Edición: Emilio Hernández Valdés Diseño de cubierta: Héctor Villaverde Emplane: Carlos F. Melián López Corrección: Armando Núñez Chiong Composición: Aníbal Cersa García © Sobre la presente edición: Editorial Oriente Ediciones La Memoria ISBN 959-11-0388-3 Obra completa ISBN 959-11-0394-8 Volumen 1 ISBN 959-7135-23-X Volumen 1 Instituto Cubano del Libro Editorial Oriente J. Castillo Duany No. 356 Santiago de Cuba E-mail: edoriente@cultstgo.cult.cu www.cubaliteraria.com Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Ediciones La Memoria Calle de la Muralla No. 63, entre Oficios e Inquisidor, La Habana Vieja, C. de La Habana E-mail: centropablo@cubarte.cult.cu www.centropablo.cult.cu www.centropablo.org Contenido Nota del editor / XV Los autores / XVII Colaboradores / XXVII Agradecimientos / XXIX Prefacio Ana Cairo La leyenda de un Apolo revolucionario / XXXV Primera parte Documentos y recuerdos Julio Antonio Mella Diario del primer viaje a México / 5 Asociaciones de Estudiantes de las Facultades de la Universidad de la Habana Manifiesto de los Estudiantes Universitarios / 24 Directorio de la Federación Estudiantil Universitaria Actas sobre la constitución del Directorio Estudiantil Universitario: • Acta no. 4 / 26 • Acta no. 6 / 29 • Declaraciones / 31 • Manifiesto de la Federación Estudiantil Universitaria / 32 Directorio de la Federación Estudiantil Universitaria Documentos: • Carta a Carlos Alzugaray / 34 • Acta / 36 • Carta al Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes / 37 Julio Antonio Mella Al Proletariado / 38 Julio Antonio Mella Palabras en la asamblea magna de la Asociación Nacional de Veteranos / 40 Alfonso L. Fors Informe sobre el incidente de Julio A. Mella con González Manet / 41 Julio Antonio Mella Declaración de derechos y deberes del estudiante / 45 Universidad Popular José Martí Estatutos de la Universidad Popular José Martí / 49 Universidad Popular José Martí Plan de estudios y profesores de la Universidad Popular José Martí / 51 Julio Antonio Mella Mensaje: ¡La Federación de Estudiantes pide cooperación! / 53 Julio Antonio Mella Carta a Araoz Alfaro / 55 Julio Antonio Mella Declaraciones a El Heraldo sobre la manifestación gubernamental de gracias a los Estados Unidos y la protesta estudiantil / 57 Julio Antonio Mella Los prejuicios del siglo bárbaro. La pena de muerte y los crímenes oficiales / 58 Rubén Martínez Villena Carta abierta contra el encarcelamiento de Mella / 63 Gustavo Aldereguía Pueblo de Cuba: ¡ponte de pie…! / 66 Julio Antonio Mella Cartas a Oliva Zaldívar / 68 Julio Antonio Mella Los emigrados revolucionarios al pueblo de Cuba / 72 Julio Antonio Mella Grandioso mitin del Frente Único Manos Fuera de Nicaragua / 74 Julio Antonio Mella Carta a Tina Modotti / 82 Julio Antonio Mella Carta a José Antonio Fernández de Castro / 84 Julio Antonio Mella Cómo llevar a cabo la Unión Sindical / 87 Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos Nuestra Declaración / 93 Rubén Martínez Villena Manifiesto del Partido Comunista de Cuba ante el asesinato de Mella / 95 Alejandro Barreiro Una carta / 100 Antonio Puerta Frases de un obrero. Al camarada caído / 103 Antonio Penichet Mi recuerdo a Mella / 105 Teodosio Montalván Mugica Otro más… / 108 Jacobo Hurwitz Julio Mella y el Socorro Rojo Internacional / 111 Gastón Lafarga La significación de Julio A. Mella / 114 Diego Rivera Nuestra protesta / 119 Luis Carranza Uno de los verdaderos revolucionarios / 120 Tina Modotti No llorar sino luchar / 122 Tristán Maroff Una llama siempre encendida y relampagueante / 124 Rubén Martínez Villena Palabras en el primer aniversario de su muerte / 126 Pablo de la Torriente Brau El aniversario de Julio Antonio Mella / 129 Liga Antimperialista de los Estados Unidos Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC) Declaración / 138 Emilio Roig de Leuchsenring El primer mártir antimperialista / 141 Graciella Garbalosa Joven talentoso y valiente / 143 Raúl Roa Un temperamento dinámico / 151 Rubén Martínez Villena Inolvidable para nosotros / 156 Juan Marinello Cenizas sin muerte / 157 Pablo de la Torriente Brau Mella, Rubén y Machado: un minuto en la vida de tres protagonistas / 171 Aníbal Ponce Una fuerza de la naturaleza / 182 Mirta Aguirre La vida tan clara como la risa / 183 Ángel Augier Cómo era Julio Antonio Mella • Rosario Guillaume: El niño Mella / 186 • Eduardo Súarez Rivas: Mella en la Universidad de la Habana / 190 • Sarah Pascual: El líder estudiantil / 192 • Oliva Zaldívar: Una personalidad magnética / 197 • Aureliano Sánchez Arango: Una magnífica y potente voz / 200 • Gustavo Aldereguía: Dos vidas paralelas / 203 • José López Rodríguez y José Rego: Mella y la clase obrera / 206 • Juan Marinello: Un símbolo de la juventud cubana / 210 Eduardo Avilés Ramírez Julio Antonio Mella y la Plaza de la Concordia / 213 Mariblanca Sabas Alomá La acción antimperialista de Banes / 215 Juan Marinello Genio y figura / 217 Alfonso Bernal del Riesgo Tres recuerdos de Mella / 218 Loló de la Torriente Viejo retablo / 267 Instituto Mella. Universidad de la Habana Mesa redonda sobre Mella / 271 Erasmo Dumpierre Julio Antonio Mella en México. Diálogo con Rosendo Gómez Lorenzo / 293 David Alfaro Siqueiros Querido por todos / 303 Leonardo Fernández Sánchez Julio Antonio Mella / 304 Pedro Luis Padrón Recuerdos de un compañero de prisión / 317 Caridad Proenza En Banes / 322 Adelina Zendejas Un recuerdo inolvidable / 324 Carlos Zapata Varela Un gran dirigente / 326 Alejandro Gómez Arias Introvertido y silencioso / 328 Rafael Carrillo Azpertía Un hombre encantador, muy carismático / 330 José Zacarías Tallet Reminiscencias de Mella / 333 Baltasar Dromundo Dignidad y decencia en las relaciones entre los dos / 335 Textos poéticos y narrativos. Canciones Sindo Garay Oración por todos / 339 Las madrecitas / 340 José Z. Tallet Exhortación al iconoclasta / 341 Varios Corridos: • I / 345 • II / 346 Emiliano Moreno Julio Antonio Mella / 347 Pablo de la Torriente Brau A Julio Antonio Mella / 348 Manuel Navarro Luna Presencia de la sangre sin sueño / 349 Graciella Garbalosa Pedro Pablo / 351 Nicolás Guillén Mella / 356 Jesús Orta Ruiz Mella / 357 Ángel Augier Mella / 359 José Lezama Lima Apolo en la Universidad: I. Apolo y Upsalón / 360 II. Lanzar la flecha bien lejos / 370 Alejo Carpentier El Estudiante y París / 378 Mirta Aguirre La pelea de la huelga de hambre / 386 Elena Poniatowska Tinísima y Julio / 388 Lamy, como le llamaban cariñosamente, en brazos de su mamá Cecilia Mac Partland. La Habana, 1903. Nota del Editor Una feliz iniciativa de Ana Cairo, surgida hace sólo unos meses, me involucró en este proyecto de homenaje y difusión de la vida, acción y obra de una de las personalidades más plenas, fulgurantes y talentosas de nuestro pasado siglo XX, al que me incorporé sin reservas ni escatimar esfuerzos junto con un valioso equipo de entusiastas colaboradores. El breve tiempo con que contábamos para llevar a cabo esta tarea lo convirtió en un reto; pero en su Centenario Mella no sólo debía recibir homenajes formales de recordación sino que era necesario dar a conocer tanto la originalidad, creatividad y visión anticipadora de su pensamiento —vigente en gran medida y concretado en numerosos de sus aspectos en la obra revolucionaria de nuestro presente—, así como proceder a la aclaración o debate de algunas facetas de su breve ejecutoria aún poco perfiladas. Gracias a los documentos reunidos aquí podrán mostrarse con distintos enfoques y dar una visión plural de su personalidad. La intención fue acogida de inmediato por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en la persona de su director, Víctor Casaus, y poco después se sumó a ella Aida Bahr, directora de la Editorial Oriente. Sin su apoyo este libro no hubiera sido posible. La premura con que ha debido acometerse esta labor podrá explicar las deficiencias que en ella se puedan apreciar por los muchos lectores que sabemos tendrá, dada la significación que encierra y la simpatía que en nuestro tiempo aún despierta este eterno joven de mentalidad abierta que es Julio Antonio Mella. A ellos nuestras disculpas por anticipado. EL EDITOR Los autores Acosta, Agustín (1885-1979). Poeta y político. Autor de La zafra. Un poema de combate (1926). Combatió a la satrapía de Gerardo Machado desde Unión Nacionalista. Aguirre, Mirta (1912-1980). Ensayista, poeta, periodista, profesora universitaria y político comunista. Alarcón de Quesada, Ricardo. Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba. Aldereguía Lima, Gustavo (1895-1970). Médico y político marxista. Colaboró con el movimiento de reforma universitaria. Amigo íntimo y médico personal de Mella y Rubén Martínez Villena. Participó en el alzamiento de Gibara contra la dictadura de Machado (1931). Fundador y uno de los secretarios generales de la Organización Revolucionaria Cubana Antimperialista (ORCA), considerada heredera de la ANERC, desde la que combatió a Batista (entre 1935 y 1937). Presidente del Instituto Mella. Alfaro Siqueiros, David (1896-1974). Pintor mexicano y político marxista. Alonso, Alejandro G. Crítico de artes plásticas y de cine. Augier, Ángel. Ensayista, poeta y periodista comunista. Avilés Ramírez, Eduardo. Escritor y periodista nicaragüense. Vivió en Cuba durante parte de la década del veinte. Se solidarizó con la huelga de hambre de Mella. Después se estableció en París, desde donde colaboraba con la prensa cubana. Fue anfitrión de Mella en París (1927). Barckhansen-Canale, Christiane. Historiadora alemana y biógrafa de Tina Modotti. (Entrevistó a Baltazar Dromundo para el libro Verdad y leyenda de Tina Modotti, 1989). Barreiro, Alejandro (1884-1937). Dirigente obrero. Fue uno de los fundadores de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y del primer Partido Comunista de Cuba (PCC). Amigo de Mella. Perteneció a la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC). Bergman, Gregorio. Médico psiquiatra argentino. Participante en el movimiento de reforma universitaria que estalla en Córdoba (1918). Bernal del Riesgo, Alfonso (1902-1975). Psicólogo y profesor de la Universidad de la Habana. Dirigente del grupo estudiantil Renovación, que impulsó la Reforma Universitaria entre 1922 y 1924, y uno de los fundadores del primer PCC. Íntimo amigo de Mella. Participó en la fundación del Partido Agrario Nacional (1934-1940). Boudet, Rosa Ileana. Crítico teatral, narradora y periodista. (Entrevistó a José Lezama Lima para la revista Alma Mater). Cabrera, Olga. Historiadora. Biógrafa de Mella. Trabaja en la Universidad de Goyás en Brasil. Cairo, Ana. Ensayista y profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana. Carpentier, Alejo (1904-1980). Narrador, músico y periodista. Rindió homenaje a Mella en la novela El recurso del método (1974). Carranza, Luis. Escritor peruano de la revista Amauta, que dirigía José Carlos Mariátegui. Carrillo Azpeitía, Rafael. Fue Secretario General del Partido Comunista de México (19231928). Conoció a Mella en La Habana en 1925. Castillo, Lourdes. Especialista del Departamento de Bibliografía Cubana de la Biblioteca Nacional José Martí. Castro Ruz, Fidel. Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba y Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Castro Ruz, Raúl. Vicepresidente Primero del Consejo de Estado de la República de Cuba. Segundo Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Cupull, Adys. Periodista, diplomática e historiadora. Biógrafa de Mella. Chaguaceda Noriega, Armando. Profesor de Historia y Filosofía en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Dromundo, Baltazar. Escritor mexicano. Amigo de Mella y Tina Modotti. Conoció a Mella en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ella le regaló autografiada una de las copias del dibujo que le hizo Diego Rivera. Dumpierre, Erasmo (1922-1986). Historiador y biógrafo de Mella. Entralgo, Elías (1903-1966). Historiador, sociólogo y profesor universitario. Colaboró con Alma Mater cuando la dirigía Mella. Fernández, José Luis. Obrero y amigo de Alfredo López (fundador y dirigente de la CNOC). Estuvo preso con Mella en noviembre y diciembre de 1925. Fernández Sánchez, Leonardo (1907-1965). Político marxista. Dirigente estudiantil del Instituto de la Habana. Uno de los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba. Íntimo amigo de Mella. Lo ayudó en la creación de un movimiento estudiantil nacional en los institutos provinciales y escuelas normales. Presidió el comité Pro Libertad de Mella. Miembro fundador de la ANERC. Presidente del Club Mella en Nueva York. En 1938 abandonó el Partido Comunista. Perteneció al Partido Agrario Nacional. Fundador y uno de los ideólogos del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Fors Reyes, Alfonso L. (1890-1953). Jefe de la Policía Judicial durante los gobiernos de Zayas y Machado. Uno de los cómplices del asesinato de Mella. Gálvez Cancino, Alejandro. Historiador y profesor universitario mexicano. Garay, Sindo (1867-1968). Músico y uno de los grandes trovadores del siglo xx. Conoció a José Martí y fue correo del Ejército Libertador. Garbalosa, Graciella (1895-19??). Periodista y narradora. Corresponsal y colaboradora de la revista peruana Amauta, dirigida por José Carlos Mariátegui. Estuvo exiliada con Mella en México. Perteneció al Instituto Mella. García Ronda, Denia. Ensayista y profesora universitaria. Subdirectora de la revista Temas. Gómez Arias, Alejandro. Fue Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México. Conoció a Mella en la Escuela de Derecho. Habló en los actos del sepelio. González, Froilán. Periodista, diplomático e historiador. Biógrafo de Mella. Gómez Lorenzo, Rosendo. Uno de los editores del periódico El Machete, órgano del Partido Comunista de México. Guanche, Julio César. Periodista e historiador. Dirige la editorial electrónica Cuba Literaria del Instituto Cubano del Libro. Guillaume Pérez, Rosario (1889-1975). Miembro del Club Femenino de la Habana. Ayudó a preparar el Primer Congreso de Mujeres. Amiga de la familia de Mella. Guillén, Nicolás (1902-1989). Poeta, periodista y político comunista. Colaboró con la revista Alma Mater cuando Mella la dirigía. Hurwitz, Jacobo. Político peruano. Vivió exiliado en La Habana y México. Fue profesor de la Universidad Popular José Martí. Pertenecía al Buró del Caribe del Socorro Rojo Internacional. Lafarga, Gastón (pseudónimo de José Romero Zurita). Político peruano. Vivió exiliado en La Habana y en México. Pertenecía a la Liga Antimperialista de las Américas. Lezama Lima, José (1910-1976). Poeta, narrador y ensayista. En la novela Paradiso (1966) rindió homenaje a Mella con el personaje del estudiante Apolo. Lozano Ros, Jorge Juan. Historiador de la FEU. Profesor de la Universidad de la Habana y asesor de la Oficina del Programa Martiano. Kohan, Néstor. Escritor argentino. Autor del libro De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano (2000). Marinello Vidaurreta, Juan (1898-1977). Poeta, ensayista, profesor y político comunista. Fue presidente de los partidos Unión Revolucionaria Comunista y Partido Socialista Popular. Perteneció al Comité Pro Libertad de Mella. Presidió la delegación que trajo a Cuba sus cenizas y fue responsable de su custodia hasta 1962. Como Rector de la Universidad de la Habana creó el Instituto Mella (1963). Maroff, Tristán (1898-1979). Escritor boliviano. Su verdadero nombre era Gustavo Adolfo Navarro. Massón Sena, Caridad. Historiadora. Trabaja en el Instituto de Historia de Cuba. Martín Fadragas, Alfredo. Historiador. Trabaja como subdirector de la Dirección de Cultura en el municipio Cerro. Martínez Heredia, Fernando. Historiador e investigador del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. Martínez Villena, Rubén (1899-1934). Poeta, ensayista y dirigente político comunista. Íntimo amigo de Mella. Fue Secretario de la Universidad Popular José Martí y uno de los fundadores de la Liga Antimperialista. Desde 1925 se vinculó al movimiento obrero. En 1927 ingresó en el primer Partido Comunista de Cuba. Desde entonces hasta su muerte fue una de las figuras centrales del movimiento comunista en Cuba. Milián Pérez, Luz. Historiadora cultural. Trabaja en el teatro Hubert D’Blanck. Modotti, Tina (1896-1942). Fotógrafa italiana y político revolucionario. Es la compañera de Mella entre julio de 1928 y su muerte. Montalván, Teodosio. Miembro del Directorio Estudiantil Universitario de 1927. Compañero de Mella en México. Moreno, Emiliano. Poeta obrero. Navarro Luna, Manuel (1894-1966). Poeta, periodista y político comunista. Orta Ruiz, Jesús (El Indio Naborí). Poeta y periodista. Es el más famoso de los decimistas cubanos. Padrón, Pedro Luis (1913-1982). Periodista e historiador. Pascual, Sarah (1904-1987). Miembro del primer Partido Comunista de Cuba. Participó en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes y fue profesora de la Universidad Popular José Martí. Penichet, Antonio (1886-194?). Escritor y dirigente obrero, compañero de Mella en México. Pérez Cruz, Felipe. Investigador del Centro de Estudios de América y profesor universitario. Pineda Barnet, Enrique. Cineasta y narrador. Realizó el filme Mella (1975). Ponce, Aníbal (1898-1938). Ensayista marxista, político y profesor universitario argentino. Discípulo y biógrafo de José Ingenieros (1877-1925). Uno de los pensadores marxistas latinoamericanos más importantes en la primera mitad del siglo XX. Poniatowska, Elena. Narradora y periodista mexicana. Autora de la novela Tinísima (1992). Portuondo, José Antonio (1911-1996). Ensayista marxista, crítico literario, diplomático y profesor universitario. Director fundador del Instituto de Literatura y Lingüística. Proenza, Caridad. Combatiente antimachadista. Conoció a Mella en Banes (1925). Exiliada en México (1933) se le encomendó la custodia de las cenizas de Mella hasta su traslado a Cuba. Puerta, Antonio. Dirigente obrero. Perteneció al primer Partido Comunista de Cuba. Estuvo exiliado con Mella en México. Reig Romero, Carlos. Historiador. Trabaja en el museo Rubén Martínez Villena de Alquízar. Rego López, José (1884-1976). Nació en Galicia. Dirigente obrero y uno de los fundadores del Primer Partido Comunista de Cuba. Risquet Valdés, Jorge. Miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Rivera, Diego (1886-1957). Pintor y político marxista mexicano. Tina Modotti fue una de sus modelos y fotografiaba sus pinturas. Pintó a Mella en el mural En el Arsenal (1920) en la Secretaría de Educación Pública. Roa García, Raúl (1907-1982). Político marxista y ensayista. Fue profesor de la Universidad Popular José Martí, miembro del Directorio Estudiantil de 1930 y uno de los fundadores del Ala Izquierda Estudiantil y de ORCA. Rodríguez García, Rolando. Historiador y narrador. Fundador del Instituto Cubano del Libro. Trabaja en el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros. Rodríguez Rodríguez, Carlos Rafael (1913-1999). Ensayista, periodista y dirigente político comunista. Era líder estudiantil en Cienfuegos durante el combate antimachadista. Roig de Leuchsenring, Emilio (1889-1964). Historiador antimperialista y periodista. En 1937 fundó la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana. Fue amigo de Mella, que lo admiraba por ser un difusor del antimperialismo de José Martí y uno de los fundadores de la Liga Antimperialista de Cuba. Sabas Alomá, Mariblanca (1901-1983). Político y periodista cubana. Participó en el Primer Congreso de Mujeres. Fue una de las fundadoras de la Liga Anticlerical de Cuba y del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico). Se convirtió en la primera mujer que se desempeñó como ministra en el gobierno de Carlos Prío (1948-1952). Sánchez Arango, Aureliano (1907-1976). Político y profesor universitario. Perteneció al grupo redactor de Juventud. fue miembro del claustro de la Universidad Popular José Martí y del Directorio Estudiantil Universitario de 1927. Perteneció a la ANERC. Estuvo afiliado al primer Partido Comunista de Cuba, que ya había abandonado en 1931. Se convirtió en uno de los fundadores del Ala Izquierda Estudiantil (1931-1935). Se afilió a Joven Cuba (19351936). Ministro de Educación y de Estado del gobierno de Carlos Prío (1948-1952). Santana Fernández de Castro, Astrid. Crítico de cine y profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana. Suárez Rivas, Eduardo (1904-19??). Político dirigente del Partido Liberal. Fue presidente del Senado. Participó en el movimiento estudiantil entre 1923 y 1925. Fue secretario del Directorio de la FEU (1923) y perteneció a los Manicatos. Tallet, José Zacarías (1893-1989). Poeta, traductor, profesor y periodista. Fue el presidente de la Universidad Popular José Martí y cuñado de Rubén Martínez Villena. Tamayo, Jaime. Escritor y profesor mexicano. Torriente, Loló de la (1902-1983). Ensayista marxista, narradora, crítico de arte y periodista. Participó en el Primer Congreso de Mujeres y en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes. Perteneció al primer Partido Comunista de Cuba. Residió en México y fue biógrafa del pintor Diego Rivera. Torriente Brau, Pablo de la (1901-1936). Narrador, ensayista, periodista y político marxista. Perteneció al Directorio Estudiantil de 1930 y fue uno de los fundadores del Ala Izquierda Estudiantil y de ORCA. Zaldívar Freyre, Oliva Margarita (1904-1982). Abogada y diplomática. Se casó con Mella el 19 de julio de 1924. Lo acompañó en México entre marzo de 1926 y agosto de 1927. Tuvieron dos hijas: la primera murió al nacer (1926) y la segunda, Natacha, nació en agosto de 1927. En octubre de ese año regresó a Cuba con la niña. Se dice que Mella le había solicitado el divorcio. Zapata Varela, Carlos. Perteneció a la Asociación de Estudiantes Proletarios de México, que editaba la revista Tren Blindado. Zendejas, Adelina. Combatiente política mexicana. Perteneció al secretariado de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria. En 1940, Tina Modotti residió en su casa. Julio Antonio de niño. La Habana, hacia 1904. Colaboradores* • • • • • • • • • • • • • • • • • Jorge Lozano Ros. Caridad Massón. Ricardo Hernández Otero. Fernando Martínez Heredia. Rolando Rodríguez. Denia García Ronda Cira Romero. Crítico literario e investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística. Astrid Santana. Adys Cupull y Froilán González. Lourdes Castillo. Enrique López Mesa. Historiador. Carlos Reig. Max Lesnick. Periodista y político. En 1948 fue uno de los fundadores de la Juventud Ortodoxa y en 1953 perteneció al Comité Pro Homenaje a Mella. Víctor Fowler. Poeta, crítico literario y ensayista. Enrique Pineda Barnet. Graciela Morales. Directora Editorial del Centro de Estudios Martianos. Dora Behar. Especialista de la Dirección Editorial del Centro de Estudios Martianos. * Los créditos profesionales de los colaboradores que a su vez contribuyeron con trabajos para esta obra aparecen en la sección Los autores. El pequeño Nicanor, vestido a la moda infantil de la época. La Habana, hacia 1906. Agradecimientos Editorial Oriente: • Aida Bahr. Directora. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau: • Víctor Casaus. Director. • Emilio Hernández Valdés. Editor Jefe. Instituto Cubano del Libro: • Iroel Sánchez. Presidente. • Javier Lara. Vicepresidente. Biblioteca Nacional José Martí: • Eliades Acosta. Director. • Teresita Morales. Subdirectora. • Araceli García-Carranza. Jefa del Departamento de Bibliografía Cubana. • Zoila Oro. Jefa del Departamento de Fondos Bibliográficos. • Lisia Prieto. Especialista de la sala de Etnografía. • Milagros Turcás. Jefa de la Sala General. • Carmen Carballosa Ávila. Trabajadora de la colección de manuscritos en la Sala Cubana. • Servicio de Referencias. • Sala para Ciegos. • Sala Juvenil. Biblioteca Memorial Juan Marinello: • Manuel Corrales. Biblioteca de la Casa de las Américas: • Zulema Aguirre. Instituto de Literatura y Lingüística: • Nuria Gregory. Directora. • Marcia Castillo. Especialista del Archivo Literario. • Dania Vázquez. Especialista del Archivo Literario. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello: • Pablo Pacheco. Director. Centro de Estudios Martianos: • Rolando González Patricio. Director. • Pedro Pablo Rodríguez. Historiador. Universidad de la Habana: • Juan Vela Valdés. Rector. Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana: • Rogelio Rodríguez Coronel. Decano. • José Antonio Baujín. Profesor. • Haydée Gutiérrez. Trabajadora administrativa. Centro Félix Varela: • Maritza Moleón. Directora General. • Carlos Melián. Coordinador de Publicaciones. Revista Temas: • Aníbal Cersa. A los jóvenes. A la solidaridad intergeneracional. Composición tradicional de cinco fotografías. La Habana, hacia 1907. Prefacio Acompañado de su hermano Cecilio. La Habana, entre 1909-1910 Un estrechón de manos: Julio Antonio con su papá, Don Nicanor. La Habana, cerca de 1920. La leyenda de un Apolo revolucionario I Todo hombre célebre debe cuidar de no deshacer su leyenda —la que a todo hombre célebre acompaña en vida desde que empieza su celebridad—, aunque ella sea hija de la frecuente y natural incomprensión de su prójimo. La vida de un hombre no es nunca lo bastante dilatada para deshacer una leyenda y crear otra. Y sin leyenda no se pasa a la Historia.1 ANTONIO MACHADO (1875-1939) II La imagen es la causa secreta de la historia El hombre es siempre un prodigio, de ahí que la imagen lo penetre y lo impulse. […] La imagen como un absoluto, la imagen que se sabe imagen, la imagen como la última de las historias posibles. […] La semejanza de una imagen, une a la semejanza con la imagen, con el fuego y la franja de sus colores. En realidad, cuando más elaborada y exacta es una semejanza a una forma la imagen es el diseño de su progresión. […] Ninguna aventura, ningún deseo donde el hombre ha intentado vencer una resistencia, ha dejado de partir de una semejanza y de una imagen: él siempre se ha sentido, como un cuerpo que se sabe imagen, pues el cuerpo, al tomarse a sí mismo como cuerpo, verifica tomar posesión de una imagen. Creo que la imagen es la forma de diálogo, una forma de comunicación.2 JOSÉ LEZAMA LIMA (1910-1976) 1 Antonio Machado. «Habla Juan de Mairena a sus alumnos», «XIX». En Prosas. La Habana, Arte y Literatura, 1975, p. 113. (El subrayado es mío, AC.) 2 Carmen Berenguer y Víctor Fowler. José Lezama Lima. Diccionario de citas. La Habana, Casa Editora Abril, 2002, pp. 73-74. (El subrayado es mío, AC.) III Entre 1973 y 1986 laboré en cuatro libros: El Movimiento de Veteranos y Patriotas. (Apuntes para un estudio ideológico del año 1923) (1976), El Grupo Minorista y su tiempo (1978), Historia de la Universidad de la Habana (1983) —en coautoría con Ramón de Armas (19391997) y Eduardo Torres-Cuevas— y La Revolución del 30 en la narrativa y el testimonio cubanos (1993). Mientras investigaba reaparecía la figura de Julio Antonio Mella (1903-1929). Conversé con decenas de participantes en el ciclo de la Revolución del 30, que —para mí— abarcaba los combates contra el gobierno corrupto (1921-1925) del doctor Alfredo Zayas, la satrapía (1925-1933) del general Gerardo Machado y la primera tiranía (1934-1940) del coronel Fulgencio Batista. No recuerdo que persona alguna denostara a Mella y a su íntimo amigo Rubén Martínez Villena (1899-1934). Desde diferentes ideologías y militancias políticas, los combatientes, y hasta los defensores gubernamentales, admiraban la valentía y reconocían el carisma de ambos líderes y las cualidades y virtudes como seres humanos. Se apreciaba que para los dos regía una dimensión mítica del heroísmo. De aquellos años data el proyecto de compilar la memoria múltiple de Mella y Rubén y de promocionar, con motivo de los sucesivos centenarios, una colección en la que también se recuperen las de Antonio Guiteras (1906-1935) y Eduardo Chibás (1906-1951), entre otras personalidades con leyenda en la dimensión sugerida por Antonio Machado. En 1999, me fue imposible asumir la empresa de rendirle tributo a Rubén con el libro deseado. Sólo pude ayudar con una modesta participación en el documental La pupila insomne (1999). En el 2001, al concluir la edición vindicativa de la relevancia del ensayo «Álgebra y política» dentro de la colección de las Obras de Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), decidí proponer el desafío de ejecutar el proyecto Mella: 100 años en un tiempo muy apretado con respecto al centenario del natalicio. Para alejar el riesgo de un fracaso, elegí una variante de trabajo colectivo, que ha sido el factor esencial para cumplir. En el esfuerzo de meses se estructuró una modalidad libérrima de grupo solidario, conformado por intelectuales admiradores de Mella y trabajadores entusiastas, quienes han laborado con total desinterés, gran modestia y ejemplar humildad. El éxito, si nos acompaña, será de todos. Los errores son de mi responsabilidad, porque fui quien decidí. IV Mella: 100 años se estructura en tres partes. La tercera se conforma por una «Cronología» (1903-2002), una «Bibliografía selecta» y dos «Índices» (por autores y temático) que cumplen una función auxiliar para facilitar las múltiples formas de consulta que permite este libro. En la Cronología (1903-2002) se incorporan datos muy diversos no sólo en cuanto a Mella y su leyenda, sino para contextualizar los materiales y para interrelacionar con las notas. La misma, además, puede operarse como un sistema referencial autónomo. Lourdes Castillo ha preparado la Bibliografía Selecta, como parte de las acciones de la Biblioteca Nacional José Martí para celebrar el centenario de Mella. El objetivo cardinal del libro se encuentra en la primera y la segunda parte, integradas por tres secciones interconectadas. En «Documentos y recuerdos» se privilegia la memoria testimonial de los que le conocieron. Existe un ordenamiento cronológico y cada texto ha sido fechado. Esto permite una comprensión más detallada sobre las infinitas mediaciones temporales, espaciales, cognoscitivas y axiológicas entre el cronotopo3 de los hechos vividos y el del momento escritural. Se aspira a promocionar una reflexión más compleja y matizada en torno a la pluralidad de las versiones, y a las contradicciones. 3 Miguel Bajtin creía que: A la intervinculación esencial de las relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura llamaremos cronotopo (lo que traducido literalmente significa «tiempoespacio»). […] nosotros lo trasladamos aquí, a la teoría literaria, casi como una metáfora (casi, no totalmente); nos importa la expresión en él de la indivisibilidad del espacio y el tiempo (el tiempo como la cuarta dimensión del espacio). Entendemos el cronotopo como una categoría formal y de contenido de la literatura […]. En el cronotopo literario-artístico tiene lugar una fusión de los indicios espaciales y temporales en un todo consciente y concreto. El tiempo aquí se condensa, se concentra y se hace artísticamente visible; el espacio, en cambio, se intensifica, se asocia al movimiento del tiempo, del argumento de la historia. Los indicios del tiempo se revelan en el espacio, y este es asimilado y medido por el tiempo. Por este cruzamiento de las series y por esta fusión de los indicios se caracteriza el cronotopo artístico. «Formas del tiempo y del cronotopo en la novela. (Ensayos sobre poética histórica)» (1937-1938). En Problemas literarios y estéticos. La Habana, Arte y Literatura, 1986, pp. 269-468. La cita, pp. 269-270. Se desea que la multiplicidad de facetas constituya una cualidad relevante en este imaginario. Por lo mismo, se ha contrapunteado con la propia voz de Mella. Su Diario del primer viaje a México (1920), las cartas a sus mujeres (Oliva Zaldívar y Tina Modotti), algunas actas de la FEU, un informe de la policía, artículos y manifiestos, favorecen el entrecruzamiento de perspectivas. Por otra parte, los textos de Mella adelantan un conjunto orgánico, ya que se había ido difundiendo de modo disperso. Mientras se labora para producir unas futuras Obras, este corpus ya presta servicios. V En «Textos poéticos y narrativos. Canciones» se antologa una producción desconocida en tanto que un corpus. Se aprecia el impacto carismático de la personalidad sobre otros creadores. La leyenda afirmada por Antonio Machado, y el diálogo de las imágenes como historias posibles en que creía José Lezama Lima, se valida en el contrapunteo de las dos secciones. En marzo de 1925, Lezama era un adolescente curioso. Vio una manifestación estudiantil en el Parque Zayas y quedó fascinado con las acciones de Mella. Él no había conocido al general Antonio Maceo (1845-1896); pero se lo imaginaba peleando. Mella se le asemejaba y por lo mismo lo idealizaba en tanto que formidable adalid. Lezama participó en la gran manifestación estudiantil del 30 de septiembre de 1930. En la novela Paradiso (1966), recreó su manifestación y le incorporó el personaje del estudiante Apolo, quien —como en la épica homérica— funde la belleza moral con la física, la inteligencia y la valentía intrépida con la solidaridad hacia sus compañeros. El personaje de Apolo es un homenaje a Mella y simboliza al nuevo héroe revolucionario mítico, sin necesidad de moralejas didácticas. Mella visitó París en febrero y en mayo de 1927. No hay muchas informaciones sobre cómo lo impactó la ciudad que entonces era capital mundial de la cultura. Alejo Carpentier (19041980) no fue amigo de Mella; sin embargo, los dos compartieron amistades comunes como Rubén Martínez Villena (1899-1934), José Antonio Fernández de Castro (1897-1951) y Emilio Roig de Leuchsenring (1898-1964). El periodista nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez fue uno de los anfitriones de Mella en París. Quizás Avilés le proporcionó a Carpentier algunas anécdotas que se convirtieron en fuentes primarias para un ejercicio ficcional en un episodio de la novela El recurso del método (1974). En la narración se utilizó el recurso de un sistema o casa de espejos (como los que existían en las ferias o parques de diversiones). Se yuxtaponen numerosos personajes. Hay una serie de personajes dictadores (históricos o inventados) y otra de personajes revolucionarios. El personaje El Estudiante tiene los rasgos físicos que recuerdan a Rubén Martínez Villena; pero su trayectoria biográfica evoca a Mella. En el formato de la casa de espejos, coinciden en París, El Estudiante, Mella y Jawaharlal Nehru (entre otros) que viajan hacia el Congreso Mundial Antimperialista de Bruselas. El personaje Primer Magistrado —ya ex dictador— se asombró cuando encontró a su antagonista El Estudiante extasiado ante la belleza del arte religioso en la catedral de Notre Dame. Los revolucionarios también amaban las maravillas artísticas. Rubén escribió el soneto «Insuficiencia de la escala y el iris»; pero Mella no dejó un texto parecido. Carpentier eligió privilegiar la pasión por la belleza como rasgo esencial de El Estudiante. La intuición literaria de Carpentier adelantó un rasgo de la personalidad de Mella, que se ha visto confirmado en algunas anotaciones del Diario de 1920, el cual se mantuvo desconocido para una mayoría de los lectores hasta 1999, en que lo difundieron anotado los historiadores Cupull y González. Tina Modotti, la última mujer de Mella, se ha convertido en tema de múltiples reflexiones en el último cuarto del siglo XX. Como fotógrafa artística y político comunista, ha devenido una de las personalidades más asediadas. En ese contexto, ha emergido una imagen novedosa de Mella, la de marido de Tina, la cual transgrede las tipologías de un imaginario machista sobre la heroicidad. La narradora mexicana Elena Poniatowska (1932) sorprendió con una ficcionalización de Julio Antonio Mella en su novela Tinísima (1992). El personaje fue un revolucionario cabal que inspiraba y disfrutaba con el placer sexual de Tina. Se logró una acertada humanización del héroe. VI En «Valoraciones» se compilan los temas de interpretación. Mella y los problemas de la historiografía en Cuba y en México tienen un estatuto preferencial. Se ha avanzado poco en la reflexión plural sobre el héroe y la historia del marxismo cubano y latinoamericano. Alfredo Martín, Adys Cupull y Froilán González (quienes citan a la historiadora Angelina Rojas) y Rolando Rodríguez incluyen datos nuevos en torno a la sanción que el Primer Partido Comunista de Cuba le impuso ante la decisión de la huelga de hambre en 1925. Alfonso Bernal del Riesgo (1903-1975) me contó privadamente una versión muy detallada. (Él no entendía por qué se ocultaba el hecho, muy lógico en aquella situación.) Las versiones de Alfredo Martín, Rolando Rodríguez y Adelina Rojas (citada por Cupull y González) confirmaron lo esencial de lo que me relató Bernal. No obstante, creo que hay que reiterar la idea de que debe publicarse íntegramente la documentación que existe en el fondo Primer Partido Comunista de Cuba del Archivo del Instituto de Historia de Cuba. Caridad Massón profundiza en la amistad entrañable entre Mella y Rubén y cómo este último asumió el deber ineludible de defender la memoria del primero de los prejuicios de una burocracia comunista internacional. Rolando Rodríguez también aportó en torno a los planes de la ANERC, a partir del acceso a nuevas fuentes documentales, como una importantísima entrevista al político venezolano Eduardo Machado. Dichos análisis podrían contrastarse con el testimonio de Antonio Puerta (1966), sobre cómo Mella devino un político con intereses nacionalistas y latinoamericanistas muy bien integrados. La carta de Mella a su mujer Oliva (1 de noviembre de 1927) amplía los matices sobre el alcance cualitativo de su afiliación consciente a la más legítima tradición del pensamiento y la praxis de José Martí (1853-1895). El testimonio de Puerta también confirmó las razones por las que los escritores mexicanos Jaime Tamayo y Alejandro Gálvez Cancino se interesaron por la ejecutoria de Mella como un revolucionario mexicano. La convicción de Puerta de que Machado pudo asesinarlo, porque Mella también se convirtió en un peligro para algunos grupos de poder burgués y gubernamental mexicanos, también se reiteró en los puntos de vista de Tamayo y Gálvez Cancino. Adys Cupull y Froilán González han elaborado la versión más completa del asesinato. El escritor argentino Néstor Kohan continúa las sugerencias hechas por Gregorio Bergman (1963) al incitar a las meditaciones sobre Mella como un político y un pensador con estatura continental y digno de ser estudiado en la serie del pensamiento latinoamericano. Mella, hijo espiritual de Martí, admirador de José Enrique Rodó y José Ingenieros, encabezó un ataque frontal a las tesis del político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre. Con José Carlos Mariátegui y Aníbal Ponce él ilustró la actitud marxista más original de la primera mitad del siglo XX: la de pensar sus respectivas realidades con una mentalidad y una audacia transgresoras. El joven Raúl Roa (1907-1982) lo dijo con libérrima franqueza en el ensayo «Reacción versus revolución» (1931): cada marxista tenía que pensar atendiendo en primer término a sus realidades nacionales y a sus convicciones propias. Mella inauguró una fase de esplendor en el pensamiento marxista y socialista cubanos, a la cual también contribuyeron Rubén Martínez Villena, Raúl Roa, Antonio Guiteras y Pablo de la Torriente Brau, entre otros, y que merecería ser más conocida para regodearse y aprender de la creatividad de aquellos revolucionarios. Kohan se adentró en las problemáticas del líder estudiantil y de la reforma. Por ser una faceta menos comentada, opté por el acercamiento a la formación del escritor y del político, en el que la aventura imaginativa señorea en un diálogo con el Diario de 1920. Denia García Ronda se aproxima a las confluencias de la recepción política y de la admiración de un lector habitual de poesía. VII En Mella: 100 años hubo que tomarse algunas licencias imprescindibles, tales como: poner nuevos títulos a materiales (en función de precisar los contenidos específicos y evitar reiteraciones); estructurar fragmentos (para no repetir); y realzar algunos puntos de vista desde la selección y el ordenamiento. En cuanto a los títulos, utilicé el principio de buscarlos en las palabras de cada texto, para respetar dentro de lo posible el criterio autoral. Bernal del Riesgo pensaba que Mella había sido un «líder rápido y multiforme». En el símbolo de Apolo, Lezama hacía refulgir su belleza espiritual y física. José Zacarías Tallet (1893-1989) lo imaginó como un extraordinario iconoclasta. Sindo Garay (1867-1968) lo vio solidario como para ser el mejor destinatario de una «oración por todos», los que luchan y sufren en el pueblo cubano. En abril de 1920, Mella tenía diecisiete años y quería escribir el drama Julio Antonio o la voluntad. Él soñaba con un destino épico. Acaso se sentía como Prometeo al desafiar el orden y el poder. Sabía que tenía una gran voluntad para enfrentar todos los riesgos hasta la muerte. La encontró a los veinticinco años y la transformó en un estandarte, porque moría mientras preparaba acciones en una revolución. Mella: 100 años aspira a ser un libro útil y placentero que —ojalá— estimule la invención de otros imaginarios y análisis sobre este Apolo revolucionario, que ayudó a los cambios en la historia republicana del siglo XX, y que devino uno de los mitos del heroísmo. En 1923, en los días del primer Congreso Nacional de Estudiantes, él se apropió de la famosa frase de José Ingenieros: «Todo tiempo futuro tiene que ser mejor.» En estos meses previos al centenario de su natalicio, ante las incertidumbres sobre un mundo con imaginarios apocalípticos y mentalidades pesimistas, las visiones de Mella como un Apolo revolucionario, o un Prometeo iconoclasta, que actuaba con una voluntad inquebrantable, podrían ser muy bellas, además de muy útiles. El Apolo revolucionario, y el Prometeo iconoclasta, podrían funcionar como metáforas eficientes en los combates por una vida mejor, por un redimensionamiento de las opciones sociales para el futuro, en el que nuevas fuerzas morales deberían ser fuerzas motrices para las realizaciones de proyectos utópicos antihegemónicos y vindicativos de la autorrealización placentera individual y colectiva. Ana Cairo La Habana, 25 de marzo de 2003 Centenario del natalicio de Julio Antonio Mella Con el equipo de remos de la Universidad de la Habana en la casa de botes del Torreón de La Chorrera (de pie segundo de izquierda a derecha). La Habana, 1921-1922. Primera parte Con un grupo de atletas de la Universidad de La Habana en el Hipódromo de Marianao (de pie tercero a la izquierda). Al centro el masajista Chiqui Jay. La Habana ,1923. Documentos y recuerdos Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de la Habana (FEUH) constituido el 20.12.1922. Al frente Felio Marinello. De izquierda a derecha Manuel Carlos Gutiérrez, Luis Álvarez, Jaime Suárez Murias, José García López, José A. Estévez, Camilo Fidalgo, Bernabé García Madrigal, Julio A. Mella, Mario A. del Pino, Pedro de Entenza, Rafael Casado Romay, y Rafael Sánchez Hernández. Julio Antonio Mella Diario del primer viaje a México* (1 de abril-21 de junio de 1920) [5 de abril de 1920] En la noche de ayer, como ya llegamos a Progreso, me dieron camarote de primera, cual corresponde a mi pasaje. Ya no sufriré el frío de noches pasadas, cuando dormía en incómodo sillón, sobre cubierta. Sopla el mismo agrio viento norte; el vapor partió en la madrugada, a pequeña velocidad, pues casi es huracán el viento que ruge, el viento con quien yo celebré esa inolvidable conferencia en el castillo de proa. A la mar también arengué. ¡Oh, noche sublime! [6 y 7 de abril] Ya se ve el faro de Veracruz. ¡Qué baile infernal trae el vapor! Y yo no me mareo, porque no quiero. ¡Oh, poder grandioso de la voluntad! Llevando el espíritu hacia mis locuras, ni siquiera me puedo dar cuenta de que existe esta enfermedad. Le he escrito cuatro cartas a Silvia. Se pondrá muy contenta cuando las reciba. Gané 36 dólares en el vapor. Me vienen bien. Hoy desembarcamos, pero me hallo más solo y desamparado que el vapor la noche anterior a merced de las olas. ¡Miento! No estoy solo ni desamparado. Soy fuerte de alma y cuerpo, sé lo que valgo y esto vale mucho. Yo triunfaré sin ayuda de nadie. ¡Qué delicioso es esto! * Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Hasta que llegue el tiempo. La Habana, Editora Política, 2002, passim. Para su mejor comprensión, véase el año 1920 en la Cronología a partir, del 1 de abril, fecha en que embarcó para México. [8 y 9 de abril] Hoy, a las seis y cuarto de la mañana, tomé el tren para México. Llegué a la ciudad a las nueve y media de la noche. Un buen viaje por un país montañoso, de panoramas grandiosamente bellos y que me probaron que jamás un invasor podrá dominar este bravo pueblo, al cual pertenezco desde hoy, al pueblo hermano del cubano, con quien lo espero ver estrechamente unido muy pronto. Primer día en la capital. Es grandiosa, lástima que la envuelva tanta miseria. El ejército no tiene disciplina. Es lástima, mas ya le llegará su hora, y junto con los otros latinos, será el primero del mundo. Recorrí la ciudad. Vi Chapultepec. Es hermosísimo, grandioso y poético. Vi las principales avenidas y palacios. Es una gran ciudad y puede llegar a ser una inigualable ciudad. [10 de abril] Nunca me gustó hacer lo que hoy hice, pero fue por complacer a unos amigos y por correr aventuras. Mucho dinero botado, cosa esta que no me importa. Mas no me divertí nada. El amor comprado no sé como puede agradar a muchos. A mí me asquea, me da náuseas. Es verdad que el hombre necesita de la carne para vivir, pues no solamente hay que darle placeres al espíritu, pero ¡Oh hasta en esto interviene algo inmaterial, sublime, cuando es el AMOR el único móvil! Para quedar contento de mí mismo, hube de leer a Rubén Darío, el poeta de «Carne, ¡Oh, celeste carne de la mujer!» [11 de abril] Hoy, domingo, me pasé las horas en mi cuarto escribiendo diez cartas y leyendo los papeles de Silvia. ¡Qué carta más sublime le escribí hoy! Cayó Estrada Cabrera, se formó el Partido Unionista de Centroamérica. Me felicito. Es un paso más hacia la realización de mi ideal. ¡Viva la Confederación de Colón! Tarde me levanté. No hice casi nada. Le puse un cable a Silvia. ¡Oh, qué duro es no saber de ella! Por la tarde estuve remando en Chapultepec. Triste estuve, pues solo pensaba en lo feliz que sería con ella a mi lado, en esta puesta de sol, cuyos tintes morados me recuerdan sus ojeras grandes y misteriosas. [12 y 13 de abril] Hoy visité el Colegio Militar de San Jacinto. Mucho me gustó, pero no es posible que yo entre. Ya veremos esto. También estuve en la Secretaría de Relaciones Exteriores, y a la noche veré a López Malo. Mañana entrevistaré al Ministro de la Guerra. ¡Mañana se decide si entro al Colegio Militar! El triunfo o la retirada. Nunca la derrota. Tengo fe. Visité al Ministro de la Guerra. ¡Maldito sea mi destino adverso! El capitán López Malo, que debería presentarme, se encontraba arrestado. Y el Ministro me despachó enseguida, con una negativa muy cortés, pero muy negativa. No me importa. Yo llegaré a la Gloria, así como el barco que me trajo, rompiendo incesantemente la mar; sin escuchar las protestas de las olas ni los peligros que corría llegó a puerto. Así llegaré yo. [14 de abril] Tengo ya el plan para escribir un drama, cuyo título será «Julio Antonio o La Voluntad». «Los Parias», será el segundo drama que escribiré inspirado en los versos de mi maestro, intitulado así. Sólo la falta de Fe y Voluntad han impedido que lleve a la acción esas ideas, guardadas en el cofre de mi cerebro. Porque facilidad para escribir no me falta. Conozco claramente que tengo vocación, o mejor dicho, facilidad para la Literatura. Pero muy en breve llevaré la vida que me corresponde. Vida plena de Acción intensísima y sosteniendo el imperio de la Voluntad. [15 de abril] ¿Cómo puede el Amazonas, cuando está desbordado, preocuparse de la conveniencia que para aumentar su caudal pueda tener, una nube que pasa cargada de agua, si esta se rompe en llovizna? Así mi corazón. Mi mayor alegría ha sido una carta de Silvia, una sola. ¡Qué ternura! ¡Qué poesía contiene esa carta! Siento que un paroxismo de alegría me brinda fuerzas para conquistar el Mundo. [16 de abril] Además de llorar o sublimizarme, con las grandes obras de belleza, gusto de improvisar arengas vehementes. Más de una vez en mi locura, me he creído frente a un ejército y lo he arengado vibrantemente. Otras veces he pronunciado solo largos discursos cual si estuviera en el Parlamento, defendiendo alguna ley grata a mi espíritu. En este coloquio de mi «yo» y yo, donde no puede existir vanidad, pues nadie es testigo, trato de explorar sin pasión mis recursos y defectos. Creo firmemente ser apto para conquistar los laureles de Apolo junto con los de Marte. Muchos, pero muchos hombres, han brillado igualmente con las armas y con la pluma. Dos son las cartas que tengo de mi Silvia. He resuelto que mañana, cuando escoja mi rumbo, haga todo menos [no] estar a su lado. Si así no lo hiciera sería un criminal. ¿Cómo pagar tanta abnegación, tanto amor? No, muy pronto y para siempre, a tu lado. He visto que he penetrado en mi «yo» y allí se ha retratado, diáfana, como el agua en un recipiente de cristal, y hemos venido a formar un todo, que será eterno e indisoluble. ¡Lo he querido y así será! Voy a descansar de las fatigas del día, después de postrarme ante su efigie como un católico ante Cristo. [17 de abril] Nada notable hice en el día, pero sí pensé algo muy trascendental, que aún no conviene escribir. Hoy ya sé cuando se realizará lo que pensé. Muy pronto será. ¡Ojalá me salga bien! [18 de abril] Otra carta de Silvia. Una carta toda ternura y dolor, y un cable retardado. ¡Cuánta alegría experimenté! La mayor desde que piso tierra mexicana. Estuve por la tarde en la pelea de gallos y por la noche en el Frontón. En los gallos perdí y en el Frontón también. No sé cuánto, ni me importa. ¡Al diablo el dinero! Dormí en casa de López Malo. Tengo un resfriado que me molesta mucho. Ya sanará… [19 de abril] Hoy hubo un temblor de tierra. Me hallaba a varios pisos del suelo, haciendo una visita a una familia. El miedo siempre es ridículo. ¡Oh dónde estará su fuente para mandarla a secar. A través del prisma con que yo veo la vida no se mira esa fuente. Mucho me felicito. [20 de abril] Se frustró. Necesito salir de México D.F. y realizar lo que me propongo. Trataré de ver cuándo será. Yo sé que será como todo lo que deseo. [21 de abril] Son las dos de la mañana. Acabo de cenar con unos amigos. Es la despedida. Buena suerte me desean. Así será. Mañana me embarco. Nada sé de mi Edith. ¡Qué cruel es esto! ¿Se habrá amenguado su amor? Por fin, hoy a las 6:45 de la mañana huí de México D.F. Me gusta esta vida de peligros y de aventuras, con tal que no me salgan mal algún día. YA NO HAY PELIGRO NINGUNO. ¡Ah!… [23 de abril] En Torreón, el ex feudo de Francisco Villa. Qué viaje más incómodo, tan pronto calor de Sahara como frío de Canadá. Hemos caminado casi todo el día por un verdadero desierto. Escribí a Silvia una postal. ¿La Fontana? La Fontana del amor. Otro día le escribiré a Edith. El paraíso. ¿Do voy? [24 de abril] En Escalón nos detendremos siete horas, a causa de los rebeldes. Allí combatí en el carro blindado, cuando este fue a explorar. Me alegro de saber que ni en el momento crítico tengo miedo. Todo el terreno es un desierto. ¿Cómo vivirán las gentes? Durante el día soñé contigo. Silvia mía. Por fin hoy a las cinco llegamos a Ciudad Juárez. Hace frío. No nos permiten pasar a El Paso, Texas. Hay muchos gustos. Y así no tengo dinero. No me importa. De propósito hago esto. Ya saldré bien. [25 de abril] En el Nancy Hotel, vivimos mi compañero de viaje —que disfrazado de mecánico por temor a los rebeldes, viajó en segunda clase— y yo. Sacamos ciertas fotografías de los Estados Unidos por el río. Creo poder pasar mañana. Veremos. Hay unas casitas muy monas que serían el encanto de Silvia para vivir conmigo. Son «chalets» estilo americano, con jardines y terminados en picos los techos. [26 de abril] Puse un cablegrama a papá pidiéndole dinero. Fue una humillación, que me duele intensamente en el alma. Ahora, después de puesto, desearía que no me mandara el dinero. Así trabajaría en cualquier cosa y así seguiría hasta Douglas. [27 de abril] Conforme, no llegó el dinero. El crimen que las leyes no castigan, pero que la sociedad menos soporta, es la Miseria. Es verdad que es un crimen, puesto que se mata por no ser pobre. Es un crimen el asesinato, pero parece que es mayor la miseria, ya que los hombres matan por no ser pobres. De mi situación, me alegro —yo lo quise. Ya triunfaré—. Murió el MAESTRO, se me dice. ¡Oh, si algún día llego a «ser», tendrá un monumento cuya base será de cristal de roca, ya que él era así: «firmeza y luz como el cristal de roca»! [28 de abril] Aún duermo en tierra mexicana. Me siento algo enfermo. En el momento que más necesito de salud, esta me falta. [29 de abril] Hoy, por fin, logré pasar a El Paso, de «trampa». Estoy muy enfermo. No sé que va a ser de mí. ¡Oh, tan lejos de mi Silvia! Al lado de ella todo me parecería bien. Ninguna noticia de ella ni de papá. Yo creo que no me enviará dinero. Y yo me muero de fiebre… Las rosas tienen espinas. [30 de abril] Son las nueve de la mañana, estoy sin poder tragar saliva, hirviendo por la fiebre. La revolución como yo la había previsto, triunfa a pasos agigantados y quizás no pueda regresar a México, por esta tan inoportuna enfermedad. Ya ayer ingresé en esta cárcel. Separado de los demás me hallo [sic] para evitar el contagio. Ni un libro para calmar la sed de mi cerebro, ni un ser humano con quien disipar el tedio. En tierra bárbara, oyendo lengua bárbara y viviendo costumbres bárbaras. Muy triste todo esto. La nostalgia de la patria me invade con sus amores, sus amigos, sus fiestas, su suelo, en fin todo lo que es patria. Pero ¡No! Seamos fuertes. El sentimentalismo mata. Pensemos en un nuevo combate para rendir a la fortuna. ¿Qué hacer? ¿Desmayar? NO. ¿Creerme vencido? ¡Nunca! Es el imposible. ¡Oh, pensamiento, que solo estás como mi cuerpo en este cuarto en su estrecha cárcel, tú que eres fuego alúmbrame y guíame! Sí, el pensamiento me ayuda. Ya elaboré un nuevo plan de lucha. Ahora tú, voluntad, haz que jamás desmaye y lo lleve hasta el fin que es el éxito. Siempre fue en la soledad donde nacieron las grandes ideas que llevadas a la acción, condujeron al éxito. Ya Barelina lo dijo: «Los grandes meditativos, han sido grandes activos», y cita a Cristo, a Mahoma, a Buda, a Pascal, a Napoleón, etc. [6 de mayo] Veinte días de soledad con mis pensamientos, hicieron que este ardiera como un nuevo anillo que se desprendiera del sol y con esa luz me enseñara el «camino del triunfo», camino que, venciendo y matando, yo seguiré. Primero analicé mi ambición. Como el anatómico conoce el cuerpo humano, así sondeando en los abismos de mi Yo, he logrado saber cuál es mi ambición: La gloria y el poder. ¿Sólo por vanidad? No, he visto que en las cavernas de mi Yo, habita un ser noble. He visto que mi corazón palpita al impulso de un ideal, y para la realización de este ideal sagrado, es que deseo la gloria y el poder. Los pueblos hermanos, que un loco tenaz descubriera, cachorros de un caduco león, son presas de un águila estrellada. ¿Por qué razón? ¿Por qué justicia? Por ninguna. Por esa sinrazón, por esa injusticia, es que un odio furioso como un vendaval guarda el pecho mío contra la Nueva Cartago, que aún no ha tenido un Aníbal, y que jamás lo tendrá. Ese amor a los cachorros de mi sangre, y ese odio santo al águila enemiga, son los que engendraron mi ideal de unir a los cachorros, cuyas tierras descubiertas por un loco tenaz y libertadas después por otros locos tenaces, deben ser poderosas ahora por el impulso de otro loco tenaz, que soy yo. [ 7 de mayo] Ver unidas a las Repúblicas hispanoamericanas para verlas fuertes, para verlas respetadas, dominadoras y servidoras de la libertad, diosa. He allí mi ideal. Y, además, porque comenzamos en que si las hermanas han de tener como todo lo existente, principio y fin, ¿Por qué no ser yo el principio, si siempre ha de haber uno que mande y muchos que obedezcan? ¿Por qué no ser el uno que manda, si cuento con fuerzas para hacerlo? O por lo menos, luchar para serlo. Creerlo ¡esto es divino! He aquí mi ambición bien esterilizada: la gloria y el poder para servir y hacer triunfar un ideal. Sagrado, que aumente más mi gloria, pudiéndose decir: «De todos los hombres grabados en la Historia, he ahí el más esplendoroso. Y si bien es verdad, que el gran espíritu es Dios, no es tangible, pero de todos los grandes espíritus que han probado su existencia, este es el mayor.» Conociendo mi ambición, veamos ahora lo más importante: el medio de saciarla. Aquello era la ilusión. Veamos ahora la realidad. Aquello es el fin. Vamos ahora a los medios, es decir, la manera segura de triunfar, hallando y persistiendo en mi VOCACIÓN. Largos análisis de mí «YO» para descubrir esta vocación, cerciorarme de ella con rememoraciones de mi niñez, conocimiento de mis antepasados, etc., me han demostrado que mi vocación es «La ciencia de la Guerra». Al analizar mi «YO» he observado cómo latía mi corazón al leer u oír relatar las hazañas de mi ídolo el genio de la guerra; he gozado con sus triunfos y he llorado y sentido sus derrotas, como [ni] él mismo lloró ni sintió, porque era como yo seré, un espíritu sin sentimentalismo, un espíritu de bronce. Las largas horas en que soñando despierto veía batallas, muertos, héroes, banderas, y recompensas a los bravos. El amor al peligro, a la vida azarosa, que se halla más que nada en la milicia. Siempre fueron mis juguetes predilectos los soldados. Los formaba en batallas, hacía planes estratégicos más o menos infantiles, y vencía a las tropas de mi hermano, imponía condiciones de paz, cogía prisionero a su ejército y un orgullo incomunicable y divino se apoderaba de mí ante la victoria. Estas son las rememoraciones de mi niñez, de mi niñez dolorosa y mártir. Este era mi único amor y mi única alegría. Y así he heredado de mi padre ciertas buenas cualidades, tales como el recto sentido del honor, la compasión por los demás, sentimiento este que siento como muere; defectos, o quizás, solamente sea una virtud de la naturaleza y un vicio de la moral humana, el defecto (o lo que sea) que voy a nombrar: la sensualidad sexual, deseo este que hace años trato de ahogar sin haber podido triunfar jamás, y eso que no abuso de él, no, sólo que en mi locura de servir a la mentalidad y a la fuerza corpórea pretendo ser casi un Casto, pero como esto es un crimen contra la naturaleza, creo que jamás triunfaré. Pues bien, así como he heredado estas cualidades o pasiones ¿no podría haber heredado de mi abuelo, el militar, su amor a la guerra? Si la herencia es una ley, creo que siempre o casi siempre se cumplirá. Por todo esto queda resuelto que he nacido para ser militar. [8 de mayo] Sigamos considerando y explotando el mundo de mi alma, único mundo que asombró a Bécquer, resultándole pequeños los mundos que veía brillar de noche. Así como un buen auriga romano lo mismo podría guiar dos o tres, que cuatro parejas de corceles uncidos en su carro para la carrera del circo; así también hay espíritus que lo mismo pueden especializarse en distintas ciencias sin por eso dejar de tener una vocación marcada y conocida. No hay que ser un genio, ni siquiera un mediocre. ¿Acaso el más estúpido de mis compañeros, no ha estudiado en el bachillerato siete y ocho materias completamente distintas unas de otras? Pues yo también siento amor por otras artes y ciencias. La literatura me encanta y me subyuga. ¿Que si tengo facilidad para ella? ¿Acaso no yace en algún lugar una libreta de versos, toda rota, que contenía hermosas poesías de mis primeros años de adolescente? En mil pedazos fue hecha aquella libreta de ver que no correspondía el valor literario de esos versos a mi ambición y juré no pensar en versos nunca jamás, cuando en verdad aquellos versos eran joyas literarias, pero el candor, calor y sentimiento de ellos, jamás los igualará mi alma nuevamente. [9 de mayo] (Hay una raya horizontal larga, atravesada por una C por dos pequeñas rayas verticales.) Yo sé lo que significa esta raya. ¿Acaso no hay en mi cerebro dos dramas y una novela, toda planeada? Novela inspirada por el pesimismo de Silvia, el espíritu aventurero y la hipocresía y maldad que noto en la mayoría de los hombres. [10 de mayo] ¡Viva Cuba libre y eterna! Este fue mi primer pensamiento hoy por la mañana. No lo grité ni lo dije, porque estaba tan solo como un preso en su celda. A las nueve de la mañana me «BOTARON» para la calle. [11 de mayo] Me ha sido imposible escribirle a Silvia. Pobrecita. Mañana será sin falta. Pienso que lo mejor será volver a México, y si hay oportunidad de que se lleve a la práctica mi primitivo pensamiento, lo hago. Si no, hasta Cuba. Y siempre en la lucha, hasta que llegue el tiempo, que llegará. No importa cuándo. ¡Es mío! [12 de mayo] Escribí a mi Silvia. Mucho sabe ella de mí. Yo de ella, nada, nada absolutamente. ¿No es cruel esto? Bendito sea mi padre. Su corazón sólo es comparado al mío en magnanimidad. Qué caso más raro me sucedió hoy con el licenciado Magnón y Valle. ¡Oh!, es deliciosa esta vida. Se trata a tantos tipos distintos que instruye más que cuatro años de Universidad. [13 de mayo] Estoy malo, ¿qué pasará? ¿Por qué he de sufrir tanto por ella? Y de ella… sin escribir. [14 de mayo] ¡Un telegrama! Es algo. Sigo malo. [15 de mayo] Una carta. ¡Bendito sea el amor! ¡Oh, la Vida! Seremos felices. Las nubes pasan. [16 de mayo] Yo haré muchos sacrificios, pero nos casaremos pronto, para ser felices y poder yo vivir mi vida con alegría y deseos. Ya veremos si sirvo para hacer dinero. [17 de mayo] ¡Oh, Mundo! Eres un infierno donde reina la Maldad y la Hipocresía. ¿Quién creería esas dos estafas de que fui víctima? Ya sé: quiero a los hombres, mas como quiere el pastor a sus ovejas. Alimentarlas, cuidarlas y defenderlas, pero para qué te sirven. Al fin el rebaño humano adora la esclavitud. Es rebaño y no hay rebaño sin pastor. [18 de mayo] Después de mucho dinero y trabajo he logrado pasar a Juárez nuevamente. Como una bomba en un pueblo de pacíficos santos, caí yo aquí para mis enemigos. Reconquisté mi maleta. ¡Cómo no! Allí estaba mi tesoro: las cartas de Silvia, que son el consuelo de mi soledad actual. [22 de mayo] Por irme con un hombre que me ofreció «VIAJE GRATIS», no me he ido aún, pero pasado mañana me voy de cualquier manera, pues al llegar a Chihuahua también tengo «pase gratis» hasta el mismo Veracruz, con el comandante de la plaza. [24 de mayo] Una selva salvaje es este Mundo. Hay en él la serpiente astuta, hipócrita y traidora. Hay los lobos cobardes y sanguinarios, que atacan cuando se hallan en manada solamente. Hay el tigre feroz, que hace el daño porque sí, y hay también un tipo muy especial muy parecido a estos y que se cree superior a todos ellos: es la Salvaje Bestia Humana, el hombre común, o sea los indios de la selva. Ya sé que el Mundo es Selva Salvaje y no Paraíso Terrenal y que jamás podrá cambiar, ¿por qué intentar, en mi loca vanidad, ser uno del rebaño de la Salvaje Bestia Humana? Ellos no son los que mandan en esta Selva, son solamente los indios y son vencidos por el Rey de las Selvas, por el León. Pues seamos eso, y venceremos. Tengamos su astucia para liberarnos de la serpiente, su valor para ahuyentar a los lobos y a los indios de la Selva, iguales en cobardía individual, en fuerza y en ferocidad al tigre. Pero para dominar, sobre todo tengamos su nobleza y su inteligencia y su genio de Rey. Seamos como el León. Así venceremos. [26 de mayo] A las seis y tres cuartos de la mañana partimos de Ciudad Juárez. Vamos sobre el tren. Son las cuatro de la tarde. ¿Llegaremos a Chihuahua? Suponemos que sí. Si llegamos, a las 6, duermo en el Hotel Vidal, cuarto 23… [27 de mayo] Hoy dejamos Chihuahua a las ocho de la mañana. A las cuatro de la tarde llegamos a Santa Rosalía. Allí nos detuvimos para saber por los señores «rebeldes» habían cortado el telégrafo y andaban cerca. Sin más noticias quedamos en esa aldea, en el tren. Es decir, allí durmieron los demás pasajeros: Yo no pude. Mi imaginación era un corcel de Apolo, suelto en los espacios, y pensando a ratos y hablando en otros, vi la salida del Sol. Permanecimos aún en el tren, sin movernos. Por el jefe de estación de «Díaz», que huyó y a pie llegó hasta nuestra estación, supimos que los rebeldes están en la población y que además de destruir dos puentes han levantado la línea. ¿Y los miles de hombres que los persiguen? ¡Vaya usted a saber! Después de un incidente volvimos a la 8½ de la tarde. Está esta ciudad triste y seria. [29 de mayo] A las cuatro de la mañana, mientras sumido en un sueño profundo, descansaba de tantas fatigas y sinsabores —si que es que estas cosas realmente existen—, me llamó el dueño del hotel, diciéndome que ya hoy habría tren. ¡Un milagro! Nadie lo creyó, pero sucedió. A las 6.49 salió el tren. En el camino vimos los destrozos causados: puentes quemados, kilómetros de vía férrea destruidos, y lo mismo la vía telegráfica. Durante este trayecto, doce o veinte caballos muertos envenenaban el aire con su carne corrompida, negra de zopilotes. Me recordaban a un tribunal de inquisición, formado por jesuitas. No sé por qué esta asociación de ideas. [1 de junio] Ayer, a las cinco llegamos a Torreón. Dormí en el Hotel Francia. Hoy, a las seis, salimos hacia la ciudad de México. Hay en el tren una muchacha que sólo me mira y se ríe y hasta me ha brindado dulces y fresas. Yo, educadamente, he rehusado. Ella es bonita, hermosa y hasta aristócrata. ¿Pero qué podrá ser más bello, más hermoso y más aristocrático, que los pensamientos que queman mi cerebro?… El combate de mis instintos y pasiones, el constante soñar para hacer triunfar mis ideales, los celos —prueba de amor— por la ausencia de noticias de mi amada, las ilusiones que me he forjado acerca del venturoso porvenir que nos espera… 1920 Asociaciones de Estudiantes de las Facultades de la Universidad de la Habana Manifiesto de los Estudiantes Universitarios* Compañeros: Ha tiempo que en el ánimo de todos los estudiantes cubanos universitarios se va concretando como ideal colectivo, el noble empeño de precipitar la evolución de nuestra Universidad en el sentido de su organización y funcionamiento hasta alcanzar el alto grado de perfección y desarrollo en que hoy se desenvuelven organismos de igual origen étnico y fueron modelados al calor de la misma ideología. Esta intención, robustecida por las palabras viriles, de inconformidad y renovación que informan siempre la actuación universitaria de nuestros profesores más preclaros, como Varona, la Torre, Aguayo y Rodríguez Lendián; esta intención, repetimos, se hizo propósito inquebrantable, decisión enérgica, la tarde memorable en que magnetizados nuestros corazones juveniles por la palabra gallarda y erudita del Honorable Rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor José Arce, supimos cuánto debían las universidades argentinas en su culminación magnífica, a la acción organizada de la colectividad estudiantil y de qué manera una juventud consciente de sus altos deberes, contribuía con la palabra y la acción, ora reposada y tranquila, ora revolucionaria y tormentosa allí donde fuere preciso, a marcar los seguros derroteros por donde marchan a la cabeza de la América Latina, estas encendidas antorchas de cultura que son las universidades argentinas. * Tomado de La Discusión [La Habana], 10 de diciembre de 1922. Estudiantes: Hasta ahora el fraccionismo egoísta y la dispersión sistemática fueron nuestros guías, y ya lo veis: las Asociaciones Estudiantiles asisten inermes al espectáculo de claudicante quietismo, de lenta agonía, que ofrece la Universidad cubana, pese a la savia juvenil que la nutre, afanosa de progreso y perfección. Es necesario renovarla, sacarla del colapso en que languidece y se borra su elevada misión, y debemos ser nosotros, tenemos que ser, apretados hombro con hombro, unidos sin vacilaciones ni temores pueriles, quienes cumplan tan sagrada misión. Compañeros: concurramos cuanto antes a fundar la Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana, que será la columna granítica de nuestro derecho y el ariete incontrastable de nuestros anhelos de renovación. En nombre de la patria futura, grande y libre, acompañadnos. Por la Asociación de Estudiantes de Derecho, Bernabé García Madrigal, Julio A. Mella, Eduardo Suárez Rivas, Pedro Entenza Jova. Por la Asociación de Estudiantes de Letras y Ciencias, Felio Marinello, Antonio Pella, Rafael Jorge Sánchez, Raúl Larrauri. Por la Asociación de Estudiantes de Medicina, Ramón Calvo, Guarino Radillo, Osvaldo Cabrera, Félix Guardiola. Por la Asociación de Estudiantes de Farmacia, José A. Díaz Betancourt, José García López, Francisco Álvarez de la Campa, José A. Estévez. Por la Asociación de Estudiantes de Odontología, José Carlos Pozo, Mario A. del Pino, Rafael Casado, Camilo Fidalgo. Nota: Ya está actuando un Comité provisional constituido por delegados de todas las Asociaciones, convocadas por la Junta Directiva de la de Derecho. 1922 DIRECTORIO DE LA FEDERACIÓN ESTUDIANTIL UNIVERSITARIA ACTAS SOBRE LA CONSTITUCIÓN DEL DIRECTORIO ESTUDIANTIL UNIVERSITARIO* ACTA NO. 4 En la ciudad de la Habana, a 20 de diciembre de 1922, en el Local de la Asociación de Estudiantes de Derecho, a las 4 p.m. y con la asistencia de los señores Delegados siguientes: Estévez, Garmendía, Álvarez de la Campa, García López, Calvo, Padilla, Sotolongo, Hernández, Guardiola, Palmieri, Marinello, Suárez Murias, Tella, Entenza, Madrigal, Mella, Amigo, del Pino, Fidalgo y Casado. El Señor Presidente declara abierta la sesión. De comienzo la elección del Presidente dura el tiempo que señala el reglamento y por el método de sorteo, el señor Osvaldo Cabrera aceptado por todos como el que ha de decidir la suerte, extrae el primer papel del depósito, que resulta ser de la Asociación de Estudiantes de Letras y Ciencias designando esta como Presidente al señor Felio Marinello, el segundo papel pertenece a la Asociación de Estudiantes de Farmacia, designando esta al señor José A. Estévez para el segundo período de Presidencia, el tercer lugar lo ocupa la Asociación de Estudiantes de Medicina, designando esta al señor Ramón Calvo, el cuarto lugar lo ocupa la Asociación de Estudiantes de Derecho, designando esta al señor Bernabé García Madrigal y el quinto lugar tócale en suerte a Odontología, designando esta al señor Camilo Fidalgo. * Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 195-199. Original mecanografiado con firmas manuscritas de Felio Marinello y Julio A. Mella. Archivo Alfonso Bernal del Riesgo. Entre 1973 y su muerte, tuve una cordial amistad con el profesor universitario doctor Alfonso Bernal del Riesgo (1903-1975), íntimo amigo de Mella y uno de los fundadores del movimiento de reforma universitaria. Bernal me dejaba copiar documentos de su archivo, tarea interrumpida por su fallecimiento. Ignoro el destino posterior de ese importante archivo. Estos documentos se publicaron por primera vez en mi libro El Movimiento de Veteranos y Patriotas. (Apuntes para un estudio ideológico del año 1923). La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1976, pp. 195-199. Y no se habían vuelto a publicar. (AC) Se contará el tiempo del gobierno de cada Presidente de la manera siguiente: Desde el 20 de diciembre hasta el 20 de febrero. —Señor Felio Marinello.— Desde el 20 de febrero hasta el 20 de abril. —Señor José A. Estévez.— Desde el 20 de abril hasta el 20 de junio. —Señor Ramón Calvo.— Desde el 20 de junio hasta el 20 de agosto. —Señor Bernabé García Madrigal.— Desde el 20 de agosto hasta el 20 de octubre. —Señor Camilo Fidalgo.— Terminado el período de gobierno del señor Camilo Fidalgo, la Presidencia pasará a la Asociación de Estudiantes de Letras y Ciencias (Delegación) para seguir la ordenación de rueda como lo estatuye el reglamento. Se pasa a verificar la elección de Secretario por aptitud cuyo gobierno cesará el 20 de diciembre de 1923, siendo electo con el general beneplácito el Señor Julio A. Mella, el ViceSecretario, señor Rafael Casado, Tesorero, señor Félix Guardiola y Vice-Tesorero, señor Pedro de Entenza.— Todos estos cargos cesan el mismo día que el Secretario. Se acuerda cambiar la fecha de la toma de posesión de la Directiva, en vez de el [sic] 15 y 20 de enero que sea el 15 y 20 de diciembre.— Acuerdo unánime. Quedó formada la Directiva de la FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA de la manera siguiente: Presidente: Señor Felio Marinello er. 1 Vice-Presidente: Señor José A. Estévez. 2º Vice-Presidente : Señor Ramón Calvo. er. 3 Vice-Presidente : Señor Bernabé García Madrigal. 4º Vice-Presidente : Señor Camilo Fidalgo Secretario: Señor Julio A. Mella. Vice-Secretario: Señor Rafael Casado. Tesorero: Señor Félix Guardiola. Vice-Tesorero: Señor Pedro de Entenza. Vocales: Todos los demás miembros del Directorio permanentes y los suplementos en funciones. El señor Palmieri propone que por su labor meritoria y eficaz durante la Presidencia Provisional se le tribute como merecido premio un aplauso al señor Calvo.— Recibe el señor Calvo una calurosa ovación. El señor Guardiola propone un homenaje análogo al Secretario Provisional señor Casado siendo igualmente ovacionado. Pasan a ocupar sus respectivos puestos los directivos electos, el Señor Presidente Felio Marinello ordena se prosiga la sesión. El señor Palmieri propone que se nombre una Comisión de Prensa, esta queda integrada de la manera siguiente: señores Madrigal, Gándara y Varona. El señor Mella propone que para celebrar la nueva Directiva y la buena armonía que reina entre todos los delegados de la Federación se haga una comida íntima que habrá de ser en el restaurant El Nacional el jueves 21 a las 7 y ½ p.m. cuya cuota personal es de 1.00 m.o. formándose una comisión para tal objeto siendo designados los señores: Sánchez Toledo, del Pino y Casado. Por tener que ausentarse el señor Marinello pasa a ocupar la Presidencia el 1er. Vice-Presidente Sr. José A. Estévez. Puesta a votación la entidad bancaria donde serán depositados los fondos de esa Federación hubo de ser elegido el Banco de Gelats. Los libros y demás enseres de Secretaría y Tesorería serán editados en la imprenta «El Score» a crédito del señor Mella. Se suspende la sesión a las 6 y 5 minutos de la tarde. Sesión extraordinaria jueves 21 a las 2 p.m. en el local de la Asociación de Estudiantes de Derecho. El Presidente Felio Marinello El Secretario Julio A. Mella Acta no. 62 Sesión Extraordinaria. El día 22 de diciembre de 1922 se reunió la Federación de Estudiantes de la Universidad de la Habana, a las 3 y 30 p.m. en el local de la Asociación de Letras y Ciencias. Existiendo quórum legal por la asistencia de los señores siguientes señores Representantes. Estévez, Calvo, Fidalgo, Entenza, Palmieri, Suárez Murias, Tella, del Pino, Amigo, Lavín, Hernández, García López, Garmendía. Se aprueba después de modificada el acta de la sesión anterior,— Se acuerda contestar al periódico La Discusión un artículo que vio la luz en ese rotativo haciendo aparecer que el origen de la protesta de los estudiantes de Medicina era el regalo de una pluma al doctor Menocal. 2 Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 199-200. Borrador mecanografiado del acta, no tiene fecha ni firma. Archivo Alfonso Bernal del Riesgo. Cumpliendo con los estatutos de la Federación se acuerda nombrar en esa inmediatamente a los señores que han de componer la Comision de Reformas Universitarias siendo electos los siguientes: Padilla, Suárez Murias, del Pino, García López y Entenza. Queda acordado la celebración de una Asamblea de Estudiantes en la Sala de Conferencias en los primeros días del mes de enero, para dar a conocer a todos que la Federación se ha constituido y los fines que persigue. Se nombra una Comisión de Propaganda que se encargue de la organización de la Asamblea anterior y de todos aquellos actos que sean necesarios para dar a conocer a todos los estudiantes y público de la República la constitución de la Federación y de sus fines. Después de oídas las razones aducidas a favor de su renuncia del Comité de Prensa por el señor Suárez Murias se acuerda aceptarla y es nombrado en su lugar el señor Camilo Fidalgo. No habiendo otro asunto que tratar el Presidente dio por terminada la sesión, siendo las 5 p.m. Presidente Secretario 1922 Declaraciones* La Universidad de la Habana tiene el derecho de regir sus destinos con amplia autonomía sin la intervención del Gobierno ya que esta intervención en los muchos años que han transcurrido no ha sabido hacer del Primer Centro Cultural de la República, un centro digno de nuestra capacidad y fama de pueblo culto e intelectual. El Gobierno Nacional está en el deber de pagar a la Universidad el valor del antiguo local donde está radicada contribuyendo a esos fondos, y con todos los otros que sean necesarios, a la terminación de los edificios de la Universidad y a facilitar los medios de enseñanza para que el lamentable abandono en que hoy se encuentra la Universidad de La Habana, no sea, como es, una vergüenza y un descrédito para la República. Las asociaciones de estudiantes, como organismos que son de la Universidad, por el gran apoyo que prestan al engrandecimiento de la misma, y por estar formadas por todos los estudiantes que dan con su magnífica organización con gran ejemplo de disciplina y progreso, tienen el derecho de tomar parte activa en la administración de la Universidad, mediante la presentación legal en el Claustro Universitario para poder así pedir el reconocimiento de todos los derechos estudiantiles, hoy usurpados, y contribuir con sus energías al desenvolvimiento de la vida universitaria, bajo sus aspectos culturales, administrativos y morales. Felio Marinello, Presidente Julio Antonio Mella, Secretario 1923 * Tomado de El Mundo [La Habana], 1 de enero de 1923, p. 20. Manifiesto de la Federación Estudiantil Universitaria* Los estudiantes de la Universidad de La Habana, por medio de su órgano oficial, el Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de la Habana a las autoridades y al pueblo de Cuba exponen: Que profundamente convencidos de que las Universidades son siempre uno de los más firmes exponentes de la civilización, cultura y patriotismo de los pueblos, están dispuestos a obtener: 1. Una reforma radical de nuestra Universidad, de acuerdo con las normas que regulan estas instituciones en los principales países del mundo civilizado, puesto que nuestra patria no puede sufrir, sin menoscabo de su dignidad y su decoro, el mantenimiento de sistemas y doctrinas antiquísimas, que impiden su desenvolvimiento progresivo. 