- Eres tú el que no lo entiende -replicó Lev-. En América tengo mi propio coche. Hay más alimentos de los que puedas comer. Todo el alcohol que quieras, todos los cigarrillos que puedas fumar. ¡Tengo cinco trajes! - ¿De qué sirve tener cinco trajes? -preguntó Grigori con frustración-. Es como tener cinco camas. ¡Solo se usa uno a la vez! - No es así como yo lo veo. Lo que hacía que la conversación resultara tan exasperante era que estaba claro que Lev creía que era Grigori el que no entendía nada. Grigori ya no sabía qué más decir para hacer cambiar de opinión a su hermano. - ¿De verdad es eso lo que quieres? ¿Cigarrillos, demasiada ropa y un coche? - Es lo que desea todo el mundo. Será mejor que los bolcheviques lo recordéis bien. Grigori no pensaba dejar que Lev le diera ninguna lección de política. - Los rusos quieren pan, paz y tierra. - De todas formas, en América tengo una hija. Se llama Daisy. Tiene tres años. Grigori arrugó la frente, dubitativo. - Sé lo que estás pensando -dijo Lev-. No me ocupé del hijo de Katerina… ¿cómo has dicho que se llamaba? - Vladímir. - Piensas que él no me importó, así que, ¿por qué debería importarme Daisy? Pero es diferente. A Vladímir no llegué a conocerlo. Solo era una cosa diminuta en el vientre de su madre cuando me fui de Petrogrado. Pero a Daisy la quiero y, lo que es más importante, ella me quiere a mí. Al menos eso sí que lo entendía Grigori. Se alegraba de que Lev tuviera suficiente corazón para sentirse unido a su hija. Y, aunque lo soliviantaba que prefiriese Estados Unidos, en el fondo se sentiría enormemente aliviado si Lev no volvía a casa. Porque seguro que querría conocer a Vladímir y, entonces, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que el niño se enterase de quién era su verdadero padre? Y, si Katerina decidía dejar a Grigori por Lev y ll evarse a Vladímir con ella, ¿qué pasaría con Anna? ¿La perdería Grigori también a ella? Para él, pensó con culpabilidad, era mucho mejor que Lev volviera a Estados Unidos solo. - Creo que estás tomando la decisión equivocada, pero no voy a obligarte -dijo. Lev sonrió. - Tienes miedo de que me lleve a Katerina, ¿verdad? Te conozco demasiado, hermano. Grigori se estremeció. - Sí -dijo-. Que te la lleves, y luego vuelvas a abandonarla y dejes que sea yo quien recoja los pedazos una segunda vez. También yo te conozco a ti. - Pero me ayudarás a volver a América. - No. -Grigori no pudo evitar sentir una punzada de satisfacción al ver la expresión de miedo que asomó al rostro de Lev, pero no prolongó la agonía-. Te ayudaré a volver al ejército blanco. Ellos podrán llevarte a América. - ¿Cómo lo haremos? - Iremos en coche hasta la línea de batalla, algo más allá. Allí te liberaré en tierra de nadie. Después de eso, estarás solo. - Podrían dispararme. - A los dos podrían dispararnos. Esto es una guerra. - Supongo que tendré que arriesgarme. - No te pasará nada, Lev -sentenció Grigori-. Nunca te pasa nada. IV 578