La solución de la maternidad - University of Utah E Publications

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UFLR September 2010 Vol XVIII
Useche 19
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La solución de la maternidad: esterilidades contradictorias en La Regenta de Leopoldo
Alas
Óscar Iván Useche
Columbia University
La ausencia de madre o su desfiguración como modelo ideal han sido identificados por la
crítica como rasgos característicos del deterioro de la institución familiar que denuncia Leopoldo
Alas en su novela La Regenta (1884-85). En esta obra, el escritor asturiano presenta algunos de
los aspectos más problemáticos de la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX en España,
enfocándose en sus tres grupos sociales más representativos: la Iglesia, la aristocracia y la
burguesía. Al ubicar la acción en una ciudad periférica, Clarín crea una micro-sociedad con la
que critica principalmente los vicios sociales de la burguesía, que, ya para la década en la que se
está escribiendo la novela, eran vistos como los responsables del fracaso de los intentos
modernizadores propuestos por la revolución liberal de 1868. El protagonismo que adquiere la
clase burguesa en la literatura de la época obedece, precisamente, a que en su consolidación
como grupo capaz de liderar los nuevos derroteros de la nación moderna se había puesto la
esperanza regeneradora de un país que durante todo el siglo había presentado una gran
inestabilidad política y económica. Sin embargo, en una sociedad que operaba dentro de la
tensión entre tradición y progreso, la burguesía no pudo desprenderse de la fuerte influencia que
sobre ella ejercían la aristocracia y la Iglesia. Los proyectos de (re)construcción de la nación
fueron perdiendo prioridad y la burguesía se concentró en cambio en intentar imitar los estilos de
vida de una aristocracia cada vez más decadente. Dentro de esta visión distorsionada, la familia
como centro articulador de la sociedad dejó de jugar el papel que se le había asignado; la
esterilidad y el adulterio se convirtieron en los principales enemigos del futuro de la nación
moderna. La mujer no pudo evitar estar en el centro de este conflicto en su papel como esposa y
como madre. Para Clarín, el deterioro del ideal burgués de la maternidad y del matrimonio,
pilares del progreso en la visión krausista a la que se adscribía, debía ser expuesto. Para reflejar
esta descomposición social, el autor pobló su novela de familias divididas o disfuncionales, en
las que a la figura ausente o dislocada del padre o de la madre se sumaba la notoria falta de
descendencia. El presente trabajo se centrará en evaluar algunos aspectos de esta última
característica.
En su estudio Motherhood and Representation: The Mother in Popular Culture and
Melodrama (1992), E. Ann Kaplan sostiene que el énfasis que se da a la maternidad como
fundamento de la sociedad decimonónica se deriva de la importancia que empezaba a tener el
niño como futuro miembro-ciudadano de una colectividad que, con el nacimiento de la
burguesía, cobraba conciencia de su papel en el desarrollo del estado-nación y el capitalismo
modernos. La mujer, dentro de esta nueva perspectiva, tenía una función claramente definida
que la separaba de la esfera pública y la recluía en el espacio doméstico. El hombre, por su
parte, mantenía sus privilegios en el control social y tenía la responsabilidad de mantener la
cohesión de la familia y proveer los medios para su sostenimiento y desarrollo. Una serie de
discursos provenientes de distintas fuentes del saber (la medicina, la religión y la economía, entre
otros) se encargaron de mantener esta separación de las esferas sociales mediante la puesta en
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práctica de una teorización específica del rol femenino en relación con la procreación. Partiendo
de este contexto, en las páginas siguientes quiero proponer una nueva lectura de la aparente
imposibilidad o incapacidad de los personajes centrales de la novela –Ana Ozores, Víctor
Quintanar, Fermín de Pas y Álvaro Mesía– para cumplir con su responsabilidad social de
fecundación, y de las posibles consecuencias de este fenómeno para una interpretación
sintomática de las problemáticas de fin de siglo en España. Clarín crea en estos personajes
figuras ambiguas en las que la relación entre dominación y represión en los espacios público y
privado se hace borrosa y la posible existencia de originalidad, entendida como (pro)creatividad,
se ve amenazada ante la imposibilidad reproductiva.