2. La regulación efectiva de los ingresos de la Universidad, que son muy exiguos en relación con las funciones que ella debe realizar, como centro de preparación intelectual y cívica. Y esta petición está justificada, cuando se contempla el deplorable estado de nuestros locales de enseñanza, la carencia del material necesario y el hecho de ser la cantidad consignada para cubrir las necesidades, la mitad de la señalada para instituciones iguales, en países de capacidad y riqueza equivalentes a la nuestra. 3. El establecimiento de un adecuado sistema administrativo para obtener la mayor eficacia en todos los servicios universitarios. 4. La personalidad jurídica de la Universidad y su autonomía en asuntos económicos y docentes. 5. La reglamentación efectiva de las responsabilidades en que incurran los profesores que falten al deber sagrado, por su naturaleza, que les está encomendado por la nación. 6. La resolución rápida y justa del incidente ocurrido en la Escuela de Medicina. 7. Y, por último, hace constar que están dispuestos a actuar, firme y prudentemente, y como medio para obtener la solución de los actuales problemas y de los que en el futuro pudieran ocurrir, solicitar la consagración definitiva de nuestra representación ante el claustro y del principio de que la Universidad es el conjunto de profesores y alumnos. 10 DE ENERO DE 1923 * Tomado de Raúl Roa. «La revolución universitaria de 1923.» En: Retorno a la alborada. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, pp. 303-328. El «Manifiesto…» en pp. 311-312. Directorio de la Federación Estudiantil Universitaria Documentos* Universidad de la Habana a 22 de enero de 1923 1 Sr. Carlos Alzugaray Presidente de la Asociación de Comerciantes de la Habana Ciudad Muy señor mío: La Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana, ha acordado organizar una manifestación el miércoles día veinticuatro, a las dos de la tarde, con el fin de recabar de los Poderes Públicos, la Autonomía y Personalidad Jurídica de la Universidad. En nombre de esa Federación que tengo el honor de presidir, invito a usted y todos sus organismos, para que nos acompañen en ese acto, dando con su presencia mayor importancia y lucidez. «La causa de los estudiantes» ha encontrado eco en todas las esferas de nuestra sociedad, que, compenetradas del alcance e importancia de las medidas que pretendemos, nos ha demostrado su adhesión. Nosotros agradecidos a esta actitud que tan alto habla en favor de la cultura de nuestra sociedad, y, teniendo en cuenta el apoyo incondicional y desinteresado que hemos tenido siempre en las distintas entidades que constituyen el Comercio de La Habana, una vez más les dirigimos una súplica que, como señal de adhesión y simpatía hacia el móvil de nuestra manifestación, paralicen durante dos horas, todos los trabajos y operaciones, a partir de la citada hora de la tarde del miércoles. Esperamos que, dada la trascendencia del acto y el indiscutible apoyo que siempre han prestado a todo cuanto significa progreso y adelanto, seremos complacidos en esta petición. En nombre de la Federación, y de toda la juventud cubana, doy a ustedes las gracias por la benévola acogida que estoy seguro dará a esta carta. De usted con toda consideración Presidente de la Federación de Estudiantes 1923 * 1 Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 211-212. Archivo de Alfonso Bernal del Riesgo. 1 Acta Faltaron: Madrigal, Fidalgo, Padilla, Radillo. 11 de marzo de 1923 Sesión del Domingo 11 p.m. Asistentes: Viego, Ramírez, Entenza, Marinello, Palmieri, Hernández, Fonseca, Suárez Murías, Pino, Guardiola y el que suscribe. Rigoberto Ramírez después de amplias declaraciones que se guardan en esta Secretaría, propone se le pida renuncia al doctor Cueto siendo aceptada por unanimidad a las doce y veinte de la noche. Se acuerda por unanimidad, nombrar miembro de honor al señor Casado. Se acuerda dar gracias al señor Steinhart por la luz, al señor Alcalde por la música — al señor Mendoza por el Frontón. Publicar un decreto comunicando a los catedráticos acusados que no pueden volver al recinto universitario. Terminada la sesión a la 1 de la mañana. 1923 * Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 209-212. manuscrito de Julio A. Mella. Escrito en tinta negra hasta la palabra frontón y después continuado a lápiz. Archivo de Alfonso Bernal del Riesgo. 1 Original Habana, 16 de marzo de 1923 1 Sr. Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes Señor: Tengo el honor de comunicar a usted que en la tarde de hoy quedó constituida, con asistencia de todos sus componentes, la Comisión Mixta de Catedráticos y Estudiantes conforme lo dispuesto en el artículo 5º del decreto Presidencial de 13 del corriente, habiendo elegido Presidente de la misma al que suscribe y Secretario al estudiante señor Julio Antonio Mella. Al mismo tiempo, comunico a usted que se tomó el acuerdo de rogarle que se sirva hacer recaer cuanto antes su aprobación, sin esperar a que decurse el término legal, del acuerdo adoptado por el Claustro General y Consejo Universitario, aprobado previamente por esta Comisión de dejar creada la Asamblea Universitaria para su organización ulterior, ya que esa aprobación sería considerada como una medida conveniente para la eliminación de dificultades en la solución de los problemas pendientes. De usted muy atentamente 2 Copia Riesgo. al carbón mecanografiada. El papel tiene el escudo de la Universidad. No tiene firma. Archivo Alfonso Bernal del Julio Antonio Mella Al Proletariado* Hermano: Hoy ya no estás solo en el valle de miserias y dolores en que vives. Junto a ti laten corazones jóvenes llenos de toda la santa indignación que pueden provocar en unas almas nobles y elevadas la pirámide de injusticias que sobre ti levanta la sociedad. Eres rebelde, compañero; la esclavitud no es un estado normal. Eres rencoroso, hombre; no se puede besar el látigo. ¡Ah!, pero tuya no es la culpa, es, de los miserables que te embrutecen, de los tiranos que te esclavizan, de los verdugos que te castigan. Ya no estás solo, te repito, hermano Obrero, junto a ti está el hermano Estudiante que será el que mañana desde lo alto te acompañe en la revolución que tú inicias desde lo bajo. Muchas veces, muchas, de la clase dominadora ha salido el vengador, así los Gracos, así Mario, así Mirabeau… Proletario haz la unión de tus fuerzas dispersas para que tengas la fuerza de tu unión, para obtener así la liberación o la muerte; aspira, por lo menos a tratar de que tus hijos no nazcan ilotas. Sí, porque ilota, esclavo, siervo, paria y obrero (en este régimen) son distintas cosas que significan lo mismo, con la diferencia del tiempo y del lugar. Hazte fuerte, y con el derecho de tu fuerza, el único desconocido, aprende, como nosotros aprendimos, a conquistar tu libertad. Compañero, mientras el día de la Nueva Aurora llega, recibe el abrazo fraternal del Estudiante y así unidos marcharemos a la conquista del «Ideal». ¡Adelante, hermano! 1923 * Manifiesto atribuido a Julio Antonio Mella. Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 213-214. Publicado originalmente en Nueva Luz, 10 de mayo de 1923, p. 3. Julio Antonio Mella Palabras en la asamblea magna de la Asociación Nacional de Veteranos* […] Ahí va la adhesión de todos los estudiantes de Cuba. Estoy autorizado por mis compañeros para deciros que os traigo tres mil corazones y seis mil brazos para defender esta idea de hacer una patria feliz y digna de todos los buenos cubanos, sin lotería, sin leyes que nos avergüencen. 12 DE AGOSTO DE 1923 * Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit. p. 119. Publicado originalmete en Heraldo de Cuba [La Habana], 13 de agosto de 1924. Alfonso L. Fors Informe sobre el incidente de Julio A. Mella con González Manet* HABANA, OCTUBRE 1º/923 CONFIDENCIAL Señor Secretario de Justicia, Señor: El subinspector de esta Policía Judicial, Pablo Crespo, con esta fecha, me da cuenta con el informe que copiado dice así: Señor Jefe: Como resultado de las investigaciones que he llevado a cabo, auxiliado del agente Eladio García, para cumplir su orden verbal de este día, referente a la investigación, de lo ocurrido en la mañana de hoy en el aula Magna de la Universidad Nacional, con motivo de la apertura del Curso Escolar; tengo el honor de informar a usted: que el presidente del Directorio de la Federación de Estudiantes, señor Julio Antonio Mella, en ocasión de encontrarse en el bancillo del Aula Magna de la Universidad Nacional entabló conversación con varios compañeros y les hizo presente su criterio de que dada la autonomía de que gozaban los estudiantes, no le parecía legal que abrieran el Curso Escolar, un Delegado del Gobierno; y después de un corto cambio de impresiones, entre Mella y sus oyentes, dicho individuo, ahuecando la voz, y con el propósito de provocar la retirada del doctor Eduardo González Manet, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, gritó por dos ocasiones: «Guerrillero, Guerrillero.» Que ante la actitud asumida por el Mella, su compañero nombrado Fifi Bock, lo reprendió, y como el Mella le contestara en forma descompuesta, el Bock le dio dos golpes a puño cerrado sobre el pabellón de la oreja izquierda, terminándose momentáneamente el incidente por la intervención de otros estudiantes que allí se encontraban. Que seguidamente el Mella, visiblemente alterado, se entrevistó rápidamente con los miembros que componen el Directorio de la Federación de Estudiantes, presentes en aquellos momentos, y les conminó a que lo acompañaran hasta la azotea del edificio, para deliberar y tomar resoluciones, siguiéndoles los estudiantes de apellido Guardiola, Sotolongo, Ramón Calvo y otro cuyo apellido no he logrado averiguar, todos ellos integrantes de ese Directorio; así como Fifi Bock y otros más, que fueron en calidad de curiosos. Que ya en dicha azotea, el Mella, haciendo valer su condición de Presidente del Directorio quiso imponer a sus demás compañeros el criterio que ya sustentaba, de que dada la autonomía de que disfrutaban los estudiantes, debía presidir la apertura del Curso Escolar, el rector de la Universidad Nacional, doctor Adolfo Aragón, y no el doctor González Manet, que representaba al señor Presidente de la República, pronunciándose en contra de esa teoría casi todos ellos, y muy espacialmente, el nombrado Ramón Calvo, quien le hizo presente al Mella su más formal protesta sobre cualquier resolución provocativa que se acordase sobre el asunto, puesto a discusión. Que dada la actitud exaltada del Mella, este al fin logró imponer su voto de protesta en el Aula Magna, ante el doctor González Manet; pero a condición, según le exigieron sus demás compañeros de Directorio, de que fuera una protesta mesurada y caballerosa asegurándoles el Mella, que así se produciría: que todo esto ocurría mientras el doctor González Manet, en el Aula Magna de la Universidad Nacional, verificaba la repartición de premios y coincidiendo con la terminación de este acto y cuando el referido doctor González Manet se disponía a hacer uso de la palabra, para declarar abierto el Curso Escolar, hicieron irrupción en la expresada Aula Magna, el Mella y sus acompañantes. Que ya de pie el doctor González Manet, en disposición de hacer uso de la palabra, el Mella lo interrumpió diciéndole: «Doctor, un momento, y seguidamente comenzó a… diciendo en síntesis, que se oponía en nombre de sus compañeros los estudiantes a que el doctor González Manet declarara abierto el curso, pues entendía que no era el llamado a hacerlo, dado que, se les había concedido la autonomía a los estudiantes y en su consecuencia quien debía abrir el curso lo era el rector de la Universidad, doctor Adolfo Aragón; pues él, Mella, no podía aceptar de ningún modo que El Representante de un gobierno tirano y canalla, que se había burlado miserablemente de los estudiantes de medicina al no sancionar una Ley que a ellos favorecía y que se encontraba en el Congreso abriera dicho curso. Que el doctor González Manet, al escuchar tales exabruptos, interrumpió al orador y le interpeló diciéndole, que si su actitud era producto de una animosidad personal contra él lo manifestara sin rodeos, contentándole el Mella, en sentido negativo y agregando, que todo su encono era contra la personalidad oficial del Secretario de Instrucción Pública, como representante oficial del Gobierno de la República: que en este estado de cosas, el doctor Adolfo Aragón con ánimo conciliador y para evitar torcidas interpretaciones, hizo uso de la palabra y criticó la actitud del señor Mella y sus compañeros, calificándola de intempestiva y fuera de lugar lo que dio motivo a que cesara en el uso de la palabra el Mella, hablando entonces el doctor González Manet, quien también manifestó su extrañeza del acto realizado por el Mella, significándole a este y sus compañeros de actitud que él, González Manet, había sido uno de los más entusiastas defensores de los estudiantes durante el desempeño de su cargo, al extremo de haber logrado grandes mejoramientos para la clase estudiantil, y que tenía en cartera proyectos a realizar favorables en un todo a dicha clase estudiantil, declarando al fin abierto el curso escolar, el doctor Adolfo Aragón: que después de terminada la fiesta, y como había quedado pendiente el incidente, entre el Bock y Mella, se fueron a un placer próximo, a la Universidad Nacional seguidos de gran número de estudiantes y allí ambos individuos sostuvieron una riña por espacio de unos diez minutos durante la cual, ambos [se] maltrataron duramente de obra, llevando la peor parte el Mella y, por último: que según mis noticias, el estudiante Ramón Calvo, ha interesado de la Directiva de la Federación de Estudiantes se cite a junta para el día de mañana, a fin de proponer él, en ella se le dé una cumplida satisfacción al doctor González Manet, por la Federación de Estudiantes, como señal de protesta por el acto realizado por el Julio Antonio Mella. Lo que tengo el honor de trasladar a su autoridad, para su debido conocimiento y efectos que estime procedentes. De usted respetuosamente Alfonso L. Fors Jefe de la Policía Judicial p/s 1923 * Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 215-219. El original en: Archivo Nacional, Fondo Donativo, «Movimiento y perturbación…», III Pieza, caja 61, nº 26, octubre 1º de 1923, pp. 77-80. Archivo Nacional. Julio Antonio Mella Declaración de derechos y deberes del estudiante* […] A continuación la Presidencia concedió la palabra al señor Julio Antonio Mella, que antes de dar lectura a su moción, hizo consideraciones sobre los ideales comunes a todos los estudiantes, sin distinguir entre la izquierda o la derecha y pidió en nombre de estos sagrados ideales la aprobación de la moción que sometía a la consideración del Congreso, y que él tituló «Declaración de los Derechos y Deberes del Estudiante». Acto seguido procedió a darle lectura, y al terminar se escuchó una prolongada ovación. No obstante las aclamaciones, la Presidencia abrió a discusión la moción del señor Mella, concediendo la palabra al señor Antonio Iglesias, quien dijo que por hallarse en el ánimo de todos los presentes los extremos todos de la «Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante», propuesta por Mella, él solicitaba fuera aprobada íntegramente, sin ulterior discusión, tanto en su conjunto, como en sus detalles. Estruendosos aplausos acogen las palabras del señor Iglesias, y puestos todos en pie, el Congreso aprobó unánimemente [sic] e íntegramente, la moción del señor Mella, y que a la letra dice así: DECLARACIÓN DE DERECHOS Y DEBERES DEL ESTUDIANTE, aprobada por aclamación unánime en la sesión de mociones del Primer Congreso Nacional de Estudiantes celebrada el día 17 de octubre de 1923. * Tomado de Mella. Documentos y artículos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, pp. 530-533. DERECHOS: 1. El Estudiante tiene el derecho de elegir los directores de su vida educacional, y de intervenir en la vida administrativa y docente de las Instituciones de Enseñanza, ya que él es soberano en estas instituciones, que sólo existen para su provecho. 2. El Estudiante tiene el derecho de asistir libremente a sus clases, sin la coacción vergonzosa de la asistencia obligatoria a un profesor determinado. 3. El Estudiante tiene el derecho de exigir la más preferente atención del Gobierno, para los asuntos educacionales, por ser la Educación la primera función de un Gobierno civilizado, debiendo todas las otras funciones, la económica, la administrativa, la política, etcétera, contribuir al engrandecimiento de aquélla. 4. El Estudiante tiene el derecho de la libertad de la Enseñanza, impidiendo la intromisión gubernamental en los asuntos educacionales, como no sea única y simplemente para aportar recursos, medios e insinuaciones, debidos a la protección que en la declaración anterior a esta, dice ser un primordial deber, protección que por ningún motivo le da derecho a dirigir o intervenir en la constitución interior de la enseñanza, que debe ser regida por individuos, profesores y alumnos, salidos de su seno, con conocimientos científicos prácticos sobre la materia, y no por políticos que desconocen el asunto y que no son representantes legítimos de los ciudadanos que desarrollan la función de la Educación en la sociedad. Por libertad de enseñanza sólo puede entenderse la independencia de esta del actual sistema de Gobierno democrático, representativo o parlamentario, existente en casi todos los pueblos del mundo; pero debiendo regular esa libertad y dirigir esa enseñanza libre los mismos educandos y educadores, mediante el organismo que ellos designen por elección, en virtud del Derecho de Soberanía reconocido al estudiante en la Declaración primera, que lo iguala al profesor, que usurpaba este derecho desde tiempo inmemorial. 5. El Estudiante tiene el derecho de exigir a los más sabios educadores y a las más profundas mentalidades del país, el sacrificio de su valer en aras de la enseñanza de la juventud intelectual. DEBERES: 1. El Estudiante tiene el deber de divulgar sus conocimientos entre la Sociedad, principalmente entre el proletariado manual, por ser este el elemento más afín del proletariado intelectual, debiendo así hermanarse los hombres de Trabajo, para fomentar una nueva sociedad, libre de parásitos y tiranos, donde nadie viva sino en virtud del propio esfuerzo. 2. El Estudiante tiene el deber de respetar y atraer a los grandes Maestros que hacen el sacrificio de su cultura en aras del bienestar y progreso de la Humanidad, y de despreciar y de expulsar de junto a sí, a los malos profesores que comercian con la ciencia, o que pretenden ejercer el más sagrado de los sacerdocios, la Enseñanza, sin estar capacitados. 3. El Estudiante tiene el deber de ser un investigador perenne de la Verdad, sin permitir que el criterio del Maestro, ni del Libro, sea superior a su Razón. 4. El Estudiante tiene el deber de permanecer siempre puro, por la dignidad de su misión social, sacrificándolo todo en aras de la Verdad moral e intelectual. 5. El Estudiante tiene el deber de trabajar intensamente por el progreso propio, como base del engrandecimiento de la familia, de la Región, de la Nación, de nuestro Continente y de la Humanidad; por ser este progreso la suprema aspiración de los hombres libres, ya que reconocemos una completa superioridad de los valores humanos, sobre los continentales, de estos sobre los nacionales, de los nacionales sobre los regionales, de estos sobre los familiares y de los familiares sobre los individuales, ya que el individuo es base y servidor de la familia, de la región, de la Nación, de nuestro Continente y de la Humanidad Copia autorizada. El Secretario General del Primer Congreso Nacional de Estudiantes. P. de Entenza El señor Mella pronunció entonces frases de agradecimiento hacia la buena acogida que el Congreso había dispensado a su moción, y aseguró que ello se debía al intenso sentimiento de justicia que la había inspirado. Y pidió que como voto de recomendación se solicitase de las instituciones presentes y de todas las educacionales y estudiantiles de la República, insertasen en sus respectivos Estatutos, la Declaración de Derechos y de Deberes del Estudiante. El Congreso aprobó unánimemente esta proposición. 17 DE OCTUBRE DE 1923 Universidad Popular José Martí Estatutos de la Universidad Popular José Martí* 1. La clase proletaria cubana funda, profesa y dirige la Universidad Popular JOSÉ MARTÍ. 2. La Universidad Popular sólo reconoce dos principios: el antidogmatismo científico, pedagógico y político y la justicia social; declarándose, por tanto, no afiliada a doctrina, sistema o credo determinado. 3. La Universidad Popular, de acuerdo con los principios enunciados, procurará formar en la clase obrera de Cuba y en cuantos acudan a sus aulas, una mentalidad culta, completamente nueva y revolucionaria. 4. La Universidad Popular no se organizará definitivamente. Sus clases y métodos variarán según nuevas necesidades y recursos nuevos lo exijan y permitan hacer su labor más fecunda y amplia. 5. La Universidad Popular para la mejor realización de los fines que persigue, se subdividirá por ahora en cuatro secciones: — Sección de analfabetos y de escuelas nacionales. — Sección de segunda enseñanza. — Sección de estudios generales, y — Sección de conferencias. 6. Una Comisión integrada por estudiantes, elegidos por la Federación de Estudiantes de la Universidad de la Habana, y por igual número de los que acudan a aprender, designados en Asamblea, regirá la Universidad Popular José Martí. 7. La Universidad Popular separará de su seno, por medio igualmente de esa Comisión, al profesor que viole la base segunda de estos Estatutos; esta separación será definitiva, cuando así lo acuerde una tercera parte de los que acudan a clases del profesor de que se trate. 8. Los estudiantes de la Universidad Popular, precisamente por ser estudiantes, tienen los mismos derechos e iguales deberes que la clase estudiantil, declarados por el Primer Congreso Nacional de Estudiantes Revolucionarios de Cuba. 1923 * Tomado de un recorte de El Universal [La Habana], 5 de noviembre de 1923. Universidad Popular José Martí Plan de estudios y profesores * de la Universidad Popular José Martí Primera enseñanza: Escuelas de analfabetos: Jaime Suárez Murias y Esteban A. de Varona. Escuela Nacional: Eusebio A. Hernández. Segunda Enseñanza: Geografía Universal y de Cuba: J. M. Pérez Cabrera. Historia de la Humanidad y de Cuba: J. A. Mella. Gramática y Literatura: J. M. Pérez Cabrera; Sarah Pascual Canosa. Psicología y Lógica: A. Bernal del Riesgo. Cívica: Manuel Borbolla. Historia Natural: A. Arce. Matemáticas: (No hay aún profesor). Física: (No hay aún profesor). Química: (No hay aún profesor). Estudios Generales: Medicina de Urgencia e Higiene: Pérez de los Reyes. Homicultura, Maternidad y Profilaxis Sexual: Eusebio Hernández. Psicología y Biología: G. Aldereguía. Ciencias Naturales: Eusebio A. Hernández. Economía Política y Social: Pedro de Entenza. Derecho Usual: Bernardo Valdés Hernández. Legislación del Trabajo: F. Pérez Escudero. Moral Antidogmática y Rudimentos de Ciencias de las Religiones: Alfonso Bernal del Riesgo. Conferencias: Sobre asuntos mundiales y de divulgación científica, artística y literaria en los principales núcleos obreros, en los Institutos, Escuelas Normales, Escuelas de Artes y Oficios, aulas de la Universidad, Liceos, Centros Regionales, Sociedades Deportivas, etcétera. Han ofrecido su cooperación los más prominentes intelectuales, avanzados en ideas: Emilio Roig de Leuchsenring, Fernández de Castro, Luis A. Baralt, Arturo Montori, Alfredo Aguayo, Eusebio Hernández, etcétera. NOTA. La Universidad Popular se abrirá el día 20 de los corrientes, a las 9 de la noche. Las inscripciones pueden hacerse en la Federación de Estudiantes de 2 a 4 p.m. y en la Secretaría de la Federación Obrera, de 7 a 10, en Zulueta 37, altos. Para la elección de Delegados al Consejo Directivo de la Universidad Popular, se cita a los obreros para el sábado 17 de noviembre, a las 8 p.m. en Zulueta 37, altos. Julio A. Mella, Presidente de la Federación de Estudiantes. Alfonso Bernal del Riesgo, Director del Departamento de Cultura. Además del lugar arriba indicado podrán acudir los obreros a inscribirse también al local de la Sociedad de Torcedores de La Habana, Figuras 35 y 37, donde serán atendidos. En estos días elegirán también los delegados al Consejo Directivo de la Universidad Popular. 1923 * Tomado de un recorte de El Universal [La Habana], 14 de noviembre de 1923. Julio Antonio Mella Mensaje: ¡La Federación de Estudiantes pide cooperación!* Compañero estudiante: El Directorio de la Federación (que representa a todos los estudiantes) te ha hecho libre, te ha dado participación en el gobierno de la Universidad, te ha librado de profesores indignos, te defiende ante los poderes públicos; da enseñanza gratuita a los obreros en tu nombre, etcétera., etcétera.; pero tiene otras muchas obras que realizar, quiere construir la Ciudad Universitaria, para que vivas casi gratis dentro de la misma, quiere obtener la Autonomía, quiere elevar la clase estudiantil cubana en el país y fuera, por eso necesita las tres palancas omnímodas que ansiaba Bonaparte para sus conquistas: DINERO, DINERO y DINERO, para mover la opinión pública y realizar las magnas obras, que seguro realiza. El Directorio acordó en su última sesión pedir a cada estudiante la contribución de UN PESO AL AÑO, mediante la entrega de un carnet de identificación firmado por el Presidente de la Asociación, el Tesorero de la Federación y el Presidente de este organismo. Empero por la grandeza de la obra, por el nombre de estudiante y por los ideales que alientas, que contribuyas con la insignificante suma, individualmente, ya que colectivamente representa TRES MIL PESOS ANUALES, lo que te demuestra una vez más la fuerza de nuestra unión. Salud y Fraternidad Julio Antonio Mella Presidente de la Federación de Estudiantes 1923 * Tomado de Juventud, año 1, t. 1, no. 2-3, noviembre-diciembre, 1923. Julio Antonio Mella Carta a Araoz Alfaro* Camagüey, 3 de enero de 1924 Mi recordado amigo: El día que ofrecí despedirte no fui al muelle, como hubiera sido mi deseo. Tampoco te escribí para decirte muchas cosas que deseaba tú supieras. De lo primero el culpable has sido tú mismo, o mejor los libros que me diste. ¿Cómo podrías suponer que pudiese conciliar el sueño sin leerme todo el libro de Gay Vivir? Aquella noche tuve uno de los placeres espirituales más gratos que recuerdo. Si yo pudiese ser poeta de la palabra escrita con ritmo, naturalidad y belleza, como la de «nuestro» amigo, hubiera escrito lo que él tiene en su libro delicioso. Por esta causa yo te ruego que me envíes, también, los otros libros que tienes publicados. Para no ser egoísta publicaré en el próximo número de nuestra revista varias de las composiciones para placer de todos los jóvenes universitarios. No te escribí antes, porque ya sabes lo esclavo de los acontecimientos que vivo. Ahora estoy descansando por un mes en un pueblo de campo, y dispongo de tiempo para todos los placeres de la vida contemplativa y libre, uno de ellos, lo que estoy haciendo: escribirte. Respecto a nuestro movimiento universitario hay una tregua. Estamos esperando la reanudación de las clases el próximo día 8 para ver en qué forma podemos dar nuestra batalla por las conquistas de la verdadera Reforma. Si no se puede hacer nada en este Curso, que sea la nueva muchachada que ingrese en la Universidad la que luche. No es que claudique, sino que ardo en deseos de luchar en la vida nacional. Creo que la Reforma Universitaria no podrá ser definitiva con este régimen social, ni que los estudiantes podrán, ellos solos, obtener todos los fines. Creo, con Julio V. González, desde luego, que la Reforma Universitaria es parte de una gran cuestión social, por esta causa, hasta que la gran cuestión social no quede completamente resuelta no podrá haber Nueva Universidad. Tú no sabes los enemigos que tiene, por lo menos en este país, el movimiento regenerador universitario, los mayores enemigos son los mismos estudiantes faltos de ideología, o envenenados con la ideología reaccionaria de los colegios religiosos. Estos forman gran mayoría en nuestra Universidad de La Habana. Así y todo se hará lo que se pueda. Yo tengo la firme convicción que siempre es bueno agitar e intentar, a cada momento, una renovación. Con obtener la creación o el descubrimiento de muchachos con inquietudes y rebeldías creo que se hace un gran beneficio social, por el momento. No dejes de enviarme revistas y periódicos que me hablen de la vida simpática de la juventud de aquella lejana provincia de nuestra Magna Patria. Te adjunto el último número de Juventud, y tan pronto vuelva a La Habana te enviaré libros y otras revistas. Un brazo sincero de quien es tu amigo de veras. 1924 * Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Hasta que llegue el tiempo. La Habana, Editora Política, 2002, pp. 196-197. Julio Antonio Mella Declaraciones a El Heraldo sobre la manifestación gubernamental de gracias a los Estados Unidos y la protesta estudiantil* El pueblo de Cuba habrá comprendido en la mañana de ayer la estructura de este sistema social que pretende tratar a los ciudadanos como esclavos o bestias de reata. Los gobiernos de esta índole todo lo permiten, menos la protesta que pone de manifiesto el civismo del pueblo. Por esto, ayer nos condenaron a una fuerte multa, y luego impidieron la libre manifestación de nuestro pensamiento. El gobierno de Zayas se ha jactado de permitirlo todo, pero cuando la protesta de la nueva generación se pronunció contra los «guerrilleros» de ayer y los polichinelas disfrazados de tiranos de hoy, atropelló e hirió a la juventud en el mismo parque donde anhela perpetuar cuatro años de mal gobierno. Pero el lugar está regado con sangre de la juventud rebelde y revolucionaria. Esa sangre ha caído sobre él, y esa estatua, asentada sobre la sangre inocente y limpia de los universitarios es la definitiva consagración de esta falsa democracia y libertad, que ha sido el gobierno de la canallocracia, vendida al imperialismo capitalista yanqui. 1925 *El Heraldo [La Habana], 19 de marzo de 1925. Citado en Erasmo Dumpierre. J. A. Mella. Biografía. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, p. 48. Julio Antonio Mella Los prejuicios del siglo bárbaro. La pena de muerte y los crímenes oficiales* El crimen oficial ya se consumó. En nombre de la Justicia, más vendada que nunca para no ver la iniquidad, unos hombres mataron, a sangre fría, cumpliendo una orden, a otro compañero, que no había cometido más delito que defender su vida y su honor según un criterio rudimentario, que la misma sociedad les enseña. Cayó… cayó el cuerpo robusto del infeliz que no tuvo talento para matar dentro de la coraza de artículos del Código. Cayó el cuerpo de un hombre que no supo ser juez o gobernante para ordenar irreparables sentencias de muerte, y dormir y comer tranquilo, como si fuese el infalible Dios. Cayó asesinado legalmente por sus propios camaradas, que, con toda seguridad no le odiaban, y eran sus fraternales amigos de ayer. Cayó frente a un piquete de soldados uniformados, ante una pared expresamente levantada para el acto, entre músicas y banderas, ceremonias, presentaciones de armas, soldados rígidos en atención, toques de tétricos clarines profanados, multitudes de circo romano, que despertaban golosamente todos sus apetitos atávicos de nuestro antecesor el salvaje. Cayó, pero de veras, y sin gloria, y sin arte, como en una tragedia sangrienta del antiguo teatro helénico, un infeliz que no tenía más delito que ser soldado. Como si el uniforme pudiese matar la personalidad de hombre…! ¿Cuya será la culpa? ¿De la ignorancia de las clases dominantes, o de la monstruosidad criminal del pueblo corrompido que permitió el hecho terrible? No importa; la responsabilidad cae toda sobre los que permitieron el crimen oficial. ¡Qué sonrisa, triste y despreciativa, provocará a nuestros nietos las tontas ideas de severidad de los hombres de la época presente! La misma que nos provoca el suplicio de Hatuey, o la prisión de Galileo. Cuba es libre a pesar de la hoguera encendida a su primer libertador, y la tierra gira, a pesar del fallo de la inquisición. ¡La Pena de Muerte! Se aplica desde que existe el hombre sobre la tierra, y la aplicaban, antes de esto, los animales para subsistir. Hoy el civilizado del siglo XX sigue el mismo procedimiento: «la Pena del Talión», «ojo por ojo y diente por diente», «quien con hierro mata, a hierro muere»… Desde Caín, «aplicando según sus medios legales», la Pena de Muerte a su hermano, y rival en el cariño de Jehová, hasta el tribunal sentenciador del soldado Cabrera, las sociedades han aplicado el castigo máximo sin poder terminar con la violencia sangrienta de los criminales. En toda Universidad se enseña hasta el cansancio la inutilidad de la represión con la vida. Todos los textos nuevos, y profesores inteligentes, y alumnos estudiosos, están conformes en que a la sociedad no le interesa castigar, ni vengarse, sino defenderse y reformar. A pesar de esto, hombres de estudio ordenan la muerte de seres humanos, en nombre de un puesto de juez y de un título de doctor, otorgados para defender la sociedad; pero nunca para horrorizarla y degradarla con espectáculos canibalescos. Los textos enseñan el efecto nocivo de las penas de muerte. En una ciudad europea unos niños «jugaban al ahorcado» como habían visto en la plaza pública el día antes, tomando tan buenas lecciones, que el compañerito que les servía de reo, murió por el frenesí diabólico con que los muchachos imitaron las ceremonias y gestos de esa gran propaganda del crimen que son las ejecuciones públicas y escandalosas. Cuando el último encuentro mundial de pugilato entre un bárbaro americano y otro francés, uno de los espectadores salió de la fiesta prehistórica tan sugestionado, que, al explicar el golpe decisivo de su ídolo, mató al oyente. Cuando se despierte la fiera anestesiada por la civilización no hay duda que igualaremos a los cavernarios. La mitad de la sociedad cubana se habrá horrorizado, y la otra mitad habrá gozado como antropófagos ante el olor a sangre fresca. ¿Qué iban a buscar esas oleadas de público, antes de salir el sol, el día de la ejecución del reo Cabrera, otra cosa que el sádico placer de mirar cómo una vida termina sangrientamente? La pena de muerte estaba de hecho abolida en Cuba. Todo el pueblo la repelía, y nunca se creyó que fuese bajo el régimen del Partido Liberal la época de su resurgimiento. Es peligroso iniciar este festín sangriento. Una vez sentados a la mesa no nos importará de quién sea la sangre. El pueblo romano de la decadencia inició su era de circo con gladiadores esclavos, y con leones africanos. Pasado el primer momento, fueron los revolucionarios de aquella centuria, los que suplantaron a los esclavos y a los animales. Cuando el pueblo se acostumbre a ver periódicamente el asesinato legal de unos cuantos locos o enfermos, no sabrá distinguir la causa del delito. Entonces no serán los «criminales vulgares» los que subirán al patíbulo, sino los revolucionarios de hoy, los nuevos cristianos, los que la opinión pública tildará de «criminales sociales más peligrosos que los anteriores». En el mismo instrumento en que murió Narciso López van a ser ajusticiados criminales infelices. Para el régimen colonial no había diferencia entre los estudiantes de la Punta, Jaoquín de Agüero, el citado Narciso López, y cualquier asesino vulgar. Así podrá suceder aquí. Sucedió ya en Europa. Sería muy lamentable traer a Cuba los sistemas de las sociedades decadentes del Viejo Mundo. ¿Puede el cursi Mussolini, o el ridículo Primo de Rivera, tener imitadores en América? Allá se mata por tener ideas sociales y predicarlas. ¿Todas las guerras de independencia van a dejarnos con un sistema social que no sea nada distinto al de nuestra antigua metrópoli? Proletarios, sois la única clase pura, la única clase que tiene interés en el futuro, ya que este es vuestro. No debéis pedir clemencia a los que realizan un crimen legal, porque sería inútil. Con Mirabeau debemos pensar: «es lo mismo el juez que sentencia y el verdugo que mata», y añadiremos: «los que resucitan la pena de muerte, y teniendo potestad para indultar no la utilizan». Ante el caos presente no tengamos fe en la regeneración por los sistemas actuales; pero levantemos nuestro grito de protesta ante el terror que se inicia, ante la inútil severidad, ante el crimen cometido en nombre de la ley arcaica y contra los principios de la ciencia nueva. Hoy todo es farsa. Se mata a un hombre con música y paradas militares. Se obliga a sus compañeros a convertirse en verdugos. Un soldado se alista para matarse, si es necesario, por defender el régimen; pero nada puede obligar a un ser humano a convertirse en verdugo. Hoy todo es farsa. En nombre de Cristo unos descendientes de Judas aprovechan el crimen para hacer propaganda de la doctrina religiosa imponiendo al reo una ceremonia que le repugna. La mansedumbre de los discípulos del que hizo que el Apóstol envainase su arma cuando venían a prenderlo; porque ni aun a los enemigos se debía matar, demuestra cuán lejos están los clérigos de hoy de la doctrina cristiana de que se dicen ser intérpretes. ¡Hombres nuevos de Cuba! No podemos pedir clemencia a los que han demostrado no ser humanos; pero sí podemos, en este caso, como en todas las injusticias, sacar un nuevo odio y una nueva rebeldía contra los que oprimen. Y… cuando nos llegue la hora nuestra, por fatalismo histórico, digamos a los romanos vencidos de este siglo la frase, todo un poema de justicia, de Breno: «Vae Victis»! 1925 * Tomado de El Heraldo, [La Habana], año 3. no. 536, 8 de julio de 1925, pp. 3, 4. Este artículo fue hallado por el prestigioso investigador Ricardo Hernández Otero. Rubén Martínez Villena Carta abierta contra el encarcelamiento de Mella* Sr. Presidente de la República. Honorable Señor: Ante la indiferencia del Poder Judicial y ante el silencio de parte de la prensa del país, está sucediendo algo en Cuba de tal trascendencia, que nos obliga a todos los que abajo firmamos a dirigirnos personalmente a usted. En la cárcel de La Habana se halla detenido, como acusado de un delito imaginario, un joven que hasta ayer fue menor de edad y estudiante de nuestro primer centro de enseñanza. Ese joven, Julio Antonio Mella, por su actuación cívica y por sus campañas culturales, es considerado por nosotros como un intelectual joven y honrado. Mediante un auto fundado en meras sospechas policíacas y lleno de defectos que demuestran claramente la premura de la redacción y la falsedad de sus fundamentos, ha sido encarcelado con exclusión de fianza, en el fondo con el propósito de sustraerlo a la agitación universitaria de estos días. Julio Antonio Mella, rechazados los recursos legales interpuestos, sin que ninguna voz se levante para defenderlo de la injusticia cometida en su persona, abandonado, por mezquinos motivos, de todos aquellos a los cuales ha dedicado sus esfuerzos, ha resuelto, como única protesta posible y extrema, morir de hambre entre los hierros de la cárcel. Nosotros, como intelectuales, conocedores de la ideología de Julio Antonio Mella, protestamos de la acusación de que él sea capaz de colocar bombas y ejecutar hechos que pongan en peligro la vida de inocentes, mujeres y niños; sabemos que el deseo de elevarse como celosos cumplidores del deber ante los ojos del gobierno, conduce a los subalternos a exageraciones y errores desgraciados; y por este medio hacemos llegar a usted, señor Presidente, este juicio nuestro, esta protesta nuestra, fundados, además, en motivos de humanidad que no pueden ni deben serle ajenos. Antes que la decisión desesperada del inocente llegue a un término funesto o sin remedio posible, levantamos a usted nuestra voz para decirle la verdad y el significado de estos hechos, para demandar de usted una acción que enmiende el yerro y restablezca la justicia, ya para que en el caso terrible de que muera el estudiante desamparado que, para salvar la dignidad de Cuba, está dispuesto a inmolarse, quede siquiera el pobre y extraoficial testimonio de nuestra protesta. Quedamos de usted muy respetuosamente, Enrique José Varona, Eusebio Hernández, Manuel Márquez Sterling, Enrique Roig, Germán Wolter del Río, Fernando Ortiz, Luis Rosado Vega, Juan Antiga, Emilio Roig, Otto Bluhme, Alberto Lamar Schweyer, Juan Marinello, José Tallet, J. Blanco Molina, Porfirio Barba Jacob, Enrique Serpa, Eduardo Avilés Ramírez, José A. Fernández de Castro, Adolfo Nieto, Rubén Martínez Villena, J. de la Carrera, Federico de Ibarzábal, Pedro M. de la Concepción, Hortensia Lamar, Guillermo Martínez Márquez, Armando Leiva, J. Abelenda, Miguel Ángel de la Torre, Orosmán Viamontes, José Manuel Acosta, Gustavo Aldereguía, Francisco Domenech, Federico Miranda. 1925 * Tomado de Rubén Martínez Villena. Poesía y prosa. La Habana T. II, Letras Cubanas, 1978, pp. 342-343. Aparecido en El Día, 13 de diciembre de 1925. Gustavo Aldereguía Pueblo de Cuba: ¡ponte de pie…!* Hasta ayer nuestro deber de médico, nuestra devoción profesional, junto al camastro inmundo que la injusticia republicana deparó al arquetipo de la futura juventud cubana: al joven heroico, gallardo, cuya figura al descarnarse se agiganta afirmativa y digna; siempre vertical, nunca yacente. Hoy dejadme volcar la emoción, gritar mi verdad ante el país espantado y atónito, sacudido por una vibración angustiosa, torturado por una interrogación que en vano se repite desde hace once días que pasaron en abrumadora lentitud. En tanto que los libres piden justicia, los sumisos claman piedad: aquellos imprecan y maldicen, estos sollozan y rezan; divina y encendida rebeldía de los unos, mansedumbre opaca de los otros, pero en todos palpita la inquietud y acompasan su corazón, en rítmicos latidos, a los latidos del corazón de Mella, que no quiere desfallecer, que no debe morir. Cuántas veces al auscultarlo me pareció escuchar voces de anunciación, voces augurales de un mañana mejor. Frente a la aquiescencia y la pasividad de los poderes inconmovibles, dispuestos con avidez romana a que el sacrificio se consume, frente a voluntad de ella, heroica y resuelta, dura y enhiesta; por encima de las pasiones malsanas que sabemos serían capaces de crucificarlo, por encima de su estoicismo, sereno y abnegado, está la ciencia que lucha por su vida seriamente amenazada, está la ciencia que lo reclama en nombre del mañana, de un mañana, libre de coyundas, libre de prejuicios, libre de injusticias. Está el futuro que no quiere que muera. ¡Qué alarde de fuerzas para su traslado! Para el traslado de su cuerpo caquéctico y maltrecho, como si las ideas pudieran esposarse, como si el contagio mental de estos hombres, cultores de pueblos, plasmadores de ideales, pudiera acogotarse con la fuerza pública y yugularse con el miedo. Mella y los obreros siguen presos a despecho de todo, contra toda la simpatía del pueblo que se ha puesto a su lado unánime y rotunda. Mella sigue su ayuno absoluto, y cada día que pasa es para su martirologio un día menos de vida, hasta que resplandezca la justicia o llegue la liberación definitiva. ¡Pueblo de mi patria! ¡Oriente mío! Abandona tus divisas políticas que te mantienen esclavo y de rodillas, y, ponte de pie, en gesto de protesta, apretado el labio, presto el yo acuso que exige la hora, viril, rebelde, digno. 1925 * Fragmento de las Declaraciones de Gustavo Aldereguía a la prensa en relación con el estado de salud de Mella, a los once días de la huelga de hambre (17 de diciembre de 1925), poco después de ser trasladado de la cárcel de La Habana a la Quinta de Dependientes. Archivo del Instituto de Historia de Cuba. Julio Antonio Mella Cartas a Oliva Zaldívar México, 12 de octubre de 1927* Querida Olivín: En mi poder tu última del cinco. Veo que ya tienes resuelto todo lo del viaje. Pero ¿pasa por la Habana ese vapor de turista? ¿Sabes ya los requisitos que tienes que llevar para viajar sola? Creo lo mejor decir, como yo, que solo vienes por 6 meses. Sobre el dinero que te falta no sé qué hacer. Papá, como desde hace dos años, mantiene la misma inestabilidad. Díjome que te iba a enviar. Pero no sé más nada. Te enviaré mañana unos 35 o 40 dólares. Es lo más que puedo hacer no te imaginas [hay una palabra ilegible, pero parece decir] «Hofman», como lo que tienen allá los tintoreros. Gano 25 dólares semanales. Pronto ganaré más, aquí o en otra casa. De allá nadie ha contestado una sola carta. Tampoco un telegrama que puse tras antes de ayer ofreciendo ir si el movimiento era serio para ayudar al P. en su labor. Bueno, al diablo. Me concretaré a lo de Cuba. La carta que me envías del P. está muy buena. Pero sobre la U. N. tienen equivocaciones o la situación cambió ya. Las gentes de aquí de la U. N. prueban que sí irán hasta donde sea necesario. Me alegro de que Salvador embarque para Rusia. Igualmente Gustavo. Le convendrá mucho estar al lado de su mujer en Europa. Se equilibrará y sanará. Estoy bien. Trabaja y cosa rara, toma parte en el trabajo del P. Debes ver qué es lo que vas a traer. Escríbeme sobre esto. Hay un libro que me interesa me envíes por correo enseguida. «Las Universidades Populares» de L. Palacios. Úrgeme mucho. Lo espero. No traigas todos los libros. Tampoco los de cuestiones sociales, mis recuerdos de agitación porque registran y los quitan. Aquí hay de todo. Lo que sí desearía es que no desaparecieran. Dime dónde piensas guardarlos bien seguro hasta que volvamos a Cuba. Me sería muy doloroso perderlos. No olvides contestar esta carta, PUNTO por PUNTO. Hazlo a la dirección de Dr. Miguel Suárez (para Julio A. Mella) 325 W-82 rd. Street. New York N.Y. U.S.A. Acabo de recibir tu cable. Bien. Te espero. Pero lo que no sé es si tienes dinero, si Papá envió bastante o todavía debo enviarte. Si no te envió avísame. Pero no podré enviar + de 35 o 40 por ahora. Otra cosa: ¿Por qué llegó tan tarde la carta de Cuba? Y las direcciones del sobre, por qué no llegaron. Ellas me anunciaban el envío de buenas direcciones secretas. Qué has hecho de ellas. Contéstalo todo. Escribe tu carta con esta delante. [Firma con el nombre de Julio] * Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Hasta que llegue el tiempo. Op. cit., pp. 215-216. 1 de noviembre de 1927* Mi querida Olivín: No sabes cómo me encuentro. Un poco más y me llevan para un manicomio o una cárcel. Tus cartas indicaban una contestación mía para decidir y antes de recibirlas decidiste. Cuando ya tenía todo preparado para irme y recibo un cable de Rafael en que me decías que tú habías salido para esta: New York. Como me pensaba ir había ya dejado el trabajo y ahora resulta que llevo una semana sin dinero, sin trabajo, etcétera. Por una carta de Gustavo parece que tú estás en La Habana. Puse un cable a papá diciéndole que esperaban esta. Ya a México te había contestado las cartas. Primero. No puedo quedarme aquí. Me es imposible vivir solamente comiendo y durmiendo. Después de trabajar unas doce horas al día, no se puede hacer nada más. Ahora necesito ir enseguida a la ciudad de donde vine. Voy a ingresar en la Universidad. Aquí no tengo porvenir alguno. He determinado acabar la carrera. A Cuba no podré volver más nunca, Machado será eterno. La U.N., por las noticias que tengo, no hará nada. Entonces Cuba no tiene más solución que la revolución proletaria en otros países. Es terrible haber nacido en un maletín de mano… Así soy yo en Cuba. Si sigo dependiendo de Cuba no me desarrollaré más que lo que es posible en pedazo tan miserable de tierra, miserable por su tamaño, miserable por su ideología de los que podrían hacer algo. Solamente los obreros, solamente ellos, podrán hacer algo, cuando el tiempo les llegue, pero por hoy… Segundo. En esta situación no me es posible permanecer y he de volver a México enseguida. Yo sé bien los compromisos que tengo contraídos, el deber que tengo de mantener a Nachta y a ti, mientras no puedas trabajar. Pero, ya sabes: vivir aquí me es imposible. No olvides tampoco el aspecto político. En cualquier momento de agitación me expulsarían. En vista de esto es que te decía en carta enviada a México que tu decisión de irte para Camagüey me parece correcta aunque dolorosa. Pero más doloroso sería que Nachta se enfermase o tú. No sería una partida muy larga. Hasta que yo me arreglase y pudiese encontrarme entradas extras. Escríbeme, escríbeme. ¿Por qué embarcaste sin decirme nada? Lamy 1927 * Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Julio Antonio Mella en medio del fuego: un asesinato en México. México, D.F., Ediciones El Caballito, 2000, pp. 177-178. Julio A. Mella Los emigrados revolucionarios al pueblo de Cuba* Conciudadanos: Los luchadores que el machadismo ha hecho salir de la tierra en que les tocó nacer se han organizado para continuar la lucha. Desde tierras lejanas enviamos nuestro saludo y nuestra solidaridad a los que todavía luchan en ese cementerio de todas las libertades que es la Cuba de Machado en 1928. Nos organizamos para divulgar la situación de la República —los crímenes del poder y las rebeldías de las multitudes— sin importarnos los gritos de los «guatacas» que nos llamaran antipatriotas. No hemos salido de Cuba por nuestro gusto. Cuando sea necesario daremos otra vez el presente en las filas de los que luchan dentro de la República para abatir el régimen despótico actual. La lucha es internacional, como internacional es la fuerza que sostiene al gobierno de Cuba: el imperialismo capitalista. Procuraremos hoy obtener la solidaridad moral de todos los hombres progresistas del mundo para la lucha del pueblo cubano. Y mañana, llegado el momento, aportaremos también la solidaridad material para derribar al déspota sanguinario, si esto llega a ser necesario. Mientras tanto, nos preparamos en el estudio y en las vicisitudes de la emigración para ser más útiles a todas las clases oprimidas de Cuba. Nuevos Emigrados Cubanos: Os invitamos a todos a militar en esta nueva organización, que ya tiene delegaciones constituidas en varios lugares del mundo, con el fin de cumplir en este momento histórico nuestra misión, como ayer la cumplieron los antiguos emigrados. ¡Viva Cuba Libre e Independiente! ¡Viva la Solidaridad Internacional de los Revolucionarios! ¡Guerra a Muerte al Imperialismo Yanqui! ¡Luchemos por Vengar a los Caídos Haciendo Justicia! ¡Unámonos Todos los Cubanos Oprimidos para la Destrucción del Régimen Despótico de Machado! Por la Delegación Central de la ASOCIACIÓN DE LOS NUEVOS EMIGRADOS REVOLUCIONARIOS DE CUBA. Julio A. Mella Secretario México, Mayo de 1928. Nota: Próximamente saldrá el manifiesto de la Asociación y el Programa. * Cuba Libre!… Para los Trabajadores [México D. F.], año 1. no. 1, mayo de 1928, p. 4. Julio Antonio Mella Grandioso mitin del Frente Único Manos Fuera de Nicaragua* El mitin organizado por el Frente Único Manos Fuera de Nicaragua para el domingo 1º del corriente, constituyó una formidable afirmación del sentimiento antimperialista que ha provocado entre los trabajadores de México la intervención en Nicaragua y la heroica lucha de Sandino. * Tomado de El Machete [México, D. F.], año 4, no. 109, 7 de abril de 1928, pp. 1,4. El doctor Carlos León A las 11 y minutos de la mañana, el teatro Virginia Fábregas se hallaba ocupado en toda su capacidad, teniendo que permanecer en pie muchos asistentes, hombres y mujeres. Después que el compañero Julio Antonio Mella, a nombre del Comité Manos Fuera de Nicaragua abrió el mitin, tomó la palabra el doctor Carlos León, representante de la UCSAYA (Unión Centro-Sud-Americana y Antillana), diciendo, en síntesis, que la valiente actitud de Sandino ha servido para que el pueblo y algunos pensadores norteamericanos, como el periodista Carleton Beals que entrevistó al general Sandino y dio a conocer en Estados Unidos que aquel a quien llamaban bandido, era en realidad un heroico libertador, se dieran cuenta de las maniobras infames de Wall Street. Pidió que se llevara a cabo un efectivo boycot contra las mercancías americanas, contra las películas estadounidenses, etcétera. Terminó leyendo, entre aplausos ensordecedores, el siguiente telegrama del poeta Froylán Turcios, representante de Sandino en Honduras: «TEGUCIGALPA, HOND., 30 DE MARZO 1928. MAFUENIC, REPÚBLICA DEL SALVADOR 94, MÉXICO CITY. NOMBRE SANDINO SALUDO NOBLE PUEBLO MEXICANO. TURCIOS» Al acabar de hablar, el doctor León inició una colecta para el fondo de ayuda a los heridos de Sandino. Varias compañeras pasaron a la sala con ánforas cerradas que recogieron numerosos donativos. Carleton Beals A invitación de los organizadores del mitin, tomó la palabra el periodista Carleton Beals, representante del periódico liberal americano The Nation. Aludiendo a la necesidad de decir unas palabras ante el auditorio que lo ovacionaba y, aplaudía entusiasmado, Beals comenzó de modo jovial: «Francamente, esta ovación me asusta más que los aeroplanos. Esta ovación la tomo como una prueba de que los pueblos pueden vivir en concordia, siempre que sea sobre la base de la justicia internacional.» A continuación dio las gracias al doctor León y a Froylán Turcios, «único representante de Sandino en el exterior», por las facilidades que le prestó para realizar su entrevista con el héroe nicaragüense. «Quiero dar gracias también al mismo general Sandino, por la atención que me proporcionó. El hecho de que yo hubiera ido al campamento de Sandino y regresado sin que me fuera tocado ni un solo cabello de mi cabeza nórdica, es otra prueba de que los pueblos se entienden entre sí, por encima de los interese capitalistas que pretenden enfrentarlos.» «El pueblo americano es sano y hasta idealista —siguió diciendo Beals— pero está corrompido por un grupo de gobernantes y negociantes que representa allá lo que representa aquí el grupo de los Díaz, Moncada, Gómez, etcétera.» Calurosos aplausos recibieron las últimas palabras del periodista Beals, que repitieron una frase textual que el mismo Sandino le encargó dar a conocer: «Que no todos los nicaragüenses son bandidos, ni todos los bandidos son nicaragüenses.» Jolibois Fils El presidente de la Unión Patriótica Haitiana, Jolibois Fils, inició su conmovedor discurso (que fue traducido del francés por un compañero de la Liga Antimperialista) pidiendo un homenaje a Sandino y a las víctimas de Ocotlán, homenaje que fue tributado por toda la asamblea puesta en pie. Acto seguido, el líder nacionalista haitiano hizo una reseña de los atropellos y crímenes de los policías de Wall Street, «que se han cebado en Nicaragua como una bandada de cuervos». Manifestó su agradecimiento a la prensa, a la CROM que lo «acogió con aplausos y le permitió dirigir la palabra a los obreros organizados», a la Federación de Estudiantes y a otras agrupaciones que lo recibieron fraternalmente. «En Haití —dijo— hay un verdadero hermano de Adolfo Díaz, y es Borno, impuesto por las bayonetas de Wall Street, que han hecho de él una simple colonia de Estados Unidos. La ocupación de Haití dura ya trece años, desde que fue disuelta por la fuerza la Cámara de Diputados, y desde entonces no se han verificado elecciones. Todos los empleos altos los ocupan americanos que ganan grandes sueldos, mientras los haitianos apenas tienen con qué comer.» Los gobernantes yanquis dicen que el pueblo haitiano es todavía muy ignorante para gobernarse a sí mismo, pero esto no les ha impedido obligarlo a reformar la Constitución en provecho de los intervencionistas, del modo más cínico, 15 000 haitianos han sido asesinados por las bombas de los aeroplanos yanquis. Terminó su discurso el camarada Jolibois reseñando algunos de los bestiales crímenes cometidos por las fuerzas de ocupación americanas y recordando el caso de Noruega que en 1864, viéndose amenazada por Prusia, pidió ayuda a Austria, que se la negó, teniendo que sufrir después la misma opresión del imperialismo prusiano. «Nosotros los haitianos somos la Noruega de América que viene a pedir ayuda a México para librarse del yugo imperialista. Como Austria estaba cerca de Prusia, México está en la frontera con Estados Unidos y puede llegar a prestarnos ayuda. Para que esto se realice lo antes posible, tenemos que hacer una gran unión de nuestros veinte pueblos americanos, a fin de que presten una ayuda efectiva a la obra de edificar una gran nación que pueda vencer a los Estados Unidos.» Grandes aplausos acogieron el valiente discurso del líder nacionalista haitiano. Informe del Comité El Secretario General del Frente Único «Manos Fuera de Nicaragua» informó en breves palabras sobre las actividades del mismo, manifestando que en los dos meses que han transcurrido desde su fundación ha logrado constituir un frente único a favor de la lucha de Sandino, no solo en la ciudad de México, sino también en muchos lugares del país y aun en el exterior. Informó que hasta el presente, sin contar la colecta hecha en el teatro ni la que estaba realizando un Comité de estudiantes, la cantidad recogida por «Manos Fuera de Nicaragua» es de $3 830,12. Hizo notar el hecho de que es el Estado de Puebla el que más ha contribuido a la colecta, que se ha realizado mediante la venta de distintivos y por medio de ánforas que se abrieron ante notario público. Dio lectura al cablegrama de Froylán Turcios que ya publicamos en nuestro número anterior, en el cual se acusaba recibo de la cantidad de 250 dólares, e informó también que en los primeros días de la semana había salido un delegado del Frente Único llevando la cantidad de 1 000 dólares para los heridos de Sandino. Terminó el Presidente del Comité «Manos Fuera de Nicaragua» agradeciendo la cooperación del Sindicato de Tramoyistas y de la Unión de Empleados de Teatros, miembros de la CROM, que dieron toda clase de facilidades para la celebración del mitin, lo mismo que el empresario señor Campo que hizo un considerable descuento en el alquiler del teatro. El profesor Ramos Pedrueza Siguió en el uso de la palabra el profesor Rafael Ramos Pedrueza, que hizo un resumen de las campañas realizadas en el curso de cinco años por la Liga Antimperialista de las Américas, en todo el continente. En un conceptuoso y elocuente discurso que fue aplaudido entusiastamente, el profesor Pedrueza se refirió a los móviles de la política imperialista en la América Latina, aludiendo al proyecto americano de construir un nuevo canal que substituya al Canal de Panamá en el posible caso de que este sea destruido por los bombardeos en una futura guerra imperialista, canal que se ha proyectado construirlo en Nicaragua. «La riqueza y el poderío de los Estados Unidos —dijo el Profesor Pedrueza— no son para las clases pobres, para el pueblo estadounidense, sino para un pequeño grupo de privilegiados criminales.» Finalizó su discurso el profesor Pedrueza haciendo hincapié en la necesidad de organizarse y prepararse para poder contestar a la violencia de los imperialistas con la violencia de nuestra defensa; «porque la mejor respuesta a los aviones criminales del imperialismo —dijo— no la dan los discursos ni los escritos, sino los rifles libertarios de Sandino.» Hizo un recuerdo de los estibadores y de los jóvenes estudiantes que cayeron sobre sus ametralladoras cuando la ocupación de Veracruz por las fuerzas americanas, ponderando esa actitud valiente como la única que, llegado el momento, podrá salvar a los pueblos latinoamericanos de la invasión imperialista. Refiriéndose a la Conferencia Panamericana de La Habana, dijo que en esa mascarada no estuvieron representados los pueblos sino los gobiernos, gobiernos que, como los del Perú, Venezuela, Nicaragua y Cuba, deshonran a sus respectivos pueblos. «El panamericanismo —dijo— agonizó en La Habana. No sólo está bien muerto, ya hiede.» Evocó en Sandino, a un nuevo «Quijote de treinta años» que tiene por campo las selvas tropicales de Nicaragua, hizo ver el contraste existente entre la colecta hecha por los ricos para el viaje aéreo México-Washington, que ha producido $40 000. Concluyó su discurso el profesor Pedrueza diciendo que el dinero que se gasta en Conferencias Panamericanas debería gastarse en comprar cañones, fusiles y ametralladoras para que pueda ser efectiva la defensa de nuestros pueblos y respaldemos con la acción el grito de la Liga Antimperialista: «¡Fuera los yanquis imperialistas de América Latina!» Belén de Sárraga A nombre del Comité Manos Fuera de Nicaragua, pronunció el discurso final la señora Belén de Sárraga, que comenzó por manifestar su satisfacción al verse elegida para representar al Comité, pasando enseguida a hacer un brillante análisis del imperialismo en la antigüedad, en sus formas militares y políticas, siguiendo hasta el imperialismo moderno de los multimillonarios y de los trusts capitalistas. En trazos breves y enérgicos, la distinguida oradora anticlerical bosquejó las fuerzas en lucha: de un lado el trabajo organizado y de otro los capitalistas que se asocian también en sus grandes trusts. Señaló el hecho, evidente en Nicaragua y en otros países, de que el imperialismo capitalista deja sentir su influencia en las cuestiones políticas de una nación, mediante el oro que corrompe las conciencias y mediante la oferta de altos puestos públicos. De este modo han podido producirse gobiernos como el de Adolfo Díaz en Nicaragua y Juan Vicente Gómez en Venezuela. Pero «solamente cuando los pueblos sean soberanos, serán responsables de lo que sus gobiernos ejecuten». Refiriose después la señora Sárraga a la guerra del 47 en que México fue despojado de varios estados, y al caso de Colombia despojada de Panamá, que, aparte del caso palpitante de Nicaragua, son un exponente de la política imperialista yanqui en su forma violenta. Hay, sin embargo, otra forma de esa política imperialista, y ella es la introducción taimada y cautelosa, la política de las inversiones y de los empréstitos, que al final trae la intervención armada «para defender los derechos de los ciudadanos norteamericanos». Concluyó la oradora haciendo un cálido elogio de la labor emprendida por el Comité «Manos Fuera de Nicaragua» y haciendo resaltar el hecho de que al abrirse las ánforas de las colectas realizadas, no se encontró ninguna moneda de oro; casi el total de los donativos se recogió en puras monedas de cobre, entre las que había muchas piezas de uno y dos centavos. «Y es que la moneda de oro se da para los toros, se da para los teatros donde se va a ver cupletistas desnudas; la moneda de cobre se da para la defensa de la justicia.» Nutrida salva de aplausos aprobó las últimas palabras de la brillante oradora anticlerical. Telegramas de adhesión Fueron leídos telegramas de adhesión al acto enviados por la Liga Antimperialista local de Puebla, por 1 300 trabajadores de la fábrica textil de Metepec, Puebla,; por las Locales Comunistas de Puebla y Tlaxcala; por el Comité Local de Tehuacán Pro-Nicaragua, de Puebla, y por la Sucursal del Partido Ferrocarrilero Unitario en el mismo estado. El mitin terminó a las dos de la tarde. A la salida del teatro, numerosas solicitudes de ingreso a la Liga Antimperialista fueron llenadas por los asistentes al magno mitin. 1928 Julio Antonio Mella Carta a Tina Modotti* Veracruz, 11 de septiembre Mía cara Tinissima: Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas. Tu figura no se me ha borrado en todo el trayecto. Todavía te veo de luto, traje y espíritu, dándome el último saludo y como queriendo venir hacia mí. Tus palabras también las tengo acariciándome el oído. Y cuando llegué al trópico, y comenzó el festín del calor, con la selva y el cielo azul, ya sabes que me parecía ver en cada espesura su complemento: aquella espalda con aquel pelo negro, suelto como una bandera, que era mi consuelo al no poder verte. Bien, Tina, perdona que no sea tan largo, estoy agotado. Creo que voy a perder la razón. He pensado con demasiado dolor en estos días y hoy tengo todavía abiertas las heridas que me ha producido esta separación, la más dolorosa de mi vida. Si ya te has serenado, escribe. Pon un poco de paz en mi espíritu. Cada vez que pienso en mi situación, me parece que estoy en la entrada de un cementerio. Te quiero, serio, tempestuosamente. Como algo definitivo. Tú dices que me quieres igual a mí. Si solucionamos esto, tengo la convicción de que nuestra vida va a ser algo fecundo y grande. Pero me repites lo de antes, que no estás dispuesta a soluciones. Por mí, Tina he tomado con mis propias manos mi vida y la he arrojado a tu balcón, cómplice de nuestros amores. Algunas veces he creído que soy un niño y me tienes lástima. Si no, explícame qué amor es este que me lleva a la desesperación. Dime cuál es la esperanza. Si no deseas estar en México, nos vamos juntos a Cuba o a la Argentina. Tina, no está en mí suplicarte, pero a nombre de lo que nos amamos, dame algo cierto, algo que no sea un humo. Conmigo no hay que temer. Allí va, no un beso, porque ya no tengo alma, pero sí un recuerdo muy cariñoso para mi madrecita. También esta lágrima que saltó sobre los tipos de la dactilográfica que tú has socializado con tu arte. Salud camarada * Tomado de Christiane Barckhausen-Canale. Verdad y leyenda de Tina Modotti, La Habana, Casa de las Américas, 1989, pp. 141143. Julio Antonio Mella Carta a José Antonio Fernández de Castro* México, DF 10 de diciembre de 1928 Querido amigo y compañero Fernández de Castro: Primera carta que te escribo desde tu partida. Pero esto no quiere decir que sea la primera vez que piense en ti. Tú te imaginas las razones que motivan no exista una frecuente correspondencia entre nosotros. ¡Safety First! Así dicen muy justamente los gloriosos vecinos del Norte que han impuesto sus normas democráticas en nuestros países. Todavía utilizo tu gran presente: aquel tejano magnífico. Va conmigo a los mítines de agraristas, a los paseos campestres y hasta a los urbanos… Posiblemente estará conmigo hasta que asista no a mítines, ni a paseos… Siempre vivirás en mi cabeza. He aquí la causa esencial de esta carta. Tú sabes cómo andan mis negocios por aquí. Van bastante bien. Pero la propaganda siempre es bueno intensificarla. Necesito para un[a] agencia de propaganda de los Estados Unidos una fotografía que salió en el Diario de la Marina, de donde eres digno redactor, correligionario, etcétera, para extender los nuevos procedimientos utilizados en el ramo industrial a que me vengo refiriendo. Más adelante te doy la fecha exacta del periódico. Pero no quiero un periódico, sino el original de la foto, esto es el negativo, en caso contrario, dos o tres copias del mismo. En el caso de que consigas lo primero, esto es, el negativo, envíamelo para acá. En el caso segundo envía una copia a 80 East 11th St., a nombre de Karl Reeve, en el Room 402, de New York y la otra a mí certificada. ES MUY IMPORTANTE QUE NO DEJES DE HACERME ESTE FAVOR CON BASTANTE RAPIDEZ, LUEGO, LUEGO, CON TODA LA RAPIDEZ DE QUE SEA CAPAZ UN CUBANO. Los gastos, son tan pocos, que pueden correr por tu cuenta para reembolsarte después de que el negocio prospere. * Historiador y ensayista cubano, José Antonio Fernández de Castro (1897-1951) dirigió el Suplemento Literario del Diario de la Marina entre 1927-1930. El original se halla en la Biblioteca Nacional José Martí. Cuéntame de tu país. ¿Qué tal están por allá? Dichosos ustedes los cubanos que han asegurado la paz perpetua bajo el régimen democrático y tolerante del general Machado. ¡Qué Dios lo guarde por muchos años! Aquí, después de la muerte de Obregón se ha formado el gran lío como dicen los cubiches, chico. Y todos esperamos la próxima bola que será terrible y segura, con el consiguiente malestar para los hombres de negocios, ¡Oh! Pobre Patria, Don Porfirio era malo. ¿Pero estos? Calle… mos aunque Calles no es factor… Hablar contra lo que llaman Revolución es un grave delito y, después de todo, claro está, ¿qué nos importa a nosotros? Trabajo y Paz es lo que deseamos. Así dicen está Cuba. Hay trabajo, y paz. Felices sean. Te abraza tu amigo y compañero Juan [Manuscrito] Puedes escribir a Maroff p.c [¿por correo?] [manuscrito] [Al dorso de la carta] [Manuscrito] El # del Diario no lo encuentro. Es de la época de la Conferencia Panamericana y se refiere a la foto del brazo, el tiburón, etcétera. Si te parece más seguro no escribes a México, sino a los EE. UU. con el encargo que [es] de allí. Me envías las cartas y fotos a mí. [Por el costado] [Manuscrito] J. Fernández de Castro Diario de la Marina Habana Carta mecanografiada 1928 Julio Antonio Mella Cómo llevar a cabo la Unión Sindical* VARIAS FEDERACIONES OBRERAS ESTATALES. Federación Obrera y Campesina de Michoacán, Federación Obrera de Tamaulipas, Confederación Obrera de Jalisco, Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos de Durango, Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos de Nayarit, Liga Obrera y Campesina de Coahuila, Federación Obrera de Nuevo León, Cámara del Trabajo de Nuevo León, Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos de Occidente, y Liga Nacional Campesina, han convocado para el 25 de enero a una gran asamblea de todas las organizaciones obreras y campesinas de la República. La importancia de esta Asamblea está en los puntos que va a tratar y en el carácter de las representaciones. Es la primera vez en la historia del proletariado mexicano que se convoca a una asamblea espontánea del proletariado industrial y campesino, para tratar asuntos similares. * Tomado de El Machete, 12 de enero de 1928, pp. 1, 4. Texto publicado post mortem, con el seudónimo de Juan J. Martínez. La Unidad Sindical El punto más importante a tratar es el no. 13 de la convocatoria (que publicó El Machete en su número anterior): Unificación Sindical Nacional a) Cómo realizarla. b) Línea de conducta ante las organizaciones que no concurran a la asamblea. La asamblea se reúne con el fin de unificar al proletariado mexicano. No es una reunión para agrupar a unos cuantos sindicatos bajo las órdenes de un grupo de líderes que hagan el juego a la política burguesa. Un carácter netamente clasista impera en todo el programa. ¿Cuál es el modo de hacer la unidad sindical? Es una tarea larga y no es posible suponer que la conquista mayor del proletariado se podrá obtener en unas cuantas horas. Pero la gran Asamblea dará los primeros pasos. A nuestro juicio, la manera más efectiva de agrupar al proletariado mexicano es reunir a todos los sindicatos autónomos que no pertenecen a ninguna central sindical y que han sufrido grandemente por su aislamiento. El agrupamiento de varios centenares de trabajadores en una Confederación Unitaria Sindical es el más grande servicio que se puede prestar a la causa del trabajador en México. Esta Confederación habrá hecho la parte más importante de la unificación nacional. Después le quedará como tarea ser un ejemplo para el resto del proletariado organizado del país; para la CROM y para la CGT. No [es] en el terreno de la teoría y de las discusiones inútiles donde se va a comprobar cuál táctica es mejor, la de colaboración de clases, la de la confusión política del laborismo con la organización sindical, la del apoyo incondicional a los gobiernos (el apoyo a Calles), en fin, la táctica que siguió la dirección de la CROM; o la de la constitución de una secta en donde solamente quepan los que predican y aceptan el anarquismo, los que no quieren ver que existe el Estado y olvidan las luchas diarias por el paraíso lejano del anarquismo y no saben que el obrero tiene que comer y mejorar día a día; la táctica llamada anarquista que han seguido los líderes de la Confederación General de Trabajadores y que no ha dado más resultado que el debilitamiento progresivo de la organización; o la táctica nueva que se va a probar con la nueva organización sindical que deberá surgir, la táctica de reconocer que la fuerza principal de los obreros depende de sus propias organizaciones y no de los favoritismos que gobernantes más o menos liberales les quieran hacer, la táctica que haga al obrero adquirir conciencia de sus fuerzas para la lucha diaria, por la educación constante en los principios revolucionarios del proletariado; la táctica que no olvide que en la sociedad existe una guerra de clases declarada por la burguesía contra el trabajador, y que esta se lleva a cabo en todos los terrenos, que la burguesía no cede porque sea buena o tenga «corazón», sino por la presión organizada de los trabajadores: la táctica que predique constantemente que la lucha no podrá terminar hasta que los obreros y los campesinos tomen lo que les pertenece —las tierras y las fábricas— y establezcan una producción colectiva sobre las ruinas de la producción individualista, burguesa y de explotación máxima del actual régimen capitalista. Pero si esta táctica ha de ser efectiva, si se ha de llegar a esa meta ansiada, no se podrá olvidar las luchas diarias: hacer que se cumpla la JORNADA DE OCHO HORAS; que los NIÑOS y las MUJERES no sean asesinados impunemente en las fábricas por la explotación del patrón; que se INDEMNICE a los obreros despedidos injustamente; que se detengan los PAROS Y REAJUSTES, verdaderas ofensivas contra los trabajadores; que no se asesine a más agraristas; que no se rompan las huelgas… La posición de la nueva organización ante el resto del proletariado Esa nueva organización y su lucha serán el mayor servicio a la UNIDAD SINDICAL en México. ¿Por qué? Porque harán la UNIDAD SINDICAL REVOLUCIONARIA, que es la única útil para la clase obrera. ¿Podrán las organizaciones autónomas aceptar hoy el ingreso en la CROM o en la CGT? Esto sería el suicidio del movimiento sindical. Los que ingresaran a la CROM tendrían que aceptar toda la táctica enunciada de los líderes actuales, tendrían que ser juguetes de las maniobras personales del grupo Acción, someterse a su política y no protestar. Ya se sabe que la CROM adoptó un acuerdo en una de las reuniones que tuvo con la American Federation of Labor, en el sentido de que no podían existir comunistas ni radicales en las organizaciones adheridas a la CROM. Ahora bien, este acuerdo no se ha aplicado solamente a los comunistas los cuales han sido asesinados (como Tobón) y expulsados con más rigor del que la policía emplea para perseguirlos, sino que se ha aplicado a todos los obreros que han pretendido hacer valer las miserias y dolores de su clase contra la poca efectividad de la táctica de los líderes. Hacer la unidad con la CROM de hoy —a pesar del respeto que se debe tener a los grupos revolucionarios que existen en ella— sería hacer la unidad con aquellos hombres que tantas huelgas han roto y que tanto mal han hecho al obrero; sería entregar a las organizaciones autónomas en manos de los lugartenientes de la burguesía y del imperialismo, que utiliza la American Federation. ¿La unidad con la CGT? No se concibe que de la noche a la mañana todos los obreros acepten el ideal y las tácticas anarquistas… inconvenientes para la lucha actual. ¿Cuál debe ser la posición correcta ante las otras organizaciones sino se va a pedir la afiliación incondicional a los laboristas, ni a los anarquistas? Ya dijimos algo; ser un ejemplo. Luchar con las nuevas tácticas anunciadas, organizar a los millones de obreros mexicanos desorganizados en México y en los EE.UU., y probar con hechos cuál es el camino más útil para la verdadera revolución social —la que emancipa al obrero y al campesino y no la que tan sólo se escribe al final de las cartas y manifiestos. Cuando los obreros mexicanos se den cuenta de que deben de estar unidos en una sola organización nacional e internacional, entonces ya se hará la unidad. Una futura asamblea de Unificación Obrera y Campesina podrá lograr que además de las organizaciones asistentes, vengan la CROM y la CGT, aun contra la voluntad de algunos directores reaccionarios. Allí las delegaciones genuinas de los obreros sabrán señalar cuál es la forma mejor de luchar, de unirse y de organizarse. Mientras tanto, la nueva Confederación no debe dedicarse, como hoy lo hace la CROM, a declarar sus mayores enemigos a las organizaciones obreras que no piensan como ella. No, cualesquiera que sean las diferencias entre obreros, el enemigo mayor es la burguesía. Contra ella la guerra. En todas aquellas acciones en que los obreros actúan contra la burguesía en defensa de sus intereses, los trabajadores de la nueva organización deberán hacer el frente único para la lucha común guardando la independencia de su organización y de sus principios. ¡Hacia la Unidad Sindical, por la Unificación inmediata de las organizaciones más avanzadas, para dar el ejemplo y ser la Vanguardia en estos momentos de Persecuciones y Deserciones! Tal es la tarea. 1928 Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos Nuestra Declaración* El asesinato del compañero Julio A. Mella, por orden del Gobierno de Cuba, no ha de tener, no puede tener para los que, desde la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba, combatimos el imperio de la tiranía y el sometimiento que hoy asolan al pueblo de Cuba el objeto que con este asesinato se han propuesto los servidores lacayunos del imperialismo americano: acallar la protesta de los que, por encima de todo, amamos la libertad y el bienestar y los deseamos para las masas productoras. Declaramos una vez más, que el gobierno de Cuba ha hecho del asesinato su norma, para poder decir —creyendo que todo el mundo callará por ello— que en Cuba se disfruta de un régimen aceptado por todos; que en Cuba la miseria no existe y que el proletariado disfruta de los derechos que la constitución de la República garantiza. Pero, los que no aceptamos ese régimen despótico; los que estamos dispuestos, como Mella, a dar nuestra vida, en defensa de los derechos que debemos disfrutar, continuaremos denunciando ante el mundo, los crímenes del machadismo, hasta que llegue la hora de su liquidación definitiva. No esperamos nada. Tenemos la seguridad de que el crimen, el asesinato de Mella, como los que el gobierno de Machado tiene en perspectivas, no se aclarará: tenemos la convicción de que se seguirá, en las esferas oficiales, pensando en la posibilidad de un crimen pasional. Creemos que el que, hasta estos momentos aparece más complicado en este asesinato y que guarda prisión preventiva, recobrará pronto su libertad porque la embajada cubana en México hará todo lo que esté a su alcance para ello. Pero nosotros continuaremos nuestra lucha, porque es digna y porque es la única que cuadra a los que pensamos en Cuba efectivamente libre. Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba 1929 * Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores [México, D.F.], febrero de 1929, p. 1. Rubén Martínez Villena Manifiesto del Partido Comunista de Cuba ante el asesinato de Mella* Partido Comunista de Cuba Sección de la Internacional Comunista Vencer o servir de trinchera a los demás: Hasta después de muertos somos útiles. JULIO ANTONIO MELLA Al pueblo de Cuba en general. A los trabajadores en particular. La palabra es insuficiente para exponer el sentimiento individual, cuánto más no ha de serlo para decir el dolor de una clase, la angustia de un pueblo, la tristeza y la cólera de los oprimidos. Los trabajadores de Cuba, de América y del mundo, están de duelo porque ha caído un luchador valiente, fuerte y necesario. La pequeña burguesía cubana, estudiantes, profesionales, comerciantes, empleados, comprender horrorizada, hasta dónde llega la ferocidad insaciable del tirano, revelado de súbito como asesino internacional. Pero la palabra puede servir para proclamar la verdad y desenmascarar a los criminales. El asesinato, alevoso, premeditado largamente en Palacio, marca la fase sangrienta de una nueva etapa de terror blanco iniciada inmediatamente a las pseudoelecciones de noviembre: prisión y expulsión arbitraria de obreros huelguistas, amenazas por los cuerpos policíacos a los directivos de las organizaciones obreras, persecución contra los periódicos proletarios e intento de asesinato y secuestro y expulsión ilegales del estudiante cubano Fernández Sánchez. * Tomado de Rubén Martínez Villena. Poesía y prosa. T. II, Ciudad de La Habana, Letras Cubanas, 1978, pp. 305-309. Archivo Nacional, Fondo Especial. Mella, emigrado a México desde los primeros días del año 26, era el centro del grupo de refugiados políticos, obreros, y estudiantes expulsados y perseguidos, enemigos del régimen machadista. Su prestigio y su personalidad dentro y fuera de Cuba habían sido ganados en permanente lucha, en continua acción revolucionaria. Tenía sólo veinticinco años. Pero su inmensa historia revolucionaria, que lo hizo acreedor al amor de los trabajadores de Cuba, le hizo merecer el odio mortal del asesino de los trabajadores de Cuba; se le quiso asesinar primero trayéndolo a Cuba, a La Cabaña tristemente célebre de la «Ley de Fuga» y las desapariciones misteriosas; se gestionó una extradición absurda, basada en el supuesto delito de «lesa patria» con motivo de la campaña continental de «Cuba Libre». El general Alemán dio un viaje a México con el exclusivo objeto de lograr una extradición. Fracasado ese intento, se decidió entonces asesinar a Mella en el propio México. Se envió allí un agente provocador con la consigna de promover un incidente en torno a la bandera cubana. La prensa colaboró desfigurando los hechos y quiso presentar a Mella pisoteando la bandera. Esta calumniosa estratagema tenía por objeto desprestigiar a Mella ante los patriotas cubanos y entre los trabajadores atrasados. Mella era un revolucionario consciente, un comunista, y no podía realizar ni realizó ese acto estúpidamente pueril. Pero la bandera que él no pisoteó ondea en la Legación de Cuba, protegiendo en México a sus asesinos; porque hoy la bandera no representa oficialmente nada más que a la alta burguesía cubana, vendida al oro yanqui y capitaneada por un monstruo. Agentes pagados, criminales a sueldo, embarcaron enseguida, antes de que la calumnia pudiera ser desmentida, y allí, dirigidos por espías conocedores de los detalles necesarios para su horrenda misión, consumaron fría e impunemente el crimen planeado. Le tiraron cuando iba descuidado, sin armas, en la sombra y por la espalda; y las balas no pudieron alzarse hasta su corazón; murió como había vivido, y lo dijo: «Muero por la Revolución, asesinado por agentes de Machado.» Varona, Grant, Duménigo, Cuxart, López, Yalob, Bouzón… Ya hay otro nombre en el martirologio de la clase obrera cubana. Mella… seguirá la lista pavorosa de los sacrificados. ¡Compañero trabajador! Mella dio su juventud, su vigor, su inteligencia y su vida a la causa de la emancipación de la clase obrera y campesina. Era un líder, porque supo asimilar a su espíritu el dolor de toda la clase oprimida y se destacó orientándola y sirviéndola con lealtad, con energía y con amor. Por eso tu verdugo lo ha matado. Así viven todos y mueren muchos entre los que luchan para que alcances la justicia y la felicidad. Pero tu deber no está sólo en venerarlos, sino en seguirlos e imitarlos. Hasta vencer. Hay que organizar nuestra defensa contra el crimen, hay que redoblar nuestra lucha contra la tiranía burguesa y sus aliados, los traidores de la American Federation of Labor y la Federación Cubana del Trabajo, contra el imperialismo, amo de los tiranos de las colonias. ¡Lucha sin tregua en todos los frentes contra todos los enemigos de nuestra clase! ¡Camarada! Oye la palabra del último mártir. Ella debe servirte de enseñanza y de guía. Mella se dirigía así a Alfredo López en su folleto «El grito de los mártires»: Guerrero: no tengo palabras para ti. El autor de estas líneas se siente hoy huérfano bisoño en la lucha, fue con tu ejemplo, con tu acción, que él adquirió experiencia. Maestro: no es la lágrima lo que te ofrezco en homenaje, tampoco estas líneas —que no son literatura, sino acción revolucionaria—: lo que te ofrezco es el juramento de seguirte; de continuar tu obra; de cooperar para que la nueva generación proletaria a que pertenezco supere a la anterior en la lucha para el triunfo de ella misma. Nadie conoce tu paradero. ¿Acaso nos es dado a los revolucionarios escoger la forma de nuestra muerte? Caemos como soldados: donde la bala enemiga nos encuentre. Camarada: Tu duelo es el duelo trágico del que no puede llorar, porque ni el derecho a llorar en voz alta te está permitido. Trágate el sollozo, compañero, y que en tu corazón crezca más la amargura, pero también con ella el odio a tus enemigos y el propósito de tu emancipación. Las palabras del hermano asesinado son hoy proféticas: él también cayó en la lucha. Pero cubrimos el hueco en la fila y seguimos la acción. Oye también las palabras de Julio Antonio Mella, dirigidas a su asesino en el Grito de los Mártires: Tirano: tú eres un pobre degenerado por los vicios, por la edad y por las riquezas. El proletario es más inteligente y comprensivo que tú, ser ignorante, bestial y epiléptico; supones que una o veinte muertes resuelven el problema social, el Gran Problema del siglo. Si así fuese la panacea, ya se te abría asesinado. Pero no es así, imbécil degenerado… Tirano: los que vas a matar —o los que van a exterminar tu régimen en una acción revolucionaria de masas— te desprecian. Conocen que eres un pigmeo ante la historia, un instrumento ciego, en que tu suerte está unida a la de los tiranos que pretendes copiar. Los que has asesinado, los que has perseguido, los que has encarcelado, todos los que tiranizas, te saludamos llenos de optimismo. Trabajas para nosotros: matas, encarcelas. La sangre es el mejor abono de la libertad. El pueblo de Cuba triunfará, él irá a la lucha porque sabe con el maestro Marx que sólo las cadenas puede perder y en cambio tiene un mundo que ganar: preparar la nueva sociedad de productores. Compañero: De pie, en honor al camarada inmolado, recordemos estas palabras, también suyas, estas palabras de aliento para todos los trabajadores. Vosotros, camaradas aún con vida, camaradas perseguidos, candidatos a la inmolación, como todos lo somos en esta lucha, digamos en un solo grito: ¡Adelante! Comité Central del Partido Comunista de Cuba 1929 Alejandro Barreiro Una carta* Compañeros: Más sangre vino a nutrir el río de la sangre obrera y campesina que está derramando el machadismo desde hace cuatro años. Con una nueva víctima, el gran caído, uno de los más distinguidos luchadores por la causa trabajadora, por la libertad de los pueblos latinoamericanos, se pretende forjar el pedestal de la tiranía más repugnante de las Américas. El camarada Julio Antonio Mella, que desde que llegó a ser hombre, ofreció a la causa de los oprimidos todo su formidable talento, ya no está entre nosotros: las armas mercenarias del tirano nos han arrebatado al que abnegadamente dedicó todas sus fuerzas a combatir la tiranía. Los que junto con él combatíamos, los que a su lado hemos hecho frente en el destierro a la opresión machadista, más que ningún otro podemos considerar la pérdida que sufren los obreros y campesinos de Cuba, los obreros y campesinos de toda la América Latina. Fue Mella uno de aquellos que difícilmente son sustituibles. Es difícil, casi imposible, encontrar al hombre que pueda llenar la brecha abierta por las balas de los mercenarios del Tercio Táctico. Esto bien lo conocían nuestros enemigos. Perfecta cuenta se daba de esto Machado que, como perro rabioso, con la boca llena de espuma, observaba la campaña que se realizaba contra él por todo el mundo bajo la dirección del compañero Mella. Y Machado y sus lacayos creían que con la muerte de Mella se libertaban de un enemigo formidable; creían que haciendo callar para siempre esa boca que parecía volcán de fuego, acababan con toda la campaña antimachadista en el mundo entero, y podrían en lo adelante seguir despachándose a sus anchas en nuestra isla infeliz, cubierta de sangre, masacrando a millares de obreros y campesinos, seguir ayudando a los tiburones del capitalismo norteamericano a exprimir la sangre del pueblo trabajador para convertirle en millones para la caja fuerte de Wall Street. Creían, en una palabra, verse libres de toda molestia con sólo matar al camarada Mella. Pero miserablemente se equivocan esos títeres del imperialismo. Se equivocan porque, si bien fue Mella el que dirigió la lucha por la liberación del pueblo trabajador de Cuba, no fue concentrada en él toda su lucha. Porque el anhelo de ser libre, el deseo de ser dueño de los productos de su trabajo, lo tiene todo el pueblo de Cuba, y no se callará con solo quitarle la vida al que mejor supo expresar esos anhelos. * Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores, [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, pp. 2, 4. Sepa Machado, sepan todos los perros del Gobierno sanguinario que explotan y tiranizan al pueblo trabajador de Cuba, que lo que han conseguido con el asesinato del compañero Julio Mella, es ahondar más el odio que contra ellos siente el pueblo, es hacer arder más fuerte el deseo de libertad en el corazón de todos los oprimidos. Las filas de combate se cerrarán ante este nuevo ataque, y seguirán adelante en su labor incansable de levantar al pueblo de Cuba contra su tirano. El compañero Mella fue Secretario General de nuestra Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios, siendo el alma de este periódico destinado a servir de faro para los luchadores, por el derrocamiento de la dictadura en Cuba. Y ahora, cuando no contamos entre nosotros a nuestro hermano que perdió la vida en aras de la libertad, yo, al que después de Mella más persiguen lo lebreles del supremo asesino de la República de Cuba, vengo a hacerme cargo de la dirección del periódico, como ustedes me designaron para demostrar que no se conoce el miedo a la muerte entre los revolucionarios. Compañeros: Levanto en lo alto la bandera caída de las manos del mártir, y estoy seguro de que, cuando a mí me toque también la suerte de dar mi vida por la causa, seguirá flameando esta bandera, bandera de redención que llama a la lucha a los oprimidos de Cuba y del mundo entero, contra las tiranías sanguinarias de los lacayos del imperialismo, contra la explotación inicua del pueblo trabajador por un futuro sin explotadores ni explotados. Y mientras más compañeros caigan en el combate, más alto estará ondeando nuestra bandera, más cerradas las filas, y más enconada la batalla. Viva el compañero Julio Antonio Mella. Viva el pueblo trabajador de Cuba. Viva la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba. Viva Cuba Libre para los trabajadores. Abajo el imperialismo. Muera el más asqueroso de sus lacayos, el asesino de Mella.. Alejandro Barreiro 1929 Antonio Puerta Frases de un obrero. Al camarada caído* ¿Has muerto?… No vives y vivirás eternamente cual astro luminoso cuya luz buscamos los hambrientos, los infelices que piden pan. Han tronchado tu vida, creyendo con ello apagar la llama que arde en todos los pechos proletarios. Vano aunque doloroso crimen. ¿No ves, torpe carnicero, que la figura del compañero, del hermano se agiganta? Ya lo dijo: «Muero por la revolución.» Y a estas sus últimas palabras agregaremos nosotros, los que con él compartimos en la lucha diaria nuestras energías: «vivir por la revolución». Sí, porque todo su trabajo y pensamiento estuvo sólo con la revolución proletaria, y es por esto que todo el trabajador de Cuba, México y del mundo entero, vibra de indignación ante el vil asesinato pagado por el imperialismo, y ejecutado por las manos de dos sicarios, bajo la dirección del maldecido general de opereta, que ha sentado su feudo en nuestra isla con su degradada corte de esbirros y lacayos ignorantes, capaces de todas las ignominias y crímenes, y enemigos irreconciliables del proletariado. La estela de enseñanza que el compañero Mella deja con su ejemplo a la clase que ocupó todos sus sueños, y por la cual dio su vida, lo engrandece y lo hace inmortal ante ella, Imbécil aquel que acabando con su vida creyó apagar las ansias de libertad y emancipación que laten en los pechos de los que todo lo producen. Te anotamos como uno más en el balance de las víctimas del tiranuelo corrompido y cínico, para en la hora final saldar todas las cuentas y cobrar con creces todas las deudas. Camarada caído: recibe el juramento que sobre la tumba recién abierta que recibía tus restos, depositamos tus compañeros de la ANERC No cejaremos en nuestro empeño hasta triunfar o perecer. La lucha es ruda, pero ¿qué importa uno más, si al fin, como decías; «el único descanso del revolucionario es la tumba»? La organización que fundaste es pujante, como lo demuestra tu misma muerte. El déspota temblaba a la sola aparición de Cuba Libre…!, donde tu pluma era espada flamígera empuñada por vigorosa mano. ¿Cuántas desveladas, cuántos insomnios habrá pasado el tiranuelo? Seguramente que durmió satisfecho la noche en que sus mercenarios le comunicaron cumplidos sus designios. ¡Maldito sea! Julio Antonio, tu puesto se reemplaza, tu muerte es un triunfo, pues con la sangre de los caídos se forman las barricadas, proletarias… Adelante compañeros: Sólo perderemos las cadenas, y en cambio ganaremos un mundo… 1929 * Tomado de Cuba Libre…! Para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 4. Antonio Penichet Mi recuerdo a Mella* No quiero dejar pasar la oportunidad de dedicar unas líneas a quien consideré como a un hermano, quise como a un amigo y admiré como a un precursor. Unas líneas son muy poca cosa para quien merece por lo menos un libro, ya que su vida fue fecunda y sus acciones dignas de ser recordadas e imitadas; pero por ahora acepto la realidad del momento y trazo estos renglones, sintiendo la emoción que el hecho me produjo. Mella no fue un vulgar agitador que llegara al movimiento obrero con ansias de brillo personal: era de la madera de los grandes enamorados de las ideas, y por servirlas, no reparó en ofrecer su vida, hasta recibir la muerte. La juventud ha perdido a uno de sus más valiosos elementos, y Cuba a uno de los líderes de los nuevos ideales. Hay que sentir su caída, con la misma emoción que se sintió a principios de la guerra del 95, la caída de aquel gigante que se llamó José Martí, cuya memoria tanto amaba Mella. Martí reunía condiciones excepcionales para destacarse en las páginas de la historia y poseía ese don también excepcional, de causar agradable impresión con su presencia y lograr la simpatía hasta de los que no estaban de acuerdo con sus ideas. Y en Mella estas cualidades resaltaban de la misma manera. El que lo trataba lo quería, aunque no estuviese de acuerdo con sus ideas, y era que en él reconocían al hombre honrado, al joven abnegado que renunciaba a todas las posibilidades de una vida regalada por servir a los altos ideales que su mentalidad comprendió, y su vida respaldó, con el admirable ejemplo de su sacrificio. En estos tiempos de brutal apego a la vida, en que se aceptan las más denigrantes situaciones para salvar las necesidades del estómago, Mella se levanta honrando la juventud y muestra su antorcha, que ilumina todo el cuadro bochornoso de la América Latina, arrodillada ante el ambicioso imperialismo norteamericano y lanza sus apóstrofes taladrantes, que humillan a los servidores de los mismos. Pero hace más: prepara a las multitudes para los futuros días de las grandes reivindicaciones sociales y por eso adquiere las virtudes del apóstol y el prestigio del conductor de pueblos. Ha caído como él deseaba: ¡Por la revolución! Pero no fue en una trinchera rememorando a Enjolras, que combatía y filosofaba con sus compañeros: cayó asesinado villanamente, por el horror que inspira su prédica incesante y su simpatía extraordinaria. Yo siempre lo recordaré, porque era bueno, noble, sincero, y valiente; y lamentaré su caída, porque era un precursor, un efectivo valor en el presente y una incuestionable esperanza para el futuro. Con su caída, he perdido a un hermano; ya tengo un amigo menos: pero he adquirido un deber más. Y termino estas líneas recordando las palabras de Enjolrras, en las trincheras.: «La Ley del Progreso es que los monstruos desaparezcan ante los ángeles y que la fatalidad se desvanezca ante la fraternidad. En el porvenir no habrá tinieblas, ni rayos, ni feroz ignorancia, ni pena de Talión. En el porvenir nadie será asesino; la tierra resplandecerá y el género humano amará. Ciudadanos, llegará ese día, en que todo será amor, concordia, armonía, luz, alegría y vida.» 1929 *Tomado de Cuba Libre…! Para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 3. Teodosio Montalván Mugica Otro más…* Julio Antonio Mella, líder estudiantil y obrero que con sus arengas vibrantes o con sus escritos sencillos sin retóricas ni metáforas, pero enérgicos y viriles había descubierto ante el proletariado continental la odiosa tiranía imperante en Cuba, poniendo de manifiesto innumerables crímenes cometidos por la feroz dictadura machadista; el luchador incansable que a martillo y coraje quiso crear nuestros derechos de hombres: es el gladiador inmortal que con sus grandezas y hazañas servía de proverbial enseñanza y de saludable encomienda a las generaciones actuales. Julio Antonio Mella ha caído… Otro más que ha caído en la lucha contra el imperialismo y la reacción y que rindió su vida en pro de la libertad y emancipación del proletariado… El despótico desplante del tiranuelo Machado, que en vergonzosa complicidad con el capitalismo de Wall Street ahoga el clamor de un pueblo con su terror sin fronteras y su impudicia ilimitada llevando su acción de bárbaro salvajismo hasta fuera del territorio; ese mísero tiranuelo, mercenario y soez que nos hace retroceder hasta la época de la Inquisición, ese despreciable, cínico; corrompido, cuya sangre está roída por una enfermedad sexual; ese Nerón moderno que asesina a mansalva, cuyos crímenes truhanescos llenan de pavor al proletariado cubano, esa bestia apocalíptica que se alimenta con la sangre de obreros y estudiantes ha agregado un eslabón más a su larga e interminable cadena de víctimas: Julio Antonio Mella. Una mano oculta entre las sombras, mano asesina de sicarios, que se vende por dinero a un tirano, mano del hampa cubana cuyos certeros golpes son remunerados con largueza, dio fin a una existencia preciosa, a una vida que había sabido regar la simiente provechosa y fructífera en contra de ese nefasto gobierno de desolación y exterminio, a una vida que estaba haciendo despertar al proletariado de varias naciones…, a un luchador cuyo lema era: «la fábrica para los obreros y la tierra para los campesinos». * Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 2. El 10 de enero, ocultándose los corchetes del dictador Machado entre las sombras de la noche, dispararon por la espalda sobre el compañero Mella, el cual al caer pronunció estas dos frases: «Machado es mi asesino… Muero por la revolución», palabras que claramente expresan el temple del luchador tan canallezcamente asesinado, palabras que constituyen toda una revelación para el proletariado universal, pues Julio Antonio Mella, al igual que otras víctimas del terror antimachadista ha delatado al asesino. Entre las varias obras escritas por el compañero Mella existe un folleto titulado El grito de los mártires en el cual da a conocer todas las víctimas del tiranuelo de Cuba y en el que presintiendo la suerte que le estaba destinada, conociendo que su campaña en contra del dictador la convertiría a su vez en víctima del mismo: vemos que con virilidad y entereza inigualables escribe en el prólogo lo siguiente: «Como un aliento a los que luchan, como una venganza a los que vamos a caer» escribe estas líneas Julio Antonio Mella. En estas breves frases se compendia todo el valor del compañero Mella. Sabía que iba a morir, conocía que su fin estaba próximo, pues en anteriores ocasiones, varias veces, habían tratado de asesinarle. Sin embargo, su vida le importaba muy poco, con tal de que fuera sacrificada en aras de la revolución. Y así sucedió. Desoía nuestros consejos y en infinidad de ocasiones nos expresó: «No le tengo ni un ápice de miedo a la muerte, lo único que siento es que me van a asesinar por la espalda.» Cayó como un hombre… Otro más que cae…, otro más que paga con su vida el saldo contraído con el tiranuelo Machado al delatar sus crímenes ante la faz del mundo… Su sacrificio no permanecerá estéril, antes, por el contrario, debe servir para unificar en sólido lazo al proletariado cubano y al del resto del universo, pues estamos en una época en que, todos los desheredados del mundo deben abrazarse fraternalmente por encima de todas las fronteras y constituir de esta manera un frente único para oponerse a la clase explotadora. Y nosotros, los emigrados cubanos que desde el extranjero combatimos al lado del compañero Mella el régimen de pillaje y terror imperante en Cuba, seguiremos con más fuerzas y vitalidad en nuestra lucha, como juramos ante la tumba recién abierta del compañero Mella, hasta lograr romper el yugo de denigrante esclavitud en que se encuentra el pueblo de Cuba. El tiranuelo Machado ha creído amedrentarnos pero sólo ha conseguido darnos más fortaleza y vigor. Seguiremos hasta el fin, es decir, hasta que logremos derrumbarlo del bamboleante lugar que ocupa, y su caída será una venganza en honor del compañero Mella, del compañero que dio su vida en holocausto de la clase trabajadora… La otra, vendrá el día en que el proletariado cubano adquiera su total emancipación, sacudiéndose de las devoradoras garras del imperialismo que le oprime y extermina. Esas serán nuestras venganzas… 1929 Jacobo Hurwitz Julio Mella y el Socorro Rojo Internacional* A quienes conocimos a Julio Mella de cerca, a quienes lo tratábamos en la intimidad, a quienes éramos sus compañeros en la lucha, no nos extraña que las gentes sintieran simpatía por el hombre aun antes de conocer sus manifestaciones de luchador indomable. La vida de Julio Antonio Mella, animada por una extensa cultura sobre la base de un talento privilegiado, impulsada por un enorme ideal sobre la base del conocimiento experimental de la realidad, trascendía el estrecho recinto de su existencia privada. Pero, lo que más sugestiona del revolucionario no es el hecho de que lo conocen, sino su acto multitudinario de darse a conocer. Julio Antonio Mella, el gran dinámico, se daba a las masas en la tribuna y en la biblioteca, en el libro y en la acción. Toda su vida inclinada e impulsada hacia la solución de los problemas de los trabajadores, de la clase explotada, estudiaba con intensa dedicación cuanto podía colocarlo en el punto más importante —el más peligroso se entiende— de la lucha de clases. Demasiado grande para aceptar el criterio mezquino y falso de las fronteras, venido a México por la imposibilidad de vivir en Cuba donde la amenaza de muerte contra él era ostensible y expresa, al mismo tiempo que luchaba por la abolición del régimen tiránico en su país de origen, trabajaba por el mejoramiento y la emancipación de la clase oprimida en México. * Tomado de Cuba Libre… para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 3. Todos los movimientos del proletariado consciente de México, durante los años que Mella permaneció en este país, recuerdan su nombre entre los más entusiastas, esforzados y decididos. Mella era indudablemente un peligro, no sólo para la tiranía sanguinaria de Cuba, sino para la burguesía internacional. Por eso la mano que lo mató es la mano de tres brazos: imperialismo, nacionalismo y machadismo. Todavía no se ha extinguido en América el grito trágico de Sarmiento: «¡Bárbaros, las ideas no se degüellan!» Pero, se ha precipitado de tal manera en el continente el gobierno de la mediocridad, que faltan hombres que comprendan ese anatema, Gerardo Machado, el carnicero de Cuba; Juan Vicente Gómez, el bisonte de Venezuela; Augusto Bernardino Leguía, el mercachifle de Perú, etcétera, son incapaces de abarcar la enorme comprensión de esas palabras. Nosotros, hoy, ante la inutilidad de semejantes llamados, nos dirigimos a los luchadores: ¡Por cada caído mil se levantarán a empuñar su bandera! Este es grito de guerra. Ya sabemos que es vano y contrario a los intereses de nuestra clase el llamado de paz. Nos parece recordar los momentos en que platicábamos con Mella. Y si él no hubiera tenido un estilo tan suyo, tan penetrante, tan convincente, nos parecería estar escribiendo con su pluma. Los últimos días de su vida, de esa vida tan corta que no pudo contar veinticinco años, los dedicó al Socorro Rojo Internacional. Cuando se emprendió el trabajo de reorganización de la Liga Mexicana del Socorro Rojo Internacional, al mismo tiempo que se organizaba el Secretariado Pro-Luchadores Perseguidos, Sección del Caribe de la misma institución de defensa, Julio Mella, comprendiendo toda la importancia del Socorro, todo el apoyo que prestaría a los trabajadores para sostener la lucha contra el régimen capitalista, la medida en que intensificaría la lucha, se puso a la obra. Y cayó asesinado treinta minutos después de haber salido de su despacho en el Socorro Rojo. Nunca pensamos al iniciar nuestros trabajos que el nombre de Mella encabezaría nuestro primer manifiesto de protesta, aunque sabíamos que la muerte de Mella estaba decretada. Hoy, ante la dolorosa y trágica realidad, cuando ya el carnicero de Cuba ha consumado su crimen, y mientras la voz de Sarmiento es un clamor en el desierto, nos dirigimos a los trabajadores conscientes y les decimos —ellos nos escuchan: ¡Venid a ocupar el puesto que ha dejado Mella! ¡Ingresad en las organizaciones a las que Mella dedicó sus energías! ¡Probad con vuestra actitud que es cierto que «por cada caído, mil se levantarán a empuñar su bandera.»! Cuando se pronuncie el nombre de Mella, en masa, contestad: ¡Presente! Gastón Lafarga* La significación de Julio A. Mella** Conviene analizar la personalidad de Julio Antonio Mella en el movimiento comunista cubano. Probablemente en las observaciones que haremos en este breve artículo no habrá un interés visible para los comunistas, porque nosotros abordaremos el tema desde fuera, sin preocupación doctrinaria y en relación no sólo con el proletariado sino con las demás clases sociales. Comenzaremos recordando que Edwards Elsworth ha dicho en una interesante monografía titulada Decadencia social que en nuestro tiempo de sangre y dolo están cayendo los mejores, están muriendo los más valerosos, los más puros, los más desinteresados, la flor y nata de la humanidad. El puñal y la pistola del asesino, los rifles de los soldados en los campos de batalla o en el trágico paredón de un cementerio, etcétera, hacen caer cada día a los mejores de uno a otro confín de la tierra. La observación de Elsworth es más importante aún porque no es un escritor revolucionario, incorporado a las falanges de obreros y campesinos que son como sepultureros de la sociedad actual. * Pseudónimo de José Romero Zurita. ** Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores [México, D.F.], año, 2, no. 4, febrero de 1929, p. 4. Surge necesariamente una interrogación: ¿quiénes son los que caen? ¿Morgan o Rockefeller? ¿Mussolini o Primo de Rivera? ¿Briand o Kellog? No. Caen los revolucionarios de izquierda. Caen los obreros y campesinos y los que van a sus filas por haberse producido en ellos, como en el caso de Julio Antonio Mella, un caso de conciencia. No debe olvidarse que Mella, como Marx y Lenin, procedía del medio burgués. Era, por consiguiente, traidor y tránsfuga de su clase. Pero esta traición y esta fuga lo redimieron del pecado original de su procedencia. Julio Antonio Mella fue primero un estudiante revolucionario. Un agitador inquieto, de rica fantasía y de acción ardorosa y desordenada. Obrando en el vasto escenario que sabía construir con su singular atracción personal, era un punto de confluencia de los más valiosos elementos de clases fundamentalmente e irreconciliablemente enemigas. El núcleo estudiantil habanero, que compendia el esfuerzo educacional de la burguesía, pequeña burguesía y proletariado, estaba con él, y así mil estudiantes le custodian y le salvan de ser preso a raíz de un tumulto provocado con motivo de su presentación en los pasillos de la Universidad de La Habana, de la que había sido recién expulsado. El Grupo Minorista, integrado por literatos jóvenes de la pequeña burguesía, con escrúpulos nacionalistas y doctrinarios por su juventud y por su posición naciente, estaba con Mella en la lucha antimperialista y en contra de la corrupción administrativa de los tiempos de Alfredo Zayas. Por último, las masas obreras le reconocían como un guía que, a falta de larga y dura experiencia tenía talento, audacia y convicción. Mella era cuando se perfilaba su personalidad en 1923 y 1924 una figura popular del Cabo de San Antonio a la Punta de Maisí, como dice un periodista humorístico. En aquel tiempo Mella no es sino un estudiante revolucionario y un formidable agitador. Su labor constructiva no dejó sino un sólido fruto: la Universidad Popular José Martí. La huelga de hambre, no sólo populariza su nombre. Se convierte en figura mundial del proletariado porque en torno a su extraordinario caso libran la más enconada batalla la conciencia humana que él simboliza, la pasión ardiente y desinteresada de la inteligencia ante la causa de la emancipación proletaria y la voluntad inflexible de Machado que siente tras sí la fuerza prepotente de los acorazados yanquis y de la infantería de marina. Aquel entre un hombre libre y un agente del imperialismo fue para Mella un proceso depurador. Su nombre sale aureolado por el martirio y fue una respuesta categórica para todas las dudas e interrogaciones respecto a la trascendencia y calidad ética de su actitud en las filas del proletariado. En el destierro aparece el constructor que organiza su trabajo científicamente. Está en todos los frentes en contra del imperialismo. Actúa siempre, pero, estudia, clarifica, formula conclusiones bien meditadas, de modo que el inquieto agitador estudiantil se transforma en un interesante hombre de acción del proletariado latinoamericano. Abarca el panorama del mundo y recoge las vibraciones contemporáneas permitiéndole estar enterado de todo y militar con el proletariado más lejano en el espacio haciendo suya la causa que parezca menos inteligente, pero su atención se hace profunda cuando se trata del problema del proletariado latinoamericano en relación con el imperialismo americano. Y cuando se aprecia estrechamente su obra pública y clandestina en pro de la emancipación del proletariado cubano, se obtiene espontáneamente la idea cabal de la grandeza del hombre. A muchos compañeros trabajadores no gustará que hablemos de esta manera puesto que sólo el proletariado es grande y su causa funde a los hombres nivelándolos. ¡Bella y noble igualdad! Mas la muerte diferencia a los hombres haciendo resaltar las superioridades. Juan muere y no lo recuerdan sino los deudos y los camaradas que lo trataban todos los días. No tenía más órgano de expresión que la física. Su inteligencia no fecundó ningún surco. Un hombre como Mella, hombre de acción injerto en investigador, polemista, escritor y periodista, comienza a vivir perdurablemente después de muerto. Murió sin concluir su obra, pero su obra está en marcha. En Cuba, esta grandeza de Mella se percibe claramente después de su huelga de hambre. Hemos visto en el Primero de Mayo de 1927 que diez mil trabajadores congregados en el Frontón aplaudían clamorosamente durante varios minutos al pronunciarse su nombre. En nuestra peregrinación a través de la policía y de la cárcel de La Habana, encontramos que hasta los esbirros del bárbaro régimen machadista reconocían la probidad, el valor y la seriedad revolucionarias de Mella. Hacia él confluían los sectores menos manchados de la burguesía y de la pequeña burguesía cubana, apreciándose fácilmente que era una fuerza moral indiscutida y respetada, como en Rusia lo fue Lenin. La significación de Julio Antonio Mella en el movimiento comunista cubano provenía de ser una fuerza moral. El hecho de que ni aun los enemigos más enconados del proletariado de Cuba dudaran de la honradez revolucionaria de Julio Antonio Mella, le ponía en condiciones de atraer hacia el proletariado sectores de las clases enemigas, apaciguando el fervor contrarrevolucionario, hecho que hubiese sido de singular valor más tarde, en el momento en que el proletariado cubano realizara su revolución, capturando el poder y comenzando la edificación socialista, con un ejército de técnicos proveniente de la burguesía y de la pequeña burguesía. No debemos olvidar que en el momento de la captura del poder, el proletariado es ante las otras clases, no un reivindicador de lo que le pertenece sino un expropiador. En Rusia, el papel de Lenin fue ese y no debemos olvidar que escritores antisoviéticos como Wells se maravillaban del respeto que inspiraba la sinceridad revolucionaria del gran organizador. Afortunadamente, la muerte de Mella arrebató un gran hombre y nos devolvió un símbolo. En México, su puesto ha sido ocupado por ciento veinte mil obreros y trescientos mil campesinos organizados en la naciente y ya poderosa Confederación Sindical Unitaria. Un hombre, un sucesor de José Martí ha muerto a manos de dos sicarios. El proletariado mexicano ha respondido a la agresión con una organización de masas, antecedida y continuada con otros gestos, como la organización del Bloque Obrero y Campesino y la Convención del Partido Ferrocarrilero Unitario, que ahondan el surco de la unificación de los oprimidos. En cuanto al proletariado cubano, aherrojado y diezmado por el feroz agente imperialista, dará en su oportunidad, una firme y heroica respuesta. 1929 Diego Rivera Nuestra protesta* Frente al Palacio Nacional En este lugar que hasta ahora fue asiento de los gobiernos de la burguesía, pero que mañana será de los proletarios, venimos a elevar nuestra protesta en nombre de la juventud mexicana y ante el mundo entero por el asesinato de Julio Antonio Mella. Esto no es una manifestación de duelo, ni tiene carácter de entierro. Aquí no venimos a llorar a Mella, que es la primera víctima de los que caerán en la lucha que se inicia; la culpa de este horrendo asesinato es del Gobierno y la Embajada de Cuba, los que urdieron sus maquinaciones para darle muerte a Mella, con la particularidad de que a espaldas del Gobierno cubano se encuentran los Estados Unidos, que en su afán de imponer su política al mundo entero, están acallando las pocas voces de protesta que se elevan, como la de Mella. * Tomado de Adys Cupull: Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, p. 117. Palabras de homenaje frente al Palacio Nacional en la plaza de El Zócalo el 11 de enero de 1929. Se calculó una asistencia de 1 500 personas. Se publicaron en el periódico El Dictamen. (El título atribuido, AC.) Luis Carranza Uno de los verdaderos revolucionarios* Ha caído asesinado Julio Antonio Mella. Asilado en México, trabajaba en estrecha solidaridad, en absoluta identificación con la vanguardia del proletariado mexicano. Combatía con extrema energía a la dictadura de su patria, considerada como órgano de la clase capitalista cubana. No luchaba contra un gobierno, ni contra un dictador, sino contra la burguesía. Colaboraba en El Libertador, El Machete, El Tren Blindado. Redactaba Cuba Libre. Con este asesinato, el terror blanco adquiere en América una fisonomía aleve. A la vez que la masacre brutal, el fusilamiento en masa de los obreros insurgentes o protestatarios, se emplea el brazo irresponsable del asesino mercenario. Mella y los cien huelguístas de Colombia: he ahí las víctimas, las gloriosas víctimas, de ambos sistemas. Las muchedumbres revolucionarias no las olvidarán. Los nombres del joven y brillante líder y de los oscuros obreros, quedan inscritos en la historia de la revolución proletaria. Mella era uno de los verdaderos revolucionarios salidos de las filas de la Reforma Universitaria, de esa variada y extensa gama de renovadores de toda especie, que no han sabido en su mayor parte superar un confuso estado de ánimo prerrevolucionario. Había tomado posición franca y neta. Por esto mismo, reaccionó quizá con exceso contra los que no se decidían a seguir, sin reservas, la misma vía. En la polémica se reconocía su tono tropical, su temperamento fogoso. Pero su sinceridad y su convicción revolucionaria, primaban, sobre todo, en sus campañas. Amauta saluda con emoción la memoria del valiente camarada y se asocia a la protesta contra el crimen. 1929 * Nota necrológica publicada en la revista peruana marxista Amauta [Lima], no. 20, enero de 1929), que dirigía José Carlos Mariátegui (1894-1930). Tina Modotti No llorar sino luchar* En la persona de Mella asesinaron no sólo al enemigo del dictador cubano, sino al enemigo de todas las dictaduras. Machado, una caricatura de Benito Mussolini, ha cometido un nuevo crimen, pero hay muertos que hacen temblar a sus asesinos y cuya muerte representa, para aquellos, el mismo peligro como su vida de combatientes […] esta noche, un mes después del cobarde asesinato, honramos la memoria de Mella prometiendo seguir su camino hasta lograr la victoria de todos los explotados de la tierra. De esta manera lo recordamos como él lo hubiera preferido: no llorando, sino luchando… * Tomado de Christiane Barckhausen-Canale. Op. cit., p. 165. Palabras en el acto de homenaje a Mella (10 de febrero de 1929). (El título atribuido AC.) 1 La crónica «Un dolor sin retórica» de Cube Bonifax se publicó en El Universal, 20 de enero de 1929. En Cuba José Pardo Llada (bajo el seudónimo de Braulio Román) la reprodujo en «A los 25 años de la muerte de Mella», en Bohemia [La Habana], 24 de enero de 1954, pp. 40-41,92. (El texto en la p.92) Un dolor sin retórica 1 Cube Bonifax Asesinaron al hombre a quien amaba mientras iba cogida de su brazo. No se tiró de los cabellos. No gritó. No se abrazó furiosa ante el cadáver. No dijo con voz destemplada, «que para qué quería la vida.» Durante el velorio... No apareció vestida de negro. No tuvo ataques. No lloró ruidosamente sobre el ataúd. No se quejó de su suerte. No increpó al asesino. Durante el sepelio... No iba apoyada en nadie. No llevaba velo. No sollozaba. Parecía que no podía más No se empeñaba en mostrarse abatida. El féretro descendió a la tierra... No gritó. No trató de arrojarse a la tumba. No lloró en voz alta. No se destrozó el traje. No se quedó desvanecida. Al día siguiente... No guardó cama. No aseguró «que todo había acabado para ella.» Ni dijo que había envejecido diez años. No exclamó que deseaba morir. Pero la gente, demasiado acostumbrada a teatralizar el dolor, opinó: ¡Esta mujer no tiene corazón! ¡No ha hecho nada por demostrar a todos que sintió la muerte de su amigo! Pues nadie puede concebir otra clase de dolor que no sea al aprendido en los teatros y en las novelas de folletín. 1929 Tristán Maroff Una llama siempre encendida y relampageante* Cuando llegué a México el año pasado, recuerdo que uno de los que vinieron a la estación a estrecharme la mano fue Julio Antonio Mella. […] Nos dimos las manos con afecto; nos abrazamos fraternalmente y desde ese día, sin que hubiera un convenio tácito de intimidad, resolvimos tutearnos. […] Luego volví a encontrar casi diariamente a Julio Antonio Mella. Era lo que yo me había imaginado: el hombre incansable, el agitador inteligente, el maestro de la teoría revolucionaria, el elucubrador de ideas cuando se trataba de resolver o de plantear un problema. De ahí su fuerza y sus ímpetus. De aquella cabeza erguida, siempre tenaz y ágil, surgían los pensamiento en tropel, se atropellaban a veces, y al salir de sus labios recobraban el ritmo y la armonía. […] Había que ver a Julio Antonio Mella para saber lo que era. Una llama siempre encendida y relampagueante. Hombre arrebatado por un torbellino de pensamientos brillantes que no los guardaba para sí, sino que los distendía al público. Cultivaba un género de oratoria clara, precisa, elocuente y razonadora. Había suprimido por disciplina toda frase lírica que menguase el concepto y anulase su fuerza. Hablaba convencido, sin desgajar una sola idea, que no estuviese respaldada por su honradez. Quería que a todas horas se le explicase al pueblo la suprema verdad. 1929 * «Julio Antonio Mella.» [Fragmento] Alma Máter [La Habana], agosto de 1929, pp. 9, 38. (El título atribuido, AC.) Rubén Martínez Villena Palabras en el primer aniversario de su muerte* […] El compañero Rubén Martínez Villena hace a continuación uso de la palabra. Empieza su discurso diciendo que viene al acto como profesor de la Universidad Popular, pero que además pocos momentos antes ha recibido una comunicación de la Confederación Nacional Obrera, pidiéndole que la represente en el acto que se celebra. El compañero Villena dice que los trabajadores han sufrido muchos dolores viendo caer a muchos de los suyos; pero que no deben ser los actuales momentos de sentimentalismos, sino de lucha, y debemos admitir que Mella está entre nosotros, que nos legó el fruto de su cerebro. La muerte alevosa de Mella, de Varona, de López, de Duménigo y tantos otros, demuestran que el proletariado es atacado por la burguesía en la cabeza de aquellos de los suyos que se destacan más en nuestras contiendas; pero que debemos hacer efectivas las palabras de Mella, que dijo: «Hasta después de muertos somos útiles, sirviendo nuestros cuerpos de trincheras», y Mella puede sernos muy útil si recogemos todos sus proyectos de organización de los trabajadores y nos unimos, (como antes expresó muy bien el compañero López Rodríguez), y seguimos sus enseñanzas y su noble ejemplo proletario. Agregó que la burguesía lleva en su seno los gérmenes de su propia muerte; el exceso de productos que le hace acudir a racionalizar la producción, perfeccionando la maquinaria, aumentando horas de trabajo, reduciendo los jornales, para producir más barato, da lugar a que queden sin trabajo millares de trabajadores, ocasionando las terribles crisis que pesan sobre las espaldas del trabajador. Las luchas por los mercados entre los grandes países capitalistas conducen también de modo inevitable a la mortífera y empobrecedora lucha armada, a las guerras. La burguesía aspira a que la capacidad de resistencia del proletariado se acabe, y se une internacionalmente contra la clase trabajadora, que no debe alimentar la ilusión de que cesen las persecuciones, sino que por el contrario debe pensar que aumentarán a medida que aumente la explotación y debe prepararse el trabajador, organizándose también en un plano internacional y dice que esta labor está ya comenzada y frente a la organización continental burguesa de los trabajadores, la COPA, el Congreso de Montevideo crea una legítima organización de clase, para formar el frente obrero internacional contra el frente burgués internacional, fortaleciendo nuestros organismos de clase contra los amarillos introducidos en nuestra filas por la burguesía corrompida y corruptora. Aboga por la creación de un organismo obrero para socorrer a nuestras víctimas, como la burguesía tiene su Cruz Roja, y dice que ese organismo que debemos crear responde a las necesidades de nuestras luchas. Termina diciendo que estos actos no deben limitarse a una manifestación sentimental, sino que deben concretarse en algo práctico, y al efecto lee la siguiente resolución, que es adoptada con clamorosos aplausos. * Tomado de «En el primer aniversario de la muerte de Julio Antonio Mella.» [Fragmento], Boletín del Torcedor [La Habana], febrero, 1930, pp. 8-10. (Título atribuido, AC.) Moción presentada por la Confederación Nacional Obrera y aprobada por aclamación NOSOTROS, obreros de la ciudad de la Habana, reunidos en número de más de SETECIENTOS en el local de la Sociedad de Resistencia Torcedores de la Ciudad de la Habana, sito en San Miguel 216, conmemoramos en este acto del DIEZ DE ENERO DE 1930, el primer aniversario del alevoso asesinato de nuestro camarada JULIO ANTONIO MELLA, inmolado por la burguesía criminal, sacrificado por el imperialismo yanqui mediante manos cobardes en la Ciudad de México. UNIMOS su recuerdo al de todos los mártires de la clase trabajadora de Cuba, al de todas las víctimas, paladines inolvidables de nuestra causa caídos en la terrible lucha de clases contra el capitalismo explotador y feroz. PROTESTAMOS contra todas las formas de terror blanco implantado en Latino-América, contra las persecuciones, los atropellos, los fusilamientos, las prisiones arbitrarias y los crímenes misteriosos mediante los cuales la burguesía pretende reforzar su dominio sobre millones de hombres empavorecidos. PROTESTAMOS específicamente contra la espantosa reacción desatada en México, contra los emigrados cubanos luchadores obreros que han sido encarcelados, expulsados y torturados, hasta el extremo de haber enloquecido a nuestro camarada ALEJANDRO BARREIRO. MANIFESTAMOS nuestra solidaridad con el movimiento obrero de toda la América y del Mundo y declaramos que sólo la unión y la victoria internacionales de los trabajadores es la única venganza que es digna de los que han caído por lograrlas. 1930 Pablo de la Torriente Brau El aniversario de Julio Antonio Mella* Como lo pensamos desde el día en que caímos presos, el 10 de enero nos cogió en la cárcel. Durante esta primera semana, muchas veces nos mortificó la idea de no poder estar en la calle tal día, y como compensación nos propusimos celebrar su aniversario dentro de la prisión… Esta idea cobró forma total, cuando volvieron de la cabaña Aureliano, Pendás y Guillot, miembros del Ala Izquierda Estudiantil —que era la que iba a ofrecer el homenaje— y los que, especialmente el primero, conocían mejor la obra y la vida de Julio Antonio. Medio en serio medio en broma, hasta se llegó a pensar en solicitar del Supervisor la oportunidad de dar a los presos una conferencia sobre el compañero asesinado en México. El nombre de Julio Antonio Mella, síntesis perfecta de audacia y de abnegación en la lucha por la justicia social, envuelto en leyendas y en realidades heroicas, convertido en una especie de estrella polar de la juventud cubana, fue, en aquellos días, constantemente esgrimido por los compañeros del Ala Izquierda, como ejemplo formidable de lo que debe ser un joven netamente revolucionario. El día Cuando cesó el estruendo desbaratado de la diana, retumbante bajo las bóvedas, los muchachos rompieron a dar vivas a la memoria de Mella y mueras coléricos a sus asesinos. Ya entonces, la costumbre era dividir el team de gritos en dos partes. Un grupo gritaba y el otro grupo contestaba con la furia y el estruendo de un cañonazo. Varios días antes los estudiantes y el resto de los presos políticos habían sido separados. Las galeras 11 y 12, llamadas la «Leonera», son las más vastas de la cárcel. Son enormes, como naves de catedral, y queda una enfrente de otra, separadas por una doble y tremenda reja que llega hasta el techo, y que limita un pasadizo central, por donde, en las noches, camina con lentitud de centinela, el Sargento de Imaginaria. En la Galera 11, de la que una vez, limando uno de los barrotes poderosos, se fueron, saltando al foso, Cundingo y seis compañeros más, quedaron los estudiantes, en mayoría muchachos del Instituto, de la Normal y de la Escuela de Comercio, menores de veinte años en su mayoría, y entre los que el nombre de Julio Antonio era un chispazo eléctrico que galvanizaba su entusiasmo fácil o su ira violenta. En la Galera 12 estaban los otros presos políticos. Estaban el doctor Ismael Pintado y el doctor Juan Miguel Rodríguez de la Cruz, que se portaron magníficamente durante la huelga de hambre. Estaba Germán López, esperando de un momento a otro su libertad. Corona y Landa, siempre optimistas; Sergio Carbó, preso desde hacía muy poco tiempo y que se iba a pasar dos meses en la cárcel, en pago a sus panfletos contra la dictadura de Machado; el mexicano sospechoso de espionaje para el viejito «Comandante», siempre airado, y que estuvo dos meses preso; y un grupo más de compañeros cuyo nombre ahora no recuerdo. El homenaje El homenaje que los muchachos le rindieron a la memoria de Julio Antonio Mella no fue, ni mucho menos, tan farragoso como una sesión solemne en la Academia de la Historia o en la de Artes y Letras. La vida de Julio Antonio fue una vida ardiente y joven, y fue rápida y ruda como un torrente. Por eso, los muchachos, entre voces violentas, evocaron su gallarda figura en un verdadero mitin revolucionario, en el que las palabras saltaban como cascos de una explosión de granadas, y el clamor de los gritos furiosos sonaba, en las galeras vecinas, como el eco bravo y sordo del mar irritado al chocar contra los acantilados de la costa. Fue una fiesta frenética, con ardor de venganza, en la que, por la memoria de un muerto, los ojos sólo se encendieron por la furia. Si las historias de los muertos fueran verdaderas, Julio Antonio, al vibrar de tanta juventud vibrante, debía estar aquel día en pie dentro de su tumba de México, con el puño pétreo en alto y haciendo retumbar las cavernas de la tierra con su gran voz de tormenta. Raúl fue quien inició el homenaje. Con su pelo alborotado y con su mano arañando el aire, afirmó cosas duras y verdaderas. La evocación Mejor que parafrasear las palabras de Raúl, será extraer de mis notas lo que dijo y reproducirlo, pues además de todo, contiene el programa de aquel día. Este fue su discurso: Camaradas: el segundo aniversario del asesinato de Julio Antonio Mella nos sorprende presos, en lucha formidable y creciente por ideales a cuyo triunfo y realización entregamos nuestras vidas, ávidas de ser útiles. Sabemos, estamos todos convencidos, de que el verdadero homenaje a su recuerdo, sería arremeter rifle en mano contra los bastiones de la dictadura, y en la boca crispada el grito auténticamente joven, precisamente su grito de guerra: «¡Abajo el imperialismo yanqui y sus lacayos nacionales!» Pero la realidad, la cárcel, nos constriñe, limita y obliga a sólo rememorarlo detrás de las rejas, impotentes pero no vencidos, con la secreta esperanza de que algún día no lejano podamos rendirle el tributo que exige y merece Julio Antonio Mella. Nadie más antiliterario, por temperamento y por ideología, que el compañero caído. Y nada más lejos de la palabrería hueca y falaz que su postura revolucionaria, de clara progenie marxista. En consecuencia: será este un acto despojado, en su totalidad, de artificios retóricos y de pañuelos mojados con exudaciones insinceras. Constará de tres números. Una poesía, dedicada a Mella, que recitará inmediatamente su autor, Carlos Fernández Arrate, conocido por Aspirina. Luego un discurso, vibrante como suyo, de Aureliano Sánchez Arango, que conoció, fue amigo y trabajó junto a Mella, y quien nos dará, de su obra y su vida ejemplares, una versión directa y llena de colorido y de fuerza dramática. Y por último —y con estas palabras concluye mi misión de mero anunciador— un minuto de absoluto silencio, de un silencio, que aunque suene a paradoja, será de afirmación, de fe, de optimismo. Hay que continuar, sin vacilaciones, la ruta emprendida, no importa que nos salga al paso, alevosamente como a Mella, el balazo a la vez homicida y glorioso, pues como él mismo dijera: «Triunfar o servir de trinchera a los demás. Hasta después de muertos somos útiles»… Así terminó Raúl sus palabras, entre un escándalo admirable, en el que se demostró otra vez la admiración que el recuerdo de Julio Antonio despierta en su inmediata generación y el odio concentrado hacia sus asesinos, que también guarda. Apenas terminado este tumulto, se originó otro. Era que habían subido sobre el cajóntribuna, una larguísima melena en dos bandas, unos espejuelos de aro doble y un brazo rígido de madera enguantado, síntesis completa del loco Arrate, el descompuesto Aspirina, cuya sola presencia, con sus cuentos de aparecidos y sus complots terroristas, provocaba siempre, de cualquier modo, la risa alegre de los compañeros. Aspirina recitó unos versos suyos dedicados a Julio Antonio. Resultó ser un soneto; pero tengo que recortarlo, porque la verdad es que de vez en cuando se le «iba la mano» y decía versos de catorce o quince sílabas. El primer terceto decía: Troncharon tu vida, mas no importa. ¿Podrán acaso aniquilar tu idea? El árbol retoña cuanto más se corta… Y terminó con este pareado profético, que le valiera más de un grito contra el imperialismo yanqui. Tu obra a su tiempo será cierta: La puerta del futuro ya está abierta… Cuando Aspirina terminó su soneto, quiso ponerse a explicarlo; pero los muchachos no lo dejaron y tuvo que bajarse a la fuerza para que Aureliano hablase. Había expectación por oírlo. Muchos de los muchachos presos no lo conocían más que de nombre y tenía para todos el prestigio de haber sido, a doble tiempo, amigo íntimo de Julio Antonio Mella y de Rubén Martínez Villena. Esto aparte de que Aureliano fue el que golpeó a Rogelio Sopo Barreto en Nueva York, y acababa de pasar unos días preso en La Cabaña. La vida entera de Julio Antonio Mella pasó por las palabras de Aureliano Sánchez Arango; y quien está tan documentado sobre el carácter y la obra de aquel excepcional agitador de multitudes, está obligado, en su día a ponerse a hacer algo serio y duradero sobre aquella vida tan plena de humanidad y de futuro. Julio Antonio Mella fue un trabajador formidable. Sin fatiga y sin reposo, tal en una película pasada rápidamente, fue primero atleta, luego líder universitario, luego agitador comunista, luego asesinado. Poco escribió Mella, porque no tuvo tiempo para más al morir de 25 años. Dejó una multitud de artículos en periódicos y revistas sobre problemas estudiantiles y sociales. Publicó Cuba: factoría yanqui, que quedó inconclusa; El grito de los mártires y «¿Qué es el APRA?» Fundó las revistas Juventud y Alma Mater, la Liga Antimperialista de Cuba, la Universidad Popular José Martí; y en México la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos. Trabajó en la organización de numerosas colectividades obreras; fue el alma del Primer Congreso Revolucionario de Estudiantes; y el más destacado líder del famoso movimiento estudiantil de 1923, cuando los «Manicatos» tomaron por asalto la Universidad. A través de la cálida palabra de Aureliano, comprimía el peso de la labor gigantesca de Julio Antonio, y fue impresionante, de manera especial para los que acababan de pasar una huelga de hambre de un solo día, oírlo evocar la que sostuvo Mella durante dieciocho días en aquel gesto suyo de inolvidable rebeldía. Aureliano terminó con estas palabras, que en parte tengo que mutilar por ahora, en que se refirió a profecías de Mella, e hizo otras, por su cuenta: En la época en que todos esperaban un Mesías, un redentor en la farsa política, Mella lanzó, desde las páginas de nuestra revista Juventud, su grito de alarma. Más que por conocimiento del hombre, por su familiaridad con la realidad económica del país y sus relaciones de dependencia, pudo Mella encerrar en una frase precisa y contundente las características del período de gobierno que se iba a iniciar, que justamente ha sido, conforme a su previsión, un período de reacción fascista. Así nosotros, por el mismo infalible sistema de atalayar los futuros acontecimientos políticos mirando siempre a la estructura económica, a las formas de producción y de explotación, y a la situación internacional de sometimiento económico —la historia la hacen los fenómenos económicos— anunciamos todo lo que ocurrirá tras la falsa solución que se le dará a los presentes problemas por quienes aspiran a una sustitución política exigida e impuesta por la hegemonía imperialista yanqui: la absorción, la opresión económica y el terror fascista»… El clamor de gritos que siguió a los dados por Aureliano al terminar, fue de tal naturaleza salvaje y estruendoso, que si los gruesos y negros barrotes de las rejas se hubieran trocado en cuerdas de contrabajo, no habrían bastado para hacerle fondo orquestal a aquel terrible coro, inflamado, desordenado, loco. Cuando hubo un poco de calma, desde la galera de enfrente pidió la palabra, para hablar en nombre del resto de los compañeros presos, Sergio Carbó, el director de La Semana, siempre con su camisa azul de mangas cortas. Dijo con palabras más o menos parecidas, que «saludaba en nosotros a la nueva generación cubana, apta no sólo para la lucha arriesgada en la calle, sino también para la labor del pensamiento». Nueva ovación, que contrastó enseguida con el silencio absoluto que inmediatamente se guardó por la memoria de Mella. En la calle Aquella misma mañana, para ser procesados, fueron sacados a la calle Aureliano, Guillot, Pendás y Roa, quienes enronquecieron gritando por todos los que no pudimos verla aquel día, a pesar de haberlo estado anhelando desde un mes antes. A la puerta de los Juzgados, los mueras a los asesinos de Mella asombraron a los mismos policías estupefactos de tanta audacia. Y cuando llegaron, trasladados ya, con nosotros a la Galera 18, nos trajeron la estupenda noticia de que Gabriel Barceló, otro de los expulsados de la Universidad en 1927 por combatir la prórroga de poderes, a pesar de la suspensión de garantías, y por arriba de todo, había hablado durante un cuarto de hora, rodeado de hombres dispuestos a jugarse la vida, en el Parque de San Juan de Dios. Lo que dijo, la estatua de Cervantes lo apuntó en su cuartilla de mármol, y todavía lo está comentando. Por la noche La propia noche Aureliano, completamente ronco, volvió a hablar sobre Julio Antonio Mella, narrando el episodio final de su vida: su muerte alevosa en México. Y estuvo hablando hasta mucho después del toque de «silencio». Aquella noche, después del día entero dedicado a recordar la memoria de la personalidad más acerada que ha producido la actual generación cubana, nos dormimos con la satisfacción honda de pensar que Julio Antonio Mella estaría al lado de nosotros en la lucha contra la tiranía y contra el imperialismo yanqui —sin contemplaciones, como queremos los del Ala Izquierda— si en aquellos momentos aún no hubiera sido asesinado. Esta convicción y el aliento que da el contacto con recuerdo de semejante audacia y vigor, fue lo que nos ayudó a mantener nuestra rebelde actitud en los días que siguieron. 1931 * Tomado de «105 días preso.» En Pablo de la Torriente Brau. Testimonios y reportajes. La Habana, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2001, pp. 1-86. La cita en pp. 23-31. Liga Antimperialista de los Estados Unidos Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC) Declaración* Noticias de Ciudad de México informan de un nuevo desenvolvimiento en el caso del brutal asesinato de Julio Antonio Mella, líder comunista, realizado el 10 de enero de 1929 por agentes de la dictadura machadista de Cuba y del imperialismo yanqui, con la complicidad del gobierno de México. José Agustín López Valiñas, un sujeto de conocidas actividades criminales y señalado desde hace tiempo por diversas informaciones en poder de las organizaciones revolucionarias como uno de los ejecutores materiales del asesinato, ha sido acusado por su propia esposa como autor material de la muerte de Mella, y uno de los cómplices en el plan fraguado en la Embajada de Cuba en México. La esposa de López Valiñas y otros testigos declaran que este sujeto recibe dinero de La Habana semanalmente desde la fecha del asesinato, y que este le era remitido por Rafael Trujillo, conocido asesino que opera como jefe de la Policía Secreta de la Habana. El Socorro Rojo de México exigió a las autoridades la aceptación de tres representantes de la organización en la investigación de estos cargos, habiéndole sido denegada la petición por el gobierno fascista de México. En conexión con estos hechos la Liga Antimperialista de los Estados Unidos, y la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC) han lanzado la siguiente declaración conjunta: La negativa del gobierno fascista de Ortiz Rubio-Calles de admitir la representación del Socorro Rojo de México en las «investigaciones» para establecer la identidad de los asesinos materiales de nuestro camarada Mella, demuestra una vez más la complicidad del gobierno de México en el siniestro complot fraguado por el dictador Machado de Cuba y que ocasionó el brutal asesinato de nuestro camarada el 10 de enero de 1929. El gobierno de México no sólo no ha realizado investigación alguna para lograr el castigo de los asesinos, sino que por el contrario durante todo el tiempo que ha pasado ha ayudado materialmente a los autores del hecho, perfectamente conocidos por la policía mexicana, ya que este fue efectuado con la complicidad de Valente Quintana, jefe de la policía, y arreglado en detalles en la propia Embajada de Cuba en Ciudad de México. No sólo el gobierno de México no ha hecho ningún esfuerzo sino que ha ayudado, como en el caso de José Magriñat, identificado como director del asesinato, a los ejecutores a evadir todo castigo, habiéndolo custodiado la policía mexicana hasta el propio puerto de Veracruz para su embarque a Cuba, con objeto de evitar cualquier posible acción por las organizaciones revolucionarias. La Liga Antimperialista y la ANERC denuncian una vez más a los gobiernos de México y Cuba y al imperialismo yanqui como responsables del asesinato de Mella y llama a todas las organizaciones revolucionarias a protestar contra la acción del gobierno de México al denegar al Socorro Rojo el derecho de nombrar camaradas que lo representen en la «investigación» y a intensificar la lucha contra el terror fascista en Cuba y México en particular, y en la América Latina en general. Sólo la lucha revolucionaria de las masas y el frente único de todos los oprimidos contra la opresión imperialista y el terror blanco defenderá la vida de nuestros militantes y conquistará la independencia nacional de las colonias. ¡Por la acción revolucionaria de las masas de obreros y campesinos! ¡Contra el terror fascista en las colonias del Imperialismo Yanqui! ¡Ingresad a la Liga Antimperialista y defended las masas oprimidas de las colonias! 1931 * Tomado de Mundo Obrero [Nueva York], diciembre, 1931, p. 7. Emilio Roig de Leuchsenring El primer mártir antimperialista* Se inició el movimiento estudiantil el año 1923 con limitaciones estrictamente universitarias, en pro de mejoras y reformas de planes y procedimientos escolares, contra el profesorado inepto, contra la comedia de las oposiciones, demandando los muchachos a sus profesores… ¡que asistieran a clase, que supieran enseñar! En aquella época pusimos nuestra pluma al servicio de esa noble cruzada, […]. Más tarde el año 27, la revolución estudiantil se salió de los límites del recinto universitario para tomar orientaciones político-sociales. Y fue la voz estudiantil la única que colectivamente se alzó contra aquellos polvos de la prórroga de poderes y reforma constitucional que trajeron los lodos de la oligarquía dictatorial. Los muchachos protestaron contra ese nefando proyecto que no tenía más objeto que lograr la continuación en el poder de los funcionarios electivos, a espaldas y contra la voluntad popular. En aquella época tuvimos también el placer y el honor de levantar en este semanario, durante varios meses, semana tras semana, tribuna antiprorroguista, secundando las cívicas campañas estudiantiles. En los años 23 y 27 los catedráticos no acompañaron en su actitud magnífica a los estudiantes. En la primera de esas épocas porque estaban a la defensiva. En la segunda, porque la guataquería o la indiferencia política imperaban en ellos como en todas las demás clases de nuestra sociedad. Unidos al Gobierno los profesores trataron y lo consiguieron, de exterminar el movimiento, expulsando de la Universidad por varios años, como ya dejamos indicado, a los más caracterizados líderes estudiantiles. Y cerca de un centenar de muchachos tuvieron que abandonar sus estudios y muchos de ellos, también la República, perseguidos y acorralados por la furia policíaca y gubernativa. El primer mártir de esta gloriosa campaña fue Julio Antonio Mella, inolvidable amigo y compañero nuestro desde años anteriores en otras campañas antimperialistas, asesinado vilmente en la hermana tierra de México por los secuaces de Machado amparados por algunos gobernantes aztecas, lacayos también, como el tirano Machado, del imperialismo yanqui. Si Martí fue durante la época colonial el primer mártir cubano de la lucha antimperialista, Mella en la era republicana, ha sido el primer mártir de esa indispensable campaña que nuestros pueblos de Hispanoamérica necesitan realizar para no perecer absorbidos y explotados por la expansión capitalista de Norteamérica. Después de Julio Antonio, el martirologio estudiantil cubano ha ido nutriéndose con los nombres de otros abnegados y heroicos muchachos que inmolaron sus vidas por el decoro y la dignidad de su tierra, héroes y mártires por el nacimiento de una nueva República, justa, humana, libre. 1933 * Tomado de Emilio Roig de Leuchsenring. «Los máximos apóstoles, héroes y mártires.» Carteles [La Habana], 27 de agosto de 1933, p. 30. (Título atribuido. AC.) Graciella Garbalosa Joven talentoso y valiente* El 20 de mayo de 1925, en la sección titulada «Itinerario de las Elegancias», creación de mi particular ingenio en el periódico El País, publiqué un comentario que me valió muchos disgustos, durante la primera etapa machadista. Dicho comentario sirvió para estrechar los lazos de la prístina amistad entre Julio Antonio Mella y esta Peregrina de Paisajes… He aquí unas extracciones de aquella crónica, perteneciente al ayer apocalíptico. «¡Qué amable y alegre se ha mostrado el comercio de la Habana durante las fiestas del actual 20 de Mayo! Galiano y San Rafael, el recién reconstruido «Fin de Siglo», la regia «Casa Borbolla» y el zoco llamado O’Reilly, hicieron un derroche de buen gusto, nunca visto en esta capital. Mas, ¿por qué sería que algún semidiós etéreo ha volcado sobre nuestra emperejilada urbe, los más henchidos odres de importunas lluvias, desbaratadoras del ingenuo homenaje comercial? ¡Ya pasaron los festejos de este mayo llorón, tal que un recién nacido, o que una plañidera de saturnales… Porque, mirando bien, estas fiestas resultan un entierro y un bautizo: ¡el niño que nace y el viejo que muere!… (Hay niños perversos y viejos casi santos.) ¡El muerto al hoyo y el vivo al pollo!… * Tomado de Bohemia [La Habana], 17 de septiembre de 1933, pp. 8-9, 59. (Título atribuido, AC.) Comienza el nuevo banquete; dicen que en éste de Machado, no se comerán aves, ni se escanciarán vinos generosos, de los de la famosa cena de Cristo ¡no! En el banquete de ahora, dícese que servirán lechón asado, tasajo frito, legumbres y agua de Vento… ¡Veremos! Al pueblo pagador se le permitirá mirar de lejos y aplaudir la música, algunos de los miembros de la claque recogerán las sobras; y los comerciantes que proporcionan los comestibles, podrán olerlo, pasar los dedos a las fuentes, antes y después de pasadas por la mesa, y en casos muy contados, picar y picar… Con ese banquete tan criollo y tan barato, que nos anuncia y promete el gobierno machadista, puede que se reproduzcan escandalosamente las aves de los corrales, campos y paseos, ¡bueno sería que las exportasen a países lejanos!… En cambio, los lechoncitos cebados, ¡qué degollada van a sufrir! Verdad de verdad, tenemos exceso de lechones en Cuba, sería por tanto buena la medida que dice tomará el Gobierno, pero pensándolo bien, las aves molestan tanto o mil veces más que los puercos, pudiera suceder, que al acomodarse las parejas amorosas, en las noches plenilunares, a disfrutar del encanto de las frondas, les lloviera la basurita que desde arriba arrojasen los pajaritos… Pues bien, la crónica de donde reproduzco los párrafos anteriores, fue la causante de que yo quedase fuera de la redacción de El País, y de que comenzara mi calvario, en el terreno del periodismo cubano. En aquel tiempo de la subida de Machado a la Presidencia de la República, toda la sociedad cubana tenía puestos los ojos y la fe, en el ahora indescriptible trágico-bufo expresidente. Desde aquellos tiempos de unánime júbilo nacional, incompartido por Julio Antonio Mella, nuestra camaradería ideológica (que naciera un mes antes de la boda del líder estudiantil, con la entonces alumna de derecho, Oliva Margarita Zaldívar), se fue aumentando, al extremo, de que casi siempre vivíamos en las mismas casas de apartamentos, y nos veíamos los tres a todas horas. ¡Aquel noviembre de 1925, hubo de sorprendernos con la adversidad ante el porvenir, sin otro amparo que las revolucionarias convicciones, las que entonces eran el suicidio de la juventud; si bien la pareja Mella-Zaldívar era un torrente de arrestos, mientras yo, elegantemente erguía mi dolorosa carga de enorme responsabilidad maternal. La noche que prendieron a Mella (después de yo haberle avisado con dos días de anticipación, rechazando él los consejos de que se escondiese), nos amaneció en la salita de mi casa, conversa que te conversa, llenas de fe y de confianza en el talento y el valor de Julio Antonio, su mujer en estado de gestación, y esta luchadora, que imposibilitada de ganarse la vida trabajando, carecía de luz eléctrica, consumiendo cigarrillos baratos a la temblante luz de unas velas. El día 25 de diciembre, ahíta de una alegría saludable, acudí hasta la clínica donde estaba internado Mella, desde la gravedad de su famosa huelga de hambre. Y presentadas ante su lecho de Cristo contemporáneo, vestidas de seda roja mi hija y yo, portando un cesto grande de claveles y tules purpurinos, entrelazamos nuestra alegría saludable con la de Rubén Martínez Villena, el doctor Aldereguía, Jacobo Hurwitz y muchos más discípulos que le circundaban. En febrero de 1926 partíamos hacia México, en alas de la aventura, Olivín Zaldívar, Mella, mi hija y yo. ¡Nuestra odisea en México! ¡Como debe recordarla Olivín!… Año y medio después, nuevamente vecinos en una inolvidable casa de apartamentos de la calle Talavera 25, corazón del México antiguo, nacía la hijita de la pareja revolucionaria, la hijita del líder máximo, insuperable, insustituible. ¡Cuántas veces la cuidó mi hija Gracielita, mientras Olivín acudía a las sesiones del Partido! En el verano de 1928, la situación de los emigrados universitarios en México, agravábase; de día en día iba creciendo el número de los exiliados cubanos. ¡Qué tiempos tan hermosos y difíciles! Leonardo Fernández Sánchez, Aureliano Sánchez Arango, Agramonte, Inclán, Montalván, Cotoño, Penichet, etc., etc… En la escasa dimensión de una crónica de oportunidad, es imposible darle al lector siquiera un pálido boceto de aquellos tiempos maravillosos: juventud, talento, carácter, convicciones, anhelos dignificantes, la fiebre de un ideal humano y desinteresado… ¡No, no es posible, los recuerdos acuden en tropel y me nublan la capacidad periodística!… Necesario sería escribir tantas crónicas, que con ellas podrían formarse los tomos de una obra de juventud cubana muy siglo veinte y muy de apostolado. En noviembre de 1928 yo sufría temores, por la vida de Julio Antonio Mella, y desconfiaba, desconfiaba hasta de algunos simpatizadores del Partido, que vivían unas veces en la casa de Julio Antonio y otras en el cuarto de algunos compañeros. Uno de esos individuos, el más destacado, era el joven doctor Amarall. Sabíamos cómo el general Alemán y sus acólitos pretendían conseguir del Gobierno mexicano la extradición de Mella, conocíamos las intenciones asesinas, sabíamos del espionaje de Magriñat; pero lo tenían a distancia y no podía hacer gran cosa. El peor enemigo, el espía mayor dormía bajo el techo de la víctima, comía a su mesa, a nuestra mesa en el restaurante chino de calle de Bolívar. Un día supe que Julio Antonio hacía tres días que no aparecía por el Partido y los miembros ignoraban su paradero, insulté a todos los del grupo mío, era inconcebible tal despreocupación, y produje fuerte alarma preparando la búsqueda. Dos días después, Julio Antonio saltaba alegremente por el ventanico de mi cocina, haciendo un ruido estremecedor en el pavimento de madera, y me daba un abrazo de colegial, premiando mi angustia e interés de madrecita. Le reconvine, hícele notar la deficiencia vigiladora de los miembros, le llené de consejos, deseando sembrarle algún temor defensivo, hacia la garra tendida en la sombra. Quedóse silencioso, pensativo, y dándome la razón expuso deducciones tan clarividentes, que me llenaron los ojos de lágrimas. En octubre enfermé de gravedad y los médicos me prescribieron un reposo absoluto, negándome ver a nadie, hablar, leer, etc., ¡estaba agotadísima! Tuviéronme cuarenta días en cama sin comunicación, rompí la consigna para recibir a Julio Antonio. Hablamos, hablamos, desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche, y me confesó que tenía un heredero de meses en la Rusia Soviética. Expuso los peligros que le acorralaban; su lucha en esos días dentro del Partido y fuera del mismo era insoportable, insostenible. A los veinticinco años, su cabeza, con hirsuto cabello criollo, empezaba a lucir ondulaciones níveas. La elástica figura de apolínea belleza, derrochaba una elegante sencillez delicadísima. ¡Era el líder continental, era el cerebro máximo de la juventud del Nuevo Mundo! Cuando le conté los dolores terribles que yo había sufrido, se impresionó tanto, que se llevó las manos al vientre, tal que si presintiera los balazos envenenados que le hirieron al mes justo de aquella entrevista última. El 8 de diciembre de 1928, embarqué de regreso para Cuba, a instancias de los médicos que ordenáronme me trasladase a tierra caliente. ¡Lloraba al ver al puerto de la Habana! ¿De alegría? ¡No! La angustia, el temor, la ira sagrada, la indignación, el convencimiento de las humillaciones que iba a sufrir me exprimían el espíritu. ¡Era un suplicio tener que ganarme el pan en mi tierra!… El 10 de enero de 1929, veintiocho días después de mi llegada, era asesinado Julio Antonio Mella en las calles de México, a las once de la noche, por los verdugos del machadato. En la redacción de esta revista, me vieron llegar con los ojos hinchados y rojos en busca de noticias, aquí recibí la definitiva, la de su muerte. Tres días después, acudí al banquete de la entonces 1 famosa «Minoría Sabática» en el «Automóvil Club». El doctor Antiga y Rafael Suárez Solís, fueron los primeros en saludarme, preguntándome si tenía catarro; ¡tal era el aspecto de mi cara congestionada por el llanto, lo único que podía hacer en mi desesperada indignación. Y les contesté: —«No, amigos míos, no tengo catarro, lo que tengo es vergüenza.» Sentáronse los sabáticos a la mesa y el llanto no me dejaba probar bocado, a los postres leí las cuartillas con que termino esta crónica: —Amigos periodistas, los que estáis sentados a esta mesa de la Minoría Sabática, hago constar que lo que voy a decir, se debe a que en la prensa diaria de la Habana, no he visto con respecto al asesinato de Julio Antonio Mella, asesinato que presentíamos en México, desde hace seis meses, pues que sabíamos de la llegada de unos asesinos con cartas gubernamentales, para conseguir su muerte y manchar de fango y de luto definitivo, el honor de nuestra patria y el anhelo viril de la juventud revolucionaria; repito que no he visto en nuestra prensa respecto al asesinato de Mella, ni vislumbres de la verdad, ni la valentía exigible a ese vocero conductor de la Opinión Pública. La prensa diaria de la Habana solamente ha publicado cables mentirosos, manchando cobardemente la aureola de apóstol y mártir de Julio Antonio Mella, con la burda calumnia de un asesinato pasional. Todos nosotros sabemos el por qué de lo sucedido. La isla de Cuba atraviesa en estos instantes por el más doloroso estrangulamiento ideológico. La muerte de Julio Antonio Mella es un duelo nacional, continental, universal. Y para él, joven, talentoso, valiente, aureolado de saludables virtudes, para él que tuvo la desgracia de nacer en esta República de opereta, que se transforma en tragedia greco-romana, no brotan ante su muerte injusta, ante el cobarde asesinato gubernamental, el holocausto aunque sea encubierto, aunque sea en privado, de sus compatriotas y amigos, tan dispuestos a levantar palmas y sonar las manos, por cualesquier hallazgo baladí; ¿es que existen prebendas enmudecedoras?… ¿En estos momentos, todos los cerebros cubanos, que debieran ser los faros de las colectividades expuestas al naufragio, experimentan la rebeldía secreta de los eunucos?… Julio Antonio Mella era una antorcha en la oscuridad, un aparato de radio que difundía el grito salvador y la esperanza saludable de todos los continentes de la tierra. Por esas manos cretinas, guiadas por animales acéfalos, le hirieron por la espalda, mientras acompañaba a una mujer. Quien le conocía le respetaba; quienes pudieron gozar del placer de oírlo en la tribuna tuvieron que amarle. Era un hombre lleno de luz. El asesinato de Mella, es un irreparable duelo nacional. La Isla de Cuba en estos instantes ha quedado desvirilizada. ¿El único hombre integral era Julio Antonio Mella? ¿Soportarán en silencio, cobardemente, como eunucos, ese ultraje a la patria y al progreso? Los que conocieron sus actividades de adolescente, pueden imaginarse lo que era Julio Antonio hombre, en el México abierto a todas las luces. Era un torrente por el cauce de las montañas, prestándole energía a la maquinaria del mejoramiento humano. Era sencillo y alegre como un colegial, bondadoso como un sabio, valiente como un dios. Los hombres como Mella son los dioses de la Historia… Todos los comensales de aquel día se pusieron en pie religiosamente y Roig de 2 Leuchsenring dijo: «—Amigos míos, si la bandera cubana ha servido para encubrir, pretendiendo justificar el asesinato de Mella, yo haría lo que calumniosamente se le achaca al máximo apóstol de la juventud cubana: ¡escupir la bandera!» Cuatro años después, en agosto de 1933, la República de Cuba, rompiendo los grilletes de la tiranía, agita el ubérrimo ramaje de su hermosa y valiente juventud, que surgiera del tronco erecto y eternal de Julio Antonio Mella. 