Corrupción y desarrollo: Una revisión crítica de la literatura reciente

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Corrupción y desarrollo: Una revisión crítica de
la literatura reciente
Ezequiel Brodschi1
Eduardo Fracchia2
Martín López Amorós3
Agosto de 2008
Resumen: En el presente trabajo se presenta una revisión crítica del tratamiento dado
por la literatura a cuatro cuestiones centrales vinculadas a la corrupción: i) definición
del concepto, ii) metodologías de medición, iii) determinantes de los niveles de
corrupción y iv) consecuencias. El trabajo hace especial énfasis en el cuarto punto,
concentrándose en el impacto de la corrupción sobre el crecimiento y desarrollo
económico. Para ello, se presenta una revisión crítica del tratamiento y los resultados
aportados por la literatura formal y empírica en los últimos años.
Abstract: In this paper we develop a critical survey of the treatment given by literature
to four main issues related to corruption: i) definition, ii) measurement’s methodologies,
iii) determinants and iv) consequences. This paper is mainly concerned with the fourth
point, paying special attention to the impact of corruption on economic growth and
development. For this purpose, it is introduced a critical survey of treatment and results
reached by formal an empiric literature through the last few years.
Clasificación JEL: D73, O1
1
IAE – Universidad Austral. E-mail: ezebrodschi@hotmail.com
IAE – Universidad Austral. E-mail: efracchia@iae.edu.ar
3
IAE – Universidad Austral. E-mail: fmlopezamoros@gmail.com
2
1. Introducción
La corrupción ha sido desde siempre un fenómeno presente en las diferentes
sociedades que ha sido estudiado desde diversas perspectivas. En general, la
corrupción ha sido rechazada por las sociedades, aunque ese rechazo se ha
fundamentado en diferentes argumentos; desde los basados en los aspectos
inmorales implícitos en la corrupción hasta los relacionados puramente en los costos
económicos generados por los actos corruptos.
La enorme complejidad del concepto de corrupción ha hecho que su estudio se haya
encarado desde ángulos muy diferentes a lo largo de la historia. Mientras muchos se
han centrado en cuestiones básicas y fundamentales como la definición precisa del
concepto y sus formas de medición, otra parte de la literatura se ha encargado de
estudiar sus causas y consecuencias y en particular a través de qué canales es que
genera estas consecuencias.
La intención de este trabajo es repasar los hallazgos y avances de la literatura en los
cuatro aspectos centrales que se han estudiado en torno a la corrupción: i) la
definición del concepto, ii) las metodologías de medición, iii) los determinantes de la
corrupción y iv) las consecuencias de la existencia de la corrupción.
El punto de mayor interés de este trabajo es el cuarto, en el que nos concentraremos
en el impacto de la corrupción sobre el crecimiento y desarrollo económico. Para ello,
analizaremos tanto los modelos desarrollados para predecir esos impactos como la
evidencia empírica disponible hasta el momento. Sin embargo, consideramos que es
fundamental no perder de vista el marco más amplio dentro del cual opera la
corrupción, ya que ésta no es un fenómeno eminentemente económico. Por ello,
dedicaremos también atención al análisis de los costos y determinantes de la
corrupción desde una perspectiva no económica.
Dentro del análisis del impacto de la corrupción sobre el desempeño económico,
presentaremos una serie de modelos orientados a explicar algunos de los principales
hechos estilizados de la corrupción, como su correlación negativa con el crecimiento
económico y la existencia de equilibrios múltiples caracterizados por configuraciones
de baja corrupción-alto crecimiento y alta corrupción-bajo crecimiento. Mostraremos
que el tratamiento formal de la corrupción se ha desarrollado en un marco de teoría de
rent-seeking y, más modernamente, de principal-agente. También iremos señalando
oportunamente nuestras críticas y propuestas en torno a los diversos modelos. Vale
aclarar que analizaremos el impacto de la corrupción desde una perspectiva macro, es
decir, omitiendo la visión organizacional-intra firma, en parte por no ser un tema de
especial interés desde el enfoque que adoptamos en este trabajo pero también porque
la literatura no ha estudiado, hasta donde sabemos, el impacto de la corrupción intra
firma sobre el nivel de crecimiento y desarrollo de la economía.
Por el lado de la evidencia empírica, mostraremos que los resultados son homogéneos
en cuanto a la relación entre la corrupción y variables fundamentales como el
crecimiento del producto y de la inversión, pero que los resultados se empiezan a
tornar más ambiguos cuando las variables a explicar son menos agregadas. También
hemos intentado mostrar como, con el paso del tiempo, los autores han intentado ir
solucionando los diversos problemas que han surgido en los estudios empíricos, a
través de la complejización de las técnicas econométricas.
El trabajo está estructurado de la siguiente manera. En la sección 2 se describe la
discusión en torno al concepto de corrupción desde un enfoque multidisciplinario, se
detallan las propuestas de metodologías de medición realizadas por múltiples autores
y se enumeran y discuten las consecuencias sobre la sociedad de la corrupción,
apartando el impacto sobre el crecimiento y desarrollo. En la sección 3 se presenta
una descripción detallada del impacto de la corrupción sobre el crecimiento y
desarrollo económico. La exposición está dividida entre el estudio formal (a través de
modelos o teorías) y el estudio empírico, que ha mostrado un muy fuerte crecimiento
desde mediados de la década del ’90 con multiplicación de los organismos y empresas
1
dedicados a producir indicadores de corrupción. Finalmente, en la sección 4
presentamos nuestras conclusiones y propuestas para futuras investigaciones.
2. La Corrupción en la literatura
La cuestión de la corrupción ha sido enfocada, básicamente, desde cuatro grandes
perspectivas. En primer lugar, un tema que ha sido debatido en la literatura es el
concepto de corrupción. Al respecto, los trabajos coinciden en destacar la variabilidad
en la interpretación del término “corrupción” dependiendo qué aspecto de ésta se
quiera estudiar e, incluso, desde que ciencia se lo haga. En ese sentido, por ejemplo,
se destaca que uno de los fenómenos más asociados con la corrupción dentro del
ámbito de la economía, el rent-seeking, no sería considerado como corrupción desde
otros enfoques. En ese sentido, la única conclusión que parece derivarse de este tema
es que los análisis no deberían verse limitados por una definición aún parcial e
incompleta, por lo que el significado de corrupción variará, inevitablemente, en cada
estudio.
En segundo lugar, un tema que ha despertado mucho interés es cómo medir la
“cantidad” de corrupción presente en una economía, dada la dificultad generada por
todo intento de cuantificación de una variable no observable. Como consecuencia de
esa dificultad por medir la corrupción, muchos teóricos y empiristas han debatido
acerca de la conveniencia de desarrollar indicadores cualitativos o cuantitativos, macro
o micro, objetivos y subjetivos y demás variantes. Aunque la literatura aún no refleja un
consenso en esta materia, sí parece claro que los analistas han llegado a la conclusión
que los distintos puntos de interés vinculados a la corrupción precisan de diferentes
indicadores para ser tratados. Esta es una cuestión que quedará más clara cuando
analicemos los trabajos empíricos que intentan profundizar en la relación entre la
corrupción y el desempeño económico.
En tercer término, buena parte de la literatura ha indagado sobre los determinantes de
la corrupción, generalmente con el objetivo de explicar el porqué en las diferencias de
los niveles de corrupción entre los diversos países. Al respecto, el debate ha girado en
torno tanto de los determinantes como de la causalidad, fundamentalmente en cuanto
a las instituciones. Aunque hay cierto consenso acerca de la vinculación entre los
niveles de corrupción y variables como el PIB per cápita o la estabilidad política, el
orden de causalidad entre esas variables sigue siendo motivo de debate.
Finalmente, el otro gran tema de interés referido a la corrupción ha sido el de las
consecuencias que ésta genera, cuestión que se ha analizado a su vez desde varias
perspectivas.
Si bien es cierto que estos no son los únicos temas relevantes vinculados a la
corrupción (Granovetter, 2004), nos centraremos en ellos por ser los más tratados en
la literatura económica.
2.1 El Concepto de Corrupción
El significado del término “corrupción” ha sido motivo de amplio debate y, también, uno
de los principales obstáculos para el correcto análisis de sus causas y consecuencias
(Kargbo, 2006).
En primer lugar, la corrupción no es, en absoluto un fenómeno moderno. El filósofo
político indio Kautilka ya hablaba de corrupción en el siglo cuatro A.C. Desde la
antigua Grecia, pasando por el Renacimiento y la modernidad, el desvío de las “formas
puras de gobierno” del objetivo del bien común fue considerado como un claro indicio
de corrupción. En esta visión de la corrupción el fenómeno era interpretado
fundamentalmente a través de una óptica ética y moral, que iba más allá de las
deficiencias del sistema económico-político y que hacía eje en la necesidad de trabajar
sobre la conciencia social.
2
Sin embargo, las definiciones más modernas de corrupción han intentado apartarse de
ese contenido moral. En ese sentido, Sedadyo y de Haan (2006) y Granovetter (2004)
destacan que el concepto tradicional de corrupción, de acuerdo a la definición oficial
de diccionario4, está caracterizado por su contenido moral y por la participación de
miembros del sector público, excluyendo de la definición a las transacciones entre
privados. Sin embargo, estos autores discuten esta visión de la corrupción, señalando
que implica la socialización de un concepto individual, a la vez que torna al problema
en una discusión de lo correcto y lo incorrecto en términos subjetivos y omitiendo el
contexto en que la corrupción se da. Esta crítica al fundamento moral de la corrupción
es, como señalamos, una tendencia clara en la literatura.
Según Seldadyo y de Haan, en realidad, la corrupción tendría lugar aún en ausencia
del elemento moral, en la medida en que las condiciones sociales, económicas e
institucionales lo conviertan en una alternativa atractiva. Esta visión de la corrupción
como una actividad socialmente improductiva generada por diferentes fallos
institucionales ha sido la más aplicada en la economía, como lo refleja el tratamiento
de la cuestión a través de los modelos de rent-seeking y principal-agente, donde el
motor de la corrupción es la existencia de incentivos para que algunos agentes se
desvíen del comportamiento económicamente deseable.
La definición de corrupción puede variar según las distintas sociedades ya que en
cada una varían las visiones morales, políticas y administrativas sobre que prácticas
son corruptas. A pesar de esto la corrupción es mayormente aceptada como el mal
uso del poder público para beneficio personal. Cuando las decisiones que toman los
políticos o funcionarios públicos son basadas en el beneficio personal más que en el
interés público, ahí tenemos corrupción (Jain, 2005).
Según Khan (1999), en cambio, la ambigüedad en el concepto de corrupción podría
derivarse no tanto de las diferencias entre las sociedades sino de que el significado
parece variar según en qué aspecto de la corrupción se haga foco. Así, señala que
hay cinco enfoques para definir la corrupción: i) basado en el interés público, ii) basado
en el mercado, iii) basado en las oficinas públicas, iv) basado en la opinión pública y v)
legal.
Partiendo de esta distinción, los analistas más interesados en estudiar el impacto de la
corrupción sobre la economía se centran básicamente en el segundo o tercer enfoque,
donde la corrupción sería vista como un desvío de los recursos públicos de su
asignación óptima como consecuencia de la interacción entre agentes públicos y
privados. Desde este punto de vista, se comprende porqué el rent-seeking, que en
términos morales y hasta legales puede no ser considerado un acto de corrupción, ha
sido uno de los conceptos predilectos en la literatura económica.
El problema de estas definiciones es que, como señala Matsheza (2007), no todo acto
de corrupción, al menos en términos de relevancia para la economía, surge del
accionar de un agente público, con lo que el analista no debería verse acotado por una
definición que hasta el momento no parece reflejar correctamente el fenómeno intuitivo
que se quiere medir, caracterizado por un agente violando las estructuras
institucionales y de mercado para obtener un beneficio privado a costa de terceros.
Por ello, han surgido varias definiciones de corrupción que intentan llegar a un
concepto más amplio. Transparencia Internacional (TI) utiliza una definición más global
que las mencionadas anteriormente: “el mal uso del poder delegado para ganancias
privadas”. En la misma línea Mauro (1995) distingue la corrupción pública y privada; la
primera la liga a aquellas prácticas ilegales que afectan la eficiencia del gobierno y la
segunda al crimen organizado o a los actos ilegales de los individuos. Desde este
punto de vista no sería una decisión apropiada separar la moralidad del sector privado
respecto de la del sector público, ya que las dos explican el conjunto.
4
El Diccionario de Inglés de Oxford define a la corrupción como “Perversión o destrucción de la
integridad en el manejo de los asuntos públicos por sobornos o favores”.
3
La acepción del Banco Mundial es más sencilla pero a la vez más inclusiva: la
corrupción es el abuso del poder para el beneficio económico privado, a veces no
necesariamente para el beneficio de uno mismo, sino para intereses partidarios,
familiares, o de clase. Esta definición incluye beneficios no monetarios, como
promesas de contratos laborales futuros a familiares, o “regalos” a cambio de ciertas
concesiones.
La corrupción básicamente se refleja en dos grandes formas. La administrativa o
chica, se refiere a actos en donde los funcionarios públicos extraen dinero, en forma
de soborno o robo directo, por realizar una tarea o decisión que les corresponde por su
cargo. La corrupción política o grande surge cuando los líderes políticos asignan
partidas presupuestarias o introducen legislación para facilitar proyectos en donde
ellos o sus íntimos asociados saldrán beneficiados. En este caso las ganancias de
esta elite corrupta toman la forma tanto de sobornos como de participaciones directas
en los proyectos beneficiados por sus decisiones.
Alternativamente, otros autores distinguen aquellos actos de corrupción que se
cometen “de acuerdo con las reglas”, de las acciones que se desarrollan “en contra de
las reglas” (Transparency International, 1996). En el primer caso un funcionario está
recibiendo un beneficio de parte de un particular por llevar a cabo algo que debe
hacer, según lo dispone la ley. En el segundo caso, se cometen actos de corrupción a
través de servicios que el funcionario tiene prohibido proporcionar.
No es casualidad la existencia de distintas definiciones sobre un mismo concepto. Las
leyes y normas sociales de cada sociedad son distintas e incluso dentro de un país
puede existir un gran desfasaje entre códigos sociales aceptados y leyes establecidas.