En términos generales, se ha prestado mayor atención a Ana como hija (madre ausente,
desarrollo incompleto, etc.) que como madre.1 Sin embargo, en la novela el patrón de
imposibilidad o incapacidad reproductiva con el que Clarín ha construido su personaje central
puede encontrarse también en los demás protagonistas. Por una parte, en la sociedad deteriorada
de la novela el deseo de Ana de ser madre –como escapatoria, como forma de retener control
sobre su propia vida y como búsqueda de significación– no corresponde al modelo de maternidad
de la familia burguesa que Clarín, desde su perspectiva liberal, persigue como ideal para la
sociedad. Por otra parte, en los personajes masculinos con los que se hubiera podido cumplir el
anhelo de la protagonista, la incapacidad o imposibilidad reproductiva viene dada por una serie
de sexualidades desviadas que caben perfectamente dentro de algunos de los modelos de
degeneración social típicos del siglo XIX con los que se resaltaban las ansiedades de la época
ante el posible fracaso de la institución familiar, y con ella, de toda la sociedad.2 En el contexto
de la imposibilidad, Fermín de Pas, debido a su función como sacerdote y al afeminamiento que
se deriva de dicho rol espiritual, constituye el mejor ejemplo; en cuanto a la incapacidad, la
fuerte tendencia homo-social/homo-sexual de Víctor Quintanar y la descontextualización de la
mujer de su posible rol como madre para ser reificada como mercancía por Álvaro Mesía serían
los dos casos más relevantes. Estos condicionamientos en los personajes más importantes de la
novela permiten ver a Vetusta como un espacio en el que domina la esterilidad, lo cual
explicaría, entre otros aspectos, la maternidad frustrada de Ana, el desinterés de Víctor Quintanar
1
Estudios como el de Elizabeth Sánchez, “The Missing Mother: Locating the Feminine Other in La Regenta” de
1989; el capítulo de Alison Sinclair, “The Force of Parental Presence in La Regenta,” incluido en la compilación
Culture and Gender in Nineteenth-Century Spain de 1995; el artículo de Mercedes Vidal Tibbits, “La maternidad
parodiada y subvertida en La Regenta” de 1997; o el análisis de Cristina Mathews, “Making the Nuclear Family:
Kinship, Homosexuality, and La Regenta” de 2003, entre otros, se aproximan a una lectura de La Regenta en la que
la deformación o ausencia de la figura materna o la perversión de la identidad masculina son vistos como detonantes
de los múltiples desórdenes sociales de Vetusta. Así, por ejemplo, la búsqueda mutua de una madre que nunca
tuvieron es una de las razones que unen a Fermín de Pas y a la Regenta, o que permiten prefigurar en Ana una
búsqueda del espacio pre-edípico al que no tuvo acceso debido a la muerte temprana de su madre. Igualmente, la
relación íntima entre Víctor Quintanar y su amigo Frígilis es entendida como un síntoma de cierta desviación de la
sexualidad masculina que afecta su función como esposo y posible padre.
2
Durante el siglo XIX, como ha señalado Michel Foucault, se creó la categoría del homosexual con el objetivo de
señalar los riesgos de un desorden que, desde la perspectiva de la época, amenazaba el futuro de la raza humana.
Como estrategia de control social, esta estigmatización se usó para promover la consagración de la familia como
pilar de la sociedad.
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en los aspectos sexuales de su matrimonio, la obsesión con el poder de Fermín de Pas o el
comportamiento donjuanesco de Álvaro Mesía. En estos personajes, la imposibilidad o
incapacidad para reproducirse no sólo crea los desórdenes sicológicos y excesos de ambición por
la autoridad con los que intentan afirmar su identidad, sino que es también un mecanismo para
mantener el control de los planos en los que se desenvuelven: Ana y Víctor en el espacio
doméstico; Fermín de Pas en el orden espiritual; y Mesía en la esfera pública.
Durante el siglo XIX Europa vivió un acelerado crecimiento de la industria. En la
consolidación de los modelos capitalistas derivados de este desarrollo, muchas de las estructuras
sociales tradicionales se vieron drásticamente alteradas. Siguiendo las ideas de Jürgen
Habermas, en Gender and Modernization in the Spanish Realist Novel (2000), Jo Labanyi resalta
el papel que tuvieron estos cambios en la configuración de las esferas pública y privada después
de la primera revolución industrial y cómo alcanzarían un punto crítico durante el siglo XIX
debido, en gran parte, a la movilidad de actores sociales para los que en el pasado existían
espacios claramente definidos. Las clases sociales que habían estado bajo el estricto control de
la Iglesia y de los sistemas de la economía feudal empezaron a verse favorecidas por la
movilidad que ofrecía la acumulación de capital derivada de la actividad industrial y la
producción en masa. Igualmente alterado se vio el papel que jugaba la mujer en la producción
artesanal y en la formación y sostenimiento de la familia. Los espacios borrosos que fueron
desarrollándose a partir de todas estas transformaciones rápidamente derivaron en ansiedades
que demandaban la creación de nuevos discursos de control. Labanyi identifica, entre otros, una
retórica sanitaria sustentada por los avances de la medicina, con la que se justificó la necesidad
de la reclusión doméstica de la mujer y la represión de la sexualidad femenina no reproductiva.