1 El médico y político Juan Antiga (1871-1939), era una de las personalidades más originales del movimiento intelectual. Conoció a José Martí en Nueva York. Fundador del Grupo Minorista (1923-1929) era colaborador del movimiento obrero. Amigo personal de Gerardo Machado, lo combatió. Perteneció a los fundadores de Joven Cuba, la organización de Antonio Guiteras. Rafael Suárez Solís (1881-1968), periodista español residente en Cuba, muy solidario con el movimiento estudiantil antimachadista. 2 Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), gran historiador antimperialista y amigo de Mella, fundador del Grupo Minorista y su primer historiador. Raúl Roa Un temperamento dinámico* Cuando estas líneas se publiquen en Bohemia acaso ya vengan camino de Cuba —después del homenaje arremolinado y triunfal, cuajado de rojas banderas y vibrantes discursos, de los obreros y estudiantes mexicanos— las cenizas de aquel que supo, en todo momento, ajustar su pensamiento a su conducta. Así cayó en una solitaria y oscura calle de México: con el enérgico perfil luminosamente vuelto hacia el futuro, como había vivido, y en la boca crispada el grito terrible y magnífico: «¡Muero por la Revolución!» Hace ya cuatro años que este crimen cobarde y repulsivo estremeció de ira y dolor el mundo revolucionario. Hace ya cuatro años que Julio Antonio Mella, el precursor glorioso de las revueltas estudiantiles de Cuba, el comunista militante, el revolucionario abnegado y heroico, fue acribillado a balazos por esbirros a sueldo de Gerardo Machado —hoy Asno errante. No fue Mella, una víctima aislada de la furia asesina del perverso Machado, como algunos, particularmente interesados, intentan establecer oscureciéndose de esta suerte la verdadera significación histórica del hecho, sus implicaciones políticas y sociales. Julio Antonio Mella — quede ya definitivamente aclarado— cayó en una miserable emboscada del imperialismo yanqui. Aquel 10 de enero de 1929 señala el eclipse biológico de una de las vidas más fecundas, atorbellinadas y generosas que registra, con caracteres de hierro, la lucha revolucionaria contra el imperialismo y la reacción nacional. Al paralizarse para siempre en aquel cuerpo joven y atlético la circulación de la sangre y dejar de funcionar aquel cerebro clarísimo, se inició para Mella una nueva vida a través de su recuerdo y de su ejemplo. Como todos los revolucionarios caídos en su puesto de combate, Mella devino símbolo. Por eso, sigue siendo útil después de muerto, como él mismo pidiera. Por eso, su nombre es hoy para nosotros bandera que agitamos en las calles contra la burguesía y el imperialismo y llevamos clavada en el pecho. No hay, en rigor, premio más alto para el revolucionario desaparecido, que este de seguir sirviendo a la causa desde la tumba. * Tomado de Bohemia [La Habana], año 20, vol. 25, no. 33, 17 de septiembre de 1933, pp. 3, 60. Se publicó bajo el título de «Julio Antonio Mella». El periódico Ahora, el 10 de enero de 1934, publicó este mismo artículo con pequeñas variaciones para actualizarlo. (El título atribuido, AC.) La figura, la vida y la obra de Mella, constituyen, sin duda, lección ejemplar y clarísima que ofrecer a los jóvenes. Mella: he aquí alguien cuya imitación sería para nosotros incuestionablemente más fecunda y trascendental que la imitación de Cristo. Esta vida, tan llena de desusados matices, tan pura y emocionante, reclama para ser relatada una pluma condigna. No sería seguramente, ni puede ser, por ejemplo, la de Jorge Mañach, el biógrafo de Martí y abecedario mediacionista. Será, tiene que ser, una pluma desvinculada totalmente de los intereses de la burguesía cubana, capaz, por su posición política en la lucha de clases, de comprender, medir, interpretar, en su cabal grandeza, lo que Julio Antonio Mella fue. En suma: una pluma revolucionaria. Únicamente por este vehículo tendremos la versión caliente, directa, genuina, del hombre que, revolucionario de su tiempo, sigue ganando batallas clamorosas después de muerto. Apenas si se han escrito sobre él trazos tímidos, los confusionistas, ensayos incompletos, algún que otro trémulo esbozo que sólo da una muy vaga impresión suya. Sólo un individuo ideológicamente afín a Mella, de su propia envergadura moral podrá dar victorioso remate a esta magna empresa de ponerlo vivo en letras de molde. Un Rubén Martínez Villena. Un Pablo de la Torriente-Brau. Entre tanto, queden estas líneas febriles y atropelladas como una ofrenda más entre las múltiples que sobre su memoria encendida han volcado, a la vez coléricos y conmovidos, los revolucionarios de todas las latitudes. Mella realiza plenamente el tipo del intelectual que viene a la revolución de los oprimidos por vía del determinismo ideológico, por comprensión del juego de las fuerzas económicas y sociales operantes en el proceso histórico. Mella, como José Carlos Mariátegui y Rubén Martínez Villena, pertenece a esa heroica minoría que rompe valerosamente con sus intereses de clase y se integra en la lucha revolucionaria para servirla hasta sus últimas consecuencias. Fue en la Universidad donde apareció por primera vez Julio Antonio Mella en el terreno político. Temperamento dinámico, repleto de poderosas energías, inició en 1923 el llamado movimiento de reformas universitarias, enderezado a fumigar y democratizar la Universidad. Mella se transformó en pocos días en un gran líder estudiantil, en el más auténtico líder estudiantil que hasta ahora ha producido Cuba. El histórico Patio de los Laureles fue el escenario de sus más resonantes triunfos de entonces. Tantas veces lanzó su palabra violenta y magnética desde aquel sitio, que cree uno aún percibir el eco de su oratoria encrespada y sonora. Recuerdo la última vez que lo oí hablar. Fue el 26 de noviembre de 1925. Ya Machado había descargado su aparato de represión y terror sobre el estudiantado en rebeldía, amenazando con arrebatarle las conquistas logradas en la revolución de 1923, lo que al cabo obtuvo con la ayuda de los estudiantes traidores. La atmósfera era tensa. Mella —aclamado por todos— subió a la improvisada tribuna. Su mirada resuelta y brillante se recogió un momento en sí misma, y luego, con gesto dominador y altivo, la melena flameante, el brazo poderoso rubricando el aire, rompió a hablar. Cuando concluyó toda aquella muchedumbre de jóvenes enardecidos pugnaba por estrecharlo en sus brazos. Fue esa la última vez que lo oí hablar y la última también que lo hizo en Cuba. Al día siguiente fue arbitrariamente detenido y, como protesta, se declaró en huelga de hambre. En el recuerdo de todos está, vívidamente registrado, aquella proeza suya de mantenerse diecinueve días sin tomar alimentos, en medio de una formidable agitación nacional y continental. Los que alguna vez nos hemos visto en parejo trance, sabemos muy bien que sí, para mantenerla tres días se requiere un temple de acero, para sobrellevarla diecinueve, sin vacilaciones ni desmayos, como Mella, es preciso estar vaciado en moldes excepcionales. Amenazado de muerte, lleno aún el ambiente de los rumores de su hazaña, Mella se vio obligado a partir al destierro. Va a Panamá, a Guatemala, a México. En este último sitio levanta establemente su tienda. La lucha revolucionaria lo absorbe totalmente. Un año después Mella ha sufrido una gigantesca transformación. Su visión política es más fina, su preparación teórica es ya consistente, su palabra revolucionaria ha madurado: Mella es ya el líder de fibra continental, de que nos hablara un embajador soviético al pasar por la Habana. Ocupa posiciones de altísima responsabilidad en los organismos revolucionarios mexicanos. Habla. Escribe. Multiplica su actividad de manera asombrosa. Funda la ANERC y su hoja de combate, Cuba Libre. Va a Bruselas, al Congreso mundial contra el imperialismo y la opresión colonial, donde presenta un amplio y documentado informe titulado «Cuba, factoría yanqui». Retorna a México. Mella es el eje de la lucha revolucionaria continental. Su insólita capacidad energética, le permite estar en todo, vigilante y certero. Organiza y elabora un libro sobre el problema revolucionario de Cuba, que la muerte dejó trunco. Un panfleto que se ha hecho célebre, denuncia, critica y desenmascara al APRA. (Asociación Para Revolucionarios Arrepentidos). Arde en ansias de volver a Cuba, cuyo proceso revolucionario sigue alerta. Balazos asesinos tronchan su deseo. Mella muere antes de que caiga, por el empuje revolucionario de las masas, el régimen sanguinario de Machado, que él había previsto en un artículo suyo publicado en Juventud. Ahora vienen sus cenizas a Cuba. Llegan, por dramática coincidencia, en uno de los más agudos momentos de la historia económica y política de Cuba. Un insolente y poderoso cerco de cañones aprieta la Isla convulsionada, amenazando vomitar sobre ella la desolación y la muerte, porque el ascenso revolucionario de las masas va en ritmo creciente. La intervención pasó ya del plano de la inminencia al terreno de la realidad concreta. Está en franco período de evolución. El desembarco de marinos sólo sería su culminación. Y ella va centralmente dirigida contra el movimiento revolucionario de los elementos de fila del Ejército y la Marina y de las masas oprimidas que luchan por su liberación nacional y social. Contra esa realidad no pueden las organizaciones revolucionarias cruzarse de brazos. La coyuntura es de lucha, constante y diaria, a la cabeza de las masas. Hay, pues, una perfecta sintonización entre la atmósfera revolucionaria que vivimos y la llegada de los restos de Mella. Es preciso que ese día estemos todos en el muelle, en haz apretado y nutrido, para demostrar nuestra adhesión militante al luchador incansable cuya palabra sigue resonando entre nosotros y como protesta contra la intervención y el imperialismo y apoyo decidido y fraternal a los soldados y marinos. 1933 Rubén Martínez Villena Inolvidable para nosotros* Camaradas, aquí está, sí, pero no es un montón de cenizas, sino en este formidable despliegue de fuerzas. Estamos aquí para tributar el homenaje merecido a Julio Antonio Mella, inolvidable para nosotros, que entregó su juventud, su inteligencia, todo su esfuerzo y todo el esplendor de su vida a la causa de los pobres del mundo, de los explotados, de los humildes… Pero no estamos sólo aquí para rendir ese tributo a sus merecimientos excepcionales. Estamos aquí, sobre todo, porque tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar al calor de su generoso corazón revolucionario. Para eso estamos aquí camaradas, para rendirle de esa manera a Mella el único homenaje que le hubiera sido grato: el de hacer buena su caída por la redención de los oprimidos con nuestro propósito de caer también si fuera necesario… 1933 * Tomado de Eduardo Castañeda. «Mella y Rubén.» En «Páginas de una misma historia.» Mella [La Habana], 18 de octubre de 1965, p. 7. Palabras ante las cenizas de Mella el 29 de septiembre de 1933. (Título atribuido, A.C.) Juan Marinello Cenizas sin muerte* I Escribo sin sosiego, con la alegría tumultuosa de la llegada a la tierra entrañable, con la visión de un pueblo que comienza a afirmarse en su camino revolucionario. La multitud enternecida y fuerte que ha rodeado con limpia reverencia las cenizas de Julio Antonio Mella, ese barro humano encendido de pura exaltación, será mañana —pronto— el motor de nuestra liberación. El pueblo, decía Martí, es el verdadero jefe de las revoluciones. Y la masa cubana —la masa vilipendiada, oprimida, desconocida—, está ya en la conciencia de su poder. Julio Antonio Mella, como el Cid legendario, está ganando las más grandes batallas con sus restos inertes. Hasta después de muertos somos útiles, dijo él una vez. Si las cenizas del gran luchador no tuvieran para las masas revolucionarias del Continente una significación altísima, su traslado a Cuba hubiera sido fácil. Hubieran llegado a reposar. Y han llegado a inquietar, a exigir, a batallar. Sabía bien el gobierno de México lo que hacía al perseguir con saña salvaje a los que querían devolver a Cuba las cenizas activas. Esas cenizas guardan el grito de las multitudes desangradas día tras día en los cañaverales, en las minas, en las fábricas de América. Esas cenizas acusan en su inanidad a toda una raza continental de politiquillos subidos al mando por el trampolín de la Embajada yanqui, maldicen en su mudez a toda una familia de intelectuales que desde el Bravo hasta la Patagonia callan la verdad por miedo, por codicia y por vanidad; quieren ahogar, apagar con violencia en la garganta miserable, la voz de los que estorban, con la promesa de posibles acomodamientos, la lucha entre los que todo lo poseen y los que no poseen más que la verdad. Las cosas en México ocurrieron así. * El primer artículo se publicó en Bohemia, 1 de octubre de 1933, pp. 34-35; el segundo, el 29 de octubre de 1933, p. 26; y el tercero, el 22 de agosto de 1975, pp. 44.45 al velarse su cenizas en el Aula Magna de la Universidad de la Habana y ser llevadas en peregrinación hasta el Museo de la Revolución, donde se guardaron hasta que se terminó el Memorial Mella (10 de enero de 1976). Día 5. El Comité de Frente Único Pro-Mella ha quedado formado al mediodía. En él están representadas todas las entidades revolucionarias: Partido Comunista, Socorro Rojo, Liga Juvenil Comunista, Federación de Estudiantes Revolucionarios de México, Ala Izquierda Estudiantil de Cuba… Y un grupo de intelectuales anti-imperialistas. Las labores urgentes han quedado acordadas; una colecta para el traslado de los restos a La Habana, la organización de una gran velada en la Universidad, mítines numerosos en fábricas y sindicatos. Hay entusiasmo y cordial entendimiento entre todos. Hasta los estudiantes de derecha aceptan que no se falsee la fisonomía revolucionaria de Mella, que se exprese de modo categórico su postura de antiimperialista y de comunista. Hemos quedado citados para el día siguiente. A las nueve de la noche… El compañero Bonachea nos trae una rara noticia; el Departamento de Salubridad ha dispuesto que al día siguiente, casi al amanecer, sea la exhumación. Rápidamente tratamos de avisar a los más fieles. Muy pocos estarán presentes, lamentamos. Día 6. Jorge Rojas y el notario llegan los primeros al Panteón de Dolores. El notario es un viejo porfirista que ignora entre qué gentes se mueve. Se atusa solemnemente unos bigotes híspidos anteriores a Palo Blanco. Pide los libros sepulcrales. Se revuelven infolios, expedientes, tomos. Al fin, el dedo curial se detiene: Don Julio Antonio Mella, tumba 45. El Don suena como una ofensa grave. El grupo se dirige silencioso a la tumba 45. Llegamos. El sencillo monumento que el Partido Comunista de México ofrendó al gran muchacho está sobre la tumba. La rodeamos con emoción contenida. Los minutos se alargan demasiado. A cada paletada sigue una lluvia de desinfectantes que los funcionarios de Salubridad van fabricando en un equipo complicado. Va enseñándose el hueco negro. Al fin, un golpe seco: la caja. Nos miramos con seriedad absoluta. Miramos todos hacia el fondo del hueco. ¿Cómo estará? Miro hacia el frente. Mirta, Jorge, Caridad, Rodolfo, Gerardo… todos en una firme y sobresaltada espera. Siguen su obra las azadas. Saltan unas maderas deshechas. Debajo de ellas queda la tierra negra, manchada por pedazos de huesos blandos, terrosos. De pronto, uno de los zapadores levantan un maxilar amarillo, pequeño, cobarde. De todos sale un grito. ¡No! Se buscan los libros sepulcrales. El error es evidente. Allí se enterró, hace veintidós años, a un buen señor manso y anónimo. El monumento levantado por el P. C. de México fue movido de su verdadero lugar. Se ha escarbado en la tumba 44. Que se comience, vaya a la 45. La misma espera. Igual ansiedad soterrada y lacinante. Las paletadas de tierra. La lluvia de formol. Y otra vez el golpe contra la caja. Y la misma pregunta: ¿Cómo estará? Ahora la caja es fuerte, con la envoltura de una tela oscura casi sana. Se tiran al fondo las cuerdas. Se trae a flote el ataúd. Se deja cuidadosamente junto al hueco. Nueva lluvia de formol que todos sentimos en la piel. Al fin, un gran golpe hace volar la caja. Unos instantes de indefinible mudez. Y en seguida: ¡Es él! Dentro de la caja hay un esqueleto todavía envuelto en vestiduras. La calavera —blanquísima— es grande, fuerte, el mentón poderoso, retador. La frente está tajada al medio, horriblemente. De la parte superior arranca la melena inconfundible, en onda rebelde, como una llama vengadora. ¡Es él! Sólo se oye el tic-tac de las cámaras fotográficas. Y el ruido tímido del viejo filosofar frente a la muerte. Junto a mí un hombre alto y flaco habla quedamente de la vanidad de las luchas humanas. Esto es todo, musita. Y desliza entre mis manos dos fotografías derrotadas por el roce del bolsillo. —No me abandonan nunca —me dice. Mi mujer, usted sabe, me pelea por esto, pero no me importa… En una está el luchador en su gran belleza viril en el goce de su cuerpo perfecto, en la gracia de su sonrisa sin reverso. En otra, una mujer sin ropas hipócritas en la pureza de sus carnes apretadas y limpias, atisbando al héroe con una expresión infantil y pensativa. ¡Qué gran pareja hacían!… Y ahora, ¡mire usted, mire! Voy de las fotografías al ataúd. No sé lo que pienso. Miro a lo lejos, a los pinos, a los cerros azules del Ajusco. Un coro fuerte y tierno me rompe la meditación cobarde. El ataúd ya no está junto a mí. Lo llevan sobre las cabezas mujeres y hombres por la ancha avenida bordeada de cruces, «Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan…» Llegamos al horno crematorio escoltado por un gran número de gendarmes. Ya, entre los que miraban al fondo del hoyo, habíamos reconocido a Sotomayor, el mastín que nos disolvió, a golpes de rifle, el mitin antimperialista de la calle de San Miguel. Entramos. La caja queda en el horno. Hay que esperar mucho. El horno es primitivo, elemental. Precisan dos horas para que su obra se consume. Nos sentamos en el suelo mientras las llamas muerden los huesos. Vemos cómo van llegando más gendarmes armados hasta los dientes. Llegan dos, tres, cuatro ambulancias. La pesca va ser gorda, pensamos. Dorantes habla sin miedos, como siempre. Detrás de él Bonachea. Luego, Consuelo Uranga, con palabra precisa y poderosa. Por último Sánchez Cárdenas. Entra la jauría. Aprehende a los oradores. Y a un buen número de hombres y mujeres muy conocidos ya en los mítines en que se dice la verdad. Las ambulancias parten llenas. Vuelven, para llenarse de nuevo. Un grupo pequeño queda esperando que los huesos sean cenizas, en un ambiente cargado de indignación y de rebeldía. Al fin sacan del horno las parihuelas con los restos humeantes. La cremación ha sido incompleta. Los huesos del cráneo están casi intocados por el fuego. Será necesaria una nueva incineración. Pero no hay tiempo que perder. Fuera, parece que el cerco es menos denso. Pero, quizás… Los huesos a medio quemar son depositados en una caja tallada al viejo estilo. Salimos a las avenidas del cementerio. Los grupos de gendarmes cuchichean y anotan. Pasamos entre ellos con la caja muy apretada —Debe llevarla usted a la Agencia Alcázar, opinan los más. Esta gente es capaz de todo; pero quizá se atrevan a menos porque el traje y los cargos les imponen mucho. Con usted, que es profesor, quizá… Salto a un automóvil. Partimos para la Agencia a todo andar. Dejo en el salón de exposiciones las cenizas en su caja majestuosa de yelmos tallados. Espero. Llegan a poco los compañeros. Sacamos con precauciones las cenizas. Quedan en casa de la admirable 1 Mirta Aguirre. Minutos después llegan a la Agencia Alcázar los gendarmes furiosos. Nada. Ya no están aquí, contesta asustado el señor gerente. Han volado. Por hoy están salvadas. 1 Mirta Aguirre Carrera (1912-1980). Poeta, ensayista y profesora universitaria. En realidad, las cenizas estuvieron en poder de Caridad Proenza, quien las protegió hasta que el grupo partió hacia Cuba. Caridad Proenza no vino en la comitiva. II El Comité de frente único Pro-Mella seguía reuniéndose diariamente con las consabidas precauciones. Cambios de lugar, horas inusuales, rumbos insospechados. Era preciso obtener en tiempo cortísimo la cantidad que asegurase la llegada de los restos de Julio Antonio a La Habana. Las noticias de Cuba eran importantísimas, de enorme significación política. Sobre la isla marchaba, en son guerrero, media escuadra yanqui. Cada mañana nuevos destructores partían hacia el sur. Había una confusión risible en ciertas noticias: en el poder, un gobierno comunista con Porfirio Franca, banquero yanqui, en su dirección… De otra parte, hechos de innegable trascendencia: los ingenios en manos de los obreros, las banderas rojas, alegrando las calles de La Habana y de Santiago, la Liga Antimperialista organizando mítines monstruos en el Parque Central. Y en el Ejército, un sargento columbiano nombrado Fulgencio mandando la tropa y fusilando metódicamente a la oficialidad machadista-menocalista… En cada amanecer nos llenaba de sorpresa la confusión esquemática del cable. Pero habría sobre todas las cosas, una gran verdad: el caso cubano subido a problema del día, llegado a actualidad continental, mundial. Cuba en la primera plana de los periódicos de París, de Berlín, de Moscú. En los bulevares, al decir de un regocijado semanario parisino, se hacía una frase: ¡Quién viviera en Cuba! Allí la vida está a tiro de fusil… Los momentos exigían indeclinablemente el traslado de las cenizas a La Habana. Si no se hacían las cosas a todo correr podría ocurrir que la ocupación militar por el imperio impidiese su entrada. Y en ninguna ocasión podían combatir mejor la amenaza yanqui los restos de Mella. Reunir dinero para fines auténticamente revolucionarios es una interesantísima lección. Todas las posturas, todos los recelos, todos los miedos vienen a flote. El hombre gordo, bien entendido con la vida, que da su contribución a escondidas de su esposa; el intelectual «chambista» que ruega, con una sonrisa ambigua, que no lo anoten en la lista: —«No hay necesidad de publicar un acto tan sencillo.» El empleado sumiso y puntual que indaga tímido si ha dado ya el señor Subsecretario. El médico de próspera clientela, defensor eminente de su clase, que manifiesta rotunda y enfáticamente que él no se mete en líos sin necesidad. Y, con todo, cada comisión «de asalto» llegaba al Comité con algunos tostones. Pronto pudo fijarse la fecha del envío de las cenizas. Quedaba sólo organizar una gran velada en que obreros, estudiantes e intelectuales dijeran con toda verdad la significación revolucionaria de Julio Antonio Mella. Se solicitó y obtuvo el Anfiteatro Bolívar, de la Escuela Nacional Preparatoria, enclavado en el edificio mismo de la Universidad. El anfiteatro Bolívar, verdadero Salón de Actos universitario, no es un local vulgar. Ensamblando magistralmente una sobria modernidad en la vieja casa de los jesuitas, sus constructores han logrado un recinto bello y eficaz. Del escenario, a ras del suelo, sube con violencia hasta el techo lejano una gradería nutrida. Desde ella la multitud mira hacia abajo al orador un poco irónicamente, como el sabio al microbio preso entre los cristales del microscopio. Detrás del orador hay un órgano decorativo que alude finamente a 2 las paredes conventuales y una pintura mural de Diego Rivera en la que juegan como en casi toda la obra de este maestro en escándalos, un prodigioso sentido de la composición con una desesperante elementalidad simbiótica. 2 Diego Rivera (1886-1957), gran pintor mexicano. A través de Tina Modotti (1896-1942) Mella hizo amistad con él. Rivera acompañó a Tina en todas las gestiones para denunciar el asesinato y fue uno de los oradores en el entierro de Mella. Aquella noche, el anfiteatro fue llenándose lentamente. Los obreros, trabajadores en barrios lejanos, llegaban por fuerza con algún retraso. Venían ansiosos de recordar a su gran compañero de otros días, de otras luchas. Entre ellos se distinguía un grupo no muy numeroso de estudiantes y algunas señoras en trajes suntuarios, pintadas y consteladas cuidadosamente. Cerca de ellas, en charla banal, unos cuantos diplomáticos plácidos y barrigudos. Las señoras y las «excelencias» venían a un recital anunciado para más tarde. Pero nunca estaba de más oír primero «esas cosas horribles que dicen los comunistas». No sospechaban, a la verdad, la que les esperaba. El Presidium se integró tan pronto los asientos quedaron ocupados. En el centro, por acuerdo unánime. Mirta Aguirre. Con ella González Aparicio, Jorge Rojas, Gerardo Castellanos, Alfaro Siqueiros, Bonachea, García Rodríguez y representaciones de CSUM de los ferrocarriles, de la Liga Juvenil Comunista, de la Liga Antimperialista de México. Todas toman asiento detrás de una mesa larga. Sobre ella, el cofre que contiene las cenizas. A un lado, el retrato a gran tamaño en que Mella reta, la frente empinada como el mentón, la injusticia terca de los hombres. Habla González Aparicio, mesurado, incisivo, convincente. Después, un representante de la Federación de Estudiantes derrama, a la manera académica y cursi de otros días, estrellas y gardenias sobre la tumba de Julio Antonio. Protesta general que dura mientras el retrasado sinsonte ocupa la tribuna. Le sigue el representante de la Liga Juvenil Comunista con un discurso corto y eficaz. El orador que habla a nombre del Partido Comunista, al que Julio Antonio perteneció en México, hace un análisis justísimo de la realidad política cubana. Es hombre que ha residido largo tiempo en La Habana, que conoce en lo íntimo los resortes criollos y las armas yanquis, que sitúa en su verdadero papel a los gobernantes cubanos de ahora y de un mañana inmediato: servidores, alguna vez inconscientes, de una fuerza económica extraña y omnipotente. Palabreros de la peor demagogia, logreros de cada ocasión propicia. Su trabajo, de una precisión cortante, entusiasma para después, que es el entusiasmo que importa. Tula Sánchez Rueda dice unas palabras atinadas y claras a nombre del Ala Izquierda Estudiantil de Cuba. Después un líder de la CSUM expone cómo el movimiento proletario de México está detenido, desviado, pervertido por los falsos predicadores de la liberación social. El cuadro que pinta con verdadero vigor, es triste: necesidad de una lucha más fuerte, más constante, más organizada. García Rodríguez, a nombre de los Estudiantes Revolucionarios, enciende al público, un poco contenido en su entusiasmo. Hay una parte de su discurso dirigido a los policías que en buen número se advierten ya entre el público. Baja de la tribuna entre grandes 3 aplausos y gritos en que se pide que salgan los esbirros. Germán Lizt Arzubide cierra la velada con una oración vibrante, afortunadísima de tema y tono. 3 Germán Lizt Arzubide, poeta, trabajó con Mella en el comité Manos Fuera de Nicaragua. Desde el Presidium hemos observado la reacción de cada sector de los oyentes. A todos ha llegado la noticia de que numerosísimos policías han rodeado el edificio, de que fuera espera en las cuatro esquinas, con sable desenvainado, mucha tropa, de que el famoso Sotomayor está en la puerta esperando la salida del público. Las señoras y los diplomáticos maldicen su curiosidad malsana, y miran temblando hacia todas partes. Unos esperan con esa terrible calma mexicana, que las cosas ocurran, otros se levantan indignados ante el inconcebible allanamiento de los locales universitarios. Mirta recomienda que todos unidos detrás de las cenizas formen, a la salida, la defensa de los oradores. En un conjunto apretadísimo vamos todos, con las cenizas en medio, hacia la puerta principal. Antes de llegar a ella, ya los polizontes están dentro en número crecido con los rifles amenazando. Los jefes lucen en las manos las pistolas relucientes. Sucede el choque inevitable. Un grupo de policías se ha abalanzado sobre el cofre de las cenizas. Los portadores del cofre han contestado bien. Un teniente enarbola un látigo, lo hace sonar sobre los compañeros más cercanos, Gerardo Castellanos hace caer al teniente de un certero golpe. La confusión dura unos minutos. Hay una pugna ruda, sin gritos, sin miedos, sin sustos. Cuando se hace la calma se advierte que ha desaparecido el cofre. Comienza entonces el recuento para las detenciones. Sotomayor da órdenes a sus auxiliares; un grupo numeroso de obreros es lanzado violentamente a las ambulancias que esperan en la calle entre la nutrida caballería. Después comienza la laboriosa identificación de los oradores. El chasco policíaco es grande. Casi todos, a tiempo, han salido por la calle trasera o por las azoteas vecinas. Pero quedan algunos. Lizt Arzubide es aprehendido, en el acto. Después las hermanas Proenza, a quienes han confundido con Tula Sánchez Rueda. Cuando, de los últimos, vamos a trasponer la puerta, Sotomayor nos entrega a una teniente: «A este con cuidado, que es profesor». Y pasamos a una ambulancia repleta ya de detenidos. A poco tenemos al lado a las hermanas Proenza con Gabriel García 4 Maroto que ha querido, gallardamente, acompañarlas a la prisión. A poco, andamos ya hacia la Comisaría. Llegamos. Nos introducen a todos en un salón color de sangre que tiene, por único adorno un enorme cartel: ¡Silencio! Empiezan unas interminables clasificaciones que duran más de una hora. —Usted para allá. —Ven tú aquí. Los modales no son distinguidos… A varias muchachas les sangran los codos. Van y vienen gendarmes de toda categoría. Entra mil veces un señor alto y seco, de ojos de acero. Va mirando, uno a uno, los presentes, formados en varias filas. Sólo en silencio. ¿Hasta cuándo durará aquello? ¿Qué ha de ser de nosotros? — preguntamos— «Es que ha de aclarase cuál de estas muchachas fue la que habló en el mitin…» —Ninguna de ellas, respondemos. Hay nuevos conciliábulos, consultas, dudas. Al fin Sotomayor, con aire paternal decide: «—Sí pueden irse las muchachas. Yo, que soy un gran policía sostuve siempre que la que subió a la tribuna tenía los zapatos calados…» Y usted, nos dice, preséntese mañana a las cuatro al señor Jefe de Investigaciones…» Salimos, mientras quedan, presos por tiempo indefinido, numerosos trabajadores. Lizt Arzubide salió al otro día, después de una noche en trato infamante con los chinches de contumacia policial. 4 Gabriel García Moroto, artista plástico, que había vivido en Cuba. Mientras esto ocurría, los altos jefes abrían solemnemente el cofre. Dentro desde luego no había cenizas. Sólo una carta con un texto expresivo, dedicado a las autoridades policíacas… Los jefes estrujaron feroces el papel. —«Esto encima… Después de que se nos escapa entre las manos el orador del Partido…» III Hace 42 años y desde éstas mismas páginas, discurrí sobre los hechos que impidieron dar reposo definitivo a las cenizas de Julio Antonio Mella, traídas de México. Nuestras informaciones se cobijaron bajo el título «Cenizas sin muerte», y no faltaron los voceros del buen sentido y de la prudencia en la expresión sosteniendo que tal título era idealista y retórico en demasía. Satisface comprobar, a más de cuatro décadas de distancia, que fue ajustada la calificación. Ahora, entre los actos recordando el 50 aniversario del Primer Partido Marxista-leninista de Cuba, se ha rendido homenaje a los restos del gran precursor con presencia de nuestro Primer Ministro y de los integrantes del Gobierno Revolucionario en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. El Museo de la Revolución recibirá los preciados despojos hasta depositarlos en el monumento a la memoria de Mella. Frente a su Universidad se elevará el mausoleo guardará para siempre las cenizas ahora reverenciadas por el pueblo y su Gobierno. El emplazamiento es un firme acierto. La presencia permanente del guiador se alzará en el ámbito que le es oportuno y debido: frente a la Casa de Estudios donde desarrolló sus primeras actividades revolucionarias y en la calle, entre los trabajadores y el pueblo, a los que dio lo más poderoso y duradero de su acción guiadora. Si fue Julio Antonio quien sitúo sobre nuevos niveles la rebeldía estudiantil, pidiendo una Universidad servidora de la mayor justicia y fuente de una cultura libertadora, fue también, en definitiva, conductor enérgico y certero en la lucha del proletariado y de las masas populares, orientándolas, por las sendas del marxismo-leninismo, hacia la liberación definitiva. La pleitesía nacional al gran líder está entrañablemente unida al relieve y significado de su existencia. Fue Julio Antonio fundador, con Carlos Baliño, del Partido Comunista de Cuba. En su arranque, representa Baliño la continuidad revolucionaria que viene a probar la afirmación de Fidel, que solo un ímpetu libertador trasciende desde Yara hasta la Sierra Maestra, mientras Mella es el ejemplo del joven sagaz y valeroso que señala con su empuje el futuro triunfante. El Partido fundado por Baliño y por Mella mantuvo a lo largo de treinta y seis años la limpia bandera que educó, organizó y dirigió la lucha revolucionaria en el duro período que termina con nuestra verdadera liberación en 1959. Sobre errores e insuficiencias inevitables aquel Partido se mantuvo fiel a sus principios, independiente en su acción y trabajando sin cansancio por la unidad obrera y popular. La calidad y el sacrificio de luchadores como Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, José María Pérez, Amancio Rodríguez y Paquito Rosales, entre otros muchos, así como la huella imborrable de Lázaro Peña, dirigente capital de nuestro proletariado, no pueden ocurrir sin la vigencia de una ideología y de una acción afincada en una teoría política científica y proyectada sin cansancio sobre la realidad cubana. Todo ello ha sido recordado y honrado ahora en el homenaje a Mella. Pero existe todavía una razón de más hondo sentido para la evocación excepcional. Nuestra Revolución ha realizado, en su lucha victoriosa, los objetivos primordiales de Julio Antonio Mella. Su combate consciente e inquebrantable contra el imperialismo yanqui ha tenido un triunfo decisivo en la Revolución dirigida por Fidel Castro. El artículo de Julio Antonio en que afirmaba que no había ganado Cuba un solo momento de libertad ha sido contestado en Playa Girón, como la carga para matar bribones que pedía Rubén se produjo en el Moncada. Daría mucha luz sobre este homenaje a Julio Antonio Mella el enfrentamiento de la realidad que rodeó, hace 42 años, la vela de sus cenizas y el respeto y la devoción universales que las han abrazado ahora. En 1933 las cenizas de nuestro líder fueron despedidas en la ciudad de México por los sables de la Policía Montada y recibidas en La Habana por los rifles de los soldados comandados por Batista, cumpliendo órdenes de la Embajada de los Estados Unidos. El imperialismo, que había impuesto a Machado el asesinato de Mella en tierra mexicana, tenía conciencia de lo que latía en el fondo del amor militante de las multitudes que seguían los restos amados. Creyó, con la ceguedad de todos los opresores, que impidiendo el homenaje póstumo quedaría olvidada la voz combatiente que había adquirido, en su denuncia penetrante e implacable, jerarquía continental. El presente venturoso que vive Cuba cumple el mandato histórico de nuestro tiempo: mientras el imperialismo es derrotado de sus enclaves primordiales, el pensamiento socialista enarbolado por Mella gana todos los días victorias decisivas. La singular recordación de Mella tiene lugar en los momentos en que todo el país discute, con generoso entusiasmo, las tesis que van a considerarse en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba. La gran fuerza dirigente del Estado y del pueblo se dispone a superar su acervo teórico y su acción incansable para llevar a nuevas metas la obra de la Revolución. Es una tarea que sobrepasa por su relieve histórico los límites de nuestra isla, los principios y propósitos que otorgaron vigencia inmortal a Julio Antonio Mella, alcanzando el poder y la eficacia que él soñó en sus días de adelantado del marxismo en Cuba y en el Continente. En las decisiones del Primer Congreso recibirá nuevo y más alto homenaje el luchador que proclamó que el revolucionario puede ser útil después de la muerte. Su caso lo confirma. Nuestro vaticinio, hace 42 años, desde las páginas de Bohemia, ha sido cumplido. Sí; cenizas sin muerte, vivas en el amor del pueblo y en nuestra mejor historia. ¡Cenizas sin muerte! 1933, 1975 Pablo de la Torriente Brau Mella, Rubén y Machado: un minuto en la vida de tres protagonistas* Voy a escribir un relato en el que juegan papel fundamental tres verdaderos protagonistas: dos hombres excepcionales, Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, y una bestia, también excepcional, Gerardo Machado y Morales. Hoy, mientras la bestia aún vive, convertida en «Asno errante», como felizmente ha dicho Raúl Roa parodiando la frase genial de Rubén, este y Mella están muertos; pero el generoso sacrificio de sus vidas los ascendió a la categoría de héroes y a la evocación de sus nombres se levanta un clamor de admiración. Pertenecen ya a ese tipo singular de hombres por quienes el pueblo siente el irresistible impulso de hacerlos perfectos, sin manchas y sin debilidades...! Alrededor de los tres protagonistas de este relato, que puede ser un capítulo para la biografía de cualquiera de los tres, hay otra serie de individuos de muy diversa importancia dentro del mismo. Están el señor José Muñiz Vergara, con cuya narración y la que me hizo el propio Rubén, he reconstruido el momento histórico; están Barraqué y los Ayudantes Presidenciales, y están los amigos y compañeros de Julio Antonio Mella, que integraron el Comité Pro Mella, o lo auxiliaron con mayor o menor eficiencia. De este grupo, que tan digna y excepcional actitud asumió entonces, no todos realizaron igual esfuerzo. Pero lo importante no es eso, sino decir, que no todos continuaron firmes en el combate al pasar los años y aun, que más de uno derivó de tal manera en su camino que hoy su nombre para Mella sólo merecería un gesto de desprecio. Y todo sucedió en el patio de la casa de Jesús María Barraqué, secretario de Justicia entonces, una mañana, como a las once, el día 12 de diciembre de 1925. Lo recuerdo, porque era día de cumpleaños para mí. * Tomado de Pablo de la Torriente Brau. Pluma en ristre. Selección de Raúl Roa. La Habana, Ediciones Venceremos, 1965, pp. 117-126. Publicado originalmente en Ahora. Magazine Dominical [La Habana], 6 de enero de 1935, p. 1. Mella en la agonía Julio Antonio Mella, joven, bello e insolente, como un héroe homérico, agonizaba de manera dramática en la Quinta del Centro de Dependientes, abatido día a día por una decisión de no ingerir alimentos, como protesta por su arbitraria prisión. A su alrededor, Olivín Zaldívar, su compañera; Gustavo Aldereguía, su médico; Orosmán Viamontes, su abogado; y Rubén Martínez Villena, Aureliano Sánchez Arango, Leonardo Fernández, Carlos Aponte Hernández, Gustavo Machado, Salvador de la Plaza, José Z. Tallet. Luis F. Bustamante, Jorge Vivó, Jacobo Hurwitz, Manuel Cotoño, Israel Soto Barroso, y alguno más que lamento no recordar, seguían con ansiedad el angustioso declinar de aquella juventud, espléndida como pocas; de aquella varonía hercúlea del Julio Antonio de los 22 años, tensos aun los elásticos músculos por el esfuerzo de las últimas regatas. Y la muerte era una realidad abrumadora que avanzaba con la implacable ley del almanaque y el reloj. El grupo de compañeros y amigos, unos como miembros de Comité Pro Mella, otros como simples colaboradores, luchaba por obtener su libertad, consciente de la enorme responsabilidad que sobre él caía: no se daba un minuto de descanso. Yo recuerdo con estupenda precisión aquellos días en que, con frecuencia, llegaba Rubén al Bufete de Fernando Ortiz, Giménez Lanier y Oscar Barceló -donde trabajaba yo entonces y él había trabajado antes- nervioso, agitado, y, unas veces me contaba el estado del proceso que marcaba la agonía de Mella, y, otras, bien me pedía que le pusiera «en limpio» algún escrito -era un mecanógrafo bastante irregular- bien venía acompañado de Jorge Vivó o algún otro compañero para redactar algún escrito, algún boletín o manifiesto. ¡Días febriles aquellos!… Telegramas, cables, discursos, protestas, boletines!… Y la república entera, alerta, asustada, expectante, presenciando la estupenda lucha de un hombre que agonizaba por su propia voluntad, rodeado de un escaso número de compañeros, haciéndole frente a una bestia furiosa y omnipotente. Aquella lucha heroica fue la que proclamó hipócritas y cobardes a todos los que después de ella tuvieron el cinismo de continuar rindiendo sus alabanzas al gran homicida…! Pero Mella se moría, y, a pesar de todas las protestas; a pesar de las manifestaciones efectuadas en varios lugares del extranjero; a pesar de la expectación peligrosa en que se encontraba la República, la estupidez de un hombre cegado por sus instintos no acababa de comprender lo que significaría el que Mella se muriera de hambre como el Alcalde de Cork, por protestar por una prisión arbitraria, al comienzo de la cual lo habían pretendido asesinar en plena calle, al ser trasladado para la cárcel. Machado, que era lépero en política, y astuto en los negocios, se cegaba al olor de la sangre. El subconsciente de carnicero lo perdía. ¡Machado era incapaz de comprender lo que significaba Mella, muerto de hambre por pedir justicia!… ¡Y Mella se moría!… En busca de la libertad Por muy revolucionarios que fueran los compañeros de Mella, y por mucho que comprendieran la extraordinaria significación que tendría para el avance del movimiento revolucionario en Cuba, la muerte de Julio Antonio Mella, asesinado por hambre, eran, también, sus camaradas, sus amigos, y, por el conocimiento que tenían de él, adivinaban todo lo que podía esperarse de aquella exuberancia incomparable de vida, puesta con la pasión de una juventud extraordinaria, al servicio total de la revolución. ¡Y Mella se moría!… Se moría porque él no iba a tomar alimentos y el Comité, por más que había habido sus vacilaciones en el mismo, había decidido también no solicitar de él, en sus momentos de lucidez, que rompiera la huelga de alimentos… (¡Y Mella los hubiera echado de su lado si se lo hubieran pedido!) Por lo tanto, como se trataba de hombres inteligentes, comprendieron que eran espectadores protagonistas, así- de un duelo entre una fiera y un hombre, y conociendo hasta qué punto era bestia en sus terquedades Machado, ¡se decidieron por domar a la fiera!… De ahí la campaña de agitación intensa que desarrollaron y de ahí que, cuando comprendieron que Mella se moría sin que Machado, en su locura sanguinaria comprendiese lo que ello significaba, decidieran enfrentarse con este último para domarlo. Y sobre Gustavo Aldereguía y Rubén Martínez Villena, médico y abogado de Mella, respectivamente, recayeron los papeles de domadores de aquel tigre suelto. Rubén, que conocía desde los tiempo de Zayas, cuando había luchado en la organización de los Veteranos y Patriotas, al Capitán Nemo, pseudónimo del capitán Muñiz Vergara, hombre singular de numerosos conocimientos, prodigiosa memoria y casi infinitas relaciones, recordó que este, que conocía a Machado desde largos años, podría, con tal carácter, obtener de él la rápida entrevista que la gravedad del estado de Mella exigía. Pero el Capitán Nemo, por virtud de su largo conocimiento de la vida y de los hombres, opinó que sería más práctico el ver, antes, a Jesús María Barraqué, quien, una vez convencido de la conveniencia de poner fianza a Mella, podría obtener de Machado que tal medida se dispusiese. Con el licenciado Barraqué Acordado este plan, por la mañana cogieron el tranvía para ir a casa de Barraqué, Rubén Martínez Villena y Gustavo Aldereguía, acompañados de Muñiz Vergara. Pero este último, metódico en el análisis de todos los problemas, había llegado a la conclusión de que Gustavo Aldereguía, de temperamento impulsivo, podía echar a perder la entrevista, por lo que, al pasar por la Universidad, le pidió que no los acompañara hasta la casa de Barraqué, con el que se entenderían él y «Villenita», como le decía a Rubén. Y llegaron solos al patio de la casa de Barraqué, Rubén y Muñiz Vergara. Este, experto conocedor de las maderas del país, se puso a mostrar a Rubén los errores que se estaban cometiendo, por desconocimiento de las mismas, en la colocación de las tablas para un bohío que construía el licenciado Barraqué en el patio de su casa, con ocujes, yabas y otras maderas, cuando apareció el entonces Secretario de Justicia, que estaba medio malo. La entrevista con este, habilidoso y dicharachero, comenzó en buen tono. El Capitán Nemo hizo la introducción al problema, para que luego Rubén expusiera las razones del Comité Pro Mella. Le hablaba Muñíz Vergara al licenciado Barraqué sobre la importancia que tendría la muerte de Mella, cuando, inesperadamente, hizo su aparición la máquina del Presidente de la República, que acudía, rodeado de ayudantes, a felicitar o a traerle un regalo a la hija de Barraqué que se casaba esa noche, según recuerda el Capitán Nemo. Frente a la bestia Machado, con su cara monstruosa de rana risueña, rodeado de los entorchados de sus ayudantes militares, avanzó hacia Barraqué para felicitarle por la boda de la hija. Muñiz Vergara, hombre de altivo continente, se quedó a un lado. Rubén, con sus ojos azules y su boca fruncida, observaba a la bestia disimulándole el odio en la curiosidad de la mirada… De pronto, Machado vio a Muñiz Vergara y se le acercó amabilísimo para abrazarlo. Siempre había sido un hombre que buscaba la simpatía de todo el que pudiera prestarle algún servicio, y el Capitán Nemo se los había prestado. Por lo menos, al recordar en un manifiesto al pueblo de Cuba, en 1924, quien había sido desde el poder el general Menocal, candidato de nuevo a la presidencia de la República, frente a Machado. Este, todo amabilidad, abrazó a Muñiz Vergara y le dijo: -Compañero, he sabido que ha estado usted por Oriente y que le han recibido muy bien; pero no me ha ido a ver a mí. ¡Vaya a verme, caramba, vaya a verme! Al terminar su saludo, Machado quiso retirarse, alegando que estaba interrumpiendo la conversación que sostenía con Barraqué, pero el Capitán Nemo, aprovechó el buen ánimo del Presidente para detenerlo y presentarle a Rubén, abogado de Mella, y, hablándole con su lentitud característica y ordenándole los razonamientos, le dijo: -Mire, General: Mella es un buen hijo; Mella no bebe, ni juega… Es un joven apasionado, pero es un buen hijo… ¿Por qué no se le ha de poner fianza, como a cualquier otro preso común?… Porque él no es un preso común, pero, aunque lo fuera, por la ley, se le debe poner fianza… Además, si él muriera a consecuencia de la huelga de hambre que mantiene, se iba a atacar rudamente al Gobierno… se le iba a acusar de ser el responsable de esa muerte… de haberlo asesinado… ¡sólo por no ponerle fianza que es todo lo que se le pide!… Muñiz Vergara le había hablado al presidente Machado en tono persuasivo, jugando con la cadena de platino que cruzaba los bolsillos superiores del chaleco de este, y, mientras tanto, los ojos metálicos de Rubén, contemplaban la escena, empapándose de la misma, escrutando la personalidad singular y repulsiva de Machado… Este, aun abordado en ese tono y por persona a quien debía consideración, cambió de actitud, aunque sin violentarse, y le contestó al Capitán Nemo: -¡Usted sí es un buen hombre, Capitán!… Pero es demasiado ingenuo y cualquiera lo engaña… Mella será un buen hijo, pero es un comunista… Es un comunista y me ha tirado un manifiesto, impreso en tinta roja, en donde lo menos que me dice es asesino… ¡Y eso no lo puedo permitir!… ¡No lo puedo permitir!… Su voz había cambiado de tono y su actitud también. ¡Pero allí estaba Rubén!… Se le acercó y con aquella voz suya vibrante, mirándolo a los ojos, con los suyos tan penetrantes y azules le habló así, rompiendo con todos los protocolos establecidos: -¡Usted llama a Mella comunista como un insulto, y usted no sabe lo que es ser comunista! ¡Usted no debe hablar de lo que no sabe!… La voz de Rubén tenía mucho de insulto, de desprecio profundo, de un reto inverosímil casi… Todavía hoy, cuando Muñiz Vergara recuerda la escena, se asombra de la virilidad extraordinaria de Rubén y dice: -¡Quién había de pensar que en un hombre tan frágil, se escondiera tanta varonía, tal sentido de la dignidad!… Machado, sorprendido, afectuoso casi por las palabras de Rubén, por el desprecio que envolvían y por el tono insolente con que las había pronunciado, se replegó. «Parecía un tigre que iba a saltar», cuenta Muñiz Vergara. Se le notaba el asombro de que aquel hombrecito desconocido para él que se encontraba en casa de Barraqué, ¡de su amigo Barraqué!; en el patio de la casa de este; rodeado él por sus ayudantes militares, todos colgados de entorchados, se hubiera atrevido a interrumpirlo en la forma en que lo había hecho!… Acaso por un segundo, ese pánico instintivo que sienten las fieras a la presencia del hombre que se les enfrenta, recorrió los nervios de Machado. Pero se repuso. ¡Allí estaban sus ayudantes, colgados de entorchados!… Y como procede en un tigre que considera fácil una presa, hizo como que se doblegaba y comenzó: -Tiene usted razón joven… Yo no sé lo que es comunismo, ni anarquismo, ni socialismo… Para mí todas esas cosas son iguales… Todos son malos patriotas… Tiene usted razón… Pero a mí no me ponen rabo, ni los estudiantes, ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas… ni Mella. ¡Y lo mato, lo mato…! ¡Lo mato!… (E interpoló una desvergüenza.) El furor, alcanzando al paroxismo, lo había poseído y gesticulaba como un energúmeno, violento, exasperado, iracundo… ¡La mirada de Rubén, más insultante cada vez, en medio de su rostro, lívido ante la impotencia de destrozar allí mismo a aquella bestia convulsa, lo irritaba cada vez más!… Barraqué lo abrazó, sus ayudantes lo rodearon y Muñiz Vergara, conservando cierta ecuanimidad en medio de aquel tumulto de personajes omnipotentes, apartó a un lado a Rubén, que ya desbordado, increpaba al carnicero, a quien sus ayudantes y Barraqué, parece que temerosos de un ataque epiléptico, arrastraban hasta la máquina… Rubén, que había estado fumando nerviosamente y, según su costumbre cuando se sentía irritado, echando el humo por ambas fosas nasales, botó el cigarro y le dijo a Muñiz Vergara: -¡Yo no lo había visto nunca; yo no lo conocía; sólo había oído decir que era un bruto, un salvaje! ¡Y ahora veo que es verdad todo lo que se dice! ¡Pobre América Latina, pobre América Española, Capitán, que está sometida a estos bárbaros!… ¡Porque este no es más que un bárbaro, un animal, un salvaje… un bestia!… La voz de Rubén, encolerizada, se oía en todas partes, pero ya Barraqué y los ayudantes, temerosos de que Machado cayese presa de algún ataque, lo arrastraban materialmente hacia la máquina, sin darle tiempo para reaccionar sobre los últimos insultos de Rubén… ¡El tigre, una vez más, huía acobardado ante el hombre!… Porque no fue sólo Machado quien se humilló ante los ojos inflexibles de Rubén y antes el desprecio de su voz y de sus palabras insultantes. Barraqué también, y los ayudantes, se sintieron dominados por la entereza, la audacia y el desprecio a la vida mostrados por Rubén. Fue el domador que a latigazos penetró en la jaula de los tigres rugidores!… Mas ninguno de ellos se atrevió a lanzar el zarpazo y Rubén salió de aquella casa, en donde había insultado al Presidente de la República, a Gerardo Machado y Morales, primero carnicero y después asesino, escoltado por las sonrisas medrosas de Barraqué, asombrado de que hubiera en el mundo un hombre tan «pequeño» capaz de insultar a un hombre tan «grande»!… Y cuando Machado salió en la máquina, siempre con sus ayudantes, adornados de colgajos, Barraqué volvió rápidamente al lado de Muñiz Vergara, que trataba de calmar a Rubén contándole famosas anécdotas de la ignorancia supina de Machado, como la conocida «¡NO TREGIVERSE!» y otras, para demostrarle su irresponsabilidad, y empleando sus recursos de viejo criollo, quiso restarle importancia a lo ocurrido; y cuando Muñiz Vergara le insistía a Rubén para que presentaran un escrito pidiendo la fianza para Mella, a lo que aquel se negaba alegando que se iban a burlar de todo papeleo y no iban a proveer a la petición, Barraqué, interviniendo en términos jocosos, le aseguró a Rubén que sí se resolvería, que presentasen el escrito, que él se encargaría de todo, y terminó un poco socarronamente, diciéndole: -¡Pero aconséjele a Mella que coma… que coma, porque el que no come se joroba!… ¡Que coma!… El «Asno con garras» De aquella entrevista, que facilitó sin duda la libertad de Mella, ya casi agónico, vino Rubén para el bufete y allí, todavía con los ojos iluminados de violencia, pero también de burla ya, me contó cómo había sido, suprimiéndole, con su clásica modestia, el marco que tanto elevaba su actitud. Y, formulando su juicio definitivo sobre Machado, me dijo, animándose, contento de su dureza, de su insulto y de su burla: -¡Ese es un salvaje… un animal… una bestia… Es un ASNO CON GARRAS! Y el rostro se le iluminó a Rubén con la alegría del hallazgo, y repitió: ¡Es un ASNO CON GARRAS… Y se rió feliz por el retrato con que de manera magistral acababa de plasmar ante la Historia aquella bestia que desde aquel momento y para siempre fue sólo eso, un ASNO CON GARRAS, genial expresión matemática de un alma de tigre y una mentalidad de jumento, que destruyó de un zarpazo cobarde el esplendor glorioso de la juventud de Julio Antonio Mella; ¡y destrozó con el destierro, el invierno y las luchas, la pequeña vitalidad generosa de Rubén Martínez Villena!… ¡Hoy, mientras que Mella y Rubén son dos nombres fulgurantes, como dos estrellas polares, él, tigre sin garras ya, es sólo un «asno errante», un lamentable pollino recibido a palos en todas partes y que tiene que buscar refugio inestable en los corrales en donde viven los Trujillo, los Hitler, y los Mussolini, sus compañeros de especie zoológica!… 1935 Aníbal Ponce Una fuerza de la naturaleza* [Mella había sido] una fuerza de la naturaleza, un impulsor y un vidente en cuanto a la urgente necesidad de desperezar la América a la que era necesario impartir dinamismo y ardor 1 nacional. * 1 Tomado de Loló de la Torriente. «Mella en su propia claridad.», Bohemia [La Habana], 7 de enero de 1972, pp. 22-29. El texto en p. 28. (El título atribuido, A.C) Por ser Aníbal Ponce (1898-1938), uno de los pariguales de Mella en el pensamiento marxista latinoamericano en la primera mitad del siglo XX, se ha jerarquizado esta confesión hecha a Loló de la Torriente poco antes de la muerte del pensador argentino en un accidente de tránsito en México. (AC) Mirta Aguirre La vida tan clara como la risa* Yo veo a Julio Antonio como en una nebulosa. Era pequeña entonces y lo encontré pocas veces. Ni siquiera podía en aquel tiempo comprender quién era. Pero él tenía muchas cosas capaces de impresionar a una muchachita de diez u once años. En primer lugar, era buen mozo: alto, fuerte, bien plantado, con un poco de insolencia alegre como quien está siempre seguro de sí mismo; y lleno de un magnetismo personal que hacía que todos se fijaran en él y le cobrasen cariño. Respiraba honradez por todos los poros, una sencilla rectitud juvenil que ganaba de inmediato la confianza de los demás. Tenía la risa clara, y la vida tan clara como la risa. Además de buen mozo era atleta. Eso de que ocupara un lugar distinguido en los deportes lo rodeaba, para mí, de una aureola que, cuando él estaba presente, me hacía permanecer callada y observarlo como quien ve algo que no se tropieza todos los días. Yo no comprendía entonces que su tácita jefatura de grupo, indiscutible donde quiera que él se encontrara, tenía su origen en algo más importante y más profundo que sus victorias deportivas, en algo más que su estatura y su fuerza y su encanto personal. Porque tuvieron que pasar años para que yo descubriese al verdadero Julio Antonio Mella. Poco después de estos días que he recordado, dejé de verlo. Oí, entre los parientes, malos juicios contra él. Parecía que mi joven Titán no poseía una cabeza muy sólida: quería que todos anduviésemos sin zapatos y que pasáramos hambre y hasta quizás, que no hubiera en la familia más que un cepillo de dientes para todo el mundo. * Fragmento de Recuerdos de Mella. La Habana, Editorial Páginas, 1943. (El título atribuido, AC.) Pero de ahí vino, para las personas mayores lo peor. «¡Bolseviche!», me decía mi abuelo español, cuando tropezaba con la insubordinación a su autoridad un tanto arbitraria. Bolseviche —bolchevique— era, pues, quien se alzaba por sus fueros, desafiando los poderes que creía injustos. Eso, ya no parecía tan malo… Y Mella volvió a serme simpático y a inspirarme fe. Ponerme, silenciosamente, en mi fuero íntimo, a su favor, fue desde esos días un modo de combatir contra el reaccionarismo. Entonces, una vez él estuvo a punto de morir. De dejarse morir de hambre porque el Presidente —un Presidente que había prometido regenerar el país— lo había encarcelado. Un desagradable amigo de la casa afirmaba con aires de suficiencia que todo estribaba en dejarlo abandonado a su suerte hasta que el estómago exigiese lo suyo: «¡Ya pedirá su plato de sopa!» Otros, en cambio, aseguraban que moriría antes que claudicar. Yo me vi entre la espada y la pared. El corazón se me achicaba al pensar que mi héroe podía perecer así, barbudo y enflaquecido, como lo retrataban los periódicos. Pero si la bochornosa sopa hubiera sido reclamada, si él se hubiera doblegado, no habría existido, en todas las escuelas primarias del país, una conciencia más traicionada en su culto que la mía. Tuvo que ceder Machado y entonces él, amenazado de muerte, partió para el extranjero. Ya en ese instante comencé, paso a paso, a comprender cuánto significaba Mella de rebelde y de hermoso en la juventud cubana. El 10 de enero de 1929 me fue, por todo eso, un terrible golpe de desolación y de ira. Machado se me convirtió en un enemigo personal. Anhelo de venganza infiltrado en muchos jóvenes espíritus por ese crimen al que hay que atribuir en gran parte el formidable movimiento que estalló, entre los estudiantes, en el mes de septiembre del año siguiente y que no decayó hasta la huída del dictador. Porque Mella fue, ante todo, el líder de nuestra juventud, su ejemplo más glorioso y más digno de ser seguido. […] Bastó un minuto para que la muerte lo arropara con su manto. Sobre ese manto se puso una bandera roja, con una hoz y un martillo. Años más tarde, cuando en una mañana lloviznosa del cementerio de Dolores tuvimos unos cuantos el privilegio de ver abrir su tumba, esa bandera era un polvo gris que se deshacía al aire. Polvo como los músculos acerados del remero incansable de quien no quedaban, allí, más que la línea blanca y pareja de los dientes y el oxidado casco del cabello. Entonces todo, bandera y restos, se puso en manos del fuego. Altas y rojas subían las llamas, luchaban, lamían y pugnaban por escapar. Un resplandor ancho lo cubría a él, transformándolo en elemento inmortal y avasallante, tal y como su propio corazón había sido: fuego depurador de miserias y de crueldades, luz hacia una mañana mejor para todos. Por último quedaron cenizas y un rescoldo de hogar. Cenizas suyas que guardamos; pequeña brasa de amor y de entusiasmo que arderá siempre en la conciencia de la juventud cubana para recordarle cada día la criatura milagrosa que una vez vivió entre nosotros con la más hermosa virilidad de que nadie ha disfrutado; la historia de coraje y de pasión que fue su vida; el crimen sin olvido de quienes lo condujeron a la muerte. Culto cívico que ha de durar cuanto dure nuestro pueblo. 1943 Ángel Augier Cómo era Julio Antonio Mella * Con motivo de [cumplirse] el vigésimo aniversario del asesinato de Julio Antonio Mella en Ciudad México, Bohemia [quiso] rememorar la personalidad recia y humana del líder desaparecido a través de los recuerdos de aquellas personas, de toda clase de ideologías, que lo trataron directamente. Este […] trabajo [es] una contribución a la historia contemporánea 1 de Cuba. […] Rosario Guillaume El niño Mella Rosario Guillaume es una cubana de limpio y esforzado historial revolucionario, iniciado en las campañas del movimiento feminista en pro de los derechos civiles de la mujer. Ella tuvo el privilegio de conocer a Mella niño, y luego andando el tiempo, le acompañaría en sus luchas y quedaría atraída siempre por el magnetismo de su personalidad y la generosidad de su apostolado. —Yo era amiga y visitaba frecuentemente —dice «Charo» Guillaume— de la familia de don Nicanor Mella. Entonces este vivía con su esposa también dominicana Mercedes Bermúdez y con sus tres hijas, Celia, Isabel y Josefina, en Manrique, entre San Rafael y San José. Cuando don Nicanor llevó a su hogar a los dos hijos que tuvo fuera del matrimonio, los niños fueron acogidos amorosamente. El mayor, que entonces tendría unos seis años, padecía de asma, pero doña Mercedes le cuidó con tanta abnegación y cariño que más tarde sería el atleta Julio Antonio Mella… Don Nicanor disfrutaba de una posición desahogada, y en su casa, pues, no se carecía de nada: más bien había lujo. De Manrique mudose la familia después a Colón y Águila, más tarde al número 15 de la calle de Aguacate, finalmente a Obispo, a los altos de la sastrería de don Nicanor. Rosario asistió insensiblemente al proceso de la educación de «Lamy», como llamaban familiarmente al entonces Nicanor Antonio. Sabe que estuvo en varios colegios religiosos a los que no pudo adaptarse su temperamento rebelde y su precoz sentido lógico. —No es que fuera desaplicado ni travieso —recuerda Charo—, pues poseía cierta innata madurez aquel muchacho. Lo que ocurría era que se resistía a admitir los dogmas en la forma en que querían imponérselos, y los rigores de la enseñanza eclesiástica. Yo oía los comentarios en su casa sobre su inadaptabilidad, y lo comprendía perfectamente. Tengo entendido que luego fue enviado a un colegio a los Estados Unidos… Tuvo Mella un desarrollo físico superior a lo normal, al extremo de que a los doce años parecía tener dieciséis. Rosario Guillaume cuenta que en un discurso del gran líder, pronunciado en el antiguo cine Wilson, en Belascoaín y San Rafael, en acto dedicado a las madres cubanas contra la guerra, Mella narró la siguiente anécdota de sus días norteamericanos: —Viví en los Estados Unidos durante la guerra, y aunque era menor de edad representaba muchos años más. Cuando salía, las mujeres me reprochaban que no vistiera de uniforme y me lanzaban los peores epítetos. Cuando alegaba mi edad consideraban que era un pretexto cobarde. La historia guerrerista me hizo decidir a alistarme en el ejército norteamericano asegurando que tenía los años que representaba. Un amigo de mi padre le cablegrafió enseguida sobre lo que ocurría y él, por medio del Consulado cubano, logró rescatarme y regresé a Cuba. El reencuentro de Rosario Guillaume con Mella ocurre cuando este despuntaba como líder estudiantil. Ella, que además de dirigente del Sindicato de la aguja, era miembro del Club Femenino de Cuba, fue designada por esta organización en 1923 para integrar una comisión de mujeres que visitó la Universidad para ofrecer el apoyo de esa entidad a las luchas por la reforma universitaria. —Ya desde entonces las mujeres que luchábamos por los derechos femeninos secundamos las actividades de Mella, porque él a su vez se solidarizó con nuestras luchas. Él advirtió que ningún movimiento revolucionario puede prescindir del factor femenino y entre las reivindicaciones que alentó estaban las que nosotros defendíamos y que al fin conquistamos en parte. Para mí es inolvidable aquella noche en que se reanudaban las labores de la Universidad. Las mujeres que defendíamos, en el Congreso Femenino que se efectuaba a la sazón, la igualdad de los hijos ilegítimos, el divorcio y otras medidas progresistas, estábamos amenazadas de ser expulsadas del Congreso. Cuando llegamos al Instituto, Mella nos dedicó una de sus más sentidas y brillantes oraciones en defensa de nuestras ideas de progreso y de justicia. Los rasgos más salientes del carácter de Mella que Rosario Guillaume recuerda más vivamente, son su entereza moral, su limpieza de propósitos, su generosidad y su natural encanto para seducir a las multitudes. Era amable y delicado, y jamás fue grosero ni equívoco con sus compañeras de lucha: —Muchas veces —cuenta ella— a la salida de actos o asambleas turbulentas, íbamos en grupo muchachas y jóvenes hasta el Malecón invitados por él, «para distraer la imaginación con la poesía», y allí recitábamos versos bajo la luz de la luna, sin que jamás Mella tuviera la menor indelicadeza con sus compañeras, sino todo lo contrario: era respetuoso y caballeroso en extremo… No consumía alcohol ni tabaco, Mella, pues era refractario a todo vicio. Tampoco era bailador. En el grupo de sus amigos, algunos adictos a la bebida, y cuando le veían atribulado o preocupado por algún problema, le invitaban a tomar, y él, invariablemente, cuenta Rosario Guillaume, rechazaba vigorosamente la invitación y exclamaba: —Yo no necesito tomar para estar alegre o estar triste, ni creo que así se ahoguen las penas. Precisamente cuando el espíritu está más conturbado, es cuando necesita estar más sereno… Por último recuerda Rosario Guillaume las formidables movilizaciones de las mujeres cubanas en favor de la libertad de Mella, cuando la huelga de hambre, durante diciembre de 1925. Las hermanas Shelton, Hortensia Lamar, Pilar Jorge Tella, Fela González y muchas más, intelectuales y obreras que luchaban por derechos sociales y políticos de la mujer, se turnaban junto al lecho del líder postrado, para dispensarle sus cuidados, mientras afuera secundaban las demostraciones de protesta que culminaron con un gran acto en el Parque Central, donde ellas participaron junto a obreros y estudiantes, bajo la dirección del Comité Pro Libertad de Mella. Eduardo Suárez Rivas Mella en la Universidad de la Habana Mella ingresó en la Universidad en 1921, después de sus estudios en la Academia Newton y de graduarse de Bachiller en el Instituto de Pinar del Río. Fue compañero suyo en la Facultad de Derecho y en actividades estudiantiles el actual senador de la República y presidente del Ejecutivo Nacional del Partido Liberal, doctor Eduardo Suárez Rivas, quien nos informa que sus primeras relaciones de amistad se produjeron en ocasión de celebrarse una manifestación de protesta contra el Embajador yanqui Enoch Crowder, por su ingerencia en las cuestiones nacionales, y cuya investidura como Doctor Honoris Causa de nuestro más alto centro docente, hizo frustrar la actividad de Mella. —Mella era entonces —recuerda Suárez Rivas—, orientador de la revista Alma Mater, que tenía como emblema el Ángel Rebelde que se encuentra en el patio central de la Cámara de Representantes, y tengo presente un artículo suyo donde llamaba a Crowder «el embajador del Ku-Klux-Klan», y agregaba que ojalá hubiera vivido en tiempos de los tiranicidas para cual nuevo Harmodio o Aristogiton, clavar el puñal asesino en su pecho… Suárez Rivas recuerda que fue Mella uno de los organizadores de los «Manicatos», que luchaban contra los «Piratas», o sea, los estudiantes universitarios que hacían deporte defendiendo las banderas de otros clubes, como el del Vedado Tennis, Havana Yatch Club, etcétera, y no la de la Universidad. Entre los Piratas estaban, entre otros, Pancho y Enrique Arango, Baby Sardiñas, Miguel Suárez Fernández, Julito Argüelles, etc. Se produjeron numerosos incidentes con motivo de las persecuciones de los Manicatos a los Piratas. —Yo presencié —dice el senador villareño— una pelea entre Mella y Baby Hernández, la que luego continuó Sardiñas con el actual médico doctor Oscar Sánchez Govín… Cuenta Suárez Rivas que cuando el presidente Zayas designó, a raíz de la primera revolución universitaria del año 23, a dos superintendentes escolares como Inspectores de la Universidad, Mella organizó con varios compañeros un recibimiento de protesta, llenando la Universidad de letreros y haciendo una rueda de todos los estudiantes con los pantalones remangados, como si fueran niños de edad escolar, y entonando cantos infantiles. —Luego íbamos a ver a los superintendentes a la oficina —agrega Suárez Rivas— y le pedíamos permiso para «ir afuera»… Mella comenzó a destacarse en la Universidad por sus actividades deportivas, después por su revista Alma Mater y por último como líder de la revolución de 1923, que tuvo su antecedente en la visita del doctor José Arce, profesor universitario argentino. En la Escuela de Derecho actuó el doctor Suárez Rivas, quien figuró como secretario de la Federación de Estudiantes, presidente de la Asociación de Derecho, secretario del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, miembro de la asamblea universitaria que eligió rector, miembro de la comisión de profesores y alumnos para el estudio de los expedientes que designó el Presidente Zayas, y posteriormente primer vicepresidente de la Federación de Estudiantes. Recordando las características de Julio Antonio Mella, dice Suárez Rivas: —Era un hombre de carácter impulsivo, valiente, idealista y sincero con sus convicciones propias. Era un tipo alto y fuerte, a pesar de que decía que tenía una hipertrofia en el corazón, por haber sido remero. Pelo encrespado, y de una oratoria que sin ser brillante en su fraseología, se adueñaba del auditorio por la atracción de su personalidad y el vigor que ponía en sus palabras… Hablando del sentido de justicia de Mella, dice Suárez Rivas que el ya fallecido doctor Manuel Carlos Gutiérrez, entonces estudiante de Farmacia, quiso implantar en esa Escuela la ley sálica y prohibir que las mujeres pudieran representar a los estudiantes. En una de las sesiones del Directorio del que eran miembros Felio Marinello —también fallecido—, Jaime Suárez Murias, Calvo Fonseca, Sánchez, Suárez Rivas y otros, Mella quiso remedar la defenestración de Praga lanzando por la ventana a Gutiérrez, que quería impedir con argucia que Ofelia Paz fuera Presidente de los estudiantes de Farmacia. Asegura Suárez Rivas que Machado pretendió que Mella lo acompañara en su excursión como candidato a la Presidencia de la República, en 1924, y él se negó naturalmente. —Yo no quiero nada con sátrapas —fue su respuesta a los emisarios. Sarah Pascual El líder estudiantil La doctora Sarah Pascual, otra de las mujeres de larga y firme ejecutoria revolucionaria, fue amiga y compañera de Mella en la Universidad, donde ella se graduaría luego en Derecho Público, en Pedagogía y en Filosofía y Letras. Es hoy redactora de la Página de la Mujer del periódico Hoy. Cuando le pregunto cómo conoció a Mella, responde: —Las muchachas no salían solas cuando yo tenía dieciséis años, y mucho menos al oscurecer. Me acompañaba un familiar cuando, en la calle San Lázaro, tomé un tranvía lleno, aunque no tanto como los que circulan hoy… Pero sí lo suficientemente colmado para no hallar asiento disponible. Un joven alto y corpulento, tostado por el sol, con voz grave y ceceando ligeramente, me ofreció el suyo de inmediato. Pronto reconocí al stroke del team de remos del Dependientes, a quien había visto en algunas regatas de la época. Mi primo nos presentó enseguida: «Julio Antonio Mella, compañero mío de estudios en la Academia Newton. Mi prima Sarah, estudiante del Instituto»… Así comenzó nuestra amistad, ininterrumpida hasta su muerte. Aún después del 10 de enero de 1929 recibí sus últimas cartas y fotografías, que estaban ya en el camino cuando fue asesinado… Para la doctora Pascual, Mella era un organizador con entusiasmo apostólico. Poseía esa cualidad que caracteriza al líder, la que permite descubrir la veta positiva y afín en cada personalidad para ser aprovechada en servicio de su ideal, lo que explica la variedad heterogénea de sus muchos amigos, de los que lo seguían y admiraban aun sin poseer su militancia y sin estar plenamente identificado con su definición política. Tenía, como todo hombre que lucha y se enfrenta con las fuerzas de la reacción, enconados enemigos. —Muchos que hoy se titulan sus amigos porque coincidieron cronológicamente con él en la Universidad —dice Sarah Pascual—, le combatieron y le negaron entonces. Pero jamás se doblegó ante el ataque frontal o traidor. Desde el Instituto, que visitaba Mella con frecuencia, fue colaboradora Sarah Pascual de la revista Alma Mater. —Él pudo convencer a una novata, a una filomática como era yo en el año 23, a que en vez de asistir a clases el primer día del curso, participara en la reunión de la comisión organizadora del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, al cual asistí como delegada de la revista Alma Mater con Mella y otros compañeros. Mella fue el alma de aquel Congreso, que sirvió para una verdadera definición política en el movimiento universitario de entonces. Baste decir que en 1923 se aprobó un saludo a la obra educacional de Lunarschasky, Comisario de Instrucción Pública de la URSS; se condenó al imperialismo yanqui, se fustigó la intromisión religiosa en la enseñanza —centro de los debates del Congreso— y se creó la Universidad Popular José Martí, que abrió las aulas universitarias a más de 500 obreros y puso en contacto a Mella y al grupo renovador universitario con la clase obrera y las agrupaciones comunistas entonces existentes. —No puedo recordar aquellos días —evoca la doctora Pascual— sin que cobre vida en mi memoria la siguiente escena: fue a fines de enero de 1924. No había escalinata en la Universidad. El Alma Mater lucía desolada, rodeada por un manigual. Una escalerilla empinada, de escalones en arco, era la oficial y desdeñada entrada al recinto universitario, en el ángulo de San Lázaro y 27 de Noviembre. Todo el mundo prefería la del costado de largos escalones que obligaba a más de un paso y que terminaba en seis o siete cortos peldaños. Al pie de la empinada escalera hablábamos Mella y yo aquella mañana fría de enero de 1924. No podía haber más que un tema en nuestra conversación: La muerte de Lenin. Presumiéndolo, un estudiante se acercó a nosotros, tomó la solapa del saco de Mella y le dijo en tono de broma: —Aquí falta algo. Milagro no llevas luto porque murió Lenin… Mella no se irritó. Tranquilamente repuso: —Te ríes ahora porque todavía no sabes quién es el que ha muerto hoy. Pero el mundo marcha y tal vez algún día llegues a saber cuán grande es la pérdida que ha sufrido la humanidad… No olvida tampoco la amiga de Mella una de sus más impresionantes hazañas estudiantiles: se celebraba con su habitual solemnidad el acto de apertura del curso universitario de 1922-1923 en el Aula Magna. Presidía el secretario de Instrucción Pública del gobierno de Zayas, doctor González Manet. Al levantarse este para dar por iniciado oficialmente el curso, fue interrumpido por Mella, quien se opuso en nombre del estudiantado, a que hablara allí el representante de un régimen corroído por la inmoralidad administrativa. Se había iniciado la lucha por la reforma universitaria y que aquel suceso fue una de sus manifestaciones más valientes; no pudo hablar el funcionario zayista y recibió un nuevo embate la caduca autoridad académica y el Gobierno que oponía resistencia a los ímpetus renovadores del Alma Mater. Como todo gran líder, fue Mella un corresponsal infalible, recordando así una de las facetas más relevantes de Martí, que gustaba reforzar epistolarmente sus nexos personales con fines políticos. —Fue un constante y fiel amigo —señala Sarah Pascual— para aquellos en quienes él puso su amistad, siendo su correspondencia regularmente continuada, y se preocupaba, ya en el obligado exilio, por mantener los lazos con su tierra a través de sus amigos. De su correspondencia desde Europa conservo esta postal procedente de Berlín —agrega mostrándome el interesante «souvenir»—, que, como verás, comienza: «De vuelta del Paraíso»… refiriéndose a su visita a Rusia a mediados de 1927, y que termina diciendo: «Pronto estaré en nuestro Continente donde hay mucho que hacer»… En esas líneas se expresa, junto con su admiración por el socialismo en la URSS, el afán de trabajo que dominó toda su existencia… —Su gran capacidad de trabajo —agrega la doctora Pascual—, su constante dedicación a la causa socialista, su fervor revolucionario, le permitieron al morir en plena juventud, al comienzo de una vida luminosa y fugaz, ofrecer un máximo rendimiento a la causa del progreso de su patria, a la que tanto amó. Sus últimos cinco años estuvieron llenos de penalidades, persecuciones y dificultades económicas, que él afrontó con austeridad y abnegación ejemplares. Y nos muestra nuestra informante el párrafo de una de las cartas de Mella, recibida en noviembre de 1928, donde reiteraba su fuerte añoranza de la tierra cubana: «Cada día ansío más volver a mí tierra, estar de nuevo en mi país al que extraño tanto, y haré todos los esfuerzos posibles por regresar». —Se refería, sin dudas —agrega Sarah Pascual—, a lo que después me contó Leonardo Fernández Sánchez, días antes de ser detenido: a sus planes para volver a Cuba al frente de una expedición liberadora. El conocimiento de estos planes por obra de un traidor que ya pagó con su vida el crimen, determinó su condena a muerte por Machado, que puso en manos del comandante Santiago Trujillo, entonces jefe de la Judicial, su ejecución… Pedimos una impresión personal de Mella a la doctora Pascual. Tras breve meditación, nos la ofrece: —Lo recuerdo erguido siempre de cuerpo y espíritu, impetuoso, audaz, combativo, trabajador infatigable, con su palabra exacta y brillante fustigando todas las injusticias y abogando por los derechos de los oprimidos. Siempre lo veré tal como fue: grande y fiel amigo, entusiasta, jovial, amante del pueblo, sencillo y animoso, entusiasta por la mitología griega, con su pasión con la belleza, la salud física y mental de la juventud, y con la firmísima convicción de que el socialismo será una realidad en nuestra tierra, la patria a la que él consagró su vida toda… Oliva Zaldívar Una personalidad magnética Una cita previa y reciben al periodista, en su casa del Vedado, la viuda y la hija de Julio Antonio Mella: la doctora Olivín Zaldívar y Natacha Mella. Lo primero que nos dispensa su amabilidad, es el conocimiento de dos valiosas reliquias familiares: una, un expediente con documentos pertenecientes al general Ramón María Mella, paladín de la restauración de la República Dominicana, que fuera padre de don Nicanor Mella y abuelo de Julio Antonio; la otra, un pequeño álbum dedicado a Julio Antonio por su padre. Frente a una fotografía del recién nacido «Nicanor Antonio», los datos de su natalicio, y en la página siguiente, frente al retrato del padre, unas emocionadas palabras de este a su hijo, a «Lamy», expresando su anhelo de que al crecer no sólo sea su hijo, sino también su amigo. En otras páginas, algunos amigos del progenitor hacen cálidas exhortaciones para el futuro al pequeño, señalando uno de ellos a «Lamy» que nunca olvide que desciende «de uno de los libertadores del Caribe», como anticipando, en el