Psicología Conductual, Vol. 6, Nº 2, 1998, pp. 349-361 349 CORRELATOS BIOLÓGICOS DE LA CONDUCTA AGRESIVA Y VIOLENTA EN SUJETOS HUMANOS Mercedes Martín-López y José Francisco Navarro1 Universidad de Málaga Resumen Este artículo revisa los principales hallazgos genéticos, neuroquímicos, hormonales y psicofisiológicos en relación con la conducta agresiva y violenta en sujetos humanos. Si bien las variables socioambientales desempeñan indudablemente un destacado papel, diversos estudios con gemelos y de adopción apoyan también la influencia de factores genéticos en el origen de la conducta agresiva humana. El substrato neuroquímico de la agresión es extraordinariamente complejo. Aunque el principal neurotransmisor involucrado parece ser claramente la serotonina, otros sistemas de neurotransmisión (dopamina, opiáceos, óxido nitrico, etc.) participan también en el control y/o modulación de estas conductas. Diversos estudios con animales de experimentación y sujetos humanos han puesto de manifiesto la existencia de una relación entre los niveles de andrógenos y la conducta agresiva. En este contexto, se describen los principales trabajos que han examinado los efectos activadores y organizadores de los androgenos, junto con los efectos de los antiandrógenos. Finalmente, se analizan diversas investigaciones psicofisiológicas realizadas recientemente en sujetos violentos. PALABRAS CLAVE: Agresión, violencia, genética, serotonina, andrógenos, psicofisiología. Abstract This paper reviews the main genetic, neurochemical, hormonal and psychophysiological findings in relation to aggression and violence in humans. Although socioenvironmental variables are undoubtedly involved, a number of twin and adoption investigations also support the influence of genetic factors in the etiology of aggressive behaviour. The neurochemical substrate of aggression is markedly complex. Although serotonine appears to be the main neurotransmitter implicated, other neurotransmitter systems (dopamine, opiates, nitric oxide...) also participate in the control and/or modulation of these behaviours. Many animal and human studies have established an association between androgen levels and aggression. In this context, we describe investigations examining the activational and organizational effects of androgens and the actions of antiandrogens. Finally, several recent psychophysiological studies carried out in violent subjects are analyzed. KEY WORDS: Aggression, violence, genetics, serotonine, androgens, psychophysiology. 1 Correspondencia: José Francisco Navarro. Área de Psicobiología, Facultad de Psicología, Campus de Teatinos, 29071 Málaga (España). E-mail: navahuma@uma.es. 350 MARTÍN-LÓPEZ Y NAVARRO La conducta violenta y agresiva tiene múltiples determinantes psicobiológicos y socioculturales. En el presente trabajo presentamos una breve revisión de las bases neurobiológicas de la conducta violenta, describiendo las principales investigaciones genéticas, neuroquímicas, neuroendocrinológicas y psicofisiológicas realizadas en sujetos humanos. Hallazgos genéticos El efecto de los factores genéticos constituye normalmente un aspecto escasamente considerado en los estudios sociológicos sobre la agresión humana. Cuando existe una historia familiar de violencia se concluye normalmente que es conducta aprendida. Aunque indudablemente las variables ambientales pueden desempeñar un destacado papel en la génesis y mantenimiento de las conductas agresivas, no son necesariamente responsables de todos los comportamientos agresivos o violentos. Stacey y Shupe (1983), por ejemplo, encontraron que en una muestra de 550 matrimonios en los que constató la existencia de violencia familiar, el 42% no habían observado comportamientos violentos entre sus padres. La mayor parte de la evidencia que apoya la influencia de factores genéticos en el origen de la conducta agresiva humana proviene de los estudios de gemelos y de adopción. De acuerdo con las investigaciones realizadas con gemelos, la heredabilidad de la conducta criminal/antisocial en niños/adolescentes se ha estimado en un 30-44%. En sujetos adultos criminales, se ha estimado una tasa de concordancia de 0.69 para gemelos monozigóticos (MZ) y 