Es por ello que aparecen discrepancias entre cuales acciones entran en la esfera de la
corrupción y cuales no. Algunas actividades se sitúan sutilmente sobre los bordes de
las normas y definiciones: pagos que tienen que ver con actividades de lobby,
contribuciones a campañas o regalos, ofertas de trabajos pos jubilatorios en firmas
privadas a funcionarios o políticos asignados a regular esas mismas firmas; todas ellas
parecerían estar demasiado cerca de pagos ilegales o sobornos. Más aún, la
definición tiende a complicarse más si se acepta la posibilidad de que la corrupción
tenga efectos positivos a través de la flexibilización de normas ineficientes (Leff, 1964;
Huntington, 1968; Osterfeld, 1992).
Dadas las definiciones y clasificaciones arriba mencionadas se deriva una gran
cantidad de formas de corrupción: extorsión, evasión, fraude, tráfico de influencias,
desfalco, soborno, malversación de fondos y nepotismo. Las áreas mas afectadas por
la corrupción son los servicios públicos, las licitaciones y adquisiciones públicas, la
recaudación de ingresos fiscales (impuestos, aduanas), el nombramiento de
funcionarios y la administración de gobiernos locales. Esta variedad de formas genera
un dilema: las campañas que minimizan las oportunidades e incentivos hacia una
forma concreta de corrupción, inducen el crecimiento de otras debido a que los
corruptos rápidamente adaptan su comportamiento para minimizar el costo de
penalidades o presiones sociales.
La conclusión que deja la discusión en torno al concepto de corrupción parece ser que,
dada la gran variabilidad en términos de interpretación de lo que se quiere decir por
corrupción, el significado de ese concepto debe analizarse ciencia por ciencia y hasta
trabajo por trabajo, lo que implica una dificultad seria en tanto que la corrupción es un
fenómeno reconocidamente multidisciplinario. Una frase de Tanzi (1998) resume las
sensaciones predominantes en la literatura sobre la cuestión: “La corrupción ha sido
definida de muchas maneras diferentes, cada una incompleta en algún aspecto”.
4
2.2 Formas de Medición de la Corrupción
Con respecto a la primera cuestión, existe una amplia literatura sobre las virtudes y
defectos de las diferentes medidas de corrupción. Seldadyo y de Haan (2006)
describen en su trabajo los intentos de los analistas por medir la corrupción. Al
respecto, los autores destacan que las tres formas más habituales de medirla son; i)
índices de corrupción percibida por un grupo puntual de personas, ii) incidencia de las
actividades corruptas en la economía y iii) índices compuestos, que son aquellos
construido a partir de la combinación de varios índices, generalmente de percepción.
Sin embargo, ninguno de los tres enfoques se ha visto libre de críticas. En su revisión
de los métodos de medición, Golden y Picci (2005) enfatizan la debilidad de los
indicadores de corrupción basados en la percepción de especialistas, argumentando
que es muy difícil establecer que tan precisa es la información recavada y que,
además, la calidad del índice podría deteriorase con el tiempo en la medida en que el
índice se popularice y los especialistas consultados comiencen a ser influenciados a la
hora de dar su opinión. Una debilidad adicional que consideramos importante en estos
índices es la imposibilidad de garantizar la consistencia de los datos a lo largo del
tiempo. Dado su origen puramente subjetivo, es imposible garantizar que determinado
nivel de corrupción percibida en un momento sea equivalente al mismo nivel de
corrupción percibida, en otro momento.
Otra crítica recurrente a los índices de corrupción percibida es su poca confiabilidad
para el uso de regresiones cross country. Como argumentan Kaufmann y Kraay
(2002), es altamente probable que los especialistas consultados conozcan mejor
algunos países que otros, con lo que la corrupción percibida para los diferentes países
no sería estrictamente comparable.
Desde otro punto de vista, Dreher, Kotsogiannis y McCorriston (2004) enfatizan el
carácter ordinal de los índices basados en la corrupción percibida, lo que genera una
dificultad importante cuando se intenta vincular el nivel de corrupción con el
desempeño de alguna variable observable. Si bien la crítica de estos autores es válida
y merece ser tenida en cuenta a la hora de interpretar los resultados y trazar futuros
senderos de investigación, en nuestra opinión no invalida el uso de indicadores de
corrupción basados en la percepción, toda vez que no se intente extraer una relación
cuantitativa que vincule el nivel de corrupción con el deterioro de la variable observada
de interés.
Una defensa interesante de los índices basados en la corrupción percibida es aportada
por Urra (2007), quien señala que, en realidad la percepción de corrupción de parte de
agentes relevantes es importante incluso como indicador directo, por lo que vale la
pena trabajar con este tipo de indicadores. De todos modos, se suma a las
advertencias sobre el uso de este tipo de índices señalando que la diferencia entre la
corrupción percibida y la efectiva podría ser grande, con lo que es conveniente tomar
en consideración qué es lo que realmente mide el índice al extraer conclusiones de los
estudios empíricos.
Siguiendo la tipificación de Seldayo y de Haan, los índices basados en la incidencia de
las actividades corruptas en la economía han apuntado fundamentalmente a la
incidencia de la economía informal o “en negro”. El problema con los índices de este
tipo es que es válido siempre y cuando se acepte como válida una vinculación directa
y uno a uno entre nivel de corrupción e incidencia de la economía informal.
Claramente, el cumplimiento de estos requerimientos no es obvio y es además difícil
de contrastar, por lo que la utilización de este tipo de indicadores implica la asunción
de un riesgo relativamente alto, sobre todo a la hora de vincularlos con variables de
desempeño económico. Más aún, autores como Dreher, Kotsogiannis y McCorriston
consideran que la incidencia de la economía informal puede ser interpretada como una
consecuencia de la corrupción, por lo que se estaría implícitamente considerando a
una misma variable como causa y consecuencia de un fenómeno.
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Por el lado de los índices compuestos, la referencia son los trabajos de Kaufmann y
Kraay (Kaufmann y Kraay, 2002; Kaufmann, Kraay y Mastruzzi, 2008). En la séptima
edición de su trabajo “Governance Matters”, Kaufmann, Kraay y Mastruzzi (2008)
construyen un índice para 212 países a partir de 35 fuentes de datos provenientes de
32 organismos diferentes, abarcando con ellos diversos aspectos como estabilidad
política, eficiencia de la organización pública y calidad de los controles anticorrupción,
utilizando datos derivados de encuestas de percepción de expertos, empleados
públicos y civiles. Como los propios autores reconocen, aunque la precisión de este
índice ha venido creciendo y resulta un indicador útil, su confiabilidad aún no es plena
y los márgenes de error son lo suficientemente grandes como para que los resultados
obtenidos a partir de su utilización deban ser interpretados con mucho cuidado.
2.3 Determinantes de la Corrupción
El análisis de los determinantes de la corrupción ha sido encarado con enfoques muy
diversos. De hecho, podría señalarse que el único elemento que los vincula es el
enfoque multidisciplinario adoptado. En todos los casos, los autores han partido de la
complejidad de los elementos generadores de actitudes corruptas de parte de los
agentes, por lo que han enfatizado la necesidad de realizar un estudio de la cuestión
desde una perspectiva claramente multidisciplinaria.
La corrupción es un fenómeno que afecta todas las sociedades en diferentes grados y
en diferentes momentos, lo que es indicativo de la enorme diversidad de causas que
ese fenómeno podría tener. Por ello mismo, los determinantes propuestos han sido
muchos, aunque podrían clasificarse en tres grandes grupos; i) estructurales, que
incluyen a los factores histórico-culturales y al nivel de desarrollo económico; ii)
institucionales, donde principalmente se observa el nivel y calidad democrática a partir
de cuestiones tales como los niveles de participación civil, la libertad de prensa, la
independencia del sistema judicial, la centralización del poder y el cumplimiento de las
leyes y iii) económicas, que estudian a nivel individual los incentivos que surgen a
partir de las regulaciones estatales. A pesar de la clasificación todos estos factores
están íntimamente relacionados, como veremos a continuación. Estos potenciales
determinantes de la corrupción han sido indagados desde una perspectiva teórica
(Ahlin, 2001; Granovetter, 2004; Seldadyo y de Haan, 2005 y 2006; Bruegger 2005),
empírica (Serra, 2004; Dreher, Kotsogiannis y McCorriston, 2005; Mocan, 2004) o
mixta.
Los factores económicos parten de la necesidad de delegación de poder para una
eficiente administración. Es necesario en la administración pública delegar a ciertas
personas tareas específicas, incluyendo el poder de distribuir los recursos. Como en
las sociedades complejas el conocimiento y la información están distribuidos
asimétricamente (Kunz y Pfaff, 2002), el agente obtiene cierta autonomía sobre la
utilización de los recursos. Como los controles y monitoreos no son totalmente
eficientes, el poder discrecional genera un espacio potencial de opacidad (Reyes
Calderón Cuadrado y Álvarez Arce, 2007). Es en estos espacios donde florece la
corrupción.
Un análisis muy utilizado para explicar la corrupción es el del costo-beneficio que se
formaliza principalmente en los modelos de Agente-Principal. El costo es una
combinación entre el riesgo de ser capturado y la severidad del castigo. Aquí
adquieren particular relevancia las instituciones públicas en la forma en que controla el
comportamiento de los funcionarios y sanciona a los corruptos. Los potenciales
beneficios aumentan con el tamaño del estado y el nivel de intervención estatal. Tanzi
(1998) hace una detallada descripción de los modos en los que la sobre regulación
produce espacios para la corrupción. Mauro (1995) por otro lado muestra
empíricamente la asociación de la corrupción con altos niveles de tramitación
burocrática e ineficiencia de los sistemas legales.
6
Centrándonos en la perspectiva del costo (riesgo de control-castigo), el punto de
importancia es si las leyes son ineficientes o si la ineficiencia está en los que las deben
hacer cumplir. La corrupción puede ser interpretada como una falla en la estructura
institucional de la sociedad. Si esta fuese efectiva, los actos de corrupción serían
detectados y sancionados como regla general, y a la vez, las normas rápidamente
serían adaptadas para inhibir los actos de corrupción. La corrupción expone al agente
al sistema penal legal (Jonson, Breach y Friedman; 1998) y a la sanción social. Con
respecto al primero un sistema judicial altamente ineficiente puede ser considerado
como un incentivo a los actos de corrupción. Treisman (2000) analiza la influencia del
legado colonial transmitido por las potencias a sus colonias: Las ex colonias británicas
tendrían funcionarios públicos más honestos gracias a la influencia de la burocracia
británica. En estos sistemas, existe un mayor énfasis en los aspectos de
procedimiento de la ley, que promueve la capacidad de subordinados y jueces de
desafiar las jerarquías. También se analiza la estructura gubernamental y su tamaño.
El argumento central es que a mayor tamaño de una sociedad o de una agencia
gubernamental, existe mayor dificultad para controlar debido a las fallas de
coordinación ocasionadas por las grandes unidades que sostienen múltiples niveles de
gobierno. En relación a las sanciones sociales, entrarían en juego factores socioculturales como la tradición religiosa5 (Treisman, 2000; La Porta, López de Silanes,
Shleifer y Vishny, 1997), el individualismo o colectivismo (Husted, 1999) o el grado de
estrechez de los vínculos familiares en una sociedad (Bardhan, 1997; La Porta, López
de Silanes, Shleifer y Vishny, 1998; Mauro, 1996; Tanzi, 1994).
Desde la perspectiva de los “beneficios” de la corrupción se analiza, primero las
políticas económicas tomadas por el Estado que facilitan la extracción de rentas por
parte de los burócratas (Ades y Di Tella, 1999; Mauro, 1996; Svensson, 2003 y Tanzi,
1998 y 2002). Por ejemplo, las barreras comerciales, incrementan la oportunidad de
ganancias adicionales. Por un lado, si determinados bienes importables están sujetos
a restricciones cuantitativas, la necesaria licencia de importación adquiere altos
valores y los importadores van a considerar el soborno a oficiales que controlan el
área correspondiente. Por otro lado, la protección de industrias nacionales mediante
los aranceles de importación fomenta un semi-monopolio para la industria local. Los
industriales nacionales suelen hacer lobby para establecer y mantener altas tarifas.
Distintos estudios analizan si la apertura económica está asociada a niveles menores
de corrupción (Treisman, 2002; Svensson 2005). Los subsidios, los controles de
precios y los tipos de cambio diferenciales son otros espacios donde las firmas buscan
obtener rentas por medio de actos de corrupción. Por último aparecen los recursos
naturales, que al ser fuente de altas rentas para aquellos que obtengan los derechos
de explotación, generan disputas por el control de los mismos (Leite y Weidmann,
1999).
Otra perspectiva más estructural enfatiza la importancia del nivel de desarrollo
económico. Esta visión señala que el crecimiento del capital humano es lo que
desarrolla las instituciones (Lipset, 1960; Shleifer y Vishny, 1994). Weber (1968)
argumentaba que “el desarrollo económico era condición necesaria para la aparición
de una burocracia racionalmente organizada y legalmente conducida que exhibiera
poca corrupción”. Por ejemplo, una buena educación es necesaria para que las cortes
judiciales y otras instituciones formales operen eficientemente, y los abusos de poder
van a ser más resistidos con electorados mayoritariamente alfabetizados. Estas
teorías sugieren mirar al ingreso per capita y la educación como causas de la
corrupción.
La fraccionalización étnica de una sociedad ha sido estudiada también como posible
causa. Los funcionarios públicos y los políticos explotarían sus posiciones para
favorecer a miembros de su propio grupo étnico (Mauro, 1995). La ideología parece no
5
La religión protestante, siendo relativamente menos jerárquica en comparación con otras iglesias y
religiones, sería menos propensa a tolerar abusos de poder.
7
tener un rol importante en la explicación de la corrupción. Kaufmann (1998) divide
entre regimenes “izquierdistas” y “no izquierdistas” y obtuvo una correlación con la
corrupción de valor nulo. Por último, se desestima una hipótesis muchas veces
formulada, La Porta, López de Silanes, Shleifer y Vishny (1998) y Treisman (2000) no
encontraron evidencia econométrica que verifique la relación entre los bajos salarios
de los funcionarios públicos con el nivel de corrupción.
Con respecto a la discusión en torno a los determinantes de la corrupción, vale
destacarse la diferencia entre los resultados encontrados por Seldadyo y de Haan
(2005) y Serra (2004). Mientras en el primer trabajo se encuentra como significativas
alrededor de 20 variables, Serra concluye que sólo cinco variables están robustamente
relacionadas con la corrupción: el ingreso, la preservación de la democracia, el
predominio de la religión protestante, la estabilidad política y la metrópolis de la que
cada país fue colonia. Esto reflejaría una gran sensibilidad de la significatividad de las
variables a la metodología de testeo, la muestra y el período considerados.
