DERECHO CANÓNICO Wenceslao Calvo (11-03-2011) © No se permite la reproducción o copia de este material sin la autorización expresa del autor. Es propiedad de Iglesia Evangélica Pueblo Nuevo Derecho canónico es el nombre de la suma total de las leyes de la Iglesia. Definición y discusión general Colecciones de cánones y decretales Primera codificación Antiguas colecciones occidentales Colecciones por países Sistematización posterior Precursores de Graciano Graciano Colecciones de decretales Antes de Gregorio IX Colección de Gregorio IX Suplementos Corpus Juris Canonici Definición y discusión general. En tiempos modernos las diferencias entre las diversas Iglesias han producido una variación del derecho, ya que el mismo surge en primera instancia del desarrollo de la conciencia eclesiástica, por lo que es posible hablar de un derecho canónico católico y otro protestante. Aunque la expresión derecho canónico se usa comúnmente en relación a la Iglesia católica, no es totalmente coextensiva o idéntica con el derecho de ella, sino que designa más bien el contenido del Corpus juris canonici, en contraste con las posteriores regulaciones basadas en las decisiones del concilio de Trento, los concordatos y las bulas de circunscripción del siglo XIX y los concilios Vaticano I y II. Todo ello en muchos particulares ha modificado o sustituido al antiguo derecho, hasta el punto de que se ha hecho necesaria una nueva codificación de la masa completa de lo promulgado. El derecho canónico, en el sentido así asignado al término, contiene un gran número de regulaciones pertenecientes a materias que, de acuerdo a las modernas constituciones, han sido retiradas de la jurisdicción eclesiástica y puestas bajo los tribunales seculares ordinarios. Esas provisiones han cesado de ser operativas. Incluyen las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el estatus legal de los herejes, la jurisdicción eclesiástica, etc. Ciertamente la Iglesia católica todavía mantiene en teoría la permanente validez de esas promulgaciones y pretende que tienen el mismo preeminente poder e independencia del Estado como el que poseían en la Edad Media. Sin embargo, desde la Reforma y el surgimiento de las nacionalidades modernas el principio de la unidad de jurisdicción y la autoridad del derecho han demostrado ser irreconciliables con esas pretensiones. La libertad e independencia concedida a la Iglesia en el ordenamiento de sus propios asuntos internos en ninguna manera supone la absoluta supremacía y validez del derecho canónico cuando entra en conflicto con el derecho civil, ni libera a las autoridades eclesiásticas de sus responsabilidades y su obediencia al Estado, pues la libertad de la Iglesia, como cualquier otra libertad en el mundo moderno, es una libertad dentro de los límites de la ley. Pero mientras la Iglesia católica apela a la misión divina y a derechos inalienables en apoyo de su protesta contra esas limitaciones y ha provocado ocasionalmente serios conflictos al insistir en su posición en este asunto, el protestantismo desde el mismo principio maneja una idea mucho más restringida de la extensión de las operaciones eclesiásticas y de la autoridad de su propia ley, trabajando a veces, donde está establecido, directamente con el Estado, pero siempre sometiéndose sin cuestionar las ordenanzas civiles. La diferencia se de coros de la universidad de Salamanca. aprecia deSala nuevo en el hecho de que mientras el catolicismo reconoce sólo una Iglesia, y por lo tanto un único del siglo XVI derecho eclesiástico,Anónimo el protestantismo, aunque sosteniendo que su propia interpretación de la fe cristiana es la verdadera, no pretende la jurisdicción exclusiva sobre todas las criaturas y concede a los diversos organismos que forman una unidad indivisible el derecho a tener su propia acción independiente en asuntos de legislación. El derecho canónico, resultado del desarrollo de la Iglesia, descansa sobre la ley positiva y el intento de construir un derecho eclesiástico natural sobre principios racionales debe fracasar necesariamente, al establecer ideas arbitrarias y subjetivas en lugar de los datos positivos de la historia de la Iglesia. Por otro lado, un tratamiento filosófico del derecho eclesiástico es de gran importancia. Abarca en su totalidad los principios fundamentales sobre los cuales ha tenido lugar el actual desarrollo, siendo correlativos con ellos las concepciones y principios objetivos de la Iglesia misma y en esta forma descubre no sólo los errores y desviaciones, sino la inevitable tendencia y dirección de ese desarrollo. En tiempos modernos, por la delimitación de la frontera entre la Iglesia y el Estado, la duda se ha centrado en la independencia de la ley eclesiástica como si no pudiera haber ley sin la acción del Estado y lo que es aprobado como ley aparte de esta acción fuera sólo una norma ética, no jurídica. Sin embargo, la ley del Estado, en su esencia, es un producto no tanto del Estado sino de la conciencia nacional de lo que es justo y realmente precede más que sigue a la operación del Estado; sus normas no tienen que esperar para ser sancionadas a que el Estado declare su disposición a imponerlas mediante castigos. La Iglesia como un orden moral distinto está cualificada para regular y desarrollar sus propias funciones e instituciones internas por su propia moción. Es verdad