LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, MODELO DE “ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA” Introducción En el capítulo 19 del Evangelio según San Juan leemos que: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn 19,25-27). Este pasaje evangélico, de elevado contenido espiritual y teológico, constituye una ventana luminosa por donde es posible asomarse para contemplar, la intimidad del corazón de Cristo en los instantes que precedieron su paso de este mundo al Padre. La lectura atenta del texto, permite descubrir que las expresiones del Redentor, agonizante sobre el ara de la cruz, no sólo reflejan la preocupación por la soledad futura de su madre, sino también, la inquietud por la orfandad del discípulo. Las palabras de Jesús no son un grito desesperado, sino una serena, pero al mismo tiempo, firme recomendación, en primer lugar, del discípulo, que es entregado al auxilio de la madre, y después, de la madre, que es entregada como tal, a Juan, y en él, a todo discípulo de Jesús. El episodio culmina con un enunciado breve, pero denso en su significado: “Y desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa”. Tal vez esta traducción no le hace completa justicia a la intención del evangelista, por lo que, según algunos exegetas, sería más preciso traducir el versículo como sigue: “Y desde aquella hora, el discípulo la acogió como propiedad suya”1. Con base en este versículo es posible comprender que en el itinerario espiritual del discípulo de Cristo, la maternidad espiritual de María no representa un elemento marginal; por el contrario, el verdadero discípulo ha de 1 Cf. J. L. BASTERO DE ELEIZALDE, María, Madre del Redentor, Universidad de Navarra, Pamplona 1995, 250; C. POZO, María, Nueva Eva, BAC, Madrid 2005, 187. 1 tener, entre sus estructuras espirituales, entre lo más íntimo, lo más propio y apreciado, una dimensión mariana2. Por eso, “en la perícopa del Calvario, [San] Juan, que personifica a los creyentes, acoge a María como cosa propia y específica del discípulo, abriéndose a una perspectiva de maternidad eclesial”3. El contenido espiritual de esta página evangélica justifica el objetivo de la presente reflexión, en la cual, partiendo de la firme convicción de que, por voluntad expresa del Salvador, la Santísima Virgen María ocupa un puesto cardinal en la espiritualidad cristiana, queremos ahora profundizar sobre la Madre de Dios como modelo de espiritualidad, pero particularmente, según la expresión del Papa Paulo VI, “[…] como ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios”4. Para tal efecto, procederé de acuerdo con el siguiente esquema (cuyos primeros cuatro puntos quieren ser la clarificación de algunos conceptos fundamentales que permitan una mejor comprensión del tema central): 1. 2. 3. 4. 5. 6. Definición descriptiva de la espiritualidad cristiana. La liturgia como fuente de espiritualidad. Naturaleza de la espiritualidad litúrgica. Significado y rasgos de la espiritualidad mariana. María Santísima, modelo de espiritualidad litúrgica. Conclusiones. 1. Espiritualidad cristiana La espiritualidad cristiana es, fundamentalmente, un modo de ser y de vivir conducido por el Espíritu Santo, lo cual lleva al creyente a encarnar, en su propia realidad y circunstancias, el misterio pascual de Cristo y a vivir coherentemente la vocación particular recibida de Dios. En este sentido, la espiritualidad no se reduce a determinados comportamientos externos, ni a la sola práctica de ciertas normas de piedad. Es, más bien una auténtica transfiguración y configuración de todas las facultades de la persona según el modelo de Cristo encarnado, muerto y resucitado. En consecuencia, la espiritualidad cristiana se conforma, se concreta y se expresa a través de valores, actitudes, criterios de juicio, modos de relación, aspiraciones, deseos, sentimientos, opciones y preferencias, siempre inspirados en el misterio de Cristo. Asimismo, existe una sola y única espiritualidad cristiana, que adopta diversas “modalidades” o “formas” de expresión, dependiendo de las 2 C. POZO, Op. Cit., 250. M. PONCE CUÉLLAR, María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, Herder, Barcelona 1996, 166. 