0.33 para gemelos dicigóticos (DZ), lo que sugiere un grado importante de influencia genética en la conducta criminal (Coccaro et al., 1997a). Tellegen et al. (1988) analizaron mediante cuestionarios las conductas agresivas de 217 parejas de gemelos MZ y 140 DZ que fueron criados juntos y 44 parejas de gemelos MZ y 27 DZ criados por separado. En conjunto, encontraron que la contribución global a los rasgos de personalidad, incluyendo la agresión y el autocontrol, estaban más relacionados con aspectos genéticos que con el ambiente. Coccaro et al. (1997a) han determinado recientemente el grado de influencia genética y ambiental sobre la conducta agresiva en una amplia muestra de gemelos varones utilizando diversas subescalas del "Inventario de Agresión de Buss-Durkee" (IABD). Se analizaron los datos de 182 parejas de gemelos MZ y 118 DZ. Los resultados indicaron una mayor tasa de concordancia en los gemelos MZ que en los DZ. Puesto que algunas de las escalas del IABD parecen correlacionar con índices de función serotoninérgica central, es posible que la agresión impulsiva sea heredable en hombres. En la Tabla 1 se presenta un cuadro-resumen con las principales investigaciones realizadas en parejas de gemelos MZ y DZ. Los estudios con gemelos suelen presentar, sin embargo, algunos problemas metodológicos (Fishbein, 1990). En primer lugar, las técnicas de muestreo pueden favorecer la selección de las parejas de gemelos MZ que son similares en rasgos conductuales relevantes, lo que puede producir un sesgo en los resultados. En segundo Correlatos biológicos de la conducta agresiva y violenta en sujetos humanos 351 Tabla 1 Estudios de gemelos Autores Año Grupo N Medidas Resultados Edad Método Gottesman 1966 MZ DZ 34 32 CPI /(socialización) 0,32 0,06 14-25 14-25 AI AI Scarr 1966 MZ DZ 24 28 ACL (agresión) 0,35 -0,08 6-10 6-10 IP IP Reznikoff et al. 1967 MZ DZ 39 44 Escala de Hostilidad 0,14 0,30 16-55 16-55 AI AI Owen y Sines 1970 MZ DZ 10 11 MCPS (agresión) 0,09 -0,24 6-14 6-14 AI AI Loehlin y Nichols 1976 MZ DZ MZ DZ 202 124 216 135 CPI (socialización) ACL (agresión) 0,52 0,15 0,20 -0,05 18 18 18 18 AI AI AI AI O’Connor et al. 1980 MZ DZ 52 32 Indice de Conners 0,72 0,42 5-11 5-11 IP IP Plomin et al. 1981 MZ DZ 53 32 Mediana de 3 medidas objetivas de agresión 0,39 0,42 5-11 5-11 DO DO Rowe 1983 MZ DZ 61 38 Nº de actos delictivos 0,62 0,52 13-18 13-18 AI AI Pogue-Geile y Rose 1985 MZ DZ 71 62 MMPI (psicopatía) 0,35 0,18 20-25 20-25 AI AI Rushton et al. 1986 MZ DZ 90 46 23 items de agresión del IBS 0,33 0,16 19-60 19-60 AI AI Ghodsian y Baker 1987 MZ DZ MZ DZ 21 17 21 17 CBS (agresión) MOCL (agresión) 0,78 0,31 0,65 0,35 4-7 4-7 4-7 4-7 IP IP IP IP Lytton et al. 1988 MZ DZ 13 20 Subescala antisocial de Rutter 0,89 0,67 9 9 IP IP Stevenson y Graham 1988 MZ DZ 46 48 Subescala antisocial de Rutter 0,61 0,40 13 13 IP IP Tellegen et al. 1988 MZ DZ MZ* DZ* 217 114 MPQ (agresión) MPQ (agresión) 0,43 0,14 0,46 0,06 19-41 19-41 19-68 19-68 AI AI AI AI Bouchard y McGue 1990 MZ* DZ* 45 26 CPI (socialización) 0,53 0,39 19-68 19-68 AI AI *educados por separado AI: autoinforme DO: datos observacionales MCPS: Missouri Children`s Picture Series CBS: Child Behavior Checklist MOCL: Mothers`s Observations Checklist DZ: dizigótico IP: Informe de los padres CPI: Inventario psicológico de California ACL: Gough`s Adjective Checklist IBS: Interpersonal Behavior Survey MZ: monozigótico DZ-SO: dizigótico, sexo opuesto 352 MARTÍN-LÓPEZ Y NAVARRO lugar, los gemelos MZ tienden a compartir ambientes más parecidos que los gemelos DZ a causa de su apariencia similar. En tercer lugar, no siempre se utilizan pruebas bioquímicas para verificar la zigocidad de los gemelos. En cuarto lugar, los errores de medida pueden incrementar además la tendencia a infraestimar la influencia genética. Los estudios de adopción examinan a sujetos que han sido criados desde la infancia por padres adoptivos. Para muchos autores este tipo de trabajos proporciona una evidencia clara respecto a la contribución de los factores hereditarios. Sin embargo, esta metodología presenta también algunos inconvenientes (Fishbein, 1990). En primer lugar, debido a la dificultad para localizar sujetos, el tamaño