El fuerte énfasis en el papel de la familia como núcleo de la sociedad moderna y la importancia
que cobró la educación infantil fueron las principales justificaciones para la implantación de
regulaciones sociales y la creación de contratos que garantizaran estos esquemas productivos.
En España, los principios krausistas importados por Julián Sanz del Río y promulgados por sus
seguidores (entre los cuales estaba Leopoldo Alas) bajo el auspicio de la revolución burguesa de
1868 y las ideas liberales que la sustentaron estaban en completa consonancia con este tipo de
discursos. Por esto mismo, no sorprende que en La Regenta abunde el lenguaje médico y se
exalte permanentemente la importancia de la familia mediante la denuncia de modelos
disfuncionales en los que se expone cierta perversión en los comportamientos femeninos y
masculinos.3
A finales del siglo XIX, la división de género en España estaba estrechamente ligada con
la afirmación de la identidad, la cual, a su vez, dependía de la capacidad creativa asociada a la
procreación. De acuerdo con Alison Sinclair, “the definition of the boundary of gender can also
be regarded as defensive… because it holds out, through the possibility of sexual intercourse and
3
Para Michael Nimetz, por ejemplo, la perversión en La Regenta consiste en la presencia en Vetusta de una
estructura feudal en la que la aristocracia todavía conserva algo parecido a lo que se conocía en tiempos medievales
como droit de seigneur, con el que el señor de un territorio se reservaba el derecho de tomar la virginidad de las
doncellas de su feudo. En la novela, esta estructura de poder ha sido adoptada también por la Iglesia respecto a la
relación confesor-penitente. De esta forma, en el texto, “perversion, in the most ample sense, is the result of this
disparate embrace between sex and religion” (243).
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reproduction, the notion of creativity, which would be the ultimate proof of existence of the self:
not „I think therefore I am,‟ but „I can reproduce, therefore I am‟” (Dislocations 13). Considero
que en el caso de La Regenta, esta relación entre capacidad reproductiva e identidad es
determinante para entender las tensiones que enfrentan los protagonistas frente a su posición en
la sociedad. El personaje de Ana Ozores, por ejemplo, se debate entre la asimilación a la esfera
pública –la sociedad de valores deteriorados planteada por Clarín en términos de la justicia
(Víctor Quintanar), la Iglesia (Fermín de Pas) y la política (Álvaro Mesía)– y la imposibilidad de
mantener una posición privilegiada en la esfera privada sin desempeñar la función que le
corresponde como mujer –su papel como madre–. La Regenta se encuentra atrapada entre dos
mundos que constantemente están enfatizando en ella una falta de originalidad: en lo doméstico,
la imposibilidad para (pro)crear, y en lo público, su incapacidad de ser diferente para evitar caer
víctima, como las demás mujeres en la novela, de la represión sexual homogenizadora de lo
masculino. Este último aspecto ha llevado a que todos los personajes femeninos conformen
familias poco tradicionales o sostengan una relación adúltera, lo cual les otorga un sentido de
pertenencia a un grupo de características similares que comparte los aspectos más negativos de
las relaciones entre géneros. En un contexto de estas características, Ana Ozores sólo lograría
ser diferente si pudiera asimilarse a una idea modélica de la mujer decimonónica (madre
abnegada y esposa dedicada). Así, los órdenes alterados de la sociedad imaginada por Clarín se
centran en una figura femenina manipulada desde lo masculino, no para promover el
fortalecimiento de dicha sociedad al recluirla en el hogar, sino para incentivar su carácter
superficial a través del adulterio.