4 PAULO VI, Exhortación apostólica Marialis Cultus, núm. 16, en: AAS 66 (1974). 3 2 acentuaciones y sistematizaciones que corresponden en cada caso a la vocación y a los dones recibidos por el individuo [o grupo eclesial] 5. Así por ejemplo, existe espiritualidad laical, espiritualidad matrimonial, espiritualidad de la vida religiosa, espiritualidad sacerdotal, espiritualidad litúrgica, espiritualidad mariana, etc. 2. La liturgia como fuente de espiritualidad La historia, que es “maestra de vida”, da cuenta de que, “Durante los primeros siglos del camino de la Iglesia, la liturgia nutría la vida espiritual de los cristianos; no existía otra espiritualidad que la que provenía de la celebración de la Eucaristía, de los sacramentos, de la liturgia de las horas, etc.”6 Así por ejemplo, las Catequesis mistagogicas de algunos padres de la Iglesia como San Ambrosio (De mysteriis), San Cirilo de Jerusalén , San Agustín (Sermones para la vigilia pascual y para el tiempo pascual), San Juan Crisóstomo (Catequesis bautismales), Teodoro de Mopsuestia (Catequesis bautismales), San León Magno y San Gregorio Magno, constituyen un testimonio elocuente de que, durante los primeros siglos de historia cristiana, los creyentes alimentaron su vida espiritual principalmente a partir de la vida litúrgica. Aunque es verdad que, según afirma el Concilio Vaticano II, “la participación en la sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual”7, hoy como ayer, sólo abrevando de las fuentes de la liturgia como manantial de la gracia, es posible la vida espiritual. ¿Por qué? Porque “[…] a través de la liturgia, principalmente a través de los sacramentos, nuestra vida se injerta en la vida misma de Dios?”8 pues, mediante “[…] la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención”9 que llevó a cabo mediante su encarnación, pasión, muerte, resurrección y ascensión a los cielos. No en vano, el Concilio Vaticano II subrayó que “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”10. 5 G. GRESHAKE, Ser sacerdote hoy. Teología, praxis pastoral y espiritualidad, Sígueme, Salamanca 2003, 348. 6 J. J. FLORES, Traducir en la vida el misterio pascual. Apuntes para una espiritualidad litúrgica, Paulinas, Madrid 1992, 11. 7 CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, núm. 12. 8 C. JEAN-NESMY, Espiritualidad del año litúrgico, Herder, Barcelona 1965, 18. 9 Catecismo de la Iglesia católica, núm. 1069. 10 Sacrosanctum Concilium, núm. 10. 3 3. La espiritualidad litúrgica Podemos afirmar con Salvatore Marsili que la liturgia “[…] es la fuente y el método de la espiritualidad propia y original de la Iglesia […]”11porque nos pone en comunión directa con el mismo Dios. Ahora bien, Si la espiritualidad es comunión con Dios y la liturgia es fuente primaria de esta comunión con Dios, entonces la participación en ella requiere de una espiritualidad propia, es decir, de una espiritualidad litúrgica, que, en términos generales puede definirse como las disposiciones y actitudes que el creyente necesita para vivir consciente, fecunda y activamente las celebraciones litúrgicas, de modo que su participación en ellas lo configure cada vez más con el misterio pascual de Cristo y esa configuración se manifieste en la totalidad de su existencia. En esta misma línea, un notable benedictino, de incuestionable experiencia y autoridad en materia litúrgica, define la espiritualidad litúrgica de la siguiente manera: […] la actitud complexiva del cristiano espiritual con la cual él construye, en la fe, toda su vida, humana y espiritual, en torno a la celebración de los misterios de Cristo, en la participación activa en la liturgia de la Iglesia. Así, él participa de la acción salvífica de Cristo, es modelado en virtud de la gracia divina, sobre la propia imagen