Otros autores han llamado la atención sobre la necesidad de que la corrupción no sea
explicada sólo a partir de características agregadas, sino a partir de las características
individuales. Por ejemplo, a partir de una estudio basado en microdatos para 54.209
individuos de 29 países, Mocan (2004) enfatiza la relevancia tanto de las
características de los países como de los individuos. El enfoque difiere del resto de los
trabajos no sólo en la utilización de microdatos, sino que la variable independiente es
la probabilidad de que a un individuo le sea pedido un pago ilegal. Entre otras
variables relevantes, Mocan destaca la nacionalidad, el sexo y el nivel de instrucción.
Más allá del análisis puntual de los resultados aportados por la literatura hasta el
momento, lo que no es el principal objetivo de este trabajo, una conclusión evidente
que puede extraerse de la literatura publicada hasta el momento sobre la cuestión es
la gran sensibilidad de los resultados obtenidos –tanto en términos de significatividad
como en el signo de la incidencia- de los determinantes propuestos y de los niveles de
corrupción. Este hecho constituye un llamado de atención importante a la hora de
realizar e interpretar análisis empíricos de los determinantes de la corrupción, en la
medida en que esos resultados podrían estar fuertemente vinculados a las
características del estudio antes que a la relación de fondo entre las variables
estudiadas.
2.3.1 El sistema político como determinante de la corrupción
Un tema especialmente estudiado por la literatura de los determinantes de la
corrupción ha sido la incidencia del régimen político en que la sociedad se
desenvuelve. De acuerdo a la mayor parte de la literatura, los países democráticos
estarían sujetos a una menor incidencia de la corrupción que los no-democráticos,
debido a que la prensa libre, la libertad de expresión y la protección de las libertades
civiles en general permiten una mayor transparencia (Treisman, 2000), haciendo a los
políticos corruptos más visibles y controlables. Generalmente se ha mostrado que los
sistemas democráticos estables tienen un menor riesgo de corrupción que las
dictaduras o las democracias inestables (Sung, 2004; Sandholtz and Koetzle, 2000;
Goldsmith, 1999). Otros elementos como derechos políticos (Ades y Di Tella, 1997),
prensa libre (Brunetti y Weder, 2003), altos niveles de monitoreo civil (Kaufmann et al.,
1997), entre otros, aparecen como contribuyendo al éxito democrático y por tanto al
control de la corrupción.
Sin embargo como señala Rose-Ackerman (2001), entre otros autores, el régimen
democrático no garantiza una baja corrupción, ya que la necesidad de fondos para
campañas electorales promueve el abuso de poder.
Además la información
incompleta y costosa sobre los candidatos, especialmente en países en desarrollo
donde el analfabetismo es alto y el acceso a la información es pobre, permiten que la
población siga votando a los políticos corruptos que ya están en el poder. Existe cierta
ambigüedad con respecto a si un proceso de democratización lleva a reducir la
8
corrupción. Por ejemplo, la democratización conlleva la legislación de nuevas leyes y
de una nueva constitución y esto puede crear mayores oportunidades para la
corrupción, teniendo en cuenta que atrás de una ley siempre hay un interés, o más
bien, varios.
Podemos encontrar en el modelo de Shleifer y Vishny (1993) sobre la
descentralización de la provisión de servicios públicos, una referencia a este punto.
Este da evidencia a las observaciones de Huntington (1968) quien observa que los
pasajes de regimenes autocráticos a gobiernos más democráticos fueron
acompañados de incrementos en la corrupción. Esto se atribuye a la debilidad de las
instituciones recientes y de los gobiernos centrales. Con el surgimiento de múltiples
agencias gubernamentales aumenta el nivel de corrupción y se reduce el empleo
eficiente de los recursos.
La liberalización económica puede crear oportunidades de corrupción, no solo a través
de la reducción de tarifas, sino también vía el traspaso de empresas estatales a manos
privadas. Sin embargo, varios estudios de corte transversal encuentran una
correlación positiva entre la corrupción, y una activa política industrial y un bajo nivel
de apertura (Wei, 2000; Ades y Di Tella, 1997, 1999). La liberalización aumentaría la
competencia, disminuyendo las rentas y las posibilidades de corrupción.
Frente a esta disyuntiva, Tavares Samia (2005) analiza lo ocurrido en un gran número
de países que realizaron reformas políticas (democratización) y/o reformas
económicas (liberalización) entre 1984 y 2001. Sus resultados indican que llevar a
cabo las dos reformas en sucesión rápida (menos de cinco años de diferencia entre
cada una) parece reducir la corrupción. Por el contrario los países que han liberalizado
sus economías más de cinco años después de la democratización han tenido un
incremento sustancial de esta. También es relevante que países cerrados que llevan a
cabo la reforma política experimentan una caída en la corrupción, cuando en todos los
demás casos en donde solo se realiza una de las dos reformas, el efecto es
insignificante. La cuestión del timing parecería ser relevante y también el hecho de
que la sola liberalización económica o aumenta la corrupción o no produce
significativos efectos en ella.
La concentración del poder como fuente de la corrupción ha sido un tema muy
estudiado en la Ciencia Política. Por ejemplo, el pensamiento contractualista se hizo
eco de este tema al proponer que la mejor forma de evitar el abuso de poder era
fraccionándolo y buscando el control recíproco de las partes. En el pensamiento
pluralista, como tributario de la corriente precedente, se observa también que un cierto
fraccionamiento social es positivo para el sistema, si las partes compiten entre sí. El
supuesto sería que hay un molde democrático por fuera del cual es imposible
competir. Según Tiihonen (2003), unas de las razones de la baja corrupción que se
constata en Finlandia es justamente la estructura colectiva y colegiada de decisión que
tiene el país. El autor pondera a las formas colegiadas como difíciles de corromper
cuando la mayoría de sus miembros están convencidos de ciertos valores éticos.
En la misma tradición, considerando el desequilibrio de poder de tipo unitario o federal
como otra posible causa política de corrupción, algunos autores afirman que un Estado
de tipo federal contribuye a la creación de un gobierno más honesto y eficiente, a
través de la competencia de las distintas provincias y jurisdicciones (Weingast, 1995).
Por otro lado, Lederman, Loayza y Soares (2001) sugieren que la descentralización
política que consiste en dar más autonomía a las regiones de modo que puedan
legislar en ámbitos cuya jurisdicción era del gobierno central, aumenta la corrupción.
En nuestra opinión, el impacto de la democracia en la corrupción es complejo. Solo los
países con altos niveles de democracia o sistemas electorales con alto nivel de
participación, parecen capaces de disminuir la corrupción. Niveles medios de
democracia aparentemente pueden incrementar la corrupción y el efecto en países
recientemente democratizados parecería actuar en el largo plazo. Por otro lado sigue
irresuelta la controversia sobre la centralización del poder. Con respecto a la
9
liberalización económica, hay bastante evidencia que indica, primero, que no
necesariamente disminuye la corrupción y segundo, que podría incluso aumentarla.
2.4 Consecuencias de la corrupción
El cuarto tema que ha despertado el interés de los investigadores es el conjunto de
consecuencias de la corrupción. El enfoque multidisciplinario con que se ha tratado a
la corrupción se ve reflejado en este punto también, ya que las consecuencias
enumeradas por los autores que estudiaron el tema exceden el ámbito de la
economía. En esta sección omitiremos adrede el análisis del impacto de la corrupción
sobre el crecimiento y desarrollo económico, puesto que este será el tema de interés
en la próxima sección.
Uno de los puntos centrales que ha destacado la literatura es el impacto disruptivo que
la corrupción tiene sobre la cohesión social. Autores como Evans, Kargbo (2006), Mynt
(2000) y Schenone y Gregg (2003) han enfatizado que la existencia de la corrupción
en las sociedades tiende a generar serios problemas de identificación de los individuos
con la sociedad que integran, producto que no son recompensados de acuerdo a su
aporte sino a su participación en las redes de corrupción. Adicionalmente, estos
autores advierten que este tipo de situaciones tienden a generar un efecto
desincentivo en términos de participación política de los ciudadanos más perjudicados
por la corrupción, por lo que las necesarias reformas políticas se dilatan y los grupos
corruptos tienden a perpetuarse en el poder (Matsheza, 2007).
Una de las consecuencias más importantes y evidentes de este incremento de la
marginalidad y de sentido de enajenación para con la sociedad se vería verificada en
el aumento de los índices de robos, homicidios y tráfico humano (Azfar, 2004; Azfar y
Gurgur, 2004; Azfar y Lee, 2003).
En particular, los trabajos que analizan el impacto sociológico de la corrupción llaman
la atención sobre las características fuertemente discriminatorias de la corrupción, ya
que los individuos más pobres y por ende con menos fondos para participar de las
redes de corrupción se ven privados de bienes y servicios públicos a los que tienen
acceso por derecho, como destaca Tanzi (1998).
Otro impacto destacado por la literatura es el clima de incertidumbre generado por la
corrupción. Schenone y Gregg (2003) destacan por ejemplo que la falta de información
de los potenciales empresarios acerca del volumen de pagos ilegales que les serán
exigidos para realizar una inversión planeada genera un efecto desincentivo
importante que podría llegar incluso a frustrar proyectos económicamente rentables.
Una idea similar plantea Tanzi (1998), aunque desde otro punto de vista; la corrupción
podría operar de hecho como una barrera a la entrada de nuevas empresas a algunos
mercados, generando que las empresas que ya integran la red de corrupción logren
poder de mercado generando de esa manera una fuente de ineficiencia en la
economía que se refleja, entre otras cosas, en mayores precios y menor calidad de los
productos (Kargbo, 2006; Habib y Zurawicki, 2002). En la misma línea, Tanzi y
Davoodi (1997) afirman que la firma que paga una coima rara vez sale perjudicada, ya
que es bastante simple recuperar ese costo; o puede incluirla en el costo o bien puede
reducir sus gastos en el proyecto a través de mermas en la calidad de la obra y de los
materiales utilizados. El que terminaría pagando los costos sería el contribuyente que
termina con proyectos más costosos, más grandes de los necesarios o de menor
calidad.
Otra forma en que este fenómeno se manifestaría es en el caso de las empresas
reguladas, como las proveedoras de servicios públicos privatizadas. En estos casos,
las empresas tendrían fuertes incentivos a sobornar a los empleados públicos para
manipular las regulaciones o, al menos, evitar ser castigadas por su incumplimiento,
en un fenómeno conocido como “captura del Estado”.
En contraposición con esta teoría Hellman, Jones y Kaufmann (2002) señalan que si
bien la captura del regulador permite a la firma beneficiarse en el corto plazo, esto no
10
se sostiene en el largo. Los costos sociales de operar en un mercado donde el
regulador es capturable son altos, crecientes en el tiempo y regresivos, ya que las
firmas menos eficientes son las que tienen más incentivos para capturar al regulador.
Un punto muy estudiando ha sido el impacto de la corrupción sobre las cuentas
públicas. Por el lado del gasto público, en buena parte de los trabajos sobre la
cuestión (Evans, N/D; Mauro, 1998) se destaca que la corrupción genera fuertes
incentivos a la alteración de su composición, desde una doble perspectiva; en primer
lugar, para favorecer a los privados implicados en la corrupción y, en segundo lugar,
por la intención de los propios empleados públicos de destinar mayores fondos a
actividades en las que sea más fácil apropiarse de parte de ellos. Varios autores
(Gupta, Davoodi y Alonso-Terme, 2002; y Tanzi y Davoodi, 1997) han señalado que
los gobiernos corruptos destinan una menor proporción del presupuesto nacional al
gasto en educación y salud en sociedades con mayor corrupción. Mauro (1996)
atribuye dicha relación al hecho de que la educación y la salud no involucran
normalmente grandes proyectos de inversión pública de donde se puedan extraer
rentas significativas. Además estos proyectos se llevan a cabo generalmente con un
solo contratista y adhieren eficazmente a la necesidad de secreto que la ilegalidad de
la corrupción requiere. Esto ayudaría a comprender porque los países en desarrollo
gastarían sus limitados recursos en proyectos de infraestructura y defensa, donde las
oportunidades de corrupción son abundantes y los riesgos menores, más que en
educación y salud, donde las oportunidades son muy limitadas y los riesgos mayores.
Este fuerte impacto negativo del sesgo del gasto sobre las condiciones de vida es
reflejado por los trabajos empíricos, en los que se muestra que las tasas de deserción
escolar están significativamente correlacionadas con los niveles de corrupción (Gupta,
Davoodi y Tiongson, 2001). Según los estudios de Mauro (1996) un país que mejora
su índice de corrupción desplazándose de 6 a 8 (escala de 1 al 10), incrementaría su
gasto en educación en medio punto porcentual como porcentaje del PBI. Por otro lado,
países con mayor corrupción poseen una mayor tasa de mortalidad infantil lo cual
refleja la precariedad de los servicios de salud pública. Gupta, Davoodi y Tiongson
(2002) estimaron –controlando por el PBI– que la mortalidad infantil es mayor en cerca
de un tercio en países con mayor corrupción.
Por el lado de los ingresos, Gupta, Davoodi y Alonso-Terme (2002) sostienen que en
presencia de altos niveles de corrupción, la recaudación tributaria es menor puesto
que la corrupción genera un clima más propenso a la evasión impositiva, ya que el
costo del evasor al ser descubierto sería menor en la medida de que pueda sobornar
al agente público encargado de denunciarlo o sancionarlo. De esta forma, la cantidad
de contribuyentes disminuye motivando una mayor evasión tributaria. Chand y Moene
(1997) muestran que en el caso de Ghana luego de aplicar una serie de políticas
anticorrupción y estableciendo un sistema de incentivos en la administración tributaria,
el nivel de presión tributaria aumentó de 15% en 1976 a 23,4% en 1994.
Siguiendo la línea del impacto de la corrupción sobre el desempeño del Gobierno,
Tanzi (1998), Matsheza (2007), Kargbo (2006), Bardahn (1997), Mynt (2000), Chand y
Moene (1997), entre otros, destacan que la corrupción genera dos efectos adversos:
por un lado, da a los empleados públicos los incentivos para tornar más ineficiente el
proceso burocrático con el fin de conseguir rentas personales a cambio de agilizarlo.
Por otro lado, los compromisos asumidos por el Gobierno a través de los múltiples
actos de corrupción limitan fuertemente su capacidad para diseñar las políticas más
apropiadas, generando una pérdida de credibilidad que alimenta aún más los efectos
desincentivo mencionados anteriormente.