de las muestra tiende a ser muy pequeño, lo que limita la generalización de los resultados. En segundo lugar, se pueden introducir sesgos de selección en el proceso de adopción ya que la asignación de niños a los padres adoptivos no suele ser al azar. En tercer lugar, una importante crítica que pueden recibir los estudios de adopción sobre criminalidad/violencia es la inadecuación e inconsistencia de los métodos utilizados para operacionalizar y evaluar la variable dependiente (Plomin et al., 1990). En cuarto lugar, los investigadores deben asegurarse que los niños han sido adoptados dentro de las siguientes semanas al parto. Los estudios de adopción han mostrado resultados variables (Miles y Carey, 1997). El "Proyecto de adopción de Texas" encontró correlaciones modestas entre las madres biológicas y los adoptados, pero correlaciones cercanas a cero para los hermanos adoptados (Loehlin, Willerman y Horn, 1985, 1987). Sin embargo, las correlaciones entre los hermanos adoptados en otro estudio posterior fueron muy elevados (0.85) (Rende et al., 1992). Walters (1992) ha realizado un metaanálisis de 38 estudios familiares, de gemelos y de adopción con el fin de examinar la conexión entre la genética y la conducta violenta/criminal. Sus resultados indicaron que las investigaciones publicadas después de 1975 estaban mejor diseñadas que los trabajos anteriores, y proporcionaban menos apoyo a la relación "gen-delito". Asimismo, los estudios de adopción eran menos indicativos de dicha relación que los estudios familiares y de gemelos. Se ha considerado generalmente que los varones son más agresivos que las mujeres, habiéndose implicado al cromosoma Y en esta diferencia. Tedeshi y Felson (1994) han revisado recientemente los estudios de poblaciones de presos en los que existía un porcentaje más elevado de varones con cromosomas extras (XYY) que en la población general. Sus resultados indican que, hoy por hoy, la evidencia respecto al papel del cromosoma Y y de las alteraciones cromosómicas en la génesis de la conducta violenta es claramente inconclusa. Por otro lado, se ha descrito una asociación entre conducta violenta y una deficiencia de la enzima MAOA en varios varones de una familia holandesa. Los sujetos afectados mostraban un ligero retraso mental y un marcado incremento de conductas impulsivas (conducta agresiva, alteración de la conducta sexual y piromanía) (Brunner et al., 1993). Incluso si esta relación entre agresión y MAO se confirmara en otras familias, esto no apoyaría la existencia de un "gen para la agresión". De hecho, puesto que los genes son esencialmente simples y la conducta agresiva es, por definición, compleja, es altamente improbable que se pueda establecer una Correlatos biológicos de la conducta agresiva y violenta en sujetos humanos 353 relación causal entre un único gen y una conducta específica. Por lo tanto, el concepto de un gen que codifica directamente una conducta es poco sostenible (Brunner, 1996). En este contexto, Vanyukov et al. (1995) examinaron en adolescentes la relación entre medidas de agresividad y un polimorfismo recientemente descubierto en la extensión de la repetición en el gen para la MAOA (MAOCA-1) utilizando la prueba de la reacción en cadena de la polimerasa. No se encontró una correlación significativa entre los resultados en las escalas de agresión y la extensión de la repetición en el marcador MAOCA-1. Por lo tanto, dichos resultados sugieren que el polimorfismo estudiado no está asociado con la agresión. Hallazgos neuroquímicos El substrato neuroquímico de la conducta agresiva y violenta es extraordinariamente complejo. Aunque el principal neurotransmisor involucrado parece ser claramente la serotonina, otros sistemas de neurotransmisión participan también en el control y/o modulación de estas conductas, incluyendo la dopamina (Navarro et al., 1993; Martín-López et al.,1996; Navarro y Manzaneque, 1997; Manzaneque, 1998), la noradrenalina (Volavka, 1995), el GABA (Martín-López, 1997; MartínLópez y Navarro, 1996, 1997), los opioides (Espert et al., 1993; Navarro y Dávila, 1997) e, incluso, el óxido nítrico (Navarro et al.,1997). En los últimos años se ha acumulado una creciente evidencia sobre