Al desorden que causa esta desarticulación de las estructuras sociales se debe sumar la
carencia de figuras autoritarias en la novela. En su ensayo El doble silencio del eunuco: Poéticas
sexuales de la novela realista según Clarín (1998), Andrés Zamora Juárez estudia la figura del
autor como padre en la literatura decimonónica española, y señala que la obra realista,
particularmente las dos novelas de Clarín (La Regenta y Su único hijo [1891]), sufre de una
carencia de tipos masculinos bien definidos, ya que abundan los hombres incapacitados o
imposibilitados para representar el papel que les corresponde dentro de la incipiente sociedad
burguesa de la época. Para suplir esta falencia, continúa Zamora, el relato decimonónico está
atravesado por la figura de un autor-padre autoritario. En La Regenta, la ausencia de modelos de
autoridad (exceptuando al autor) tiene eco en la notoria obsesión de los diferentes personajes por
mantener control sobre los otros. En cuanto a la mujer se refiere, Zamora Juárez considera que
“difícilmente puede la maternidad funcionar como correlato metafórico de la autoría si el
discurso cultural dominante en la época considera que la esencia femenina es una mezcla dócil
de receptividad y de cierta capacidad de reproducción” (88). Tomando estas ideas como punto
de partida es posible entender las falencias, desviaciones o ansiedades de Ana Ozores y los
hombres a su alrededor como una imposición del autor, un castigo simbólico a su falta de
carácter e idoneidad para revertir el deterioro social en el que se inscriben. De esta manera, la
imposibilidad o incapacidad para la reproducción queda estrechamente relacionada con la fuerza
(pro)creativa de la que carecen los personajes y con algunos de sus comportamientos más
sintomáticos.
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El análisis feminista contemporáneo, aparte de deplorar los excesos a los que se llegó en
el siglo XIX para reducir las ansiedades sociales que producía la movilidad de la mujer, ha
elaborado un complejo entramado crítico en el que algunas de las tesis principales propuestas por
Freud resultan fundamentales para entender mejor la sicología femenina y su desorden más
común: la histeria. Sin embargo, sólo recientemente estudios como el ya mencionado de E. Ann
Kaplan han prestado atención específica al papel que juega la maternidad en relación con esta
teoría feminista derivada de los postulados del sicoanálisis. Julia Kristeva, por ejemplo, ha sido
una de las críticas que más ha ahondado en la elaboración de un aparato teórico con el cual
entender los espacios femeninos a partir de los descubrimientos de Freud sobre la sicología
infantil y lo que él denominó períodos pre y pos-edípicos. Al referirse a la maternidad desde esta
perspectiva, Kristeva concluye que “the desire for a child is a transformation of either penis envy
or anal drive, and this allows [the woman] to discover the neurotic equation child-penis-faeces”
(178). Tanto para la filósofa francesa como para el padre del sicoanálisis, el descubrimiento de
la individualidad del niño se da a partir de su diferenciación y posterior separación simbólica de
la madre. De esta forma, en aquellos casos en los que la presencia materna se ha dado de forma
disfuncional o los mecanismos de socialización se han visto constreñidos, el proceso de
consolidación de la identidad se ve afectado hasta el punto de causar profundos desórdenes
sicológicos en la edad adulta. Esta conexión entre el desarrollo infantil, la madre y el
comportamiento individual resulta mucho más problemática en el caso femenino, lo cual ha
promovido el estudio y reevaluación de muchos de los postulados freudianos originales para
intentar llegar a una comprensión mucho más amplia de estos desórdenes y su relación con una
sociedad articulada desde una visión netamente masculina.
La histeria, por lo tanto, es el resultado de la somatización del rechazo a muchos de los
mecanismos de control masculinos, pero principalmente a la falta de comunicación con el
exterior a la que era sometida la mujer desde temprana edad como medida necesaria para su
exclusión de los asuntos de la esfera pública. Al convertirse inconscientemente en un cuerpo
enfermo, la mujer lograba subvertir algunos de los esquemas de subyugación no sólo ganando
una atención con la que no contaba antes, sino reafirmándose como dueña de un espacio propio e
impenetrable para el hombre: su mente.4 En La Regenta, como bien ha sintetizado Labanyi, la
protagonista cuenta con antecedentes que la han convertido en víctima de una dolencia similar:
“Ana‟s tragedy is, quite simply, that of the bourgeois wife who has nothing to do, aggravated in
her case by the „blocked‟ energies resulting form childlessness” (Gender and Modernization
217). La naturaleza ilícita de los deseos y fantasías de Ana y la necesidad de expiación de los
mismos en el plano espiritual a través del encierro son algunas de las formas en que se manifiesta
el carácter histérico de este personaje. A mi ver, sin embargo, la histeria de Ana no es una
muestra de resistencia a la dominación masculina, como ha sido visto este desorden por algunas
4
En el siglo XIX se relacionaban el comportamiento cíclico del aparato reproductivo femenino (particularmente el
útero) y sus desbalances (procreación o falta de ella) con la sicología femenina. Como señala Elaine Showalter:
“The connection between the female reproductive and nervous systems led to the condition nineteenth-century
physicians called „reflex insanity in women‟” (55).
