La Ciudad que Acabó con el Hambre Por Frances Moore Lappé Traducción Nora “Levanah” Garcé Una ciudad en Brasil reclutó a los agricultores locales para hacer lo que las ciudades de los Estados Unidos todavía no han hecho: acabar con el hambre. “Buscar soluciones al problema del hambre significa actuar bajo el principio de que la condición de ciudadano sobrepasa a la de mero consumidor”. CIUDAD DE BELO HORIZONTE, BRASIL. Escribiendo “Dieta para un Pequeño Planeta” (Diet for a Small Planet), aprendí una simple verdad: El hambre no es producto de la escasez de comida sino de la escasez de democracia. Pero comprender eso fue sólo el principio, porque entonces tuve que preguntarme: ¿Cómo luce una democracia que le permite a sus ciudadanos que decidan como conseguir las cosas esenciales para la vida? ¿Existe en alguna parte? ¿Es posible o sólo un sueño de marihuana? Con el hambre en aumento aquí en los Estados Unidos – uno en diez de nosotros está ahora recurriendo a los cupones alimentarios – estas preguntas se tornan más urgentes. Para comenzar a concebir la posibilidad de una cultura de ciudadanos con el poder de hacer que la democracia funcione para ellos, ayudan las historias de la vida real, no los modelos a adoptar a gran escala, sino los ejemplos que capturan lecciones claves. Para mí, la historia de la cuarta ciudad más grande de Brasil, Belo Horizonte, es un rico tesoro oculto de ese tipo de lecciones. Belo, una ciudad de 2.5 millones de personas, tenía antes el 11 por ciento de su población viviendo en pobreza absoluta, y casi el 20 por ciento de sus niños pasando hambre. Entonces, en 1993, una administración recién elegida declaró la comida como un derecho de la ciudadanía. Las autoridades dijeron, en efecto: Si usted es demasiado pobre como para comprar comida en el mercado, usted no es por eso menos ciudadano. Yo todavía tengo una responsabilidad con usted. El nuevo alcalde, Patrus Ananias – ahora el líder de la campaña federal contra el hambre – comenzó por crear una agencia de la ciudad, la cual contemplaba reunir un concejo de 20 miembros formado por representantes civiles, de los trabajadores, los comerciantes y la iglesia, para asesorar en el diseño e implementación de un nuevo sistema alimentario. La ciudad ya involucraba a ciudadanos regulares directamente en la asignación de recursos municipales – el “presupuesto participativo” que comenzó en los 70s y desde entonces se ha extendido por todo Brasil. Durante los primeros seis años de implementación de la ley de Belo “la alimentación como un derecho”, posiblemente en respuesta al nuevo énfasis puesto en la seguridad alimentaria, el número de ciudadanos involucrados en el proceso de presupuesto participativo de la ciudad se duplicó a más de 31.000. La agencia de la ciudad desarrolló docenas de innovaciones para asegurar a cada persona el derecho a la comida, especialmente entretejiendo los intereses de los agricultores con los de los consumidores. Ofreció a las familias de agricultores locales docenas de opciones de espacios públicos donde vender a los consumidores urbanos, esencialmente redistribuyendo los márgenes de ganancia de los productos vendidos al menor – los cuales frecuentemente alcanzaban el 100 por ciento – entre los consumidores y los agricultores. Las ganancias de éstos últimos aumentaron, ya que no había mayoristas que se llevaran una parte; y la gente pobre obtuvo acceso a alimentos frescos y sanos. Cuando mi hija Anna y yo visitamos Belo Horizonte para escribir Hope’s Edge, El margen de la esperanza, nos acercamos a uno de estos puestos de venta. Una agricultora que llevaba una colorida bata verde adornada con “Directo del Campo”, sonrió abiertamente mientras nos decía, “Ahora puedo mantener a mis tres niños de mis cinco acres. Desde que obtuve este contrato con la ciudad, me ha sido posible comprar una camioneta.” Las posibilidades de mejorar de estos agricultores de Belo eran extraordinarias considerando que mientras estos programas se estaban poniendo en marcha, los agricultores del país en su totalidad vieron sus ingresos disminuidos casi a la mitad. Además de los puestos de venta atendidos por los agricultores, la ciudad fomenta la disponibilidad de buena comida ofreciendo a los empresarios la oportunidad de solicitar el derecho a usar terrenos de la ciudad en áreas de buen tráfico para supermercados “ABC”, de la sigla en portugués “alimentos a bajo precio”. Hoy hay 34 de esos mercados donde la ciudad fija los precios - alrededor de dos tercios del precio del mercado – para veinte artículos saludables, mayormente provenientes de los agricultores del estado y elegidos por los dueños de los mercados. Todo lo demás, lo pueden vender al precio del mercado. “Para los vendedores de los mercados ABC con las mejores locaciones, hay otra obligación ligada a la posibilidad de usar los terrenos de la ciudad”, explica Adriana Aranha, una ex directora de esta agencia de la ciudad. “Cada fin de semana ellos tienen que llevar a los barrios pobres fuera de la ciudad camiones cargados con mercancías, para que todo el mundo pueda obtener buenos productos”. Otro resultado de la filosofía de “la alimentación como un derecho” son tres grandes y bien ventilados “Restaurantes Populares”, además de unos pocos locales más pequeños que sirven diariamente a 12.000 o más personas usando mayormente comida producida localmente, por el equivalente de menos de 50 centavos la comida. Cuando Anna y yo comimos en uno de ellos, vimos entre los clientes a cientos de abuelos, recién nacidos, parejas jóvenes, grupos de hombres, madres con infantes. Algunos llevaban ropas desgastadas, otros uniformes y otros incluso trajes de negocios. “Llevo cinco años viniendo aquí cada día y he engordado