primordial para obtener de aquí los criterios que informen toda su existencia12. Así las cosas, el desarrollo y asimilación de una auténtica espiritualidad litúrgica, constituye un elemento sustancial en la vida de fe y en el crecimiento espiritual del cristiano. Es más, así como la vida espiritual fenece sin la participación litúrgica, también la vivencia misma de las celebraciones litúrgicas se debilita y se empobrece cuando faltan en el creyente las disposiciones adecuadas para vivirla en la plenitud del Espíritu. Bástenos por ahora estas notas generales. Los rasgos, valores y actitudes concretos que integran la fisonomía de la espiritualidad litúrgica se especificarán más adelante, al llegar a la parte en la que se abordará el tema nuclear de estas consideraciones, a saber: María como modelo de espiritualidad litúrgica. 11 S. MARSILI, “Principi di spiritualità liturgica”, en: I segni del mistero di Cristo. Teologia liturgica dei sacramenti, Roma 1987, 505. 12 B. NEUNHEUSER, “Spiritualità liturgica”, en: Nuovo Dizionario di liturgia, Paoline, Milano 1983, 1337-1338. 4 4. Significado y rasgos esenciales de la espiritualidad mariana ¿Qué podemos entender por espiritualidad mariana? Espiritualidad mariana significa imprimir a nuestro estilo de vida y al modo de relacionarnos con cada una de las personas de la Santísima Trinidad y con los seres humanos, el estilo y las virtudes propias de María, quien es “[…] el perenne modelo y la figura de la fe eclesial”13 y el “arquetipo de la correspondencia del hombre a la gracia divina”14. En María “el cristiano encuentra un espejo para volver a conquistar su identidad y para acortar la distancia existente entre su realidad y el proyecto de Dios sobre él”15. Acoger a María en el corazón debe significar una apertura al don de Dios que nos ayuda a hacer cada vez más maduro y perseverante nuestro amor hacia Él. Ahora bien, las actitudes interiores y virtudes principales que constituyen el “perfil” espiritual de María, y cuya imitación constituye un camino seguro de santidad y configuración progresiva con la imagen del Hijo de Dios, son: la pureza de corazón, la acogida y obediencia al proyecto divino (la obediencia de la fe), la actitud orante y contemplativa, la escucha de la Palabra, el temor de Dios (Lc1, 29. 50), la conciencia de la propia fragilidad (Lc 1, 52), el sentido de la justicia (Lc 1, 53), la cercanía y solidaridad con el pueblo de Dios (Lc 1, 52-55), la alegría (Lc 1, 28. 47), la confianza en las promesas de Dios fiel y misericordioso (Lc 2,19; 2,51), el servicio desinteresado y un largo etcétera16. Según lo dicho, María Santísima no es sólo modelo en el “hacer”, sino en el “ser”, pues aquello que la Madre del Salvador hace, brota espontáneamente de lo que es y de aquello que vive y experimenta en profundidad: su vinculación estrecha con cada una de las personas de la Santísima Trinidad. En definitiva, dirigir el pensamiento a la Madre del Señor para descubrirla como modelo de espiritualidad, significa para el creyente atender, desde lo más hondo del propio ser, a las últimas palabras que se escuchan de labios de la Virgen en los Evangelios, y que pueden considerarse como la síntesis de su vida como creyente, y al mismo tiempo, su testamento espiritual para los hombres: “Hagan lo que Él les diga”(Jn 2,5). 13 JUAN PABLO II, Carta encíclia Redemptoris Mater, 42, en: AAS 79 (1987). J. L. BASTERO, Op. Cit., 21. 15 S. DE FIORES, “María” en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Paulinas, Madrid 1991, 1173. 16 Cf. Íbid., 1161. 