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críticas feministas,5 sino una estrategia con la que se ratifica la ausencia de dicho control (el
masculino) en un espacio particular. La figura débil de Víctor como esposo y cabeza de familia
le permite a Ana vivir en completo control de una situación doméstica constantemente
amenazada por presiones externas como la presencia permanente de su confesor, el asedio de su
pretendiente o la visita de otras mujeres de su círculo social. Si no se trata de ganar dominio
sobre el espacio doméstico, entonces ¿a qué obedece este comportamiento histérico? La imagen
del espacio público que recibe Ana a través de la presencia en su casa de Don Álvaro, de Fermín
de Pas o de las otras mujeres es precisamente una de las causas de la enfermedad con la que la
protagonista somatiza el miedo a caer víctima de una subyugación diferente. En el exterior, la
protagonista no sólo sería más vulnerable al acoso de Don Álvaro, sino que además las otras
mujeres, que ya han sido víctimas de este mismo personaje, harían lo posible para que Ana fuera
igual a ellas y así poder redimir su falta en el contexto de la homogenización.
En el espacio público, Ana es vulnerable no sólo en el nivel sexual sino también, a través
de la confesión, en el espiritual. Ante la presión constante de los demás para que se aventure
fuera del hogar y su propio miedo a entrar en contacto con el espacio viciado que la esfera
pública de Vetusta provee, concebir un hijo pasa a ser la única forma de salvarse: “¡Un hijo, un
hijo hubiera puesto fin a tanta angustia, en todas aquellas luchas de su espíritu ocioso, que
buscaba fuera del centro natural de la vida, fuera del hogar, pábulo para el afán de amor, objeto
para la sed de sacrificios…!” (II; Alas 283). Sin embargo, y como bien apunta Vidal Tibbits, la
ingenuidad de este deseo le impide a la protagonista ver la necesaria relación de causalidad entre
sexualidad y procreación: “Incluso Ana, obsesionada por la idea de tener un hijo, y obsesionada
por sentirse realizada física y espiritualmente a través del amor, no piensa en la conexión obvia
de causa y efecto entre ambos anhelos; por el contrario, invirtiendo el proceso normal, quería un
hijo para poder vencer sus ansias sexuales” (66). Al presentar la visión de Ana de la maternidad
no como meta, sino como escape o como forma de retener control sobre su sexualidad, Clarín
reprueba la idea de una sociedad cuyo futuro está en riesgo debido a la malversación del rol
femenino frente a la reproducción.6 La insistencia del autor en designar a la protagonista como
una persona egoísta se deriva de la forma superficial en que la maternidad es entendida, un
interés calculador que es reprochado por el autor a lo largo de la novela.
A pesar de su visión utilitarista de la maternidad y de desear ser madre para dar
estabilidad a la tensión que produce su posición ambigua entre lo público y lo privado, Ana
5
Showalter resalta esta idea al referirse, por ejemplo, a las teorías de Hélène Cixous o Xavière Gauthier, para
quienes la histeria y otros desórdenes síquicos similares de la época han sido sólo una etiqueta usada por los
mecanismos de control masculino para acallar las protestas o los intentos de revolución femenina: “They [Cixous
and Gauthier] celebrate the „admirable hysterics‟ of the late nineteenth century, and especially Freud‟s famous
patient „Dora‟, as champions of a defiant womanhood, whose opposition, expressed in physical symptoms and
coded speech, subverted the linear logic of male science” (Showalter 5).
6
Este aspecto lo resalta Charnon-Deutsch al referirse también a las inversiones en los roles de género que se derivan
de la desorganización familiar y la desarticulación de los espacios públicos y privados presentes en Vetusta: “For
Clarin‟s fiction the exchange of sexual roles or the blurring of sexual traits is not seen as an alluring… but as a
grotesque aberration of human nature” (74).