la relación entre serotonina y conducta agresiva en sujetos humanos adultos. En primer lugar, se han encontrado correlaciones negativas entre concentraciones en líquido cefalorraquídeo (LCR) de 5-HIAA (metabolito de la serotonina) e historia de conducta agresiva, tanto en sujetos con trastorno de la personalidad como en sujetos con alcoholismo. En segundo lugar, se ha observado una reducción de las concentraciones de 5-HIAA en individuos impulsivos y violentos, en comparación con sujetos normales. En tercer lugar, se han hallado correlaciones negativas entre las respuestas de la prolactina a compuestos serotoninérgicos (p. ej, fenfluramina, m-CPP) e historia de agresividad e impulsividad en sujetos con trastornos de la personalidad (Salomon et al., 1994; Coccaro et al., 1996; Higley et al., 1996; Eriksson y Lidberg, 1997). En general, las investigaciones experimentales realizadas en mamíferos indican que el decremento de la serotonina aumenta (y el incremento de serotonina disminuye) la conducta agresiva. En este sentido, se ha informado que la administración de fluoxetina (un inhibidor de la recaptación de serotonina, que incrementa sus niveles) presenta una clara acción antiagresiva en sujetos con conducta agresiva e impulsiva (Coccaro y Kavoussi, 1997). Coccaro et al. (1997b) han examinado recientemente la relación entre el "binding" del receptor 5-HT2A y la conducta agresiva en 22 sujetos que cumplían los criterios del DSM-III-R para uno o varios trastornos de la personalidad y 12 voluntarios sanos. La agresión y la impulsividad fueron evaluadas mediante diversas escalas del IABD. No se encontraron diferencias significativas en los valores de Bmax y Kd 354 MARTÍN-LÓPEZ Y NAVARRO entre ambos grupos de sujetos. Sin embargo, ambos valores correlacionaron positivamente con las puntuaciones de la "escala de asalto" del IABD en los sujetos con trastorno de la personalidad, pero no en los controles. Esta relación fue independiente de los efectos de factores asociados a depresión, historia de alcoholismo o abuso de drogas. Hallazgos neuroendocrinológicos Insulina La hipoglicemia puede producir irritabilidad, agresión, confusión o amnesia. Dichos signos y síntomas clínicos se acompañan de un enlentecimiento electroencefalográfico difuso, que conduce a veces a una actividad paroxística. La mayor parte del trabajo experimental que ha explorado el papel de la insulina y la glucosa en la agresión se fundamenta en el "test de tolerancia a la glucosa". Los sujetos en ayunas reciben una dosis de glucosa (1 g/kg). Se toman muestras sanguíneas antes de la ingesta de glucosa y después cada hora durante 5 horas seguidas. En respuesta a la inyección de glucosa normalmente se secreta insulina, y tras un incremento inicial, el nivel de glucosa en sangre disminuye por debajo de su nivel original en ayunas. El nivel más bajo de glucosa (nadir de glucosa) constituye la principal medida utilizada en los estudios de agresión. Aproximadamente el 50% de los nadires medidos en dichos estudios (que utilizan casi siempre a varones físicamente sanos) entran dentro de los niveles de normalidad. En conjunto, la evidencia disponible indica que existe una relación entre hipoglucemia, violencia e impulsividad. Las relaciones se expresan de la misma manera en todos los tipos de sujetos y en todas las conductas violentas (Volavka, 1995). Testosterona y otros andrógenos Durante los últimos treinta años se han realizado numerosos intentos por demostrar una correlación entre testosterona y agresión. Sin embargo, la investigación de la relación entre la testosterona y la conducta violenta resulta compleja por la influencia de variables sociales (Campbell, Muncer y Odber, 1997; Greene et al., 1997). Diversos estudios con animales de experimentación han puesto de manifiesto la existencia de una relación entre los niveles de andrógenos y la conducta agresiva (ver revisión en Albert, Walsh y Jonik, 1993). Desde principios de los años 70 se han publicado una gran cantidad de trabajos en sujetos humanos sobre los andrógenos y la agresión. Los principales aspectos examinados han sido los efectos activadores y organizadores de los androgenos, junto con los efectos de los antiandrógenos (Volavka, 1995). Los efectos activadores fueron investigados en primer lugar con una relativa independencia de otras variables biológicas. El diseño inicial típico implicaba un grupo de sujetos agresivos (generalmente delincuentes, a veces violadores) y sujetos controles no agresivos o con un nivel muy bajo de agresividad. Se espe- Correlatos biológicos de la conducta agresiva y violenta en sujetos humanos 355 raba que los niveles de testosterona (y a veces otros andrógenos) en saliva o plasma permitirán discriminar entre grupos con alta y baja agresividad. Otro acercamiento ha sido estudiar sujetos "normales" (no seleccionados por su agresividad) y relacionar sus niveles de andrógenos con algunas medidas de actitudes o conductas agresivas. Por su parte, los efectos organizativos de los antrógenos han sido examinados en numerosos trabajos centrados en las consecuencias del ambiente hormonal intrauterino sobre la conducta agresiva. Finalmente, los efectos antiagresivos de los antiandrógenos constituye otro acercamiento (indirecto) al estudio del papel de los andrógenos en la agresión. a) Efectos activadores de los andrógenos Uno de los primeros estudios sobre las acciones activadoras de los andrógenos sobre la conducta agresiva fue realizada por Kreuz y Rose (1972). Estos autores no encontraron una relación entre los niveles de testosterona plasmática y la agresividad evaluada mediante tests de lápiz y papel, incluyendo el "Inventario de Hostilidad de Buss-Durkee", en un grupo de presos. Sin embargo, los presos que tenían una historia de actos violentos cometidos durante la adolescencia mostraron niveles más altos de testosterona en el momento del estudio (cuando tenían una edad media de 28 años), en comparación con los presos sin dicha historia de violencia. Por su parte, Ehrenkranz, Bliss y Sheard (1974) hallaron que los niveles plasmáticos de testosterona de presos agresivos eran casi el doble de altos que los de los presos controles no agresivos. Los presos agresivos fueron seleccionados sobre la base de haber realizado asesinatos o robos con violencia. Todos continuaron siendo físicamente agresivos en la cárcel. Las puntuaciones en las escalas de evaluación psicológica no estaban relacionadas con los niveles de testosterona. En otro estudio más reciente, sin embargo, no se han confirmado las diferencias en los niveles de andrógenos entre presos que cometieron asesinatos, robo o intento de asesinato y robo (Bain et al., 1987). Estos mismos autores compararon los niveles plasmáticos de androstenediona, testosterona, el índice de andrógenos libre, la proporción de testosterona libre y otras hormonas entre violadores sádicos (n=20), violadores no sádicos (n=14) y presos aparentemente no violentos, no encontrando tampoco diferencias entre ninguno de los grupos (Bain et al., 1988). Mattson et al. (1980) obtuvieron diversas muestras de testosterona en delincuentes adolescentes (n=40) y en sujetos controles (n=50). Los delincuentes fueron clasificados en varios grupos según el grado de violencia de sus delitos. Asimismo, se les administró varias escalas de pesonalidad. Los delincuentes tendían a presentar niveles más elevados de testosterona que los controles, y los presos violentos tendían a mostrar niveles más altos de testosterona que los no violentos. La saliva resulta más fácil de recoger que la sangre. Dabbs et al. (1987) examinaron la relación entre testosterona (libre) y violencia criminal en una muetra amplia de presos (N=89). Los presos fueron divididos en dos grupos (violentos vs. no violentos). El grupo violento presentó un nivel de testosterona medio ligeramente (aunque significativamente) más elevado. 