seis kilos, comentó riendo un energético anciano con kakis desteñidos. “Es una tontería pagar más en otro lado por comida de calidad inferior”, nos dijo un atlético hombre joven en uniforme de la policía militar. “Llevo dos años comiendo aquí todos los días. Es una buena manera de ahorrar para comprar una casa y poder casarme”, dijo con una sonrisa. Nadie tiene que probar que es pobre para comer en los Restaurantes Populares, aunque el 85 por ciento de los clientes lo son. La clientela mixta borra el estigma y permite la “alimentación con dignidad”, dicen las personas involucradas. Los programas de seguridad alimentaria de Belo también incluyen extensos huertos comunitarios y escolares, así como clases de nutrición. Además, el dinero que el gobierno federal contribuye para los comedores escolares, que antes se gastaba en la comida procesada de las corporaciones, ahora compra alimentos completos mayormente de productores locales. “Estamos luchando contra el concepto de que el estado es un administrador terrible e incompetente”, explica Adriana. “Estamos demostrando que el estado no tiene que proporcionar nada, puede facilitarlo. Puede crear vías por las cuales la gente encuentre las soluciones por sí misma”. Por ejemplo, la ciudad, en asociación con la universidad local, está trabajando en “mantener la honestidad del mercado, en parte, simplemente proporcionando información”, nos dijo Adriana. Ellos hacen una encuesta de precios de 45 alimentos básicos y artículos del hogar en docenas de supermercados, luego publican los resultados en las paradas de los autobuses, en línea, en la televisión, la radio y los periódicos, para que la gente sepa donde se puede comprar más barato. El cambio de estructura a la alimentación como un derecho, llevó a los luchadores contra el hambre de Belo a buscar soluciones novedosas. En un experimento exitoso, las cáscaras de huevo, las hojas de yuca y otro material que eran normalmente arrojados a la basura, fueron molidos como harina para el pan diario de los niños en la escuela. Este alimento enriquecido también llega a los niños de las guarderías escolares, quienes reciben tres comidas diarias, cortesía de la ciudad. “Yo sabía que hay tanto hambre en el mundo. Pero lo que me enoja, lo que no sabía cuando comencé con esto, es que es tan fácil. Es tan fácil acabar con él.” ¿El resultado de estas y otras innovaciones relacionadas? En sólo una década Belo Horizonte disminuyó su tasa de mortalidad infantil – generalmente usada como evidencia de hambre – a menos de la mitad, y hoy en día estos programas benefician a casi el 40 por ciento de los 2.5 millones de habitantes de la ciudad. En un período de seis meses en 1999, se registró una reducción de la malnutrición infantil en el grupo de estudio de un 50 por ciento. Y entre 1993 y 2002 Belo Horizonte fue la única localidad donde aumentó el consumo de frutas y vegetales. ¿El costo de estos programas? Alrededor de $10 millones anuales, o menos del 2 por ciento del presupuesto de la ciudad. Eso es alrededor de un penny por día para los residentes de Belo. Detrás de este dramático cambio salvador está lo que Adriana llama “una nueva mentalidad social” – el darse cuenta de que todos en la ciudad nos beneficiamos si todos tenemos acceso a buena comida, así – como la salud y la educación – el alimento de calidad es un bien público”. La experiencia de Belo muestra que el derecho a la alimentación no necesariamente implica mayor gasto público (aunque en emergencias, por supuesto, es así). Puede significar redefinir la palabra “free” en “freemarket” como la libertad de todos a participar. Puede significar, como en Belo, la construcción de asociaciones de ciudadanos y gobierno, motivadas por valores de inclusión y respeto mutuo. Y al imaginar una ciudadanía con derecho a la alimentación, por favor, observen: No se requiere un cambio en la naturaleza humana! A través de la mayor parte de la evolución humana – excepto por los últimos pocos miles de años de los aproximadamente 200.000 años de su existencia, el Homo sapiens ha vivido en sociedades donde el compartir la comida era la norma dominante. Como individuos que comparten la comida, “especialmente entre individuos que no tienen lazos familiares”, los humanos somos únicos , escribe Michael Gurven, una autoridad en transferencias de alimentos de la caza y la recolección. Excepto en tiempos de extrema privación, cuando algunos comen, todos comen. Antes de dejar Belo, Anna y yo tuvimos tiempo de reflexionar un poco con Adriana. Nos preguntábamos si ella se daba cuanta que su ciudad podría ser una de las pocas en el mundo tomando este enfoque de la alimentación como un derecho de membrecía en la familia humana. Así que le pregunté, “¿Cuándo comenzó, se daba cuenta de lo importante que era lo que está haciendo, del impacto que podría tener, y que raro es en el mundo entero? Escuchando su larga respuesta en portugués sin entenderle, traté de ser paciente. Pero cuando sus ojos se humedecieron, golpeé levemente con el codo a nuestra intérprete. Quería saber qué la había emocionado. “Yo sabía que hay tanto hambre en el mundo. Pero lo que me enoja, lo que no sabía cuando comencé con esto, es que es tan fácil. Es tan fácil acabar con él.” Las palabras de Adriana han permanecido conmigo. Lo harán por siempre. Ellas contienen posiblemente la mayor lección de Belo: que es fácil acabar con el hambre si tenemos la voluntad de liberamos de las estructuras que nos limitan y ver con nuevos ojos – si confiamos en nuestro inherente sentimiento de hermandad y actuamos, ya no más como meros votantes o manifestantes, por o contra el gobierno, sino como compañeros en la resolución de problemas junto a un gobierno que es responsable ante nosotros.