreso al pueblo) que se suceden en riguroso orden temporal, y estos hechos, a su vez, anteceden a los que se enumeran en el apartado 2. De entre estos hechos se destaca uno, que se relata resumidamente pero completo como “ejemplo” de la conducta de don Manuel. Así pues, entre el punto 2.1 y 2.2. se advierte también un orden expositivo deductivo. 2. Tema y resumen El tema del texto es la consagración de la vida de don Manuel al pueblo de Valverde. Otras posibilidades de redacción: - la entrega absoluta de don Manuel al pueblo - el amor al prójimo, norma de conducta de don Manuel con su pueblo. Resumen: Tras superar su brillante etapa de seminarista y rechazar cargos eclesiásticos lejos de Valverde, don Manuel regresa para siempre a su pueblo dispuesto a entregarse por completo a sus fieles. Esa entrega espiritual pretende, ante todo, ayudar a los necesitados, dando consuelo y alivio a los que sufren o consiguiendo el perdón de unas personas a otras. Un ejemplo notorio de esta actitud fue cómo ayudó a una muchacha del pueblo, madre soltera deshonrada, convenciendo a su antiguo novio de que se casara con ella y reconociese al hijo “ilegítimo”. 3. Comentario crítico Redacción definitiva Organización de la redacción Este pasaje pertenece a una de las últimas novelas escritas por Unamuno, San Manuel bueno, mártir (1931). Figura central de la Generación del 98, Unamuno fue un autor que abrazó todos los géneros literarios, destacando en el ensayismo y la novela. San Manuel bueno, mártir ha sido considerada un “testamento intelectual” (filosófico, espiritual y literario) donde su autor plasmó las obsesiones que lo habían acompañado toda su vida: la lucha entre fe y razón, la relación entre literatura y verdad, el papel social y espiritual de la iglesia, y el sentimiento del paisaje. En este texto se tocan, explícita e implícitamente, las dos últimas temáticas. Ángela Carballino, voz narrativa de la novela, recuerda la juventud de don Manuel y, cómo, ya ordenado sacerdote, regresa de inmediato a su pueblo para dedicarse en cuerpo y alma a ayudar espiritualmente a los feligreses de Valverde de Lucerna. Desde el punto de vista del desarrollo de la historia, este fragmento se sitúa en el planteamiento, casi al comienzo, cuando Ángela, recién llegada del colegio donde ha estudiado hasta los 15 años, se reencuentra con el párroco y evoca lo que el pueblo decía de él (“Decíase…”) y los recuerdos propios (“Me acuerdo, entre otras cosas, de que…”). En este momento, la narradora es una joven rendida al magisterio espiritual y la bondad del sacerdote. Se puede decir, por una parte, que lo tiene absolutamente idealizado (de ahí que elogie la “agudeza mental” y “el talento” del cura, y que después exclame: “¡Y cómo quería a los suyos!”), y, por otra, que lo está descubriendo como persona, de ahí que enumere con detalle las tareas espirituales que aquel llevaba a cabo en el pueblo, y que incluso ponga un ejemplo muy concreto y muy significativo de estas. Ese ejemplo –lo ocurrido a la hija de la tía Rabona– se parece, de algún modo, a las parábolas bíblicas del Nuevo Testamento en las que Jesús contaba a sus discípulos pequeñas historias que encerraban, como esta, una enseñanza moral y religiosa. Pero poco a poco, según avanza la historia, ese sentimiento admirativo (fiel e idealizado siempre) sufrirá una progresiva alteración, primero cuando ella se dé cuenta de que don Manuel sufre en secreto y que busca en ella un apoyo “maternal”, y más tarde cuando, a través de su hermano Lázaro, tenga que enfrentarse a la verdad de que el cura no creía ni en dios ni en la vida eterna. La confianza plena, la seguridad de esta época juvenil se emborrona un poco y las dudas comienzan a hacer mella en las ideas y los sentimientos de Ángela. Lo primero que llama la atención del pasaje que comentamos es la separación tajante que hace la narradora entre “el mundo exterior” y el de Valverde. Toda la vida del cura fuera del pueblo está relacionada con los estudios, con una posible carrera eclesiástica y con su talento, cosas sin valor auténtico si las comparamos con lo que siempre quiso él: volver a su aldea y entregar su vida a ella. El mundo de afuera es el de la inteligencia y del prestigio mientras que el mundo de Valverde es el de la voluntad auténtica (“él no quería ser sino de su Valverde de Lucerna”). Así pues, aquello que uno no desea de verdad –parece decirnos Unamuno- no es auténtico, solo superficial en la vida. Y esa voluntad personal, profunda, se poetiza aquí mediante una metáfora paisajística: Valverde es una “aldea perdida” pero hermosa (un “broche” decorativo), situada entre un lago y una montaña. Parece como si al recordar a don Manuel, Ángela quisiera subrayar también la añoranza que tenía el cura por el lago y la montaña, dos elementos simétricos del paisaje (el lago refleja la montaña) que aquí aparecen como parte del recuerdo de don Manuel pero que, poco a poco, se irán llenando de sugerencias simbólicas más y más complejas hasta que pasen a formar parte de la identidad de Valverde y de la personalidad “agónica” del cura. Interpretación: ¿Por qué el texto dice lo que dice?Localización. Interpretaciónmenciono rápido el asunto/tema del que habla el texto Interpretaciónconecto (sin hacer resumen) el contenido del fragmento con el argumento (personajes clave, situaciones o acontecimientos importantes, cambios psicológicos o morales, etc) de la obra, antes y/o después de lo que cuenta el texto Interpretaciónselecciono la información (ideas) más importante del texto y las explico (ahora lo hago siguiendo el contenido de cada párrafo): ojo, no se trata de resumir sino de explicar por qué el autor-texto dice lo que dice). [interpret. 