356 MARTÍN-LÓPEZ Y NAVARRO La testosteron es secretada de acuerdo a un patrón pulsátil. Sin embargo, el nivel de esta hormona en el líquido cefalorraquídeo (LCR) parece ser relativamente independiente de estas fluctuaciones. Además, la testosterona libre en LCR constituye un reflejo de los niveles hormonales que están directamente disponibles en el cerebro. Por ello, Virkunnen et al. (1994) midieron los niveles de testosterona libre en LCR en una muestra de 31 delincuentes violentos, 13 delincuentes no violentos y 19 controles. Los delincuentes tenían una historia de alcoholismo. De los 31 delincuentes violentos, 17 fueron diagnosticados de trastorno de la personalidad antisocial y 14 de trastorno de la personalidad explosiva. El subgrupo antisocial mostró un nivel más elevado de testosterona libre que los otros subgrupos. Banks y Dabbs (1996) midieron los niveles de testosterona en saliva y cortisol en 29 delincuentes violentos (varones y mujeres) y 36 estudiantes de la misma edad. El grupo de delincuentes mostró niveles significativamente más elevados de testosterona que los estudiantes, no difiriendo ambos grupos en los niveles de cortisol. La testosterona y el cortisol estaban correlacionados positivamente en el subgrupo de mujeres. En resumen, estos estudios sugieren que existe una relación entre una historia de conducta violenta y una ligera pero relativamente consistente elevación de los niveles de testosterona. Esta asociación es probablemente más fuerte durante la adolescencia y los primeros años de la fase adulta. Las correlaciones entre los niveles de testosterona y la conducta agresiva en prisiones parece ser menos consistente, así como las correlaciones con los resultados obtenidos en inventarios de personalidad (Volavka, 1995). Kouri et al. (1995) evaluaron el efecto de la administración de dosis suprafisiológicas de testosterona sobre la respuesta agresiva en un ambiente de laboratorio. Ocho varones recibieron dosis progresivamente crecientes de cipionato de testosterona (150 mg/semana durante dos semanas, 300 mg/semana durante dos semanas, y 600 mg/semana durante dos semanas) o placebo utilizando un diseño cruzado, aleatorio, doble-ciego. Los sujetos fueron evaluados tanto antes como después de la serie de inyecciones. Durante la sesión experimental los sujetos podían presionar un botón para acumular puntos intercambiables por dinero (respuesta no agresiva) o presionar otro botón para restarle puntos a un oponente ficticio (respuesta agresiva). La administración de testosterona produjo un número significativamente más elevado de respuestas agresivas, en comparación con el placebo. Por su parte, Tricker et al. (1996) evaluaron también el efecto de la administración de dosis suprafisiológicas de testosterona (600 mg/semana) en varones sanos eugonadales utilizando un diseño doble ciego. 43 sujetos (19-40 años) fueron asignados a uno de los siguientes cuatro grupos: Grupo 1: placebo, no ejercicio; grupo 2: testosterona, no ejercicio; grupo 3: placebo, ejercicio, y grupo 4: testosterona y ejercicio. A todos los sujetos se les administró varias escalas relacionadas con mediciones de agresividad antes, durante y después de la décima semana de intervención. En contraste con los resultados del estudio anterior, no se encontraron diferencias en las medidas de agresión entre ninguna de las cuatro condiciones. Diversas investigaciones indican que las mujeres con niveles altos de testosterona son sexualmente más activas, competitivas, masculinas y consumen más alcohol Correlatos biológicos de la conducta agresiva y violenta en sujetos humanos 357 que las mujeres con niveles bajos de dicha hormona. Sin embargo, la relación global entre testosterona y violencia en mujeres no está clara. En un estudio reciente, Dabbs y Hargrove (1997) midieron los niveles salivares de testosterona en un grupo de 87 mujeres internadas en una prisión de máxima seguridad y recogieron información sobre los niveles de agresividad en la cárcel. Los niveles de testosterona correlacionaban con la conducta agresiva y criminal en prisión. b) Efectos organizativos de los andrógenos Los andrógenos muestran acciones organizativas sobre el cerebro durante el desarrollo fetal. Estos efectos pueden tener consecuencias a largo plazo para la conducta agresiva. En sujetos humanos, dichos efectos organizativos pueden ser examinados detectando las consecuencias de una excesiva exposición fetal a los andrógenos. Algunas endocrinopatías (como el síndrome adrenogenital) y la exposición de las madres durante el embarazo a hormonas con efectos androgénicos constituyen los dos paradigmas más útiles en este contexto (Volavka, 1995). En conjunto, los estudios con humanos existentes revelan resultados menos