14 5 5. María, modelo de espiritualidad litúrgica El perfil espiritual que hemos delineado sobre Aquella, “[…] que en la Santa Iglesia ocupa el lugar más alto después de Cristo [pero también] el más cercano a nosotros”17: María, estaría incompleto si no considerásemos que en sus actitudes espirituales la Iglesia encuentra un modelo eminente de espiritualidad litúrgica. Llegados a este punto, se hace necesario volver sobre dos tópicos ya abordados a lo largo de la presente exposición: el concepto de espiritualidad litúrgica y las notas esenciales de la espiritualidad mariana. Un análisis cuidadoso de ambas temáticas, la especificación de las características que conforman la espiritualidad litúrgica y el esfuerzo por evidenciar los puntos de convergencia entre esta última y la espiritualidad mariana, pondrán de manifiesto que en las actitudes espirituales de María Santísima, es decir, en su completa disposición a la voluntad del Padre, al misterio de Cristo y a la acción del Espíritu Santo, la Iglesia, de quien la Santa Theotokos es modelo, Madre y miembro eminente, encuentra un prototipo egregio de espiritualidad litúrgica y la cátedra más perfecta donde se aprende a invocar y rendir culto al Dios Uno y Trino, “en espíritu y en verdad”(Jn 4,23). El método a seguir será simple: iré enunciando las características más sobresalientes de la espiritualidad litúrgica y a la par, intentaré ir mostrando cómo la figura de María ilumina y encarna cada una de tales características. a) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad de la obediencia de la fe Sólo a través de la fe, infundida por Dios como virtud teologal en el bautismo, y asumida libremente por el cristiano como opción fundamental, el mismo Dios otorga la capacidad para creer con firmeza que en la liturgia Cristo renueva continuamente la obra de la redención. Por eso, en la participación litúrgica se hace realidad aquello que Santo Tomás de Aquino dice en la Secuencia de Corpus Christi, refiriéndose, concretamente, a la Eucaristía: “Lo que no comprendes y no ves, lo atestigua una fe viva, fuera de todo el orden de la naturaleza. Lo que aparece es un signo: esconde en el misterio realidades sublimes”. Ahora bien, como indica San Ambrosio de Milán18, el itinerario de fe de la Madre de Dios constituye para el cristiano “un paradigma de la fe cristiana” que se requiere, en este caso, para vivir las acciones litúrgicas, que necesariamente implican un abandono libre, pero total y sin reservas, a Dios que se revela y se hace presente en el misterio celebrado. 17 18 CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 54. S. AMBROSIO DE MILÁN, Hom. in Lc 26. 6 La expresión: “Feliz aquella que ha creído” (Lc 1,45), con la que Isabel se dirige a María en el momento de la visitación, puede resumir la actitud interior más profunda de la virgen como creyente. “De hecho, es propiamente en la luminosa oscuridad de la fe, cuando la Virgen hace su primera aparición en el Evangelio, en el momento de la anunciación, en el cual es invitada por Dios a pronunciar aquel fiat que la colocó en el camino de la voluntad divina, la cual se encargará de trazar para ella un camino hecho de abandono, de confianza, de dedicación y de colaboración al designio de salvación”19. Este acto de obediencia de la fe, “[...] por ser total y sin reservas, comportaba, de parte de María, el ‘pleno obsequio del intelecto y de la voluntad’ (Dei Verbum 5). Tal era el significado de su fiat, que brotó desde lo profundo del corazón […] con toda la riqueza de su interioridad y oblatividad”20. De esta obediencia de la fe, de este fiat de la Virgen María, es necesario aprender, a fin de vivir la liturgia en esta misma dinámica de fe y con la confianza frente a Dios que interpela nuestra fe en la celebración de los misterios santos. b) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad celebrativa y sacramental, pues se nutre, en primer lugar de la participación activa, consciente, viva y orante de las celebraciones mismas, encontrando en ellas, prioritariamente a través de los sacramentos, un medio privilegiado para la comunión con Dios y el crecimiento en la fe. María, como virgen oferente en el templo de Jerusalén y al pie de la cruz, íntimamente unida al misterio de su propio Hijo, da cuenta de lo que significa la comunión con Dios en Cristo por la fuerza del Espíritu y nos enseña las actitudes para celebrar el misterio de Aquel a quien llevó en su