recuerdo del abuelo, el destino del futuro combatiente. La doctora Olivín Zaldívar, que es camagüeyana, cuenta que conoció a Mella en la Universidad, estudiando ambos en la Escuela de Derecho en 1922. Lo recuerda jugando basketball y destacándose en otras competencias deportivas, y más tarde comparte con él y los demás alumnos las luchas de la reforma universitaria. —Poseía —dice ella— una personalidad magnética: su simpatía, su poderosa atracción personal, su limpia audacia, cautivaban de inmediato. Participamos juntos en tareas electorales de la Federación de Estudiantes. Yo era delegada del segundo año de Derecho y él pertenecía al curso siguiente. Fuimos identificándonos y simpatizando paulatinamente, y nos casamos en 1924. Le acompañé en todas sus actividades de la Universidad Popular y demás organizaciones a que él dio su energía y su entusiasmo. La doctora Zaldívar recuerda que recién casados vivieron ella y Julio Antonio en una casa de la calle de Basarrate, cerca de la Universidad; después se mudaron para la Víbora, en la Avenida de Acosta, regresando más tarde a La Habana, a la calle de Aramburo. Luego, los esposos Mella, conjuntamente con el doctor Alfonso Bernal del Riesgo y su esposa —que acababan de graduarse— fundaron el Instituto Politécnico Ariel, que primero estuvo en Calzada y B, y después en Calzada y A, residiendo ambos matrimonios en la misma escuela, de la que fue Julio Antonio profesor de Cultura Física y de Inglés. —Él hablaba y escribía el inglés perfectamente —agrega la viuda de Mella—, porque se educó en un colegio norteamericano, el Holly College, si mal no recuerdo, de New Orleans, donde estuvo educándose y no curándose de una lesión en los pulmones, como equivocadamente han escrito algunos de sus biógrafos. Para la doctora Zaldívar, uno de los maestros de Julio Antonio Mella que más influyó sobre él, fue el gran poeta mexicano Salvador Díaz Mirón, quien, exiliado en Cuba por cuestiones políticas, estuvo de profesor en la Academia Newton, a la que asistió Mella durante algunos meses. Afirma ella que al recio autor de «Lacas» impresionaba profundamente la personalidad del joven Julio Antonio, y que en cierta ocasión expresó: —Si no llegara a ser inmortalizado por mis versos, me gustaría merecer la posteridad por haber contribuido a la formación de un carácter tan singular como el de este muchacho… Y agrega la doctora Zaldívar que el primer viaje de Julio Antonio a México, lo hizo cuando tenía quince años, cautivado tanto por las descripciones que del gran país había hecho su excepcional maestro, como por el gran fermento revolucionario de la tierra de Madero y Zapata. Cuando le pido una impresión suya del rasgo más saliente del carácter de quien fuera su esposo, nos dice la doctora Zaldívar: —La firmeza de carácter era su rasgo distintivo, y su formidable capacidad de trabajo. Están equivocados los que tienen a Julio Antonio como un alocado: poseía gran equilibrio y siempre hacía tiempo para leer y estudiar, en medio del tráfago de sus actividades. Era metódico y meditaba sus pasos, pero firme en sus decisiones. Su pasión era la justicia. Sencillo y sobrio, era enemigo de fiestas. No es cierto lo que ha dicho alguien de que era «bailador empedernido». Nada más falso: a mí sí me gustaba el baile, pero a él no. El recuerdo más vivo que guarda de aquellos días, es el más angustioso: la huelga de hambre. Ella acompañaba a Mella cuando fue detenido, al llegar ambos al Centro Obrero de Zulueta para participar en un acto el 27 de noviembre de 1925. Los días que siguieron, con Mella postrado por su negativa a ingerir alimentos hasta no ser libertado, fueron terribles para ella. —Desde la Cárcel de Prado, fue trasladado Mella, por gestiones de Aldereguía, a la Quinta de la Asociación de Dependientes. Casi tres semanas de continúa agonía. Iba apagándose lentamente y se mantenía firme y erguido, sin atender a quienes le rogaban que desistiera de sus propósitos. Sólo se lo supliqué cuando sobrevino un colapso y fue preciso inyectarle adrenalina, gracias a la presencia de su enfermero en aquellos momentos; pero él estaba consciente de la trascendencia política de la huelga de hambre y no cejó hasta no resultar victorioso frente a la testarudez de Machado… En enero de 1926, salió la doctora Zaldívar para México, a reunirse con su esposo; un hijo que esperaban, se malogró al nacer. Allí ella le acompañó en todas sus actividades, recordando particularmente la campaña por la libertad de Sacco y Vanzetti, en junio de 1926, porque en esa oportunidad ambos cayeron presos, y gracias a las gestiones del Embajador de la Argentina, no fueron expulsados de México y entregados a Machado. En 1927, cuando nació Natacha, ella decidió venir para Cuba, a criar a su hija, a la hija de Julio Antonio Mella. Ya no le volvería a ver más, y sólo se comunicarían, hasta su muerte, epistolarmente. Natacha nos muestra una fotografía dedicada a ella por su padre, en el primer aniversario de su nacimiento, en 1928. [...] Hay como pudor por parte de la doctora Olivín Zaldívar de mostrar más facetas y detalles de la vida de su esposo y de sus relaciones con él. Como abogado, ella logró reabrir el proceso por el asesinato de Mella, en 1932, poniendo al descubierto en esa ocasión todos los hilos del crimen y las manos que lo movieron, desde Machado a Trujillo desde Fernández Mascaró a Magriñat y López Valiñas, los autores Materiales… —Fue precisamente Aurelio Álvarez, cuya desaparición estamos llorando —nos dice— quien me reveló los nombres de los asesinos y me ayudó a reabrir el proceso, ya que a él se los reveló a su vez el Embajador Márquez Sterling, quien sucedió a Fernández Mascaró como representante diplomático de Machado en México… Aureliano Sánchez Arango Una magnífica y potente voz En vísperas de su viaje a Honduras, presidiendo la misión cubana enviada a la transmisión de poderes de aquella República —de Carías a Gálvez— pudimos entrevistar brevemente al doctor Aureliano Sánchez Arango, profesor universitario, actual Ministro de Educación. —Fue en el período correspondiente a la revolución universitaria de 1923 —nos dice al interrogarle sobre las circunstancias en que conoció al líder impar—, cuando conocí a Julio Antonio Mella. Desde el Instituto de La Habana participábamos en ese proceso de una manera o de otra, los Estudiantes de Segunda Enseñanza. Desde ese período inicial hasta el momento de su muerte, colaboré con él en trabajos de tipo estudiantil, incluyendo la organización de la Confederación Nacional de Estudiantes presidida por Mella y de la cual fui Secretario de Correspondencia. Juntos trabajamos en la Liga Antimperialista, en la Universidad Popular José Martí, en el Comité Manos Fuera de Nicaragua y en la Asociación de [los] Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC), constituidas en México estas dos últimas organizaciones. Podría citar también actividades realizadas en común en revistas y periódicos, como Alma Mater, Juventud, Cuba Libre, etcétera. Considera el doctor Sánchez Arango que el lenguaje, la literatura utilizadas por ellos entonces, es fundamentalmente de tono enfático, predominando, además, la adjetivación enérgica y altisonante. Gesto y ademán son siempre providencialistas, en su concepto, y en el fondo de aquella actitud se destacaba de una manera inconfundible, un gran espíritu de renunciamiento, de abnegación y sacrificio… —Ninguno personalizó mejor estas características —agrega Sánchez Arango—, que son de ambiente y de momento, que lo que pudiéramos llamar el Julio Antonio Mella de la primera fase. Cuando fue asesinado en México, en 1929, ya era un líder social maduro, perfectamente formado, de talla continental, como lo llamó un embajador soviético. Cuando solicito una impresión del carácter y el físico de Mella el doctor Sánchez Arango responde: —Es difícil traer a la memoria la imagen de Mella sin que se nos presente en la forma de mayor relieve de toda su personalidad, es decir, como orador revolucionario, dominante, agresivo, con una magnífica y potente voz, con un poder magnético irresistible. Más de una vez le vi escalar la tribuna en asambleas hostiles y enemigas que, a poco de haber comenzado a hablar, le aplaudían frenéticamente con una especie de exaltación mística incomprensible. Era un orador directo, tajante, de expresión fácil, de oraciones acabadas como si las hubiera perfilado. Era exactamente lo opuesto al orador retórico de florilegios, tonterías y vaciedades, la negación misma de la cursilería y de la oratoria de frases hechas y de adjetivaciones gastadas, tan común en nuestros medios intelectuales y pseudointelectuales. Para Aureliano Sánchez Arango, todos los rasgos físicos de Mella convenían admirablemente con estas condiciones excepcionales que se encuentran en el Mella de la tribuna revolucionaria, considerando la existencia de una natural correlación entre su vigor físico y su extraordinaria entereza de carácter. En innumerables casos y situaciones se reveló como un hombre de talla poco común, particularmente durante la huelga de hambre. —No hubo presión amiga, ni súplica familiar, ni coacción oficial, ni instinto de conservación —señala Sánchez Arango— que lograra alterar la actitud de Mella. El proceso de autofagia le iba consumiendo a la vista impotente de todos nosotros. Nunca perdió la conciencia ni su indomable fuerza de voluntad. A los 18 días, después de un colapso que amenazaba con su inmediato desenlace fatal, el déspota cedió. Apenas se iniciaba el reinado de la tiranía, y esta circunstancia salvó a Mella. Unos meses o un año después el resultado habría sido distinto… Como corolario de sus recuerdos, agrega Sánchez Arango: —A pesar de que el movimiento revolucionario cubano del período republicano ha producido varias figuras de superior calidad y de notables condiciones, creo sinceramente que Julio Antonio Mella es la representación más alta y acabada de esta generación. Gustavo Aldereguía Dos vidas paralelas —Como pioneros de todos nuestros movimientos en la Universidad —me había advertido Eduardo Suárez Rivas— hay que tener en cuenta al doctor Evelio Rodríguez Lendián, al doctor Eusebio Hernández y al ilustre tisiólogo doctor Gustavo Aldereguía… El nombre del insigne médico —hermoso ejemplo de ciencia y humanidad— ya figuraba en mi relación de amigos más cercanos de Mella; pues que no ignoraba cuántos lazos les unieron. Con su perenne fervor juvenil, accedió a responder a nuestra encuesta, una tarde en que ya había terminado las tareas de su consulta. —Conocí a Mella —explica el doctor Aldereguía explorando en sus recuerdos— en 1922. Iba yo en un tranvía y se sentó a mi lado un joven que comenzó a leer un número de la revista Alma Mater. Me había graduado hacía cuatro años, pero seguía pendiente de los problemas de la Universidad. Inicié conversación con el estudiante y resultó ser uno de los orientadores de la revista, Julio Antonio Mella. Nos volveríamos a encontrar pronto en lugares comunes… Y recuerda el doctor Aldereguía que le tocó a él intervenir decisivamente en la organización de la conferencia pronunciada por el profesor doctor José Arce en diciembre de 1922, sobre la revolución universitaria argentina, estando a su cargo las palabras de apertura del acto: en esa ocasión inició ya en firme sus relaciones con el grupo renovador de la Universidad que comandaba Mella, y junto a este participó en el Congreso de Estudiantes como uno de los delegados de Alma Mater. Desde entonces acompañaría al relevante conductor en toda su ingente labor revolucionaria. Pero no puede hablar Gustavo Aldereguía de Mella sin referirse también a Rubén Martínez Villena; tan ligados están en su recuerdo, por lo estrecha que fue la continuidad de sus vidas, de su conducta y de su acción. —Rubén era todo pensamiento y se hizo acción; Julio Antonio era todo acción y se hizo todo pensamiento. Los tipos biológicos de ambos parecían contrapuestos: Rubén era de trazos finos y delicados, grácil de figura, nervioso y sensible, de conformación asténica. Mella era de conformación atlética, el sistema óseo compacto y acusado, los músculos poderosos, la cabeza sólidamente plantada. Los temperamentos de ambos, sin embargo —prosigue el doctor Aldereguía— se confundían hasta fundirse y de aquí, del conjunto de sus cualidades afectivas que caracterizaron una sola individualidad, de sus maneras de ser y de reaccionar, arranca sostenido el paralelismo ascensional de sus vidas hasta trasmutarse en la ejemplaridad de sus muertes. Para nuestro distinguido informante —y hay autoridad para la afirmación— ambos encarnan las figuras más excelsas de nuestra generación, que hasta ellos andaba desorientada; desde entonces se encontró a sí misma y se penetró del impulso universal de su tarea histórica, dándole un sentido de humanidad plena a la cubanía naciente. También para Aldereguía el recuerdo más profundo que conserva de Mella está ligado a los días angustiosos de su ayuno voluntario. —Aquel sacrificio heroico es inolvidable: su huelga de hambre mantenida como protesta por su encarcelamiento con un grupo de obreros, entre ellos Alfredo López, luchador infatigable hasta su brutal asesinato. Yo fui su médico todo el tiempo y asistí a su derrumbe físico, verdadero vía crucis en que desfallecieron sus fuerzas y se fundió su musculatura de atleta, con grave riesgo de su vida; pero se mantuvieron inconmovibles su voluntad y su hombría… —A los once días —agrega— cuando llevaba 264 horas sin probar alimentos, conseguimos sacarlo sus amigos, la agitación popular ya extendida y creciente, y el escándalo continental en alza que había producido, del camastro inmundo que yacía agotado en la enfermería de la antigua cárcel. Lo trasladamos entonces, con gran alarde de fuerzas policíacas, para la Quinta del Centro de Dependientes, donde ya pude atenderlo como precisaba su estado. Emocionado con su evocación, nos cuenta Aldereguía cómo consiguió pasarle una sonda y persuadirlo de la necesidad imperiosa de lavarle el estómago periódicamente. —Así lo empecé a nutrir con sueros de leche, engañándolo, hasta que la indiscreción de un médico lo echó todo a perder; de un tirón se extrajo la sonda y no la aceptó más, rechazando también los sueros que combatían su deshidratación. Felizmente lo pusieron en libertad pocos días más tarde, siendo penoso el proceso de su recuperación. —El escándalo continental de la huelga de hambre —agrega Aldereguía— tuvo tal resonancia, que dio lugar a un episodio emocionante: la madre de Mella, separada de este y del padre por muchos años, y que dejó a sus hijos por estar enferma de tuberculosis, vivía ignorada en algún pueblo de los Estados Unidos, cuyo nombre no puedo recordar. Se había curado y vuelto a casar reconstruyendo su vida, Julio la creía muerta, pero la publicidad de su ayuno fue tanta que un día, ya él convaleciente, recibió una conmovedora carta de su madre invitándolo a reponerse junto a su regazo… Fue Aldereguía el único de sus amigos que abrazó por última vez en La Habana a Julio Antonio Mella: él preparó su salida por el puerto de Cienfuegos a fines de diciembre de 1925, y lo llevó, solo, a tomar el tren en la antigua estación recoleta del Puente de Agua Dulce. En Rodas se apeó del tren, rehuyendo la persecución de los esbirros machadistas, y Feliciano Aldereguía le llevó por carretera hasta la Perla del Sur, donde Mella embarcó en un vapor bananero que se dirigía a Tela, Honduras, de donde pasó a México, vía Guatemala… José López Rodríguez y José Rego Mella y la clase obrera En la biblioteca Rubén Martínez Villena, del Partido Socialista Popular me entrevisto, previamente citado, con dos viejos luchadores obreros que asistieron a la fusión del líder estudiantil con la clase trabajadora: el tabaquero José López Rodríguez —a quien sus compañeros conocen cariñosamente con el seudónimo de «Chaquetón», y el cigarrero José Rego. —Conocí a Mella —dice último respondiendo a una pregunta mía— en el año 23, en el local de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, que estaba en Zulueta 46. Él estaba organizando la Federación Nacional de Estudiantes y al visitarnos en esa oportunidad, nos expresó: «Mi visita a ustedes tiene el propósito de conocer algunas experiencias en los problemas de organización de masas: estoy seguro de que ellas me ayudarán mucho en la lucha estudiantil». Por su parte, López Rodríguez recuerda que conoció a Mella ese mismo año de 1923, en la imprenta de la Sociedad de Resistencia de la Ciudad de La Habana, en Figuras entre Tenerife y Monte. Allí se editaba Alma Mater entonces y más tarde Juventud, y en la misma disponía Mella de un buró de trabajo. —Muy pronto —prosigue López Rodríguez— se dio cuenta de la principal importancia de la clase obrera en el movimiento revolucionario, convirtiéndose de líder estudiantil en dirigente de las luchas sociales cubanas. La Universidad Popular José Martí, que ligó a estudiantes e intelectuales con los sindicatos, es una prueba evidente de esa transformación… Tanto Rego como López Rodríguez, no pueden olvidar las acciones conjuntas de los estudiantes dirigidos por Mella, y de los trabajadores movilizados por la Agrupación Comunista de La Habana, en ocasión de visitar nuestra capital en septiembre de 1924, una fragata italiana en viaje de propaganda fascista. —Durante los cuatro días que permaneció la fragata en la bahía —apunta Rego— celebramos mítines y actos de calle junto a los muelles y frente a la legación de Italia. La repulsa fue tan formidable, que la fragata tuvo que marcharse antes de la fecha que tenía señalada. Ya en esa oportunidad, Mella demostró sus grandes dotes de organizador y su recia personalidad. Ambos luchadores comentan igualmente las actividades conjuntas de estudiantes y obreros, con Mella a la cabeza, realizadas para lograr que se permitiera atracar en nuestro puerto el primer barco soviético que visitó [a] Cuba: el «Vorowski». Ante la negativa de las autoridades, y burlando fuerte vigilancia, Mella pudo visitar el barco en el puerto de Cárdenas, donde cargaba azúcar. —Yo tuve el privilegio —afirma Rego— de entregarle a Mella, personalmente, el carnet que lo acreditaba como miembro de la Agrupación Comunista de La Habana, y que utilizó para su visita al «Vorowski». Ese histórico carnet llevaba dos firmas: la de José Miguel Pérez como Secretario General, y la mía como financiero de la mencionada Agrupación… —Días después —señala López Rodríguez— pronunciaba Mella en la Sociedad de Torcedores aquella célebre conferencia suya, «Cuatro horas bajo la bandera roja», donde relató las experiencias de su visita al barco soviético, y que impresionó hondamente a los cientos de obreros que la escuchamos… —Y más tarde —interrumpe Rego— participó Mella destacadamente en las labores preparatorias del congreso nacional de agrupaciones comunistas del que nació, en 1925, el Partido Comunista; junto a él y junto a Carlos Baliño tuve el honor de participar en ese acontecimiento. Desde entonces, hasta el instante en que marchó hacia México, estuve junto a él en todas las actividades política de la época. El recuerdo más vivo que guarda José Rego de Julio Antonio Mella es su enorme capacidad de trabajo, tanto en el orden intelectual como en el físico. —Todos los que laborábamos junto a él nos asombrábamos de que pudiera realizar tan disímiles y responsables tareas como las que le imponía el incipiente movimiento revolucionario: organización del Partido, de los sindicatos obreros, de los estudiantes y sus luchas. Organizó la Liga Antimperialista de Cuba, de tanto influjo en la conciencia nacional, así como la Federación Anticlerical de Cuba, donde desarrolló una gran actividad no contra de las ideas religiosas, sino en pro de la más estricta separación del Clero de toda ingerencia política y contra el favor estatal de agrupaciones confesionales… Por su parte, López Rodríguez estima que su carácter íntegro, figura atlética, su honestidad, lealtad a la causa de los trabajadores y su gran capacidad directiva fueron las virtudes que pronto conquistaron para Mella la confianza y la adhesión de los tabaqueros —fue la fábrica Por Larrañaga, dice, la primera que Mella visitó— y de todos los obreros organizados; iba a diario a los locales proletarios, habiendo situado la secretaría de la Universidad Popular en la Sociedad de Torcedores, en la organización de cuyas escuelas participó —al instalarse en su local propio de la calle San Miguel—, formando parte del jurado en los exámenes de oposición para las plazas de maestros de esas escuelas. Cuenta López Rodríguez dos anécdotas de Mella en sus relaciones con el doctor Alfredo Zayas, Presidente de la República en los días de sus más turbulentas actividades, y que muestran dos vertientes de su carácter: la jovialidad y el civismo. Acudió al Palacio Presidencial una comisión de obreros y estudiantes para solicitar la libertad de un dirigente obrero que estaba preso. El doctor Zayas mandó pasar primero a los estudiantes y reprochó a Mella que propiciara una unión que estimaba tan peligrosa: —¡Cuándo se ha visto eso, que anden revueltos obreros y estudiantes! Mella aprovechó la oportunidad para dictar una conferencia sobre las inquietudes sociales de los nuevos tiempos. Logrado el acceso de los trabajadores, y cuando se hablaba del problema que les había llevado allí, un ordenanza trajo al doctor Zayas un vaso de leche, y este, gentilmente, brindó: —¿Ustedes gustan? Mella, que no había desayunado, aceptó la invitación y se tomó la leche… La otra anécdota de López Rodríguez se refiere a una asamblea que se celebraba en la Universidad, de profesores y alumnos, en relación con las demandas universitarias y en presencia del doctor Zayas, quien al hacer referencia a la Universidad Popular José Martí, quiso atribuirse la iniciativa. Mella saltó e interrumpiendo enérgicamente al orador, aclaró que no podía expresarse así, pues que se trataba de un acuerdo del Congreso de Estudiantes, desarrollado por la Federación Estudiantil. —Bien —repuso el Presidente con su característica flema—, no soy de los iniciadores, pero sí un colaborador más… Juan Marinello Un símbolo de la juventud cubana Aún con la impresión de los recuerdos que acabo de suscitar en esas dos reliquias del movimiento obrero cubano, visito en su despacho al doctor Juan Marinello, presidente del Partido Socialista Popular, sucesor del Partido Comunista, la organización política que ayudara a fundar Mella hace cerca de un cuarto de siglo. —Conocí muy de cerca a Julio Antonio en los días de sus luchas universitarias —responde Marinello al primer punto del interrogatorio—. Yo había salido de la Universidad hacía poco, y por ser mi hermano Felio presidente de la Federación Estudiantil, mi casa era visita diaria de Mella; pude seguir por ello su pasmosa evolución ideológica: el dirigente estudiantil preocupado en los primeros tiempos de su acción por la reforma universitaria, descubrió muy pronto que la Universidad no era, en sus retrasos y contradicciones, sino la expresión de la sociedad retrasada y contradictoria que la sustentaba. Nadie avanzó en tan corto tiempo: todavía con la marca de la adolescencia, se irguió puro y ardoroso contra una realidad corrompida y entreguista; al entrar en la juventud, poseía ya una visión política inusual y profunda del caso cubano. Sin dejar de ser hombre de acción, fue estudioso y meditador, y su tesis antimperialista sigue vigente y viva… * Tomado de Ángel Augier. «Cómo era Julio Antonio Mella» [Fragmento]. Bohemia, [La Habana], 23 de enero de 1949, pp. 30-33, 80-81; 30 de enero de 1949, pp. 8-10, 93. 1 Ángel Augier logró recoger testimonios valiosísimos como el de Oliva Zaldívar, Aureliano Sánchez Arango, Eduardo Suárez Rivas o José Rego, que no escribieron sus recuerdos sobre Mella. En el caso de Rosario Guillaume, Sarah Pascual, Gustavo Aldereguía o Leonardo Fernández Sánchez, sus versiones les sirvieron para otras. Se ha excluido el testimonio de Leonardo Fernández Sánchez, porque se ha preferido la versión publicada, ya post mortem, en 1970. (AC) Cuando intereso al gran escritor y dirigente sus impresiones más imborrables de Mella, su respuesta no se demora: —Conservo recuerdos muy intensos de Julio Antonio cuando su histórica huelga de hambre, uno de los hechos más transcendentes de la lucha contra el naciente machadismo. Tengo muy presente sus conversaciones en la cama en que se agotaba, su buen humor inalterable, su cariñosa hombría, su natural reciedumbre. Será para mí galardón vitalicio que cuando su abogado defensor, al interponer un recurso de reforma contra el auto que lo mantenía preso, solicitó de él el nombre de tres personas que, de acuerdo con la ley, dieran testimonio de su honestidad, señaló mi nombre entre los de Enrique José Varona y Juan Antiga. En el auto en que el juez accede al recurso así se consigna. —Mella fue —agrega Marinello— una rara y hermosa fusión de lo físico y lo moral. Su perfil anunciaba su carácter, como su presencia el dinamismo generoso en que se tradujo su existencia. Alguna vez he recordado cómo, al descubrir en el cementerio mexicano en que yacía su osamenta poderosa, la frente blanquísima conservaba su actitud combatiente y sobre ella se mantenía el arranque intacto de la melena revuelta y retadora. Pocas veces, y ninguna tan plenamente, el soporte físico fue impulso y complemento de la acción valerosa, el pensamiento limpio y la penetración magnánima… Estima Juan Marinello que la juventud cubana ha tenido una honda intuición al hacer de Julio Antonio Mella, por encima de credos partidarios, su dechado simbólico. —Lo que hay más específico y privativo en el ímpetu juvenil, estaba en aquel joven singular. Se ha hablado atolondradamente de la iconoclastía de Mella: iconoclasta insuperable fue contra los ídolos falsos, contra los simuladores de la honestidad, el patriotismo y la cultura. Y, revolucionario perfecto, rindió homenaje tierno y mantenido a los valores de verdadera entraña magistral. El oportunista y el ambicioso tuvieron siempre su denuncia y su combate. El honesto y generoso, su estimación y su respeto. Grandes devociones suyas fueron José Martí y Manuel Sanguily, Eusebio Hernández, Enrique José Varona y Carlos Baliño. Culminación del espíritu juvenil, Mella fue veraz y decidido, valeroso y audaz, pero también meditador y estudioso. Sólo trenzando estas firmes virtudes, pudo integrar una concepción tan real y revolucionaria del caso cubano. Nuestra juventud cumple un gran deber proclamado en Julio Antonio Mella su orientador y su guía… 1949 Eduardo Avilés Ramírez Julio Antonio Mella y la Plaza de la Concordia* Fue desde la terraza del Jeu de Paume que una vez Julio Antonio Mella tratando de sintetizar a París en su plaza, me dijo estas palabras bellísimas y turbadoras por exactas: «Aquí todas las cosas están colocadas en forma de beso.» Y es así. Por algo Gabriel era Arquitecto del Rey, hijo y nieto de magníficos arquitectos. Por algo los Gabriel habían construido castillos, iglesias, escuelas, el Port Royal, el Trianón, la restauración del Louvre, la Escuela Militar, etcétera. Eran, en el fondo, el resumen del refinado gusto del Gran Siglo, eran ya esa «forma de beso» de Watteau, de Fragonard y de Boucher, esa «forma de beso» de Versalles, esa «forma de beso» de Rameau y de Racine, que Mella debía descubrir con mirada límpida de águila joven, de un solo golpe de vista desde el parapeto de la terraza. En La Habana, después de la fundación de la Universidad Popular, en la que, entre otros, fuimos creadores y profesores Martínez Villena, Tallet, Mella y yo, tuve el delicadísimo honor de ser testigo a su favor en su célebre proceso (mis amigos de La Habana, creían que yo lo hacía, no por pura y valiente amistad, sino por inconsciencia temeraria). Y después, colocados ambos en la plaza que había sido el escenario de la Revolución, quise oír lo que pensaba junto a tanto fantasma sin cabeza, y naturalmente le hablé del Terror. Pero para agradable asombro mío, la cuerda no tuvo ninguna resonancia. ¡Pero ninguna! El criollo acalorado que había en él desapareció, desapareció asimismo su revolucionarismo innato, y nació, pero nació allí mismo, con la Concordia a nuestros pies y la Avenida Triunfal enfrente, un Mella insospechado, que quizás, él mismo ignoraba: el Mella crítico de arte, pesador de perspectivas y analizador de estatuas. Desechando el tremendo tema histórico que yo le señalaba, improvisó admirables madejas de poesía y descubrió el secreto de París, la intimidad de su arquitectura y el porqué de su seducción, temas que yo creía completamente extranjeros a su naturaleza. Fue en el curso de aquella perorata espontánea e íntima que le oí decir que «todas las cosas en París están colocadas en forma de beso». Perdonad, lectores míos, que en este segundo centenario de la Plaza de la Concordia os haya hablado más de Julio Antonio Mella que de Luis XV, de Ramsés y de la Revolución. Pero es que, a pesar del tiempo transcurrido, para mí Mella sigue siendo el amigo inmortal y una desgarradura del corazón. PARÍS, 1953 * Fragmento tomado de Información [La Habana], 17 de junio de 1953, p. 2. Mariblanca Sabas Alomá La acción antimperialista de Banes* A mediados de 1923, recién llegada a La Habana, procedente de mi Santiago de Cuba, conocí a Julio Antonio Mella. Entablamos lazos de entrañable compañerismo y de fervorosa amistad. Adolescente todavía había iniciado mi carrera periodística en el año 1919 en el Diario de Cuba, de Eduardo Abril Amores. En 1921 (¿recuerdas compañera Dulce María Escalona? ¿Recuerda compañero Enrique Cazade?) fundamos en la capital de Oriente la Juventud Nacionalista, cuyas campanas cubanísimas, anticlericales y antimperialistas, crearon estados de opinión y de conciencia en toda la República. Era lógico que, bajo el liderato natural de Julio Antonio Mella, continuáramos e intensificáramos en La Habana esa labor iconoclasta y rebelde comenzada en Santiago de Cuba. […] Un día, Julio Antonio Mella y un pequeño grupo de fundadores de la Liga Antimperialista fuimos invitados por una conjunción de fuerzas de izquierda de Banes para ofrecer allí un acto que habría de celebrarse en el teatro principal de la localidad. Los acontecimientos que se produjeron constituyen una de las más gloriosas realizaciones de la vida de luchador de Julio Antonio. Cuando llegamos a Banes una multitud impresionante nos acompañó hasta el teatro. Ya en su recinto, pudiendo apenas movernos entre una masa humana que aclamaba a Mella, deliberadamente se produjo una tremenda confusión. El acceso al escenario nos fue vedado por el alcalde municipal en persona y varios agentes de la fuerza pública. Se encontraba presente el Cónsul de los Estados Unidos. En un alarde de cinismo y de abyección que nos llenó a todos de indignación y de cólera, el alcalde nos dijo que «el acto no podía celebrarse, porque lo había prohibido el Cónsul norteamericano». Era de fuego la sangre que comenzó a circular por nuestras venas. Julio Antonio Mella tomó una rápida decisión. El acto se efectuaría, de todos modos, ¡en la plaza pública!… Se organizó una manifestación imponente. Desafiando a los soldados y policías que trataron en vano de oponerse a nuestro paso, nos concentramos en el parque, se improvisó una tribuna ¡y el acto ANTIMPERIALISTA que el Cónsul de los Estados Unidos en Banes, agente del imperialismo, prohibió, tuvo bajo el cielo libre de una patria cubana, una trepidante culminación!… De acuerdo con el programa confeccionado, debíamos hacer uso de la palabra Rubén Martínez Villena, Leonardo Fernández Sánchez, Julio Antonio Mella y yo. Los participantes en aquel histórico acto ANTIMPERIALISTA, ofrecido en una época de sangrientas represiones y de servil sumisión al amo extranjero, no podremos olvidar jamás el discurso de Mella. (Aquella tarde, al originarse un tiroteo por medio del cual la policía intentó en vano disolver el mitin, resultó herido por una bala que le atravesó la palma de la mano el compañero Leonardo Fernández Sánchez. Yo escuché muchos disparos, mientras consumía mi turno en la tribuna.) Julio Antonio Mella pronunció en Banes […] palabras sólidas, firmes, de poderoso contenido revolucionario. Se anticipó, en cierto modo, a la luminosa Cuba de hoy. ¿1960? * Fragmento tomado de El Mundo [La Habana]. Recorte en la Colección Mariblanca Sabas Alomá. Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística. Juan Marinello Genio y figura* Quien vio de cerca a Mella conoció a una de las personalidades más sugestivas y atrayentes que hayan alentado en nuestra tierra. La estampa física conmovía a maravilla con su naturaleza y su misión. Muy alto, atlético, de cabeza hermosa, fuerte y erguida, de ademanes enérgicos y serenos a un tiempo, su presencia respondía en manera exacta a su tarea de comunicación inmediata y múltiple. Cubano hasta la médula —hijo afortunado de las dos sangres matrices que integran el pueblo de su isla— fue, como Martí, un caso sorprendente de superación de lo nuestro. Meditador y audaz, sonriente y contenido, alegre y responsable, imaginativo y práctico, era muy difícil escapar a su ámbito. Conocerlo era creer en él. Unía la mente ancha y universal a la cercanía familiar y captadora. Hasta aquel peculiar ceceo, hasta aquel andar a grandes trancos, un poco desgonzado de la cintura abajo, hasta aquella postura ladeada, caída hacia la izquierda, que adoptaba en la tribuna, le completaban la personalidad atrayente. 1963 * Tomado de «Mella y el primer Congreso Nacional de Estudiantes.» [Fragmento], Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, pp. 5-13. El fragmento en p. 5. Alfonso Bernal del Riesgo Tres recuerdos de Mella* I. Líder rápido y multiforme** La primera divulgación oral sobre Mella que tuve a mi cargo en el Instituto de su nombre, la destiné en su mayor parte a demostrar la real verdad del título puesto a este trabajo que es un breve resumen del mencionado. Julio Antonio Mella, además de ser el indudable líder estudiantil y progresista de su época, fue el creador de los organismos e instrumentos que la gran inquietud del año 23 necesitaba. Desde que se hizo conocer como «deportista con ideas», en el 22, hasta el final del 25, fecha de su exilio, desarrolló una continuada acción revolucionaria calificable de enorme, rápida, colosal. No se sabe en ella qué admirar más, si la calidad de las ideas, correctas por marxistas, o la cantidad y variedad de sus gestiones. A él, como a Martí, se le puede tomar de ejemplo en este aspecto, pues Mella no conoció el cansancio ni la falta de tiempo. Este rasgo de su personalidad, aunque salta a la vista del que sabe mirar, debe ser anotado por el joven deseoso de conocer el porqué de la importancia nacional del primer gran adalid estudiantil y socialista. Compruébese que desarrolló una extensísima y multilateral actividad en todos los órdenes de la organización, la propaganda y la educación revolucionarias, y que hizo todo esto sin contar con medios ni recursos; con poco dinero en el bolsillo, viajando en tranvía, escribiendo de su puño y letra cartas y artículos; sin secretaria y sólo con la ayuda de los colaboradores voluntarios, algunos de los cuales eran de responsabilidad intermitente o poco segura. * Título atribuido, AC. Para evitar reiteraciones se suprimió el nombre de Mella de los tres textos. ** Tomado de Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, pp. 30-31. Mella fue un revolucionario superdinámico; un alud en la lucha por nuestros ideales; un estudioso incansable; sí, un joven creyente fanático en el saber y el estudio. Científica, psicológicamente, puede decirse que su inteligencia era del nivel superior, si se entiende este juicio en sentido técnico: el que hace mucho y bien con poco esfuerzo, en breve tiempo. La prueba convincente de esta tesis, indudable para sus contemporáneos, puede pasar inadvertida, porque la acción de Mella no se suele presentar reunida y fechada en el modo adecuado para formar sin dificultades el juicio aludido. De intentar algo de esto se trata aquí. Empiece por pensar el lector en la vida pública, en la duración de la vida pública de nuestro grande joven en Cuba: tres años. E igualmente, tres años vivió en México. Como bien dijo Rego, «Mella fue un relámpago…» Lo que sigue se contrae al primer trienio, y ha sido puesto en forma de cuadro gráfico para facilitar la visión de conjunto. Contiene todo lo que una sola cabeza recuerda y considera esencial. Los números indican los sectores de su conducta pública. 1, 2 y 3 corresponden a los 1 principales organismos políticos que cofundó y dirigió: el Partido Comunista de Cuba (Sección de la Tercera Internacional), la Liga Antimperialista y la Liga Anticlerical. En el Comité Central del Partido Comunista de Cuba coincidieron con él, además de los expresados en el gráfico, que eran orientadores, Rafael Saínz Pelegrín, periodista español exiliado; los obreros industriales Alejandro Barreiro, José Rego, Joaquín Valdés, Benito Expósito, Juan Cabrera…; los hebreos, también obreros, Miguel Magidson y Jacobo Gurvich, y como representantes de la juventud Fabio Grobart. Concurrieron al Congreso de fundación, como delegados de la Internacional, Enrique Flores Magón, de México y L. o E. Etcheverro, argentino que llegó tarde. De las agrupaciones del interior, venía mucho a La Habana, trayendo el aire campesino, Venancio Rodríguez. Blas Roca, de Oriente, entonces representante juvenil, venía poco. 1 Siguiendo este esquema u otro análogo se puede describir toda su vida política: de cada número principal se podría escribir un libro. La historia de Mella en el Partido Comunista de Cuba será algún día objeto de cuidadoso estudio. Es cierto que en el seno del Comité Central discutió varias veces; pero esto no rebaja sino peralta al líder y al organismo. (Sépase que en aquella lejana fecha, 1925, fresco aún el cadáver de Lenin, el comunista que no sabía discutir o que sabiendo no lo hacía era considerado… «defectuoso». La crítica era tenida en gran estima; se le juzgaba la nodriza del éxito y el detente de los extravíos y exageraciones a que el marxismo puede conducir cuando olvida su origen dialéctico y se torna dogmático.) En relación con la huelga de hambre que estando preso Mella declaró a fines del año señalado, el Central Central se mostró más temeroso por la salud, y la vida y el éxito de él, que él mismo. Según un decir impreciso y dudoso, Julio Antonio Mella «había tenido algo en los pulmones» cuando era muchacho. Para ese organismo Mella estaba en peligro y pensaba que se debía cuidar un poco más, preocupación que se vio confirmada a los tres años. La Liga Antimperialista de Cuba contaba con la adhesión y la simpatía de algunas instituciones y de muchos compatriotas. Todos los revolucionarios de aquel tiempo estuvimos activos en ella. Pero Emilio Roig de Leuchsenring, por su pluma y su nombre sobresalía al lado del líder. Algo parecido ocurrió, aunque en tono menor, con la Liga Anticlerical, nacida al calor de la prédica de la conferenciante española Belén de Zárraga. A. Sust era uno de sus más entusiastas propulsores. Los números 4 y los demás hasta el 9 señalan las actividades en torno a la reforma universitaria. En esta gestión estuvo Mella menos de dos años, y en ese breve lapso nació, creció y murió el Grupo Renovación, cuna y centro de difusión del izquierdismo universitario. De aquella fecha o poco antes data el auge de la Federación Estudiantil Universitaria, con su presidencia rotativa, que en el 23 ocupaba Felio Marinello. En este mismo año se celebró el primer Congreso Revolucionario de Estudiantes donde Mella creó la Universidad Popular José Martí, y la Confederación de Estudiantes de Cuba, de muy difícil organización. La actividad de Mella en todo lo mencionado antes fue asombrosa. Ocupó un puesto en la Asamblea Universitaria, la conquista estatutaria de los estudiantes reformistas y, junto con Aldereguía, que representaba a los profesionales, inició la «lucha oficial» por la nueva Universidad, lucha que terminó pronto. Disuelta la Asamblea, Mella hizo examen de conciencia, descubrió que la reforma universitaria era parte de un todo, y dirigió el foco de su conducta 2 hacia la Universidad Popular y los sindicatos obreros. Corría el año 24. Él, Berardo Valdés, Escudero y quien escribe —universitarios los cuatro— visitábamos con más o menos frecuencia la Agrupación Comunista de La Habana, en la que se empezaba a discutir la conveniencia de convocar al Congreso de fundación del Partido. Interesa advertir enfáticamente que la historia de este año es muy importante para el conocimiento biográfico de Mella, porque fue en él que el líder se convirtió de simpatizante en adicto a las doctrinas de Marx, Engels y Lenin. Meses después, en agosto del 25, figuraba entre los fundadores del Partido. 2 Algunos compañeros, estudiantes y profesores confunden esta tesis, por demás evidente, con la negación de lucha por la reforma y su pase íntegro para después de la total revolución socialista. Mella, en un artículo escrito meses antes de su muerte, aclara esta dañina tergiversación con palabras y hechos. Tanto la revolución socialista como la reforma universitaria socialista, necesitan de antecedentes, de preparación, de cuadros y proyectos. Nada válido puede esperar el marxista de lo espontáneo. Antes y después de esa fecha, Mella se ocupó mucho del punto 9. «Tenemos que educar, propagar, publicar…» —repetía. A principios del año 23 o fines del 22, edita Alma Mater, meses después publica Juventud, más tarde colabora en Justicia y, por supuesto, en los manifiestos y comunicados del Partido Comunista (No puedo afirmar con certeza si colaboró en Lucha de Clases.) Se puede decir que apreciaba la obra escrita tanto o más que la hablada, y así su arrogante figura era vista con frecuencia por la imprenta de los Torcedores, sita en la calle Figuras. En el esquema aparecen dos puntos que se explican por sí mismos. El 7 significa la dedicación de Mella a la educación física y los deportes. Su ingreso en los Manicatos inicia su actuación colectiva. Este grupo estaba formado por jóvenes atletas defensores del espíritu popular universitario frente al espíritu exclusivista del Havana Yacht Club y el Vedado Tennis Club. Operaba como la vanguardia «antiamarilla» («amarillo»: estudiante universitario que defendía una bandera deportiva extraña). El número 8 tiene cierta importancia, porque indica que Mella tuvo y sostuvo amistosas relaciones con el profesorado; en especial con el general Eusebio Hernández, simpatizante de la Revolución rusa, y con el doctor Carlos de la Torre, el doctor Aguayo, el ingeniero Plácido Jordán y con otros profesores que después de las elecciones del 24 le volvieron la espalda a la reforma. Falta en el esquema toda la vida privada de Mella que en modo alguno fue hueca. Las visitas a su padre eran frecuentes y casi siempre cordiales. Y en el amor todo el mundo sabe que cumplió como un marxista, tomando a edad temprana compañera. Su vida económica lógicamente no estaba aún constituida. Más de una vez me habló de esto y de la posibilidad de escribir libros y de traducir para atender a sus necesidades. En el 25, en el primer trimestre, fundamos un colegio para, de este modo, educar revolucionariamente y subsistir. En febrero o marzo nació el Instituto Politécnico Ariel, en el que Mella trabajó como profesor y codirector hasta su cierre, que coincidió con su forzado exilio. 3 Si a lo indicado en el gráfico une el lector la obra escrita de Mella, más los discursos, y a todo esto se le añade el estudio crítico y concienzudo de las carreras de Derecho y de Filosofía, tendrá datos suficientes para formarse una idea del enorme volumen de conducta realizado en tres años por nuestro compatriota. En Julio Antonio Mella apuntaba un segundo Martí, no sólo por la genuina calidad cubana y revolucionaria de sus ideas, sino por la asombrosa cantidad — rapidez y precisión— de sus actuaciones. No exageramos los que lo tenemos por uno de nuestros grandes ni cuando lo mostramos de ejemplo a la juventud de este pequeño gran país, cuya heroica y briosa dirigencia lucha «contra viento y marea» por establecer la primera sociedad popular y justa del continente americano. 3 Consúltese sobre este aspecto el trabajo del compañero Erasmo Dumpierre. Según él, Mella estaba escribiendo un libro cuando lo mataron. Según Puerta, el padre, Mella se hizo temible en México. Por lo dicho, pocas muertes merecen como la de Mella el calificativo de irreparable. En la oportunidad en que hubimos de referirnos a ella, dijimos lo siguiente acerca de su manera de ser. El grande hombre del cual hemos hablado poseía entre sus muchas cualidades la de descubrir y comprender las limitaciones cubanas. Él era antisectarista y a la vez antioportunista, partidario de la discreción conspirativa y muy enemigo de los conciliábulos y capillitas. No obstante su juvenil osadía, era enemigo de la impremeditación y la espontaneidad. Su odio al error era el de Martí cuando dijo: «del error di todo y di más…» El siempre quiso saber el real sentimiento de las masas y las condiciones de la clase obrera. Tenía quizás cierto parecido con Dimítrov, el teórico del frente popular, y varias lúcidas tangencias con Fidel Castro. Fue sin duda el mejor intérprete de la aplicación del leninismo a nuestra América. Y el enérgico e indiscutible corifeo del movimiento en pro de la reforma universitaria y de la educación política de nuestras clases inconformes. De él podría decirse en el campo revolucionario lo que en el científico se dice de Felipe Poey: «Tanto nomine nullum par elogium.» 1963 II. Las ideas pedagógicas de Mella* Compañeros de la mesa, compañeros del auditorio: Vuelvo a ocupar la silla docente del Instituto para insistir sobre el tema pedagógico, tema que le parece a muchos falto de interés y poco revolucionario. Hace años un joven estudiante de Derecho me dijo hablando del asunto: «No concibo a Mella perdiendo tiempo en eso…» Hoy día, gracias a la campaña contra el analfabetismo y a la importancia que el Gobierno Revolucionario le da a la instrucción, ese juicio quizás haya cambiado. Pero en el fondo de nuestras opiniones la pedagogía sigue siendo una actividad de valor subalterno. Comparada con las carreras de Medicina o de Arquitectura, la de Educación vendría a ser algo así como la de procurador o taxidermista: cosa accesoria, fácil, barata. * Conferencia en el Instituto Mella. Posiblemente se produjo C. 1966, porque alude al doctor Salvador Vilaseca como Rector de la Universidad de la Habana. Se trata de una versión mecanografiada incompleta de una grabación deficiente. Se ha hecho todo lo posible por devolverle al texto la coherencia que distinguía a Bernal. (AC) Esa opinión, que es sin duda errónea, encierra, contiene, una gran cuestión revolucionaria, que en la década del 20 era discutida con frecuencia. Expresada en términos populares y breves es la siguiente: con la educación no se hace la revolución socialista, pero… sin educación el éxito socialista es difícil, muy difícil. Parece evidente que un régimen nuevo necesite hombres nuevos; que un régimen de productores necesite de verdaderos trabajadores; que un régimen de sinceridad necesite de hombres no alienados o poco alienados. El hombre socialista no nace. Al contrario, es un producto o resultado de sus condiciones de producción. Si estas son malas él no puede darse o se da mal. Por supuesto, el comunista después que está hecho, bien hecho, es o puede ser incorruptible. Sé por experiencia propia que la educación, que su apropiado valor, decayó después de la 4 gran voltereta corruptora de Batista, pues antes del año 30 la pedagogía figuraba entre las profesiones respetables. En las aulas y fuera de ellas aún resonaba el eco de Varona y su obra 5 fue continuada con dignidad por Valdés Rodríguez, Aguayo, Montori, Luciano Martínez, el padre de Rubén, y varios más. La cuestión de la calidad de la educación preocupaba a la gente culta en sumo grado, y aunque esta era una minoría, sin duda era influyente. Todavía continuaba latiendo la tradición iluminante de nuestro glorioso siglo XIX que, como es sabido, se originó en 6 este campo con el padre Varela y con Luz y Caballero. Después de la huelga de marzo del 35, sucedieron muchas cosas, entre otras para citar una, el desbarajuste y el desparpajo del famoso 7 «Inciso K» y en lo universitario, el facilismo en la Facultad de Pedagogía. Porque no comparto esas opiniones peyorativas de lo pedagógico y he luchado y lucho contra sus consecuencias. Vuelvo a referirme a Mella en este aspecto, para así unir su venerable recuerdo a la causa útil y nobilísima del renacimiento revolucionario de las ciencias de educar. Esta tarea es quizás una de las más urgentes que la nación tiene ante sus ojos. No me sería difícil, sino muy fácil el convertir las anteriores palabras en argumentos probatorios y factuales de la primordial importancia, no que tuvo, sino que tiene la educación ahora, en la fase del tránsito cubano hacia el socialismo. La ciencia verdadera, la ciencia materialista dialéctica, ofrece para esto un verdadero arsenal de hechos, del que mencionaré 8 únicamente el reflejo condicionado de Pávlov, el fenómeno en el que se basan la medicina y la pedagogía del marxismo. Pero el tema es otro, y lo que he dicho sólo se propone dejar indudable constancia de que Mella se preocupó tanto por la educación (por su aumento masivo y por su calidad), porque esa preocupación forma parte de la conciencia revolucionaria socialista. El haberlo hecho así constituye uno de sus méritos mayores, que hoy quizás sólo se entrevé y que mañana se verá más claramente. 4 5 6 7 8 El dictador Fulgencio Batista Zaldívar (1901-1973). Enrique José Varona (1849-1933), Manuel Valdés Rodríguez (1848-1917), Alfredo Aguayo (1866-1948) y Arturo Montori (18781932), ilustres pedagogos. Félix Varela (1787-1853) y José de la Luz y Caballero (1800-1862), filósofos y padres de la pedagogía cubana. El «Inciso K», engendro del primer batistato (1934-1944), que fue ampliado en el mandato presidencial de Ramón Grau San Martín (1944-1948), para promover de fondos adicionales al Ministerio de Educación. Se convirtió en una de las fuentes más escandalosas del robo estatal. Iván P. Pávlov (1849-1936), destacado científico ruso, autor de la teoría de los reflejos condicionados. Cuando la cualificación de lo educativo pase a ser un punto real y esencial y se planee técnicamente su mejoramiento, partiendo como debe ser de los antecedentes nacionales, Julio Antonio Mella será llamado con Varona y con otros a dar su aporte criollo, aporte que nada ni nadie puede suplir. Pues en esto de educar como en todo, el injerto puede ser extranjero, pero el tronco ha de ser cubano, tal y como lo aconsejara Martí. Es incierto que el socialismo entierre lo nacional, pues, al revés, lo resucita, vitaliza y limpia de las impurezas producidas por el lucro de la sociedad clasista. Nada hay, pienso yo, más eficaz y mejor para combatir las tradiciones coloniales, los hábitos nocivos de un país, que tomar de la tradición lo que bajo la colonia se alzó culturalmente contra la tradición, y luchó por su enmienda y su cambio. Pero siendo este asunto demasiado específico, porque se liga en la psicología con la doctrina de los hábitos y con la motivación de carácter, que incluye lo inconsciente, me parece correcto dejarla a un lado sin perderlo de vista, y entrar en el tema propio de la lección de hoy. Réstame sólo decir que Lenin usaba profusamente el concepto de hábito. La vieja expresión popular «el hombre es un animal de hábitos» es cada día más exacta a la luz de las recientes investigaciones neuroelectrónicas. El conocido interés de Mella por la Universidad como tal se extendió muy pronto a lo que podríamos llamar misión revolucionaria de esta Casa de Estudios y llegó hasta la educación secundaria y primaria. En los tres aspectos o campos mencionados —Universidad, Educación, Revolución— actuó desde el principio y actuó bien, para lo que se impuso con seriedad y rigor la tarea de informarse debidamente acerca de todo esto, lo que dicho de otro modo significa adquirir un equipo ideológico, un bagaje de información realista, científica no sólo —repito— sobre la Universidad y su Reforma y la teoría y la praxis de la Revolución Social, sino sobre el proceso educativo en su conjunto. Durante la primera etapa de la evolución del pensamiento de Mella, lo universitario tuvo primordial importancia. Era la Universidad lo que podía observar, estudiar, criticar y evidentemente proponerse transformar, cambiar. Ese es el Mella universitario, ejemplarmente obsedido por la causa de la Reforma Universitaria, el de la depuración profesoral, el de la Federación y el del Congreso de Estudiantes, el de la Asamblea Universitaria. Este aspecto de su obra ha sido divulgado de un modo u otro por varios compañeros y por mí. El Mella socialista, aunque se liga al universitario muy rápida e íntimamente —en declaraciones orales y escritas— no se manifiesta en hechos hasta noviembre del 23. Este es el Mella revolucionario, el de la Liga Antimperialista, el de la Liga Anticlerical, el del Partido Comunista de Cuba. Este aspecto de su personalidad ha sido también bastante divulgado. La tercera zona, la educativa, es menos conocida y ha sido expuesta en forma incompleta. A popularizarla y completarla vienen estas palabras que no pretenden ser exhaustivas ni tampoco por entero nuevas, puesto que muchas de las ideas sobre la Reforma Universitaria, se relacionan, como es natural, con el fenómeno educativo. Este es el Mella de la Confederación Nacional de Estudiantes (el gran empeño que emprendiera con Leonardo Fernández Sánchez), el del Instituto Politécnico Ariel, que fundó y codirigió durante cerca de un año con quien tiene el placer de dirigirles la palabra y, por supuesto, el de la Universidad Popular. De las tres obras apuntadas —Confederación, Universidad Popular José Martí, Instituto Ariel— se ha dicho poco, porque en verdad no es mucho lo que ha quedado de aquellos intentos, difíciles los tres. Me propongo, con el auxilio de la compañera Hernández y del periodista Madariaga, emprender el estudio de la gestión de Mella por la Confederación Nacional de Estudiantes, organismo que no llegó a tener nunca estructura estable y acerca de cuya programática sólo quedaron ideas y fragmentos de índole organizativa, y las tesis sobre la necesaria depuración del profesorado presentada por César Mata y otros jóvenes del año 23 en el Congreso de esta fecha. 9 De la Universidad Popular sólo conservo recuerdos personales. La pérdida de Vivó, que poseía su archivo, obliga a una reconstrucción testimonial que ha demorado y de la que desearía ocuparme con los «supervivientes» que nos quedan. Del otro hecho, del Instituto Politécnico Ariel, sí poseo, naturalmente, buena información y del inapreciable tesoro directo y confidencial que supone la actuación conjunta y la convivencia bajo el mismo techo durante casi un año. Pero el Instituto Politécnico Ariel tiene una importancia especial y distinta en la biografía de nuestro gran líder. Recuérdese que fue un plantel fundado con fines de subsistencia personal, instalado con dinero nuestro, con cobro de matrículas, con presupuesto de ingreso y gastos y su incipiente nómina de profesores o maestros. Constituyó el intento que Mella y yo emprendimos por la llamada independencia o autarquía económica. Sólo existió diez meses, pero no obstante su vida fugaz —todo en Mella fue fugaz— nos dejó la muestra de su propósito profesional. El punto a que acabo de aludir constituye en la biografía de todos los revolucionarios un 10 tema de trascendental importancia al que hubo de hacer referencia el rector Vilaseca al inaugurar este curso. En él se manifiesta, y a veces se decide, la gran cuestión entrañada en la vocación revolucionaria, y más especialmente en la de los intelectuales que como Marx, Lenin, 11 Togliatti, Fidel Castro y muchos otros no sólo proceden de la pequeña burguesía sino que además han adquirido un título universitario. Esta cuestión existencial se plantea como un trágico y agudo dilema, como un conflicto profundísimo que tomando manifestaciones muy diversas (tan diversas como las personas), puede resumirse en esta angustiosa alternativa que 12 recuerda la gran pregunta de Hamlet: ser profesional revolucionario o ser revolucionario profesional. Tengo en mi haber el privilegio de haber asistido a la tramitación y a las alternativas de ese dilema en la cabeza de Mella. Seguramente que muchas de las cosas que hablamos poco antes de fundar el Instituto Ariel y durante los meses que en su edificio pernoctamos, las ha borrado el tiempo; otras las recuerdo más o menos claramente, pero me abstendré de expresarlas por no haber dejado Mella constancia escrita de esas reflexiones. Pero el hecho de la fundación del Instituto Politécnico Ariel por sí mismo demuestra que Mella ansiaba, en 1924, ganarse la vida con su trabajo. Se podría decir que estaba en ese entonces en la situación mental que estuvo Federico Engels cuando decidió expatriarse a Inglaterra para trabajar de oficinista en la firma de la que era copropietario su progenitor. Muchos hechos obligaban a Julio Antonio a plantearse y tratar de resolver la cuestión más importante de la vida. Se había casado, su compañera, estudiante, no trabajaba, sus gastos crecían, el dinero para publicar escaseaba y el padre, Don Nicanor, siempre comprensivo, ni abundaba en sobrantes ni veía siempre con la misma simpatía los gastos ocasionales en que, por fuerza de todo lo anterior, tenía Mella que incurrir. A fines del año 24 la necesidad de más moneda se hizo en Mella muy palpable, y me lo comunicó. Ya había yo terminado los estudios de Derecho y decidido continuar los de Filosofía y Pedagogía con la intención de ejercer estas últimas carreras y no la que había concluido. Por la vía de la herencia materna había recibido un puñado de pesos, y al confiarme Mella sus propósitos le contesté más o menos de este modo: «Me parece que vamos a tener que hacer en este asunto al revés de Martí; meternos primero a maestros; podríamos fundar un colegio». La idea, en realidad, recuerdo que no le sedujo mas tampoco le desagradó, y recuerdo que me dijo algo relativo a una editorial revolucionaria de la que en anteriores ocasiones me había hablado. Mi respuesta fue más bien negativa y repetí el argumento que en otras ocasiones le había expuesto: «Mientras los anarquistas sigan regalando los folletos y las revistas no creo viable tu editorial». Poco después me volvió a verme, ya decidido a fundar el colegio. Probablemente estábamos en las Pascuas del año 24. En febrero del siguiente abrió sus puertas el plantel cuya vida terminó, como se sabe, con la prisión de Mella. 9 Jorge Vivó, miembro del Partido Comunista, profesor de la Universidad Popular José Martí. Perteneció a la ANERC en Nueva York. Fue Secretario General del Partido. En 1937, se estableció en México, donde fue profesor eminente de la Universidad Nacional Autónoma de México. 10 El doctor Salvador Vilaseca (1911-2002), combatiente estudiantil contra Machado, fue rector de la Universidad de la Habana entre el 21 de junio de 1965 y el 31 de agosto de 1966. 11 Palmiro Togliatti (1893-1964), dirigente del Partido Comunista Italiano y agente de la Internacional Comunista. 12 Hamlet, personaje de la famosa tragedia homónima de William Shakespeare. Lo que Mella hizo, dijo y escribió en él, fue en gran parte —como tenía que ser— obra conjunta y no sólo suscrita y compartida conmigo, sino con los profesores que democráticamente participaban en la empresa y de modo muy especial, en lo que a la didáctica se refiere, de Carmen Rodríguez, mi mujer, que en esa fecha acababa de recibir el título, entonces muy apreciado, de Doctora en Pedagogía. Es a ese conjunto de ideas al que voy a referirme primero, relacionándolo con las que Mella expusiera en las ocasiones en que hubo de ocuparse de la cuestión educativa. Espero que después de oírlas estarán todos ustedes de acuerdo con el título de este trabajo y con la tesis que en el año anterior sostuve al respecto: que no se podrá escribir la historia de la pedagogía revolucionaria cubana omitiendo el nombre de Julio Antonio Mella. El método que me propongo seguir para dar cumplimiento a lo ofrecido consiste nada más que en la cita textual de las palabras contenidas en el folleto del Instituto, que redactamos conjuntamente; de los escritos que han sido publicados y el artículo fechado en México con el título «¿Puede ser un hecho la Reforma Universitaria?», más algunas referencias a algunos papeles que obran en mi poder, pero sin utilizar en ningún momento la información que obtuve de boca de Mella. También me abstendré, por razones de oportunidad y de tiempo, de la glosa encomiástica que muchas de sus ideas pedagógicas merecen. Me limitaré a recordarlas y a encarecer su importancia desde el punto de vista de la técnica de educar. La primera afirmación del folleto citado es esta: «Lo fundamental en todo plantel de enseñanza es el sistema general de educación.» ¿Qué significaba y qué significa esta frase, que a primera vista puede parecer innecesaria? Pues significaba y significa que no es el edificio, ni el lujoso mobiliario, ni los rituales aparatosos y la propaganda lo que Mella consideraba esencial sino el sistema; esto es, el método, la didáctica, la ciencia y el arte, y no de instruir, sino de educar. Esta tesis en 1925 era revolucionaria, pedagógicamente revolucionaria en la enseñanza oficial, y era osada, atrevida e innovadora en la enseñanza privada, la que como bien se recordará se realizaba como un negocio comercial «mondo y lirondo», sin pizca de espíritu científico y pedagógico. Los padres de los alumnos cuando decidían «poner» a sus hijos en este o aquel colegio, preguntaban dónde les iban a enseñar, con quiénes se les iba a enseñar, —¿con niños de «buena familia?»— y, acaso, qué les iban a enseñar —¿un poco de religión o mucho?. Pero ninguno se interesaba por saber cómo les iban a enseñar; ninguno de ellos preguntaba cómo iban a ser educados sus hijos. Todo esto y mucho más entraña la frase «sistema general de educación», en la que no insistiré por lo dicho antes, y porque la siguiente no cede en importancia a la anterior: Consiste este sistema en estudiar pedagógicamente al niño y al joven al comenzar su preparación, y una vez iniciada esta, sea vigilado constantemente en sus estudios, aplicándose el método que su edad, desarrollo físico y mental, salud, etcétera, requiera, desechándose, desde luego, el método o rutina memoristas, tan en uso en casi todos los centros de enseñanza. En estas palabras vemos desechar y condenar el memorismo, la gran plaza tradicional, establecer: 1. el estudio científico de cada niño o joven al comenzar sus estudios; 2. la vigilancia asidua durante el proceso del aprendizaje, sin esperar los resultados del examen, y 3. la aplicación de los medios y métodos didácticos adecuados a la edad de cada alumno, a su estado de salud y a su desarrollo físico y mental. El novísimo principio de la individualización de la enseñanza, la parcial conquista de la enseñanza programada, es claramente propuesta en ese párrafo, con el que se relaciona íntimamente el que dice: La instrucción que da este plantel no es sólo una simple exposición de conocimientos, sino también, el primer paso hacia la formación de un verdadero carácter, de una personalidad definida, que irá siempre en aumento y que se completará en estudios superiores, organizados en perfecta armonía en una forma cíclica y con vista a una educación tanto física e intelectual como moral. Formación de un verdadero carácter… desarrollo de la personalidad que irá siempre en aumento… educación física tanto como moral. ¿No están en estos temas admirablemente sintetizadas las grandes metas de la educación cubana de aquella época? Y yo me pregunto, ¿no siguen siendo válidos hoy día estos pensamientos pedagógicos de Mella? Sin duda, constituyen un excelente resumen de los fines y objetivos esenciales de la educación y no importa que algún crítico pueda calificarlos de conocidos o evidentes, porque el examen de la realidad educativa de aquellos días y de los que siguieron demostraría a plenitud que no se cumplían. Decir no es hacer. La consigna de convertir los centros de instrucción de aburridos e inútiles en centros de eficaz educación formativa cubana y socialista está vigente. El Gobierno Revolucionario ha logrado avances admirables en la educación física y ha mejorado los programas de estudio al introducir en ellos el marxismo; pero ha tropezado y tropieza con dificultades en el aspecto formativo y metodológico, tanto en lo que se refiere a la didáctica como a la educación sexual y del carácter. La carencia de educadores idóneos ha sido sin duda una de las causas de esa deficiencia, mas no la única, pues aún hoy son muchos los que piensan que el método didáctico viene sobrando y que la formación del carácter es obligación de la familia y no de la escuela y la Universidad. Estos compañeros debían de tomar clases con Fidel, que es un gran maestro. Pero, repito, no es en la expresión donde reside el valor de las ideas (de éstas y de todas las ideas), sino en su praxis, en su realización; y las que he leído fueron realmente llevadas a la práctica en el Instituto Ariel. En él se hacía lo que se prometía. Respecto a la comida (pues el colegio tenía alumnos internos y externos) se decía: «La Tabla de Alimentación que todo padre podrá ver y estudiar en el plantel, ha sido confeccionada siguiendo las instrucciones del director médico del plantel.» (El doctor Gustavo Aldereguía, cuya segunda especialización es o puede ser sin duda la dietética.) Y así se hacía; Mella comía conmigo y todos los profesores en la misma mesa con los alumnos, exactamente el mismo menú. La educación física estaba naturalmente a cargo de Julio Antonio, que era el encargado de hacer cumplir lo que el folleto del Instituto anunciaba. «El plantel fiel a su consigna de educar completa e integralmente al niño o joven no desatiende el ejercicio gimnástico diario, aplicándolo proporcionalmente a la edad y estado de salud de cada educando.» Bueno es decir que el Instituto Ariel contaba con un patio lateral de tierra de más de 600 varas de extensión donde a pleno sol y al aire libre los muchachos jugaban y sudaban. La salud preocupaba en grado sumo, y en efecto, el folleto tantas veces citado anunciaba al respecto lo siguiente: «Posee, igualmente, el Instituto “Ariel”, medicina de urgencia gratuita, y con efecto de informar a los padres pasará mensualmente una nota del estado de salud, peso, apetito, sueño y adelanto de sus estudios.» Permítaseme volver a leer despacio estas palabras: Enviar a los padres «una nota del estado de salud, peso, apetito…» Ningún colegio del país se atrevió en aquella fecha a nada semejante: dar cuenta a los padres del apetito del alumno. Por consecuencia lógica, la nómina para alimentos recuerdo que era alta, no sólo porque en Ariel todo el personal —alumnos y profesores— era de buen comer o se le abría allí el apetito, sino porque su mesa tenía invitados con frecuencia. A ella se sentaron Enrique Flores Magón, mexicano, Etcheverro, argentino; Rafael Saínz y su familia, españoles, y varios compatriotas. No eran en aquellos tiempos antieconómicas las invitaciones, que eran aceptadas con frecuencia a causa de la abundancia y buena calidad de los guisados. El Instituto Ariel era un centro familiar y amistoso; ventilado, alegre, risueño… Su sanísima atmósfera moral y física cumplía lo que el folleto anunciaba: «En este plantel, sin duda el primero en su clase, cada educando es algo a quien se atiende solícito, y no una parte del montón, cada profesor es un padre y la Institución una gran familia.» Y para que la imagen que estoy dando sea más completa, bueno será insistir a todos los efectos, que Ariel era «coed»; esto es, colegio de ambos sexos. «Se advierte a los señores padres que con excepción del internado, el Colegio es para ambos sexos.» En 1925 esta advertencia era tan necesaria como poco comercial. Esto de educar a varones y a hembras fue otra anticipación revolucionaria del Instituto Ariel, de cuya trascendencia para la salud sexual de la adolescencia no es necesario hablar. Ni chismes, ni acusaciones, ni intrigas admitíamos. Es verdad que era pequeño el número de los convivientes: seis profesores, dos empleados y apenas treinta alumnos. Pero, ¿quién ignora que con mucha menos gente a bordo la convivencia diaria suele aquí enredarse y cubrirse de sentimientos negativos, que a veces estallan y se expresan y a veces se ocultan o reprimen? Me parece que aquel era un verdadero colegio socialista. Sus directores, muy jóvenes, se mostraban 13 amigos de la alegría y la risa; de la risa, ese magnificante movimiento de la cara que Bergson con acierto relacionara con la salud mental y con la inteligencia. En el Instituto Ariel se cumplía el lema de brindar lo mejor y lo más agradable, y para lograr que los alumnos se integraran en aquel microambiente letífero y salutífero se organizó en asociación. Esta debería facilitar bajo la vigilancia del profesorado, «cualquier iniciativa — textual— que tienda a distraer educando, tales como veladas literarias y científicas, paseos campestres, funciones de cine, y todo lo que el alumno pueda necesitar para su expansión y completa cultura». 13 Henri Bergson (1859-1941), filósofo francés. En íntima conexión con lo anterior apreciábamos el rendimiento educativo, el aprovechamiento escolar, al que el prospecto se refiere de este modo: Para completar y estimular la educación de los alumnos, este plantel no sólo entrega diplomas, sino que aspira, por medio de sus fiestas sociales, conferencias, veladas, etcétera, a premiar el esfuerzo con la admiración de los amigos, con el cariño de los padres y maestros; premios, estos últimos, mucho más fructíferos y enfervorizadores, creadores de un sano sentimiento de noble emulación. No sólo otorgaba diplomas, premios y honores (las célebres recompensas en que descansa la motivación extrínseca) sino que, según vimos en la cita anterior, se premiaba «el esfuerzo con admiración de los amigos, con el cariño de los padres y maestros», con la creación del «sentimiento de noble emulación». Las personas que no están enteradas del gran debate psicológico entre la motivación extrínseca y la intrínseca, se darán cuenta de que estas ideas al saber que Mella era partidario del aprendizaje que es movido por el gusto de aprender, por el valor social e individual que el saber tiene; y que no era partidario de que el niño o el joven estudie para obtener premios en la escuela y en la casa. Ya en aquel entonces Mella creía en el efecto educativo de la noble y verdadera emulación socialista. Mas no se recurría a las dos motivaciones para hacer víctimas a los alumnos del abuso del aprendizaje. No. Los jóvenes directores de Ariel eran todavía estudiantes y sabían de ese abuso y de otros muchos de la enseñanza tradicional, y al efecto redactaron lo siguiente: Muy a menudo ocurre que por olvidar el profesorado la pedagogía científica, y por carecer de vocación profesional, se da una instrucción incompleta, y se hace trabajar al educando estérilmente, sin conformidad a un plan pedagógico, y sin tener en cuenta resultados verdaderos y reales, y sí aparentes. ¡Cuánto esfuerzo inútil realizaban y realizan los alumnos de las escuelas vulgares de enseñanza! Este es un defecto garrafal y muy nocivo, porque el trabajo escolar estéril y penoso, el estudio técnicamente llamado en corvea, lejos de producir efecto positivo produce muchos efectos negativos. La corvea es la causante del odio a estudiar de verdad, del desprecio por aprender de verdad, del desdén por el saber verdadero. Ella fomenta una de las peores lacras académicas: el estudiante que lo es no porque estudia, sino por alguna razón de su personal conveniencia. Para evitar esta calamidad no sólo se apelaba a la motivación intrínseca sino al hallazgo de la vocación. Dice el prospecto: «También trata de hallar la vocación del joven sobre determinados estudios para crear hombres con amor a la cultura profunda.» Y a seguido añadía que se utilizaría en la enseñanza «la investigación propia en libros, conversaciones con los maestros y los otros estudiantes, conocimiento objetivo, y toda otra labor de eficaz educación». «La investigación propia», el conocimiento objetivo… «la conversación con los maestros y los otros estudiantes»… No creo necesario glosar estas expresiones que por sí mismas proclaman su importancia al aparecer en un modesto colegio privado de primera y segunda enseñanza. Nada de eso se hacía; ni siquiera se decía en la Universidad. Pero Mella y yo no nos hacíamos ilusiones. Sabíamos muy bien que una parte, quizás una gran parte de los futuros graduados, iría a dar a las oficinas públicas y privadas, iría a integrar la burocracia, la gran clase sin clase de los países coloniales, el gran mal contra el que nuestra Revolución gloriosa tan bravamente lucha, y con efecto, se le decía a los posibles candidatos a oficinistas lo siguiente: «Creemos importante no crear simples oficinistas sino hacer de cada estudiante [de Comercio] un individuo con amplia capacidad para el desempeño de su profesión.» Se podría afirmar que Mella en el año 25 prevenía el burocratismo y que lo hacía desde su raíz, la escuela secundaria, que un pedagogo inglés llamó «escuela de oficinistas». También quería Mella que los bachilleres fueran algo más, mucho más que aquello del ofensivo dicho español: «Bachiller en artes, burro en todas partes», y previsoramente, el prospecto de Ariel, resumiendo su doctrina sobre el bachillerato, anuncia que: «Junto al bachiller, capacitado para su ingreso en la Universidad, habremos creado un espíritu sano y fuerte, capaz de comprender la vida, y gozarla en toda su intensidad, con el tesoro de una verdadera educación.» ¡Gozar la vida en toda su intensidad! Con estas palabras terminaba el documento tantas veces citado y en ellas quiero terminar esta primera parte del homenaje. Las ideas pedagógicas a las que voy a referirme ahora son conocidas de los lectores de Mella, pues muchas de ellas han sido publicadas en distintas ocasiones y lugares. Todas giran en torno a la Universidad, sus estudiantes y profesores, y no obstante ser escuetas, podría decirse sin exageración que constituyen la base de la doctrina cubana de la Universidad y el quicio de la profesología y de la ética estudiantil criollas. Procedió Mella al elegir estos asuntos con mucho acierto, pues en vez de enfrascarse en las teorías que sobre la Reforma Universitaria llegaban de América del Sur, aplicó sus penetrantes ojos a la realidad de la institución y de sus personas, repitiendo el orden en el reproducir de Marx Y Engels, se entregó a la crítica. Lo que al respecto dejó escrito sigue siendo, en mi opinión, idea viva, en gran parte vigente y aplicable. De acuerdo con lo dicho, me referiré primero a la Universidad y después a los universitarios. Seré breve, mas nadie ha de inferir de la brevedad que me impongo, la falta en lo citado de sustancia y trascendencia. Se sabe que he sostenido y sostengo que de las palabras de Mella emanan consecuencias técnicas y prácticas muy abundantes. Y ahora digo que no me ocuparé hoy de esa tarea porque deseo eludir el tecnicismo pedagógico y el rozar puntos polémicos tangentes con la vida política. Veamos lo ofrecido. Lo primero que cito es la valoración de la Reforma, porque se ha sostenido que Mella cuando vivió en México dio por finiquitado ese proceso, postergándolo para después del triunfo de la Revolución. No creo esto cierto por muchas razones relacionadas con su modo de ser y porque en el artículo titulado «¿Puede ser un hecho la Reforma Universitaria?», publicado tres meses antes de su muerte, se expresó de este modo: «Pero afirmamos, que nada más útil se ha hecho en la América en el campo de acción de la cultura, que estas «revoluciones universitarias.» ¿No quiere esto decir que poco antes de su muerte latía en él el grandioso ideal de la Reforma Universitaria, y que con él, naturalmente, subsistía el sustrato pedagógico de ese movimiento? En el mismo artículo citado —que debería ser reproducido en Cuba íntegramente— expresa Mella varios conceptos acerca de la Universidad, en los que sostiene ideas como estas: Hay que recordar cómo en una época las universidades —la actual de la Sorbonne, por ejemplo— eran verdaderas repúblicas donde maestros y alumnos convivían en un amplio espíritu de camadarería. Vemos en aquellas clases donde el maestro trata al alumno con cordialidad que este corresponde. Pero en las otras, donde el maestro pretende ser un gendarme, convierte a los alumnos en burladores de esta ridícula autoridad. También demuestran la verdad de mi opinión los siguientes párrafos del trabajo escrito en México. En ellos vemos que la tesis de la organización republicana se incrementa con la nacionalista y práctica, y así Mella dice: Y profesores y alumnos deben en las clases, en los seminarios de investigación, en comisiones especiales, estudiar cada uno de los problemas nacionales: situación higiénica del país, crisis industriales, problemas de transportes, reformas a la legislación, etcétera. La Universidad debe servir de cuerpo consultivo al Estado. Y poco después, como un buen marxista, se refiere al problema tan considerado por la universidad alemana de la ciencia con vocación y el pan con preparación —Brotwissenschaft, Geisteswissenschaft— Pero oigámoslo a él: «Debe justificarse con hechos que la Universidad es un órgano social de utilidad colectiva y no una fábrica donde vamos a buscar la riqueza privada con el título[…].» Y añade después un concepto que no podía faltar: la vocación. Las condiciones a que él hace referencia son las esenciales, las que constituyen la razón de ser de toda Universidad: la de organizarse y funcionar como un centro vocacional. Si esto no se logra, dice Mella textualmente: «La mayoría de los estudiantes seguirán ingresando en la Universidad con la idea de salir pronto con el título que sea más productivo[…].» La crítica del profesorado estuvo siempre en sus escritos. No sólo en los pedagógicos, pues incluso en uno específicamente político fechado en el 1927, dice lo siguiente: «Los profesores: Por cada dos profesores revolucionarios, antimperialistas —no ya marxistas ni comunistas— 14 hay mil reaccionarios fosilizados, representantes de la ideología feudal.» No insistiré más sobre este punto, porque posiblemente es de todos los de su índole el más conocido. Mas téngase presente que estas opiniones y todas las que podría citar no han de extenderse como expresiones de derrotismo —criticar es una forma excelente de esperar—, pues la verdad está en el polo opuesto donde reside la firme creencia en el magno papel que le toca desempeñar a la Universidad en esta América. Y en efecto, en su conocido trabajo «Cuba, un país que jamás ha sido libre» se expresa con palabras quizás demasiado optimistas: El movimiento revolucionario de profesores y estudiantes de la América, se ha unido al viejo y fuerte movimiento de los trabajadores, y ya toda la América no es, en sus talleres y aulas, más que una congregación de iluminados luchando ardorosamente por lo que ya presienten en sus 15 sociedades, y han visto despuntar en otro lugar… Y esa idea, como se sabe, no era nueva en él. Años antes, en el Congreso del 23, propuso un acuerdo que está ideológicamente enlazado con su tesis de la Universidad revolucionaria. Dice así: Recomendar a los estudiantes y profesores la formación del nuevo espíritu universitario a base de la lucha por la mayor justicia social y de una fraternidad entre los pueblos que tienen la misma orientación que nosotros, con el fin de que este espíritu nuevo sustituya al antiguo espíritu religioso que ya cumplió su misión histórica, y que a pesar de haber fenecido, no ha sido sustituido por nada digno todavía, dejando sólo como vínculo interuniversitario el puro, pero el frío amor a la 16 ciencia.» La lucha por la justicia social y la fraternidad de los pueblos… Mella tenía fe en los profesores y en los estudiantes y posiblemente sabía que no era entonces correcto pedirles mucho más. Pero es evidente que los tomó muy en cuenta (a profesores y estudiantes) para constituir esa alianza, que tan en boga estuviera en nuestra América de 1917 hasta 1931 o poco más: la alianza de los trabajadores manuales e intelectuales. 