claros que los estudios con animales de experimentación. En cualquier caso, sugieren que la exposición a niveles elevados de andrógenos durante el embarazo puede ser en ocasiones responsable del posterior incremento de conductas agresivas/violentas. Hallazgos psicofisiológicos Ya en 1976 Cleckley postuló que aunque los sujetos psicópatas pueden comprender el significado literal (denotativo) del lenguaje, son incapaces de apreciar su significado emocional (connotativo). Una creciente evidencia empírica apoya el punto de vista de Cleckley de que en estos pacientes existe un importante déficit emocional. En comparación con sujetos no psicópatas, los psicópatas presentan una disminución de la reactividad emocional en situaciones que provocan miedo y ansiedad (Hare, 1978), así como una ausencia del típico incremento en la respuesta de sobresalto durante la exposición a diapositivas de contenido desagradable (Patrick, Bradley y Lang, 1993). A partir del modelo de desequilibrio motivacional descrito por Arnett (1997), se puede predecir que los psicópatas demostrarán tanto un débil "Sistema Inhibitorio" (SI) como un fuerte "Sistema de Activación" (SA). Específicamente, el modelo predice que estos sujetos presentarán respuestas de conductancia de la piel (SCR) atenuadas en anticipación y como reacción al castigo, así como también en respuesta a las señales de orientación (débil SI). Asimismo, se predice que los psicópatas deberían mostrar una tasa cardíaca (TC) mayor (fuerte SA). Finalmente, aunque los estudios que han examinado la respuesta a la recompensa en psicópatas son escasos, se predice que desarrollarán una TC más alta en respuesta a las señales de recompensa (fuerte SA). Este autor ha revisado recientemente los estudios que avalan dicho modelo. En este sentido, diversas investigaciones han constatado la existencia de una actividad electrodérmica atenuada en psicópatas que anticipan estímulos aver- 358 MARTÍN-LÓPEZ Y NAVARRO sivos. Así, en cuatro estudios que emplearon paradigmas de cuasicondicionamiento se observó en sujetos con psicopatía un incremento del nivel de conductancia de la piel, incrementos menores de la amplitud de la conductancia, junto con un menor número de respuestas inespecíficas en anticipación al castigo, en comparación con los controles. En relación con la TC, la evidencia disponible avala también dicho modelo. Brennan et al. (1997) han examinado recientemente la posible relevancia de mostrar una reactividad elevada del sistema nervioso autónomo (SNA) como variable susceptible de proteger a sujetos de alto riesgo (con padres criminales) de llevar a cabo una conducta criminal o violenta. Los autores hipotetizaron que los individuos con padres criminales que no se habían convertido también en criminales estaban protegidos debido a una mayor "fortaleza" de su SNA. Para ello evaluaron la tasa cardíaca y la conductancia de la piel en un paradigma de respuesta de orientación en 94 sujetos, divididos en cuatro grupos: (a) criminales con padres criminales (n=26), (b) no criminales con padres criminales (n=24), (c) criminales con padres no criminales, (n=20), y (d) no criminales con padres no criminales (n=24). En concordancia con la hipótesis planteada, los resultados indicaron un incremento significativo de la reactividad de orientación de la tasa cardíaca y la conductancia de la piel en el grupo de sujetos no criminales con padres criminales, en comparación con el resto de los grupos. Dichos resultados, además, confirman los obtenidos previamente por Raine, Venables y Williams (1995) con adolescentes delincuentes. Referencias Albert, D.J., Walsh, M.L. y Jonik, R.H. (1993). Aggression in humans: what is its biological foundation? Neuroscience and Biobehavioral Reviews, 17, 405-425. Arnett, P.A. (1997). Autonomimc responsivity in psychopaths: a critical review and theoretical proposal. Clinical Psychology Review, 17, 903-936. Bain, J., Langevin, R., Dickey, R. y Ben-Aron, M. (1987). Sex hormones in murderers and assaulters. Behavioral Sciences and the Law, 5, 95-101. Bain, J., Lamgevin, R., Dickhey, R., Hucker, S. y Wright, P. (1988). Hormones in sexually aggressive men. I. 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