seno, recibió inerte al pie de la cruz y contempló resucitado y glorioso. c) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad trinitaria, pues abre al bautizado al misterio y al contacto con cada una de las personas de la Santísima Trinidad. A este respecto, María, en razón de su maternidad divina, se encuentra íntimamente vinculada con cada una de las personas de la Santísima Trinidad. Si bien es cierto que María fue elegida libre y gratuitamente por el Padre para ser tabernáculo purísimo de Aquel que es “el resplandor de su gloria y la impronta de su ser (Hb 1,3)”, también es verdad que en María Dios encontró un corazón completamente abierto a su voluntad y designio salvíficos, por lo cual, según afirma San Agustín, “Ella, llena de fe, concibió a Cristo en su mente antes que en su seno”21. 19 L. GAMBERO, “Itinerario di fede della Madre del Signore (RM 12-19)”, en: Seminarium 1987/ 4, 501. Ídem. 21 SAN AGUSTÍN, Sermón 215, 4: PL 38, 1074. 20 7 Esta estrecha vinculación de María con la Trinidad es cantada por la piedad popular a través de epítetos engalanados con una noble simplicidad, pero al mismo tiempo, con profundo significado teológico: “Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo; Templo, Trono y Sagrario de la Santísima Trinidad”. “Dado que la estructura teológica fundamental de la vida cristiana, de la ‘vida en el Espíritu’, está constituida por la participación ad extra en el dinamismo trinitario[…]”22, entonces, a la escucha de María es posible aprender a vivir cada celebración litúrgica como un momento privilegiado para profundizar en la intimidad con cada una de las Personas de la Santísima Trinidad. d) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad cristocéntrica y, por lo tanto, pascual, puesto que “lo que celebra la liturgia es siempre el misterio de Cristo desde su encarnación hasta su pasión, muerte, resurrección y ascensión a los cielos y se orienta a la participación y configuración existencial del cristiano con el misterio pascual de Cristo que ella celebra. ¿Qué ser humano podría estar más cerca y en comunión más estrecha con la vida y el misterio pascual del Verbo de Dios hecho carne, sino Aquella en quien este Verbo tomó la condición humana? Pero María no sólo lo concibió y llevó en su seno virginal a Cristo, sino que la totalidad de su existencia permaneció en íntima unión con el misterio de su Hijo. Desde esta perspectiva, María es para la Iglesia, un paradigma de espiritualidad pascual y por lo tanto, litúrgica, según afirma bellamente Luigi Gambero: Si es verdad que la espiritualidad cristiana es una espiritualidad pascual, la Virgen santa está inserta en esta espiritualidad, porque el mismo misterio pascual de Cristo tiene sus premisas carnales en el seno de María. Además, la totalidad de la existencia espiritual de la virgen se configuró por la participación en el misterio pascual de su Hijo23. e) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad pneumatológica¸ pues la fe y la participación activa en los misterios que la liturgia celebra sólo es posible mediante la docilidad a la acción transformante y vivificadora del Espíritu Santo. María es la Virgen completamente dócil y disponible a la acción del Espíritu Santo. No sólo porque por la acción de Aquel que en la anunciación “la cubrió con su sombra”, concibió en su seno al Unigénito del Padre, sino también porque la totalidad de su itinerario terreno fue una existencia “pneumatizada”, 22 L. M. PÉREZ RAYGOZA, Servidor y testigo del Espíritu: identidad y misión del padre espiritual de los candidatos al sacerdocio, SEMARO, México 2006, 169. 23 L. GAMBERO, “La spiritualità mariana nella vita del cristiano alla luce della Redemptoris Mater”, en: Marianum 51 (1989), 251. 