que hasta recientemente las iglesias protestantes han estado grandemente organizadas, especialmente en Inglaterra y Alemania, por la legislación secular; pero este estado de cosas es realmente anómalo, no correspondiéndose a la idea y significado esencial de la Iglesia. El resultado del estado de cosas moderno ha sido en la mayoría de los casos dejar a la Iglesia libre para que desarrolle independientemente su propio sistema, sin la necesidad de ningún permiso especial de privilegio por parte del Estado para dar a tales regulaciones la fuerza de ley dentro de la Iglesia. Sus miembros saben que están ligados al cumplimiento de tales ordenanzas porque lo han llegado a ser de una manera legal y regular, siéndolo hasta donde no son rechazados en la misma manera. Esta obligación no es un mero asunto de conciencia, sino que descansa en el fundamento de la ley positiva, porque las normas de acción impuestas por ella son la expresión de la voluntad de la Iglesia en su capacidad corporativa. Tampoco le faltan a la Iglesia medios para imponer la obediencia por la retirada de bendiciones que sólo ella está capacitada para impartir e igualmente capacitada para retener. Según la concepción protestante la fuerza vinculante de las regulaciones eclesiásticas es en gran medida dependiente de la voluntad del individuo para ser y permanecer como miembro de la comunidad eclesiástica. Colecciones de cánones y decretales. En los primeros tres siglos el término canon se aplicó a la norma de vida recta aceptada en la Iglesia, apoyándose parcialmente en la tradición escrita y parcialmente en la oral. Cuando los sínodos, especialmente los generales, se convirtieron en agentes principales del desarrollo de la vida eclesiástica, sus decisiones sobre cuestiones prácticas fueron también conocidas como cánones; aunque este nombre no se aplicó usualmente a los decretos de los sínodos locales hasta el siglo sexto, su inclusión en las grandes y ampliamente difundidas colecciones les había dado una posición y una autoridad en una medida análoga a la de los concilios ecuménicos. Con el desarrollo del poder primado del papa, el nombre comenzó a principios del siglo noveno a aplicarse también a sus decretos, y finalmente su uso se extendió en la terminología medieval a cualquier ley eclesiástica. Las colecciones de cánones estuvieron constituidas al principio por los decretos de los concilios y los papas; posteriormente incluyeron colecciones, en adición a éstos, de extractos de los Padres, de las cartas y regulaciones de los obispos, de la Escritura e incluso de la ley romana, capitulares francas y ordenanzas de los emperadores germanos. El concilio de Trento empleó la palabra exclusivamente para proposiciones dogmáticas formuladas en forma jurídica y seguidas de un anatema. Primera codificación. Durante la primitiva era de la Iglesia, cuando su constitución y disciplina descansaba simplemente sobre los preceptos de Cristo y los apóstoles y los nuevos problemas que posteriormente harían la vida cristiana más complicada no habían surgido todavía, no hubo necesidad de una codificación de leyes. No es difícil demostrar que los denominados Constituciones y Cánones Apostólicos son el producto de una época posterior. La formulación sistemática de la ley comenzó con la organización de la Iglesia y la celebración de sínodos. La primera mención de un Codex cannonum se halla en las actas del concilio de Calcedonia (451), en el que se leyeron ciertos cánones de una colección en la asamblea. Estos, aunque numerados consecutivamente en la colección, se pueden identificar con los seis de Nicea (325) y el cuarto, quinto, decimosexto y decimoséptimo de Antioquía (332). Esta colección, por tanto, parece haber contenido los cánones de varios concilios, comenzando con los veinte de Nicea y acabando posiblemente con los de Antioquía, incluyendo entre esos veinticinco de Ancira (314), catorce de Neocesarea (314) y veint de Gangra (c. 365). Indudablemente hubo otras colecciones conocidas en este periodo; una, que es todavía reconocible en la antigua versión latina occidental, que omitió los cánones de Antioquía; otras que incluyen los de Laodicea (entre 347 y 381), Constantinopla (381) y Calcedonia (451); y todavía otras que tuvieron también los de Sárdica (347) y Éfeso (431). Sin embargo, no hay base para la suposición de que o bien la colección leída en el concilio de Calcedonia o cualquier otra de esas colecciones tuvieran un carácter oficial. Antiguas colecciones occidentales. De los cánones griegos, sólo los de Nicea fueron al principio aceptados en el oeste y los de Sárdica en el latín original. Sin embargo, a principios del siglo quinto hubo colecciones también de cánones griegos en una versión latina, por los que los decretos orientales gradualmente adquirieron autoridad. De los tales merecen especial atención tres: (1) La versión Isidoriana, incorrectamente así denominada porque se halla en la gran colección atribuida durante mucho tiempo a Isidoro de Sevilla, es la más antigua. Parece haber incluido originalmente sólo los cánones comprendidos en la colección griega más antigua, a la que se añadieron posteriormente los de Antioquía, Laodicea y Constantinopla. Probablemente fue hecha en Italia; su fecha no puede ser determinada, pero su versión de los cánones nicenos fue conocida en la Galia ya en 439. Se publicó primero