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Ozores no se decide a dar el paso necesario para convertir su anhelo en realidad. Kaplan subraya
la existencia de retóricas de complicidad y resistencia en las que se desenvuelve la mujer frente a
la maternidad, y que muchas veces no pueden resolverse. En La Regenta, Ana considera el
espacio doméstico como un dominio sobre el que tiene control debido a la imagen masculina
distorsionada y débil de su esposo; en este caso, la maternidad puede entenderse como una forma
de resistencia a la posibilidad de abandonar la comodidad que ofrece esta situación. Por otro
lado, Ana siente cierta atracción por la dominación masculina del exterior, a través de la cual
podría satisfacer un deseo sexual reprimido por la incapacidad de su esposo y las presiones de la
Iglesia y la sociedad; este interés quizás esté motivado por la búsqueda incesante de una
complicidad con la cual reemplazar los débiles lazos afectivos que su posición social le permite
mantener con otros miembros de su misma clase. Para Ana, la imposibilidad de resolver esta
ambigüedad se relaciona también con la carencia de control que limitaba la participación
femenina en la sociedad de la época. En Vetusta el mejor ejemplo de esto es la clara desventaja
que tiene la mujer frente el dominio de cualquier discursividad. En la novela, como ha resaltado
Charnon-Deutsch (69), hay una marcada tendencia a exaltar la riqueza, amabilidad, fuerza e
inteligencia del lenguaje masculino. Este control sobre el discurso se relaciona con la
creatividad y con la autenticidad, cualidades de las que carecen en niveles diferentes todos los
personajes, ya que se presentan ante ellos mismos y ante los demás como algo que no son en
realidad (Charnon-Deutsch 80). De ahí la importancia, por ejemplo, de la confesión como
herramienta de poder y medio para penetrar en el carácter auténtico del habitante de Vetusta,
condición que permite, como expresa Fermín de Pas, “[conocerla] palmo a palmo, por dentro y
por fuera, por el alma y por el cuerpo” (I; Alas 105). Esta falta de autenticidad, de acuerdo con
Stephanie Sieburth (93), queda evidenciada también en la imposibilidad de los personajes para
completar los ciclos de escritura-lectura. Al transponer este mismo esquema al problema de la
procreación, considero que en la novela tampoco se completa el ciclo matrimonio-reproducción,
aspecto que obedece a la relación problemática de los personajes con su identidad.
En ausencia de lo que podría denominarse como una infancia normal –pérdida temprana
de la madre, falta de guía en su educación y maltrato sicológico por parte de sus tutores–, Ana
encuentra en el lenguaje un refugio. A través de la escritura y la lectura, La Regenta puede
consolidar su identidad y reafirmar su pertenencia al espacio simbólico, aspecto que para Lacan
marca la separación definitiva de la identidad del niño de la de sus padres. Sin embargo, la
expresión creativa de la joven Ana fue fuertemente reprimida por sus tías, para quienes “el
mayor y más ridículo defecto que en Vetusta podía tener una señorita [era] la literatura” (I; Alas
231). Esta pérdida de dominio sobre el lenguaje afectó de manera determinante a la
protagonista, que inopinadamente se encontró atrapada entre dos opciones opuestas: obedecer los
códigos sociales y quedar anulada, o rechazarlos y ser discriminada y estigmatizada por la
sociedad. La situación de Ana, como ha señalado Labanyi, no tiene una salida evidente:
“Regardless of whether she breaks free or succumbs to restraint, she is still nothing” (“Mysticism
and Hysteria” 37). Romper con este círculo vicioso, perpetuado hasta la edad adulta de la
protagonista, es otra de las razones que la llevan a anhelar la maternidad. 7 En la mente de Ana,
7
Kaplan, al referirse a Kristeva en su contextualización del sicoanálisis, señala que “women have privileged access
to the semiotic, the Imaginary and the pre-linguistic „chora‟ through their biological experience of giving birth” (40).
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ser madre no sólo significa mantener control en el espacio doméstico, sino también tener un
acceso seguro y sin amenazas a la esfera pública. No obstante, la protagonista no es consciente
de que tener ambas cosas es imposible, ya que aspirar a una identidad singular que la distinga de
las demás mujeres en el exterior resulta incompatible con el rol asignado a la madre a finales del
siglo XIX, función que dentro de los esquemas de homogeneización de la sociedad burguesa
buscaba evitar la manifestación de una subjetividad femenina demasiado marcada. Al referirse a
esta imposibilidad de la mujer de ingresar en lo público mientras cumple su función como madre
en lo privado, Marianne Hirsch ha señalado que “[women] do aspire to a singularity that is so
clearly incompatible with motherhood as to preclude the possibility of the heroine's maternal
identification, or of her potential maternity” (44). En su profundo egoísmo, Ana Ozores es
incapaz de darse cuenta de la incompatibilidad de su deseo de ser madre con el tipo de posición
que quiere mantener en el espacio privado o que le gustaría detentar en la esfera pública.