8 un espejo cristalino de la acción del Espíritu en su alma y de los frutos que la acción de este Espíritu genera en los creyentes dóciles a su acción. Por eso, a la luz del ejemplo de la Madre de Dios, es posible aprender las actitudes interiores necesarias para que, por la apertura a la gracia divina, la participación en los sagrados misterios ayude al creyente a vivir según el Espíritu, lo transforme cada vez más según el modelo de Cristo y haga siempre más evidente su ser “templo vivo del Espíritu Santo”. f) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad bíblica y de la escucha de la Palabra. La Madre del Salvador es la “Virgen en escucha”, la perfecta “oyente de la Palabra” y, por lo tanto, modelo para la Iglesia que escucha, acoge, medita, vive y proclama aquella Palabra que en María se hizo carne”24. Ella, excelsa Hija de Sión, que sobresalió entre los humildes y los pobres del Señor, supo contemplar con fe la intervención de Dios en la historia de Israel, escuchar atentamente la Palabra divina y esperar confiadamente la salvación mesiánica prometida por las Escrituras. Pues bien, sabiendo que, “Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras es Dios mismo quien habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra quien anuncia la Buena nueva”25, la Virgen María, en quien por su obediencia a la Palabra el Verbo se hizo carne, brilla para nosotros como modelo de la escucha atenta, dócil y humilde de la Escritura. Bajo su guía el corazón puede purificarse y disponerse para la escucha silenciosa, y al mismo tiempo activa y fecunda de la Palabra, recibida con espíritu de fe y en comunión con la Iglesia, a fin de que esa Palabra, que es proclamada y anunciada con fuerza particular en la liturgia, sea escuchada, acogida, creída y guardada en el corazón, para convertirse, cada vez más, en sustento y vigor de la fe, “[…] alimento del alma [y] fuente límpida y perenne de vida espiritual”26. g) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad oblativa: La liturgia constituye un momento privilegiado para el ejercicio del sacerdocio bautismal, en comunión con el Sumo y Eterno sacerdote que es Cristo. A través de la liturgia, los cristianos no sólo se unen al ejercicio sacerdotal de Cristo sino que, además, asociados a su sacrificio único, se ofrecen a sí mismos al Señor de la historia y prolongan su ofrenda litúrgica en la inmolación de la propia existencia, vivida en sintonía con el Espíritu, como ofrenda para la alabanza de Dios y en favor de los hermanos. 24 J. CASTELLANO, “(Beata) Vergine María”, en: Nuovo Dizionario di liturgia, Paoline, Milano 1993, 1471. 25 Instrucción general para el uso del Misal Romano, núm. 9. 26 CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, núm. 21. 9 Desde la anunciación hasta Pentecostés, María aparece íntegramente dedicada a Dios y dedicada a los hombres, como “virgen oferente”. Esta realidad se hace patente de modo particular en el fiat de la anunciación (Lc 1,38), en la presentación de Jesús en el templo (Lc 2,22-35) y en el Calvario (Jn 19,25-27). Es precisamente en el Calvario donde el fiat pronunciado en la anunciación alcanza su culminación, pues ahí María ofrece a Jesús y se ofrece a sí misma, juntamente con la ofrenda de su Hijo, al Padre por la redención del género humano: La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima27. Por eso, de María, al pie de la cruz, es posible aprender a transformar la vida entera en una ofrenda continua agradable al Padre, teniendo como modelo y nutrimento, la participación profunda e intensa en el sacrificio único del Hijo de Dios que se renueva todos los días sobre el altar h) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad eclesial y de comunión María es la Virgen Madre que, habiendo concebido en su seno a la Palabra eterna del Padre, cooperó también activamente al nacimiento de la Iglesia, pues su maternidad con respecto a Cristo se prolonga en la Iglesia, que es el cuerpo místico de su Hijo. Sobre este particular, el papa Juan Pablo II, sostiene que “en la economía de la gracia, actuada por la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la Encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén”28. De María, que al pie de la cruz aceptó la