Como consecuencia de esto, la corrupción generaría un deterioro en la prestación de
los servicios públicos, con el consecuente impacto negativo sobre los tramos más
pobres de la sociedad, fuertemente dependientes de éstos. Una visión complementaria
es aportada por Schenone y Gregg (2003), quienes llaman la atención sobre el
fenómeno del “perverse patronage”, caracterizado por un funcionario público que
obtiene la mayor parte de sus ingresos del sector privado y que por tanto tiene fuertes
11
incentivos para beneficiar a sus contribuyentes, generando incluso que determinadas
actividades sean artificialmente rentables. Este concepto se encuentra íntimamente
ligado al de “captura del Estado”.
Otro aspecto importante que ha captado la atención en los estudios sobre el impacto
de la corrupción ha sido su efecto distributivo, al generar una mayor concentración de
la riqueza (Mynt; 2000), ya que aquellos que cuentan con los recursos necesarios
como para participar de las redes de corrupción son también quienes se benefician de
ella, generando una creciente desigualdad distributiva. En línea con el impacto sobre
el desempeño del Gobierno, Hindriks, Keen y Muthoo (1999) plantean que la
corrupción genera efectos regresivos sobre el esquema tributario. La población de
mayores ingresos es quien gana más al evadir impuestos, debido a que una mayor
cantidad de sus ingresos y de su riqueza están sujetos a la imposición. Por tanto la
corrupción induciría a mayores niveles de desigualdad. Gupta, Davoodi y AlonsoTerme (2002) encuentran una correlación positiva entre ambas variables.
Al-Marhubi (2000) postula en su trabajo una asociación positiva entre corrupción e
inflación, lo cuál generaría una dificultad extra en la lucha contra la pobreza por la
caída de los ingresos reales de los asalariados que ésta implica, generando un
incremento de los niveles de desigualdad y pobreza. Sin embargo, este punto aún es
algo ambiguo, ya que Braun y Di Tella advierten que la causalidad es la opuesta: la
inflación supone variaciones de precios que hacen más difícil el monitoreo de los
funcionarios y permiten la expansión de la corrupción.
Por el lado de la inversión extranjera directa, se destaca que si los negocios se
obtienen por conexiones, se desincentiva la entrada de potenciales empresarios y en
particular de empresarios extranjeros. Se discrimina contra estos últimos debido a que
tratar con funcionarios corruptos requiere cierta familiaridad, un talento en donde las
empresas nacionales poseen una gran ventaja. Los inversores locales tienen la
ventaja del monitoreo local de los funcionarios públicos y de la explotación de la
confianza que le dan sus relaciones locales (Habib y Zurawicki, 2002).
Además de la desventaja relativa de los inversores extranjeros, la incertidumbre que
genera la corrupción la convierte en un escollo todavía más alto. La falta de
transparencia, la impredictibilidad y la falta de enforcement generan un alto grado de
incertidumbre para el inversor. Esto implica que no solo el nivel de corrupción, sino
también el grado de incertidumbre sobre ella podrían ser relevantes para el desaliento
a la inversión extranjera. Shang-Jin Wei (1997) realiza el primer intento en cuantificar
dicha incertidumbre, tomando una muestra de respuestas individuales sobre el ranking
de corrupción, extraídas de una encuesta realizada para el Reporte de Competitividad
Global del WEF y constata que el efecto negativo de la corrupción en la inversión
extranjera corresponde mayoritariamente a la incertidumbre sobre la corrupción más
que al nivel mismo. En una muestra de 39 países organizada por el Banco Mundial en
1997, se concluyó que los países con corrupción más predecible y menos oportunista
tenían mayores tasas de inversión.
Los efectos ambientales son investigados por Welsch (2004) en un estudio de corte
transversal de 100 países. El autor sugiere que la corrupción aumenta la polución
debido a la reducción de le eficiencia en la regulación ambiental y del impacto indirecto
a través de la caída del producto. Smith, Muir, Walpole, Balmford y Leader-Williams
(2003) investigan el impacto en la biodiversidad, y argumentan que la corrupción limita
el éxito de las políticas de conservación. Sala-i-Martin y Subramanian (2003)
consideran que en sociedades con mayor corrupción, los recursos naturales suelen
reducir el crecimiento económico pues alientan la pérdida de recursos en las disputas
por hacerse del control de los mismos.
Aunque todos estos temas han recibido mucha atención en la bibliografía y constituyen
en sí líneas de investigación, la pérdida en términos de crecimiento y desarrollo
económico generada por la corrupción ha dominado la literatura referida a sus costos,
por lo que la mayor parte de este trabajo se concentrará en ese aspecto particular.
12
3. La vinculación entre la corrupción y el crecimiento y
desarrollo económico
Pese a las múltiples consecuencias de la corrupción evaluadas en la sección anterior,
el principal punto de interés en este trabajo es la vinculación entre los niveles de
corrupción y el crecimiento y desarrollo económico de los países.
A fines de dotar a esta sección con tanta claridad expositiva como sea posible, se
dividirá el análisis en sus costados formal y empírico. Está claro, sin embargo, que
buena parte de la literatura ha intentado, con mayor o menor énfasis, tender un puente
entre el razonamiento intuitivo, la exposición formal y la evidencia empírica, por lo que
ambos aspectos estarán fuertemente ligados.
3.1 Tratamiento formal
La vinculación entre la corrupción y el desempeño económico –especialmente el
crecimiento y desarrollo, cuestiones de especial interés en este trabajo- ha sido
estudiada en su costado teórico desde varios puntos de vista y a través de diversos
enfoques, más o menos rigurosos en términos de formalidad y más o menos
satisfactorios para explicar los conocimientos intuitivos y la evidencia empírica.
Sin embargo, podemos encontrar básicamente dos escuelas en el marco de las cuáles
se ha desarrollado la teoría de la vinculación corrupción-crecimiento económico. Por
un lado, algunos autores han estudiado la cuestión a través del rent-seeking,
entendida como la búsqueda de beneficio de parte de agentes privados a través de la
interacción con los agentes públicos. En esta visión, entonces, el hecho corrupto parte
fundamentalmente de la iniciativa del agente privado –típicamente, el empresario- que
encuentra en la vinculación con el Estado la posibilidad de obtener una ganancia
mayor a la que le reporta la ejecución de su actividad productiva. Esto haría que los
individuos “talentosos” de la sociedad dediquen su tiempo, antes que a actividades
productivas, a obtener rentas del Gobierno. Esta visión tuvo gran popularidad desde
mediados de los años ’70, de la mano de autores como Krueger (1974) o Wraith y
Simpkins (1963), quienes intentaban aportar desde esta óptica una crítica adicional a
las políticas Estado-interventoras desarrolladas en América Latina y otras regiones
desde los años ’30.
Una segunda visión de la cuestión, igualmente antigua, comenzó a retomar fuerza en
la década de los ’90. Esta segunda visión o marco de interpretación, conocida como
principal-agente, parte de la existencia de un principal –el Gobierno- y un agente –el
empleado público- donde este último cuenta con la posibilidad de obtener un lucro
ilegítimo a través de la provisión al sector privado de bienes producidos por el sector
público. Para el resurgimiento de esta visión fue fundamental, a nuestro criterio, el
trabajo de Shleifer y Vishny (1993), quienes realizan su análisis, como señalan
explícitamente, asumiendo como válido el marco principal-agente. Veremos que esta
aceptación del marco del principal-agente, con cierta flexibilización de la definición
dada algunas líneas más arriba, fue común a la mayor parte de la literatura generada
desde entonces acerca de la vinculación corrupción-crecimiento económico,
confirmando el carácter seminal de aquel trabajo. Shleifer y Vishny fueron también
actores centrales en el desarrollo del análisis a través de la óptica del rent-seeking.
Nuestra intención es, en los siguientes párrafos, presentar algunos modelos modernos
que consideramos valiosos para el entendimiento de la vinculación corrupcióncrecimiento económico, intentando mantener en la medida de lo posible la tipificación
esbozada previamente. Dada la proliferación de la literatura de corrupción en los
últimos años, expondremos solamente algunos modelos que consideramos
representativos de las diversas líneas de investigación, y dejamos la eventual
profundización para el lector interesado.
13
A fin de facilitar la lectura, dividiremos la exposición de los modelos utilizados en tres
subsecciones: modelos de rent-seeking, modelos de principal-agente y otros.
3.1.1 Rent Seeking
Los modelos de rent-seeking, como comentamos previamente, se basan
fundamentalmente en los incentivos que pueden llegar a enfrentar los individuos para
destinar recursos a la extracción de rentas a través de la interacción con el Estado, en
lugar de la utilización de los recursos en algún proceso productivo. En este sentido, los
modelos que trabajan con este esquema tienen en común su planteo de la distribución
de los factores de la producción entre actividades productivas y no productivas, y
como eso determina la evolución del nivel de producción y de los incentivos
económicos.
Un primer modelo que queremos destacar dentro de la visión del rent-seekng es el de
Mauro (2002), quien desarrolla un modelo en que los agentes privados optan entre
producir y dedicarse al rent-seeking dependiendo de la ganancia que puedan obtener
con cada una de esas actividades, y con la particularidad de que el atractivo del rentseeking crece en la medida en que la proporción de agentes dedicados a esa actividad
aumenta.
Siguiendo a Barro (1990), la idea del modelo es que la economía opera con una
Y j = K 1j−α ⎡⎣G (1 − S φ ( S ) ) L j ⎤⎦
función de producción de la forma
, donde el término
S φ ( S ) es la porción de gasto público desviada por los agentes en propio interés
α
(siendo S el nivel agregado de rent-seeking), K el stock de capital, L el stock de
trabajo, G el gasto público e Y el output de esta función de producción. Un detalle
técnico adicional es que el gasto público juega en esta función de producción como
labor augmenting (Stiglitz y Uzawa, 1969).
Dada esta función de producción, puede llegarse a que la tasa de crecimiento de la
economía, la tasa de interés y los salarios dependen negativamente de S , el número
de agentes privados dedicados al rent-seking. La implicancia de esto es que, cuantas
más personas se dediquen a extraer rentas del Estado, menos beneficioso será
destinar los recursos a las actividades productivas, porque menor será su
remuneración (salario y capital).
De esta manera, el hecho de que la remuneración a los factores dependa
negativamente de S es lo que genera que el modelo de Mauro tenga dos equilibrios.
Uno de los equilibrios, el “bueno”, estará caracterizado por un nivel de corrupción bajo,
lo que significa que la mayor parte del gasto público se destina a la función de
producción. Como consecuencia, la productividad marginal de los factores será
elevada y los incentivos a dirigirlos a la producción serán fuertes, con lo que el nivel de
producción será también alto. Por lo tanto, en este modelo, un S bajo genera
incentivos a que se mantenga bajo.
Por el contrario, existe un equilibrio malo, caracterizado por un S alto. En contraste
con el caso anterior, un S alto implica un fuerte desvío del gasto público hacia fuera
de actividades productivas, generando incentivos negativos producto de los salarios y
la tasa de interés bajos. Como consecuencia, un S alto tiende a mantenerse elevado
y en un contexto de baja producción y crecimiento.
Un punto que nos parece interesante del modelo de Mauro es que racionaliza el rentseeking, a la vez que relativiza la visión a nuestro criterio simplista de Krueger (1974)
del Gobierno ineficiente como generador de la corrupción. En este modelo,
efectivamente, el Gobierno presenta un fallo al no poder evitar el desvío de sus
recursos, pero el principal problema está en los incentivos económicos que enfrentan
los agentes privados de la economía. Otro elemento importante en el modelo es que
14
se logra articular un marco teórico discutible pero consistente y relativamente aceptado
como válido en la literatura con algunos de los principales hechos estilizados en torno
a la relación corrupción-desempeño económico; la existencia de equilibrios múltiples
(que incluyen equilibrios buenos con poca corrupción y elevado crecimiento y
equilibrios malos con las características opuestas) y la correlación negativa entre
corrupción y crecimiento.
El modelo, sin embargo, tiene algunos puntos débiles, probablemente producto de la
intención de Mauro de presentar un modelo simple y por su especial interés en
generar equilibrios múltiples. En particular, el autor omite la posibilidad de que la
corrupción genere una asignación ineficiente de recursos más allá, del mencionado
sesgo entre la elección de los agentes entre dedicarse a la producción o al rentseeking. No se contempla que, además de generar esa ineficiencia, la posibilidad de
obtener rentas del gasto público genere una redistribución del gasto hacia actividades
en que las actividades de rent-seeking tengan mayores posibilidades de lucro. Este
punto, veremos más adelante, ha sido importante en la literatura dedicada a estudiar el
impacto de la corrupción sobre el desempeño económico.
Una cuestión que se deriva directamente de la línea de razonamiento planteada por
Mauro en su modelo es que la corrupción no sólo genera costos importantes –en este
modelo, una reducción de la tasa de crecimiento del producto- sino que va en contra
de los propios intereses del Gobierno. Ante éste punto, una pregunta que el modelo de
Mauro no logra (ni intenta) responder es porqué el Estado es incapaz de neutralizar la
corrupción que le afecta.
Otro análisis muy interesante dentro de este marco es aportado por Murphy, Shleifer y
Vishny (1991), quienes desarrollan un modelo en que los individuos pueden optar por
desempeñar tres tipos de actividad: dirigir su propia empresa, dedicarse al rentseeking o trabajar como empleado en una firma.
De acuerdo al modelo de Murphy, Shleifer y Vishny, los individuos más talentosos
decidirán en cuál de las tres actividades desempeñarse de acuerdo al pago que
reciban en cada una de ellos. Los autores, puntualmente, suponen que los individuos
más talentosos o hábiles elegirán desempeñarse en aquel sector en que operen las
firmas de mayor tamaño, con el objetivo de captar los rendimientos crecientes de su
talento, y que es la utilización de ese talento la que genera el crecimiento de la
economía a través de su capacidad innovadora. El problema que se plantea en este
marco, se destaca, es que en muchos países el rent-seeking parece ser la actividad
más rentable, con lo que se resta talento al manejo de la producción, actividad
considerada como la fuente del crecimiento económico al ser la que impulsa el
progreso técnico.
Aunque muy simple, el modelo de Murphy, Shleifer y Vishny llega a poderosas
conclusiones, como que la debilidad institucional propiciará una menor actitud
emprendedora de la sociedad, con el consiguiente deterioro de la tasa de innovación y
de crecimiento económico.