en 1675 por Paschasius Quesnell, de un manuscrito de Oxford en una colección al parecer hecha en la Galia a finales del siglo quinto. (2) La Versio prisca, hecha en Italia en la segunda mitad del siglo quinto, contiene los cánones de Ancira, Neocesarea, Nicea, Antioquía, Gangra, Constantinopla y Calcedonia, haciéndose uso frecuente de la misma por la terminación de la versión Isidoriana y por otras colecciones, especialmente la italiana. Fue publicada primero por Justeau en la Bibliotheca juris canonici de un manuscrito imperfecto, que luego fue precisado por los hermanos Ballerini. (3) Las colecciones que hizo Dionisio el Exiguo, probablemente en Roma a finales del siglo quinto y revisadas a principios del sexto. Contienen cincuenta "cánones apostólicos"; los de Nicea, Ancira, Neocesarea, Gangra, Antioquía, Laodicea y Constantinopla de una colección griega; otros veintisiete de Calcedonia en una nueva versión; veintiuno de Sárdica en el latín original y las actas del sínodo de Cartago (419). Algo posteriormente, probablemente bajo el papa Símaco (498-514), Dionisio hizo otra colección de todos los decretos de los papas que le eran conocidos, incluyendo los de Siricio, Inocencio I, Zósimo, Bonifacio I, Celestino I, León I, Gelasio I y Anastasio II. De una tercera colección hecha por orden del papa Hormisdas (514-523), que contenie el texto original de los cánones griegos con una versión latina, sólo existe el prólogo. Sin embargo, los dos primeros combinados en uno, pronto adquirieron consideración preeminente; Casiodoro († 536) dice que fueron universalmente preferidos en la Iglesia romana de su tiempo; se usaron en África, la iglesia franca, España, Inglaterra e Irlanda. Fueron complementados en el curso del tiempo por las decretales de Hilario, Simplicio, Félix, Símaco, Hormisdas y Gregorio II. Un códice ampliado de esta manera fue presentado por Adriano II a Carlomagno en 744; éste fue tomado, según las Capitulare ecclesiasticum de 789, como base de las capitulares francas y probablemente sancionado en el sínodo de Aachen en 802 como el código oficial de la Iglesia franca. Colecciones por países. Las colecciones canónicas del período posterior se pueden agrupar más convenientemente bajo sus respectivos países. En África la disciplina se apoyó primeramente en los decretos de los concilios locales, dando peso especialmente al sínodo de Cartago en 419, a cuyas actas fueron incorporadas las de los sínodos celebrados bajo Aurelio desde 393. Esos son los cánones incluidos, aunque imperfectamente, en la colección de Dionisio; posteriormente fueron traducidos al griego y recibidos en las colecciones orientales. De otras colecciones africanas sólo dos requieren mención especial, la hecha antes de 546 por Fulgencio Ferrando, un diácono cartaginés, bajo el nombre de Breviatio canonum, conteniendo algunos de los cánones griegos en la versión Isidoriana y los cánones africanos hasta 523 y el Concordia canonum, compilado c. 690 (?) por Cresconio, posiblemente un obispo. España tuvo sus colecciones de cánones y decretales en el siglo VI, como se muestra por las actas del concilio de Braga en 563 y el tercero de Toledo en 579. La implantación del orden y la disciplina exigía una codificación más completa, elaborándose una gran colección en el cuarto concilio de Toledo (633). Mediante adiciones posteriores adquirió la forma en la que se imprimió posteriormente (Madrid, 1808). Su primera parte o parte conciliar contiene los cánones griegos encontrados en la versión Isidoriana, los de Sárdica, los del tercer concilio de Constantinopla (681) y dos cartas de Cirilo bajo el nombre del concilio de Éfeso; nueve concilios africanos; dieciséis concilios galos, de 314 a 549 y treinta y seis españoles, desde 305 (?) a 694. En esta última división, hasta los cánones del segundo concilio de Braga, se añade una colección hecha por Martín, arzobispo de Braga, nativo de Panonia († c. 580), por una traducción libre y selección de cánones griegos, africanos, galos y españoles. La segunda parte contiene decretales de los papas desde Dámaso I a Gregorio I, incluyendo todas las que Dionisio puso en el suyo. El compilador de esta gran colección, usualmente citada como Hispana, es desconocido. No hay evidencia que muestre que Isidoro de Sevilla tuviera alguna responsabilidad en ello; su nombre se relacionó primero con ella por el compilador de las Decretales pseudo-Isidorianas, quien incorporó la antigua y genuina colección a ellas. En las islas británicas la Iglesia celta desarrolló un sistema disciplinario propio en sínodos de cuyos procedimientos apenas se ha preservado algo. La Iglesia anglosajona, de manera semejante, se apoyó durante largo tiempo en sus propios recursos legislativos, aunque la colección de Dionisio fue conocida allí en el siglo séptimo. Excepto las ordenanzas penitenciales de Teodoro, Beda y Egberto, no existen cánones anglosajones. Sin embargo, hay una conexión irlandesa del siglo séptimo o comienzos del octavo, compilada de la Escritura, los Padres, numerosos sínodos griegos, africanos, galos, españoles e irlandeses y decretales papales. El gran número de cánones irlandeses proporciona una perspectiva especialmente interesante sobre las condiciones de la vida eclesiástica. El imperio franco, antes del período mencionado antes, poseyó un número de colecciones de cánones griegos, galos