Khepera: el arte de llegar a ser luz Por Normandi Ellis Explorando la maravilla de la transformación Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Los antiguos egipcios creían que la plena vida creadora se caracterizaba por «el devenir incesante y constante», un acto que atañe a los seres humanos y a los dioses por igual. En otras palabras, no existe el estado estático. Todo es reflujo, flujo y fluidez. Los compositores de canciones contemporáneos Paul Simon y Leonard Cohen perciben los diversos polos de este fenómeno cuando Simon dice por un lado «Todo lo que se une tarde o temprano se disocia»; y Cohen, por otro lado, dice «Existe una ruptura en todo; así es como entra la luz». Todo el poder que alguna vez existió o existirá es accesible para nosotros en el momento presente y ya sea que ese poder se manifieste como un poder degenerativo o generativo, es el pulso del constante poder creador. Para los antiguos egipcios, el escarabajo del estiércol era el símbolo por excelencia de la transformación. Cuando comenzó el universo, Khepera sacó el mundo del abismo obscuro y el dios oculto ATBM exclamó: «Cuando surgí, se hizo la existencia. He devenido en existencia a través de Khepera». Literalmente el texto dice: Kheperi kheper kheperu kheperkuy em kheperu en Khepri kheper. Es un intrincado antiguo juego de vocablos egipcio que usa la palabra kheper para significar «ser», «vivir», «llegar a ser» y «transformarse», así como para indicar al propio escarabajo sagrado. En Egipto, el alba siempre era el primer día del mundo. Al amanecer, la luz y la vida misma surgían de la esfera de estiércol en la que el escarabajo Khepera había puesto sus huevos y había empujado a través del obscuro y pérfido mundo subterráneo durante las doce horas de la noche. El escarabajo sagrado no sólo creaba primariamente el universo y el sol cada mañana del mundo subsecuente, sino que restablecía la vida y la luz para todas las criaturas que habían muerto. Así, el escarabajo del estiércol era asociado con la idea de la resurrección, vivificando lo que una vez estuvo inerte. En los planos cósmico, espiritual y físico el escarabajo scarabeaus Khepera era el principio divino de la transformación. Simbólicamente, el ciclo de vida del escarabajo del estiércol también involucra la idea de las etapas de crecimiento, pues el insecto mismo pasa por una serie de cambios desde la forma de huevecillo a larva, luego a ninfa y así hasta convertirse en escarabajo. El escarabajo pone sus huevos en el estiércol caliente, el que hace girar hasta formar una bola que empuja con sus patas traseras, tal como el jeroglífico ilustra a Khepera empujando el sol inerte a través del mundo subterráneo. La bola es hecha rodar hacia una madriguera subterránea en donde el escarabajo alimenta al insecto en su estado de larva. En veintiocho días la bola seca es empujada entonces hacia afuera de la madriguera y ésta se resquebraja surgiendo de ella el escarabajo alado. El poder transformador de la Naturaleza La metamorfosis de Khepera tiene un propósito determinado, no es fortuita. En el mundo natural, a lo largo de cada día, en cada estación y año tras año, uno observa el poder transformador de la naturaleza. Al amanecer se abren los ondulados pétalos azules de las glorias matutinas. Después de un tiempo de letargo, una brillante mariposa (Antherae poliphemus) se arrastra desde su capullo. En primavera las hojas de los cornejos florecen de color rosa y blanco, se vuelven rojo sangre en el otoño y durante el invierno el nudoso árbol se queda desnudo. Incluso los continentes son abatidos, las montañas se levantan y son erosionadas hasta hacerse colinas, los ríos cambian de curso, los océanos se secan y la tierra seca es inundada. El carbón se comprime formando diamantes. La naturaleza no está estática. La antigua palabra egipcia neter significa «dios» así como «naturaleza». Del mismo modo que los neteres son seres de luz, así la naturaleza es un proceso de transformación de luz, en donde en un sentido físico el principio espiritual de Luz genera el ciclo de vida. Los últimos cristianos coptos de Egipto, quienes siguieron muchas de las tradiciones de sus ancestros, tomaron la antigua palabra kheperi y la transformaron en schphre, que