14 Julio Antonio Mella. «¿Qué es el ARPA?» En Documentos y artículos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 382. Julio Antonio Mella. «Cuba: un pueblo que jamás ha sido libre.» En Documentos y artículos. Op. cit., p. 183. 16 «Acta de la sesión del Primer Congreso Nacional de Estudiantes celebrada en la noche del día 23 de octubre de 1925.» En: Julio A. Mella. Documentos para su vida. Prólogo de Raúl Roa. La Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1964, p. 130. 15 Pero esa fe en el profesorado no cegó nunca su sentido crítico, pues desde el inicio hasta el fin de su producción escrita la vemos presente. En prueba de lo dicho cito este párrafo de su artículo postrero contentivo de un pensamiento muy radical sobre nuestro profesorado: «En Cuba no hay hombres de estudios para las cátedras universitarias. Cuando se pusieron a oposición todo el mundo se pudo dar cuenta de la pobreza de la intelectualidad cubana. Es claro, si no existía Universidad no podían existir sabios ni siquiera aficionados.» Sus ideas sobre el estudiantado aparecen sintetizadas en un texto ejemplar que por conocido sólo mencionaré: «El decálogo de los derechos y deberes de los estudiantes.» En más de una ocasión he analizado punto por punto su admirable contenido, tanto en su valor de oportunidad como en su significación constante y por lo tanto actual. No creo procedente repetir esos comentarios ni estudiar en esta noche los párrafos que anteriormente he leído sobre la Universidad y sus integrantes. Todos encierran enseñanzas muy valiosas y aunque parezca exageración catatímica, podría demostrar que casi todas siguen aplicables a la hora de hoy. Bien sé, cómo no, que los tiempos y las cosas han cambiado mucho; pero también sé que muchas tradiciones, muchos hábitos colectivos, muchos estereotipos de conducta subsisten, en lo esencial y, a veces, hasta en la forma. Esto sucede no sólo en Cuba, sino en los países socialistas y en los capitalistas, pues el hombre en todos los lugares y bajo todos los regímenes padece del defecto de tener memoria; de fijar reflejos. Por otro lado, es para nosotros obvio e indiscutible que ningún hombre grande, grande de verdad, queda nunca por entero fuera de la época ni exento por completo de vigencia. Mucho de Mella vive y seguro estoy que no me sería difícil a mí, abogado sin bufete, demostrar lo que digo ante un tribunal de jueces de veras competente. A veces los nuevos llegan gozosos y cortan el hilo histórico gritando: «Incipit vita nuova». Pero después que pasa el embullo juvenil de los inicios, las leyes objetivas de la historia reanudan el truncado hilo y las viejas verdades descubiertas vuelven a su lugar, y con ellas los hombres que primero las vieron y las difundieron. Por esta razón soy de los cubanos creyentes 17 en los configurantes nacionales de la cursante actualidad. No repito como el novelista que «los muertos mandan»; pero pienso, porque lo veo, que los muertos están aquí, viviendo entre nosotros y haciendo con nosotros y de nosotros lo que la historia les dicta. Olvidarlos no es bueno, y es muy malo recordarlos con palabras y adhesiones abstractas, sin pensar en la categoría de la crítica y sin mencionar al elogiarlos la categoría de la práctica. Mella sobrevive como algo más que un recuerdo fulgurante, como algo más que un ejemplo 18 cimero de singular hombría revolucionaria. Pervive porque cumplió la consigna de Gramsci «Todos los miembros de un partido político deben ser considerados como intelectuales», y porque muchas de sus ideas, incluso de sus ideas pedagógicas, nos son útiles, precisamente a nosotros los cubanos. Este es, en mi opinión, su mayor mérito; y porque así lo creo no me oculto en llamarme un poco en lenguaje alusivo o simbólico, «viejo mellista». 1966 17 18 Alude al novelista español Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), al que se refirió Mella críticamente en algunos de sus textos. Antonio Gramsci (1891-1937), revolucionario y pensador marxista italiano. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. III. Estampa psíquica* Compañero señor Rector; Compañero Presidente; Amigos y compañeros de la mesa y del público: Quien al hablar ante un auditorio heterogéneo recuerde los principios de la comunicación llamada programática, sentirá temor en vez de gusto; y más, mucho más temor, si se va a referir a un contemporáneo de veras ejemplar y extraordinario. Por regla del oficio que no debe olvidarse, se ha de decir lo que a la audiencia le interesa escuchar, la que vislumbro formada en este caso por gente juvenil, de la generación distante del año 23, por ser la más interesada en el aspecto humano del líder, implícito en el tema de hoy. Tenía diecinueve marzos y unos meses cuando lo conocí en una tarde de octubre, cerca del 19 Salón de Conferencias, ya desaparecido, a donde se dirigía para ver al profesor Lendían, predicador de rebeldías universitarias y aspirante confeso al rectorado, gran amigo de los estudiantes y del movimiento reformista argentino. Explicaba asignaturas de historia y acostumbraba a llegar tarde a clase, pero después de terminarlas se quedaba charlando con un grupo de alumnos en la esquina de L y 27 de Noviembre hasta la hora de comer. Fue en uno de esos grupos donde hablé con Mella por vez primera. Antes había oído mencionar su nombre como uno de los «XXX Manicatos», organización de acción directa, defensora de la roja bandera deportiva del Alma Mater. La amistad creció rápidamente y, abonada con el fertilizante de las comunes inquietudes, echó buenas raíces. Meses después Mella ingresaba en el Grupo 20 Renovación. Era de cuerpo atlético, más apolíneo que hercúleo. Su retrato dice mucho de él, pero no todo. Había que verlo. Su talla llegaba a los seis pies, con un peso de 170 o 180 libras. No guardaba su cuerpo grasa alguna ni tenía parte desproporcionada o fofa. El tórax amplio y ancho doblaba en sisa la cintura, y engarzada en un cuello musculoso su angulosa cabeza cubierta de oscura y ondulada cabellera, se imponía con un suave balanceo hacia delante como queriendo alzar algo invisible. Los brazos y las manos, casi siempre ocupados con libros o papeles, se movían menos de lo que suelen moverlos el promedio de los expresivos habaneros. No gesticulaba en demasía en la charla cotidiana ni en la exaltación del discurso público. Pero sus ademanes eran gráficos y significativos, en especial el gesto aquel del índice en alto apuntando al cielo, en una posición 21 semejante a la del Ángel Rebelde de la famosa estatua. Las piernas al andar, a veces, parecían que deseaban ir más deprisa que el tronco, lo que le daba a su marcha, cuando la apresuraba, un simpático sello característico. La expresión de la cara se mantenía casi siempre serena, y la alegría o el enojo la alteraban muy poco. Nunca pude leer en su rostro los grados extremos de las emociones. Algo había quizás de inglés en esto. Su palabra era fácil, fluida, sincera; matizada de frases efectivas, pero sin el vertiginoso 22 arranque tribunicio de Leonardo Fernández —poeta del dicterio político—, a quien mucho quería y admiraba Mella, cuyo verbo, al contrario brillaba por la claridad orientadora. * Conferencia ofrecida en el Instituto Julio Antonio Mella de la Universidad de la Habana el 9 de enero de 1967. Bernal publicó un artículo con el mismo título en La Gaceta de Cuba, marzo de 1967, p. 2. (Por su importancia, se le añaden notas de mi total responsabilidad, AC.) 19 Evelio Rodríguez Lendían (1860-1939), profesor del claustro de la Facultad de Filosofía y Letras. 20 El Grupo Renovación surgió en 1922. Su nombre provenía de una publicación estudiantil argentina. Radicaba esencialmente en la Facultad de Derecho. Bernal del Riesgo, uno de sus fundadores, presentó la ponencia «Los principios, la táctica y los fines de la Revolución Universitaria», en nombre del grupo en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes. 21 La estatua del Ángel Rebelde (que desde mayo de 1929 se encuentra en uno de los jardines interiores del Capitolio) fue escogida como portada de la revista Juventud y, de hecho, quedó asociada a la mitología de Mella. 22 Leonardo Fernández Sánchez (1907-1965), íntimo amigo de Mella, líder estudiantil del Instituto de la Habana y fundador del Primer Partido Comunista de Cuba. En la pronunciación se notaba, en ciertas ocasiones, un leve ceceo con matiz mexicano, que no sabía bien si era desliz o gracia intencional. Pero en la tribuna nunca escuché el ceceo. Prefería argumentar a emocionar, aunque emocionaba sin proponérselo, por virtud de su sinceridad casi tangible y de eso que se llama efecto carismático, sustancia sutil del liderismo auténtico. El carisma, por definición, no se transmite ni se puede explicar. A Mella como orador había que oírlo. Su poderosa y convincente palabra manaba de su cerebro sano. Nunca lo vi escribir ni leer discursos. Preparaba un esquema mental e improvisaba. Poseía excelente salud física y psíquica, y la afección pulmonar de que se ha hablado, si existió, no se hacía recordar en absoluto. No padecía de nada que yo sepa, y menos de desgano. Su apetito era excelente y comía de todo, aunque con sus individuales preferencias. Desayunaba fuerte, si podía; y reclamaba, si no se le servía, el jugo de fruta y el cereal. Almorzaba y comía con alegre ánimo, celebrando los platos de su agrado y repitiendo de ellos. Si había leche no tomaba agua en las comidas, y si el menú había cumplido su deseo, al levantarse de la mesa se erguía sonriente, se palpaba el estómago y lanzaba breves exclamaciones elogiosas. Y echaba a andar con su inconfundible paso de satisfacción. Gustaba de las buenas carnes y los mariscos; pero no más que de los vegetales y ensaladas. Los potajes no lo seducían, ni tampoco el pan blanco. Pero no era en modo alguno un gourmant ni un comilón. A veces, muy contadas, aceptaba un cigarrillo, y con torpeza de colegial lo hacía arder un poco, pues no fumaba. A mis brindis de tabaco puro siempre se negó, y al hablar del vicio de fumar siempre decía: «No me gusta.» Tampoco le gustaba el alcohol. Vino o cerveza lo vi tomar alguna vez, en Chinchurrieta, modesto y excelente restaurante al que en el 23 y el 24 acudía el Grupo Renovación con alguna frecuencia. Dormía a pierna suelta las horas salutíferas, sin padecer desvelos ni lapsos soñolientos. En esto como en todo mostraba un perfecto equilibrio. Y todo su carácter estaba lleno de eso, de esplendor y armonía. En la vida doméstica, lo mismo que en la pública, el cerebro presidía sus acciones. Era un creyente en el imperio de lo racional y de lo cierto. Odiaba el error y la equivocación y no temía sostener sus opiniones personales. Discutía, y discutía muy bien. Grato era, en verdad, discutir con Mella, porque no se alteraba, no alzaba la voz ni manoteaba ni interrumpía impaciente. Respetaba y hacía respetar la índole del diálogo. Cuando no podía atajar al interlocutor, guardaba silencio y esperaba sonriente. Después le lanzaba la andanada de sus argumentos; pero al llegar en la discusión al punto irreductible, se callaba; miraba al otro con ojos escrutadores y decía entre dientes: «Ese no tiene remedio.» Su conducta correspondía al temperamento sanguíneo, lo que significaba fuerza emocional y volitiva dentro de los límites de la serenidad. No caía en cólera visible ni padecía de miedos, y nunca advertí en él esos cambios del estado de ánimo frecuentes en los neuróticos. Tampoco padecía de rarezas o excentricidades. He elogiado varias veces su polimorfo y acelerado dinamismo, y no quisiera repetirme. Pero he de recordar que para él siempre había tiempo; las horas se multiplicaban en sus manos y daban a luz más y más horas. Las acciones dependen de sus condiciones de producción. Mella produjo discursos, folletos y revistas; actos de fundación y de protesta; organizó, publicó y gestionó… en condiciones muy adversas. Y no sólo por la persecución y las prohibiciones policíacas sino por las dificultades prácticas de realización. Miren hacia atrás los jóvenes. Váyanse mentalmente a visitar La Habana del 22-25 y se enterarán de que el orador no disponía de micrófono ni tampoco de magnavoz; tenía que hacerse oír a garganta limpia, estuviese en un salón con eco o en plena calle. No se conocía el radio ni el televisor; toda la propaganda estaba en manos de los periodistas y las manos de los periodistas estaban, casi todas, esposadas a las del Gobierno o a la oposición antirrevolucionaria. Las máquinas de escribir y las mecanógrafas eran, diré, «artículos de lujo». No se había creado la carrera de secretaria, y el número de mujeres trabajadoras de oficinas comenzaba a nacer. El transporte público tenía lugar en los simpáticos y chirriantes tranvías. Las líneas de ómnibus estaban empezando… Montarse en un «fotingo» o auto de alquiler costaba una peseta, cantidad de gasto prohibido para un estudiante obligado a hacer varios viajes al día. Tomar un «cristalino» o coche de caballo resultaba ya demasiado lento y doblaba el presupuesto del pasaje (diez centavos el viaje). Por eso la elección obligada era el tranvía, por rápido —nunca cogía los nueve puntos— barato y propicio a la lectura: muchos exámenes fueron preparados tranviariamente. 23 Personas había —Varona el eximio entre ellas— que reservaban la lectura de los libros pequeños y fáciles para la llamada «carroza di tutti». Las diligencias a corta distancia se hacían a pie. La Habana era una ciudad de 300 000 habitantes, llena de trajes de dril cien y de viejos en ternos de alpaca negros, por la que todos andábamos con perezosa compostura… para no sudar. No había amigos que tuvieran automóvil, porque muy pocos habaneros tenían automóvil. Manejar era un oficio epónimo que se ejercía con dignidad y en pleno uniforme —el joven deportista no guiaba en camisa como ahora, sino que vestía su típico guardapolvo, gorra elegante y los enormes espejuelos de chofer. En aquella Habana llena todavía de tufos españoles en retirada y de vahos yanquis en plenario avance, le tocó actuar a aquel joven dinámico, medio irlandés, medio caribe y cubano completo, hablando en público a garganta limpia y escribiendo las cartas y las obras con sus propias manos (era mal mecanógrafo) y caminando mucho. En esa Habana impropicia llegó a ser lo que fue; porque su calidad revolucionaria era superior. 24 Amaba y valoraba a los hombres por el espíritu, como Pablo de Tarso. Pero no olvidaba la inteligencia y la cultura. De esto también hablamos varias veces, porque ambos —y también los amigos— reflexionábamos mucho sobre el popular dilema humano: ¿en quién confiar? ¿En el bueno tonto o en el malo inteligente y culto? El hombre probo y, además listo, no abundaba. Recuerdo que comentando la llamada proletarización de los intelectuales (habíamos elegido el oficio de linotipista), él decía: «Estoy de acuerdo en trabajar con las manos; pero los obreros deben empezar pronto a trabajar con el cerebro.» 23 El profesor Enrique José Varona (1849-1933), el intelectual cubano más importante del primer tercio del siglo XX. 24 Pablo de Tarso (siglo I). Él no entendía la misión liberadora de la clase trabajadora separada de la educación y la filosofía marxista. Discutiendo estos puntos nos adentramos más de una vez en territorios teóricos muy altos. No recuerdo aquellas sus opiniones, pero sí que me parecían entonces profundas y sutiles. Grande fue nuestro interés por saber qué consecuencias produciría la alianza campesina en la misión revolucionaria del proletariado. Mella nunca olvidó —y todo el Grupo— la condición agraria de la Isla, y más de una vez él, 25 Ángel Ramón Ruiz y yo, discutimos la emergencia de las «industrias rurales», frase que indica por sí sola la orientación económica predominante. Él planeaba sin datos esa recortada y modesta industrialización, a base de nuestras frutas más propias y exclusivas, buscando eludir la competencia, pues Mella era consciente de las dificultades que le esperan a las colonias liberadas para vender y obtener valuta, lo que hoy se llama divisa. Tenía esperanza no en el azúcar, sino en los derivados de la caña industrializados: el alcohol y el bagazo… En aquellos tiempos —década del 20— la cuestión agraria había sido replanteada en el movimiento socialista, por el hecho de la Revolución rusa, país más bien agrario, y por las ideas de Lenin sobre la insurrección nacionalista en los países coloniales. Varias veces Mella y todos nosotros nos enfrascamos en reflexiones agraristas, y advertimos que algo andaba flojo en este asunto, no obstante existir entonces el Kresintern o Internacional Campesina, el primer 26 organismo internacional que Stalin hizo desaparecer. Fue en aquella fecha más o menos que noté por vez primera la ausencia de un movimiento o partido de campesinos, ausencia que justamente diez años más tarde intentó llenar el Partido 27 Agrario Nacional, y que ahora forma parte de la línea principal de la Revolución, expresada en la consigna «de cara al campo». He hecho intencional mención a ese pequeño partido, que sólo tuvo de vida siete años, a 28 causa de su programa abiertamente antimperialista y agrarista. Ramiro Valdés Daussá militó 29 en él y Gustavo Adolfo Mejías, el del balneario. Su Sección Insurreccional o Sección X, hizo algunas acciones renombradas. Agrarios supervivientes quedamos algunos. El doctor 30 Aldereguía, por ejemplo. Y volviendo al modo de ser de Mella, diré que su inteligencia rebasaba la cifra normal, sin duda alguna, aunque encerraba sus naturales diferencias. 25 El ingeniero Ángel Ramón Ruiz, otro de los fundadores del Primer Partido Comunista de Cuba (1925). J. V. Stalin (1879-1953). 27 Partido Agrario Nacional (PAN). El manifiesto de fundación apareció el 9 de septiembre de 1934 en el periódico Ahora. El médico Alejandro Vergara Leonard (1901-1944) era su líder y Bernal uno de los fundadores. 28 Ramiro Valdés Daussá. Miembro del Directorio Estudiantil de 1930. Fundador de Izquierda Revolucionaria hasta que se afilió al PAN. Fue asesinado por los gánsteres estudiantiles (los bonchistas). 29 Gustavo Adolfo Mejías, nombre que lleva el Balneario Universitario, ubicado en 1ra y 42, Miramar. 30 Gustavo Aldereguía Lima (1895-1970). Médico de Mella y político revolucionario. Fundador y presidente del Instituto Mella de la Universidad de la Habana. 26 La inteligencia, esto es, la percepción, la fantasía, el juicio, la voluntad; los dones psíquicos… Su vida prueba bien la excelsa calidad y el altísimo nivel a que llegaba. Pero no era, me parece, por completo criolla; al menos en el sentido dado a lo criollo después del siglo XIX. Por ejemplo, Mella comerciaba muy poco con el embullo, los arrebatos de exaltación y el repentino abatimiento que nos caracteriza. Experimentaba altibajos, desde luego, pero suaves, y nunca explosivos. Ya dije una vez que el choteo no era su pieza predilecta. E igual cabe decir, aunque parece innecesario, que despreciaba nuestra forma peculiar de astucia, la famosa viveza. Embullo, choteo y viveza, ¿no son los tres grandes rasgos distintivos del carácter criollo? Los otros rasgos, los menores, tampoco se veían en él muy destacados. Por ejemplo, la lipidia y la parejería le eran desconocidas. Y la impuntualidad y la mentirilla, así como el alarde, le molestaban mucho, aunque él no fuera en sus citas un pedante reloj inglés ni diese a sus palabras valores notariales. En esto de tener y no tener rasgos de carácter criollos estaba Mella bien acompañado. Martí no practicó nunca la viveza, no se dejó arrebatar por el embullo, ni aplicó el choteo a las 31 cuestiones serias; no padeció de nada de eso que Figueras nos señala como defectuoso. Maceo tampoco. Mientras más se estudie y conoce la manera de ser de este ejemplar cubano, más se comprueba que unía a su impar bravura y a su talento militar dotes de carácter muy, pero muy valiosas. Y esto del carácter de los dirigentes tiene más importancia de lo que la gente — voluntarista ingenua, determinista tosca— suele darle. Después de la muerte de Lenin ¿no se inició una especie de conjura contra el factor subjetivo? Por lo que recuerdo —y he tratado de refrescar y limpiar mi memoria, todo lo más posible—, a Julio Antonio le agradaba la crítica de las situaciones y los actos y la practicaba con acierto; 32 pero la crítica de personas no le gustaba tanto. Cuando su mujer lo hacía víctima de suaves recriminaciones, algunas justas, las más banales, mostraba su disgusto y contestaba una sola oración definitiva. Aunque sufría con las contrariedades no lo vi nunca triste ni melancólico. El pesimismo le era ajeno, pero experimentaba, como cualquier mortal, raptos de calmada desesperanza al chocar con la apatía circundante. Y de cólera justa que incluso lo llevó al golpe físico en su riña 33 con Fifi Bock. Activo, entusiasta, incansable, optimista, alegre. Su alegría tenía algo de la crianza irlandesa o la seriedad dominicana. Como su humor. Aceptaba las bromas y las daba, pero repelía la burla y el sarcasmo. Tampoco era irónico. A quien se lo merecía lo atacaba franca y directamente. Y para los tiranos su arsenal de dicterios estaba bien provisto. Pero su charla usual llevaba puesto un acento sano y cautivador, casi apostólico. 31 Francisco Figueras (1853-?), político anexionista e historiador, escribió Cuba y su evolución colonial (1907), libro al que se refiere Bernal. 32 La esposa era la doctora Oliva Margarita Zaldívar Freyre (1904-1982). Los dos estudiaban Derecho cuando se casaron el 19 de julio de 1924. Por defenderla a ella, Mella fue sometido a consejo disciplinario y expulsado por un año de la Universidad de la Habana. Tuvieron dos hijas: la primera nació muerta; y la segunda, Natasha, nació el 19 de agosto de 1927 en Ciudad de México. En diciembre, el matrimonio se rompió definitivamente; ella regresó a Cuba con su hija. En 1929, Oliva terminó la carrera de Derecho. Después de la caída de Gerardo Machado, trabajó siempre en el cuerpo diplomático de Cuba. 33 El médico Adolfo (Fifi) Bock, deportista como Mella. Véase «Informe sobre el incidente de Julio A. Mella con González Manet». El trato personal merece un sólo calificativo: cordial. Cordial en toda la significativa amplitud de la palabra. Natural, espontáneo, abierto. Mella daba en el acto la impresión de sinceridad, nobleza y aplomo. No era expresivo ni aficionado a las palmaditas en el hombro, brazos echados y apretones. Mas tampoco lo vi nunca recibir a nadie estirado y frío, recubierto de ese manto invisible de importancia, que tanto usan los que tienen poca o ninguna. Ante ciertas confiancitas o faltas de respeto, su reacción era el silencio, el «corte», con una risita disimulada y nada más. Cautivaba en el acto del encuentro, porque hablaba en tono bajo y sabía oír. Pronunciaba todas las sílabas y nunca cometía tartaleo o atropellamiento de voces. Dialogaba atento, mirando al interlocutor y no como suelen hacer algunos habaneros que monologan ante la víctima inocente. (Soy habanero.) Quería ser oído y le gustaba oír. Era lo que se llama un tipo encantador. Por descontado, su efecto en el sexo opuesto era fortísimo, pero no se aprovechaba de él en lo más mínimo. En varias ocasiones me dijo sonriendo: «A fulana, parece que le gusto», moviendo la cabeza como diciendo: «¡Vaya una ocurrencia!» La vida sexual de Mella sirve de modelo. Hombre viril y apuesto, no se sintió jamás tentado 34 por el donjuanismo. Como se sabe, tres mujeres pasaron por su vida: Silvia, la novia del amor 35 adolescente, irrealizable; Oliva, la esposa sin identificación afectiva, y Tina, la camarada comprensiva. ¿Hubo una o varias más? Quizás, pero no muchas. El sexo no lo obcecaba, y sin ser casto ni mucho menos no padecía de lujuria y ni siquiera de erotismo vehemente. De intimidades sexuales no solía hablar. Nunca logré que me hablara, a pesar de haberle tirado de la lengua, algunas veces, con cierta discreción. Contestaba por supuesto, pero generalizando, sin personalizar ni mencionar a nadie. Jamás me relató una conquista. 34 Silvia Edita Masvidal Ramos (1902-1998), novia de Mella en 1920. Su familia se opuso al noviazgo por prejuicios raciales y de ideología política. En 1924 se casó con un norteamericano. La familia quemó las cartas de Mella. Visitó La Habana en 1981 y 1983; le rindió homenaje en el Memorial a Mella, donde se retrató. 35 Tina Modotti (1896-1942), fotógrafa italiana. A partir de julio de 1928 constituyó una pareja con Mella. Lo acompañaba cuando lo asesinaron. En 1930 fue deportada de México. Regresó a Europa y se consagró al combate antifascista como funcionaria del Socorro Rojo Internacional. Fue heroica su labor, bajo el seudónimo de María, en la Guerra Civil Española (1936-1939). Recuerdo al respecto una conversación que sostuvimos con motivo de las malas palabras y los órganos reproductivos. Pronto se nos ocurrió ligar esa torpe tradición antinatural a la enfermiza ocurrencia farisea del pecado original y el mito de la salvadora serpiente —padre del género humano— y la fruta prohibida, la manzana materna… Y hablamos un rato sobre la condenación católica del sexo y lo sexual. Mencionó el templo de Príapo, el celibato eclesiástico y hasta el patriarcado y el posible temor de los viejos a la competencia amorosa de los jóvenes. Pero no hallamos la génesis económica de la absurda guerra de la religión judeocristiana contra el sexo y la sexualidad; no obstante conocer ambos la existencia de los harenes musulmanes, las cuatro esposas chinas, el poligámico mormonismo del Lago Salado… No estoy seguro si había ya leído a Engels y a Morgan. No fue ese mismo día sino meses después, al regresar él de un viaje al Camagüey, que volvimos a tocar temas de esa índole. En esa ocasión, bien lo recuerdo, él inició la charla. «He visto allá, me dijo, varios jóvenes afeminados, y Fulano —un pariente de gente conocida— es sin duda uno de ellos». Y al decir esto se indignaba y lamentaba amargamente. No sé que piensan esas familias exclamó. Alguien que escuchaba dijo: «Debían de llevar a esos muchachos al médico; quizás con inyecciones de hormonas…» Mella movió dubitativamente la cabeza. Juzgaba al homosexualismo como algo desconcertante, y posiblemente su razón (no intoxicada con la propaganda endrocrinológica, entonces en auge), se negaba a aceptar una curación tan fácil de un trastorno tan difícil. Tampoco vimos el origen social, ni nos pasó por la mente que cuarenta años después —hace unos días— un venerable parlamento, como es sabido, legalizara esa aberración. Ahora se empieza a comprender, según yo opino, el papel económico neomaltusiano que el amor al mismo sexo desempeña en la sociedad superpoblada. ¡Amor sin hijos…, hijos sin amor! Esta es la situación a que ha llegado el ser humano en el mundo del lucro y el dinero, precisamente al mismo tiempo que conquista los espacios estelares y descubre los secretos del núcleo atómico. Y no se alegue lo ineluctable y lo insoluble. La ciencia ya conoce la compleja maraña de la causa productora de la inversión sexual. Y la ciencia social verdadera —la revolucionaria—, ha dado solución al temido tema del crecimiento demográfico, y está en condiciones de resolver y evitar el homosexualismo. No por casualidad sino por régimen, es la Unión Soviética la región del mundo donde menos se encuentra esa denunciadora anomalía. 36 De la prostitución le oí hablar varias veces con su hermano Cecilio. A las consideraciones morales y sociales unía Mella la razón higiénica —muy fuerte en esa época—, y recuerdo que siempre terminaba aquellos diálogos discrepantes con esta gráfica expresión: «Eres un alimentador gratuito de microbios.» Pero mi memoria nada me dice acerca de la prohibición gubernativa del comercio carnal. Se puede suponer que la juzgaría necesaria y correcta, puesto que él no hacía uso del prostíbulo. Pero lo que más interesa —las consecuencias de la prohibición en la salud sexual del hombre sin mujer— eso no lo recuerdo. 36 Cecilio Mac Partland (1906-193?), hermano menor de Mella, llevaba el nombre de la madre. Acompañó a Mella en varias manifestaciones estudiantiles. Se parecían bastante. Se decía que había muerto asesinado en los Estados Unidos hacia 1932. Pero volvamos a Mella propiamente, dejando señalado la evitabilidad y la factible, aunque difícil, curación de esas bien llamadas plagas que azotan con sus viscosas varas a la sociedad contemporánea. ¿Era él un dechado perfecto, un espíritu infalible, una máquina de lograr aciertos? No. Ciertamente sólo era todo un hombre. Y un líder natural. Un defecto se le ha atribuido, la indisciplina, y de cierto modo lo padecía. Pero su indisciplina no provenía del capricho ni del afán de contradecir. Era una indisciplina motivada y justa, más hija de la orden impropia y torpe que de su personal resistencia al acatamiento; aunque, líder al fin, le agradaba mandar más que obedecer. ¿Será necesario que se diga que él pertenecía a la breve lista de cubanos con criterio propio, que tanto elogiara el doctor Fidel Castro en uno de sus memorables discursos el pasado año? No le gustaba seguir consignas prefabricadas, quizás porque no le inspiraba confianza la autoridad de los consignatarios. Era un dirigente de cabeza libre, la usaba de acuerdo con la realidad, tal y como la observaba y entendía. Contaba Mella, al asumir tan difícil responsabilidad, poco más de veinte años. ¿Podrá exigírsele el acierto sin falta, la actuación sin error? Sin embargo, errores políticos no cometió ninguno. Y, ¿errores contra sí mismo? Aunque le dije una y mil veces, «Chico, no te cuidas, mira que ese hombre (Machado) es un bárbaro», bien se sabe que se olvidó imperturbablemente de la muerte. No le temía, y hacía mal. Los revolucionarios verdaderos son como tesoros inapreciables y ni ellos mismos ni nadie puede despilfarrarlos. Pero este difícil punto biográfico no le corresponde dilucidarlo al coetáneo que fue su amigo. Me basta con sentirlo acerbamente. Y lo he tocado sólo porque creo sensato y oportuno señalar ese error. 37 En mi opinión, se equivocó al reaccionar airado contra el catedrático que suspendió a su mujer, porque de ese modo le brindó a Machado la ocasión de expulsarlo de la Universidad, centro principal de sus actividades. Este hecho produjo otro, y tras la heroica y peligrosa huelga de hambre, determinó su exilio. Nada de eso le convenía a Mella. ¿Padecía de espíritu de inmolación, de exceso de confianza en sí, de amor al peligro, de valentía ciega, de afán de gloria…? No lo creo. Le gustaba la vida y la vivía ampliamente. En su estilo de realizarla estaba muy presente, por supuesto, el tener ascendiente y conquistar el poder, dos rasgos esenciales y calificativos del homo políticus. Pero, ¿percibía bien las condiciones llamadas objetivas del peligro personal? Hablamos varias veces de este dificilísimo asunto (que 38 esconde el desideratum de la vida), cuando acordamos fundar el Instituto Ariel. Ambos estábamos perplejos, pero él se mostraba mucho más inclinado que yo a la elección profesional de la política, aunque tenía sus dudas al respecto, a causa de la ya férrea disciplina del Partido Comunista. Meses después, aquellas dudas y aquellas discrepancias se hicieron evidentes. El glorioso episodio de la huelga de hambre, varias veces relatado por nuestro querido Presidente, contiene aspectos subjetivos dignos del análisis psicológico, no sólo ni principalmente por lo tocante a la indisciplina —muy justificada—, sino por lo que ilustra acerca del sentido de la vida y de la muerte de Julio Antonio. Él, y todos los comunistas del año 25, sabíamos muy bien que «nos la estábamos jugando», como suele decirse, y esto nos tenía más o menos sin cuidado, pues quien al entrar en la conspiración revolucionaria excluya la muerte del programa está bastante equivocado. No es eso, no; sino lo opuesto: la cuestión de aprender a conservar la vida 39 en medio del acoso de los enemigos asesinos. Peña Vilaboa, obrero formidable y cumplido sectario político, secretario general del Partido —que por enfermedad profesional había perdido una pierna— insistía siempre sobre el punto cuando hablaba con Mella. «El marxista muere cuando sea necesario y oportuno; no cuando ellos quieran», repetía. Sé —y por eso lo digo— que para la mayoría de la juventud revolucionaria no hay ni puede haber error en morir o hacerse matar. Pero esta opinión, ¿es correcta o proviene quizás de ideales feudalescos? Lenin tenía más de treinta años cuando estalló la Revolución de 1905. 40 41 Líderes valiosos como Dimítrov, salvaron la vida. Mao no se presentó en Shanghai cuando la gran matanza. Y así mil ejemplos. 37 El profesor de Legislación Industrial, doctor Rodolfo Méndez Peñate. El incidente ocurrió el 21 de septiembre de 1925 y el consejo disciplinario, el 25. 38 El Instituto Politécnico Ariel, fundado por Mella y Bernal en febrero de 1925. Radicaba en la casa de ambos, Calzada no. 81 (en el Vedado). Duró hasta la detención de Mella en noviembre. 39 José Peña Vilaboa 40 Jorge Dimítrov (1882-1949), político búlgaro. Gran personalidad de la Tercera Internacional, fue acusado por el incendio del Reichtang (el edifico del Parlamento alemán). Su juicio fue una página muy valiente contra el fascismo. 41 Mao Tse-Dong (1893-1979), líder comunista de la Revolución China y fundador del Estado socialista de la República Popular China (1949). Fue el Secretario General del Partido Comunista de China hasta su muerte. ¿Que todas esas salvaciones se deben a la casualidad? No lo creo. Más bien creo, para explicar lo opuesto, en la existencia de un oscuro y oculto determinante que llamaría «filotánatica» o de amor a la muerte; el llamado complejo de autodestrucción, que se ha hecho visible en el aciago fin de tantos suicidios. Estoy muy seguro —urge decirlo— que Mella no lo padecía. Él, repito, amaba la vida y no tenía contra ella motivo alguno de desistimiento, pero como aquel joyero descuidado dejaba el diamante en la vidriera. Para mí no cuidarse fue el único error que cometió. Sé bien que el examen psicológico de su muerte encierra un problema profundo, difícil e impropio de exponer en esta ocasión; pero no podía dejar de mencionarlo ante los jóvenes que han de tomar a Mella por ejemplo. A él evidentemente lo mataron porque así lo decidió Machado, canalla atemorizado, y el imperialismo en preludio de gran crisis, también atemorizado. Lo mataron porque le temían. Él no buscó la muerte ni la quiso. Faltan otros datos biográficos, puntos oscuros, no aclarados. No voy a referirme a ellos, porque no cabrían en esta estampa ni los he investigado de 42 acuerdo con el método biográfico. Los datos de Longina la manejadora, único testigo principal de Mella niño, son para esto insuprimibles. Pero, no obstante, haré mención de un punto problemático con el objetivo de disipar posibles confusiones. Cuando hace ya muchos años conocí la existencia de un cuestionario científico para apreciar el radicalismo ideológico, traté mentalmente, y como por afectuoso ensayo, de aplicárselo a Mella. Ahora lo he vuelto a intentar… Su índice R —radicalismo— es altísimo y sólo en el punto de la familia aparece indeciso el factor de cambio. ¿Estaba él de acuerdo con la crisis de la familia que ya en aquellos tiempos se avizoraba? Nunca hablamos de esto, que recuerde, en términos revolucionarios. Pero la escala de servicios esbozada en la Declaración de Derechos y 43 Deberes del Estudiante, indica que en el 1923, situaba a la familia al lado de categorías como la nación y el individuo, y entre este y la región precisamente. ¿A qué familia se refería? Dos años más tarde, en el prospecto del Instituto Politécnico Ariel se deslizan suavemente ideas correctivas de la educación familiar que pudieran sugerir la existencia de inquietudes acerca de este importante asunto, y también en la carta dirigida al tribunal que decretó su expulsión de la Universidad. La evolución de sus ideas en México fue muy positiva en lo tocante a la estrategia y la tesis de la revolución —línea unitaria al estilo del sagaz Huu Tho—. Pero de sus ideas sobre la familia y su crisis no se sabe nada, que yo sepa. 42 43 Longina O’Farril, la musa que inspiró la famosa canción Longina de Manuel Corona, fue la manejadora de Mella y Cecilio. «Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante» redactada por Mella para el Primer Congreso Nacional de Estudiantes (octubre de 1923) Pero el problema de la familia tiene para el biógrafo de Mella otra zona de investigación. Se 44 45 trata de un hijo ilegítimo que quiso, como quiso Sandino, conservar el apellido de su padre; deseo con el que puede estar relacionado el problema aludido aquí mismo hace exactamente un año: el de la motivación personal y profunda del ser y del actuar revolucionarios. No entraré en el problema ni de planteo. Mas no olvide el futuro investigador, por si procede, cuán fáciles recursos han existido siempre para sin ser hijo legítimo y sin riesgos revolucionarios obtener los patronímicos legales. El romance entre el sastre dominicano Nicanor Mella (1851-1929) —casado con Mercedes Bermúdez— y la joven irlandesa Cecilia Mc Partland Diez comenzó en los Estados Unidos en los inicios del siglo XX. Después, la pareja se instaló en La Habana. Cecilia vivía con los dos hijos y Nicanor iba a la casa. La relación se mantuvo aproximadamente hasta 1910. Ella regresó definitivamente a los Estados Unidos. Nicanor llevó a los dos niños a su hogar legal, donde Mercedes Bermúdez los atendió hasta su muerte. Los niños visitaban a su madre. 45 Augusto César Sandino (1893-1934), político antimperialista nicaragüense asesinado por Anastasio Somoza. Mella trabajó en la solidaridad con su causa en el Comité Manos Fuera de Nicaragua. 44 Igual cabe decir a los que buscan esas últimas e ignotas razones del ser y al proceder en el mestizaje. El aspecto de Mella y sus facciones eran caucásicas hasta el punto máximo reconocido en esta América. Que si el pelo era negro y crespo; que si la nariz tenía la base ancha… Los blancos puros buscadores de signos mestizos, si buscan bien, los pueden encontrar más y mejor que en Mella, en sus propios familiares. Su piel blanco mate la envidiaría el más genuino descendiente de las Islas Canarias. Pero todo esto, que era ya en aquellos tiempos cosa bastante tonta, hoy sólo podría tener valor psicogénico, esto es, el de averiguar si el color de Don Nicanor (hombre de facciones finas, nada negroides) intervino en el origen remoto de la motivación revolucionaria de Julio Antonio. En mi opinión esto tampoco cuenta. Porque al viejo Mella nadie lo podía llamar mulato. Su complexión delgada —leptosomática— tampoco lo indicaba. ¿El color? Pues no era el canela, ni el cobre ni trigo. Era, según recuerdo, el color del cedro; el cetrino que abunda en Oriente, producto de una mezcla múltiple, semejante a la quisqueyana, en la que no falta el indio aborigen, el guanche, el negro y el blanco, por supuesto. De ese color del padre, pues el hijo, en propiedad de términos, era un mestizo, como dijo una vez Marinello. Pero un mestizo sanguíneo, oculto o críptico, un mestizo no impedido ni molestado en lo absoluto al no ser identificado como tal. Por lo tanto, repito, eso del mestizaje no cuenta en el caso de Julio Antonio el joven y posiblemente tampoco en el pequeño Nicanorcito. Lo que sí cuenta, y mucho, también en mi opinión, es la conducta de la madre, la irlandesa Cecilia Mc Partland, que se ausentó de la vida de sus hijos prematuramente. La formación psíquica de los falsos huérfanos, niños con y sin madre al par, sí ha sido bien examinada a la luz de la ciencia y ya es bastante conocida. Muchos rebeldes con causa y sin causa se reclutan entre los que sufrieron la injusticia materna a edad temprana. Pero deducir de esa posible privación consecuencias motivacionales… es arriesgado y poco seguro, mientras no se ponga en claro el tipo de crianza que recibió el pequeño Nicanor, porque si Doña Cecilia tuvo una cariñosa sustituta, la cosa cambiaría fundamentalmente. La entrevista con Longina la manejadora quizás aclare el punto. Además, los grandes hombres son acontecimientos; son excepciones; y la aplicación de las normas científicas a sus biografías debe quedar a cargo del escritor especializado. Pero sí así no fuese, esa labor de crítica e indagaciones rebasaría el marco estrecho de las presentes palabras. La sutil circunstancia mencionada y sus enlaces y consecuencias psicológicos exigen la lectura, el estudio lento y reposado, y no la fugaz audición irreversible. Termino. Compañeros de la mesa; amigos y compañeros del público: espero haber acertado en el boceto, cruzado de confidencias y confiado por fuerza a mi memoria. No falla mi memoria todavía, mas tampoco recuerda como antaño. Solicito disculpas por si se ha notado algún error. Omisiones sí sé que he cometido. Pero me consta que ni estas ni aquellos podrán impedir que sea percibida en toda su grandeza la estampa sin par de Julio Antonio Mella. Y con esa certidumbre me conformo. Muchas gracias. 1967 Loló de la Torriente Viejo retablo* I El fresquillo de octubre pegaba las sábanas pero era necesario despabilarse pronto. El doctor Maza y Artola comenzaba la clase a las 7 de la mañana y, después, nadie podía pasar al aula. No había escalinata y subir la colina era cuestión de andar a salto de matas entre pedruscos y zarzas. En la clase todos teníamos cara de sueño y una pereza mental que el griego no lograba despejar. 1 Cuando sonaba la campana salíamos despavoridos a desayunar. Solo Manolo Bisbé, tan gentil como ordenado, se quedaba con el profesor hasta acompañarlo a tomar el tranvía porque el senador Maza y Artola nunca lo vimos en automóvil: tranvías y paraguas era su estilo. En la bodeguilla de J y 27 se expendía pan con jamón a cinco centavos y pan con guayaba o 2 mantequilla a dos: el café era de «ñapa». Ahí satisfacíamos el hambre todos los madrugadores, tuviéramos o no dinero. A la hora de pagar se procedía a la ponina. Cuando regresábamos al Patio de los Laureles el ambiente estaba más animado y menos frío. Habían llegado los estudiantes de leyes y separábamos nuestros asientos en las aulas (una libreta o un libro era indicio de «ocupado») mientras participábamos en los corrillos de los líderes que preparaban el Primer Congreso Nacional de Estudiantes. Después don Antolín del Cueto, gruñendo decía al ujier: «¡Eh!… ¡A ver si esos muchachos quieren venir a clase!» Y todos íbamos guiados por aquel Ángel Usátegui Lezama que tenía una «mentalidad civilista» como le decíamos por preferencia. * Tomado de El Mundo [La Habana], 6 y 10 de enero de 1965, p. 4. 1 Manuel Bisbé (1906-1961), fue profesor de Griego en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana y político fundador del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Después de 1959 se desempeñó como Embajador en Naciones Unidas. 2 «Ñapa» quiere decir gratis. En el Patio quedaban algunos rezagados y los «agitadores» Manuel Solaun Grenier, muchacho muy inteligente, líder de la fracción católica, y aquel otro atleta, de cuerpo vigoroso, hombros anchos, aspecto franco, al que todos llamábamos Mella aunque se llamaba Nicanor. Nunca estaba solo. Siempre apoyado en el brazo de un compañero, frecuentemente en el de 3 «Perico» Entenza, mientras charlaba y andaba, de un lado para otro, con aquellas pisadas fuertes, dejando oír aquella su voz meridional y vibrante que era inconfundible. Más que pronunciar las palabras parecía como que las escupía preguntando, oyendo, asimilando todo género de conocimiento, y ganándose la voluntad y hasta la simpatía de los que le eran adversos en procedimiento e ideas, porque al cabo Mella tenía eso que llaman «ángel» —madera de líder— y por muchos que fueran sus agravios no lograba irritar, viéndose sus enemigos obligados a contemporizar con él. A las once la actividad universitaria estaba en todo su apogeo. Entonces era la sala de la Asociación de Ciencias el lugar de reunión, pero el Patio era la plaza. Ahí se corrían los toros. Mella era el toreador, el diestro, el «mataor». Sus estocadas eran fulminantes. Hablaba mucho, con su voz pastosa y grave y en una forma descarnada y violenta que alarmaba a los timoratos que temían verse arrastrados en el torbellino de sus ideas, pero él tenía un extraño dominio de sí que le permitía detenerse siempre en el punto preciso y no llegar nunca a extremos que pudieran hacer reventar la cuerda. Fue el líder estudiantil de aquellos años iniciales de la lucha antimperialista y anticlerical que supo equilibrar situaciones y, sin abusar de su liderazgo, hablar mucho sin convertirse en un detestable demagogo. […] II* Mella tenía una mayoría abrumadora en el sector estudiantil. Los «muchachos» de primero y segundo año lo seguían apasionadamente. No sólo los de leyes. También los de ciencias y medicina, y su palabra elocuente, su gesto viril, su figura apuesta y sobre todo, la fuerza con que forjaba el hierro vivo y ardiente, los dejaba a todos atónitos. Sus razonamientos, en lo íntimo, los ganaba a todos, que sentían gravitar en el ambiente esa «cosa terrible y grandiosa que se llama una revolución». Después en los sindicatos, en las redacciones de los periódicos, en los cafés, Mella ponía el color, el color y el sabor porque dejaban de ser lugares donde se charla, se escribe o se bebe para convertirse en escuelas. […] Mella fue el primero en advertir la realidad nacional. Ver claro el sentido de los discursos de don Manuel Sanguily fue su visionaria misión. Él desgarró los ornamentos que decoraban aquel ambiente corrupto, denunció la intromisión extraña en los asuntos del Estado, desenmascaró la prensa venal y pública y valientemente protestó contra los profesores cómplices. Él comprendió, mejor que ninguno de sus compañeros, el drama de nuestra desnudez. […] Mella grabó el estilo nuevo. 1965 3 Pedro de Entenza, fue el secretario general del Primer Congreso Nacional de Estudiantes. * Esta segunda parte se denominaba «Retablo de Mella». Fue publicada en El Mundo [La Habana], 10 de enero de 1965, p. 4. Instituto Mella. Universidad de la Habana Mesa redonda sobre Mella* Participantes: Alfonso Bernal del Riesgo, Graciella Garbalosa, Gustavo Aldereguía, Antonio Puerta y Elías Entralgo. Moderador: Gaspar Mortillaro. Alfonso Bernal del Riesgo: «Era casi abstemio» Algunas veces íbamos a beber. Embullados por un amigo del Grupo Renovación, Valdés Hernández, tomábamos unas copas. Y no sé si porque había una causa fisiológica para mí desconocida, o por imitación, a varios de nosotros se nos ocurrió tomar una cosa que ya empezaba a ponerse fuera de moda: la ginebra. Invitábamos algunas veces a Mella —que nos acompañó en aquellas libaciones, que no eran exageradas ni mucho menos, pero que en la juventud resultan muy agradables y también en la vejez— y él siempre se negaba. No quería tomar ginebra; tomaba vino generoso y sostenía que Martí no era aficionado a la ginebra, sino aficionado al vino generoso. Lo cierto es que no conozco ningún historiador que haya resuelto este enigma. Posiblemente a lo mejor Martí tomaba las dos cosas. En una forma cubana, revolucionariamente combinada, comíamos a veces en un venerable restaurante porque la comida era excelente: el cordero era exquisito, el bacalao a la vizcaína, que lo recuerdo todavía, y con unos precios sin competencia. Allí, nos daban un vino vasco, y a veces Mella dejaba media copa. Era casi por completo abstemio. Graciella Garbalosa sabe que estoy diciendo la verdad. En cambio, bebía leche enormemente, bebía mucha leche. Siempre andaba buscando ese líquido. Posiblemente se tomaba más de un litro diario. Si tenía un poco de 1 debilidad, en lugar del pan con timba, (ustedes a lo mejor ni saben ya qué es eso), en vez del socorrido pan con timba, un vaso de leche. * Se realizó en el teatro Manuel Sanguily de la Universidad de la Habana, el 25 de marzo de 1966, organizada por el Instituto Mella. 1 La trascripción presentaba omisiones de nombres que se han tratado de completar, y se han eliminado repeticiones innecesarias. (AC) Pan con guayaba. Gaspar Mortillaro: Bueno, Bernal anunció ya quién le va a seguir en el uso de la palabra: es la poetisa Graciella Garbalosa. Graciella Garbalosa: «La personificación de la virtud masculina». Sentí grandes deseos de venir a escuchar palabras con respecto al gran Julio Antonio Mella. Y me sorprende Bernal, que es para mí una alegría haberlo encontrado esta noche, con ese apuro de tener que hablarles a ustedes muy emocionada. Julio Antonio Mella fue la más atractiva personificación de la virtud masculina, ya que reunía todas las condiciones físicas, morales e intelectuales de un verdadero predestinado. Porque sus condiciones de pensamiento y sentimientos eran las que requieren los grandes hombres de la historia. Gaspar Mortillaro: El presidente del Instituto, el doctor Gustavo Aldereguía, nos va a referir algo sobre la huelga de hambre y después vamos a pasar con Mella a México, de lo cual hablará Antonio Puerta, para luego dejar la palabra al maestro Elías Entralgo, que hará el resumen. Gustavo Aldereguía: «La huelga de hambre» Menos mal que Alfonso Bernal, con su fina ironía y mejor humorismo, despertó a toda la concurrencia, porque si no la densidad, el peso de los años (y yo contribuyo con setenta y uno), nos permitirá decir —desde esta altitud de dos mil años sumados— «Vamos a contemplar a Julio Antonio Mella.» El tema, como ustedes ven, está perfectamente circunscripto. Me gustaría hablarles a los muchachos de la vida de Mella mucho; pero estoy bien ceñido, delimitado, perfectamente encuadrado, en el episodio más heroico, templado, firme y recio que nos brindó la hombría de Julio Antonio Mella. He dado tres, cuatro calificativos. Todos enmarcan y forman el pedestal de aquella personalidad. Yo era un poco mayor —Julio hubiera cumplido hoy 63 años—y tenía cinco años de graduado. Me gradué en el año 1918, por lo tanto no tengo más que cuarenta y ocho años de médico. Los cumpliré muy pronto y espero seguir siéndolo hasta caer en el surco, verticalmente como he vivido siempre. Me distingo generalmente por mi tono fogoso de siempre, de agitador, Lo fui toda mi vida. Me distingo por despertar a la audiencia siempre. Levanto en vilo a la audiencia, a veces diciendo cosas serias. Llamé siempre al Diario de la Marina, el Diario de M… Y ya salió mi humorismo. Un poco trasnochado, si se quiere, pero mi humorismo, al fin y al cabo. Me di el gusto de anunciar 2 cerradamente en prédica médica ajustada, la muerte de Pepín Rivero, el penúltimo y el más 3 peligroso de todos. A quien Pablo llamó Pepino destacando la redondez de la o final. Así se lo 4 dijimos Ramiro Valdés Daussá y yo el día que fuimos a retarlo, en nombre de Pablo, que estaba allá abajo, bufando por subir. Difícilmente pudimos contenerlo abajo. Vivía y trabajaba en el campo, como médico de ingenio, donde endurecí mi conducta. Me hice revolucionario en los ingenios y esta es una filiación que me gusta destacar. Vine a La Habana en el mes de noviembre de 1922. No conocía a Julio entonces; ni lo conocí tampoco en ese momento. Vine a la celebración del Congreso Médico Latinoamericano. Y como siempre, tenía y tengo prendida a mis convicciones más legítimas y hondas la cosa política. Lo digo con toda la nitidez de esta palabra y toda su hondura humana. Naturalmente, lo otro es pura hediondez, si ustedes quieren, para no calificarlo de otro modo. Lo que nos rodeó siempre entonces, en esta República que se llamó muy justamente esta noche mediatizada. 2 3 4 Pepín Rivero, director del Diario de la Marina. Pablo de la Torriente Brau, narrador y político. Ramiro Valdés Daussá, gran amigo de Pablo. El 27 de noviembre de 1922, se celebraba en esta Universidad de la Habana, en su Aula Magna, la fecha siempre recordada del martirologio de los ocho estudiantes de medicina. Hablaba ese día un orador finisecular, médico, por añadidura y «sinsonte lírico» de la época. Creo que se llamaba Rafael Zervigón. Traía mi intención escrita; quería ponerle el termómetro a la juventud universitaria, a la cual se lo había puesto tantas veces mientras estaba estudiando. Salí con dos consejos de disciplina pendientes de la Escuela de Medicina. Fui un estudiante bastante malo y me complací en serlo. Me di el gusto de serlo. Porque ser un estudiante modelo, o ser un estudiante premiado era sencillamente mantener una actitud lacayuna y servil frente a profesores no menos serviles y lacayos y a aquellos que incluso que hicieron, vamos a decirlo claramente, tantas porquerías. Traía mi intención formulada por escrito y pedí a la delegación argentina, presidida por el rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor José Arce, que diera una conferencia sobre la evolución de las universidades argentinas. Hice que unos cuantos muchachos a los que no conocía la firmaran y se la presentamos. El doctor Arce dijo que sí de inmediato y que señaláramos la fecha. Esta se fijó para el 4 de diciembre de 1922. E hice mis gestiones para presentar al doctor Arce y lo presenté, porque mi presentación condicionaba su conferencia. No es que la frenase, pero sí la encuadraba; y no podía hablar de otra cosa, más de lo que yo quería que hablase: la revolución universitaria de Córdova era mi intención. Y empezó sus bellas palabras, sobre la culta Córdova. Aquella conferencia hizo mucho revuelo; pero, en el curso del tiempo se ha dicho siempre, con una afirmación definitiva, que fue el doctor Arce quien hizo la revolución universitaria. Quienes conocimos al doctor Arce entonces, y después de aquella conferencia bien dicha, evidentemente, porque tenía dotes de orador, tenía atuendo, tenía gesto, tenía palabra, pero nada más que palabra. Y no tengo que pedirle permiso al doctor Mortillaro, porque bien lo conoce, para decir que Arce era un perfecto sinvergüenza. Fue un perfecto peronista y un perfecto simulador toda su vida. Conviene que ustedes recuerden esto y cuando oigan decir que el doctor Arce hizo la revolución universitaria, digan que no, que no la hizo, que fue un vehículo bastante bien utilizado. Volví a mi ingenio, al central Santa Gertrudis, en la provincia de Matanzas, ya demolido hace tiempo. Y a los pocos días, fue entre catorce o dieciocho días más o menos, estalló la revolución universitaria. Yo mismo, desde la distancia y desde la inquietud de médico rural, me solazaba de cómo se habían producido las cosas. Estaban maduras, naturalmente. Cuando los pueblos están maduros, se produce el estallido; y se produce la revolución. Y es mandato del pueblo que se busque el líder. El líder que se funda con su pueblo y dé sentido, orientación y profundidad. Esa es la palabra líder en su verdadera acepción marxista, por lo menos, bastante 5 marxista. No aquella otra del filósofo inglés del culto heroico de la historia, o del culto de los 6 héroes o tan falso como el de Vallenilla Lanz, en El cesarismo democrático. Pasó el tiempo. Volví a La Habana en octubre del año 1923 y entonces me encontré con Julio Antonio Mella en la esquina de Belascoaín y San Rafael en un tranvía que bajaba de la Universidad. Subí al tranvía y me senté al lado de un joven que venía leyendo Alma Mater. De soslayo miré lo que venía leyendo y empezamos a conversar; y ahí se trabó nuestra amistad. Fue una amistad motorizada, en el trolley, el antiguo vehículo tranviario. Julio me convenció, a pesar de que yo tenía cinco años de médico, de que debía ir al Congreso de Estudiantes, y me dio la credencial de su revista Juventud que dirigía todavía. Poco después la tomó a su cargo Leonardo Fernández Sánchez, un joven de dieciséis años, presidente del estudiantado del Instituto de La Habana. Gran figura, íntimo amigo de Julio Antonio Mella, y cuyo recuerdo se mantendrá siempre, imperecederamente junto a esta pléyade de jóvenes, cuyas vidas estamos reviviendo, porque todavía palpitan en la entraña y en el suelo de Cuba. 5 6 Alude a Thomas Carlyle (1795-1881), el escritor inglés autor de Los héroes. Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), escritor y político venezolano autor de El cesarismo democrático. Vallenilla Lanz era un defensor de la satrapía de Juan Vicente Gómez. Se celebró el Congreso de Estudiantes, sobre el cual habría que hablar mucho y sobre el que ustedes tienen que leer bastante. Hablo más que nada para los de allá; los de acá estamos ya en el tramonto. Y lo que nos quede de vida, ojalá sea como esta noche, espejo de una vida vivida honradamente para el servicio de lo que no pensamos nunca: ver una Cuba revolucionaria, Primer territorio socialista de América. Llegó el 27 de noviembre de 1925. Vivía en La Habana una pléyade de jóvenes desterrados 7 de sus países respectivos. En mi consulta vivían los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, el menor, a quien conocíamos como el negro Machado […]. Julio Antonio, junto con los compañeros proletarios, fueron a la cárcel. Y Julio, un día, por su cuenta y riesgo (no obstante esas apetencias orgánicas que nos ha referido Bernal, con deleitoso impulso y sabor), entró en huelga de hambre. Yo me constituí en su médico; lo fui todo el tiempo. Su primer abogado —es un contrasentido— terminó de gran hacendado con el curso de los años. Naturalmente no está en Cuba, era condueño del Central España, que hoy naturalmente se llama España Republicana. Contradicciones aparentes de la historia, pero así ha sido. Ese abogado duró muy pocos días. 8 9 Después fue Orosmán Viamontes quien continuó su defensa. Pero Rubén no se apartaba de nosotros. La huelga de hambre fue una verdadera huelga de hambre, Veíamos a Julio fundirse por ser un atleta. Había cultivado sus músculos. Y el músculo es tejido de desgaste; no es tejido de defensa ni de reserva. Los músculos entraban en desnivelación seria, como entran siempre. Se afilaba y pasaban los días. Y con los días pasaba la semana. Ya pesar de que yo le administraba suero, llegó un momento en que se sentía desfallecer, se sentía morir, y se acercaba a la muerte. Un grupo de sus amigos se constituyó en vocero de aquel hecho heroico. Y con sus conexiones internacionales, especialmente en América, los Machado, los peruanos que estaban aquí, como 10 Jacobo Hurwitz, que era comunista, ayudaban. El grupo se reunía en mi consulta. Lo presidía Leonardo Fernández Sánchez. Nos reuníamos todas las noches. El boletín mío se publicaba en todos los periódicos y se publicó a la vez en periódicos del continente en México, en La Nación de Buenos Aires. El escándalo llegó a adquirir una magnitud tal que fue de una resonancia internacional. El Cabildo de México se reunió y pidió la excarcelación de Mella. En Buenos Aires, igualmente, la Cámara de Diputados, y los partidos políticos de izquierda se pronunciaron al repecto. 7 Gustavo y Eduardo Machado, estudiantes y combatientes contra Juan Vicente Gómez. Gustavo Machado se convirtió en dirigente del Partido Comunista Venezolano. 8 Orosmán Viamontes perteneció al Grupo Minorista. Usaba el seudónimo de Luis Elén. En 1928, Mella polemizó con él por su afiliación al aprismo. 9 Rubén Martínez Villena, poeta y político. 10 Jacobo Hurwizt, político peruano combatiente contra la dictadura de Augusto Leguía. En 1927, compartió con Mella en México. Ambos pertenecían a la dirigencia del Socorro Rojo Internacional. Y Machado seguía en sus trece: «Se muere o come.» Y Mella no comía y no se alimentaba. Hicimos las gestiones para su traslado a la Quinta de Dependientes. Al fin, una noche nos reunimos Rubén y yo en la estación de policía. Venía el jefe de la policía, un coronel, que creo se llamaba Pablo Mendieta, coronel del Ejército y jefe de la Policía. Venía del Stadium Universitario y, pavoneándose, se levantó la guerrera para señalarnos que estaba desarmado, hombrunamente, para demostrarnos que había ido al Stadium sin armas, y que había conversado con los muchachos y que había tratado de calmarlos. A pesar de que cada vez la agitación era mayor, nos dijo: «Y tiene que comer, porque si sigue y esto sigue así, voy a tener que matar a las once mil vírgenes.» Y yo me sonreí y le dije: «Lo siento por esas señoritas a quienes no conozco.» Conclusión: que Rubén y yo salimos detenidos de la estación de policía, a la una de la mañana. Andábamos por el Juzgado de Guardia; y yo pensaba: «cuando se levante el juez de guardia, vamos a la cárcel, por tener que levantarse de madrugada.» Ya Rubén estaba molesto, y dice: «Usted llama al Juez, o lo voy a llamar yo; decídase a llamarlo.» Por fin el Juez se levantó; y para gran sorpresa nuestra, les echó una filípica a los policías que nos habían conducido, y nos dijo: «Ustedes están en libertad, y lo que lamento es que hayan estado aquí un buen rato y que no me llamaran antes.» Estas cosas sucedían a veces. Rubén era muy conocido; yo empezaba a serlo, y entre los dos formamos cierto escándalo. Permítanme contarles un recuerdo anécdotico de Rubén para que resalte esta noche entre ustedes y lo empiecen a conocer. Una noche, en la Sociedad de Torcedores, se iba a celebrar la 11 fecha del 7 de Noviembre, aniversario de la Revolución Soviética, y el Partido Comunista de Cuba quiso festejar aquella fecha y citó a una gran velada de cultura. Rubén estaba ya muy enfermo. La tisis se le reflejaba bien en el rostro, y me dijo: «Gustavo, haz tú el resumen porque yo no tengo fuerzas; tengo fiebre, como tú bien sabes.» Las dos primeras filas estaban ocupadas, naturalmente, por la policía y los taquígrafos, entre los cuales se encontraba el después Coronel, Mayor General, etcétera, etcétera, Fulgencio Batista y Zaldívar. (Lo de Zaldívar hay que recordarlo siempre, se refiere a la mamá.) Y esa noche, con esas dos primeras filas ocupadas, Rubén se adelantó hacia el proscenio y les dijo: «¿Por qué no se retiran? ¿No saben que estoy tísico y los voy a escupir?» Se levantaron todos de las filas y se fueron hacia atrás. El bacilo de Koch tiene esa cosa: es agresivo y le mete miedo hasta a los bandoleros, y los antisociales. Se retiraron. Rubén habló poco. Y yo, que aquella noche decidí buscarme legítimamente mi 12 «palmacristi» como tantas otras veces; no lo encontré; dije cosas muy feas, hasta malas palabras. Empecé diciendo, «Fiesta de cultura en este país, regido por la barbarie.» Volvamos a nuestro tema. Conseguimos trasladar a Julio Antonio a la Quinta de Dependientes. A pesar de todas nuestras exhortaciones, de todas nuestras recomendaciones, de todos nuestros consejos («Mella tú haces falta, no puedes dejarte morir»), seguía empecinado en que, o lo ponían en libertad, o decidía morir. Además, estaba ya tonificado por lo que sabía del exterior. Y al fin y al cabo Machado tuvo que ponerlo en libertad. Claro, empezamos a alimentarlo con albúmina de huevo, por vía intragástrica, a través de unas sondas, y no podía degustar esas cosas que señalaba nuestro amigo Bernal. 11 12 Posiblemente, haya sido el 7 de noviembre de 1929, porque en marzo de 1930 Rubén salió rumbo a la URSS. Buscarse un «palmacristi». Alusión irónica (anacrónica en 1929), a los métodos represivos implantados por Batista a partir de 1934. Pocos días después se decidió que Mella debía salir de Cuba. No podía seguir aquí. Quiero relatarles cómo salió Mella de Cuba, porque la mitología envuelve a estos hombres y, a mí me contaron, estando preso en La Cabaña, cómo había salido Mella de Cuba. Dejé que me lo contaran todo; y cuando terminó aquel caballero, le dije: «Mire, ¿ya usted terminó? Todo eso es pura fábula. Le voy a dar la verdadera versión, para que usted no repita más esas tonterías». Julio salió de Cuba de la siguiente forma. Un día, en mi automóvil, fuimos hasta la esquina de San Miguel, esquina a Neptuno. Allí había un café donde se vendían horchatas. Julio era bebedor de horchatas. Mientras él se tomaba una fui a sacarle el pasaje del tren. Iba solamente conmigo. Lo llevé al puente de Agua Dulce, donde se demoraba un instante el tren de Cienfuegos, para que no tomase el tren en la Estación Terminal. Subió en el último coche, en el coche «Tuinicú». En la plataforma trasera nos dimos el abrazo final, que fue nuestra despedida. No volví a verlo. Al pasar el tren por el central Perseverancia, subió mi hermano, Feliciano Aldereguía, ya muerto hace poco. Le dijo al encargado del tren que llamara a Juan López, que iba en la litera seis baja. Lo despertó y lo apeó en Rodas. Y de allí fueron a Cienfuegos por carretera. Se quedó en una casa que era del individuo que representaba entonces en La Habana a los barcos de la Ward Line, muy amigo de mi hermano. A las cuatro de la tarde, con el nombre de Juan López, comerciante en plátanos, salió por el puerto de Cienfuegos, en el vapor «Cumanayagua», con destino a Honduras. Esa es la verdad y no se dejen repetir ninguna otra. De su estancia en México nos dirán algo los compañeros que faltan por hablar. Pero siempre piensen, jóvenes, que de Julio Antonio hay que hablar todos los días y que vive en nosotros, en nuestra tierra, en cada uno de sus surcos. En la entraña más honda de Cuba, vive y palpita su figura. Se ha dicho, muy certeramente, que es el puente entre Martí y Fidel Castro: la continuidad de Martí, que vivió en el monstruo y le conocía bien las entrañas. […] Gaspar Mortillaro: Ahora, sobre la estancia de Mella en México nos hablará el compañero Antonio Puerta. Antonio Puerta: «Un verdadero dirigente latinoamericano» Al llegar a México con las credenciales del Partido Comunista, recuerdo que fui al local que en el Distrito Federal tenía el Partido. Allí presenté mis credenciales. Me recibieron y me mandaron con un acompañante a donde estaba Julio, que ya aquí, como militante del Partido, todos conocíamos su huelga de hambre. Recuerdo que él vivía en San Antonio Abad y nuestra primera intimidad, una cosa fraternal. Llegamos a comprendernos muy íntimamente. Los primeros pasos que da uno, después de llegar a un lugar extraño, es crear las bases para el trabajo revolucionario y a la vez para mantener cierta economía, que hace falta para subsistir. Aquí se habló de lo que a él le gustaba, de sus alimentos. Recuerdo de una manera inolvidable que antes de salir para el Partido, o para la Liga Antimperialista de las Américas, yo salía a buscar la leche, el cuáquer, el plátano y el pan. El café lo tenía, y él era el cocinero. Aunque la huelga de hambre le había dejado cierta afección en el aparato digestivo, no por eso dejaba de alimentarse. Lo primero que hacía era poner la mesa y un buen plato de cuáquer. Comíamos plátanos. Cogía los plátanos, los picaba en rueditas, los azucaraba y luego les echaba leche hirviendo. Después, el café con leche y pan. En esta forma estuvimos hasta que nos acondicionamos. Él tenía otras dificultades, porque aquí teníamos la costumbre de que cuando íbamos a la barbería se usaba el pelado a punta de tijera. También tengo el oficio de barbero y tuve que hacerme forzosamente su barbero oficial. Tenía muy buen pelo y se dejaba la patilla. En México el Partido era territorial. No tenía células, era local. Mella era el secretario de Agitación y Propaganda en el Comité Central, pero al mismo tiempo era el secretario general del grupo (la local) de la Ciudad de México. 13 Después de mi llegada, le tocó llegar a Cotoño. Más tarde, llegaron juntos Barreiro y Junco. Luego Teurbe y Montalván, este último estudiante de la Universidad. Ya en estas condiciones, con conexiones en París y en Nueva York, nos reunimos y llevamos a cabo la fundación de la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC). Para esto era requisito indispensable la creación de un periódico que fuera capaz de traer aquí y de llevar también a América Latina y a Europa los pronunciamientos nuestros, las actividades y la denuncia sistemática de la dictadura machadista. Fundamos Cuba Libre. Con trabajo, pero logramos que Cuba Libre… para los trabajadores saliera regularmente. 13 Manuel Cotoño (estudiante), Alejandro Barreiro (dirigente obrero), Sandalio Junco (dirigente obrero), Rogelio Teurbe Tolón estudiante) y Teodosio Montalván (estudiante). Esta actividad de la ANERC, relacionada con las delegaciones de París y Nueva York, la denuncia constante de los crímenes y los atropellos del machadato, nos trajo como consecuencia una serie de citaciones por denuncias y exigencias ante las autoridades mexicanas del 14 Embajador del dictador Machado. De más está decir que siempre que íbamos a los tribunales, nos dejaban en libertad. Charlaban con nosotros y tiraban a burla estas denuncias. Mella no se dedicaba ni se dedicó exclusivamente en su estancia en México a la lucha constante por nuestra liberación. Como dirigente del Partido Comunista, como un verdadero internacionalista, tomaba parte activa en el trabajo político del Partido, en la dirección de su periódico, El Machete. Estas actividades lo llevaron a ser un verdadero líder del Partido. Se le prestaba atención a la Liga Antimperialista en el local que estaba situado en 16 de Septiembre. Allí, él atendía a todas las directivas de la América Latina, que estaban relacionadas, o que tenían sucursales de Ligas Antimperialistas. Era un verdadero dirigente latinoamericano de las luchas contra el imperialismo: pero, a la vez, era también un verdadero dirigente de los trabajadores y campesinos militantes. Mi llegada coincidió también con la suya al Distrito Federal. Venía de las Minas de Piedra Bola, allá en Jalisco. Durante su estancia en Jalisco, se había producido en México aquella insurrección reaccionaria, que al grito de «Cristo Rey», se le tituló por el pueblo la Guerra de los Cristeros. Él tomó parte activa. Se tomaron conventos e iglesias por el pueblo, y se le dieron los conventos a los sin trabajo. Y, caso curioso, él traía algunos recuerdos de esas iglesias. Allí, en el apartamento de San Antonio Abad, se sentaba y se ponía un sombrerito de cura y un delantal con muchos adornos, y se ponía a escribir, en máquina. Allí, había una serie de mexicanos que luego me di cuenta creyeron que él era un cura. Y muchas veces le traían obsequios, frutas, viandas. Y él se reía, pero lo que estaba escribiendo era para El Machete. Estaba escribiendo también Hacia dónde va Cuba. No sé la trayectoria que habrá tomado ese libro que dejó terminado. Es un libro bastante voluminoso. Se creían que era un cura escondido y querían obsequiarlo. Era una cuestión cómica y nosotros aceptábamos las frutas que nos daban. En esta lucha de Mella en México se destacaba siempre su acción combativa. Lo mismo que aquí mantenía la insurrección como principio, en México era igual. Mantenía la insurrección sindical, porque en México existía la Confederación Regional de Obreros Mexicanos (CROM), dirigida por Luis Morones. La CROM estaba vinculada con la Federación Americana del Trabajo. No defendía los intereses de los trabajadores. Estaba plegada a los capitalistas. Eran sus más fieles servidores y habían traicionado los principios revolucionarios de Flores Magón. En esta situación, se planteó por los comunistas de la local de la Ciudad de México, la creación de una nueva organización, sindical, frente a la CROM, con las bases de las organizaciones obreras, del movimiento campesino, con todo lo que estaba controlado por el Partido Comunista. Empezó la primera lucha insurreccional sindical, que entró en contradicción con la decisión del Comité Central del Partido. Esto trajo por consecuencia la separación de la local de Ciudad de México del Partido, hasta un nuevo congreso. Es decir, quedamos automáticamente fuera del Partido, por mantener esa línea y dar inicio a la nueva organización sindical. Se celebró el congreso y Julio Antonio Mella, con los datos precisos, con las estadísticas, echó abajo el acuerdo del Comité Central. Y, caso insólito, toda la representación de las distintas locales de México votaron a favor de la nueva organización sindical y se acordó, por ende, la creación de un movimiento sindical frente a la CROM de Morones. He aquí, cuando ya cambia de sentido el aprecio de las autoridades hacia nosotros en México. Ya empezamos a despertar los interese capitalistas yanquis y nacionales de los grandes capitalistas mexicanos. Esa situación crea una serie de cuestiones antagónicas con las autoridades. Voy a precisar aquí algo trascendental de su posición, hoy, que celebramos aquí la fecha de su nacimiento, y es que su actividad no se limitaba a su lucha sindical en México. También dedicaba tiempo a la preparación de la lucha insurreccional en Cuba. Empezó a relacionarse con los compañeros que teníamos en los Estados Unidos. Y para eso comisionó a Leonardo Fernández Sánchez para fomentar en Cuba la insurrección para derrocar a Machado con las fuerzas armadas. Esta posición nos trajo una gran contradicción con la dirección de entonces del Partido Comunista de Cuba. Y nos la trajo también, por ende, con el Buró del Caribe y con la dirección del Comité Central del Partido Comunista de México. Tuvimos una gran reunión. Allí se le dijo a Mella una 15 serie de cosas, sobre todo por un compañero comunista italiano (que estuvo aquí, que es Senador). Nos atacó de fascistas. Julio mantuvo su criterio de que era la única salida que teníamos para derrocar a Machado. Pero, desde luego, como comunistas, teníamos que aceptar el criterio mayoritario. Pero, se mantuvo por Julio Antonio Mella, con datos precisos, con firmeza, el camino a seguir en Cuba. No se llevó a cabo, porque en ese momento representábamos la minoría y porque no teníamos base aquí para discutir ampliamente y llevar a la membresía del Partido. Allí éramos pocos él, yo, Barreiro, Junco, Cotoño, Teurbe Tolón, Montalván; tuvimos que doblegarnos. Bajamos el escudo y la espada. 