y españoles y decretales papales, que, sin embargo, no necesitan consideración detallada. Además de la ampliada colección de Dionisio, también fue conocida la Hispana a finales del siglo octavo y usada para completar el códice enviado por Adriano. La gran extensión de este material y su falta de arreglo cronológico produjo enseguida intentos de seleccionarlos y arreglarlos sistemáticamente, que fueron frecuentes en los siglos octavo y noveno y de los cuales algunos merecen mención especial. (1) Una colección en 381 capítulos, a veces hallados independientemente y a veces como un cuarto libro a la obra canónica erróneamente atribuida el arzobispo Egberto de York. Se fecha a finales del siglo octavo y es importante por el uso que de ella hizo Regino y de la ayuda que da para explicar varios títulos erróneos que pasaron a ella y a los Decreta de Burchard y Graciano. (2) La Collectio Acheriana, llamada así por su primer editor d'Achéry, existente en numerosos manuscritos y perteneciente al final del siglo octavo o comienzos del noveno. Sus cánones, divididos en tres libros, son tomados sin excepción de la edición que Adriano hizo de la de Dionisio y de la Hispana. (3) El penitencial de Halitgar de Cambrai, compilado entre 817 y 831 a solicitud del arzobispo Ebo de Reims. De sus cinco libros los dos primeros están tomados de los escritos de Gregorio I y Próspero de Aquitania, mientras que la parte más amplia de los tres últimos, así como el prólogo, proceden de las dos colecciones recién mencionadas, especialmente la segunda. Estas tres colecciones están construidas con especial interés en el sistema penitencial del tiempo y lo mismo se puede decir de las colecciones hechas por Rabán Mauro, particularmente el Liber pœnitentium ad Otgarium de 841 y la Epistola ad Heribaldum de 853, cuyo principal propósito es restaurar la antigua disciplina mediante apelaciones a los escritos de los Padres y los antiguos cánones y decretales. Un carácter en cierta manera similar se aprecia en los Capitula episcoporum, o pequeñas colecciones hechas por obispos individuales, a veces con el asentimiento de sínodos diocesanos, para la regulación de sus propios asuntos, usualmente de obras más largas, pero incluyendo ocasionalmente sus propios edictos y las provisiones de la ley local. Sistematización posterior. La gran influencia del poder secular en la acción eclesiástica en el período carolingio tendió a añadir a la antigua ley eclesiástica una gran cantidad de material, cubriendo frecuentemente asuntos de disciplina eclesiástica, formándose así las capitulares de los reyes francos. Los esfuerzos de sistematización en este campo se hicieron sentir también por necesidades prácticas. La primera fue la del abad Ansegis, que, sin embargo, al no contener nada sino capitulares, no necesita mayor consideración aquí. Es diferente de la obra que Benito Levita de Maguncia compiló en tres libros. Su propósito, según él, fue la terminación de la obra de Ansegis, pero las leyes imperiales forman sólo una pequeña parte de su contenido, que en su mayoría procede de la Biblia, los Padres, los antiguos cánones, con estatutos romanos y la ley común germánica. El interés especial de esta colección es la relación en la que permanece, o se ha pensado que permanece, con las Decretales pseudo-Isidorianas. Precursores de Graciano. Entre los siglos noveno y décimo se produjeron un gran número de compilaciones, con el propósito de poner la riqueza del material disperso en las obras antiguas en relación práctica con los principios eclesiásticos más modernos. Al contrario que las pequeñas colecciones descritas anteriormente, que usualmente servían más bien a intereses locales, éstas son normas de considerable extensión y suficientemente generales para ser usadas más allá de los límites de las diócesis en las que se originaron. Algunas de ellas obtuvieron una amplia circulación y no poca importancia práctica, aunque sólo se mencionarán algunas de ellas. (1) La Collectio Anselmo dedicata, que toma su nombre de un arzobispo llamado Anselmo, probablemente Anselmo II de Milán (883-897). Es ciertamente italiana en origen; su material está tomado parcialmente de la edición que Adriano hizo de la de Dionisio, ampliada por la adición de los concilios cartaginenses, galos y españoles de la Hispana y parcialmente de las pseudo-Decretales, en el Registrum de Gregorio Magno, dos sínodos romanos bajo Zacarías (743) y Eugenio II (826), las leyes de Justiniano y la Novellæ de Juliano, aunque probablemente esta última parte fue interpolada posteriormente. Es importante no sólo por ser la primera en hacer un uso completo del código de Justiniano, sino por ser la fuente de una gran parte del Decretum de Burchard y por su medio del de Graciano. (2) El Libri duo de causis synodalibus et disciplinis ecclesiasticis compilado por Regino, abad de Prüm hacia 906, a solicitud de Rathbod, arzobispo de Tréveris, para la administración de la diócesis. Esta obra es interesante como otra fuente de la de Burchard, así como por su relación inmediata con los tribunales sinodales y la práctica de su tiempo, siendo posteriormente ampliada, revisada y tomada en préstamo en una completa serie de colecciones similares. (3) El Decretum (Liber decretorum, Collectarium) del obispo Burchard de Worms, compilado entre 1012 y 1023. El importante material contenido en