significa «maravilla» y «asombro». Khepera, Ra, Atum Khepera es todas las formas infundidas en luz, vivientes y cambiantes, tanto visibles como invisibles. El Libro de los muertos dice que la potencia transformadora de Khepera es «el germen de cada dios».1 Cuando el sol sale al amanecer como Khepera, la luz se manifiesta como toda la potencialidad. Cuando el sol se pone al anochecer, como Atum, todo es absorción, la luz retrocediendo hacia los reinos ocultos de donde vino. Sin embargo, durante el día, muy alto por arriba de la tierra, el dios del sol Ra es el poder visible que pulsa constantemente, generando energía, calor, fuerza y luz: todos los fundamentos de la vida. Por lo tanto la Luz es un dios trino llamado Khepera-RaAtum. En los umbrales de las puertas que conducen a las tumbas de los faraones del Nuevo Reino de Egipto, uno encuentra la resplandeciente imagen dorada del disco solar. Dentro de este globo hay dos dioses que están de pie: Khepera el escarabajo y Amon con cabeza de carnero, quien, al igual que Atum, es dios del reino oculto. A cada lado de este globo dorado están arrodilladas las grandes diosas Isis y Neftis con sus brazos levantados en señal de adoración. Para entrar a la tumba uno pasa por debajo de esta imagen, moviéndose desde una luz dramática hacia un reino de sombras. La imagen es una de naturaleza de vida Osiriana, de muerte y resurrección. Un antiguo acertijo egipcio tiene a Isis interrogando al sol. ¿Quién eres? pregunta ella, el responde: «Soy Khepera en la mañana, Ra al mediodía y Atum a lo hora de la marea vespertina». Su respuesta se aplica tanto al alma de los dioses como a la de los seres humanos. Es decir, el dice: «Cuando nací, era un ser de potencialidad. A lo largo de mi vida difundí mi luz y poder creador a todas las cosas que toqué, mi trabajo, mi esposa y mis hijos, mi jardín. En la muerte, llevo mi forma de luz al lugar oculto, hacia el reino de Atum. Y, al igual que el sol es llevado por el escarabajo del estiércol Khepera, pasaré a través de la oscuridad hacia una nueva vida, una nueva forma, una nueva resurrección». La imagen de Khepera y Atum con el disco solar de Ra es el equivalente de las afirmaciones cristianas: «Soy Alfa y Omega», el principio y el fin, y «Yo soy la Luz del Mundo». Desde el inicio hasta el final de nuestra vida somos conocidos por muchas personas y por muchos nombres. Nuestro cuerpo crece desde bebés hasta niños que hacen sus pininos, de niño a adolescente, de adulto joven a adulto y así hasta la vejez. Manifestamos muchas facetas diferentes: la de hija o hijo, esposa, padre, amigo, socio, jefe, abuelo, hasta de vengador. Cuando los amantes han estado juntos por cierto tiempo llega un momento en el que se enfrentan en la obscuridad y se preguntan, « ¿crees que me conoces?». Aunque tememos ser vistos por completo (pues eso mostraría nuestros defectos y nuestras virtudes también) de manera simultánea anhelamos ser amados, conocidos y aceptados en todas nuestras diferentes facetas y formas. Del mismo modo los dioses (aunque cambian constantemente de forma a través del panteón egipcio) anhelan ser conocidos. A lo largo de los dos corredores de columnas de la profunda tumba del Faraón Seti I, después de pasar por debajo de la imagen de Khepera-Ra-Atum, se encuentra un texto llamado «La Letanía de Ra». Esta intrigante y casi psicodélica compilación de 74 formas momificadas ilustra las intrincadas y sagradas manifestaciones de Ra. De alguna manera su intención es similar a la del libro sagrado musulmán del Corán el cual afirma que «No hay más Dios que Dios» y sin embargo define a este dios, Alá, mediante 99 hermosos nombres. Esta visión extática y poética de la unidad y la diversidad de Dios nos da una perspectiva de la envergadura de la creatividad del principio universal. En parte, la Letanía de Ra ensalza el gran poder del universo llamándolo: El que es Uno... El Gran Disco... El que da Luz a los Cuerpos... El Abismo Acuoso... El Desintegrado... Señor de los Mundos Ocultos... El que siempre es Uno... El Expulsador... El que hace que las Almas Respiren... Observador... Caminante... El que Llora... Viajero... El Gozoso... Protector de las Almas... El Oculto... Alma Distante... Fe... El Llameante... Renovador