En el ámbito femenino, la esterilidad en la novela puede verse a partir de la imposibilidad
de Ana para ser madre en relación con sus metas particulares. Sin embargo, no es sólo que la
Regenta desee ser madre y esté imposibilitada, como se ha visto, por su propia ingenuidad y
egoísmo para conseguirlo, sino que en toda la novela persiste una completa inviabilidad para que
pueda lograr su objetivo debido, principalmente, a la forma en que Clarín ha construido los
personajes masculinos. En estos casos, la esterilidad se sustenta en una doble perspectiva: por
una parte, existe, como sugiere Mathews, una clara patologización de la homosexualidad en la
novela, con la que el autor busca reivindicar la importancia de la familia. A este respecto, el
comienzo y final de la historia resultan muy significativos: en Celedonio, el primer personaje
masculino que Clarín describe en detalle, “se podía adivinar [la] futura y próxima perversión de
los instintos naturales provocada ya por aberraciones de una educación torcida” (I; Alas 101).
Esta aberración aparece duplicada al final de la novela, cuando Celedonio besa a la Regenta
mientras ésta yace en el suelo de la Catedral. La sexualidad doblemente perversa de este
personaje es sólo un síntoma de otras sexualidades ambiguas con las que se caracteriza a otros
hombres de la novela. Bajo esta forma antinatural de percibir el erotismo subyace también una
crítica a los métodos de la Iglesia para infundir terror sobre la sexualidad; no es una casualidad,
como resalta Fernández-Jáuregui (20), que sea dentro de la Catedral o en su torre donde tienen
lugar las escenas más disfuncionales a este respecto. Por otra parte, Clarín problematiza las
posibilidades reproductivas de los personajes al hacer una denuncia de la incompatibilidad que
surge entre los esquemas sociales y las necesidades biológicas en la sociedad de la época.
En La Regenta, la conexión entre masculinidad y procreación se establece a partir de la
forma en que se presentan las relaciones hombre-mujer y hombre-hombre. En primer lugar se
encuentra la relación entre Víctor Quintanar y su esposa. El ex-Regente, como ya se ha
señalado, carece de autoridad en el hogar y es percibido por Ana más como un padre que como
un amante. Adicionalmente, Víctor ha desviado su interés por Ana para dedicarse a
cumplimentar a su amigo Frígilis, con quien mantiene una relación bastante cercana. 8 Por otro
8
“Víctor, who does not appear to understand the power dynamics underlying exchanges of women or the
importance of woman as the mediating figure, lingers precariously on the unsafe border between the homosocial and
the homosexual” (Mathews 77).
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lado está el Magistral, Fermín de Pas, que a pesar de estar enamorado de Ana y sentir deseo
hacia ella no puede tampoco cumplir con la función de amante o padre (en los dos sentidos:
espiritual –como sacerdote– y biológico). Precisamente, en contraste con todos los hombres de
la novela, como apunta Alison Sinclair, “Fermín is portrayed as unaware of his own sexuality, or
as conveniently denying it, or as satisfying its needs in a place distant even from the text, so
private a function is it” (“Parental Presence” 187). Finalmente está el comportamiento
donjuanesco de Mesía, que lo posiciona como agente nocivo para las ideas liberales de una
sociedad burguesa en la que su función como padre se ve anulada por el utilitarismo de sus
relaciones: Don Álvaro únicamente persigue el doble placer de ver rendida a la mujer y
satisfecho su deseo sexual.9 Como representante del Partido liberal de Vetusta y presidente del
Casino, su comportamiento de jugador (en el sentido de no comprometerse o de buscar siempre
un beneficio en sus acciones) desdibuja completamente estos dos espacios reservados a lo
masculino: la política y la esfera pública de debate.10 En la novela se dan entonces una serie de
condiciones que aseguran la imposibilidad o incapacidad reproductiva masculina: la sexualidad
de Fermín de Pas es prohibida o inaccesible; la de Álvaro Mesía es derrochada; la de Víctor
Quintanar es desviada. En resumen, como la posición social (De Pas), el compromiso (Mesía) y
el erotismo (Quintanar) son algo tan ajeno a la novela, la conexión entre sexualidad y maternidad
se convierte en algo excepcional.
