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VIGILIA PASCUAL,
Sábado Santo, 4 de abril.
Catedral de Ciudad Quesada.
Mons. José Manuel Garita Herrera.
Obispo de Ciudad Quesada.
Muy queridos hermanos y hermanas:
Ya, desde el inicio de nuestra celebración, se nos decía que estamos
en la liturgia más importante y central del todo el año litúrgico, la meta
para la que nos hemos venido preparando durante la Cuaresma, la
madre de todas las vigilias de la Iglesia. Estamos en el silencio de la
noche contemplando y esperando. Contemplando la obra maravillosa
de Dios que actúa en la historia por nuestra salvación. Y estamos
esperando, aguardando en vigilante espera el acontecimiento central
de nuestra fe cristiana: la resurrección y el triunfo glorioso de Cristo
sobre la muerte. Es la aurora de la luz que disipa las tinieblas del
miedo, del mal, del pecado y de la muerte. Nuestro Dios es Dios de
vivos, no de muertos. No es un Dios fracasado, sino resucitado y
glorificado. Por eso no nos quedamos en la oscuridad ni en el silencio
del viernes y del sábado santo, estamos pasando hacia la aurora del
gran día de la resurrección, del domingo de la victoria, de la luz y la
alegría suprema.
Estamos en la vigilia que nos lleva al momento de la resurrección de
Cristo, no es simplemente una Misa larga. Es una vigilia que nos hace
esperar, orar, contemplar y escuchar. Esta es la noche del paso de
Dios, de la pascua del Señor. Hemos comenzado con la bendición del
fuego y de la luz que irrumpe en las tinieblas de la muerte. Hemos
cantado el pregón pascual que nos ha hablado de la victoria de Cristo
en la resurrección y de la redención de la que hemos sido objeto por el
misterio pascual. Hemos escuchado bellos e ilustrativos textos de la
Palabra de la Palabra de Dios que, paso a paso, momento a momento,
nos han llevado por toda la historia de la salvación, desde la creación
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a la redención, para hacernos ver el paso de Dios, la acción
maravillosa de este Dios que nos ha querido salvar y dar vida nueva,
teniendo, por supuesto, su culmen y centro, en la resurrección de
Jesucristo. Cristo, muerto y resucitado, es el cumplimiento de todo ese
camino salvífico. Contemplemos los hechos, los acontecimientos y el
paso de Dios en nuestra vida, en nuestra historia.
La primera lectura del Génesis, al narrarnos la creación del mundo y
del hombre, nos ha enseñado que Dios nos ha creado para vivir en
perfecta comunión con él y esto es posible plenamente gracias al
misterio pascual de Cristo. Dios todo lo ha hecho muy bueno y quiere
hacer cosas maravillosas con el mundo y nosotros. Este Dios que todo
lo ha hecho bueno, nos crea y nos libera al mismo tiempo.
La segunda lectura, también del Génesis, nos presenta el sacrificio de
nuestro padre Abraham, que casi inmola a su hijo Isaac. Este es un
texto que nos enseña la confianza y la obediencia como expresión de
una fe verdadera. Nosotros estamos llamados a esperarlo todo de
Dios, sólo en él está nuestra confianza. Esa fue la clave de la vida del
Señor Jesús, así asumió la muerte en la cruz. Muerte que se abre la
vida en la resurrección.
La tercera lectura del Éxodo nos pone en contacto con la pascua judía
que hoy actualizamos en la pascua cristiana. Es una confesión de fe
del pueblo de Israel que da testimonio del paso liberador de Dios para
su pueblo en Egipto. Liberación de la esclavitud que es sólo posible
gracias a la grandeza y a las maravillas de Dios. Vimos cómo aparece
el agua como signo destacado. A través del agua, ya en el misterio
pascual, Dios nos libera y nos hace renacer gracias a la muerte y
resurrección de su Hijo, hecho que se realiza en el bautismo que es
liberación y recreación.
La cuarta lectura de Isaías pone de manifiesto la comunión profunda
entre Dios y su pueblo, es una relación matrimonial-esponsal. Estamos
inmersos en el amor de Dios que es fiel y eterno, por eso a nada
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debemos temer, esto debe suscitar en nosotros gran confianza. Pese
a darle nuestra espalda a Dios y a nuestra infidelidad, el Señor nunca
nos abandona ni nos rechaza, al contrario, nos hace participar de su
amor y santidad, y esta realidad llega a plenitud en Cristo resucitado.