adopción filial de los hijos que nacerían del costado abierto del Salvador, y en Pentecostés permaneció en actitud orante en favor de la Iglesia naciente, implorando para los creyentes el don del Espíritu Santo, aprendemos a vivir en el amor y la comunión con la Iglesia. Este espíritu eclesial, que tiene múltiples manifestaciones, debe hacerse patente cuando participamos en la liturgia, pues ella es celebrada por la Iglesia, con la Iglesia y en la Iglesia. En el ámbito litúrgico, la comunión con la Iglesia ha de manifestarse particularmente en dos aspectos esenciales: 27 28 Lumen Gentium, 58. JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris Mater, 24. 10 1) En las celebraciones mismas, realizadas con el máximo respeto por el espíritu y el modo concretos con los cuales la Iglesia desea que se celebren; modo que se expresa en las normas litúrgicas, cuyo contenido teológico manifiesta aquello que la Iglesia cree respecto al misterio celebrado. 2) En la inamovible convicción de que es sólo en la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, en donde se manifiesta toda identidad cristiana. A la luz de María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, aprendemos que: […] La liturgia viene a ser la fuente y el alma de una espiritualidad que, además de evitar el peligro de un intimismo y de un individualismo exasperados, anda a la búsqueda de una relación con Dios que comprenda en un único vínculo de solidaridad la relación con los hermanos y con toda la realidad creada”29. i) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad orante y contemplativa porque profundiza en aquello que celebra y lo asimila en el silencio, en la adoración y en la oración que contempla reverente el misterio celebrado. María es la Virgen orante y contemplativa que, escucha con atención amorosa y reverencial la Palabra de Dios, contempla su cumplimiento en la historia y experimenta en sí misma las maravillas del Señor. El espíritu de oración la conduce a abrirse al misterio de su propio Hijo, que paulatinamente descubre y comprende, abriendo su corazón, su entendimiento y su voluntad frente al misterio que la sobrepasa. El Espíritu de oración y contemplación la lleva también a permanecer incólume en su peregrinación de la fe y firme en la esperanza, incluso cuando debe enfrentarse a las horas amargas de sufrimiento. Sobre este tema, la afirmación que el evangelista san Lucas hace sobre ella después de la visita de los pastores al niño Jesús recién nacido, resultan emblemáticas y cargadas de alto valor espiritual: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). En suma, en el interior de María, el Espíritu Santo suscitó las actitudes que, podemos decir, coinciden con las grandes líneas de la plegaria litúrgica eclesial “que tiene su vértice y su punto de condensación en la plegaria eucarística: la alabanza llena de reconocimiento en el Magnificat (Lc 1,46-55), la intercesión en Caná (Jn 2,1-12) , la súplica por el descendimiento del Espíritu en el cenáculo (Hech 1, 12-14)”30. Así pues, de María podemos aprender a vivir la liturgia con un auténtico espíritu de oración, de adoración profunda a Dios, de reconocimiento y alabanza, de intercesión, de recogimiento y contemplación, profundizando y asimilando 29 E. RUFFINI, “Celebración litúrgica”, en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, Paulinas Madrid, 1991, 212. 30 J. CASTELLANO, Op. Cit., 1471. 