Posteriormente Murphy, Shleifer y Vishny (1993) continuaron trabajando sobre el
enfoque anteriormente expuesto, enfatizando dos aspectos centrales de las
actividades de rent-seeking: i) sus rendimientos crecientes a escala, lo que hace que
una vez que una agente ha comenzado a desarrollar ese tipo de prácticas sea
beneficioso seguir haciéndolo, y cada vez a mayor escala y ii) el daño que le generan
a las actividades innovadoras.
Con respecto al primer punto, se destaca que los rendimientos crecientes vienen tanto
de la actividad en sí (por los costos hundidos necesarios para generar la red de
agentes que toda actividad de rent-seeking requiere y porque a medida que aumenta
la cantidad de participantes menor es la probabilidad de ser descubierto por la
relajación de los controles) como por la creciente asignación de recursos a esa
actividad. El punto es que, siguiendo la línea del trabajo anterior, se advierte que el
ingreso de personas talentosas a actividades de rent-seeking reduciría su participación
en las actividades productivas, reduciendo su eficiencia y por lo tanto su atractivo
15
relativo con respecto a las actividades de rent-seeking. Como resultado de ello, la
economía operaría en un contexto de equilibrios múltiples, donde el mayor peligro
sería que la economía caiga en un equilibrio malo caracterizado por una situación en
que la mayor parte de los agentes talentosos se desempeñara fuera de las actividades
productivas, con su consecuente impacto sobre el crecimiento económico6.
Con respecto al segundo punto (el daño a las actividades innovadoras), Murphy,
Shleifer y Vishny destacan especialmente el perjuicio generado por el rent-seeking por
la importancia del Estado para los innovadores bajo la forma de, por ejemplo,
patentes, permisos y cuotas de importación.
Gráfico 1
Retornos
A
B
Productores
Rent-Seekers
Proporción de agentes dedicados al Rent-Seeking
Murphy, Shleifer y Vishny (1993) muestran en el Gráfico cómo a medida que aumenta
la cantidad de personas dedicadas al rent-seeking, su atractivo relativo aumenta hasta
que a partir del punto A se torna más atractivo que la producción. Sin embargo, esa
situación no sería sostenible, como lo marca el cambio de tendencia del punto B, que
reflejaría que a partir de ese punto la caída de la producción sería tal que el rentseeking tendría crecientes dificultades para encontrar recursos con los que
sostenerse.
Kaufmann y Wei (1999) agregan una interpretación interesante, al señalar que, dado
que el rent-seeking genera ventajas para las empresas que logran practicarlo,
generaría un costo adicional para las empresas que quieran ingresar a un determinado
mercado, ya que no sólo deberían realizar la inversión necesaria para poner en
marcha el proceso productivo, sino que además deberían destinar recursos al rentseeking como para poder competir en igualdad de condiciones con las firmas ya
operantes, en un argumento muy similar al del daño a la competencia que habíamos
mencionado antes.
3.1.2 Principal-agente
Dentro del marco de principal-agente encontramos la mayor parte de la literatura
surgida a partir de los ’90. En general, la mayor parte de los modelos asumen cierta
dificultad del Estado para controlar el accionar de los empleados públicos, lo que
redunda en una asignación ineficiente del gasto público y, a través de determinados
canales, en una pérdida neta para la economía.
Más precisamente, los modelos de principal-agente asumen que el agente cuenta con
incentivos –fundamentalmente económicos- para desviarse de los intereses del
principal. Estos intereses se basarían en la capacidad de los agentes para obtener del
uso ilegal de los bienes o facultades públicas un ingreso superior al que percibirían por
desempeñar su trabajo honestamente. El problema es que si se asume
razonablemente que los recursos públicos tienen algún impacto positivo sobre la
6
Recordemos que Murphy, Shleifer y Vishny postulan que el crecimiento económico está generado por la
capacidad de gestión e innovación de los individuos más talentosos de la sociedad cuando estos aplican
sus talentos en el sector productivo.
16
producción o el crecimiento de la economía, la apropiación de estos recursos
implicaría un costo en términos de desempeño.
Uno de los tratamientos más reconocidos del tema dentro de este enfoque
corresponde a Shleifer y Vishny (1993), quienes partiendo de la definición de
corrupción como la venta, por parte de los funcionarios gubernamentales, de bienes
públicos para beneficio personal examinan como la red de corrupción se organiza,
teniendo en cuenta que en algunas economías es necesario sobornar a numerosos
burócratas para obtener lo que se desea mientras que en otras la persona que paga
un soborno se asegura obtener el bien público deseado sin necesidad de futuros
pagos adicionales. En este modelo el agente tiene la oportunidad de restringir la
cantidad vendida del bien público. Su objetivo es maximizar el nivel de sobornos que
recibe. Su Costo Marginal (CM) es igual al precio oficial del bien y su ingreso marginal
es la diferencia entre el precio efectivo cobrado (precio oficial + soborno) menos el
precio oficial; o sea, el ingreso marginal es el soborno percibido.
Como el agente privado, en muchos casos, requiere de varios bienes o servicios
públicos complementarios para realizar un negocio, debe pagar diversos sobornos a
las distintas agencias gubernamentales que actúan como monopolistas del bien
ofrecido por cada una de ellas. Se formaliza la situación considerando la oferta de dos
bienes públicos complementarios. Si existiría una única agencia que ofreciera los dos
bienes su condición de maximización sería:
IM1 + IM2 x (dx2/dx1) = CM1
Donde IM1 y IM2 denotan los ingresos marginales del bien 1 y 2 respectivamente y
CM1 es el costo marginal del bien 1. Como los dos bienes son complementarios
dx2/dx1 > 0; y por lo tanto, en el óptimo, IM1< CM1, la agencia monopolística única
mantiene el soborno relativamente bajo del bien 1 para expandir la demanda del bien 2
y aumentar las ganancias totales por soborno. La situación inversa se daría con el
precio del bien 2. Alternativamente si los 2 bienes fueran ofrecidos por distintas
agencias, cada una tomaría la demanda del otro bien como dada y maximizarían al
nivel de IMi = CMi. Así se establece un nivel más alto de soborno para los dos bienes,
que resulta en una menor cantidad de ventas totales del sector público (menores
ingresos fiscales) y aún de un menor nivel de sobornos cobrados.
Básicamente este modelo demuestra la sub-optimalidad que la expansión de la
corrupción, en todos los ámbitos de gobierno, genera. Principalmente la disminución
de la cantidad de bienes públicos vendidos debiera estar ligada inevitablemente a una
menor inversión y producto.
Un análisis interesante dentro de este marco es aportado por Lambsdorff (2001). En la
visión de este autor, si bien es cierto que la corrupción podría generar un incremento
de las posibilidades de producción7 de la economía al flexibilizar ciertas restricciones
sociales, generaría una pérdida social neta, ya que la ganancia del agente (el
empleado público corrupto, en la visión del Lambsdorff) no llegaría a compensar la
pérdida del principal (el Gobierno). La vinculación entre la corrupción y el menor
crecimiento/desarrollo económico sería a través de la asignación de los recursos
públicos entre los distintos posibles destinos, un punto que habíamos señalado como
deficitario en el modelo de Mauro. Un segundo elemento es que tiende a generar una
perpetuación de los agentes –públicos y privados- implicados en las actividades
corruptas, lo que en muchos casos implica una barrera a la entrada de agentes más
eficientes y por tanto más beneficiosos para un país en términos de aporte al
crecimiento de la economía.
Haque y Kneller (2005) llegan a resultados similares a los de Mauro, pero dentro del
esquema de principal-agente y en el marco de un modelo de generaciones
7
Leff (1964) sintetiza esta idea al señalar que “if the government has erred in its decision, the course
made possible by corruption may be the better one”.
17
superpuestas con horizonte infinito con el que pretenden explicar tres hechos
estilizados vinculados a la corrupción; i) correlación negativa entre corrupción y
desarrollo, ii) existencia de equilibrios de alta corrupción y bajo crecimiento y de alto
crecimiento y baja corrupción y iii) variabilidad de los niveles de corrupción en países
de desarrollo intermedio. Al igual que Mauro, introduce al gasto público directamente
en la función de producción, suponiendo que el nivel de gasto afecta la productividad
total y marginal de los factores, y por lo tanto los incentivos de los agentes. La idea
central del modelo es que el gasto público es administrado por burócratas, que tienen
la posibilidad de apropiarse de parte de las unidades de gasto público que deben
administrar, reduciendo de esa manera el nivel de gasto público en la economía,
afectando así el producto agregado. El costo de ser corrupto para el burócrata consiste
en el riesgo de ser descubierto y que se le confisque todo su ingreso legal (salario)
más una proporción δ del ingreso ilegal obtenido a través del acto corrupto. El punto
central de Haque y Kneller es que el burócrata decidirá si ser corrupto o no
comparando la ganancia esperada de ambas opciones. Mayores niveles de capital,
asociados con mayores salarios, generarían de esa manera menores incentivos a la
corrupción de parte de los burócratas, lo que explicaría según los autores porqué la
corrupción tiende a tener menor incidencia en los países ricos.
La principal conclusión de Haque y Kneller es que un esquema de este tipo generaría,
como en Mauro (2002), un equilibrio malo y uno bueno. En el primero de ellos, la
situación de equilibrio estaría caracterizada por un bajo nivel de capital, generando de
esa manera salarios bajos y, consecuentemente, incentivos al accionar corrupto de los
burócratas. De esta manera, bajos niveles de capital generarían una reducción del
gasto público destinado a la función de producción, presionando también a la baja a
los salarios, generando una retroalimentación de los efectos negativos.
Por el contrario, el equilibrio bueno estaría caracterizado por un elevado nivel de
capital, lo que generaría a su vez altos salarios, desincentivando a los burócratas a ser
corruptos, ya que de ser descubiertos la penalidad implicaría la pérdida de un salario
elevado. Entre ambos equilibrios, destacan los autores, el nivel de corrupción
dependerá de factores adicionales, aunque el trabajo no es demasiado específico en
los determinantes fundamentales al respecto.
Al igual que el de Mauro, el modelo de Haque y Kneller aporta una justificación de la
aparición conjunta de la corrupción y de las bajas tasas de crecimiento, a la vez que
también es consistente con la existencia de las relaciones crecimiento-corrupción que
se observan en la práctica. Al igual que Mauro, la vinculación entre la corrupción y el
desempeño económico es la productividad de los factores, lo que genera una
modificación de los incentivos de los agentes. Sin embargo, un punto central que
diferencia ambos modelos es que no se genera una reasignación de los factores
productivos; cada agente sigue desempeñando la misma tarea, y lo único que se ve
alterado es la remuneración a los factores y la proporción del gasto público apropiado
por los burócratas.
A nuestro criterio, una deficiencia importante de este modelo es que no incorpora el
factor institucional de manera relevante. Dentro del esquema propuesto por los
autores, las únicas variables que reflejarían aspectos institucionales de los países son
la probabilidad de que el acto de corrupción sea descubierto y δ , que es la proporción
del ingreso ilegal que le es quitado al agente corrupto cuando es descubierto y
penalizado. Sin embargo, ninguna de estas variables tiene una dinámica dentro del
modelo. A nuestro criterio, es un buen aporte tanto de Mauro como de Haque y Kneller
el desarrollo de modelos de equilibrio múltiple. Sin embargo, un elemento central que
se viene omitiendo es el impacto del nivel de corrupción sobre las instituciones. En
ambos modelos, los equilibrios malos se ven sostenidos por la reducción de los
incentivos para actuar honestamente. Sin embargo, la evidencia cotidiana parece
señalar que, más que la alteración de los incentivos, la persistencia de la corrupción
en la sociedad tiende a generar un clima más permisivo hacia ese tipo de
comportamientos, reduciendo de esa manera tanto la probabilidad de que un hecho de
18
corrupción sea detectado como la pena impuesta en caso de que eso suceda. Por
ejemplo, podría postularse que ambas variables dependan negativamente del nivel
agregado de corrupción, lo que reflejaría el crecimiento del clima de permisividad de
las sociedades fuertemente corruptas. A nuestro criterio, los modelos de equilibrios
múltiples plantean un camino muy interesante, pero deberían ampliarse a través de la
incorporación de dinámica de las variables institucionales.
En este sentido ha avanzado recientemente Bruegger (2005), quien presenta un
trabajo muy interesante en que la clave es el comportamiento estratégico de los
agentes en un esquema de teoría de los juegos.
En su modelo, los agentes eligen entre tres opciones; desempeñarse en el sector
privado, ser empleados públicos honestos o ser empleados públicos corruptos. En el
primer caso, la actividad es del tipo innovadora, de manera que contribuye al
crecimiento de la economía. El salario en el Estado, en el caso de los empleados
honestos, viene determinado, mientras que en el caso de los empleados corruptos
depende de la interacción con el sector privado y con los empleados públicos
honestos.
Al igual que en Haque y Kneller (2005), la calidad institucional es introducida al modelo
a través de la probabilidad de que los actos corruptos sean detectados. Sin embargo,
una innovación fundamental es que esa probabilidad no es estática, sino que depende
negativamente del nivel de corrupción de la economía (determinado por la proporción
de individuos que opta por desempeñarse como empleados públicos corruptos) y
positivamente del nivel de ingresos de la sociedad.
A través del análisis de las estrategias adoptadas por los individuos, Bruegger
concluye que existen tres equilibrios; i) un equilibrio de sector privado puro, ii) un
equilibrio de sector público corrupto puro y iii) un equilibrio híbrido, en que todo el
sector público es corrupto pero en el que no desaparece el sector privado.
Más allá del modelo en sí, que presenta un marco de trabajo a nuestro criterio muy
interesante y flexible, el punto de interés de esta sección son las consecuencias que
este predice sobre el desempeño económico y, más precisamente, sobre el
crecimiento y el desarrollo. En ese sentido, las conclusiones del modelo son menos
originales que su estructura, ya que al igual que en otros casos anteriormente
analizados el modelo genera equilibrios malos (alta corrupción y bajo crecimiento),
buenos (baja corrupción y alto crecimiento) y mixtos, aunque la autora no presenta un
análisis profundo al respecto. En ese sentido, el modelo de Bruegger parece más
orientado a introducir a la literatura formal la endogeneidad de las variables
institucionales antes que a obtener conclusiones novedosas en torno a la vinculación
corrupción-crecimiento. No obstante, consideramos que este marco de análisis
presenta una gran potencialidad en la medida en que se reduzca su grado de
abstracción y se lo oriente a fines más prácticos.