de la Tierra...2 Además, Ra también es llamado «El Integrado», en el sentido de que es como Osiris, quien fue separado violentamente y después reconstituido, pero también que sus múltiples partes son una multiplicidad de otros dioses y diosas, tales como Khepera, Amon, Isis, Osiris, Horus, Tefnut, Shu, Atum, Sekhmet, Nut, Geb, y así sucesivamente. En relación a los dioses, Khepera es muy similar al caleidoscopio, puesto que está lleno de vida floreciente en colores múltiples y con sus formas siempre cambiantes, dividiéndose y volviendo a unirse, mientras que su naturaleza esencial permanece igual. En los seres humanos es el alma que se manifiesta en todas las formas. El poder interno del impulso transformador (es decir, el potencial divino) se proyecta como un espacio y lo llena con formas de energía cuya combinación y recombinación constituye el cuerpo del universo. Afuera del complejo templo principal de Karnak se asienta un gran escarabajo de granito, uno de cuatro originales. La estatua custodia la esquina noroeste del lago sagrado y está dedicada al dios sol Atum-Khepera que se autocreó a partir de las aguas primaverales. En la tradición heliopolitana, el Atum-Khepera crea todo en pares: masculino y femenino. De Atum surge Shu, el aire, y Tefnut, el fuego; luego Geb, la tierra, y Nut, las aguas celestiales. De Nut y·Geb nacen los grandes dioses del mito egipcio. Osiris e Isis y Seth y Neftis. Estas cuatro parejas, combinadas con su progenitor autocreado Atum, son la Gran Eneada o El Devenir. El misterio de llegar a ser es el misterio de la trinidad, es decir, la unificación de los opuestos. La trinidad se reconoce en la tradición cristiana como la incorporación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la antigua cultura egipcia los tres simbolizaban la Unidad Que Produce la Diversidad o Uno que se hace Dos, así como la Unificación de los Opuestos o Dos se Hacen Uno. La primera imagen es la del principio cósmico de Individuación y la segunda es la de Hierogamos o Matrimonio Sagrado. La familia divina para los antiguos egipcios es la trinidad de Isis, Osiris y Horus como en el cristianismo es María, José y Jesús. El cuerpo mismo del escarabajo es una forma trina de la trinidad creadora pues su cubierta que forma las alas duras dividida en dos y su tórax, constituyen tres partes distintas del escarabajo. Una vez más, esta es la imagen de Khepera-Ra-Atum. Quizás la razón por la que se eligió un escarabajo como el dios de la creación y no otra criatura más noble, es que éste demuestra que la transformación comienza en los niveles inferiores al igual que alcanza los más elevados. La transformación ocurre en los lugares más inesperados, incluso en una esfera de estiércol. Profundamente escondida en las capas más bajas del ser como Khepera en su madriguera, o en lo alto en las esferas superiores de luz en donde el que se autodivinizó como Ra reside en el día, está ocurriendo una gran revolución. El número nueve o Eneada es pues una vibración superior de tres: es 3 x 3=9. El acto de existir se efectúa sobre tres planos, el del cuerpo, la mente y el espíritu. En el nueve uno alcanza la propia conclusión, o el impulso creador que comenzó en el mundo espiritual se hace manifiesto en idea y después en realidad sobre el plano físico hasta que comienza el ciclo otra vez. Si uno camina alrededor de la circunferencia de ese escarabajo en Karnak nueve veces en oración, se dice que uno recibirá la bendición de la Eneada. Cuando eso sucede se dice que uno ha renacido y surgido «de entre los muslos de los nueve». 3 El potencial creador humano Conforme nacemos y llegamos a existir, salimos de nuestra concha fuera del seno hacia la vida. Sin embargo toda forma de vida es potencialidad, por lo tanto todavía existimos en el huevo incluso ahora. A cada instante, existe una nueva posibilidad, hasta que en la muerte nos encontremos traspasando aún otra barrera, otro caparazón hacia algo desconocido, una nueva vida plena de potencial oculto. Mi amigo cabalista Samuel Avital se enorgullece de llamarse a sí mismo «un humano en constante transformación». Coincido con él en que es más sabio tener en mente la idea de que los seres humanos son parte del proceso de la naturaleza. Todas las