sus veinte libros abarca el rango completo de la disciplina y orden eclesiástico. Una peculiaridad de Burchard es que frecuentemente atribuye cánones de concilios y extractos del derecho romano, las capitulares o las ordenanzas penitenciales a uno de los antiguos papas o concilios, evidentemente con la idea de que sea recibido como autoritativo, confundiendo de esta manera a los compiladores posteriores, especialmente a Graciano. (4) La Collectio duodecim partium, parece ser que fue hecha por un alemán poco después de la terminación de la de Burchard. Theiner, que fue el primero en llamar la atención (en sus Disquisitiones criticæ, Roma, 1836) a la importancia de esta colección, tenía la errónea impresión de que fue una fuente de la de Burchard, pero la relación es exactamente la opuesta. Sin embargo, contiene varios cánones interesantes francos y germanos, algunos de ellos probablemente copiados directamente de los documentos originales. (5) La colección del obispo Anselmo de Lucca († 1086), que fue incorporada casi en masa en el Decretutm Gratiani, y que contiene un número de decretales papales no conocidas anteriormente y probablemente tomadas de los archivos romanos. (6) La colección del cardenal Deusdedit, dedicada al papa Víctor III (1086-87), en cuatro libros, de los cuales el último trata con la libertad de la Iglesia de la interferencia secular, introduciendo un elemento nuevo en esas colecciones. El amplio uso de los archivos lateranos da un especial interés a esta colección, buena parte de la cual está también en Graciano. (7) y (8) son dos colecciones atribuidas al obispo Ivo de Chartres († 1117), el Decretum en diecisiete libros y la Pannormia en ocho. La relación de esas dos obras ha sido asunto de mucha controversia y si la autoría de Ivo sobre la Pannormia, en un tiempo negada, es ahora considerada cierta, el Decretum, por otro lado, ha sido considerado recientemente no suyo. Sin embargo, ambos fueron abundantemente manejados por Graciano, como lo fue también, aunque no en la misma extensión, otra colección (9) conocida bajo el nombre de Collectio trium partium. Su primera parte contiene decretales hasta Urbano II († 1099) en orden cronológico, aunque no completo; la segunda, cánones de concilios, similarmente arreglados; la tercera, una colección separada de cánones tomados del Decretum de Ivo. (10) Una obra frecuentemente usada por los Correctores Romani es la compilada por un cardenal de nombre Gregorio en 1144, principalmente de las dos colecciones Anselmi y Anselmo dedicata. Es usualmente citada como Polycarpus, de la designación que da el compilador mismo en su prefacio, dirigida al obispo Didaco de Compostela. Graciano. Esas colecciones, de tan diversas partes y períodos tenían muchos defectos, cuando se trataba de ponerlas en uso práctico. No había una especie de arreglo general, estando las leyes eclesiásticas seculares, universales y locales, mezcladas inextricablemente; las discrepancias y contradicciones eran numerosas; muchas regulaciones se habían quedado obsoletas y habían sido reemplazadas en la práctica por otras. Había gran necesidad para la compilación de una nueva obra que proporcionara una investigación completa de la ley que estaba en vigor. Esto fue acometido por Graciano, miembro del monasterio camaldulense de San Félix en Bolonia. Entre 1139 y 1142 compiló una obra titulada Concordantia discordantium canonum, aunque desde finales del siglo XII fue conocida usualmente como Decretum Gratiani. Está compuesta principalmente del material hallado en (3) y (5) hasta (10) de las obras mencionadas en la última sección y se divide en tres partes. Las primeras veinte "distinciones" en la primera parte contienen proposiciones como fuente de ley, a las que Graciano designa como un tratado sobre decretales, seguidas por otros tratados sobre cualificaciones para la ordenación, sobre la ordenación y sobre la promoción eclesiástica. La segunda parte, aunque contiene otros asuntos ocasionales, está principalmente dedicada a la jurisdicción eclesiástica, delitos y procedimientos legales, tratando en las últimas Primera del Decretum de en Graciano. Siglo XII nueve causæ con la ley del matrimonio, con un tratado separado sobrepágina la penitencia colocado la trigésimo tercera. La última parte, titulada "De la consagración" trata de las funciones religiosas, especialmente los sacramentos, en cinco distinciones. La principal característica de la obra en conjunto es que Graciano no se contentó con coleccionar cánones para ilustrar e imponer los principios a los que aludían y arreglarlos tras un sistema más bien insatisfactorio, sino discutir en las primeras dos partes sus principios en explicaciones (generalmente cortas) a las que añadió los cánones como piezas justificativas. En esos dicta se hace frecuentemente visible el intento de reconciliar o eliminar las discrepancias que aparecen en los cánones tal como están. La extensión en la que el Decretum, a pesar de todos sus defectos, llenó una necesidad práctica de su tiempo se ve por la aprobación y difusión que obtuvo. Sustituyó a las colecciones más antiguas y la obra que el cardenal Laborans colocó a la par en 1182, conteniendo bastante del mismo material con un arreglo realmente mejor, no atrajo la misma atención. La amplia popularidad de la obra de Graciano se ha de explicar parcialmente porque apareció