DEMONIO MUÑOZ, Francisco A. y LORENTE LINDES, Marcelo Diablo, ÁNGEL rebelde. Ser malo, terrible, travieso o muy listo, con gran ingenio y agudeza para las maldades. Define y orienta las «malas» acciones, las prácticas antisociales. Familiarmente ser muy inquieto o travieso, o muy juerguista. La creencia en el demonio se encuentra muy extendida en todas las religiones y cosmovisiones antiguas, por ejemplo en Mesopotamia, en Irán, donde se creía en la existencia de dos principios contrapuestos: el principio del bien Ormuz y el del mal representado por Ahriman, en la mitología egipcia se puede reconocer la presencia de espíritus buenos y de maléficos encargados de castigar a los seres humanos. En el Antiguo Testamento no aparecen claramente nombrados, al contrario que en el Nuevo Testamento, en el que aparecen con cierta profusión. Es escasa la información que se nos da en los libros sagrados acerca de los demonios, salvo un pasaje en el que Jesús le llama «padre de la mentira y homicida desde el principio». Pedro lo califica de «león rugiente» que «anda buscando a quién devorar». Con el nombre de demonio se conoce el príncipe de los ángeles caídos, también denominado como diablo y Satanás, con el significado de «calumniador» y «adversario» respectivamente. En la antigua Grecia (daimôn, dios, diosa, divinidad inferior) significaba, en su sentido más general, fuerza o potencia divina y, en el restrictivo, divinidad de tipo inferior, representando un estadio entre los hombres y los dioses. Eran seres que habitan normalmente en los aires y su naturaleza positiva o negativa viene determinada por sus obras. Los antiguos creían que todos desde que nacemos somos dotados por un daimon interior que es el encargado de orientarnos a través de los avatares de nuestra vida. Los romanos perpetuaron la creencia, pero lo llamaron «genio» (genius). En este sentido han de entenderse las afirmaciones de Sócrates acerca de su «demonio interior», que a modo de conciencia moral le dictaba aquello que era bueno y justo moralmente. La propia lengua griega refleja estas creencias, hasta el punto de que la palabra utilizada para designar a la persona feliz kakodaimôn, significa ser influenciado y regido por un buen daimôn; por el contrario, el infeliz era aquél que no tenía un buen demonio rector. A finales del siglo II d. C. los cristianos consolidaron definitivamente el término sirviéndose de él para referirse a los ángeles rebeldes arrojados de los cielos, con lo que los demonios adquirieron el significado de ente malvado con el que lo conocemos hoy en día. En cuanto a las razones aportadas para su expulsión de la corte de ángeles, como la Biblia no aportaba gran cosa en cuanto a la naturaleza del pecado cometido, los padres de la iglesia se dividieron entre quienes lo atribuyeron a un pecado de soberbia y quienes lo entendieron como castigo a los celos. El calificativo de demonio también se ha empleado en sentido figurado en contextos no religiosos, especialmente como el ser que da los «malos» consejos y orienta las «malas» acciones en terreno familiar y social. También se encuentran ejemplos en el mundo de la política, así algunos gobernantes recibieron su nombre, como Felipe II al que los turcos llamaban «demonio negro del medio día»; más recientemente, en época contemporánea se le ha empleado con profusión como medio de descalificación, en este sentido durante la Guerra del Golfo, el líder de la nación irakí señaló al presidente norteamericano Buh como «Satán». En este sentido la «demonización» o «satanización» del adversario, en una dicotomía de BUENOs y malos, ha servido de recurso en política para desacreditar al oponente y fortalecer la propia posición moral. Se utiliza también como locución de sorpresa, disgusto o frustración (¡ cómo demonios! ¡qué demonios!) BIBLIOGRAFÍA: FORTEA, José Antonio (2002) Daemoniacum, Barcelona. SAYÉS, José Antonio (1997) El demonio. ¿Realidad o mito?, Madrid. BURTON RUSSELL, Jeffrey (1995) El diablo: percepciones del mal desde la antigüedad hasta el cristianismo primitivo, Madrid. FAM - MLL