lecciones que recibimos de la naturaleza en su infinito flujo y reflujo, son que la vida es crecimiento, cambio y desarrollo. Por necesidad, la idea de transformación denota gran conflicto interno y externo. Las semillas no rompen su cáscara hasta que ésta esta muy ajustada. Los niños no nacen hasta que ya no hay suficiente lugar en el útero para crecer y (por lo menos desde el punto de vista de la madre, después de sentir el pataleo y empuje del bebé) hay mucho enojo y energía en la batalla del bebé para nacer. En este caso, el dolor de la transformación se acepta como temporal y necesario, sin embargo en muchos otros procesos de la vida la batalla es mal acogida. Nos disgusta discutir con nuestra esposa e hijos. No disfrutamos las largas horas que tenemos que trabajar para cumplir con el inminente plazo fijado. Detestamos sentirnos atrapados por nuestras expectaciones y por las de otros. El cambio es especialmente incómodo cuando lleva al extremo nuestras nociones de la verdad, o quebranta nuestras más profundas ilusiones de lo que es. Invertimos mucha energía aferrándonos al pasado, mitigando las penas y tratando de evitar el dolor, energía que podría ser usada en actividades mucho más creativas. Sin embargo la incertidumbre, la duda y el malestar son parte del proceso creativo. Erich Fromm sugiere que es la capacidad para aceptar el conflicto y la tensión que estimula las transformaciones creadoras más grandes.4 Y a pesar de cualquier intención de estar estáticos y permanecer iguales, seremos cambiados. La necesidad de transformar y crear se manifiesta en los actos de Dios, en las formas de Dios y en el Dios que está dentro de todas Sus formas. Al igual que los dioses ocultos, los seres humanos tienen acceso a todas las formas de potenciales transformadores. Sin embargo, se requiere renunciar a cualquier idea propia como una identidad fija y definible. Significa experimentar el propio ser esencial no como una cosa, sino como un proceso. No existe el fin de la existencia. El individuo impaciente pregunta: « ¿Cuándo terminaré con esta transformación?» Y la respuesta es: «Cuando Dios la haya concluido contigo». Lo que uno gana en el proceso transformador es un sentido de potencial humano mayor y el contacto con el propio destino creador. Y para ganar el mundo es necesario que lo individual se pierda en uno mismo. Cuando una persona pierde esa identidad por alguna gracia y sin ningún esfuerzo, él o ella se fusiona con el universo. Ese individuo se hace uno con el mundo circundante. Un antiguo himno egipcio que celebra la muerte y el renacimiento sugiere que la transformación siempre es gozosa: «Me he elevado como se eleva el primitivo; he crecido como las plantas crecen. Soy el fruto de cada dios».5 Esto no quiere decir que debemos aceptar despreocupadamente cualquier cosa que se encuentre en nuestro camino. Nuestros caminos están salpicados con obstáculos y debemos encontrar la forma de superarlos, sobrepasarlos o abrirnos paso a través de ellos. Anhelar y ansiar algo más es la semilla de la transformación creadora. Es la función del deseo natural, el hueco en el corazón que nada puede llenar (ningún amor, hijo, madre, idea, chuchería, juguete o experiencia) que hace que uno se mantenga en el sinuoso, maravilloso y tortuoso sendero que nos conduce de regreso hacia Dios. Notas: 1 The Egyptian Book of the Dead, (El Libro Egipcio de los Muertos) Capítulo 83, ref. E.A. Wallis Budge, Gods of the Egyptians (Dioses de los Egipcios) (New York: Dover, 1969), Vol. 2, p. 371. 2 Alexander Plankiff, The Litany of Re (La Letanía de Ra) (New York: Pantheon Books -Bollingen Series, 1964), XL-4, p.13. 3 Lucie Lamy, Egyptian Mysteries: New Light on Ancient Spiritual Knowledge (Misterios Egipcios: Nuevos conocimientos acerca del Antiguo Conocimiento Espiritual) (New York: Coross-roads Publishing, 1981), p.9. 4 Erich Fromm, «The Creative Attitude», (La Actitud Creativa) en Creativity and Its Cultivation (Creatividad y su Cultivo) (New York: Harper & Row, 1959), p.55. 5 The Egyptian Book of the Dead, (El Libro Egipcio de los Muertos) Capítulo 83, ref. Manfred Lurker, The Gods and Symbols of Ancient Egypt (Los Dioses y Símbolos de los Antiguos Egipcios) (London: Thames and Hudson, 1974), p. 74.