en un tiempo cuando Bolonia era el cuartel general para el estudio del derecho. La laboriosa actividad de los glosadores de la ley romana proporcionó un modelo para la aplicación del mismo método al material de Graciano. Él mismo enseñó sobre ello, convirtiéndose en fundador de una nueva escuela de canonistas que, además de sus clases, como los juristas civiles, exponía pasajes separados del Decretum por glosas o comentarios. De esta forma se hizo conocido ampliamente y su autoridad se fortaleció aún más por el hecho de que los papas lo usaron y citaron. De hecho, nunca fue expresamente confirmado por ningún papa o recibido en la Iglesia católica como código oficial; pero la influencia de la universidad le procuró su aceptación respetuosa y su aplicación en la práctica. No mucho después otros, particularmente un discípulo de Graciano llamado Paucapaleo, añadieron cánones aquí y allá para hacerlo más completo, al principio en la forma de glosas marginales, pero posteriormente como parte del texto, con la designación Palea, que debe haberse referido originalmente al mencionado erudito (aunque se han intentado otras interpretaciones) y luego se adoptó como término específico para esas adiciones. Que deben haberse infiltrado en el texto se muestra por el hecho de que la mayoría de ellas son aceptadas en la obra del cardenal Laborans, unos pocos años después. Colecciones de decretales. Fue grande la popularidad e importancia práctica que el Decretum adquirió en el principio, pero también por ser un período caracterizado por la gran actividad legislativa por parte de los papas, que ahora se aproximaban a la cima de su poder. Las decretales publicadas desde el siglo XII en adelante contenían una extraordinaria riqueza de nuevo material para la ley eclesiástica, que en muchos particulares alteraron y posteriormente desarrollaron la disciplina previa de la Iglesia católica; por lo tanto, no pasó mucho tiempo sin que la obra de Graciano, que cuando fue compilada representaba prácticamente el conjunto existente del derecho canónico, inevitablemente comenzara a ser considerada anticuada o incompleta, haciéndose evidente la necesidad de nuevas colecciones. Al estar compuestas casi exclusivamente de decretos papales y cánones de concilios celebrados bajo la supervisión del papa, fueron usualmente conocidas como collectiones decretalium. Antes de Gregorio IX. De tales colecciones hechas antes de Gregorio IX, cinco merecen mención especial. (1) El Breviarium extravagantium, terminado hacia 1191 por Bernardo, deán de Pavía. El título procede de que las leyes incluidas, principalmente las nuevas, eran tales que no se encontraban en el Decretum, sino dispersas ( extra Decretum vagantes). Bernardo tomó su material parcialmente de algunas colecciones más antiguas, de las que cita explícitamente el Corpus canonum (probablemente la Collectio Anselmo dedicata) y Burchard, y parcialmente, especialmente para las decretales más nuevas, de las colecciones hechas después de Graciano. En la división y arreglo de su obra, evidentemente tomó el código de Justiniano como modelo. El primer libro trata de los oficios eclesiásticos y los prerrequisitos para el juicio; el segundo, de los tribunales judiciales en su procedimiento; el tercero, del clero y las órdenes religiosas; el cuarto, del matrimonio y el quinto de los delitos y su castigo. La obra fue aceptada por los profesores de Bolonia y, al ser la primera de su clase, se conoció como Compilatio prima. (2) Por orden de Inocencio III el notario papal Petrus Collivacinus de Benevento hizo una colección de las decretales de ese papa, publicadas en los primeros once años de su pontificado hasta 1210, basada en dos más antiguas que no habían sido recibidas en Bolonia porque contenían documentos espurios. Inocencio, al enviar la nueva obra a las universidades, garantizó su fidelidad a los Regesta, siendo de esta manera la primera codificación de derecho canónico expresamente autorizada por un papa. Esta Compilatio tertia, como es denominada, marca un punto sin retorno en la historia del derecho canónico. La acción de Honorio III y todavía más la de Gregorio IX muestra cómo el desarrollo del derecho eclesiástico se había convertido en su tiempo en un privilegio exclusivo del papa. (3) Aunque escrita tras Gregorio IX, la colección que contiene las decretales de los papas desde Alejandro III a Inocencio III, es conocida como Compilatio secunda, tomando su nombre de su lugar en el orden cronológico. Estas decretales particulares habían sido compiladas por dos ingleses en Bolonia, Gilbert y Alan, pero la universidad no había aprobado su obra, siendo realizada entonces por Johannes Galensis (John el Galés) con lo que fue aceptada. (4) El concilio de Letrán de 1215 dio ocasión para otra complicación conocida como Quarta, que incluía los decretos del concilio y los pronunciamientos papales de los años posteriores a 1210. Su compilador es desconocido. (5) En 1226 Honorio III envió a Bolonia una colección de sus propias decretales y las constituciones de Federico II. Fue aceptada como Compilatio quinta, pero pronto fue sustituida, con las otras cuatro, por la colección oficial de Gregorio IX. Colección de Gregorio IX. En 1230 Gregorio confió a su capellán Raimundo de Peñafort la preparación de una nueva colección que redujera todo lo anterior a un conjunto consistente