La desnaturalización de la maternidad se puede ver claramente en Ana, cuyos deseos de
ser madre, como se ha señalado, se oponen completamente a la visión de generosidad y sacrificio
propuesta por una estructura social que Clarín, desde sus ideas krausistas, ve como indispensable
para el futuro de la nación española. En este sentido, la esterilidad en Vetusta, y en particular la
imposibilidad de ser madre de la Regenta, constituyen a la vez un castigo y una denuncia. Se
castiga a Ana por su profundo egoísmo y se denuncia una sociedad en la que la separación entre
las esferas pública y privada y las estructuras necesarias para la construcción del futuro se han
pervertido hasta la esterilidad. El adulterio, delito y pecado con el que finalmente se resuelve la
tensión en la novela, deteriora las posibilidades de cohesión de la familia. Clarín matiza esta
desorganización de la sociedad a través de una población que puede entenderse como un cuerpo
enfermo cuya principal dolencia es la infertilidad: Ana no puede ser madre en el espacio
9
Gregorio Marañón, en su artículo seminal de 1924 sobre el comportamiento del Don Juan entendido como una
condición médica, “Notas para la biología de un Don Juan”, es enfático en señalar que una de las características
típicas del prototipo donjuanesco es carecer en absoluto de genio creador. Este aspecto puede entenderse desde dos
de las perspectivas ya señaladas en el presente ensayo: por una parte la capacidad creativa, completamente ausente
en la clara pasividad de Don Álvaro, y por otra la imposibilidad reproductiva debida a que en el Don Juan “la
disociación completa entre aptitud creadora y todo lo demás” no sólo no es poco común, sino que, como señala
Marañón, “culmina en casos… [de] hombres completamente afeminados y de pródiga paternidad” (48). A pesar de
que en Mesía tenemos a un personaje que cifra su valor en su invencibilidad como conquistador, no existen
descendientes que atestigüen su poderío. Esta es otra de las características que identifica Marañón (47-48) como
típicas del comportamiento contradictorio del Don Juan.
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Esta perversión del Casino como ágora vetustense para convertirse únicamente en un centro de juego
(literalmente, y como lugar de intrigas políticas o personales) lo deja reducido a ser, como resalta el narrador, “[e]l
cuarto del crimen”, un lugar en el que “[l]a autoridad no había turbado jamás la calma”, pues “a ruegos de
gacetilleros… se perseguía cruelmente la prostitución, pero el juego no…” (I; Alas 261).
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doméstico porque allí no encuentra la capacidad reproductiva necesaria, pero aunque estas
condiciones pueden encontrarse reunidas en el espacio público, ni con el Magistral ni con Mesía
se ve posibilitada socialmente para tener un hijo. Clarín contrapone en la novela la incapacidad
biológica y la posibilidad social de lo privado con la imposibilidad social y la hipotética
capacidad biológica de lo público. Finalmente, la solución de la maternidad con la que Ana
esperaba resolver la tensión entre los espacios público y privado habría terminado por resaltar en
ella el carácter monstruoso que Clarín veía en la movilidad social femenina y en sus riesgos para
la familia y la sociedad.
En La Regenta, Clarín anula toda posibilidad de redención para Ana, que al final de la
novela es expulsada de la esfera pública y condenada al aislamiento doméstico, esta vez sin
posibilidad alguna de acceder a la maternidad. La tensión irresoluble en la que el autor inserta a
su protagonista no deja espacio al optimismo. Una posible explicación para esto subyace, a mi
ver, en la lectura naturalista de la novela, según la cual el nacimiento (im)propio de Ana,
derivado de la socialmente condenada profesión de bailarina y muerte prematura sin
posibilidades de redención pública de la madre, (y que críticos como Alison Sinclair
[Dislocations 28] ven como causa de su vida infortunada y del final trágico), se transforma, en la
siguiente generación, en un nacimiento (im)posible que anula toda esperanza de futuro para una
sociedad como la que presenta Clarín en La Regenta, con una masculinidad completamente
disfuncional y una maternidad pervertida. A este respecto habría dos posibles causas para la
esterilidad que atraviesa la novela. Por una parte, la infertilidad sería el resultado de la tensión
irresoluble entre tradición y progreso, es decir, de la obstinación de los vetustenses por mantener
un orden social caduco e impropio de los ideales modernizadores krausistas desde los que se
soñó el futuro de la sociedad española. Por otro lado, es posible que Clarín hubiera encontrado
que, más allá del fracaso de los ideales krausistas, estos ideales no fueran apropiados para el
momento histórico por el que atravesaba España, por lo que todos los intentos modernizadores
estaban condenados a no dar fruto en una sociedad que, como Vetusta, no tenía la capacidad ni la
posibilidad de ser fértil.
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