La idea de la existencia de retroalimentación entre corrupción y mal desempeño
económico ha tenido mucha presencia en la literatura. Andvig y Moene (1990)
enfatizan que la ganancia esperada por corrupción, desde el punto de vista individual,
es función positiva del grado en que toda la sociedad es corrupta. Cuando otras
personas extraen recursos del Gobierno, el individuo basa su decisión no solo en un
menor producto marginal de su trabajo en actividades legales, sino también en un más
alto producto marginal del robo debido a las menores probabilidades de ser
descubierto (Mauro, 2002). Tirole (1996) analiza la interacción entre un grupo y sus
miembros individuales. Como las acciones individuales no son perfectamente
observables, su reputación depende parcialmente del comportamiento pasado del
grupo. Los individuos que pertenecen a grupos con reputación corrupta van a tener
fuerte incentivo a comportarse de manera corrupta. Si proyectamos este esquema de
razonamiento a partidos políticos que continuamente se perpetúan en el poder, se
desprende que con el tiempo, los incentivos para cada miembro del gobierno a
corromperse son mayores a medida que la reputación del partido empeora. Cuando el
estado es corrupto, cumplir con una regla se vuelve menos beneficioso que pagar un
19
soborno y se genera un equilibrio no-cooperativo en el que para todos es más
beneficioso individualmente aceptar la corrupción. Por otro lado, el aumento de la
percepción de la corrupción generaría un aumento de la permisividad que incentiva al
corrupto a realizar más actos de corrupción o a más personas a involucrarse en la
ilegalidad. Donde hay instituciones políticas y económicas débiles, florecen las
prácticas ilegales, que con el tiempo se anidan a las organizaciones políticas y a las
redes burocráticas. Esto impide el desarrollo de reformas democráticas y económicas
y debilita a la democracia quitándole credibilidad. Los perdedores de la corrupción, o
son intimidados por los corruptos, o deciden evitarlos, y la corrupción continua
expandiéndose (Alam, 1995). Precisamente por los poderosos intereses de los que
beneficia, mientras debilita a los potenciales competidores y perturba la capacidad de
control, la corrupción puede ser un largo y duradero status quo (Johnston, 1998).
La cultura de la desconfianza probablemente eleva el nivel de corrupción que la
sociedad percibe. También provee a los funcionarios públicos con una justificación
para los actos corruptos: “si todos lo hacen, porque yo no debería hacerlo?”. Con
respecto a esto, Xin y Rudel (2004) observan que se genera una subcultura de la
corrupción incrementando tanto la percepción como su nivel real. Los autores
advierten sobre el efecto estructural: “la desconfianza se puede convertir en un legado
cultural, construido a lo largo del tiempo y afectando la política de una región entera
por generaciones”.
También dentro de un enfoque de princial-agente, Dreher, Kotsogiannis y McCorriston
(2005) vinculan a la corrupción y al desempeño económico a través de la economía
sombra o “en negro”, modelizando el comportamiento de las firmas en lugar de los
individuos. La lógica del modelo desarrollado por los autores es que las empresas
pueden tener incentivos para operar en el mercado negro con el objetivo de evitar las
erogaciones necesarias para ingresar en la economía formal, interpretadas como los
impuestos que recauda el Estado. El crecimiento de la corrupción, que se vería
reflejado en el mayor tamaño de la economía sombra, dañaría el crecimiento
económico y el nivel de ingreso como consecuencia de que las empresas operarían a
una escala por debajo de la óptima con el fin de minimizar la probabilidad de ser
descubiertas. Desde este punto de vista, nuevamente, la calidad institucional se
encuentra reflejada en la probabilidad de que los hechos de corrupción sean
descubiertos.
Choi y Thum (2002) también analizan en su modelo la vinculación entre la corrupción y
el tamaño de la economía sombra, pero el enfoque es diferente, ya que su interés es
ver como afecta a la economía la existencia de un monopolio corrupto formado por los
empleados públicos para emitir permisos para cierta actividad económica ante la
existencia o no de la economía sombra. Lo interesante es que, a diferencia del modelo
de Dreher, Kotsogiannis y McCorriston, en este se incorpora el hecho de que la
existencia de una economía sombra podría afectar el comportamiento de los agentes
corruptos, reduciendo el pago ilegal exigido. Esto genera en el marco de este modelo
una conclusión muy interesante; las economías legal y sombra no serían sustitutos
entre si sino complementarias, al generar la existencia de la segunda un
comportamiento de los agentes corruptos menos perjudicial para la primera.
Weinschelbaum (1998) aporta una variante interesante del modelo de principal-agente,
donde este último puede optar entre varios principales proveedores heterogéneos del
bien en cuestión, diferenciados por su costo de producción y por su costo de
deshonestidad. En este marco, el autor indaga en qué medida esta modificación puede
incrementar o no el nivel de corrupción. En ese sentido, se señala que el incremento
del número de principales, si sólo se diferencian en el costo de producción, es
beneficioso para la economía, mientras que cuando la diferencia radica en la
deshonestidad la economía se vería perjudicada por la mayor probabilidad del agente
de encontrar un principal corrupto. El canal adicional que este modelo aporta es que
ahora puede ser que el agente elija trabajar con un principal relativamente ineficiente,
sólo para tomar ventaja de su mayor deshonestidad.
20
3.1.3 Otros enfoques
Un trabajo interesante, pero fuera de los dos marcos descriptos en esta sección es
presentado por Canavese (2004). Canavese introduce la corrupción dentro de un
modelo estándar de equilibrio general con el objetivo de ver como ésta afecta a la
asignación eficiente de los recursos. Lo más destacado de las conclusiones del autor
es que el impacto de la corrupción sobre el bienestar de los agentes depende de la
cantidad de individuos corruptos. En particular, Canavese encuentra que, cuanto
menor sea la cantidad de agentes involucrados en el hecho de corrupción, menos se
alejará la asignación efectiva de la óptima, lo que indicaría que es económicamente
menos dañina la corrupción centralizada que la corrupción generada por muchos
pequeños agentes, en línea con los postulados de Shleifer y Vishny (1993). Canavese
concluye también que la competencia entre agentes potencialmente corruptos reduce
la probabilidad de que los recursos sean asignados ineficientemente. El aporte más
significativo del trabajo de Canavese, a nuestro criterio, es que permite trabajar un
tema tan complejo como el de la corrupción en un marco relativamente simple como el
del equilibrio general de la teoría macroeconómica estándar. Adicionalmente, formaliza
el impacto diferenciado de los distintos tipos de corrupción; como expresa Canavese,
es incorrecto hablar genéricamente del impacto de la corrupción sobre la economía
cuando en realidad se observa una gran variabilidad entre el tipo y las magnitud de las
actividades corruptas, con lo que cabe esperar que su impacto sobre el desempeño
económico sea también muy variable. Esta idea de que es importante tomar en
consideración las características de la corrupción cuando se intenta modelizar su
impacto sobre la economía es un punto de acuerdo común en muchos teóricos de la
cuestión que tienden a diferenciar elementos como la magnitud de cada hecho
corrupto en particular (Mynt, 2000).
Otro modelo no tradicional es presentado por Mauro (2002), en el mismo trabajo ya
comentado. En este modelo, Mauro plantea la existencia de un Gobierno en funciones,
con un horizonte de dos períodos; el actual y uno posterior en caso de que sea
reelecto. A su vez, supone la existencia de una tasa individual de soborno de los
integrantes del Gobierno, que al sumarse conforman la tasa de soborno agregada del
Gobierno.
El punto central del modelo es que los votantes no pueden ver la tasa de soborno
individual, sino que solamente la agregada. Adicionalmente, se asume que si la tasa
agregada de soborno supera cierto umbral el Gobierno no será reelecto. Ante esta
situación, el accionar de los integrantes del Gobierno estará entonces condicionado
por lo que hagan los demás integrantes, ya que si integra un Gobierno corrupto un
político no tiene incentivos para ser honesto, porque de todos modos no será reelecto.
Por el contrario, si integra un Gobierno honesto un político posee incentivos para
comportarse honestamente con el fin de garantizarse la reelección.
La vinculación entre este esquema y el desempeño de la economía, postula Mauro,
viene por un doble camino; por un lado, la corrupción genera ineficiencia al afectar la
asignación de gasto público mientras que, por otro lado, se asume que la no
reelección de un Gobierno tiene un costo en términos de eficiencia por el propio
proceso de transición gubernamental.
Farida y Ahmadi-Esfahani (2007) aportan otro enfoque, definido por los autores como
“enfoque del crecimiento económico”. Su trabajo consiste en una ampliación del
Modelo de Solow con Capital Humano, asumiendo que el nivel de gasto público afecta
positivamente la productividad del trabajo y que a su vez depende negativamente de la
tasa de corrupción de la economía. Con esto, genera un impacto directo de la
corrupción sobre el crecimiento económico. La debilidad de este modelo, sin embargo,
es que se muestra muy incompleto en términos de comprensión de la corrupción, ya
que se la introduce como una variable exógena. Este modelo, sin embargo, si aparece
como útil por las implicancias testeables directas que se derivan de él y por su
21
flexibilidad. Por ejemplo, una posible ampliación es la modificación de la función de
acumulación del capital físico y humano, asumiendo que la mayor corrupción reduce la
tasa de crecimiento de capital humano destinada a la producción (consistente con la
teoría del rent-seeking) y la tasa de crecimiento del capital producto del desvío de
fondos hacia pagos ilegales (consistente con la teoría del principal-agente).
Bardahn (1997) aporta desde un plano teórico una advertencia que fue más tomada en
cuenta por los empiristas que por los teóricos. Concretamente este autor postula que
la relación entre el nivel de PIB y la corrupción muestra una forma de “U”. La forma de
la curva estaría determinada por el hecho de que, en las primeras instancias de
crecimiento la economía generaría nuevas oportunidades para actividades corruptas,
sin generar aún los incentivos y las instituciones necesarias para asegurar la
transparencia en la operatoria de la economía. Con el paso del tiempo y la continuidad
del proceso de crecimiento, sin embargo señala Bardahn, la sociedad iría mejorando la
calidad de las instituciones, en un contexto en que la economía pujante ofrecería
mejores salarios y mejores oportunidades de negocio, con lo que los incentivos para
salir de la economía formal se verían reducidos.
Además, Bardahn también adhiere a los modelos de equilibrios múltiples determinados
por la relación entre la proporción de agentes corruptos y los incentivos para
corromperse que enfrentan los demás agentes. El autor expresa la idea gráficamente
a través de dos curvas; una mide el beneficio marginal de los agentes corruptos (curva
M) y otra el beneficio marginal de los agentes honestos (curva N).
Gráfico 2
Beneficios marginal
A
Curva M
Curva N
Proporción de agentes corruptos
El Gráfico 2 expresa la idea de que, a bajos niveles de corrupción agregada, es más
beneficioso para un agente ser honesto que ser corrupto. Sin embargo, los incentivos
se irían revirtiendo en la medida en que el nivel de corrupción agregado se va
incrementando, producto de los múltiples efectos negativos sobre la economía
analizados en los párrafos anteriores. De esta manera, la corrupción generaría su
propia trampa, al generar que los agentes tiendan a mantenerse en el ámbito de la
economía ilegal. Nótese que para cualquier punto a la izquierda de A, el beneficio
marginal de ser honesto es mayor al de ser corrupto, por lo que todo agente que
ingresara en la economía optaría por ser honesto, reforzando la honestidad de la
sociedad. La situación opuesta se daría a la derecha de A.
Como conclusión quisiéramos hacer algunos comentarios sobre los modelos vistos en
esta sección. En primer lugar, un elemento relativamente estándar en los modelos
vistos es la introducción de la calidad institucional a través de dos variables; la
probabilidad de que el acto corrupto sea descubierto y penalizado, y en el valor de la
penalización. Si bien estamos de acuerdo con esta introducción, consideramos que es
preciso darle más endogeneidad a esas variables, que en muchos casos se introducen
como exógenas. Una alternativa posible sería, por ejemplo, introducir ambas variables
no como constantes sino como funciones del nivel agregado de corrupción, lo que
reforzaría la relación corrupción-crecimiento y reforzaría la idea de equilibrios
múltiples.
Otro punto deficitario en los modelos analizados es la falta de incorporación de la
corrupción entre privados. Es cierto que la definición tradicional de corrupción hace
referencia al Estado, pero parece potencialmente muy interesante analizar la
22
vinculación entre la corrupción intra firma y el desempeño económico. De hecho, en la
literatura se encuentran interesantes análisis del fenómeno de la corrupción entre
privados y su impacto para las firmas (Seuber, 2005; Garmaise y Liu, 2005), pero aún
resta lograr una vinculación entre estos resultados y el desempeño agregado de la
economía.
3.2 Tratamiento empírico
La vinculación entre la corrupción y el desempeño económico –fundamentalmente el
crecimiento y desarrollo- ha sido muy estudiada a través de trabajos empíricos. En
general, esos trabajos han tendido a vincular algún indicador de corrupción con alguno
de desempeño económico. Entre estos últimos se han destacado la utilización del PIB
o de su tasa de crecimiento, aunque hay una gran variedad de indicadores alternativos
utilizados por diversos autores.
Nuevamente en general, los trabajos empíricos referidos a nuestro tema de análisis
suelen partir de una hipótesis inicial acerca de la vinculación corrupción-desarrollo,
tanto en términos de canales de transmisión como en el signo de esa vinculación (es
decir, si la relación entre corrupción y desarrollo es directa o inversa). Aunque se ha
empleado una gran variedad de metodologías, indicadores y especificaciones, las dos
características antes mencionadas son un común denominador en la literatura
empírica aquí analizada.
Por su importancia, un primer trabajo a mencionar es el de Mauro (1995), uno de los
pioneros en el análisis empírico cross-country de los costos de la corrupción en
términos de crecimiento económico. En este estudio, Mauro estima la relación entre el
PIB y la inversión privada y los indicadores de Business Intelligence y de
Fraccionamiento Etno-lingüístico. El primer de los índices es construido a partir de
diversos indicadores de los países, a través de los cuáles se refleja la estabilidad
política, la estabilidad laboral, la relación con los países vecinos, la calidad del sistema
judicial y el nivel de burocracia, entre otras variables. Todos estos aspectos, se
supone, darían un indicio del nivel de corrupción al que se ve sujeto un país en
particular. Un punto a destacar, pero que es en general común en la literatura
empírica, es que Mauro no testea el impacto de la corrupción efectiva, sino de la
corrupción percibida.
Conciente del problema de endogeneidad entre el nivel de corrupción y la calidad de
las instituciones, Mauro propone también la utilización del mencionado índice de
Fraccionamiento Etno-lingüístico, que según el autor sería un buen indicador de la
propensión a la corrupción de una sociedad y que presentaría muchos menos
problemas de endogeneidad.