14 15 Guillermo Fernández Mascaró, embajador de Machado en México. Vittorio Vidali, que usaba los pseudónimos de Eneas Someti o Carlos Rojas, emisario de la Internacional Comunista. Julio tenía por costumbre, cuando nos cogía tarde en la noche, tomar un helado con crema de leche y unas fresitas. Por la gran intimidad que tuve con él, porque viví con él, dormíamos en la misma habitación, con Junco, Cotoño y Barreiro. Llegué a tener en Julio más que un compañero, un verdadero hermano. Y las cosas de él me son penosas. Hay algo en mí que se afecta cuando hablo de Julio, porque lo llegué a apreciar entrañablemente y han pasado los años y aún sigo apreciándolo. Vamos a eliminar la pena y vamos a seguir. Julio tiene una serie de hechos muy destacados: su capacidad política y de dirección y su posición siempre al frente de todo. Jamás se quedó a la zaga, en toda demostración, en todo acto revolucionario. Él era el primero. Recuerdo que cuando en los Estados Unidos se acusaba a aquellos jóvenes negros de Scottboro de violaciones de mujeres blancas, se desató una campaña, igual que la de Sacco y Vanzetti, por la libertad de los jóvenes negros de Scottboro. A nosotros nos tocó dar un acto de protesta ante la Embajada de los imperialistas yanquis en el Distrito Federal. Se citó al pueblo, a los sindicatos y el Partido organizó la demostración. Lo asombroso de ese acto es que Julio era el orador que tenía que abrir la brecha. Pero no por ser el orador. Es que había que hacerles ver a los trabajadores, al pueblo de México, lo que representaba el asesinato de esos compañeros que al fin y al cabo ejecutaron. Demás está decir que después de esto fue el acabóse: la policía, los bomberos, el agua, el fango, y echar a correr. Pero, al fin y al cabo, los bomberos no pudieron hacer nada. Otra vez lo celebramos frente a la Embajada de Cuba, pero allí, vino la policía y nos dispersó. Ahora bien, en la constitución de la nueva sindical, en unión de David Alfaro Siqueiros (el pintor), de de la Campa, de Casanella, empezaron a organizar el trabajo para el Congreso de la Confederación fuera de la dirección mexicana. Julio, la cabeza directriz de la organización de esa sindical, redactó tesis por tesis. Cada tesis fue discutida con todos los compañeros y él escribía con su maquinita portátil. Allí nos cogían las once y las doce de la noche; pero, cada noche elaborábamos una tesis. Recuerdo la última de estas, que era sobre la ayuda a los emigrados revolucionarios. Discutimos para celebrar próximamente el Congreso que se celebró en un teatro y quedó constituida la Confederación Sindical Unitaria, más poderosa que la CROM, con todo el campesinado. Pero, desgraciadamente, Julio no pudo ver eso, porque fue posterior a su muerte, ocho o nueve días. Es decir, terminó de escribirla su última tesis sobre la ayuda que habría de prestar el movimiento sindical mexicano a los emigrados revolucionarios. Y nos despedimos con una mano al hombro, para caer a las nueve de la noche asesinado por los esbirros de la oligarquía mexicana y del machadato. Es preciso destacar que, si nosotros no hubiésemos tomado parte activa en el movimiento sindical contra los intereses de los capitalistas norteamericanos, las autoridades de México jamás hubiesen permitido (como en un principio) que tal cosa se llevara a cabo. Pero, tan pronto nosotros participamos en las actividades políticas y sindicales de México, se le abrieron las facilidades a los asesinos del machadato por el Jefe de la policía mexicana para abrirles el camino y llevar a cabo el asesinato de nuestro compañero Julio Antonio Mella a las nueve de la noche. Y tanto es así, que, cuando nosotros fuimos a verlo a la Cruz Roja, como a las once o las doce de la noche, no me dejaron entrar. En el amanecer del 11 de enero dejó de existir nuestro gran compañero, el firme luchador del pensamiento antimperialista de Martí, que lo llevó a la lucha abierta contra el imperialismo. Patria o Muerte. Gaspar Mortillaro: Va a cerrar el acto nuestro compañero decano de la Facultad de Humanidades, doctor Elías Entralgo. Elías Entralgo: «Su rebeldía nata» El compañero Mortillaro habló del resumen, pero realmente un resumen significaría una recapitulación de lo que aquí hemos oído, que yo no podría —desde luego— mejorar o superar. De todo eso, se llega a una conclusión: que estamos en presencia de una de las grandes figuras de nuestra historia, por su clara inteligencia, su entereza de carácter, sus arraigadas convicciones y su firme personalidad. Yo voy más bien a contar dos hechos. Uno que llegó a mis oídos, y el otro, que yo presencié. Dos hechos que no se han relatado antes. Uno tiene cierta significación para estudiar la parte psicológica en la vida de Mella, su rebeldía nata y neta; otro tiene menos importancia, desdichadamente; tiene alguna relación conmigo; y, si lo voy a relatar, es por la cosa de emoción que tengo de este recuerdo, y porque revela también las curiosidades culturales que tenía Julio Antonio Mella. Erasmo Dumpierre, en su reciente y valioso boceto biográfico sobre Mella tiene este parrafito: Estudió la enseñanza primaria en colegios católicos dirigidos por el clero extranjerizante. En una oportunidad no permitió que un maestro le impusiera un castigo físico, por una simple falta escolar que había cometido. Por hechos como este fue expulsado de aquellos colegios a cuya injusta e inhumana disciplina no se adaptaba su temperamento rebelde. Yo no tenía noticias de otras expulsiones. La compañera Charito [Guillaume] nos refirió una del colegio de Belén, pero la que sí conocí bastante de cerca fue la de los Escolapios de Guanabacoa. Esto debió ocurrir entre los años 1917 y 1918. Es decir, por lo tanto, Mella andaba entre los catorce y los quince años de edad. Debía estar en segundo año de bachillerato o en primero. Yo no lo conocía entonces personalmente, sino de vista nada más. Ya llamaba la atención, porque ustedes saben que en Cuba la estatura regular es de mediana a baja y ya él era aun adolescente alto. Cuando hemos oído contar aquí, que gustaba mucho de la leche, quien sabe ahí esté el secreto. El médico me dirá que me estoy metiendo en cosas de las que no sé mucho; pero tengo entendido que la leche, por el calcio que tiene, tiende a estirar, a desarrollar los huesos. Así que ya Mella llamaba la atención en el colegio. Este tenía la siguiente organización en cuanto a las sesiones de los alumnos, determinadas por el tiempo que estaban en el colegio, y en un caso por una subclase que podíamos llamar de índole económico. Había los pupilos, que como es fácil adivinar, eran los que desayunaban, almorzaban, comían, dormían en el colegio. Estaban siempre allí. No salían nada más que el primer domingo de cada mes, los que tenían sus parientes en La Habana, o ciertos parientes, o sea, los de las provincias. Los medio pupilos, que almorzaban en el colegio y generalmente eran los que vivían en Regla, Casablanca, Cojímar o aun en Bacuranao. Después, la clase de los encomendados o vigilados, a la cual pertenecía yo, que vivía entonces en Guanabacoa. Y, por último, los externos, que eran los que no pagaban matrícula en el colegio. Mella estaba en la segunda sección de pupilos, que tenía su pieza de estudio por el frente a mano derecha, en el segundo piso. Pertenecían a la primera sección de pupilos los alumnos de enseñanza primaria; a la segunda, los de primero y segundo año de bachillerato y primero y segundo año de comercio; y a la tercera sección de pupilos, los de tercer año de comercio y tercero y cuarto año de bachillerato. La comida generalmente se daba en el colegio sobre las seis de la tarde. Recuerdo que era fama que se repetía mucho y los muchachos decían: «Frijoles, garbanzos y judías, comidas de las Escuelas Pías.» A esa hora, después de la comida de la tarde, repetida siempre, había un recreo hasta las ocho de la noche. Después, pasaban a esas piezas de estudio entre las ocho y las diez de la noche, cuando los retiraban a dormir. Casi todos aquellos sacerdotes escolapios eran catalanes. El único que no era catalán, que era nativo de Rioja, era uno que se llamaba Tranquilino Salvador. Era el profesor de Gramática Española, Retórica y Poética y Literatura. En la segunda sección de pupilos, estaba al frente de ella un catalán de apellido Navarro. En la parte docente, tenía a su cargo las clases de comercio. Yo estudiaba ingreso a primer año de bachillerato y no tenía relación con él. Yo oí contar esto: Una noche —el sacerdote solía pasearse mientras estaban los alumnos estudiando—, vísperas del sueño, leyendo los versículos de los Evangelios, había un gran silencio en la pieza de estudio. (Por otra parte, Guanabacoa era entonces uno de los lugares más silenciosos de Cuba; quedaban las guaguas de mulos, los coches de caballos; empezaba a haber algunos automóviles de alquiler (marca Ford, a los que les llamaban fotingos.) Del exterior no llegaban ruidos. Este sacerdote —a lo que recuerdo de él— era un hombre introvertido, de pocas palabras. No recuerdo haberlo visto reírse nunca. En los momentos en que se paseaba a lo largo de la pieza de estudio, sonó un grito allá atrás; era un apodo que él tenía, que no puedo repetir. En el primer momento, en algunos alumnos jugó la sorpresa; en otros, una hilaridad escandalosa. Y el sacerdote cogió aquello con sorpresa; pero, por el momento, no hizo nada. Se retiró a la parte posterior de la pieza de estudios y siguió desde allí mirando a ver si en algún gesto, en algún ademán, en alguna actitud podía sorprender al autor de aquello. Como no lo sorprendió, siguió su paseo habitual; volvió a producirse el segundo grito. Y en ese momento, él, que estaba muy predispuesto, se viró y trabó a Mella, cuando pegaba el grito. Lo mandó a dormir a su cuarto y él se negó. Entonces mandaron a buscar al ayo (el responsable de los pupilos), al de otra sección de pupilos, y al profesor de Gimnasia. Entre los tres pudieron agarrar a Mella y llevarlo a la habitación. Este sacerdote fue a ver al Rector y le contó lo que había ocurrido. Yo fui a buscar las memorias del colegio y el nombre de Mella no aparece. Allí eran muy pródigos. A finales del curso se daban medallas doradas, medallas de plata, libros, estampas y era muy raro el alumno que no tenía una forma de premio por la conducta o la aplicación. Eso me hace suponer que Mella no llegó a terminar el curso en el Colegio. Entonces el Rector se puso al habla (esto ocurría un viernes o un sábado) con el portero del Colegio y le dijo que cuando el domingo fuera el padre de Mella a verlo, lo llamara a él antes de avisarle a Mella, y que no lo fuera a buscar hasta que él no hablara con el padre. Le contó lo ocurrido. Le dijo que él prefería que aquello se liquidase sin otra situación enojosa, y al efecto le sugería que le diera algún pretexto para llevárselo. Mientras, ellos en su habitación, le metían en la maleta toda la ropa, se la sacaban por la cochera del colegio y la metían en el automóvil. Parece que la primera parte salió bastante bien. Pero cuando Mella se percató de lo que había al final, tomó una piedra y la tiró contra el cristal de la puerta del colegio. Y esa es la parte que yo presencié: el cristal roto. Luego me enteré de lo demás. Empecé a preguntar por qué estaba roto el cristal y quién lo había roto. El otro hecho al que me voy a referir es el de mi relación con él más personal y directa. Era muy cordial, muy cubano, y gustaba de conversar con la gente. Yo no era de su curso aquí en la Universidad. Él empezó en el curso del 21 al 22; yo, en el curso siguiente, del 22 al 23. Pero me invitó a colaborar en la revista Juventud sobre cosas literarias. Escribí un articulito sobre Domingo del Monte muy malo y deficiente. Recuerdo que salió en un número cuya carátula era de un color achocolatado. Con ese motivo conversamos acerca de Domingo del Monte y sobre algunas cosas de crítica literaria, de las cuales estaba un poco informado también. Yo le hablé de las ideas estéticas positivistas de Hipólito Taine. Me refería a que conocía lo más sistemático de Taine al respecto, en su Historia de la literatura inglesa. Y él me dijo: «Voy a tener el gusto de regalarte La filosofía del arte, de Hipólito Taine. Entonces fui una tarde a su casa. Él vivía, como aquí se ha dicho, en la calle Obispo, donde el padre tenía la sastrería, en lo que es la primera cuadra de la calle Obispo, no por la numeración, sino entrando por el parque Albear. En la misma cuadra y en la misma acera donde está «La Moderna Poesía». Recuerdo que la acera de aquella casa-sastrería era bastante pequeña. Se entraba y, a mano izquierda, en la primera habitación, estaba el cuarto de Mella. En esa ocasión le entregué ese artículo y me regaló La filosofía del arte, los dos tomos. Era muy útil, porque cada libro valía cuarenta centavos, en total ochenta centavos. El libro está bastante bien traducido, en buen español. Eso es lo que yo he querido recordar para no repetir. 1966 Erasmo Dumpierre Julio Antonio Mella en México. Diálogo con Rosendo Gómez Lorenzo* Rosendo Gómez Lorenzo es un viejo militante revolucionario. Ha ejercido el periodismo durante muchos años en la capital de México, ocupando actualmente el cargo de Jefe de Redacción de la revista Sucesos. Una estrecha y fraternal amistad lo unió a J. A. Mella, durante el tiempo en que este estuvo exiliado en el hermano país. El pasado mes de julio sostuvimos con él, en su modesto despacho de la Calzada de Tacubaya, el siguiente diálogo: —Rosendo, ¿cuándo conoció usted a Mella? —No puedo fijar en la memoria el momento preciso de mi encuentro con Julio Antonio. Recuerdo que fue en el viejo edificio colonial donde estaban las oficinas del Partido Comunista y la redacción de El Machete. Llegó con dos o tres exiliados que venían escapando de la dictadura de Machado. Mi relación estrecha con Mella empezó semanas después, cuando ya se había instalado en México. Iniciaba él sus colaboraciones en El Machete, que era entonces un semanario. Ligada precisamente a esa colaboración, le puedo relatar una anécdota sobre Julio Antonio, importante por cuanto se relaciona a un hecho inseparablemente vinculado a su estancia en México: cómo se conoció con la que fue su compañera hasta el día en que lo mataron, la fotógrafa italiana Tina Modotti. * Tomado de El Mundo del Domingo, suplemento cultural del periódico El Mundo, [La Habana], 3 de diciembre de 1967, pp. 2-3. Estaba yo una tarde en la redacción, ayudando a Tina a traducir del periódico comunista italiano algún artículo que nos parecía interesante, cuando llegó Julio Antonio empujando la puerta con esa vitalidad exuberante que tenía «—Oye, chico…», me preguntó algo y en eso ve la mujer, bella, muy bien plantada, con una cara que irradiaba simpatía, inteligencia. Los presenté y me di cuenta de que había habido una especie de «flechazo mutuo», porque los dos se miraron como descubriendo una cosa que no conocían. Pero Mella era tímido, ya yo había advertido que era tímido en relación con las mujeres; enrojecía a veces cuando había alguna broma… si no escabrosa, una broma que podía considerarse comprometida. Entonces salió de la pequeña oficina aquella, que tenía una puerta vidriera y una cerradura de esas de golpe, se empujaba y se cerraba, no había que abrirla por dentro. Pero al poco rato, con cualquier pretexto, venía otra vez: —«Oye chico»… y me hacía alguna pregunta sobre algunos detalles históricos de México, o una cosa práctica. Me dije: —«Anda, está buscando acercamiento aquí con la muchacha»… Acabamos ya por la noche, 7 u 8 de la noche, la traducción y vuelve Mella: —«Oye, puedes prestarme tu máquina, porque la de adentro está ocupada»… —¡Cómo no! Pero, mira, antes vente a merendar: vamos a merendar con Tina en un café de chinos —que era el café más democrático y barato que había allí cerca, en la calle Bolívar—; vente con nosotros y conversamos. —No, chico, no puedo, tengo mucha prisa en lo que voy a hacer. —¡Pero hombre!… (yo queriendo ayudarlo a vencer la timidez)… —No, no puedo, vayan ustedes. Pero llevábamos veinte minutos en el café, o algo así, cuando llega Mella. —¿Qué pasó? —Fíjate que se me cerró la puerta cuando salí un momento, y como no me diste la llave; se me cerró la puerta. Dame la llave para entrar, que estoy en pleno trabajo. Dígole: —Mira, siéntate aquí ya que llegaste y vamos a merendar. Ya esa noche, después de merendar él, se brindó caballerosamente a dejar a Tina en su casa. Y ahí empezó la relación que duró hasta el final; murió prácticamente del brazo de ella. —Eso fue por el año 1927. ¿No puede precisar la fecha? Porque de acuerdo con mis investigaciones, Mella conoció a Tina Modotti durante aquellas manifestaciones en favor de Sacco y Vanzetti. Claro, yo no he podido confirmar ese extremo, pero parece que fue por esa época. —Puede haber sido, porque la primera aparición revolucionaria en público, de Tina Modotti fue precisamente en esa manifestación, donde ella todavía no era comunista, pero en ese caso actuaba también hasta el espíritu patriótico de los italianos, y ella estuvo en esa manifestación. Ella era antifascista, claro. Me acuerdo verla en medio de la calle con todos nosotros, llamando la atención por su belleza y por su tipo exótico. —Vamos ahora a otro aspecto: ¿hizo Mella algún esfuerzo por derrocar a Machado mediante la insurrección armada? —Había un general, viejo veterano de la independencia. Estaba en alguna población de los Estados Unidos, y Julio Antonio fue a hablar con él para ver si era posible un entendimiento, una acción común… —¿Una acción armada contra la tiranía de Machado? —Sí. No hubo entendimiento, le dejó decepcionado, como se le dijo aquí más o menos que le pasaría porque aquella gente en realidad quería una sustitución de mandones, pero no de régimen ni mucho menos. Recuerdo que llegó a la oficina de El Machete también; hizo un viaje en condiciones muy difíciles de confort. El hombre llegó y recuerdo que estaba sin bañarse, con la barba crecida, había venido a empujones en los camiones de carga, en los vehículos que pasaban por la carretera; venía de California y se le había acabado el dinero, que casi no llevó, llevó muy poco. Y recuerdo que hasta olía a sudor viejo, él que era un hombre limpio. Y le dije: —Oye, tienes que irte a bañar. Y contestó: —Si yo no más que acabo de llegar ahora. Y no recuerdo si le facilité que fuese a bañarse a mi casa. Yo entonces vivía de soltero con uno o dos compañeros más, con los venezolanos repatriados también, o él fue a su antigua casa, no sé si la tenía todavía. El caso es que al día siguiente regresó ya fresco, limpio, bañado, contándome que no había sido fructífero el viaje, que esa gente tenía muchas limitaciones, que había que pelear… —Es muy interesante esa anécdota, Rosendo. ¿Y cómo era el carácter de Mella? —En Mella había una superabundancia de vida, una especie de llama interna que se salía por todas partes. Trataba las cosas reflexivamente, pero con un fuego que por lo general atribuía al trópico; era una cosa ya inseparable de su modo de ser, y en cualquier clima creo yo que hubiera sido igual. Recuerdo que cuando le salía una cosa bien, acababa una nota o un artículo que le gustaba, o algún asunto de organización, daba unos gritos así: entre indio salvaje y deportista. Era muy característico en él. También alguna vez recuerdo haberle oído un dicho cubano, según me explicó, repartiendo alguna cosa; estábamos comiendo… o repartiendo unos volantes que había, uno para cada uno, o unos folletos, o alguna cosa, y decía: «un chorizo no más queda y este es para la cocinera»… —Y ¿qué tipo de orador era? —Era un orador fogoso, sin el estilo ametralladora de Leonardo Fernández Sánchez; rápido también, pero menos. —Usaba un lenguaje sencillo, ¿verdad? —Un lenguaje sencillo, tal como escribía también. Se esforzaba porque lo entendiera todo el mundo; y tenía siempre la preocupación de que el auditorio obrero no tuviera duda cuando él hablara en giros. Tenía el poder de captar rápidamente la atención y la simpatía del auditorio: la sinceridad que desbordaba por todas partes, la vitalidad, la misma prestancia física, deportiva que tenía, le ganaban enseguida la buena voluntad de los que lo oían, bien fuera en conversaciones privadas, bien fuera en la tribuna. —¿Qué recuerda de las actividades de Mella en defensa de Sandino? —La permanencia de Julio Antonio Mella en México, coincidió con el momento de mayor actividad de la Liga Antimperialista de las Américas, en cuya fundación creo que participó él. La Liga Antimperialista lanzó una campaña muy intensa y fructífera en México para la ayuda material a Sandino, a sus guerrillas, contra la invasión de los «marines» norteamericanos. Se hacía hasta en los cabarets populares. Recuerdo que en el barrio de los tranviarios, en cualquier parte, llegaba un grupo de gente del Comité Manos Fuera de Nicaragua y decían: —«A ver, una colecta para mandar medicinas a Sandino», según el público, se decía medicinas o balas. Y empezaban a llover las monedas. A Mella le tocó hablar en el curso de esa campaña, especialmente entre estudiantes y obreros. Tuvo tal simpatía la causa de Sandino en México, en aquellos años, que a un gran cabaret popular de obreros en la zona de los tranviarios, donde cabían unas dos o tres mil parejas, le pusieron «Sandino», un nombre que se hizo muy popular. Era la época del tango argentino: «Voy a luchar con Sandino…» Una cosa de moda en México. —¿Y cómo podía Mella hacerse entender por los campesinos? —Tenía una gran flexibilidad y habilidad para ponerse a la altura de su auditorio. Hubo una temporada en que se fue a dirigir un periódico en Tampico. El periódico era órgano del Gremio Unido de Alijadores de Tampico, y en los meses que estuvo allá como Director se ganó la amistad de los trabajadores portuarios que lo consideraron pronto como uno de los suyos, y le pidieron al Partido que no lo retirara, que lo dejara allá. Pero, claro, él tenía otras tareas ligadas sobre todo a la lucha de Cuba y no podía ni quería estarse eternamente en Tampico. Regresó. —De manera que él viajaba en misiones revolucionarias por el interior de la República… —A veces lo solicitaban sabiendo que era buen orador y por el prestigio que tenía como luchador. Su huelga de hambre tuvo grandes repercusiones en México entre los estudiantes y los obreros. —Entonces él escribía en El Machete, luchaba en la Universidad, organizaba a los obreros, hablaba en los actos… Era un hombre multifacético. —En la Universidad fue el verdadero fundador de la revista estudiantil Tren Blindado. —Sí, eso fue ya a fines del 28. Salieron pocos números. —Sí, pocos. Colaboraban con él, entre otros estudiantes, Carlos Zapata Vela, hoy Embajador de México en la URSS. —¿Vio usted a Mella el mismo día en que lo asesinaron? —Ese mismo día en que lo asesinaron, la misma noche, acababa yo de salir de la imprenta de El Machete, con el primer ejemplar del periódico. Yo era Jefe de Redacción y personalmente me encargaba de la tarea de corregirlo; primero corregía los originales y hasta última hora cualquier cosa que encontraba en el primer ejemplar de prensa, me lo llevaba para mi casa o mientras estaba merendando y le metía pluma y corría a la imprenta si valía la pena cambiar una línea, etcétera. Pasé por la Confederación Sindical Unitaria, que estaba cerca del local del Partido, y allí estaba Mella. —¿Ya sale El Machete?, me dijo. —No, pero tengo aquí la primera prueba. —Déjamela, chico. —No, hombre, que tengo que corregirla por si hay algo… —No, déjamela, yo te digo que si hay algo yo voy a la imprenta… —No, qué vas a ir. —Sí, sí, déjamelo. Y me rogó con tanto fuego que le dejé ese ejemplar, que se lo encontraron manchado con su sangre en el bolsillo del pantalón o la chaqueta. Como a las diez y media u once de la noche llegaban a avisarnos al lugar donde vivíamos juntos tres o cuatro militantes, calle de Chimaltopoca, que acababan de herir a Mella. Y yo tuve la impresión de que estaba ocurriendo en ese momento una riña o un tiroteo, un asalto, un ataque, y lo que hice fue agarrar la pistola y salir. Pero no, ya caminando me encontré a uno de los muchachos que venía a ratificar la noticia y dijo: —No, está herido, en la Cruz Roja, calle de San Gerónimo. —Así que él no murió al momento de ser herido. —No. —A él lo hieren y está entonces un rato en la Cruz Roja ¿No fue así? —Horas. —Horas, ¿pero pudo hablar algo? Además de aquella frase conocida: «Muero por la Revolución», ¿habló algo más en el hospital? —No, al hospital ya llegó inconsciente y las heridas eran muy graves, sobre toda una que le rompió el hígado; eran balas de calibre 38. No nos dejaron subir donde estaban operando los cirujanos. —A qué hora murió aproximadamente ¿no se acuerda? —Murió ya en la madrugada. —Los periódicos decían que había muerto cerca de las dos de la madrugada. —Debe haber sido algo así. Después nos obligaron a salir de allí. Antes de que se supiera el resultado negativo de la operación la policía nos echó del patio. Estuvimos afuera y no supimos nada, no nos dejaron entrar, hasta la madrugada en que ya dijeron que murió. No pudo resistir la operación. —¿Cuál fue la reacción en la gente humilde, en los trabajadores, en el pueblo? —La reacción fue una indignación tremenda; se vio bien claro la mano de Machado y la complicidad de los protectores de Machado: los yanquis. Los periódicos amanecieron llenos de detalles, de fotografías, porque Mella ya era muy popular, muy conocido en México. Y esa noche se hizo una demostración de protesta, pues queríamos ir hasta el Consulado norteamericano, lugar tradicional de nuestras manifestaciones antimperialistas, porque estaba al terminar la Avenida de Juárez, en la esquina con Rosales, donde comienza el Paseo de la Reforma, frente al caballito, un edificio grande y viejo —que ya lo demolieron—; allí íbamos a parar siempre para mentarle la madre al imperialismo yanqui. Esa vez, bastante antes de llegar, a media Alameda por la Avenida Juárez, nos salió la policía con carabinas y los bomberos con las hachas en la mano y barras de acero, y las mangueras con gran potencia, como para combatir un incendio en un edificio muy alto, nos barrían, nos pegaban en el pecho y nos llevaban metros y metros patinando sobre la calle. No pudimos llegar hasta el lugar del Consulado norteamericano. Hubo heridos y golpeados. Luz Ardisana —unida por una entrañable amistad a Mella— usaba un abrigo que parecía masculino y el pelo corto, y un bombero creyó que era un muchacho y le dio con el mango del hacha. Estaba al lado, me di cuenta, y lo agarré: —«Oiga, usted, cobarde, que le pega a las mujeres»… y le contesté al bombero aquel con un buen puñetazo en el casco que se me quedaron grabadas las escamas del metal que tenía, varios días. Después se preparó el entierro. Fue una verdadera manifestación popular en la ciudad. A pie se hicieron todos los kilómetros que separaban al centro de la ciudad, el lugar donde habíamos tendido el cadáver, del Panteón de Dolores. Y el público al paso se sumaba a la demostración, se veía el dolor de la gente. Allá se decidió la cremación para mandar las cenizas a Cuba. —¿Y se incineró en aquellos días o posteriormente? —Después. Por cierto que el acto de la cremación fue una cosa tremenda, lentísima; había un horno que trabajaba con leña, y tardó como siete u ocho horas… —Creo que Max Rojas o su padre guardan todavía unos dientes de Mella. —Sí; el horno tenía deficiencias. Desde luego, las piezas de mayor resistencia, los dientes y eso, no las quemaba nada. —En Cuba, en 1933, hubo un intenso tiroteo en el Parque [de] La Fraternidad cuando llegaron las cenizas de Mella. ¿Recuerda eso? —Mella supo un día, casualmente, quién era mi padre, y me dijo: —¡«Ah, con que tú eres hijo del viejo Wangüemert»! —Pues sí. —Ah, yo quiero mucho a ese viejo. Fíjate cuando la huelga de hambre, cuando empecé yo a cobrar conciencia después de varios días de debilidad extrema, fui viendo una sombra larga al lado de mi cabecera, y era el viejo Wangüemert. Él me dijo: «Yo tengo en México un hijo que anda también en estas luchas; algún día tal vez lo conocerás»… El viejo seguramente veía cierta relación entre Mella y mis actividades revolucionarias en México. Mella lo quería mucho. —¿Cuál es el nombre completo de Wangüemert? —Luis Felipe Gómez Wangüemert. Era un republicano español, anticlerical, que había ido evolucionando; se había creado en los últimos años una conciencia socialista. —Y sucedió lo que él previó aquella vez: se conocieron usted y Mella. —Sí. Decía Mella: «En todos los mítines que hacíamos en los locales de los tabaqueros, ahí estaba siempre el viejo Wangüemert.» Y después cuando la llegada de las cenizas, fue al Parque de la Fraternidad. Hubo un tiroteo, ya era viejo y cayó al suelo; lo ayudaron a levantarse, porque por poco lo atropellan. Él estuvo en la demostración. 1967 David Alfaro Siqueiros Querido por todos* Mella era un hombre de gran profundidad de pensamiento. Era un extraordinario orador y un orador de masas magnífico. Convivió conmigo en el movimiento obrero en Cinco Minas, La Masata, en Favor del Monte, en muchísimos de los centros mineros de México… Juntos viajamos a la zona del Golfo, a Tampico, a Chihuahua. Fue un hombre prominente, querido por todos. Realmente, Julio Antonio Mella no solamente fue un líder de primera magnitud en Cuba, con toda su lucha heroica maravillosa, sino en México también. 1967 * Tomado de Erasmo Dumpierre. J. A. Mella. Biografía, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, p. 78. Testimonio dado en México en 1967. (Título atribuido, AC.) Leonardo Fernández Sánchez Julio Antonio Mella* 1923 En el parque Maceo hay una concentración de estudiantes. En la tribuna una figura atlética, gallarda, saco verde y pantalón de franela, zapatos de dos tonos, fuerte el mentón voluntarioso, alta y poderosa la cabeza, luminosos los ojos, sobre los que llamea la melena rebelde, relataba, el gesto amplio, cálida y apasionada la voz, marcada por un ligero ceceo y el relampaguear de las imágenes, una entrevista con el Presidente Zayas. Era, para nosotros, párvulos del primer año de bachillerato, el gran Julio Antonio Mella, líder de la Colina, que bullía por entonces en nuevos alumbramientos. Me impresionó la gran energía vital que dimanaba de su figura. Me acerqué. Fue el comienzo de una noble y fecunda asociación de fraternal amistad y comunión ideológica y política que había de durar hasta el 10 de enero de 1929. Yo dirigía la revista Instituto; Mella inspiraba la revista Alma Mater. Le visité frecuentemente en la sastrería de su padre, el viejo Don Nicanor. Me hablaba de la juventud, de la Reforma Universitaria, de los pueblos de nuestra América, de la absorción económica norteña, de Ingenieros, de Vasconcelos, de Rodó y José Martí, de los tiempos nuevos. El siglo XX era para él el gran siglo de la Revolución. Nosotros los cubanos teníamos que andar más aprisa, porque habíamos recibido la independencia recortada con un siglo de retraso… De los políticos no se podía esperar nada: «Los dos viejos partidos, Conservadores y Liberales, ignoraban el problema del siglo: el problema social.» Había que orientar y organizar a la juventud. Éramos pocos; pero seríamos muchos. Cuba debía ser libre: nunca lo había sido, ni económica ni políticamente. La única esperanza estaba en las fuerzas nuevas: «los tiempos señalaban un destino glorioso para la nueva generación republicana». No podíamos traicionar la misión de la juventud. Había que llevar el mensaje a todo el pueblo. «Él tenía la seguridad de realizar sus ideales antes de que el brillo mortal de los años cubriese de nieve su cabeza». * Tomado de Bohemia, [La Habana], 16 de junio de 1970, pp. 98-102. En 1949, Ángel Augier entrevistó a Leonardo. A partir de este testimonio, el autor siguió perfilando sus ideas. La nueva versión quedó entre sus papeles. Loló de la Torriente, bajo el seudónimo de María Luz de Nora, lo publicó en su sección «Esta es la Historia». Teníamos que estudiar para saber más. El sensualismo era un gran enemigo. Debíamos huir de los vicios que enervan el cuerpo y la mente. Nuestra meta era la perfección individual y social. Trabajaríamos por ella. El Milagro Griego le apasionaba: estudioso devoto de la antigua Grecia, sus pensadores y mitología, hallaba en ella un ideal de belleza. Debíamos ser fuertes y ser sabios. Sus palabras fluían naturalmente. Era un entusiasmo pleno de optimismo, de sana alegría… Rehuía el tono apostólico y la frase estudiada. Sin embargo, tras esta sencillez fraternal, se revelaba una voluntad inflexible, una fuerza vital que se creía capaz de remodelar su país y el mundo. Esta fuerza hallaba por entonces su expresión exterior más brillante en la tribuna, en la asamblea tumultuosa, en la manifestación de calle, donde se ejercían al máximo sus excepcionales condiciones de líder natural, su impresionante poder de atracción multitudinaria. Octubre 1923 Nos han visitado Arce y Haya de la Torre. Primer Congreso Nacional de Estudiantes. La Reforma ha logrado sus propósitos inmediatos. Mella surge de ella como líder universitario por excelencia. El congreso amplía en sus resoluciones el contenido renovador de la reforma. Julio formula su célebre Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante. Se acuerda la creación de las Universidades Populares, de una prensa de izquierda, de la Confederación de Estudiantes de Cuba. Se pide el reconocimiento de Rusia. Aparece Juventud, órgano de los estudiantes renovadores de Cuba. Mella dirige los primeros números. A comienzos de 1924 asumo la dirección. Es jefe de Redacción Aureliano Sánchez Arango, sub-Director Fernando Sirgo. Se funda la Universidad Popular «José Martí», que funciona en las aulas de la Facultad de Derecho, inicialmente. Nos visita Belén de Zárraga, propagandista anticlerical. A fines de año llega a La Habana un barco italiano de exposición comercial. Mella denuncia en un vibrante manifiesto el Crimen de Mattecti. Demostración ante la embajada italiana. 1924 La Reforma es torpedeada en la Universidad. La Universidad Popular se traslada a los centros y locales obreros. Más tarde funciona en el Instituto de La Habana, de cuya Asociación de Estudiantes soy Presidente. Mella funda la Liga Antimperialista y la Federación Anticlerical de Cuba. Intima con líderes obreros, Penichet, Carlos Baliño, amigo de Martí, Alfredo López, etcétera. Colabora en casi todas las publicaciones sindicales cubanas. Se funda la Confederación de Estudiantes de Cuba de la que es Presidente y yo Secretario. Viajes al interior, Oriente, Matanzas, divulgación social y organización de los trabajadores azucareros. En agosto publica su folleto Cuba: un pueblo que jamás ha sido libre. Machado es electo Presidente. Dos conocidos artículos de visión profética: «El pueblo se ha dado un nuevo amo en su democracia de carnaval», y «Machado: Mussolini tropical», se publican en Juventud. Febrero 1925 Visita a los centrales de la región de Banes. Dormimos en un hotel. En la mañana he sacado el peine de mi pistola. Un amigo a quien la he presentado poco antes, le ha colocado una bala en el cañón y devuelto sin advertírmelo. Toco el gatillo, una bala me atraviesa la mano izquierda, y pasa junto a la cabeza de Julio que duerme cerca. Se despierta sobresaltado. De la mano herida mana abundante sangre: «Un poco más y aquí termina la revolución», dice serenamente. Marzo 1925 Ratificación del Tratado Hay-Quesada. Manifestación oficial de agradecimiento a los Estados Unidos. Un suplemento extraordinario de Juventud sale a la calle con manifiestos de la Confederación de Estudiantes que estima un insulto a Cuba el acto. Firmamos Mella, yo, Aureliano Sánchez, Emilio Álvarez Recio, alguien más que no recuerdo. Isla de Pinos es cubana. Nada tenemos que agradecer porque no se hayan apropiado de lo que es nuestro. Acordamos interferir el desfile. De la Universidad, donde nos concentramos, al Malecón. Pasan Zayas y Machado en auto. Silbamos. Menudean los choques a lo largo de la ruta. La manifestación se rompe por varias partes ante nuestro ataque. Mella es arrestado. Forcejea con varios policías mientras lanza anatemas. Es llevado a una estación en San Lázaro. Lo libertamos. De nuevo cae preso cerca de Prado. Le conducen más de diez policías mientras arenga. Detrás de las máquinas azules marcha una demostración vociferante. En otro grupo rompemos el desfile frente a Palacio. Caemos presos. Juicio en Cuatro Caminos. Juez Leopoldo Sánchez; Fiscal, un sobrino de Zayas. Defensores, Rubén Martínez Villena, Germán Wolter del Río, Eusebio Adolfo Hernández, Emilio Roig, Orosmán Viamontes. El Fiscal pide 180 días. Las declaraciones son desafiantes. Condena: Doscientos pesos de multa. Mella riposta: «¡Con mi dinero no alimento parásitos!» Tumulto. Se sube en un sillón de limpiabotas de Cuatro Caminos y apostrofa: «Para ti, juececillo venal, y para vosotros, esbirros, sólo tengo la frase de Cambronne en Waterloo: M sois todos vosotros.» Un grito unánime: ¡a la estatua de Martí! Mitin frente a Martí. Hablo: ¡a Palacio! Choque con las reservas policíacas una cuadra antes. Rompemos las filas azules. Julio sube sobre el pedestal de la estatua de Zayas y se dirige a los balcones. Más policías, secretas, la guardia de Palacio: disparos y fusta. Cinco policías y secretas pugnan por arrancar a Mella del pedestal. De su cabeza mana abundante sangre. Las piedras juveniles llueven. Muchos heridos, Emilio Álvarez Recio, Israel Soto Barroso, Maidique, Matías Barceló, Héctor Pagés, Cecilio Mella, otros. Mella va preso resistiendo el enjambre de policías que lo conduce a la fuerza al Hospital. Gran Mitin Universitario en el Aula Magna. Septiembre 1925 Incidente personal con Méndez Peñate. Es expulsado por un año de la Universidad. Su carta al Consejo Universitario es un notable documento humano. Es curioso que al cabo de tres años de tempestades universitarias para reformar los Estatutos se apliquen en su parte más reaccionaria, más injusta y más alejada del espíritu nuevo de la Universidad, en su parte penal casualmente a uno de los que más lucharon por reformarla. Mi expulsión es una venganza. A los vengadores no se les pide justicia; se les vence, o se les emplaza para el día en que puedan ser vencidos. No es simplemente una venganza: ustedes, mejor que yo, saben quienes son los más interesados en separarme de la Universidad y causarme el supuesto daño de no ser doctor de la eficiente Facultad de Derecho. Es una venganza de hechos anteriores y algunos sin conexión con el Alma Mater. Ciego será el que no lo vea. Una vez expuestas mis ideas sobre este Auto de Fe en pleno siglo XX, nada más tengo que decir. Vuelvo a repetir que ustedes no podrán hacer justicia, no porque sean injustos, sino porque tienen un concepto distinto al mío de la justicia. Me retiro de la Universidad satisfecho de haber servido en todos los instantes mis ideales, y de no haber claudicado, ni haber recibido un solo beneficio de ella, como otros tantos que se vistieron con el uniforme del reformismo para medrar. Si algún día la Universidad merece tener historia se verá que este «hereje», expulsado ignominiosamente, ha hecho más por esta Casa de Estudios que todos sus jueces y acusadores cuando pasaron por las aulas y tenían su edad. ¿Vanidad? ¿Orgullo? Crean mis jueces que no. Tengo la firme convicción de hacer más en los años que me restan de vida, por mi país y la humanidad, que lo hecho en la Universidad, y lo que han hecho hasta hoy mis jueces. Los saludo con afectuosa despedida, con la satisfacción del que se siente más libre, más ágil y más fuerte para cargar con una nueva injusticia, cosa que no es denigrante, como sí lo sería no cargar con la injusticia para caminar de rodillas por el peso de la felicidad y el bienestar adquiridos mansamente al estilo de hoy. Salud y muchos éxitos, ex-maestros. Noviembre 1925 Machado decreta la vuelta de los profesores expulsados del 23 y la disolución de la FEU. Mella es buscado por los estudiantes y penetra en la Universidad. El Anfiteatro de Medicina es un mar de estudiantes. Mella preside: se debe salvar lo que queda de la reforma. El rector Fernández Abreu intenta hablar. En las afueras gran despliegue de fuerzas policíacas. El general Mendieta dice: «A ese Mella lo voy a coger a balazos», e intenta penetrar, Julio riposta, parodiando una célebre frase: «Id y decid a vuestro amo que aquí estoy por la voluntad soberana de los estudiantes, y que sólo por la fuerza de las bayonetas lograréis sacarme.» El Rector empeña su palabra de honor garantizando la vida de Mella, y custodiado por los estudiantes evade el cerco policíaco. Dos días después, el 27 de noviembre, es arrestado en el Centro Obrero de Zulueta 37, donde funciona esa noche la Universidad Popular José Martí. Pretexto: un petardo que ha estallado en la taquilla del Teatro Payret, donde existe un conflicto obrero. Es administrador el doctor Méndez Peñate. En la mañana ha habido una conferencia en Palacio entre Mascaró, Fernández Abreu y Machado. Oliva Zaldívar, yo y otros, nos dirigimos al Aula Magna, donde se celebra la tradicional velada. No logramos que los responsables del acto permitan anunciar el arresto de Mella. Más tarde los directivos de las Asociaciones rectifican con una débil defensa de Julio Antonio. Recibo una nota de Julio: ha declarado la Huelga de Hambre. Comité «Pro-Libertad de Mella». Actúo de Presidente. A medida que pasan los días se acentúa el hervor popular. Demostraciones estudiantiles y obreras en toda la Isla. El Presidente Calle, el Senado Mexicano, el Senado Argentino, El Cabildo Municipal de Buenos Aires, piden su libertad. Ramón Vasconcelos y Germán Wolter escriben brillantes artículos en su defensa. En México, Nueva York y Buenos Aires hay demostraciones ante los Consulados de Cuba. Millares de telegramas. El Comité Pro-Libertad de Mella está en acción permanente. Orosmán Viamontes es el abogado; Gustavo Aldereguía el médico. Forman parte del Comité, además, Rubén Martínez Villena. Luis F. Bustamante y Jacobo Hurwitz, estudiantes peruanos exiliados por Leguía; Gustavo Machado, Carlos Aponte, Salvador de la Plaza, Eduardo Machado, exiliados venezolanos; Jorge Vivó, Aureliano Sánchez. Otros muchos estudiantes y obreros actúan junto al Comité. Hacia el día 17 de la huelga reunión angustiosa del Comité. Mella ha sufrido un grave síncope. Aldereguía, alterado, informa que si no se pone fin a la huelga dentro de 24 horas Mella morirá, porque no habrá posibilidad de recuperación ulterior. Julio le ha dicho: «Estoy perdiendo la facultad de discernir. Queda a mis amigos tomar en lo adelante las decisiones.» El dilema es: alimentar a Mella a la fuerza, o aceptar la responsabilidad de su muerte si no llega la libertad en 24 o 48 horas. El Comité se divide. Menudean los incidentes personales y las acusaciones exaltadas. Triunfa la opinión de que Machado no resistirá 24 horas más la presión nacional e internacional. Sostuve este punto de vista. Mella es libertado. El Asno con Garras, cuyo estribillo era: «A mí no me sopetea nadie. Si come lo suelto; si no se muere», se doblegó a la opinión continental. Diciembre 1925 Sale de Cuba: Honduras, Guatemala. Es detenido por falta de papeles. Calles le ofrece asilo en México. En Cuba queda la gran semilla sembrada por él: la nueva generación republicana tiene la misión histórica de concluir la obra de los mambises: hacer a Cuba realmente libre e independiente. Junio 1926 Conflicto en el Instituto. Acuso a Mascaró. Ordena me formen Consejo de Disciplina. Los alumnos toman el edificio. El Claustro se declara incompetente para juzgarme. Machado ordena la toma militar del Instituto y nombra supervisor al coronel Espinosa. Germán Wolter que ha presenciado los hechos, me salva de su furia homicida. Me resta una asignatura. Rehúso examinarme bajo los militares. Casi al mismo tiempo desaparece Alfredo López, el gran líder sindicalista. Levantamos la protesta en San Antonio de los Baños, en un acto de la U.P. Acuso a Machado y a Zayas Bazán. Recibo aviso a través de Manuel Secades Japón, consultor de Gobernación, de que peligra mi vida a la primera actividad pública. Llega el panfleto de Mella «El grito de los mártires»: Varona, Cuxart, Grant, Alfredo López. La persecución arrecia. La U.P. y la Liga acuerdan enviarme como delegado a un Congreso Mundial contra el Imperialismo y la Opresión Colonial que ha sido convocado en Bruselas para febrero de 1927. Noviembre 1926 Salgo de Cuba. A fines de enero llega Julio Antonio a París. Vamos a Bruselas. Allí están Nehru, el discípulo de Gandhi, actual premier de la India, los delegados del Kuomintang, que marchan entonces victoriosamente hacia el norte, José Vasconcelos, Ramón P. Denegri, Ministro de México en Berlín, Haya de la Torre, otros muchos hombres y mujeres de la América y el mundo. Mella es electo al Presidium por la América Latina y redacta la tesis sobre América. Visita a la URSS. En abril retorna a México. En noviembre, 1927, Décimo Aniversario de la Revolución Rusa, visito a la URSS en compañía de Sergio Carbó. Abril en París. Llegan los estudiantes del 27. Se habla de Cuba. Interrumpo los estudios. Voy a México. En México Mella es Secretario Continental de la Liga Antimperialista de las Américas, libra batallas Pro Sandino con el Comité Manos Fuera de Nicaragua, editorializa en los periódicos obreros mexicanos. Cuando no es en una Liga agraria, está con los mineros de Jalisco. Funda la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba. Están allí exiliados Alejandro Barreiro, viejo líder cigarrero, Sandalio Junco, Manuel Cotoño, Antonio Puerta, Teodosio Montalván, José Antonio Inclán, Aureliano Sánchez, otros. Se redacta el programa de la ANERC. Es el primer documento político en que se precisan concretamente los objetivos de la revolución, con un fuerte contenido económico de liberación nacional. Es un programa moderado y democrático. Cuba Libre, nuestro órgano, entra clandestinamente en Cuba. Mella ha madurado políticamente en México. Su pensamiento es siempre claro, con una como avizoración genial del futuro, pero hay en él una comprensión más realista del momento cubano y de las frases de la liberación. En la tribuna su palabra ha perdido algo del brillo tempestuoso, pero ha ganado en precisión, reciedumbre y objetividad. Es siempre el gran compañero fraternal, el guía el amor y la ayuda para todo el que llega de Cuba. En México se le ama. Todos cuantos le conocen sienten el influjo de su atrayente y extraordinaria personalidad. Una suerte de simpatía contagiosa, de atracción, que se revela ya en la tribuna o en el trato personal. Trabaja entonces seriamente en un libro al que faltan dos capítulos ¿Hacia dónde va Cuba? La patria lejana le obsede. En agosto se pierde de Ciudad México. Nos enteramos que ha estado en Veracruz buscando las posibilidades de entrar ilegalmente en Cuba. En septiembre tiene una reservada entrevista conmigo: se decide mi viaje a Cuba. Debo ver a los nacionalistas en La Habana y entrevistarme con el coronel Mendieta. Tenemos armas de un alijo primitivamente destinado contra Juan Vicente Gómez. Es preciso tantear las posibilidades de un movimiento armado conjunto. Nos encargaremos de hacer llegar las armas en una expedición. Octubre 10. Llego a La Habana en un buque de carga de Tampico. Veo al general Peraza. Precisamos una entrevista con Mendieta. De México han llegado informes de los agentes de Machado sobre mi desaparición. Se me supone en Cuba. Soy localizado; y un día de noviembre me arrestan tres agentes: Castillo de la Fuerza. Son ya cuatro; y me conducen a la Cabaña. El teniente Rafael Cebasco, me dice: «Deme su nombre para mi conocimiento personal. Aquí no consta que usted ha entrado.» Se sorprende: es íntimo amigo de un hermano mío. «Su situación es gravísima.» Se me recluye en la misma celda donde han estado Yalob y Bouzón, arrojados a los tiburones de la bahía poco antes, y en la cual se ha vuelto loco Germinal. La reconozco por los letreros en las paredes. Las rayas van marcando en trazos angustiados el paso de los días. Bajo las rayas una frase; «123 días preso. Mi mujer y mis hijos se morirán de hambre, y yo de sufrimiento y de frío. Oh, implacable tiranía.» Otros muchos letreros. A media noche vienen en mi busca. El teniente se niega a entregarme: El coronel Aguado no está y no lo hará sin orden suya. Se argumenta. Alega su ignorancia. Hace poco que ha sido trasladado del interior y desempeña el cargo. Amanece: me creo a salvo. Gestiones familiares y de amigos con el Gobierno. Primero se niega; después se admite. Estoy absolutamente incomunicado. Días después se me extrae de la prisión: a la Judicial y el barco. Alguien en las oficinas de la Judicial se me acerca: «Hay un plan para asesinar a Mella. Sale gente de aquí. La información la tenemos del propio Palacio.» Deportado a los Estados Unidos. El 27 de noviembre salgo de Cuba. Le escribo extensamente a Julio: seguridad de que ha salido gente de Cuba para suprimirlo. Debe tomar precauciones. Insisto en toda mi carta sobre ello. La fuente de la noticia es de crédito. La carta, única pieza de convicción en los inicios, es ocupada en las habitaciones de Julio Antonio, e incorporada al proceso. El 11 de diciembre llega a México José Magriñat, encargado de la dirección técnica del asesinato. Recibo una carta de Mella contestándome. En la carta una frase: «Hemos recibido recados de uno que acaba de llegar de Cuba con noticias.» En otra carta posterior que recibo hacia el 1º de enero: «el amigo que nos trajo los informes de Cuba, sabes quien es, el amigo de Menocal famoso, nos parece sospechoso». El 10 de enero muere Julio en las circunstancias conocidas. El 23 de enero en el Madison Square Garden, ante más de veinte mil personas, dije, en nombre de Cuba, las palabras que la emoción indignada y el inconsolable dolor cubano me dictaban. He conocido a todos los líderes del movimiento revolucionario cubano y a muchos en América. No he conocido a ninguno que reuniese el conjunto de excepcionales cualidades de Julio Antonio Mella. Se ha de juzgar a esta figura de nuestro país no por lo que hizo, con ser mucho, sino por lo que pudo haber hecho y no le permitieron hacer. Murió a los 25 años. Se ha de situar a Mella en un momento cubano en que no han cuajado aún las condiciones políticas y ambientales para un radio de acción personal de más grande magnitud histórica. Personalidad magnética, prestancia física, inteligencia clarísima, de anticipaciones geniales, singular talento político para apresar la realidad circundante, pero con un sentido del buceo profundo y panorámico de las causas últimas y finales. Austeridad personal, metódico en el estudio y el trabajo, capacidad organizadora, excepcional dominio de la multitud en el mitin y la calle. Orgánicamente era una rara síntesis de unidad del pensamiento y de la acción: su ideal de perfección individual. Parecía envolverlo una tensa y cálida onda humana: exuberancia alegre de vivir y de hacer. Fue y será por siempre un arquetipo de la juventud: el más completo líder, en cualidades potenciales, que ha producido Cuba republicana. Nadie podrá arrebatarle la gran gloria de haber sido el INICIADOR de un proceso histórico hacia fines cubanos más altos. 1970 Pedro Luis Padrón Recuerdos de un compañero de prisión* […] Su encuentro con Mella Preguntamos a José Luis Fernández en qué circunstancia conoció a Julio Antonio Mella y su impresión sobre el recio líder antimperialista: —Conocí a Julio Antonio Mella —nos respondió— un día que coincidí con Alfredo López en la imprenta de la Sociedad de Torcedores, en Figuras 35. Mella llegó para entregar un trabajo y fui presentado a él por Alfredo López. Puedo decir que desde el primer momento me impresionó su personalidad. Su complexión física, pese a su juventud, le hacía aparecer un hombre de más edad. Después de aquel encuentro lo veía frecuentemente en el local del Centro Obrero. En muchas ocasiones hablábamos con Mella dirigentes de organizaciones obreras, sobre temas relacionados con las luchas revolucionarias de los trabajadores. De una brillante inteligencia y vasta cultura, Mella cautivaba la atención de todos los que escuchaban su disertación y aprendíamos de economía, sociología y política internacional. Sobre algo [a] que quiero referirme muy especialmente es [a] la profunda admiración que sentía Mella por José Martí. Siempre su conversación estaba matizada con los pensamientos y el ejemplo de Martí. Y puede afirmarse que ellos ejercieron una gran influencia en el compañero Mella. Esto explica su temprana formación revolucionaria antimperialista. * Entrevista a José Luis Fernández, cuando este tenía 81 años. Tomado de Granma [La Habana], 20 de agosto de 1970. La causa 1439 Pedimos a José Luis Fernández que nos hable sobre la radicación de la causa 1439 en noviembre de 1925 y sobre aquel hecho que determinó la huelga de hambre de Julio Antonio Mella, nos hizo este relato: —En el mes de septiembre de 1925, a Julio Antonio Mella y a un grupo de dirigentes de organizaciones obreras se nos detuvo por la policía machadista, acusados de conspiración para la sedición, por cuyo motivo el Juez de Instrucción de la Sección Segunda instruyó la causa 1361. En días posteriores se nos dejó en libertad provisional mediante el depósito de fianza de mil pesos. Pero en noviembre, Machado ordenó al Fiscal del Tribunal Supremo que se radicara una nueva causa, la 1439, por infracción de la Ley de Explosivos y que todos los procesados fuéramos excluidos de fianza. Era evidente en aquellos días que la incansable actividad revolucionaria de Julio Antonio Mella preocupaba a la Embajada de los Estados Unidos y al régimen de Machado. Mella se había situado como el líder indiscutible del estudiantado con la realización del Primer Congreso Nacional de Estudiantes en 1923. Gozaba de gran prestigio y autoridad entre los trabajadores por su identificación con la lucha del proletariado por mejorar sus condiciones de trabajo y vida. Para el imperialismo y Machado, Julio Antonio Mella era un elemento peligroso por el hecho de haber constituido la Universidad Popular José Martí con el propósito de llevar la instrucción y la cultura a los trabajadores. […] Para los yanquis y su gobierno nacional lacayo estos antecedentes eran suficientes para confinar en la prisión a Julio Antonio Mella y a todos los que desde la dirección de los sindicatos aceptábamos sus correctas orientaciones sociales y políticas. La huelga de hambre Inquirimos de José Luis Fernández respecto de cómo se produjo la decisión de Mella de declararse en huelga de hambre en protesta por la arbitraria detención ordenada por Machado. —Nosotros ingresamos en las galeras de la cárcel de La Habana, situada entonces en Prado no. 1, el 29 noviembre de 1925. Mella había sido detenido el día 27. Al siguiente día se presentó en la Cárcel el Secretario de Justicia, Jesús María Barraqué, para disponer que Mella y el resto de los detenidos fueran alojados en una sola galera, que en este caso fue la número 5. Por rara coincidencia apareció el secretario de Gobernación, Rogerio Zayas Bazán. Este enemigo de la clase obrera cubana adoptó la demagógica pose de sentir preocupación por nuestro confort dentro del penal. A presencia nuestra dio instrucciones al alcaide para que pintaran la mugrienta galera, pusieron petates nuevos a las camas, se situara una mesa para comer y se nos permitiera visita. En torno a aquella rústica mesa nos sentábamos para escuchar las charlas de Mella sobre el desarrollo de la Revolución en la Unión Soviética y de la necesidad de llevar a cabo una Revolución en Cuba que transformara el régimen imperante y estableciera un gobierno de obreros y campesinos. En muchas ocasiones señalaba Mella que la solución del drama de Cuba no estaba en el cambio de nombre, por otro en el poder, sino la toma del poder por la clase obrera. Julio Antonio Mella y Alfredo López sentían mutuamente un afecto de hermanos. Sus pensamientos eran coincidentes en el análisis de esos problemas. Puedo afirmar que si Mella manifestaba gran respeto y admiración por Alfredo López, también él, sentía igual respeto y admiración por la integridad revolucionaria de Mella. […] En los primeros días del mes de diciembre, el 4 ó 5, una comisión de estudiantes visitó a Mella. Recuerdo que en el grupo estaba el doctor Gustavo Aldereguía. Después de aquella conversación, Mella no se acercó a la rústica mesa. El detalle preocupó a Alfredo López. Se acercó a Mella y después de una breve conversación vino junto a nosotros y dijo: —Mella ha decidido no ingerir alimentos hasta que todos seamos liberados. La decisión produjo una gran impresión a todos. Fueron inútiles cuantas apelaciones se le hicieron para que revocara su decisión. Recuerdo que estaba acostado sobre el camastro, postrado por los días de ayuno. Todos estábamos atentos a acudir en su ayuda. Cuando pedía agua me acercaba con el recipiente. Él extendía la mano con trabajo y lo ayudaba a ingerir el líquido a la par que le decía: —Chico, te vas a dejar morir tomando buchitos de agua. —Con esto puedo aguantarme, compañero, el gobierno tendrá que «morder el cordobán» y libertarnos a todos. No hay otra alternativa: ¡Libertad o Muerte! El día que sacaron a Mella de la prisión para trasladarlo a la Quinta de Dependientes ayudé a cargar la camilla hasta la ambulancia. Cuando el vehículo partió nos confortaba la entereza de este ejemplar revolucionario, que desde una cama movilizó la protesta de todo el pueblo y obligó al régimen a abrirnos las rejas de la prisión. Aquella huelga de hambre de Mella fue un ejemplo aleccionador de firmeza y convicción revolucionarias. 1970 Caridad Proenza En Banes* 1 Esta vez los obreros de Banes, lugar donde yo vivía, invitaron a Julio Antonio Mella a un acto o a varios actos que se iban a celebrar. Uno de estos actos se realizó en el parque del pueblo. Julio Antonio Mella llegó en la tarde junto a un compañero que también era bastante recordado en Cuba, Leonardo Fernández Sánchez. Allí todos los estudiantes lo recibimos y estábamos entusiasmados, sabíamos de las cosas que había hecho y de su actitud antimperialista. Toda la gente acudió al mitin. Una de mis tías recordaba mucho una frase que a ella se le grabó, porque él hablaba tan expresivamente, para que el pueblo entendiera las cosas. Él decía: «Cambiamos de modo de ser y tenemos que cambiar la política cubana porque nadie puede volver a ponerse la camiseta que le pusieron el día que nació, porque ya no le sirve. Entonces en política pasa igual, ya no nos sirve y tenemos que ir hacia un avance.» El pueblo estaba realmente fascinado con sus palabras. Tengo varias fotografías de ese viaje porque todos los jóvenes que empezábamos en el bachillerato andábamos con él para todos lados: a los jardines, a las fuentes. Cuando estábamos haciendo el recorrido nos paramos para observar las tierras altas de Holguín y él decía: «Yo a donde quiero ir es a aquella montaña.» Se interesaba mucho por todo. Tenía un gran magnetismo, y como no sólo su belleza era en la inteligencia y en su actitud en la lucha social, sino que tenía una belleza física extraordinaria. Luego, seguimos escribiéndonos con él en relación con los obreros de mi pueblo, que estaban organizados, y los estudiantes también estábamos organizados. Él nos siguió escribiendo, inclusive desde México. Desgraciadamente la policía de Machado nos arrebató toda esa correspondencia que nosotros conservábamos como algo histórico, porque él nunca escribió una nota donde no tratara asuntos de trascendencia política y social para Cuba y siempre antimperialista. 1983 * Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 82-83. (El título atribuido, AC.) 1 La visita de Mella a Banes ocurrió en febrero de 1925. Adelina Zendejas Un recuerdo inolvidable* Volví a verlo en un mitin antimperialista celebrado en el Hemiciclo a Juárez. ¡Es uno de los recuerdos más inolvidables! Julio Antonio tenía una figura física como la de un apolo, era un hombre atractivo, además poseía una voz cálida, profunda, convincente, que atraía e impresionaba al auditorio, casi podría decir que fascinaba. Concurrimos al acto como unas mil personas, muchos obreros y estudiantes y encantó, porque explicó con una sencillez, claridad y profundidad extraordinaria el significado del imperialismo, en un lenguaje a veces literario, sin perderse en vaciedades, dando hermosura a la expresión. […] En 1939 volví a ver a Tina Modotti. Estuvimos conversando mucho, porque ella pasó una temporada en mi hogar. Un día me dijo: «Este barrio lo conozco muy bien, ha cambiado, pero tiene los mismos comercios. Me duele volver aquí, sin embargo, me agrada, porque a veces pienso que me voy a encontrar con Mella. He tratado a muchos dirigentes comunistas, en los Estados Unidos y en Europa y jamás encontré en ninguno la profundidad de Julio Antonio.» Me contó las cosas de ternura y cariño de Julio. «Era arrogante», me dijo, «en apariencia; quizá su obsesión por Cuba y su voluntad indomable de ser cada día más comunista, pero en la intimidad descubría su sensibilidad y ternura». También habló Tina de las veces, cuando ella tenía reunión en el Partido y él llegaba antes a la casa o se había ido para terminar sus escritos, Tina encontraba la comida hecha, la mesa puesta y casi siempre algo de adorno en ella (una fruta, una florecita), o le dejaba una notita: «Hoy no podemos comer juntos», «Me voy pensando en ti», «Te esperé y no te encontré.» Para ella era una cosa increíble que Mella la hubiera querido. Tina no lo dejó de amar nunca. Su trágica muerte, sucedida en un taxi cuando se dirigía a su hogar, la condujo a la Sexta Delegación de la policía, y al buscar en su bolso los datos o documentos para su identificación, los investigadores encontraron el retrato de Julio Antonio que siempre llevó consigo. 1983 * Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F, Ediciones El Caballito, 1983, pp. 25, 27. (Título atribuido, AC.) Carlos Zapata Varela Un gran dirigente* [Asociación de Estudiantes Proletarios (1928)] […] le entregamos un cariño extraordinario y lo admiramos, porque no solamente era el muchacho valiente, luchador, sino que era el máximo orientador, su palabra siempre se escuchaba con respeto y siempre le reconocíamos autoridad en sus expresiones. Era elocuente, su elocuencia no caía en la elocuencia un poco barroca de aquellos tiempos, era de metáforas eficientes. Él no trataba de usar bellas palabras o metáforas hiladas con consonancias y exposiciones verbales, sino que escogía las palabras justas para expresar sus conceptos claros y precisos. Su calidad como orador en ese sentido era notable, también para nosotros porque nosotros todavía traíamos un rezago en oratoria romántica un poco literaria pero la oratoria de él era profundamente política y al abordar los problemas sabía decir cada una de las cosas por su nombre, describir situaciones sin el adorno de las metáforas. [Sobre Tren Blindado] Recuerdo que la iniciativa de este periódico, que debe haber tenido una vida corta, fue de Mella. En verdad muchos de nosotros no sabíamos por qué Mella había puesto ese nombre para nuestro periódico hasta que leímos por indicación de él una novela rusa de Vsevelod Ivánov que se llama El tren blindado. […] Era un gran dirigente, con gran sentido de la dignidad personal. Después de la huelga, Mella se dedicó a las actividades de los exiliados cubanos para combatir la dictadura machadista y sabíamos que él estaba dedicado a eso, pero él no nos pedía que lo acompañáramos en esa lucha, era la lucha de él y de los cubanos que estaban en México. Tenía un gran sentido de la dignidad de él mismo y de la dignidad de los demás. No trató de arrastrarnos ni obligarnos, como hubiera podido hacerlo fácilmente. En realidad es el símbolo de una decisión de lucha y con gusto lo secundamos y sacamos el periódico. Era un periódico que prácticamente no se vendía, sino que se regalaba por las calles, a los transeúntes. Les enseñábamos un ejemplar y les pedíamos dinero para sacar el siguiente número y así no podíamos ni atenernos al producto de la venta del periódico ni tampoco a los anuncios porque no había esas condiciones. 1983 * Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos. México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 31-32. (Título atribuido, A.C.) Alejandro Gómez Arias Introvertido y silencioso* Yo diría que Mella era un hombre impregnado de la lucha contra la dictadura de Machado y las actividades del Partido Comunista, principalmente en lo que corresponde al imperialismo. […] Era un hombre que cuando no estaba en el mitin o en la tribuna se mostraba introvertido. Puso siempre dentro de la Escuela una especie de muro de silencio entre nosotros y su propia personalidad; no era hasta dónde yo lo recuerde, el tipo de cubano alegre. Me daba la impresión de ser un hombre poseído de ciertas ideas que lo hacían retrospectivo y silencioso. Era físicamente muy atractivo. Hay una foto hecha por Tina Modotti donde lo recoge así, lo recuerda como era él, un tipo varonil y arrogante. […] Lo recuerdo siempre sentado en las últimas filas; sin embargo, siempre que el maestro lo interrogaba, cosa que a mí me parecía extraña, resultaba que él sabía la clase. Era en cierto sentido un buen estudiante, aunque yo siempre lo sentí poseído de un espíritu crítico. Como buen marxista él tenía una idea distinta de muchas de las materias que se impartían. Esto le daba a Julio Antonio Mella, yo no diría que una cierta arrogancia, sino una seguridad que lo separaba un poco. No era un joven que participara en las cosas estudiantiles universitarias. No por arrogancia, sino porque él estaba entregado a otras cosas que para él eran mucho más importantes: su regreso a Cuba, que en él era obsesivo, y su entrega total en la lucha contra el imperialismo. La gran masa estudiantil de mi tiempo tenía otras preocupaciones, y un grupo que puedo llamar minoritario formaba parte del Partido Comunista, o de las actividades antimperialistas de la época. Un grupo reducido, por supuesto, muy bien organizado y muy combativo, con la claridad de la estrategia del pensamiento que da una condición política muy depurada. En cambio, los estudiantes mexicanos buscaban ese camino a través de los causes torcidos y deformados de la Revolución Mexicana; esto lleva a la gran masa de estudiantes hacia la lucha vasconcelista, en tanto el núcleo antimperialista, comunista, se mantiene firme en la posición que lo lleva en 1929 a lanzar un candidato comunista a la presidencia. […] Yo conocí a Julio Antonio Mella a través de dos conductos. Primero, el personaje como estudiante, era un cauce para conocerlo. Otro, por una persona amiga íntima de Tina. Me refiero a Frida Khalo. Frida me hablaba mucho de Tina. Fue por Tina que Frida cambió hasta el estilo de vestirse. Usaba una falda y una blusa negra, tenía un broche con una hoz y un martillo, regalo de Tina, tal como está pintada en un cuadro de la Secretaría de Educación, así se vestía. […] Hubo grandes manifestaciones de protestas por el crimen, porque Mella era admirado. Él representaba, para los jóvenes de entonces, un poco de héroe sacrificado. Nuestra mentalidad estaba hecha con la lectura de novelas soviéticas y la lucha de los jóvenes soviéticos en la participación de un nuevo mundo de ideas, y Mella representaba eso. 1983 * Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, p. 59-60, 61. (El título es atribuido, AC.) Rafael Carrillo Azpeitía Un hombre encantador, muy carismático* Como militante, se unió de inmediato a nosotros en el trabajo que era más idóneo a su idiosincrasia; él era un periodista nato […]. En la URSS había hablado con los dirigentes sindicales de los ferroviarios, porque a nosotros nos gustaría mucho contar con la colaboración de los ferroviarios mexicanos, les pregunté sobre el periódico, la redacción del periódico y me cautivó la organización de corresponsales que tenía a lo largo de la Unión Soviética, que proveían de una manera sistemática al periódico, extraordinaria página que se llamaba «Gudok», que quiere decir sirena de locomotora. Cuando regresé le dije a Mella: «Mira, he tenido estas impresiones con los compañeros soviéticos y me parece que todos nuestros periódicos deben seguir a esas extraordinarias gentes.» Porque lo que hacía el periódico sindical, lo hacía el periódico del Ejército Rojo y lo hacían todas las publicaciones. Era una liga humana, viva, vital y proveían un material extraordinariamente rico. Entonces entre él y yo hicimos lo que pudiera ser el decálogo del corresponsal, es como se llama. Ahí mostró un carnet que hicimos especial. Xavier Guerrero era otro de los compañeros que hacía el editorial. Mella se encargó de manejar todo, porque a él le entusiasmó de tal manera que acogió la cosa con todo interés. Y teníamos a Rosendo Gómez Lorenzo, el hombre que nos enseñó a escribir, nos obligaba a escribir en español. Siempre había esa crítica que hay en toda redacción. Esto le dio un contenido al periódico y una riqueza muy grande y permitió a El Machete, que así se llamaba el periódico nuestro, vivir incluso en las condiciones de clandestinidad, porque muchos corresponsales que eran del Partido siguieron recibiendo el periódico de forma ilegal y siguieron informando de todo lo que pasaba en el interior del país. * Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 56-57. (Título atribuido, AC.) […] El local del periódico estaba en una vecindad en la calle de Lerdo de Tejada, allá por Nonoalco. Allí nos protegían los de la Unión de Carpinteros y Similares de la Sociedad de los Ferrocarrileros, que eran herencia de los sindicatos y hermandades ferroviarias. Venían los niños de la vecindad, niños pobres, hijos de los obreros que vivían por allí y se metían a tocarlo todo. Recuerdo que un día, una niña llegó y se puso a tocar la máquina de escribir y a querer escribir en ella y Julio Antonio Mella se acercó y de forma cariñosa le dijo: «¿Por qué mejor no te tocas las nalguitas?» […] Tina fue una mujer extraordinaria, tanto por su trabajo en México, como por su militancia en la Guerra Civil Española. Hay que preguntarles a los españoles sobre el recuerdo que guardan de Tina. En Madrid se portó con una abnegación, con un sentido de responsabilidad extraordinaria. En una serie de números de El Machete, encontramos fotografías muy buenas de Tina, y fue Mella quien influyó definitivamente en la orientación política y artística, porque ella era una gran fotógrafa, pero con la preocupación del que fue educado por un gran fotógrafo norteamericano, que se llamaba Edward Weston. Pero son las cosas del oficio, muy de oficio, desligado del contenido social y humano del asunto. Entonces Tina fue guiada por Julio Antonio Mella a ver a la gente cómo sufría, cómo vivía, cómo luchaba y hay una gran cantidad de fotos que recogen esto. […] Julio Antonio Mella tenía una gran personalidad; un hombre encantador, con una entereza, muy carismático, un gran orador, buen periodista, con gran sentido de pueblo, que se ganaba a todos los mexicanos que conocía. Era un hombre muy guapo, era atleta, estaba en el equipo de remo de la Universidad de la Habana. Él fue de la dirección del Partido Comunista de México. Pertenecía al Buró Político. Fue siempre bien mirado y el hecho de ser cubano era motivo de ser tratado con mucho cariño por nosotros. Mella me decía que deseaba tener tres cosas para su trabajo: una máquina para escribir, un pluma fuente y una motocicleta. La pluma se la regalé yo; la máquina de escribir se la consiguió él; la motocicleta no llegó a tenerla. 1983 José Zacarías Tallet Reminiscencias de Mella* Recuerdo a Julio en su despacho de la Sociedad de Torcedores, ya líder comunista de arrebatadora verba. Nunca olvidaré mi estrecha amistad con aquel conductor de hombres cuyo calibre en pocos he conocido. Aunque sabía de la actuación de Mella en la Universidad no lo conocía personalmente. Yo era delegado, junto con Martínez Villena, de la Falange de Acción Cubana (asociación fundada por los participantes en la Protesta de los Trece) en el Movimiento de Veteranos y Patriotas, cuyo objetivo era imponer por las armas «un gobierno honrado en nuestra patria». Un día se personó Mella en el local de Veteranos y Patriotas y ofreció dramáticamente al movimiento regenerador «los seiscientos brazos de los trescientos estudiantes» que él presidía. Así conocí a Mella y a poco era su amigo. Nos veíamos diariamente. Recuerdo que un día lo acompañaba yo hasta su casa, sita en los altos de la sastrería que tenía su padre en la calle de Obispo. Poco antes de llegar a su domicilio, nos hirió la vista un infeliz pordiosero que a duras penas arrastraba su humanidad contrahecha pidiendo limosna. Julio se conmovió visiblemente indignado. «Para evitar —exclamó— que puedan producirse estos espectáculos y otros parecidos hay que luchar hasta la muerte.» Como es de sobra sabido Mella fundó la Universidad Popular José Martí, a la que tuve el honor de pertenecer. […] Mella figuró entre los que fundamos la revista Venezuela Libre, formó parte de su dirección colegiada y escribió para la misma. Por entonces dediqué a Julio un poema que calificó de «feroz». Creo que no llegó a publicarse en aquella época. Se titula «Exhortación al 1 iconoclasta», aparecido en mi libro Poesía y prosa. Cuando la huelga de hambre de Mella, este (tan amante de la Universidad Popular que la llamaba «La hija querida de sus sueños») desde su lecho de moribundo nos pidió a Rubén Martínez Villena y a mí que la inscribiéramos en el Gobierno Provincial para protegerla. Fuimos a dicho departamento público, donde la anotamos. Rubén como secretario y yo como presidente. Realmente lo fuimos sólo en el papel, porque a los pocos días el Gobierno clausuró la Universidad Popular. 1985 * Fragmento tomado de Alma Mater [La Habana], enero, 1985, p. 7. 1 Véase en la sección de poemas. Baltasar Dromundo Dignidad y decencia en las relaciones entre los dos* I Lo que nos unía no se puede describir con una palabra. En gran parte fue la pobreza la que, como se sabe, hace que uno aprecie particularmente el valor de una amistad. Para los estudiantes había en aquel tiempo una casa donde uno podía dormir gratuitamente, y Julio Antonio la frecuentaba mucho. Después de las clases en la Facultad de Derecho solíamos encontrarnos en un pequeño café cuyo dueño era un chino y donde podíamos comer barato y discutir hasta entrada la noche. Nuestras discusiones eran violentas y no tenían fin, porque yo no era comunista. Si hubiera llegado a serlo, hubiera sido por Julio Antonio… A partir de algún momento, él empezó a aparecer en compañía de Tina, y cuando me di cuenta que los unía algo más que su ideología común, esto me pareció la cosa más natural del mundo. Lo que me sorprendió agradablemente fue que mi amigo no se distanciara de mí a causa de su nuevo amor, tal como suelen hacerlo muchos enamorados. Al contrario: los dos me incluían sin muchas palabras en su relación, y en lugar de un amigo, de pronto tenía dos… II La puerta de su pequeño apartamento estaba siempre abierta para sus amigos. Muchas veces alojaban a cubanos recién escapados del infierno machadista y que aún no tenían casa en México. No sé cómo se las arreglaban, pero siempre encontraban la posibilidad de ofrecerles algo a los invitados. Lo que nunca faltaba era lo que Tina amaba particularmente: un vaso de vino tinto. Ninguno de los dos tenía grandes ingresos. Además, todo lo que tenían, se lo daban al Partido.[…] Si quieres que yo describa la relación entre los dos, yo diría que había, por encima de todo, dignidad y decencia. Nunca hubo entre ellos algo vulgar, una frase, una palabra, un gesto… Tina era tranquila y suave. Julio, por su parte, era muy nervioso. Su nerviosismo, su entusiasmo contagioso, todo esto te cautivaba inmediatamente. Cuando hablaba de algo, lo hacía con una gran pasión. Incluso en las pláticas entre pocas personas, se notaba que era un orador nato. No acostumbraba los monólogos. Le gustaba el diálogo y era él quien siempre predominaba. Era un marxista-leninista incondicional. Todo lo demás carecía para él de importancia. El fuego que había dentro de este hombre, debió haber ejercido una gran atracción sobre Tina. Lo mismo me pasó a mí, que no soy comunista. Ellos dos estaban ligados por una ideología común, y, además, no olvides la irradiación física de Mella. Medía por lo menos [un] metro ochenta y seis, quizás algo más. No era grueso, sino sencillamente fuerte. Su físico y su conducta impresionaban a Tina. Además, había algo que no debemos olvidar: ella era italiana y los italianos son muy pasionales. En este sentido Tina no era ninguna excepción. Sin embargo, en público eran increíblemente discretos. Cuando una persona está enamorada, esto se le nota enseguida, ¿verdad? El caso de Tina y Julio fue distinto: cuando estaban en compañía de otros, hablaban, sin cesar, de sus ideas, de su trabajo, cosa que hasta podía ser aburrida para los demás. Nunca he oído que uno dijera al otro: qué bella estás hoy… Hoy estás más guapo que ayer… u otras estupideces al estilo. * Tomado de Christiane Barckhausen-Canale. Verdad y leyenda de Tina Modotti. La Habana, Casa de las Américas, 1989, pp. 140141, 146-147. Textos poéticos y narrativos. Canciones Dirigentes de la FEUH junto al Alma Mater. Al centro Julio A. Mella y Felio Marinello. Al extremo izquierdo Rafael Jorge Sánchez Aballí y Modestín Morales. A la extrema derecha Manuel Carlos Gutiérrez, Jaime Suárez Murias, Félix Ramón Guardiola, Antonio Tella y Jorge, Rafael Casado Romay y Ramón Calvo. Universidad de la Habana, febrero de 1923. Sindo Garay Oración por todos* 1 [A Julio Antonio Mella ] Cuando contemplo mi patrio suelo y sus penumbras, al despertar, me abruma entonces el pensamiento, y creo firme en un más allá… ¡Cuántos misterios encierra Cuba! ¡Cómo conspira la cruel maldad! Hundiendo todo lo que es más útil, la patria entera, su libertad. 1925 * Tomado de Carmela León. Sindo Garay: memorias de un trovador. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1990, p. 126. 1 Sindo Garay contó que había conocido a Mella en el café Vista Alegre (sito en San Lázaro y Belascoaín): «[L]e canté dos o tres cosas que le gustaron mucho, entre ellas una que, para entonces, tenía como dos años de haberla compuesto, pero como no la había cantado tanto era natural que casi no se conociera: Aún quedan indios Luchando siempre hacerte libre de hijos espurios de frío sol, que no ha pasado por el candente, de allá de Oriente, limpio crisol. No más siniestros de luto eterno, no más fatiga en nuestra grey, un Agramonte en Camagüey que es todo sangre de siboney… […] Comprendí que él quería oírme sin la presencia de nadie, porque cuando vio el camarero, él mismo le dijo: «No queremos aretes.» Esta frase de él la recuerdo muy bien. Me di cuenta de que Mella se sentía emocionado con mis canciones, y allí mismo, en el café Vista Alegre, le hice una canción y se la dediqué: Oración por todos […] Así le canté a Julio Antonio Mella, a quien poco después Machado mandó a asesinar en México. Me acuerdo de que Mella le decía a Machado «El Mussolini tropical» (pp. 125-126). Las madrecitas2 Cuando el sol de la conciencia de los hombres ilumine con su libre resplandor, viviremos con el alma esclarecida y el mundo entero nos dará valor. Las ancianas madrecitas no sufrieran los desastres que desatan los errores, ni los hijos de la patria se sintieran, ni el destino negro fuera tan feroz. ¿1929? 2 Luz Milián Pérez encontró la canción grabada por su autor en la Fonoteca de Radio Rebelde. Véase «Memoria fotográfica de un líder» en este libro. José Z. Tallet Exhortación al iconoclasta* ¡Iconoclasta! Ya llegó la hora de aullar con aullido siniestro, que espante los ánimos hasta las reconditeces más ocultas: «¡Basta! ¡No más padre, ni dios, ni maestro!» Ya llegó la hora de crispar la mano y empuñar el hacha con nervioso a un tiempo [que exhultante gesto, y olvidar que eres hermano del género humano [si quieres, en cada viviente, mañana, despierto, [tener un hermano. Ya sonó la hora. No demores. Presto requiere la aguda piqueta, el recio martillo, [la maza robusta que astille los huesos contundentemente; la bárbara honda, el dardo ligero, la daga sutil, el ariete arcaico, la rústica azada, el hierro candente; y usa del puño rotundo, la uña y el diente; y para el cobarde, la bota; y la fusta, para el hipócrita vil. No olvides la tea purificadora ni la terremótica bomba, sigilosamente brutal, por cuya labor destructora, la naturaleza, en ti, iconoclasta soberbio, contempla a su intrépido [igual. ¡Ya sonó la hora del ataque! Cesa en tu pusilánime compasión: vestigios atávicos de edades que ha tiempo [en la tumba del pasado moran. Prepara las armas, no para el combate, porque las heroicas defensas las falsas deidades [ignoran, sino para la cruel destrucción. ¡Que tu refrenado rencor su sevicia salvaje desate y que fulminantes destellos de un odio feroz tu mirada irradie; y reflejos de flámicos rayos inunden las fraguas que funden las armas alacres que han sed de justicia; y que su caricia fantásticamente rojiza ilumine los rostros iracundos a la par que gayos de aquellos que, asiéndolas, con roncos rugidos de rabia, serán atraídos de tu iconoclastia libertaria en pos! ¡Socava, derrumba, rasga, despedaza, aniquila, rompe, desmorona, arrasa, siembra en torno tuyo la desolación! ¡Pulveriza, aplasta, fulmina, tritura, mata, quema, corta, desgarra, tortura, tu implacable lema sea «destrucción»! ¡Destrucción! ¡Que este grito se escuche muy lejos, [muy lejos… En montes, en ríos, en mares, en selvas, en llanos: proclamando que, al cabo, el ocaso llegó de lo viejo, que cayeron los falsos mentores, los ídolos vanos! Y si en medio de tal hecatombe oyeres el hondo [lamento de algún inocente que va a perecer, y te implora piedad, y un momento sientes que flaquea tu ánimo o tu brazo, ¡suprímete y deja al que sigue que empuñe la tea, que en tu rígido puño flamea! ¿Los ídolos ser supieron piadosos acaso con doliente o viejo, con niño o mujer? ¡Destruye, destruye a la vez que aúllas tu aullido [siniestro. por placer, aunque sepas que nada nuevo crearás! Mas tus hijos dirán ampliamente: «¡El futuro es nuestro!» ¡Destruye y no mires arriba ni abajo ni atrás! Iconoclasta, así que se encuentre a tus plantas de innobles fetiches [la casta, habrá quien levante del suelo su inmunda cabeza para lisonjearte como antaño hiciera con aquellos. [De esa mezquina alimaña escupe la faz, (¡ay de ti si logra en tu cuerpo vaciar su insensible [veneno!) y lanza al espacio la injusta amenaza de Breno: «¡Vae victis! ¡Vae victis!» ¡Que caigan por siempre [jamás! Al fin el instante vendrá en que no quede cosa destruible ya por destruir. Entonces elige la pila más alta de escombros y trepando a su cima humeante colma los asombros del orbe, con reto insultante retando —¡sublime y absurdo rebelde!— a las [impasibles, remotas estrellas, que ellas sabrán por tu reto de loco que abriste la puerta [de lo porvenir. Y finando tu bella y simbólica pretensión insana al universo, de júbilo extático, hará ensordecer, un grito de triunfo que corta los aires enfático. ¡El grito que anuncia que el primer destello del alga [triunfal del mañana, huyó para siempre el ruin y podrido y decrépito [y sórdido ayer! 1925 * Tomado de José Z. Tallet. Poesía y prosa. Prólogo de Guillermo Rodríguez Rivera. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1979, pp. 81-84. Escrito en 1925, Tallet lo dedicó a Julio Antonio Mella. En el testimonio «Resonancia de Mella», Tallet explica cuándo lo escribió y cómo se lo dedicó. Varios Corridos* I 1 Cuando cayó Julio Mella la mano en el corazón dijo, la muerte es muy bella, es por la Revolución. Era un valiente estudiante que luchó desde temprano por mirar libre y triunfante a todo el pueblo cubano. La noche del diez de enero calle de Abraham González malditos los criminales que matan por el dinero. Era Mella un luchador de los que forjan un mundo un mundo claro y fecundo por la verdad y el amor. Buscaba en México ambiente para escapar a la fiera hermana de Juan Vicente y de Estrada Cabrera. Y en Cuba viejo Machado que es de los yanquis sirviente le daba diente con diente, de puro miedo al malvado, le daba miedo de Mella que era un hombre en el destierro y mandó a apagar esa estrella. * Tomado de Adys Cupul. Julio Antonio Mella en los mexicanos. México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 113-114. 1 Autor anónimo. II 2 Un esbirro alevoso tu vida noble, altiva y viril cegó en flor. Julio Antonio Mella, su sangre vertida nos exalta con nuevo vigor. Como encina en la recia montaña tal se yergue un principio de acción no podrá descuajarlo la hazaña de un tirano cobarde y felón, vil esclavo del dólar. No es cierto que una bala asesine una idea Julio Mella, no ha muerto nuestros manos aún alzan su tea y esa antorcha ardiente lanzará dondequiera su luz. 1929 2 Compuesto por Alfredo Sierra (letra), Rosendo Gómez Lorenzo y Luis G. Monzón (música). Emiliano Moreno Julio Antonio Mella* Apóstol, lo formó Naturaleza; Peregrino lo hizo su ideal; En vida consiguió por su firmeza: Que en la historia su nombre sea inmortal. Fue su alma, simiente de nobleza, Do brotaba de amor un manantial; Y, él, que supo apreciar tanta grandeza, Fue mártir del amor universal. En la ruta a seguir por los humanos En pos del porvenir igualitario, Desgarraron la vida en su calvario… Como a Cristo… los judas… ¡Asesinos! ¡Que su nombre sea antorcha en los caminos a seguir por nosotros: Proletarios! 1930 *Tomado de «En el primer aniversario de la muerte de Julio Antonio Mella», Boletín del Torcedor [La Habana], febrero, 1930, p. 8. Pablo de la Torriente Brau A Julio Antonio Mella* Gigante de hoy, sembraste el mañana tu impetuoso ardor conmovió al mundo, robaste el rayo de lo más profundo para rasgar la hipocresía humana. Tu titánica labor acaso hermana de aquella otra que Martí creara, fundó los cimientos donde se apoyara un nuevo avance de crear profundo. Troncharon tu vida, mas no importa ¿Podrán acaso aniquilar tu idea? El árbol retoña cuanto más se corta. No hay freno posible a la juventud que crea. Tu obra a su tiempo será cierta, las puertas del futuro están ya abiertas. ¿1933? * Se publicó en Diana Abad. «Un soneto de Pablo a Julio Antonio Mella.» Santiago, [Santiago de Cuba], n. 23, septiembre 1976, pp. 53-64. El soneto p. 62. Se incluyó en El calor de tantas manos. Pablo de la Torriente Brau alrededor de la poesía. Selección, presentación y notas de Elizabeht Rodríguez e Idania Trujillo. Prólogo de Nelson Herrera Ysla. La Habana, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2001, p. 26. Manuel Navarro Luna Presencia de la sangre sin sueño* ¡Esta siembra de llamas en la tierra oprimida…! ¡Esta sangre sin sueño…! ¡Esta mirada erguida cual rama de relámpagos…!, ¡Ah redentora huella de su brazo encendido…! ¡Ah Julio Antonio Mella! En cada pecho puro, las puras cicatrices se levantan en coro de sangre y de raíces, y el grito cuyo nervio terrible despedaza los vientres de la noche, a la tierra se abraza. Julio Antonio dirige el coro de las venas sobre los surcos fríos sembrados de cadenas. Un júbilo de sierpes se arrastra ante su vista hasta que lo derriba la garra imperialista. Pero no lo ha vencido la garra traicionera porque, después de muerto, él sirve de trinchera. ¡Sobre filos de sombras y entre puntas de acechos va la sangre insurrecta de los jóvenes pechos en denuedo de bronces! ¡Y los músculos bravos, que despiertan auroras y caminos esclavos!; que destruyen tinieblas con su brazo profundo alzan, en primaveras de libertad, el mundo! ¡Oh garra que aprisionas a la débil estrella…! ¡Es la sangre, sin sueño, de Julio Antonio Mella! 1933 * Tomado de Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, p. 15. Graciella Garbalosa Pedro Pablo* Pedro Pablo habló, era el más gallardo y talentoso de todos, hijo de la tierra de Martí y de Maceo, llevaba un suéter oscuro y un traje bien cortado. […] —¿Recuerdas, Carmencho, aquella Nochebuena de hace dos años, allá en La Habana, cuando te apareciste en la clínica, a las once de la noche, con aquel traje de seda roja y el mantón verde negro, sacándome de la casa y de la convalecencia para cenar en la «Cueva Colorada»? —¡Cómo olvidar aquellos días de tu gravedad, y esa noche de feliz escapada hacia el refugio de los venezolanos! ¡La Cueva Colorada!, los dos cuartos grandísimos tapizados de percal rojo, luciendo cráneos, fémures y tibias, entre espadas, sables y escopetas. Y en las mesas redomas de cristal y braseros para los experimentos de la química, y el arroz con frijoles a la cubana. ¡Oh, aquella casona destartalada y colonial, por la ciudad vieja colindante con los muelles! ¡Qué días tan inolvidables! ¡Pedro Pablo! * Tomada de Los estudiantes revolucionarios [Fragmento]. México, D.F., 1941, pp. 26-27, 76-78, 80, 324-326. (Título atribuido, AC.) En el «Prólogo», Graciella Garbalosa explicó que la novela se escribió entre 1931 y 1933 en distintas ciudades de Cuba; que circuló manuscrita durante ocho años; que algunos amigos le sugirieron «cuidar más el estilo», a lo que respondía que su estilo «es así, agreño y hermoso como un bosque espontáneo». Se alude como personajes a los hermanos Masvidal: «venezolanos, con patillas románticas y ojazos tropicales, trajeados a la francesa» (p. 25). Se trata de Gustavo y Eduardo Machado, combatientes contra la satrapía de Juan Vicente Gómez, que vivieron exiliados en La Habana y después en México D.F. Se menciona a una «joven extranjera» que tiene un romance con el personaje Pedro Pablo. Se trata de una alusión a Tina Modotti. […] Antes de dar comienzo al baile, los concurrentes pidieron que Pedro Pablo abriese la fiesta con la ritual disertación ideológica. Encaramado en el escenario convertido en mostrador, parecía un bello gigante moderno que con los brazos en alto podía hacer saltar aquel techo bajo y carcomido, que pretendía reducirle la talla. Habló el joven líder. Carmencho le escuchaba sentada en el último peldaño de la escalerilla, y el corazón se le asomaba a los ojos. ¡Cuánta sinceridad y talento, cuánta fuerza y belleza en los conceptos y propósitos, para la formación de un mundo más equitativo y saludable! Pedro Pablo derrochaba sobre aquel auditorio magnetizado, la fructificante lluvia antillana de su verbo sencillo, que al igual que los aguaceros en el mes de mayo, hacia reventar la simiente oculta bajo la greda, retoñando verdecida con los capullos perfumadores, más tarde transformados en las pompas alimenticias y robustecedoras. —Eres un fonógrafo magnífico, Pedro Pablo, hablas sin esfuerzo y se te escucha perfectamente, además con agrado… —Gracias por ese elogio tan irónico, Carmencho, te aseguro que tú fuiste el disco. —Dime, compañero, ahora hablo en serio, ¿por qué no tienen ustedes alguna persona que tome taquigráficamente esas disertaciones y conferencias improvisadas? Se pierden en el aire, y es valiosa y difícil la labor educadora que estás realizando. Se diluye en el momento de ahora, sin extensión hacia el mañana, tu arte de saber exponer con facilidad, al alcance de todos, los panoramas deseados, conquistables y antisépticos. —Te equivocas, amiga, mis palabras germinan en la mayor parte de las cabezas que me escuchan, y eso es más que suficiente. —Son pocas, compañero, de la medicina de tu talento precisa toda la América de habla española, eres dueño, tienes el privilegio de saber demostrar sintéticamente todos los acontecimientos invisibles en el terreno de la política internacional; expones con agrado el avance de las reivindicaciones proletarias, indicando cómo debe usarse el contraveneno salvador; das el resumen fácil y dirigible de las tácticas utilizadas por el capitalismo retrógrado, en las principales naciones europeas que obstruccionan y demoran la transformación inevitable; tú haces pensar al cretino y fumigas al acomodaticio. —Tú siempre delirando, Carmencho, ponderativa y vehemente, ¡eres única! Y algo muy dulce y bello pasó por las pupilas de Pedro Pablo, que las alejó del rostro de la joven, mientras el rubor corría por su frente. […] En el Partido había esa noche una atmósfera anímica diferente a la de otras ocasiones. Formábanse pequeños grupos, afines en la manera de divertirse, y comenzó la desbandada antes de la medianoche, porque cada cual deseaba esperar el año en íntimo festín. […] Pedro Pablo habíase ausentado la primer noche, con una joven extranjera que tenía un confortable pisito, y la cual, desde hacía tiempo, venía acechando la oportunidad de tener a solas al buen mozo conferencista. […] Los periódicos de la mañana traían a grandes titulares la noticia de la muerte de Pedro Pablo, asesinado en Niza. Le había herido la traición por la espalda, víctima de las bajas intrigas de los falsos compañeros, espías ambiciosos y criminales, que más tarde irían cayendo también por las emboscadas del delito, sin que sus nombres ocupasen un puesto en la estimación de los dignos y en las páginas de la historia. Pedro Pablo había muerto muy joven, mas ya su nombre era bandera de honradez y valentía ideológica, en holocausto de la grandeza y el progreso del Continente latinoamericano, desde la Patagonia hasta San Antonio de Texas. […] Esa noche hubo manifestaciones proletarias en Veracruz, protestando del crimen. Y durante varios días, la prensa habló de las protestas colectivas por las calles de Chicago, Nueva York, Buenos Aires y París. […] Habíase conmovido el mundo revolucionario americano, con la desaparición del estudiante valeroso, talento prematuro y figura simpática. Pedro Pablo estaba considerado a los veintisiete años, como líder continental. La noticia paralizó el pensamiento de Carmencho, sentíase, como atontada, sonambulesca. Enloquecida de dolor, […] Pedro Pablo, Pedro Pablo, ¿será posible que ya no miren tus ojos, ni hable tu boca, ni tenga movimiento tu cuerpo fuerte y hermoso? Tus ojos que sabían ver tan hondo, tu boca que sabía decir cosas trascendentales y beneficiosas a la humanidad, tu cuerpo que era todo energías creadoras, tu corazón tan lleno de ternura, tu cerebro cargado de ideas luminosas, semejantes a favor en las noches oceánicas. Y todo eso junto que eras tú, Pedro Pablo, ¿ya está escondido bajo tierra, para festín de los gusanos? ¿Y todo tú, Pedro Pablo, serás dentro de poco, un montón de cenizas aventadas en el aire, así, en plena juventud, al empezar tu fructificación en este mundo tan cargado de seres estúpidos, de maldades y egoísmos? Tú, de inteligencia luminosa, de espíritu bondadoso y magnánimo, tú has sido asesinado por la espalda, para que no pienses, para que no realices el bien. Y serás calumniado después de tu muerte, para encubrir la trascendencia ideológica del crimen. ¡Y eso lo han hecho miles de voluntades en la sombra, contra una sola voluntad como la tuya, desinteresada, evangélica, llena de luz imperecedera, que señalará siempre como un índice a los culpables ahijados de Satanás y adoradores de Creso! 1941 Nicolás Guillén Mella* Lanzó del arco tenso disparada la roja flecha contra el viejo muro: punta de sueño, lengua de futuro que allí vibrando se quedó clavada. Sobre la rota piedra penetrada hincó de su bandera el mástil duro; aún era noche, el cielo estaba oscuro, pero ya el viento olía a madrugada. Partió después con su profundo paso y una canción que al porvenir advierte, Mella hacia el mediodía sin ocaso. Su derribada sangre es vino fuerte alzad, alcemos en el rudo vaso la sangre victoriosa de su muerte. 1945 * Tomado de Hoy [La Habana], 10 de enero de 1945. Se incluyó en Tengo (1964). En Obra poética. Tomo II (1958-1985). La Habana, Editorial de Letras Cubanas, 2002, p. 111. Jesús Orta Ruiz Mella* I ¡Como te ocultaron Mella, y aquí estás! Brillas y subes, porque se rompen las nubes y no se apaga la estrella. Aquí estás… En tu centella se quemó el imperialismo, y el cobarde anexionismo, que es la sombra rezagada ve por tu lumbre alumbrada despuntar el socialismo. * Tomado de Sección «Al son de la historia». Hoy [La Habana], 8 de enero de 1961, p. 8. II Tú eres lo muerto que vive cada día más despierto, y lo que vive y es muerto es el yanqui en el Caribe. No importa nada si exhibe el tremendo portavión el submarino, el cañón pues ya tu idea es cohete y hay algo más que el machete esperando la invasión. III Pensó el dolor criminal alquilando mano esclava que matándote mataba la Revolución Social. Y aquí estás, de pie, vital como planta en crecimiento, y por cada nacimiento del sol, a tu nombre adjunto, se enciende en un nuevo punto del mapa, tu pensamiento. 1961 Ángel Augier Mella* Mella de llamarada y oleaje en ráfagas alzando el nuevo día, Mella de sementera y rebeldía con sus rosas de púrpura salvaje. Mella de nube y polvo y piedra y viaje, creador del ensueño y su agonía. Mella; flecha, presencia, ímpetu, guía razón de la mañana en el paisaje. Artífice del tiempo amanecido, toda la sangre de tu pecho herido acudió al resplandor de las banderas. Y en esa llama que incesante avanza tu corazón se enciende en primaveras para inundar la tierra de esperanza. ¿1963? * Tomado de Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, p. 49. José Lezama Lima Apolo en la Universidad* I. Apolo y Upsalón Al inaugurarse la mañana, Upsalón ya había encendido su tráfago temprano. Arreglos en las tarjetas, modificaciones de horarios, listas con los nombres equivocados, cambios de aula a última hora para la clase de profesores bienquistos, todas esas minucias que atormentan a la burocracia los días de trabajo excepcional, habían comenzado a rodar. Desde las ocho a la diez de la mañana, los estudiantes candorosos de provincia copiaban en sus libretas las horas de clase. Saludaban a las muchachas que habían sido sus compañeras en todos los días del bachillerato. Si alguno conocía a otros estudiantes de años superiores, se mezclaba con ellos muy orondo, risueño en su disfraz de suficiencia gradual. Los de último año pertenecían a una hierofanía especial: únicamente sus parientes, primos de provincia, podían mezclarse con ellos. Intercambiaban risotadas que eran el asombro de los otros compañeros bisoños. —Mi primo esta noche vendrá conmigo al baile de los novatos —dijo al regresar al grupo, frotándose las manos. —Yo iría con este mismo traje, mi tía de Camagüey me lo regaló —dijo una de las muchachas, se miró de arriba abajo con mirada graciosa, después hizo una reverencia como si recogiese flores en la falda. * Tomado de José Lezama Lima. Paradiso. [Fragmento del capítulo IX.] La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1991, pp. 254-261. (Título atribuido, AC.) La escalera de piedra es el rostro de Upsalón, es también su cola y su tronco. Teniendo entrada por el hospital, que evita la fatiga de la ascensión, todos los estudiantes prefieren esa prueba de reencuentros, saludos y recuerdos. Tiene algo de mercado árabe, de plaza tolosana, de feria de Bagdad; es la entrada a un horno, a una transmutación, en donde ya no permanece en su fiel indecisión voluptuosa adolescentaria. Se conoce a su amigo, se hace el amor, adquiere su perfil el hastío, la vaciedad. Se transcurría o se conspiraba, se rechazaba el horror vacui o se acariciaba el tedium vitae, pero es innegable que estamos en presencia de un ser que se esquina, mira opuestas direcciones y al final se echa a andar con firmeza, pero sin predisposición, tal vez sin sentido. No tiene clases por la tarde, pero sin vencer su indecisión se viste para ir a la biblioteca de Upsalón, donde esperará a que el que se sienta a su lado comience a conversar con él. El diálogo no se ha entablado, pero la tarde ha sido vencida. No son aquellos días de finales de bachillerato en que se sentaba en el extremo de un banco, en el relleno del Malecón, colgaba un brazo del soporte de hierro y sentía como que la noche húmeda lo penetraba y lo tundía. Oye a los que están hablando en un banco del patio de Upsalón, al grupo que todos los días va a la biblioteca, al que se precipita sobre el profesor para hacerle preguntas banales, sin saber que cada vez que se pone en marcha para esa forzada salutación, se gana una enemistad o un comentario que lo abochornaría si lo oyese. En la segunda parte de la mañana, desde las diez en adelante, la fluencia ha ido tomando nuevas derivaciones, ya los estudiantes no suben la escalera de piedra hablando, ni se dirigen a la tablilla de avisos en los distintos decanatos, para tomar con precisión en sus cuadernos los horarios de clase. Algunos ya han regresado a sus casas con visible temor; habían oliscado que en cualquier momento la francachela de protestas podía estallar. Otros, que ya sabían perfectamente todo lo que podía pasar, se fueron situando en la plaza frente a la escalinata. De pronto, ya con los sables desenfundados, llegó la caballería, movilizándose como si fuera a tomar posiciones. Miraban de reojo [a] los grupos estudiantiles, que ocupaban el lado de la plaza frente a la escalera de piedra. Cuchicheaban los estudiantes, formando islotes como si recibieran una consigna. Llegó al grupo una figura apolínea, de perfil voluptuoso, sin ocultar las líneas de una voluntad que muy pronto transmitía su electricidad. Por donde quiera que pasaba se le consultaba, daba instrucciones. La caballería se ocultaba en el lado opuesto al ocupado por los estudiantes. Usaban unas capas carmelitas, color de rata vieja, brillantes por la humedad en sus iridiscencias, como la caparazón de las cucarachas. Hacían vibrar sus espadas en el aire, saltando un alacrán por la sangre que pasaba al acero. Su sombrero de caballería lo sujetaban con una correa, para que la violencia de la arremetida no los dejase en el grotesco militar de la testa al descubierto. La violencia o el caracoleo de los potros justificaba la correa que le restaba toda benevolencia a la papada. El que hacía de Apolo, comandaba estudiantes y no guerreros, por eso la aparición de ese dios, y no de un guerrero, tenía que ser un dios en la luz, no vindicativo, no obscuro, no ctónico. Estaba atento a las vibraciones de la luz, o los cambios malévolos de la brisa, su acecho del momento en que la caballería aseguró la hebilla de la correa que sujetaba el sombrero terminado en punta. Pareció, dentro de su acecho, buscar como un signo. Tan pronto como vio que la estrella de la espuela se hundía en los ijares de los caballos, dio la señal. Inmediatamente los estudiantes comenzaron a gritar muerte para los tiranos, muerte también para los más ratoneros vasallos babilónicos. Unos, de los islotes arremolinados, sacaron la bandera con la estrella y sus azules de profundidad. De otro islote, al que las radiaciones parecían dar vueltas como un trompo endomingado, extrajeron una corneta, que centró el aguijón de una luz que se refractaba en sus contingencias, a donde también acudía la vibración que como astillas de peces soltaban los machetes al subir por el aire para decidir que la vara vuelva a ser serpiente. El que hacía de Apolo parecía contar de antemano con las empalizadas invisibles que se iban a movilizar para detener la caballería en los infiernos. Las espuelas picaron para quemar al galope, pero las improvisadas empaladizas burlescas se abrieron, para darles manotazos a los belfos que comenzaron a sangrar al ser cortados por los bocados de plata. Las guaguas comenzaron a llenar la plaza, chillaban sus tripulantes como si ardiesen, lanzaban protestas del timbre, buches del escape petrolero, enormes carteras del tamaño de una tortuga, que cortaban como navajas tibias. Rompieron por las calles que fluían a las plazas, carretas frutales que ofrecían su temeridad de colores a los cascos equinales, que se estremecían al sentir el asombro de la pulpa aplanada por la presión de la marcha maldita. La pella que cuidaba la doradilla de los buñuelos, se volcó sobre los ojos de los encapuchados. Una puerta de los balcones de la plaza, al abrirse en el susto de la gritería, escurrió el agua del canario que cayó en los rostros de los malditos como orine del desprecio, transmutación infinita de la cólera de un ave de jaula dorada. La mañana, al saltar del amarillo al verde del berro, cantaba para ensordecer a los jinetes que le daban tajos a la carreta de frutas y la jaula del canario. El que hacía de jefe de la caballería ocupó el centro de la plaza, destacó al jinete de un caballo gris refractado bajo el agua, para que persiguiese al estudiante que volaba como impulsado por el ritmo de la flauta. A medida que la caballería se extendía por la plaza, parecían ganar alas sus talones de divinidad victoriosa al interpretar las reducciones de la luz. Un jinete de bestia negra llevó su espada a la mejilla de un estudiante que se aturdió y vino a caer debajo del caballo sombrío. El parecido a Apolo corrió en su ayuda, perseguido por el caballo color gris bajo el agua. Tiró de sus pies, mientras los que parecían de su guardia llovían piedras sobre el caballo negro y el grisoso espía, partiéndole los cartones de su frente con un escudo sin relieve. El Apolo volante no se detuvo ni un instante después de su rescate, pues comenzó a lanzarles apóstrofes a los estudiantes que habían huido tan pronto la caballería picó espuelas. Volvían el rostro y ya entonces cobraban verdadero pavor, veían en la lejanía las ancas de los caballos negros y la mirada del vengador que caía sobre ellos, arrancándole pedazos de la camisa con listones rosados, sangre ya raspada. Así los grupos, entre alaridos y toques de claxons, se fueron deslizando de la plaza a la calle de San Lázaro, donde se impulsarían por esa avenida que lanzaba a los conspiradores desde la escalera de piedra hasta las aguas de la bahía, frente al Palacio Presidencial, palmerales y cuadrados coralinos, con los patines de los garzones que parecían cortar la mañana en lascas y después soplarla como si fuese un papolote. La plaza de Upsalón tenía algo del cuadrado medieval, de la vecinería en el entono de las canciones del calendario: cohetes de verbena y redoblantes de Semana Santa. Fiesta de la Pasión en el San Juan y fiestas del diciembre para la Epifanía, esplendor de un nacimiento en lo que tiene que morir para renacer. El cuadrado de una plaza tiene algo del cuadrado ptolomeico, todo sucede en sus cuatro ángulos y cada ventana una estrellita fija con sus ojeras de riñonada. Las constelaciones se recuestan en el lado superior del cuadrado como en un barandal. Algunas noches, al recostarse la cabeza de Jehová en ese lado, parece que el barandal cruje y al fin se ahonda en fragmentos apocalípticos. Dos cuadras después de haber salido de la plaza, algunos estudiantes se dirigieron al parque pequeño, donde de noche descansaban las sirvientas de su trabajo en alguna casa cercana y los enamorados comenzaban a cansarse en un Eros indiscreto. En la mañana, bañados por una luz intensa, que se apoyaba en el verde raspado de los bancos, donde las fibras de la madera se enarcaban por encima del verde impuesto, los estudiantes volaban gritando en la transparencia de una luz que parecía entrar en las casas con la regalía de su cabellera. Aprovechándose del pedestal saliente de alguna columna, o extrayendo de algún café una silla crujidora, algunos estudiantes querían que sobre el tumulto el verbo de la justicia poética prevaleciese. Como los delfines y la cipriota diosa surgiendo de la onda, con el fondo resguardado por una opulenta concha manchada por hojillas de líquenes, los adolescentes puestos bajo la advocación de la eimarmené, en el arrebato y en el espanto inmediato, hacían esfuerzos de gigantomas por elevarse con la palabra por encima de la gritería. De los caballos negros, opulentos de ancas, brotaba fuego, iluminando aún más la trasparencia con la candelada. Las detonaciones impedían la llegada del verbo con alas, el que hacía de Apolo, de perfil melodioso, había señalado los distintos lugares en la distancia donde los estudiantes deberían alzarse con la palabra. Como si escalasen rocas se esforzaban en ser oídos, pero el brillo de la detonación y en ese fulgurar la cara del caballo con su ojo hinchado por la pedrea, ponía un punto final de pesadilla en el cobre de los arengados. La caballería parecía confundirse por ese entrecruzamiento de plaza, avenida y parque. No podía precisar con eficacia a cuál de los grupos había que perseguir. El encapotado mayor que los comandaba se confundía en la dispersión de los caminos, mientras los estudiantes de la formación de sus islotes repentinos parecían bañarse como en una piscina. En ocasiones un solo jinete perseguía a un estudiante que se aislaba por instantes, recibía refuerzos de piedras y laterías, estaba ya en la otra acera, describía espirales y abochornaba al malvado, que terminaba frenetizado pegando un planazo en una ventana, que soltaba una persiana anclada en la frente del centauro desinflado. El primer turbión que se precipitó hacia el parque, los confundió aún más; por allí siguió la caballería, cuando la alharaca les tironeó el pescuezo, el grueso de los estudiantes saltaba por la avenida, marchando más de prisa, mascullando sus maldiciones con más pozo profundo y libertad. Entre tantos laberintos, la dispersión iba debilitando la caballería. Su conjunto ya no operaba en su nota coral, sino cada soldado volvía persiguiendo a uno solo de los estudiantes, terminando con que el caballo sudoroso se echaba a reír de las saltantes burlas de los estudiantes. Parecía que comenzaban a amigarse con los estudiantes, pues a pesar de los planazos que recibían en las ancas, sonaban sus belfos con la alegría con que tomaban agua por la mañana. La transparencia de la mañana los hacía reidores al sentir las alas regaladas. Al relincho épico de la inicial acometida, había sucedido un relincho quejumbroso, que los hacía reidores como si las espuelas les produjesen cosquillas y afán de lanzar a los encapotados de sus cabalgaduras. El relincho marcial al apagarse en el eco, era devuelto como una risotada amistosa. La risotada terminaría en un rabo encintado. Los grupos estudiantiles que se habían ladeado hacia el parque, por diversas calles se iban incorporando de nuevo al aluvión que bajaba por la avenida de San Lázaro, de aceras muy anchas con mucho tráfico desde las primeras horas de la mañana, con público escalonado que después se iba quedando por Galiano, Belascoaín e Infanta, ya para ir a las tiendas o a las distintas iglesias o hacer de las dos cosas sucesivamente, después de oír la misa, de rogar curaciones, suertes amorosas o buenas notas para sus hijos en los exámenes, se iban deslizando de vidriera en vidriera, gustando los reflejos de una tela, o simplemente, y esto es lo más angustioso, pasando veinte veces por delante de cualquier insignificancia, mero capricho o necesidad a medias, que no se puede hacer suya, y que por lo mismo subraya su brillo, hasta que la estrella se va amortiguando en nuestras apetencias y queda por nuestra subconciencia como estrella invisible, pero que después resurge en el estudiante y en el soldado, en unos para matar y en otros para dejarse matar. Si trazáramos un círculo momentáneo en torno de aquellos transeúntes matinales, los que salen para sus trabajos, o para fabricar un poco de ocio en sus tejeres caseros, penetramos en el secreto de los seres que están en el contorno, estudiantes y soldados, envueltos en torbellinos de piedra y en los reflejos de los planazos sobre aquellos cuerpos que cantan en la gloria. Las inmensas frustraciones heredadas en la coincidencia de la visión de aquel instante, que presenta como simultáneo en lo exterior, lo que es sucesivo en un yo interior casi sumergido debajo de las piedras de una ruina, motiva esa coincidencia en los contornos de un círculo que está segregando esos dos productos: el que sale a buscar la muerte y el que sale a regalar la muerte. Los que no participaban de esos encuentros, eran la causa secreta de esos dualismos de odios entre seres que no se conocen, y donde el dispensador de la vida y el dador de la muerte coinciden en la elaboración de una gota de ópalo donde han pasado trituradas y maceradas, retorcidas como las cactáceas, muchas raíces que en sus prolongaciones se encontraron con algún acantilado que las quemó con el sol. Al llegar al Parque Maceo ya los estudiantes habían recibido nuevos contingentes de alumnos de bachillerato, de las Normales, escuelas de comercio; en conjunto serían unos mil estudiantes, que afluían en el sitio donde la situación se iba a hacer más difícil. La caballería había logrado rehacerse y cerca de allí estaba una estación de policía. Pero entonces acudió el veloz como Apolo, de perfil melodioso, dando voces que recurvaran al mar. El que hacía de jefe de la caballería reunió de nuevo a sus huestes que convergieron por los belfos de las bestias. Se veía como un grotesco rosetón de ancas de caballos. Les temblaba todo el cuerpo, después coceaban al aire con sus dos patas traseras, se sentían perseguidos por demonios mosquitos invisibles. Un tribilín sin domicilio conocido, entraba y salía por las patas de los caballos. Alguno de los jinetes quiso con su espadón apuntalar al perrillo, pero fue burlado y raspó el adoquinado, exacerbando chispas que le rozaron los mejillones. Los gendarmes de la estación salieron rubricando con tiros la persecución, pero ya los estudiantes tenían la salida al mar. Entrando y dispersándose por las calles travesañas a San Lázaro, los estudiantes se hicieron casi invisibles a sus perseguidores. Quedaba el peligro supremo del Castillo de la Punta, pero el que remedaba las apariciones de Apolo, dio la consigna de que sin formar un grupo mayor fueran por Refugio, hasta entrar por uno de los costados de Palacio. Hasta ese momento José Cemí había marchado solo desde que los grupos estacionados frente a Upsalón habían partido con sus aleluyas y sus maldiciones. Se ponía el cuenco de la mano, como un caracol, sobre el borde de los labios y lanzaba sus condenaciones. Aunque había sentido la mágica imantación de la plaza, de los grupos arremolinados en el parque, de la retirada envolvente hacia el mar, estaba como un duermevela entre la realidad y el hechizo de aquella mañana. Pero intuía que se iba adentrando en un túnel, en una situación en extremo peligrosa, donde por primera vez sentiría la ausencia de la mano de su padre. Antes de llegar a Palacio, los estudiantes se fueron situando en los portales del macizo cuadrado de la cigarrería Bock, que ocupaba una rotunda manzana. Al llegar a la esquina de la cigarrería, Cemí pudo ver que en el parque, rodeado de su grupo de ayudantes en la refriega, el que tenía como la luz de Apolo, lanzaba una soga para atrapar el bronce que estaba sobre el pedestal. Una y otra vez lanzaba la soga, hasta que al fin la atrapó por el cuello y empezó a guindarse de la soga para desprender la falsa estatua. Entonces fue cuando de todas partes empezaron a salir rondas de policías, acompañados de soldados con armas largas. Las descargas eran en ráfagas y Cemí permanecía en su esquina como atolondrado por la sorpresa. No sabía adónde dirigirse, pues el ruido incesante de los disparos, impedía precisar cuál sería la zona de más relativa seguridad. Entonces sintió que una mano cogía la suya, lo tironeó hasta la próxima columna, así fueron saltando de resguardo en columna, cada vez que se hacía una calma en las detonaciones. Detrás del que lo tironeaba, iba otro en su seguimiento, que asombraba por su calma en la refriega. Así retrocedieron por Refugio, corriendo como gamos perseguidos por serpientes. Al llegar a Prado, un poco remansados ya, el que tiraba el brazo, se volvió hacía él, riéndose. Era Ricardo Fronesis, que lo había reconocido tan pronto se había generalizado el tiroteo y que había corrido en su ayuda. Cemí no pudo expresar en otra forma su alegría que abrazando a Fronesis, poniéndose rojo como la puerta de un horno. Le presentó al que venía en su seguimiento, Eugenio Foción, mayor que Fronesis y que Cemí, representaba unos veinticinco años, muy flaco, con el pelo dorado y agresivo como un halcón, que era de los tres el que estaba más sereno. La caminata, los peligros de la marcha, la cercanía de los disparos, no habían logrado alterarlo. Le dio la mano a Cemí con cierta indiferencia, pero este observó que era una indiferencia que no rechazaba, porque había comenzado por no mostrar una fácil aceptación. […] 1966 II. Lanzar la flecha bien lejos* AM [Alma Mater]: Quisiera reconstruir su época de estudiante universitario, cómo eran las clases, las reuniones, un poco el ambiente, la temática de las discusiones. Lezama: La Universidad de mi época estaba injustamente fundamentada en la concepción de la autoritas, la mayoría de los profesores eran muy desdeñosos, se consideraban muy superiores al alumnado y no entraban con ellos en la menor concesión. Yo recuerdo, por ejemplo, un profesor que una vez que el bedel no había acudido a abrir la puerta la abrió a patadas. No se me olvidará nunca aquel hecho. La impresión que causaba era de un mercado cartaginés, por la mañana la venta de las copias y los muchachos que acudían a las taquillas a comprarlas; unas copias las habían dictado los profesores a la víspera y otras, eran de años anteriores. Yo recuerdo que estudiaba con una copia de Derecho Administrativo en el año 29 que tendría 12 o 15 años de atraso. Y el profesor, más que un profesor era un ventrílocuo, todos los años repetía la misma cosa que ya se sabía de memoria, y muchas veces los alumnos, que se anticipaban a estudiar las lecciones, iban diciendo con anterioridad lo que el hombre iba a decir. Y entonces, por ejemplo, decía que «la administración pública tenía un carácter general» y se oía una voz al lado que decía «de ser prestadora de servicios». * Fragmento de una entrevista de Rosa Ileana Boudet a José Lezama Lima. Tomado de Alma Mater [La Habana], no. 115, septiembre de 1970, pp. 4-9. Reproducido en Carlos Espinosa. Cercanía de Lezama Lima. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1986, pp. 374-381. En relación con cultura libre, libros y eso, había muy poca curiosidad. Había únicamente una minoría de minorías. Tres, cuatro, cinco estudiantes que tenían afanes de ir a una nueva cultura y a una nueva fundamentación. Claro, la Universidad tenía su formación tradicional, su cosa histórica de haber sido vigilante de la Patria. Y entonces, pues, cumpliendo esta labor que desarrolló siempre, cumplió su rol, su deber, hasta que llegó la época de Machado y entonces surgió la manifestación del 30 de septiembre en que también aquella minoría universitaria, no tuvo ese eco, porque yo recuerdo que cuando nosotros desfilábamos le decíamos a la gente que estaba en los ómnibus y en los balcones que se sumaran y ninguno venía a acompañarnos. Pero sí con la muerte de Rafael Trejo se llegó a la profundidad histórica, es decir, por primera vez en la historia de la cultura cubana se intentaba lo imposible, a través del sacrificio de la muerte ir a una forma de poder. La muerte de Rafael Trejo conmocionó al país de tal forma que lo abrió para todos los milagros y todas las grandes sorpresas. A mi manera de ver, se puede decir que toda la historia posterior de Cuba de carácter revolucionario se fundamentó en ese 30 de septiembre porque hubo un gran sentido del sacrificio y de las sorpresas que se derivan de las frases seculares que no mueren: «El que quiere salvar su espíritu lo perderá» Y cuando se llevan las cosas hasta la apertura última al compás que es la muerte, todas las sorpresas son posibles. […] AM: ¿Recuerda a otros compañeros que coincidieron con usted en la Universidad? Lezama: Bueno, recuerdo a mi amigo de muchos años, Raúl Roa, que ha hecho varias evocaciones de este hecho histórico del 30 de septiembre, en su estilo saltante, alegre, jubiloso, ha evocado en varias ocasiones esa mañana que se recuerda en mi presencia entre los participantes de aquella gran manifestación; al extremo de que cuando triunfó la Revolución, se hizo una especie de comandos culturales, invitaron a hablar a algunas figuras intelectuales y entre ellas a mi sencilla persona. Y yo recuerdo que al comenzar a hablar dije: «Ningún honor yo prefiero al que me gané para siempre en la mañana del 30 de septiembre de 1930.» Y a medida que van pasando los años, repetiré siempre esa frase con más orgullo y con más énfasis porque creo que está en la razón creadora de mi vida. Ese es el honor que más prefiero, que menos se me olvida, que más recuerdo a través del tiempo en el tumulto de mi sangre. Jamás se me aparta del recuerdo. AM: ¿Qué es lo que queda en su recuerdo de la manifestación dirigida por Mella? Lezama: Yo era entonces un muchacho, creo que tendría catorce años, pero ya estaba interesado por este tipo de movimiento, me despertaba la curiosidad. Leía revistas donde hablaban de reformas universitarias, de las preocupaciones de los estudiantes de las Universidades de Argentina y México. Entonces, el que no pudo ver a Antonio Maceo en combate, pues, al ver a Julio Antonio Mella dirigiendo una gran manifestación estudiantil —que yo he intentado presentar esto, en lo posible, en mi libro Paradiso en la manifestación estudiantil. Recordaba las arremetidas de Maceo, cómo se le hinchaba el cuello, los grandes gritos y cómo empujaba a los soldados contra el enemigo, a empujones casi, es decir, Mella comunicaba ese ardor, esa fiebre que lo devoraba dirigiendo los motines, como si fueran movimientos estratégicos. Aquel motín bajaba por la calle San Lázaro, atravesaba el monumento de los Estudiantes y después se encaminó a Palacio. Yo apostado detrás de una de las columnas de la cigarrería Bock —la cigarrería que está frente a Palacio—. Ahí yo, resguardado detrás de poderosas columnas babilónicas, veía el curso de los acontecimientos con una gran timidez infantil. Pero Zayas era un hombre en eso que tenía su estilo, era un malvado, pero tenía su estilo en eso. Y entonces dejó que la manifestación llegara a la estatua. La finalidad que perseguía Mella era echar abajo esa estatua; llegó frente a la estatua y tiró una soga con tan buena puntería que la encajó en el cuello broncíneo de Alfredo Zayas. Los estudiantes lo coreaban y daban grandes gritos, pero cuando ya aquel enorme muñeco de bronce empezó a dar señales de estremecimiento y angustia por la presión de la soga, irrumpió el piquete de la policía dando grandes golpes de palo, pegando reciamente, y entonces, hubo una gran corrida y Mella se quedó casi solo. Y al día siguiente apareció Mella en los periódicos de la capital con la cabeza vendada ya que se quedó allí hasta el último momento, la policía le rompió la cabeza y fue para la casa de socorros. Eso ha dejado en mi recuerdo una gran memoria, lo que era Julio Antonio Mela dirigiendo un motín estudiantil. Era como un gran estratega, como un gran capitán, ordenando un motín estudiantil. Dirigía aquello como si fuera una tropa. Tenía el sentido de la algarada que se convierte en motín, el motín que se convierte en insurrección, la insurrección que se alza a Revolución y que quema y modifica a los pueblos. A través de las conmociones y de los motines estudiantiles, Mella hubiera podido ir casi a la Revolución. AM: ¿No lo conoció personalmente? Lezama: No, personalmente no, porque Mella se va de Cuba en el año 25, y en el año 25, no olvide usted, que yo tengo 15 años. Y entonces yo voy un poco a estas cosas como el muchacho atrevido que me acerco con simpatía a estas cosas, pero soy un niño. Yo sí asistí al discurso último de Julio Antonio Mella en Cuba en la Sociedad de Torcedores, donde hablaron distintos profesores de la Universidad Popular José Martí. Y habló Mella. Creo que dos o tres días después se tuvo que ir de Cuba. Y recuerdo esa frase que dijo él: «Machado no es otra cosa que el primer estúpido de Cuba como el Príncipe de Gales no tiene otro mérito que ser el primer elegante del mundo.» No se me olvidará jamás esa frase. AM: ¿Era un buen orador? Lezama: Sí, era un buen orador, claro, no piense usted en Martí ni piense usted en los grandes profetas que ha tenido la elocuencia cubana, pero era un buen orador, muy exaltado, y silabeaba un poco, era un poco ceceante, las palabras las dividía y subdividía, pero con un gran fuego comunicante. Y cuando decía estas palabras así, pues, inmediatamente el pueblo respondía con grandes alaridos, con un fervor que parecía semejante al que se oía en la emigración revolucionaria cuando se oía a don Manuel Sanguily o a José Martí. En aquella época yo tenía una gran curiosidad, decisión y aplicación por todas estas inquietudes de tipo revolucionario. Este proceso lo he contado en mi novela. Antes de que se me vaya de la cabeza les quiero recordar algo que para mí ha sido un orgullo reciente. Algunos amigos míos mexicanos me han contado, que durante los últimos motines estudiantiles de México, al volcar los ómnibus, las máquinas, los estudiantes en señal de protesta, tenían abierto mi libro Paradiso y lo leían en alta voz frente a las autoridades, precisamente por el capítulo donde yo describía una manifestación estudiantil. Declaro que esto, como intelectual que soy, es muy patético para mí, porque es una manifestación verdaderamente inteligente que me recordaba aquellos momentos donde La Fontaine comparaba la afluencia del agua de una fuente a sí mismo, es decir, ir a un motín estudiantil leyendo un libro donde se habla de una protesta estudiantil, me pareció colmo y pasmo de la inteligencia. Y como una pequeña vanidad de escritor —que la tengo como todo el mundo— le confieso que me sentí halagado. AM: En Paradiso usted liga ambas manifestaciones. Lezama: La que yo vi de niño, casi en el recuerdo que se alejaba y la que después volví a ver el 30 de septiembre, ya una cosa dentro de ella, viendo aquel proceso de conspiración. AM: ¿Y el líder que aparece? Lezama: Es Mella. Pudiéramos decir que la protesta la dirige Mella, pero va desenvolviéndose en el tiempo hasta que llega el 30 de septiembre, que es la que yo llevo de la Universidad hasta la calle Gervasio, porque al llegar a la calle Gervasio donde había una estación de policía, los policías, la gendarmería, sale ya disparando tiros al aire. Ahí fueron detenidos Masiques, Marinello, Saumell, toda esa gente que la policía llega y le echa mano. Y los demás que somos muchachos, que teníamos diecisiete, dieciocho años, pues nos vamos por ahí corriendo, dando gritos. Había un piquete de policías que ya era fuerte. Machado que como ustedes saben era un hombre terrible no estaba con chiquitas, es decir, las manifestaciones estudiantiles las acababa a balazos. Yo recuerdo que desde que llegamos allí, salió la policía disparando salvas, y hubo heridos, y hubo hechos de sangre, pero esto se revelará siempre en la historia espiritual de nuestro país, la enorme fuerza que tuvo el sacrificio, en que forma prendió esto, cómo este estudiante muerto convulsionó todo el país y cómo fue una manera de acontecimiento creador. Todavía los ecos de ese hecho nos nutren, todavía nos acompañan. Todavía parece que nos dan fuerza, que nos fortalecen en el oscuro camino. AM: ¿Cómo veía usted desde su mundo poético la generación del 30? Lezama: La generación del 30 tiene varias manifestaciones, y quizás yo, porque eso depende más bien del sociólogo, no sea el más indicado. Cuando se verifica el año 1930 no se puede olvidar que yo tengo veinte años, soy un muchacho y estoy en estado de formación. Entonces, hay los grupos creadores, los grupos oportunistas y los grupos que no somos grupos porque formamos parte de tipos, de maneras especiales de psicología que entramos en la historia por un camino muy peculiar. Hay los casos como Trejo, de personas que quedan como un gran ejemplo para nuestra historia, mucha gente de aquella época que murieron, fueron asesinados, perseguidos, otros, que tuvieron tiempo e indignidad para llegar al poder y desde el poder demostraron su falta de calidad, porque viendo la gobernación de los auténticos donde hombres que inclusive tenían brillantes antecedentes revolucionarios, el poder los deslumbró de tal forma que fueron nada más que unos corrompidos administradores de la cosa pública y unos pillastres. Yo veo esto como un poeta. Tengo el sentido de que las generaciones poéticas no son una crítica hacia atrás, una crítica hacia las generaciones que fueron, sino una proyección hacia delante, como por ejemplo en la Biblia, cuando se habla de las veinte generaciones que serán necesarias para llegar al Rey David, para llegar al precursor de Cristo, es decir, faire autre chose, faire le contraire, que es la característica de las generaciones, hacer otra cosa, hacer lo contrario. Como creo haber dicho más de una ocasión, todas las generaciones, en lo que tienen de históricas, cantan en la gloria, todas ellas añadieron un fragmento alícuota, añadieron algo a la interpretación porvenirista de nuestro país. Ese pequeño germen creador, esa pequeña médula de saúco, en definitiva es el secreto de la historia, eso creo que lo aportamos las generaciones de poetas, de escritores que empezamos a trabajar después del año 30 en distintas revistas, como por ejemplo, Verbum, Espuela de Plata, Nadie Parecía y después en la revista Orígenes, que a mi manera de ver, salvaron la situación cubana y pueden presentarse ante la posteridad con una obra hecha y con un recto sentido de nuestros deberes históricos. Si no se hizo más culpa fue de los tiempos, pero hubo el ánimo decidido de lanzar la flecha bien lejos. 1970 Alejo Carpentier El estudiante y París* 20 […] Florecían los castaños, desflorecían los castaños, reflorecían los castaños, arrojando fechas al cesto de papeles, y tenía el sastre de Monsieur le Président que regresar y regresar a la Rue de Tilsitt para remodelar sus paños sobre una anatomía desgastada que se esmirriaba de día en día. La cadena del reloj le retrocedía visiblemente sobre un chaleco menos abultado, en tanto que los hombros, antaño empinados en inflexible tiesura, se replegaban ahora sobre clavículas ya liberadas de las grasas del tórax —como observaba la Mayorala que, en hora del baño, daba esponja y guante de crin al pecho de su Primer Magistrado. Y, por lo mismo que la alarmaba esa progresiva delgadez y no creía en medicinas de pomo, de las que aquí vendían, por carta dictada —balbuceada, más bien— al Cholo Mendoza, logró que una comadre Balbina, del Palmar de Siquire, donde no había oficina de correos, le mandara un paquete de yerbas curanderas —el mismo que, viajando por burro, mula, bicicleta, autobús, varios trenes, dos barcos y un ferrocarril, iba a recoger hoy Elmira al Despacho de Bultos Postales de la Rue Étienne Marcel. La acompañaban su Ex Presidente y su Ex Embajador, pues era preciso llenar muchas papeletas, poner muchas firmas, y eso era para gente que supiera leer y escribir —y en francés, que era lo peor… Ya envuelto el envío en un rebozo, muy abrigados los tres porque hacía frío aunque el día fuese iluminado por un claro sol de cielo sin nubes, divisó Elmira, por vez primera, las torres de Notre-Dame. Al saber que era la Catedral de París, se empeñó en ir hasta allá para prender un cirio a la Virgen. Se detuvo, atónita, frente al edificio: —«Lo que yo digo: estas son las cosas que debieran hacerse en nuestro países para atraer al turista.» Las figuras del tímpano, de los linteles, la recordaron las esculturas de Pedro Estatua, su paisano de Nueva Córdoba. «No es tonta la zamba» —observó El Ex, quien no había reparado, hasta ahora, en que hubiese algún parentesco estilístico entre esto y aquello, sobre todo en las caras de diablos, el potro encabritado, los mengues cornudos, las zoologías infernales, del Juicio Final. Y fue, luego, una asombrada Penetración en la Nave —nave que rebrillaba por toda la gama de sus cristalerías, aunque dejando en siluetas obscuras, por juego del contraluz, la persona de los visitantes, escasos en esta media tarde de ficticia primavera. Por descansar, se sentaron entre los dos rosetones del crucero. En la otra punta de la hilera de sillas, un joven, de largo abrigo, y bufanda friolenta, lo contemplaba todo con profunda y detenida atención. —«Un calambuco» —dijo la Mayorala. —«Un esteta» —dijo el Cholo Mendoza. —«Un alumno de Bellas Artes» —dijo el Primer Magistrado. Y en voz baja, para entretener a la zamba, empezó a narrarle, como abuelo a nieta, las verídicas historias que aquí se habían visto: la del archidiácono enamorado de una gitana que, a compás de pandero, hacía bailar una cabra blanca (Elmira, de niña, había visto unos gitanos de esos, pero lo que hacían bailar era un oso…); la de un poeta vagabundo que amotinó a unos mendigos para que asaltaran la iglesia («cuando hay bochinches, siempre se perjudican las iglesias», dijo Elmira, recordando un caso que mejor hubiese sido no recordar…); la de un campanero jorobado, también enamorado de la gitana («los gibosos son muy enamorados, y las mujeres como que les hacen caso, pero es mero mero para tocarles la joroba, porque trae buena suerte…»); y la de dos esqueletos que aparecieron abrazados y que acaso fuesen los de Esmeralda y el campanero («se han visto casos, como el que se cuenta en la canción del viejo enterrador de la comarca, que tenemos en disco…»). Pero en eso bramaron los órganos en tremenda arremetida sonora. No se oían unos a otros. —«Vámonos de aquí» —dijo El Ex pensando en el excelente vino de Alsacia que servían en el café de la esquina, donde, por cierto, habría más calor que aquí… Y en su silla de cabecera permanecía el «calambuco» — como lo había llamado Elmira— entregado a su deslumbrada contemplación. Era este su primer encuentro con el gótico. Y el gótico se le había alzado, a ambos lados, en arquerías y vitrales, con una revelación insospechada: al lado de esto, toda arquitectura le parecía elemental, pegada a la tierra, enraizada, harto ctónica, aun en sus expresiones más sometidas a Código de Proporciones y Reglas de Oro. Esta edificación lanzada hacia arriba, exaltación de la verticalidad, locura de verticalidad, le minimizaba los frontones del Partenón que no eran, en suma, sino una versión trascendida, sublimada, del techo de dos aguas de la choza arcaica, con la columna acanalada que era transfiguración, en forma regida por módulos, del horcón — cuatro troncos, seis troncos, ocho troncos— que sostenían los dinteles, vigas de cedro, de los rústicos portales campesinos. En lo griego, en lo romano, perduraba el parentesco genésico de lo telúrico y vegetal. De la cabaña del porquerizo Eumeo al templo de Fidias, el camino estaba claro y despejado, en su proceso de estilizaciones sucesivas. Aquí, en cambio, la arquitectura se hacía invención, ocurrencia, creación pura, en un nunca visto aligeramiento de materiales — ingravidez de la piedra—, con nervaduras que nada debían a las estructuras del Árbol —con los soles propios de sus rosetones prodigiosos: Sol del Norte, Sol del Sur. Entre dos soles se hallaba el contemplador del crucero, preso entre los rojos de un encendido poniente y la grave y mística sinfonía azul de los vidrios boreales. Al Norte, la Madre, centrando a una corte temporal — como de Intercesora, al fin— de Profetas, Reyes, Jueces y Patriarcas. Al Sur —en sangre de suplicio— el Hijo, soberano de una corte intemporal de Apóstoles, Confesores, Mártires, Vírgenes Cuerdas y Vírgenes Locas. Todo el misterio del nacer, del morir, del eterno renacer de la vida, del paso de las estaciones, se encontraba en la línea recta, imaginaria, invisible, tendida entre los dos círculos centrales de las inmensas luminarias, abiertas en un magníficat de estructuras desprendidas del suelo, como colgadas, sin peso, de sus campanas y gárgolas. Una tubería de órgano, en sombras, alzó de pronto sus triunfales fanfarrias… Ateo porque sus íntimas interrogaciones no buscaban respuestas en terreno religioso; descreído, porque ser descreído era propio de su generación, preparada a ello por el espíritu cientificista de la anterior; adversario de las políticas y componendas que demasiado a menudo, en su mundo, trasladaban las Iglesias al campo de sus adversarios, manteniendo, en nombre de la fe, un falso orden que se devoraba a sí mismo, el contemplador de los Soles de Cristal era sensible, sin embargo, a la dinámica de los Evangelios, reconociendo que sus textos habían tenido, en su tiempo, el mérito de promover una estruendosa devaluación de tótems y genios inexorables, presencias obscuras, amenazas zodiacales, cayados de augures, sometimientos a idus de marzo e inapelables designios. Pero si una nueva toma de conciencia de sí mismo —el drama de la existencia puesto dentro y no fuera de sí mismo— había llevado al hombre a analizarse en función de valores que lo sustraían a los terrores primordiales, seguía, gigante extraviado, tiranizado por quienes, semejantes a él, infieles a sus promesas primeras, habían creado nuevos tótems, nuevos hados, templos sin altares, cultos sin sacralidad, que era necesario echar abajo. Próximos estaban acaso los días en que habrían de sonar las trompetas de un Apocalipsis, pero esta vez tocados por los comparecientes y no por los ángeles del Juicio Final. Tiempo era ya de fijar los protocolos del futuro y de ir instalando el Tribunal de Reparticiones… El joven miró su reloj. Las cuatro. El tren. Se sumió nuevamente en la belleza total de lo circundante, aunque ya era hora de andar hacia lo suyo. —«Me siento de más donde todo está hecho» —pensó, saliendo de Notre-Dame por el pórtico central —el de la Resurrección de los Muertos. Todavía tenía tiempo de probar un vino de Alsacia, excelente, que se servía en el café donde había dejado su maleta al cuidado de un camarero. Cruzó la calle y entró en el bistrot sin notar que tres personas —una mujer, dos hombres—, sentados en una banqueta del fondo, lo miraban con asombro. Pagada su copa, El Estudiante volvió a la calle y detuvo un taxi. —«A la garra del Norte, please»… La cita era en el buffet, donde ya estaban reunidos varios delegados a la «Primera Conferencia Mundial contra la Política Colonial Imperialista», que mañana, 10 de febrero, se abriría en Bruselas, bajo la presidencia de Barbusse. Ya estaba ahí el cubano Julio Antonio Mella, a quien había conocido horas antes, en compañía de Jawabarlal Nehru, delegado por el Congreso Nacional Hindú. — «Ya entró el tren en carrilera» —dijo alguien, señalando la Vía 8. Los tres agarraron sus magras valijas y subieron a un compartimiento de segunda. El hindú, arrinconado junto a una ventanilla, se entregó al examen de unos papeles, mientras Mella se interesaba por la situación política de nuestro país. —«Tumbamos a un dictador» —dijo El Estudiante—: «Pero sigue el mismo combate, puesto que los enemigos son los mismos. Bajó el telón sobre un primer acto que fue larguísimo. Ahora estamos en el segundo que, con otras decoraciones y otras luces, se está pareciendo ya al primero.» —«Nosotros, ahora, estamos entrando en lo que ustedes pasaron» — dijo Mella. Y le habló del nuevo Dictador de Turno, el de Cuba, a quien —lo sabíamos— había doblegado en batalla librada desde la cárcel, por tenaz, prolongada y lúcida huelga de hambre, obligando a su adversario a devolverle la libertad, marchando luego a México, donde proseguía su lucha… Bastante parecido resultaba Gerardo Machado al que había sido Primer Magistrado nuestro, en el físico, el comportamiento político y los métodos, pero era distinto por cuanto, siendo muy inculto, no erigía templos a Minerva como su casi contemporáneo Estrada Cabrera, ni era afrancesado, como habían sido otros muchos dictadores y «tiranos ilustrados» del Continente. Para él, la Suprema Sabiduría estaba en el Norte: —«Soy imperialista» —declaraba, mirando fervorosamente hacia Washington—: «No soy un intelectual, pero soy un patriota.» Sin embargo, tuvo el involuntario humorismo de hacer saber al público, un día, por sus periódicos, que estaba «estudiando las tragedias de Esquilo» [sic]. —«Es buen candidato para ingresar en el clan de los Atridas» —dijo El Estudiante. —«Por lo que se está viendo, ya forma parte de la familia» —dijo Mella. —«Pronto ordenará una recogida de libros rojos» —dijo El Estudiante. —«Ya está hecha» —dijo el cubano. —«Cae uno aquí, se levanta otro allá» —dijo El Estudiante. —«Y hace cien años que se repite el espectáculo.» —«Hasta que el público se canse de ver lo mismo.» —«Hay que esperarlo»… Abriendo sus carteras de cuero —mexicanas las dos, con calendario azteca repujado en la tapa— intercambiaron los textos de sus informes y ponencias para leerlos por el camino. Nehru, en su rincón, con algunos papeles en las rodillas, estaba como sumido en su mundo interior, oculto tras de sus ojos muy abiertos. Hubo un largo silencio. El tren se acercaba a la frontera en la noche —doble noche— de los corones carboneros. —«Cool, cool» dijo Nehru, sin que los otros acertaran a saber si se refería al carbón o al frío —por una explicable confusión entre coal y cool— pues hacía frío en este vagón de segunda, un frío casi excesivo para ellos, hombres de países cálidos. Y volvió el hindú a dormirse sin dormir, hasta que el tren llegó a Bruselas. 21 …esos insensatos se empeñan en hacer creer que son reyes, siendo unos pobres, y que, estando desnudos, se visten de oro y de púrpura. DESCARTES —«Desterrado»… —«Expulsado»… —«Extrañado»… —«O huido»… —«Escapado»… — «En fuga»… —«Yo, lo que sé es que estaba en una iglesia» —observaba la Mayorala—: «Y los comunistas no visitan iglesias ni en siendo Semana Santa.» Y volvían las conjeturas: «Desterrado»… «Extrañado»… «Escapado»… —«Acaso arrepentido»… —«Converso»… — «Crisis mística»… —«Peleado con su gente»… Y durante días y días no se habló de otra cosa en la Rue de Tilsitt, en espera de que los periódicos de allá —los de febrero en abril— llegaran por sus lentos y especiales barcos de carga, en rollos de siete números apretados, con vista del Volcán Tutelar en las estampillas. Porque los diarios de aquí, desde luego, nada dijeron del Estudiante, personaje sin interés para ellos. Y se supo por fin, gracias a El Faro de Nueva Córdoba, entrándose en mayo, lo de la Conferencia Mundial de Bruselas, en la que habían estado representadas la «Liga Campesina Nacional de México», y la «Liga Anti-imperialista de las Américas», que ya tenía una filial en nuestro país. —«Se explica todo» —dijo el Cholo Mendoza. —«Pendejadas» —murmuró El Ex: «El imperialismo está más fuerte que nunca. Por eso el hombre de la hora presente, en Europa, es Benito Mussolini»… Y florecieron los castaños otra vez y volvieron las conversaciones, en la mansarda, a sus acostumbrados temas. […] 1974 * Tomado de El recurso del método. [Fragmento], La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1974, pp. 386. (El título atribuido, AC.) En la novela El recurso del método (1974), Carpentier realizó un juego ficcional bastante complejo con el sistema de personajes. En el mundo imaginario conviven las personalidades históricas y las de invención. El Estudiante tiene una caracterización física que recuerda a Rubén Martínez Villena. No obstante, recorre París en una referencia muy obvia al viaje de Julio Antonio Mella a Francia (febrero y mayo) y Bélgica (febrero) en 1927. El Estudiante y el personaje Mella se trasladan en el mismo tren de París a Bruselas. De este modo, por una alusión explícita se le comunica a los lectores la clave de este simpático juego de espejos, que es también un homenaje. Carpentier tuvo gran amistad con el periodista nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez, quien fue uno de los anfitriones de Mella en París. Cuando Carpentier llegó, en marzo de 1928, posiblemente Avilés Ramírez le contó sobre la fascinación del héroe por una ciudad grata como un beso. ¿O acaso Carpentier conocía el artículo de Avilés «Mella y la Plaza de la Concordia», que puede leerse en este libro. (AC) Mirta Aguirre La pelea de la huelga de hambre* Cuando Julio Antonio Mella tenía veinte años, ¡qué muchachón tan fuerte era! ¡Bien lo supo el tirano Machado, cuando Mella le ganó la pelea de la huelga de hambre! Mella era un dirigente estudiantil revolucionario al que seguían todos los estudiantes del país. El dictador Machado, uno de los peores presidentes que tuvo Cuba, le tenía un odio tremendo, Mella denunciaba todos sus crímenes y organizaba protestas de estudiantes y de obreros sin tenerle miedo a nada, ni a Machado ni al imperialismo yanqui. Tampoco temía a los policías del tirano. Con ellos tuvo que enfrentarse muchas veces con sus fuertes puños. Machado, una vez, mandó que lo prendieran; pero Mella decidió obligarlo a que lo pusiese en libertad. Entonces en la cárcel se negó a comer. ¡Ni agua tomaba! Se puso grave y hubo que llevarlo al hospital. Todo el pueblo se indignó porque no quería que Julio Antonio Mella fuera a morir de hambre. Estuvo sin comer casi tres semanas. Cada día que pasaba, el escándalo era más grande. Los estudiantes daban mítines, los obreros paraban las fábricas, las mujeres se echaban a la calle a protestar. No se sabía lo que podía pasarle al gobierno, si dejaba que Mella muriera en la prisión. Machado cogió miedo y lo puso en libertad. Tuvo que soltarlo, aunque se moría de rabia. Así le ganó Mella al tirano Machado, la pela de la huelga de hambre. 1976 * Tomado de Lectura 2. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1976, pp. 121-122. (Título atribuido, AC.) Elena Poniatowska Tinísima y Julio* […] 4 de junio de 1928 La primera vez que Tina y Julio se quedaron solos en la redacción de El Machete, el cuerpo entero de ella entró en expectativa, como perro de caza que de pronto aguarda perfectamente quieto en su tensión. Tina trató de apretar sus labios que se entreabrían, de acallar los latidos bajo su ombligo, supo que no podría erguirse sino hasta que él se alejara, sus piernas no la sostendrían, él la condujo al cuartico llamado «el archivo». Se amaron de pie, luego sobre los periódicos caídos. Ninguno de los dos se preocupó de que alguien entrara a la sala de El Machete. Olvidada de sí misma Tina se sintió Julio. Ella era Julio, él era Tina, ella era el deseo de Julio, lo mismo que él sentía, lo sentía por sí misma. Julio era lo más fuerte de Tina, lo más vigoroso, iba más allá de ella misma. Tina lo miraba y se veía en sus ojos, y detrás de él estaba la Tina a la que aspiraba. «Quiero ser eso que está detrás de tu cabeza, Julio, quiero ser la forma en que me miras.» Julio era su vía de acceso al reconocimiento, la mejor concepción de sí misma. * Tomado de Elena Poniatowska. Tinísima, México, D.F, Ediciones ERA, 1992, pp. 38-46. Para ver a Julio, Juan de la Cabada ya no iba de su cuarto de alquiler en Topacio a la casa de huéspedes de San Antonio Abad sino a casa de Tina. Al mudarse Julio con ella a Abraham Gonzáles, Tina ya no supo de qué otro modo podía ser la vida. Le parecía que desde siempre había ido a la esquina de López con Ayuntamiento por medio kilo de caracolillo y medio de planchuela, para regresar a molerlo a su casa en un viejo molino de cajita que sujeta entre sus rodillas. Julio, al verla, simplemente la levantó en brazos y la llevó a la cama. «NO vuelvas a moler café delante de mí.» Le habló de sus rodillas, las más hermosas que había contemplado, de sus piernas de barro pulido, que en ese momento echaban chispas, como si estuvieran horneando los granos de café que tronaban. Si tenía que salir, Tina regresaba deprisa, con la necesidad de Julio, el hormigueo en su vientre, el deseo de que la estrechara por la cintura, la mano de él sobre su muslo, sí, ella era su mujer, la de él, su compañera. Nunca antes tuvo el sentido de pertenecer, ni con Robo, ni con Edward, ni con Xavier. Con Julio sí. Al penetrarla la absorbía, deleite casi intolerable, que se respiraba electrizando las partículas, una danza misteriosa borbolleaba en el espacio, se dejaban ser, sin conciencia de estar transportados. Tina prefería ver su casa convertida en estación de tren de tan concurrida, con tal de que Julio no se fuera. Los inmigrados cubanos prácticamente vivían con ellos y los escuchaba repetir: «Hoy va a caer el Mussolini del Caribe». Venían todos los días. Si Julio no estaba, serían bien acogidos por la compañera Tina, su fortaleza, la plenitud emanando de sus ademanes. Tina nunca sospechó que si primero fueron por Julio, después irían por ella. En los primeros tiempos, ofrecía: «¿Un cafecito?», se esfumaba para hacer la cama, guardar la ropa, mientras los hombres hablaban. Había días en que la victoria era posible y se exaltaba, pero otros en que lavaba una taza, una cuchara, con el miedo acogotándola por el futuro de ambos, miedo a seguir viviendo, miedo a consumirse en ese desgaste interior que sentía al escuchar el mismo lenguaje de lucha que no parecía llevarlos a parte alguna; la clandestinidad, ese sentimiento de falta de espacio, de no vivir a todo lo ancho, de caminar por las calles repegándose a la pared y estar usándose por dentro en esta vida que sin embargo había escogido: «¡Es mi voluntad, carajo!» se repetía enjuaguando la taza para llevarla de nuevo a la mesa. «¡Qué contradictoria, qué inconsciente soy!» Había otros días en que los granos de café crujían bonito y Tina se reconocía en la vida de los revolucionarios. La falta de dinero era el sino de todos y cuando Tina recibía de su hermana Yolanda, de San Francisco, unos cuantos dólares, iban a dar a la organización de un acto, el alquiler de las sillas, la compra del papel para los volantes. Todo con tal de llegar a la noche. A esa hora, sus labios se hinchaban en anticipación, Julio la tomaba de la mano para guiarla a la recámara o la levantaba en brazos, tirando la silla en su prisa. Julio la amaría esta noche en forma nueva, inventarían, la sentaría sobre su vientre, ensartándola, la columpiaría, subiéndola y bajándola a todo lo largo de su pene hasta que ella cayera sobre su pecho, su cabeza pegada a la de Julio, anidada en su cuello, Tina sin piel o como una piel vaciada de sí misma, Tina vaciada de sus días de trabajo y de sus preocupaciones, olvidada de todo, la boca abierta, estática, a no ser por su respiración sobre el hombro de Julio, sus gritos sofocados, su mano vuelta hacia arriba, la palma laxa, colmada. Tina vivía en un torbellino. Había escogido el peligro del lado de los comunistas y compartía su clandestinidad, sus luchas. Si antes veía a intelectuales, ahora sus amigos eran luchadores, ferrocarrileros, albañiles. Tina y Julio congregaban en Abraham González al exilio latinoamericano, a los líderes obreros, a los campesinos. «Aquí se está mejor que en el partido». Venían del Caribe, de Nicaragua, de El Salvador. Al lado de Mella, los compañeros cobraron para Tina un fulgor inusitado. Ya no eran grises. Refulgían. Sus pasiones desatadas provocaban conflictos aleccionadores, corrían riesgos, la fuerza de su ideal le resultó durante esos meses inspiradora. Tina acompañaba a Julio a sus mítines y lo oía hablar con fervor. Con Julio a su lado, podría enfrentarse a todo. Julio combatía a la CROM, la poderosa central de obreros. Hacía mucho que su líder Luis N. Morones se había quitado el overol para hacerse dueño de edificios, casas, terrenos y queridas y, gordo y con papada, sus manos ensortijadas le descontaban a todos un día de trabajo. Lo llamaban Luis N. Millones. «Hay un tiempo para el debate, otro para la acción, vivimos en la época de la acción», se enronquecía Mella. Ahora sí, surgiría una organización roja, no una dependencia del gobierno, una verdadera confederación obrera. «Los trabajadores —antes peones de hacienda— verán el fruto de sus esfuerzos. La Revolución se hizo para aumentar salarios. ¿Qué hacen los empresarios fuera de ganar dinero? A los obreros no nos consideran humanos, para ellos somos mercancía, la única forma de tener poder es organizarnos. Estamos hartos de sistemas de gobierno a base de oro, espada y sotana.» Él proponía el bautismo socialista. —Julio te estás matando. —Yo sólo hago mi deber y todavía me queda tiempo para amarte. Tina conoció el peligro desde que Julio se mudó a su casa de Abraham González. Sobre su cabeza pesaba la orden de extradición; en Cuba —si el gobierno de México accedía—, su muerte era segura, pero también aquí podían matarlo. Sentirse vigilado cansa, Tina ya no iba por la calle sin volver la cabeza. ¡Cuánta tensión! —Ojalá pudieras salir unos días, Julio, ha sido tanto el ajetreo de los últimos meses. Bien sé que eres fuerte, pero estás abusando de tu resistencia. A Mella lo tocó el tono triste y suave en su voz. Parecía una niña reclamando un juguete largamente deseado. —Tinísima —la abrazó—, no te pongas así, te prometo que nos escaparemos, te lo juro, a fines de mes, nos vamos a Veracruz, el propio Mussolini del Caribe será causa de nuestro viaje; festejaremos su caída, iremos a La Habana a darnos un hartazgo de victoria. A ella le entró una alegría olvidada. «Vamos a tomarnos unas vacaciones», repitió Julio para aumentar su emoción. En El Machete Julio denunciaba que la bahía de La Habana era la sepultura de cientos de desaparecidos y «suicidados», enumeraba rabioso nombres de líderes asesinados: Enrique Varona, Tomás Grant, Baldomero Duménigo, José Falcón, los cien campesinos isleños de las Canarias baleados en La Trocha y colgados de los árboles como pesadas banderas empapadas en sangre. Estallaba en mayúsculas. ¡Abajo la dictadura del bandido Machado! «Van a venir a buscarlo hasta México», pensaba Tina, «Gerardo Machado va a dar la orden.» También en El Libertador, que dirigía Úrsulo Galván, defendía a los presos políticos. Rubén Martínez Villena, Gustavo Aldereguía —«él me salvó de la muerte, sabes, Tina»—, Orosmán Viamontes, Alejo Carpentier y dos mexicanos contra quienes Machado tenía especial encono porque «todos los mexicanos son unos forajidos, uno de ellos apellidado Enrique Flores Magón». En La Hoz y el Martillo, se quejaba de que El Universal y Excelsior dedicaban sus páginas al Niño Fidencio y sus curaciones escandalosas para distraer la opinión pública de la sumisión vergonzosa de los gobiernos de América Latina a los Estados Unidos a raíz de la Conferencia de La Habana. «Ya se va Cuauthémoc Zapata» (seudónimo con el que firmaba en El Machete o con el de Kim). «Dentro de poco, escribirás tú solo el periódico.» —Sí, sí y si me das un plumero quitaré las telarañas del edificio y limpiaré el pasillo, destaparé los caños, tiraré la basura, El Machete es mi casa.» Ese lunes, Tina sacó la Graflex y tomó la máquina de escribir de Julio Antonio. Sobre el rodillo había quedado la frase con la que quería empezar su artículo: «La técnica se convertirá en una inspiración mucho más poderosa de la producción artística; más tarde encontrará su solución en una síntesis más elevada, el contraste que existe entre la técnica y la naturaleza», León Trotsky. Alejandro Gómez Arias lo detuvo en el patio de la Facultad de Leyes de la universidad. —Es importante la lucha, pero hay que recibirse, hombre. —La lucha es mi escuela… Viene a imprimir Tren Blindado. —¿Por qué ese nombre? ¿No está muy ligado a Trotsky? Julio corría a la imprenta. Permanecer durante horas frente a la mesa de formación corrigiendo páginas y viendo componer una plana con los maestros tipógrafos le recordaba a su querido Alfredo López, secretario de la Federación Obrera, recientemente asesinado por Zayas. ¿No le había dicho Gómez Arias que sus artículos eran doctrinarios? Alejandro, lúcido y escéptico, lanzaba sus dardos. El pesimismo es reaccionario. Y sin embargo qué pasión en ese niño bonito, ese catrín, cuánta elocuencia y cuánta capacidad para convencer. Julio caviló. ¿Era doctrinario escribir: «Triunfar o servir de trinchera a los demás. Hasta después de muerto somos útiles. Nada de nuestra obra se pierde»? Tina, Julio y Luz, de camino a El Machete, se detuvieron. Luz Ardizana se quitó de inmediato los anteojos como si fuera a recibir macanazos. Tina se conmovió. Dos muchachos llegaron corriendo y dieron vuelta a la esquina. Otro los perseguía cubeta en mano. —Es que es el día de San Juan. Al rato, nos toca el baño a nosotros. Se escucharon gritos. En la banqueta de enfrente, otro peatón se sacudía el agua. —¡Qué estúpidos! —estalló Julio. El muchacho le aventó al siguiente peatón la cubeta a la cabeza. —Eso es intolerable. Tanta furia asustó a Tina. —¿Qué te pasa, Julio? Es sólo un juego. —Es inaceptable. ¿Viste cómo le abrió la ceja? ¿Sabes en qué acaban las novatadas? Primero es sólo el agua, después viene los golpes, el abuso de la fuerza, más tarde el sadismo. Tras de sus anteojos, ahora en su lugar, los ojos de Luz se agrandaron. —Más tarde, el de la cubeta asesinará a los nativos de Haití, de Santo Domingo, Filipinas y Centroamérica. Las novatadas son invención de los universitarios yanquis que primero persiguen por deporte y después se transforman en bestias. —Julio, no es para tanto. —Sí lo es Tina, lo es. ¿Qué no te das cuenta de que se trata de una represión colectiva impuesta por una masa a otra? —Es un juego, no dramatices. —Tiene razón Julio —intervino Luz, sombría. —No puedo vivir pensando que los demás sólo intentan agredirme —rechazó Tina. —O violarte —finalizó Julio. Tina soltó su brazo y no volvieron a dirigirse la palabra. Era su primera discusión. Desconsolada, al llegar al periódico se sentó frente a su máquina. —¿Eres tú la que va a hacer la crítica a la CGT? —preguntó Gachita. —No, esa le toca a Rafa. —Que la haga el cubano. —No, él no, necesitamos a alguien más pacífico —acotó el Canario—. Entre él y Evelio Vadillo harían volar Washington. Que libres eran los cubanos, hablaban atropellándose, montados los diálogos de unos en los de otros, los «pero chico», los «qué tú cré», saltando por encima de su cabeza como salta el aceite fuera de la sartén, ay tanta carne y yo comiendo hueso, ay, ay, ay, a Tina la envolvían, la mareaban. En Abraham González prepararon la comida para la noche cubana. —El secreto es el mojo, chica, si tú sabes guisar el mojo, chica, ya sabes guisar a la cubana. Aquí no hay plátanos chatinos, esos platanitos dominicos son una mierda, por eso el arroz no sabe como en Cuba. Los limones córtalos en cuatro, así hasta oyes el ruido de los limoneros, okei, que se les vea su pulpita. Menéale al arroz para que se dore por igual. Mientras, nosotras preparamos el alijo. —Entre tanto vamos a echarnos una bailadita, no te pongas brava; un bailecito a nadie le hace mal, okei… —A mover el bote, a mover el bote. No es posible que un cubano no baile. Tú, Sandalio, muévete patiflaco, pareces una mesa coja. —Changó, changó, qué ganas de tener un radio, qué mujer es esa. Con razón Julio anda tan picao… Así sabrosamente prepararon la noche cubana en el local del Centro de Obreros Israelitas, calle de Tacuba número 15, para recaudar fondos destinados a la ANERC y a la revista Cuba Libre. «Ningún tipo de propaganda política» especificaron los israelitas y, el mismo día, antes de que comenzara la fiesta, Raúl Amaral Agramonte puso en el lugar de honor una bandera cubana de papel de china muy mal hecha: —No chico, no —protestó Teurbe Tolón—, ¿cómo vas a poner esa bandera tan burda? Es ridículo. Los judíos nos pidieron que no pusiéramos na’, llévatela. Teurbe Tolón lo sacó a golpes con todo y bandera. Y no hubo noche cubana, ni Tina bailó con Julio. Amaral no era ningún perseguido sino un soplón al servicio de Machado. De todos era el único que podía entrar a Cuba. Ese mamarracho de bandera de papel era una clásica provocación. Julio aún defendía a Amaral, cuando apareció la noticia a ocho columnas en La Habana: Fue profanada en México la bandera cubana por Julio Antonio Mella. Mella se alarmó: «Con esto, el asno con garras va a voltear la opinión pública en mi contra… Este tipo de ataques impresionan a la gente… Cabrón, comemierda, pisoteó la bandera, ¿te imaginas, Tina? Seré un antipatriota que ultraja el lábaro patrio. Los que me conocen sabrán que es mentira, pero los que no, lo van a creer a pie juntillas.» —Urge enviar un telegrama, Tinísima, ¿podrías tú llevarlo hoy en la noche a la oficina de cables y allá me reuniría contigo? Yo tengo que encontrarme con Magriñá [sic] en una cantina cercana y procuraré que la entrevista sea lo más corta posible; te recojo en la oficina de cables… —Dios, ¿tienes que ver a ese tipo, Julio? —A fuerza. Mientras, tú envías el cable al periódico La Semana. Sergio Carbó es mi amigo. Aquí te escribo el texto: «Rogamos desmienta calumniosa campaña iniciada enemigos nuestros. Nunca profanóse bandera. Detallamos correo. Afectuosamente, Mella». Tina mira la cabeza rizada de Julio, su cuello, sus hombros. De pronto una ráfaga de agua lo desnuca. En la playa sólo ve la bandera cubana, el papel de china pegado a la arena como una débil membrana; a la segunda ola, Tina todavía alcanza a ver unos fragmentos retorciéndose como gusanos sobre la orilla de la playa. De la nada surge un militar y se agacha: «Es papel, sólo papel», grita Tina presurosa, pero el hombre, alto y fornido, abombando el pecho responde: «Hay algo más». El agua llega hasta la punta de sus botas, él no parece verla, las botas relucen al sol mientras él pica con su bastón en la arena buscando los gusanos de papel. «Hay algo más, estoy seguro, hay algo más.» Tina también hurga con la mirada, pero sólo ve burbujas de agua en el declive de arena mojada; ningún papel, nada, nada, ni el recuerdo de un papel, sólo el hervor del agua reventando la arena, ploc, ploc, ploc, ploc. 10 de enero de 1929 Bajaron a la calle con un café negro en el estómago, porque hoy el dinero se gastaría en el telegrama. Tina caminó en la dirección opuesta; a veces tomaban juntos el camión y esto le significaba una alegría que habría de alimentarla durante horas, pero desde la carta de su amigo Fernández Sánchez, Julio decidió salir por separado. A veces, a través de la ventana, Tina lo veía alejarse, su cabeza ensombrerada, un punto negro que avanzaba sobre la banqueta, hasta que de pronto ya no tenía cabeza, ya no estaba, ya… 1992 Primera Asamblea Estudiantil convocada por la FEUH en el Aula Magna. Presiden Julio A. Mella, Enrique José Varona, Eusebio Hernández y Carlos de la Torre. Universidad de la Habana, 12 de enero de 1923. Grupo de estudiantes en el Alma Mater. Entre ellos Julio A. Mella, Oliva Zaldívar y Sarah Pascual. Universidad de la Habana, noviembre de 1923. Inauguración de la Universidad Popular José Martí. En la presidencia Julio A. Mella, Víctor Raúl Haya de la Torre y el Dr. Eusebio Hernández. Aula Magna de la Universidad de la Habana, 3 de noviembre de 1923.