1er párrafo] Una vez ha situado de nuevo al párroco en el pueblo, Ángela va a explicar con cierto detalle las tareas espirituales que este ejercía allí: consolar, convencer, acompañar a unos; requerir el perdón de otros; atender hasta el “bien morir” a todos. La actitud común es la de un inquebrantable amor al prójimo (padres e hijos, matrimonios, enfermos, amargados, moribundos), es decir, la de ayudar a los necesitados y a los que sufren. Como ejemplo elocuente de esta actitud, Ángela deja constancia de la intervención de don Manuel en el caso singular de la hija de la tía Rabona. Y desde luego, se trata de un caso muy peculiar porque la forma de actuar de don Manuel es extraordinariamente bondadosa y compasiva pero también asombrosamente extraña. Es decir, desde el primer momento don Manuel no presta atención a lo que cualquier cura (incluso un cura actual) “debería” prestar atención: ni al pecado cometido por la moza (esa “culpa” de la que habla don Manuel con Perote), ni a cómo ella ha de redimirse, ni al problema de la salvación de su alma, ni a cómo la deshonra de ella puede “manchar” a Perote. En lo único que piensa don Manuel (igual que hacía Jesucristo ante los necesitados) es en ayudar al ser inocente de toda esa historia, al hijo, al ser indefenso. Da la impresión de que don Manuel se salta las obligaciones morales de un sacerdote católico, el rigor de la doctrina, y se comporta siguiendo un sencillo impulso de amor por quien más lo necesita. El sentimiento religioso aparece en él como una forma de vivir y no como un código de verdades que hay que obedecer dogmáticamente. Así pues, sin necesidad de decirlo, la anécdota de Perote y su hijastro -que además termina bien (como si el tiempo viniera a dar la razón a la difícil decisión que tomó don Manuel)- da a entender que nos hallamos ante un cura fuera de lo común, un cura que nada tiene que ver con los sacerdotes intolerantes y fanáticos tan abundantes en la historia de España. De hecho, se puede afirmar que Unamuno creó este personaje peculiar para poner de manifiesto, en la España de 1930, polarizada por la “cuestión religiosa”, que había dos maneras radicalmente opuestas de vivir la espiritualidad católica: la del fanatismo intransigente que se complacía en excluir de la bondad, del perdón y de la compasión (y en “condenar al infierno”) a todos aquellos pecadores que por maldad, error o mentira vivían alejados de la fe, y la de un sentimiento de amor al ser humano, más cercano a la filantropía social que a los dogmas de la fe, cuyo cometido esencial sería el de hacer el bien a nuestros semejantes, o sea, ayudar a las personas que sufren, como hacía don Manuel. Hay que intentar ponerse en el contexto histórico que vivió Unamuno para llegar a entender la complejidad humana de don Manuel. Personalmente, me produce simpatía y respeto porque se trata de un hombre decidido a hacer el bien a los demás, dejando de lado, en la medida en que puede, su papel de representante de la Iglesia en el pueblo. Parece, por tanto, una persona que siente que la religión existe para servir a los seres humanos y no estos para servir a aquella. Es decir, considero que don Manuel representaría a ese tipo de sacerdotes que, más o menos coherentes en su conducta con el pensamiento “oficial” de la Iglesia Católica, intentan estar cerca de los problemas reales de la gente, sean estos del tipo que sean, porque conviene recordar que el auxilio de don Manuel a los vecinos de Valverde no se quedaba solo en lo espiritual sino que se extendía a cosas tan inmediatas y materiales como el aseo y la ropa de la gente, las tareas campesinas, la atención de la escuela, la asistencia a los enfermos, etc. Es cierto que hoy en día este papel social de la Iglesia se ha secularizado mucho, o sea, ha pasado de manos religiosas a manos del voluntariado civil a través de las ONG y otras instituciones tradicionales de ayuda humanitaria (Cruz Roja, Intermon Oxfam, etc). Pero me parece que cuanto más grande sea la implicación de los curas de las parroquias de los barrios y de los pueblos en atender las necesidades concretas de la gente necesitada más reputación y confianza ganará ante la sociedad en su conjunto. En una época como la nuestra, donde el [interpret. 2º párrafo] Opinión personal y valoración sentimiento religioso tiene cada vez menos peso efectivo y en donde los medios de comunicación han puesto al descubierto (y siguen haciéndolo) conductas reprobables (cuando no delictivas) de sacerdotes que actúan sin ningún ánimo de ejemplaridad ni de amor a los demás, el ver a sacerdotes que añaden a su labor pastoral la de buscar alimentos, organizar comedores sociales, atender a ancianos necesitados, etc, serviría muchísimo para que la gente corriente se sintiera más cerca de la Iglesia como institución y más cerca de los curas como personas. En suma, la figura de don Manuel que encontramos en este pasaje de la novela nos invita a reflexionar no solo sobre la etapa conflictiva de la espiritualidad que vivió España en los años finales de Unamuno sino también en el papel espiritual y social que al sacerdocio le toca cumplir en tiempos de crisis como los actuales. Conclusión: tomo ideas dichas antes y las repito en dos o tres frases breves.