En la vinculación entre corrupción e inversión, Mauro encuentra una relación negativa
significativa entre ambas variables utilizando el índice de Fraccionamiento Etnolingüístico, señalando que una incremento del índice (lo que implica una reducción de
la corrupción) en un desvío estándar produce un aumento de la tasa de inversión en
2,9 puntos porcentuales del PIB. Además, aún controlando las regresiones por
algunas posibles fuentes adicionales de endogeneidad, los resultados hallados por
Mauro se mantienen. En línea con estos resultados, Wei (2000) agrega evidencia que
señala que la corrupción reduciría la inversión extranjera directa, actuando como un
impuesto equivalente al 20% sobre el rendimiento de un negocio. Tanzi y Davoodi
(1997) encuentran que la corrupción reduce el crecimiento por la distorsión en la
inversión pública y según Brew (2006) la corrupción adiciona, en muchos países, un
10 % o más al costo de realizar negocios.
Mauro también encuentra una asociación muy significativa entre el nivel de corrupción
y el crecimiento del PIB; en particular, una mejora de un desvío estándar del índice de
eficiencia burocrática genera un incremento de 1,3 puntos porcentuales de la tasa
anual de crecimiento del PIB.
23
En este trabajo Mauro analiza también brevemente el canal de transmisión de la
corrupción hacia la economía, señalando que el impacto a través de la mala elección
de las inversiones no sería significativo, sino que el principal impacto sería a través de
la cantidad total de inversión. Sin embargo, el autor no aporta mayores detalles con
respecto a esta cuestión.
A diferencia de Mauro, Dreher, Kotsogiannis y McCorriston (2004) optan por la
utilización de un índice de corrupción cuantitativo. En la visión de estos autores, la
utilización de índices de corrupción cualitativos tiene algunas limitaciones, sobre todo
en términos de interpretación de los resultados. En ese sentido, señalan en este
trabajo que la utilización de índices cuantitativos veta la posibilidad de calcular
relaciones directas entre el nivel de corrupción y el desempeño de la variable en
cuestión. Aunque no lo ponen en esos términos, el punto que pretenden enfatizar
Dreher, Kotsogiannis y McCorriston es que los índices cualitativos sólo pueden
interpretarse como indicadores ordinales, por lo que los resultados empíricos serían
difíciles de interpretar. Más concretamente, se estaría relacionando cardinales con
indicadores ordinales, con el consiguiente problema de escala de estos últimos8.
Ante la conveniencia de utilizar indicadores cuantitativos, los autores optan por el
empleo de un índice de participación del consumo de cemento sobre el PIB. La
justificación es interesante; asocian el mayor consumo de cemento con mayor tamaño
de obras públicas, y a su vez a éstas con una mayor corrupción. Para esto, se basan
en los elementos ya postulados por los teóricos que consideran que la mayor
corrupción puede tener entre sus consecuencias el sesgo del gasto público hacia
actividades donde sea más fácil realizar actividades corruptas. La contemplación de
este elemento es consistente con una de las objeciones que habíamos hecho al
modelo de rent-seeking de Mauro (2002).
Establecido este punto con el que coincidimos, los autores toman como indicador de
desarrollo económico el tamaño de la economía sombra, obteniendo como resultado
una asociación positiva significativa, esto es, mayores niveles de corrupción están
asociados a mayor tamaño relativo de la economía sombra. En segundo término, se
intenta testear el orden de causalidad entre la calidad institucional (medida a través de
un índice de corrupción percibida y de los costos para iniciar un nuevo negocio, con
ponderadores no especificados) y el tamaño de la economía sombra, llegando a la
conclusión de que el efecto de la calidad institucional sobre el tamaño de la economía
sombra es significativamente negativo, mientras que la vinculación opuesta depende
de la efectividad de la calidad institucional en los dos mercados.
Vale la pena hacer algunos comentarios en relación a este trabajo. En primer lugar,
debe tomarse en cuenta que la muestra incluye solamente países de la OECD, con lo
que difícilmente sus conclusiones sean extrapolables a países en desarrollo, como
veremos más adelante y como ya sugerían los modelos de equilibrio múltiple que
implicaban quiebres estructurales en la relación entre las variables. Un segundo
elemento que quisiéramos apuntar es que, si bien estamos de acuerdo en la utilización
de indicadores de corrupción cuantitativos, consideramos que hubiera sido necesario
justificar más allá de la intuición la elección de la variable utilizada (demanda de
cemento). Consideramos que la construcción de índices de corrupción cuantitativos
puede ser un área fructífera, en la medida en que se avance en la determinación de
indicadores más representativos del fenómeno que se intenta explicar. Por ejemplo,
pueden ser buenos indicadores de corrupción el cociente de los índices de precios de
la inversión pública y privada, o la participación de la inversión pública en el gasto
8
Cuando se vincula un índice ordinal con uno cardinal en una regresión, el problema que puede aparecer
es que las escalas relativas de ambos índices pueden diferir sustancialmente. Por ejemplo, si el PIB de un
país es el doble del de otro, no existe ambigüedad. Sin embargo, que un índice cualitativo de corrupción
de un país sea el doble del de otro, no implica que ese segundo país sea “el doble de corrupto”, sino que
simplemente es más corrupto.
24
público total. La crítica de Dreher, Kotsogiannis y McCorriston a los indicadores
cualitativos, creemos, merece atención.
Otro trabajo interesante es el ya mencionado de Haque y Kneller (2005), quienes
tomando los datos de corrupción de Transparencia Internacional encuentran una
correlación significativa negativa entre el PIB y el nivel de corrupción. Sin embargo, lo
más interesante no es ese resultado sino el análisis de quiebre estructural planteado.
Más concretamente, los autores encuentran que la relación entre ambas variables
muestra un quiebre estructural en los percentiles 5 y 75 de la muestra ordenada por
PIB, lo que confirmaría la existencia de equilibrios múltiples, tal como lo postula buena
parte de los modelos presentados en este trabajo. Vale aclarar que la muestra se
encuentra dividida en seis períodos desde 1980 a 2003 (con algunos años faltantes),
pero no por características de países, algo que, como discutiremos más adelante,
puede generar algunas dificultades.
Mocan (2004) aporta a la literatura otro estudio interesante. Aunque no es el punto
central del trabajo (se concentra en los determinantes de la corrupción), se estudia la
vinculación entre la corrupción y el crecimiento económico. Un punto interesante es
que en las regresiones se separa la corrupción del riesgo de expropiación, controlando
por un conjunto de variables institucionales. Partiendo de esto, se encuentra que
cuando se separa corrupción y riesgo de expropiación la corrupción no es significativa
y el riesgo si, mientras que cuando no se las distingue la corrupción es significativa.
Esto indicaría que el impacto de la corrupción sobre el crecimiento económico sería
negativo sólo en la medida en que incremente el riesgo de expropiación.
Adicionalmente, los resultados son robustos a diferentes indicadores de corrupción.
Kutan, Douglas y Judge (2007) enfatizan la importancia de tomar en cuenta que el
impacto de la corrupción puede ser muy diferente entre las diferentes regiones. Desde
este punto de vista, la pregunta que se intenta responder no es tanto cuál es el
impacto de la corrupción sobre el crecimiento/desarrollo económico, sino como varía
ese impacto entre diferentes regiones subdesarrolladas. Para contestarla, los autores
dividen la muestra en América Latina (AL) y Oriente Medio y África del Norte (OMAN).
Los resultados, como esperaban los autores, varían considerablemente entre las
regiones, siendo lo más destacado que mientras en OMAN la corrupción está asociada
positivamente con el nivel de PIB per cápita, en AL no se encontró una relación
significativa, lo que indicaría que la corrupción debería se tratada como un fenómeno
de diferente importancia en ambas regiones.
Con respecto a los resultados obtenidos por Kutan, Douglas y Judge, un punto que
vale la pena explicitar es que, pese a que se está controlando por una serie de
variables institucionales, la diferencia en los resultados podría estar en parte explicada
por las diferencias en las características de la corrupción. Es potencialmente muy
diferente el impacto sobre la economía de la corrupción orientada a desarrollar
negocios de difícil acceso legal de aquella asociada con el rent-seeking. Por eso,
consideramos, antes de profundizar en el estudio del diferente impacto de la
corrupción sobre la economía en las diversas regiones debería hacerse un esfuerzo
para dar mayor precisión a los indicadores de corrupción.
Otro punto muy interesante, y consistente con los modelos teóricos vistos en la
sección anterior, es tratado por Aidt, Dutta y Sena (2005), quienes analizan la
determinación conjunta de la calidad institucional y del crecimiento económico,
considerando a ambas como variables endógenas. Por eso, se divide la muestra en
países con alta y baja calidad institucional, y luego se controlan las regresiones por
variables institucionales. De acuerdo a los resultados reportados en el trabajo, la
corrupción tendría un efecto significativamente negativo sobre el crecimiento
económico en los países con elevada calidad institucional. Sin embargo, en los países
con baja calidad institucional no habría una relación significativa, lo que indicaría que
en esos casos las situación es lo suficientemente mala como para que la corrupción no
pueda deteriorar aún más las condiciones en que se desenvuelve la economía. Un
punto similar destacan Drury, Krieckhaus y Lusztig (2006), quienes señalan que en
25
realidad el impacto de la corrupción sobre el crecimiento económico varía
significativamente dependiendo de si el país tiene o no un régimen democrático. Dada
la asociación positiva entre democracia y calidad institucional, los resultados de ambos
trabajos serían aproximadamente equivalentes. Lo interesante de estos resultados es
que implicarían que la relación entre crecimiento y corrupción es no lineal, lo que
obligaría a replantearse la utilidad de avanzar con estudios basados en muestras con
muchos países heterogéneos agrupados.
Una forma alternativa de analizar el impacto de la corrupción sobre el desempeño
económico ha sido el estudio de casos. Aunque la intención de este trabajo no es
concentrarse en esa metodología por sus conclusiones poco generalizables por
definición, vale la pena comentar parte de esa literatura.
Divjak (2007) describe el impacto de la corrupción en la reconstrucción de Bosnia
Herzegovina en la posguerra, sobre todo en torno a la ayuda internacional recibida. El
autor señala que la corrupción en este caso particular, parece haber afectado a la
economía a través de la inversión, al generar un clima de desaliento al inicio de
inversiones y transformando al país en una opción poco atractiva para la inversión
extranjera directa, complementado por una estructura burocrática demasiado compleja
producto de su orientación hacia la recolección de pagos ilegales.
Velamuri (2003) acompaña a un empresario de Zimbabwe en su intento por obtener
una licencia para operar en el negocio de las telecomunicaciones móviles. En ese
trayecto, el empresario se encuentra con un sinnúmero de obstáculos generados por
agentes estatales que intentan forzarlo a realizar pagos ilegales. Aunque finalmente el
empresario obtiene la licencia, lo hace con demora respecto a sus planes originales y
con la intervención de individuos y organismos conmovidos por su insistencia. Lo que
esto reflejaría es hasta que punto los empleados públicos de un país son capaces de
dificultar hasta el extremo la realización de proyectos económicamente viables,
resintiendo de esa manera el desempeño económico.
El trabajo de Pellegrini (2007) revela un canal de impacto de la corrupción poco
estudiado por la literatura teórica y empírica, al analizar como la corrupción genera una
sobre explotación del bosque de Swat en Pakistán, con su consecuencia impacto
sobre la sostenibilidad del crecimiento y la calidad de vida. El aporte más valioso de
este tipo de investigaciones es que permite redescubrir aspectos olvidados por la
literatura teórica, como el de este trabajo. Por el contrario, tienen como limitación que
sus conclusiones son por construcción no genereralizables.
Para concluir esta sección quisiéramos hacer algunos comentarios acerca de los
enfoques adoptados en los estudios empíricos y aportar algunas sugerencias acerca
de posibles temas de investigación.
En primer lugar, una cuestión que llamó nuestra atención es que en muchos de los
trabajos empíricos se ha dado, a nuestro criterio, un tratamiento no del todo cuidadoso
a la vinculación entre la corrupción y la calidad de las instituciones. La mayor parte de
los autores enfatiza que sus regresiones entre corrupción y crecimiento económico
están controladas por variables de calidad institucional. Lo que no se aclara es hasta
qué punto se analizó la correlación entre la calidad institucional y los niveles de
corrupción, que según algunos autores sería elevada (Seldadyo y de Haan; 2005 y
2006). La omisión de esta vinculación podría llevar a una mala interpretación de los
resultados empíricos, ya que si las instituciones son beneficiosas para el crecimiento
económico y la corrupción daña su calidad, la omisión del impacto de las instituciones
al utilizarlas como variables de control subestimaría el impacto negativo de la
corrupción. Desde este punto de vista, el control de la regresión a través de variables
de calidad institucional no sería correcto en la medida en que sería una variable
endógena. Este elemento, consideramos, es de importancia crucial, y no ha recibido
demasiada atención en los estudios empíricos.
Un segundo elemento que quisiéramos puntualizar es, como habíamos señalado,
algunos párrafos más arriba, nuestras dudas acerca de la utilidad de las regresiones
con muestras grandes y excesivamente heterogéneas. La utilización de este tipo de
26
muestras implica incorporar países muy variados, donde los tipos de corrupción y de
instituciones difieren, lo que puede implicar una relación muy diferente entre las
variables de interés (Kutan, Douglas y Judge; 2007). Estas diferencias entre regiones
producirían que un número demasiado agregado no tenga en realidad ningún
significado, al ser la consecuencia de una asociación positiva en algunos y de una
asociación negativa en otros, por lo que creemos que sería interesante seguir
avanzando por el camino de los estudios regionales.
Al igual que habíamos marcado en la sección previa, es muy escaso el estudio del
vínculo entre la corrupción intra firma y el desempeño económico en la literatura
empírica. Sin dudas, esta es una cuestión sobre la que vale la pena avanzar, dada la
relevancia potencial de esa variable. Hay sin embargo tres excepciones notables que
queremos marcar. Por un lado, un tratamiento parcial de esta cuestión fue realizado
por McArthur y Teal (2002), quienes encuentran que en África la corrupción tiene una
fuerte incidencia negativa sobre el desempeño de las empresas, ineficiencia que se ve
trasladada a la eficiencia de la economía en su totalidad. En segundo lugar, Asiedu y
Freeman (2008) analizan el impacto de la corrupción sobre la inversión a nivel de
firma, distinguiendo que existe una correlación negativa en los países en transición
pero nula en América Latina y África Sub-Sahariana, lo que podría estar asociado a la
diferencia de calidad institucional antes mencionada. Al igual que en el caso anterior,
la limitación del estudio es que los datos de corrupción tampoco son indicadores de la
corrupción entre privados. Otra excepción que cabe la pena mencionar es el trabajo de
Tanzi y Davoodi (1997), quienes confirmaron empíricamente la correlación entre la
corrupción y niveles bajos de calidad de infraestructura. Esto se aprecia por ejemplo
en la calidad de las calles pavimentadas, cortes de energía o la mala calidad de los
transportes ferroviarios en uso. Estos problemas aumentan los costos de la actividad
económica tanto para el sector privado como para el público.