Siguiendo adelante en esta contemplación de los hechos salvíficos de
Dios, la quinta lectura, también de Isaías, nos consuela y nos llena de
esperanza en esa obra recreadora que Dios tiene para nosotros. Se
nos habla de un nuevo éxodo, de la llamada constante de Dios, del
camino de búsqueda que tenemos que hacer de Él, del perdón que
Dios nos da. Pero, sobre todo, se nos habla de la promesa de una
alianza perpetua que Dios quiere sellar con nosotros su pueblo. Y se
compara a un banquete que nos saciará plenamente. Quedaremos
colmados de los dones y gracias de Dios. Por supuesto, esto se
realiza en la alianza nueva y eterna que Cristo sella en el misterio
pascual, es el culmen, es el centro de toda la acción maravillosa y
salvadora de Dios.
En la sexta lectura, nos habla el profeta Baruc que también nos invita
a la esperanza porque Dios quiere cambiar el destino de su pueblo
que se ha alejado de Él. Y esto será posible solamente a través de un
camino que nos conduce a la luz del Señor. Y es una promesa que se
abre a otros pueblos más allá de Israel, aquí estamos incluidos
nosotros. Por eso, ese cambio, esa novedad radical y esa luz plena se
cumplen en la resurrección gloriosa de Cristo.
La sétima y última lectura del Antiguo Testamento es el profeta
Ezequiel. Bellísimo y esperanzador texto. Al pueblo rebelde, Dios lo va
a purificar con agua y le dará un corazón nuevo. La acción del Espíritu
de Dios nos va a purificar y vivificar. Por supuesto, hemos sido
purificados por la sangre de Cristo, hemos sido lavados por el agua del
bautismo que nos ha dado vida nueva, la vida de Dios, por eso
debemos tener un corazón nuevo.
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La lectura de la carta a los Romanos nos pone de manifiesto la
justificación y la redención en Cristo, gracias a su misterio pascual.
Hemos sido liberados del pecado en el bautismo que nos ha sepultado
con Cristo en su muerte y nos ha hecho renacer por el agua para
resucitar.
Finalmente, el evangelio de Marcos da testimonio del gran
acontecimiento y del gran paso de Dios en una noche como esta. Lo
que descubrieron las mujeres en la mañana del domingo, piedra
corrida del sepulcro, tumba vacía y testimonio del ángel, es el gran
anuncio del triunfo de Jesús que ya no está en el sepulcro porque ha
resucitado. Se ha manifestado la omnipotencia de Dios en la pascua
de su Hijo. Levantado y victorioso del sepulcro, Jesús nos da una vida
radicalmente nueva y luminosa.
Hermanos y hermanas, hemos recorrido y contemplado
acontecimientos maravillosos en esta Vigilia. Con la resurrección y el
triunfo de Jesucristo con su resurrección, se cumplen, se hacen
presentes todas las promesas y todo este camino adquiere pleno
sentido.
La pascua de resurrección nos invita a ser hombres y mujeres nuevos
en Cristo, con nuevos criterios y motivaciones, con deseos de
transformar el mundo y la sociedad, pasando del egoísmo y la
violencia a la fraternidad y la paz. Una humanidad nueva que se centre
en valores morales y espirituales y no simplemente en los criterios
pasajeros de materialismo y placer. Resucitar con Cristo es darnos el
chance a ser diferentes y renovados. Resucitar es correr el riesgo de
transmitir al mundo vida, alegría y esperanza en medio de tantos
signos de muerte, tristeza y pesimismo. Vayamos a anunciar que
Cristo está vivo, que Él quiere cambiar y transformar el mundo.
Estamos celebrando la Eucaristía. En ella se renueva la pascua, en
ella proclamamos la muerte del Señor y celebramos su victoria en la
resurrección. Nosotros, los regenerados por el bautismo, somos
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convocados a este banquete para que la celebración de la Eucaristía
produzca en nosotros los frutos de la pascua salvadora de Jesucristo:
vida nueva, santidad, fidelidad, transparencia, superación del pecado y
del mal, pero, sobre todo, crecimiento en la gracia por el amor de Dios
en el que vivimos y del cual hemos de dar testimonio por la vida nueva
en Cristo Resucitado que queremos anunciar y compartir con todo el
mundo.
¡Aleluya, amén!
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