SEUDÓNIMO: Fígaro TÍTULO: El oficio más bello TEXTO: “PUM PUM PUM.” Suena la fragua de Fígaro. Una fragua que durante cincuenta años ha dado comida y techo a su familia. Con solo quince años, siguiendo las órdenes de su padre, Fígaro fue a aprender el oficio de herrero. Eran diez kilómetros semanales a pie, atravesando ríos y caminos, con mucho peso a cuestas y sufriendo calamidades. Un año y medio de martillazos desde muy temprano hasta ya entrada la noche. Todo al precio de siete pesetas diarias por un colchón de maíz en la cocina. Suena duro, sin embargo, para Fígaro es el oficio más bonito del mundo. Cuentan que el rey Salomón era el único que sabía cómo pegar el hierro, pero no compartía el secreto con los demás herreros. La leyenda dice que el herrero, muy astuto, le dijo a los muchachos de la escuela: “Pasad por la puerta del Rey Salomón y gritad El herrero el hierro pegó y esperad a ver qué dice”. El monarca, desprevenido, confesó. Y así, el herrero empezó a trabajar con tierra y arena hasta que lo consiguió. De una leyenda a la realidad. Al terminar su aprendizaje en casa del herrero, Fígaro abrió su pequeño taller en una habitación de la casa de sus tíos. En unos años en los que solo había herramientas manuales, aprendió a manejar el hierro del mismo modo que cuenta la leyenda. Las manos y destreza de Fígaro le procuraron alimento durante años, hasta que llegaron los avances y la maquinaria. Esta revolución no fue fácil para el herrero. Él mismo aprendió a pasar del martillo y su intuición a la soldadura. Había que adaptarse a los nuevos tiempos, y saber calentar el hierro a punto ya no era suficiente. No solo cambió el cómo, también el dónde. Fígaro decidió que tras nueve años trabajando al amparo de sus tíos, era hora de abrir su propio taller en otro pueblo cercano. Así fue como instaló la maquinaria. Fue un cambio brusco. No hubo tiempo para aprendizajes o prácticas. Fígaro pasó de soldar herraduras para caballos a fabricar puertas y ventanas. Como todo, unas veces fue bien y otras no tanto. La experiencia es lo que tiene. Desde los quince años hasta la jubilación en una profesión que, ya en sus últimos años hacía notar el avance de las técnicas. Las grandes empresas y la facilidad para comprar piezas universales supusieron el fin de la profesión de herrero. De hecho, hoy el negocio de Fígaro habría sido un fracaso. Sin embargo, le fue bien. El herrero aprendió a amar una profesión que no había elegido, pero que le permitió vivir modestamente toda su vida. Y es que el poder manejar el hierro, calentarlo y cogerlo a punto se convirtió en un modo de vida, en el oficio más bonito.