11 los misterios celebrados, “guardándolos” también nosotros, en los espacios más íntimos de nuestro ser y “meditándolos en el corazón”. j) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad apostólica, pues el contacto vivo con los misterios divinos enciende y fortalece el ardor apostólico. Quien mediante la participación en la vida litúrgica de la Iglesia crece en la comunión con Dios, no puede sino verse impulsado a transmitir, por una moción casi incontenible, aquello que escucha y experimenta del misterio de Dios. En María tenemos un modelo insigne de espiritualidad apostólica, pues indisolublemente asociada al misterio de su Hijo, es ante todo creyente y discípula. María no sólo fue transfigurada por el misterio pascual de su Hijo (que ella vivió en carne propia y nosotros vivimos mediante la liturgia), sino que, principalmente, sigue invitando a los hombres al seguimiento de Cristo, pero también, a “hacer discípulos”. Más aún, según afirma el capítulo VIII de la Lumen Gentium: […] También en su acción apostólica la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que por medio de la Iglesia nazca y crezca también en el corazón de los creyentes. La virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva31. k) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad de la diaconía La fuerza y la gracia comunicadas por el misterio celebrado, contemplado e interiorizado, ha de expresarse en el compromiso y el servicio fraterno en favor de los demás. María, dice el papa Paulo VI, es modelo para la Iglesia en el ejercicio del culto divino y del servicio caritativo32. Por eso Ella se nos muestra siempre solícita al bien de sus hermanos: la vemos corriendo a las montañas de Judea para ponerse al servicio de su prima Isabel, la vemos intercediendo en Caná por los novios que no tienen vino, la vemos en actitud de súplica en favor de la Iglesia naciente. l) La espiritualidad litúrgica es una espiritualidad escatológica 31 32 Lumen Gentium, núm. 65. PAULO VI, Carta encíclica Marialis Cultus, núm. 16. 12 La liturgia terrena es anticipación, pregustación y prenda de aquello que esperamos vivir y celebrar en la liturgia celestial. Por eso, la liturgia alimenta nuestra esperanza escatológica. María, que supo esperar contra toda esperanza, “brilla en el horizonte de nuestra andadura personal, desde donde nos dice que tal andadura tiene un sentido y un futuro, y que desembocará, según la fe, en la seguridad de una victoria final”33 tal como lo anuncia y preludia la liturgia terrena. Conclusiones “La Iglesia que celebra los misterios divinos debe […] mirar a María como modelo de fe, de esperanza y de caridad, de pureza y de empeño, de perseverancia en la oración”34. Sabiendo que el fiat de María permanece siempre a la base de toda auténtica espiritualidad cristiana, tener a la Madre de Cristo como modelo de espiritualidad litúrgica ha de conducirnos a la celebración, cada vez más consciente, activa, contemplativa y fecunda, de la liturgia, de una “[…] liturgia abierta a las mociones del Espíritu que crea la comunión profunda con Dios y con los hermanos”35, que hace de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre, que nos impulsa al apostolado y al servicio y nos sostiene en la esperanza escatológica. Pero, “El sentido profundo de estos misterios [según afirma bellamente Orígenes] no puede captarlo quien no haya apoyado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no haya recibido de Él a María como a su propia Madre”36. 33 P. FERLAY, María, Madre de los hombres. Orar a María en la Iglesia, Sal Terrae, 1985, 42. J. CASTELLANO, Op. Cit., 1472. 35 Ídem. 36 ORÍGENES, Comm. in Johanem, XIX, 4. 34 13 BIBLIOGRAFÍA BASTERO DE ELEIZALDE, J. L., María, Madre del Redentor, EUNSA, Pamplona, 1995. CASTELLANO, J., (Beata) Vergine María”, en: Nuovo Dizionario di liturgia, Paoline, Milano 1993. DE FIORES, S., “María”, en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, Paulinas Madrid, 1991, 1151-1175. FERLAY, P., María, Madre de los hombres. Orar a María en la Iglesia, Sal Terrae, 1985. FLORES, J. J., Traducir en la vida el misterio pascual. Apuntes para una espiritualidad litúrgica, Paulinas, Madrid 1992. GAMBERO, L., “La spiritualità mariana nella vita del cristiano alla luce della Redemptoris Mater”, en: Marianum 51 (1989), 239-260. GAMBERO, L., “Itinerario di fede della Madre del Signore (RM 12-19)”, en: Seminarium 1987/4, 498-513. GRESHAKE, G., Ser sacerdote hoy. Teología, praxis pastoral y espiritualidad, Sígueme, Salamanca 2003. 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