e inteligible. Raimundo omitió varias secciones de las antiguas complicaciones para evitar repeticiones o discrepancias, revisó algunas decretales antiguas para ponerlas en armonía con la más reciente legislación, condensó algunos largos documentos y dividió otros en partes que podrían ser clasificados por sus temas. Esta complicación fue enviada a Bolonia por el papa en 1234 como la única colección autoriza. La actividad legislativa de los papas sucesivos pronto hizo necesarios nuevos suplementos, que fueron enviados por ellos a las universidades como compilaciones separadas, pero que pretendían añadirse a la colección gregoriana. Inocencio IV en 1245 envió a Bolonia y París una lista de las palabras iniciales de sus bulas, deseando que fueran, igual que los decretos del concilio de Lión, insertadas en sus propios lugares en las decretales de Gregorio IX; del mismo modo las decretales de Alejandro IV, Urbano IV y Clemente IV fueron puestas en colecciones especiales. Gregorio X comunicó a las universidades las actas del segundo concilio de Lión (1274) y lo mismo se hizo con una colección de cinco decretales de Nicolás III. Suplementos. Las mismas razones que habían influenciado a Gregorio IX, indujeron a Bonifacio VIII a combinar todas las decretales post-gregorianas con sus propias numerosas bulas en un conjunto. En su bula de publicación dirigida a las universidades de Bolonia y París subrayaba la incertidumbre que había prevalecido respecto a la autenticidad de algunas decretales, para eliminar lo cual él había hecho una total revisión y verificación. Promulgó la nueva compilación en 1298 bajo el nombre de Liber sextus, al ser una terminación de los cinco libros de la colección gregoriana. Las decretales posteriormente publicadas por Bonifacio (incluyendo la famosa bula Unam sanctam) y por su sucesor, Benedicto XI, dieciséis en número, fueron frecuentemente añadidas al Liber sextus, aunque sin autoridad oficial. Clemente V tuvo las decisiones del concilio de Vienne (1311) y sus propias decretales coleccionadas (según el sistema tradicional) en cinco libros, que promulgó en 1313, parece ser que bajo el título de Liber septimus, enviándolas a la universidad de Orleáns. Sin embargo, entonces detuvo su posterior circulación y tuvo que revisarlas, por lo que fueron enviadas a París y Bolonia por su sucesor Juan XXII en 1317. Esta colección finalmente llegó a ser conocida como las Constituciones Clementinas. La diferencia entre ésta y las otras compilaciones post-gregorianas es que mientras tenían en cierta medida el carácter de códigos exclusivos, no excluían las otras Extravagantes que habían aparecido desde el Liber sextus y no contenían, aparte de los cánones de Vienne, nada sino las propias decretales de Clemente. La razón para este abandono por Clemente V y Juan XII del sistema de sus predecesores fue la difícil situación en Francia y el deseo de evitar provocar un rechazo de su compilación al incluir material que era explosivo en esa nación. Esto explica que no se publicaran más colecciones oficiales de decretales. Las crecientes dificultades del papado con el poder secular y con las iglesias nacionales hicieron la recepción de tales documentos algo problemático, a la vez que minaban las mejores energías de los papas en otros asuntos. De las colecciones posteriormente publicadas, aunque no por los papas mismos, con el título de Extravagantes, dos han retenido alguna importancia hasta el día actual, por estar incluidas en el Corpus juris canonici. Cuando a finales del siglo Novella,y sive commentarius in decretales una epistolas Gregorii IXlas partes del Corpus, confiaron XV los libreros Gering Remboldt en París acometieron edición de todas la edición del Decretum, el Liber sextus, la Clementina y las Extravagantes a Jean Chappuis, quien hizo un nuevo arreglo de la última citada, preservada en todas las ediciones posteriores. Las dividió en dos colecciones; la primera, Extravagantes Johannis Papæ XXII, contenía veinte0 decretales de ese papa, puestas juntas por él mismo en un conjunto consistente cronológicamente y glosado por Zenzelinus de Cassianis en 1325; la segunda, setenta y cuatro (originalmente setenta) decretales papales desde Urbano IV (1261-64) a Sixto IV (1471-84), conocidas como Extravagantes communes, no porque pertenecen a un número de papas, sino porque son las comúnmente citadas, aunque ninguna edición previa había contenido más de treinta y tres de las mismas. En 1590 Petrus Matthæus publicó en Lión un Liber septimus, conteniendo decretales desde Sixto IV a Sixto V (1185-90); pero, aunque publicado como apéndice a muchas antiguas ediciones del Corpus juris canonici, nunca obtuvo mucho reconocimiento o uso. Gregorio XIII designó una comisión para preparar un Liber septimus oficial, pero la obra, que finalmente incluyó los decretos dogmáticos de Florencia y Trento, no fue completamente impresa hasta 1598, en el pontificado de Clemente VIII, bajo cuyo nombre apareció; entonces Clemente, por alguna razón desconocida, rechazó aprobarla. Corpus Juris Canonici. Resta dar una explicación del Corpus juris canonici, por cuyo nombre ha sido costumbre desde el siglo XVI designar la colección formada por la combinación del Decretum Gratiani, las decretales de Gregorio IX, el Liber sextus, las Clementinas y las dos colecciones de Extravagantes hechas por