Otros elementos que interesaría analizar son los indicadores cuantitativos y los
canales de transmisión. Sobre el primer punto ya nos manifestamos, con lo que nos
concentramos en el segundo. Al respecto, es notable que la estructura típica de los
trabajos empíricos aquí tratados consiste en: i) postular una hipótesis acerca de la
forma en que la corrupción afecta al crecimiento/desarrollo, ii) regresar las variables de
interés para obtener la relación entre las mismas y iii) a partir de los signos de los
coeficientes estimados y de su significatividad, aceptar o rechazar la hipótesis inicial.
Claramente, en esta secuencia hay un elemento perdido, que es el estudio de los
canales de transmisión propiamente dichos. A nuestro criterio, sería muy relevante
estudiar no sólo el impacto final de la corrupción sobre el desempeño económico, sino
también los canales a través de los cuáles se genera ese impacto. En la mayor parte
de los estudios, se asume que si el signo de la regresión es el esperado, la hipótesis
acerca del canal de transmisión es correcta, lo cuál es un supuesto fuerte
considerando la multiplicidad de formas en que la corrupción puede afectar al
desempeño económico. Son pocos los trabajos en que se analiza directamente el
canal de transmisión (por ejemplo, Braun y Di Tella, 2004, quienes estudian la
vinculación corrupción-inflación), con lo que consideramos que sería muy interesante
que los estudios empíricos comiencen a estudiar directamente los canales de
transmisión y no sólo el impacto final. Un estudio de los canales de transmisión, por
ejemplo, podría aportar información vital a la hora de diseñar políticas tendientes a
minimizar los efectos negativos de la corrupción sobre la economía.
Otra omisión hasta donde sabemos en la literatura ha sido la falta de estudios de la
vinculación entre la corrupción y el sector externo, considerado generalmente una de
las actividades más corruptas por ser también una de las más reguladas. Sería
interesante ver que tan significativo es el impacto de la corrupción sobre el desempeño
del sector externo, y su impacto final sobre el crecimiento económico.
27
4. Conclusiones
A lo largo de este trabajo hemos repasado los distintos aspectos que se han estudiado
en torno a la corrupción, concentrándonos en su impacto sobre el crecimiento y
desarrollo económico, pero sin perder de vista la generalidad del concepto y su
condición, por definición, multidisciplinaria.
Nuestro principal punto de interés fue hacer un repaso crítico de algunos de los
principales modelos e investigaciones empíricas con que la Economía logró avanzar
en su compresión del impacto de la corrupción sobre el desempeño económico. En
ese sentido, es evidente el fuerte crecimiento de esta área de estudio a partir de la
primera mitad de la década de 1990. Como señalamos, hubo a nuestro criterio dos
trabajos clave para este fenómeno; el de Vishny y Shleifer (1993) que incentivó la
literatura en la que se estudia la cuestión desde una visión modelístico-formal, y el de
Mauro (1995), uno de los precursores del estudio empírico de la vinculación entre los
niveles de corrupción y crecimiento-desarrollo económico. El impulso dado por esos
dos trabajos se dio, sin embargo, en un contexto general de creciente interés sobre la
corrupción. En particular, elementos como la prédica del Banco Mundial, los
escándalos de corrupción gubernamental (Suharto, Mobutu y Marcos, entre otros) y el
efecto Enron generaron una mayor sensibilidad hacia el tema y una mayor
concientización de sus costos. Además, el paso de las economías socialistas a las de
mercado generó importantes nichos de corrupción en las economías en transición, que
debieron enfrentar un importante desafío en ese sentido. En ese marco es que el
tratamiento teórico y las iniciativas de política pública han proliferado de manera
notoria en los años recientes.
En este contexto, decidimos concentrarnos en este trabajo en las cuatro cuestiones
centrales vinculadas a la corrupción estudiadas por la literatura; i) la definición del
concepto, ii) las metodologías de medición, iii) sus determinantes y iv) sus
consecuencias.
Con relación al primer punto, intentamos dejar en claro que, aunque no existe una
definición unívocamente aceptada, hay elementos relativamente comunes como la
participación de sectores públicos y privados. También destacamos la variabilidad del
significado del concepto dependiendo de la ciencia y el objeto de estudio para el que
se emplee, lo que conlleva la necesidad de analizar cuidadosamente los estudios
vinculados a la corrupción. La corrupción, consideramos sin embargo, debe ser
entendida como un fenómeno social complejo de alcance más amplio que el vinculado
a la interacción entre el sector público y el privado. Por su naturaleza, la corrupción es
cada vez un fenómeno más global, profundo y relevante, a tal punto que constituye
uno de los principales desafíos para las democracias jóvenes.
Por el lado de las metodologías de medición de la corrupción, y como señalamos
oportunamente, una de la debilidades más evidentes de los índices utilizados es su
carácter ordinal, lo que dificulta su utilización en las regresiones. Sin embargo, también
destacamos los esfuerzos que la teoría económica y econométrica viene realizando
para aportar, con éxito diverso, índices cuantitativos de corrupción. En nuestra opinión,
hay una buena disponibilidad de índices cuantitativos que podrían testearse, como la
participación de las obras públicas y de las transferencias al sector privado en las
obras públicas, el costo promedio de inicio de un negocio o el cociente de los índices
de precios de la inversión pública y privada. Lo más importante, sin embargo, es que
se observa una clara voluntad de los estudiosos del tema por avanzar en la mejora de
los indicadores de corrupción, con lo que cabe esperar que con el paso de los años las
deficiencias informativas que actualmente se observan se vayan atenuando.
En cuanto a los determinantes de la corrupción, se observa aún una gran dificultad
para construir una teoría convincente y aceptada de los factores que inciden sobre los
niveles de corrupción. Aunque existe un consenso generalizado sobre la incidencia de
variables como la equidad distributiva, el legado cultural, el nivel de instrucción de la
sociedad o el nivel de desarrollo, no existe todavía una teoría general sobre la
28
corrupción. Hasta el momento, las teorías parecen basarse más en intuiciones y casos
de estudio que en la comprensión de la compleja dinámica de la corrupción. Aunque
es cierto que la econometría ha comenzado a aportar conclusiones relevantes que se
van complementando con los modelos, el estado del arte en este aspecto es aún
incipiente.
Un elemento a tener en cuenta a la hora de indagar sobre los escasos avances hacia
una teoría de la corrupción unificada es que este fenómeno requiere por definición ser
estudiado desde una perspectiva multidisciplinaria, lo que de por sí genera que el
avance de la literatura sea más lento. Pese a estas dificultades, trabajos como el de
Estevez (2005) han hecho valiosos intentos por avanzar en estudios desde una
perspectiva económica, política y sociológica. En nuestra visión, si bien aún se está
lejos de llegar a una comprensión acabada de los determinantes de la corrupción, el
hecho de que sea un tema actualmente debatido en la literatura invita a ser optimistas
sobre los avances que se puedan lograr en ese campo en los próximos años.
Por el lado del impacto de la corrupción, en nuestra revisión selectiva de literatura se
hizo énfasis, sin agotar evidentemente esa línea de trabajo, en las relaciones entre
corrupción y desempeño económico, un término amplio para incluir competitividad,
productividad, eficiencia, crecimiento y sobre todo desarrollo. A fines expositivos,
separamos el tratamiento de la cuestión entre trabajos formales y trabajos empíricos.
Un primer punto que consideramos central destacar es que la teoría de la corrupción
como aceite para los engranajes de la economía ha quedado prácticamente
descartada en la literatura moderna. Los modelos formales y los estudios empíricos
han aportado evidencia importante y casi concluyente sobre los impactos negativos de
la corrupción sobre la asignación de los recursos, la inversión, la competitividad y la
eficiencia, entre otras variables. Partiendo de este marco de relativo consenso acerca
de las consecuencias más agregadas de la corrupción, la literatura ha intentado
avanzar hacia estudios más específicos y refinados.
En cuanto a los modelos formales, se ha observado a lo largo de los últimos quince
años una creciente orientación hacia los modelos de principal-agente, que aportan un
buen marco para estudiar fenómenos relevantes como los equilibrios múltiples y la
relación endógena calidad institucional-corrupción a través de decisiones guiadas por
los incentivos económicos. En un principio, la incorporación de variables institucionales
constituyó en la inclusión de constantes representando aspectos como la probabilidad
de que un hecho de corrupción fuera detectado o el volumen de la penalidad impuesta
en ese caso. Aunque en algunos trabajos se ha avanzado en la endogenización de
esas variables, aportándoles dinámica, esa práctica aún no se ha generalizado, por lo
que aún modelos modernos muestran deficiencias en ese aspecto.
Un camino que aparece como fructífero para el tratamiento formal de la corrupción y
su impacto económico es el de teoría de los juegos, ya que por sus características
brinda un marco ideal para el estudio de la relación entre agentes que el esquema
tradicional de principal-agente solo logra captar parcialmente, al no poder incorporar
cuestiones como el comportamiento estratégico o la colusión de los agentes.
Consideramos que ese camino, aún relativamente inexplorado, puede ofrecer buenas
herramientas para la comprensión del complejo fenómeno de la corrupción y de sus
consecuencias.
Por el lado de los trabajos empíricos, el avance en los últimos años ha sido evidente.
Uno de los puntos en los que se ha trabajo es en la incorporación de la calidad
institucional a la estimación del impacto de la corrupción sobre el crecimiento, a través
del desarrollo de diversos indicadores de calidad institucional. A nuestro criterio, esta
mejora en los indicadores de calidad institucional significa un avance importante. Sin
embargo, consideramos que los avances no han sido igualmente importantes en otro
punto fundamental vinculado a la calidad institucional; la relación de esta variable con
el nivel de corrupción. Buena parte de la teoría ha advertido que existe un efecto de
retroalimentación entre la corrupción y la calidad institucional; elevados niveles de
corrupción tienden a deteriorar la calidad institucional, lo que a su vez genera una
29
mayor permisividad y un clima más propicio para la corrupción. Por el otro lado, la
buena calidad institucional y los bajos niveles de corrupción tienden a reforzarse
mutuamente. En nuestra opinión, este punto no ha sido aún correctamente
incorporado a los trabajos empíricos, ya que, a la hora de utilizar las variables
institucionales como variables de control, no se toma en consideración este problema
de endogeneidad, lo que podría generar sesgos importantes en las estimaciones y, por
lo tanto, una mala interpretación de los resultados obtenidos.
Un segundo problema dentro de trabajos empíricos ha sido el escaso trabajo sobre los
canales de transmisión de la corrupción. La teoría ha postulado varios canales de
transmisión; la composición del gasto público, los costos de transacción, la eficiencia
de la estructura burocrática, los niveles de incertidumbre en la economía, la inequidad
distributiva y la inestabilidad política, entre muchos otros. Sin embargo, los trabajos
empíricos han omitido, hasta donde sabemos, testear empíricamente estos canales de
transmisión, concentrándose en el impacto de la corrupción sobre alguna variable final
de interés como el PIB. A nuestro criterio, este es un tema que debería ser central en
la literatura, en la medida en que aportaría información fundamental para comprender
el fenómeno de la corrupción y para combatir sus efectos adversos.
Otra cuestión en torno a los trabajos empíricos es que se ha tendido a utilizar
muestras con demasiados países. Si bien las regresiones con estas muestran arrojan
resultados interesantes, también pueden omitir la existencia de diferencias
estructurales en la relación entre variables para diferentes grupos de países. La teoría
de los equilibrios múltiples constituye un llamado de atención en este sentido, ya que
implicaría que niveles de corrupción pueden acabar teniendo un impacto muy diferente
sobre la variable a explicar. Adicionalmente, al tomar muestras grandes se omita las
diferencias en el tipo de corrupción predominante en cada región, con lo que se pierde
la posibilidad de hacer un análisis más detallado. En nuestra opinión, sería interesante
que los estudios se orienten hacia el análisis de regiones particulares o hacia el trabajo
con muestras fragmentadas, lo que permitiría llegar a una mejor comprensión del
impacto de cada tipo de corrupción sobre cada tipo de país.
No obstante estas dificultades de la literatura empírica, es claro, a nuestro entender,
que este tipo de trabajo ha logrado en los últimos años aportar evidencia muy
significativa sobre la vinculación entre la corrupción y el desempeño económico, y que
su potencialidad y flexibilidad a futuro son mayores que en el caso de la literatura
formal. Por ello, consideramos que los trabajos empíricos seguirán siendo el principal
vehículo de avance de la literatura vinculada a los costos de la corrupción.
Vale aclarar que hubo aspectos del fenómeno de la corrupción que decidimos no tratar
en este trabajo. Por un lado, una cuestión relevante que omitimos fue la de la
corrupción dentro de las firmas. Si bien consideramos que este es un aspecto central,
decidimos omitir la cuestión en esta revisión por ser un tema más ligado a la teoría
organizacional, cuyo tratamiento hubiera obligado a dar a este trabajo una extensión
muy superior a la ideal. Adicionalmente, el tema no fue tratado por la ausencia de
literatura que vincule a la corrupción dentro de la firma con el crecimiento y desarrollo
económico, que era el principal punto de interés de este trabajo.
Otro costado de la corrupción omitido en este trabajo ha sido el vinculado al diseño de
políticas anti-corrupción, por considerar que este es un elemento posterior a los
tratados aquí y que corresponde ser abordado con un enfoque completamente distinto
al utilizado en este trabajo.
Quisiéramos concluir este trabajando invitando continuar las múltiples líneas de
investigación trazadas a lo largo de este trabajo, tanto desde una perspectiva teórica
como empírica. A nuestro entender, la corrupción es una flagelo cuyas consecuencias
nocivas van mucho más allá del ámbito de la economía. Por eso consideramos que la
Economía como ciencia debe realizar el máximo esfuerzo para avanzar, junto con el
resto de las ciencias a las que les compete, en el avance de la comprensión y control
de la corrupción como un paso esencial hacia el desarrollo, la justicia social y la
estabilidad institucional.
30
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