Chappuis. El nombre se aplicó a la obra de Graciano en el siglo XII y por Inocencio IV a la colección gregoriana; Pierre d'Ailly, en su tratado De necessitate reformationis, escrito en la inauguración del concilio de Constanza, habla de las reservas prescritas "in corpore juris canonici," donde no hay duda de que se refiere a la suma de las colecciones citadas antes, con excepción de las Extravagantes todavía no existentes. Durante el concilio se empleó constantemente el término Corpus juris o jus scriptum en distinción a las Extravagantes post-Clementinas y lo mismo en el concilio de Basilea. La autoridad de las Extravagantes fue, de hecho, frecuentemente contestada y la tesis de la validez independiente de cada pronunciamiento papal que había tenido efecto práctico desde Inocencio III, no fue ya reconocida. Hasta donde esta distinción fue justificada y mientras no se añadieron nuevas colecciones añadidas a las Clementinas, el Corpus previamente aceptado puede considerarse cerrado. El nombre no aparece en las ediciones impresas más antiguas, lo que se explica porque las partes componentes se publicaron usualmente por separado. En el siglo XVI el nombre se hizo usual para esas partes, junto con las dos colecciones de Extravagantes de Chappuis, que fueran publicadas por la misma casa en tres volúmenes, la primera conteniendo la obra de Graciano, la segunda las decretales de Gregorio IX y la tercera el resto con las glosas. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo fue más común omitir las glosas y encuadernar el conjunto en un volumen, por lo que el título inclusivo se convirtió en usual. La edición de Demochares (París, 1550, 1561) mostró un cierto nivel de espíritu crítico, pero con poco resultado. Durante las sesiones del concilio de Trento se hizo evidente la necesidad de revisión y Pío IV en 1563 estableció una comisión de cardenales y otros eruditos para este propósito. Bajo sus sucesores, Pío V y Gregorio XIII, fue confirmada y ampliada hasta treinta y cinco miembros. La obra de esos Correctores Romani, como fueron denominados, quedó completada en 1580 y el resultado fue la edición revisada publicada en Roma en 1582. Aunque habían prestado un valioso servicio quedaba mucho por hacer, como quedó en evidencia por las ediciones de Antonius Augustinus y Berardus, por no citar otras modernas. Las ediciones antiguas usualmente contenían varios apéndices, incluyendo las Institutiones juris canonici de Paul Lancelot, profesor en Perugia bajo Pablo IV (1555-59), el Liber septimus de Petrus Matthæus, etc. Para las relaciones internas de la Iglesia católica el Corpus juris canonici es todavía la autoridad en derecho, aunque con algunas limitaciones. Los apéndices no se han de considerar autoritativos, especialmente los recién nombrados, a menos que las decretales contenidas en el último de ellos hayan sido universalmente recibidas; el mismo principio se aplica a las Extravagantes. La posición tomada en los concilios de Constanza y Basilea no fue afectada por la edición de Gregorio XIII, cuyo propósito no fue darles un carácter oficial al incluirlas, sino simplemente establecer un texto correcto y auténtico a los documentos que habían sido previamente incluidos en colecciones que circularon ampliamente. Actuando sobre el mismo principio respecto a esta edición de Gregorio XIII, la mayoría de los cronistas modernos niegan la autoridad positiva del Decretum Gratiani como tal, ya que fue una colección meramente privada, nunca autorizada oficialmente por la Iglesia o el papa y estimada sólo como una valiosa colección de documentos para la historia del derecho canónico. Esta idea fue incluso expresada en una decisión de la Rota Romana y más de una vez por Benedicto XIV. Pero aunque teóricamente pueda ser el caso, sin embargo, en la práctica, el Decretum ha retenido gran medida de autoridad y Gregorio XIII mismo no habría demostrado tanto celo al editarlo y terminarlo si sólo lo hubiera estimado como una compilación privada, sin autoridad legal. Sin embargo, sus contenidos han experimentado en el lapso del tiempo una gran modificación o han demostrado ser obsoletos por decretales posteriores, por lo que su importancia práctica es pequeña. Además del principio general de que una ley nueva sustituye a una antigua, que ha destruido la validez de tanto de lo que está en el Corpus juris (no sólo en la parte de Graciano), el curso de la legislación secular desde el siglo XIV ha tenido una marcada influencia en la misma dirección. El derecho canónico cubre no sólo la doctrina, adoración, sacramentos y disciplina de la Iglesia católica, sino una vasta masa de otras cuestiones en las que se suponía que los intereses eclesiásticos estaban en juego, tales como votos, juramentos, desposorios, testamentos, funerales, beneficios, propiedad eclesiástica, diezmos y semejantes. La reacción contra las pretensiones de la Iglesia ha hecho que muchas hayan sido sacadas de los tribunales eclesiásticos, mientras que la proclamación del principio de unidad de gobierno y ley nacional ha reducido a la Iglesia católica a la posición de cualquier otra corporación dentro de los límites del Estado, de forma que un gran número de provisiones canónicas, tales como las que tenían que ver con el procedimiento contra herejes, al entrar en conflicto con la constitución civil, han quedado necesariamente anuladas.