Irak: la disputa por el gobierno y la “Libanización” de Bagdad

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ISSN 1853-1873
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Irak: la disputa por el gobierno y la “Libanización” de
Bagdad 1
Por Joaquín Coniglio2
Sectarianismo y “Libanización” en la contienda post electoral
A comienzos de marzo de 2010, los iraquíes acudieron a las urnas para elegir al
Consejo de Representantes que debería designar al nuevo primer ministro y formar el
quinto gobierno nacional desde la caída del régimen de Saddam Hussein. Las
discusiones en torno a la ley electoral, el proceso de “desba’azificación” al que se
sometió a las candidaturas, la conformación de los bloques electorales y el
cuestionamiento de los resultados por parte del primer ministro Nuri al-Maliki y el
presidente Jalal Talabani, dejaban suponer, ya en aquel momento, que la formación
del gobierno implicaría una difícil negociación que se extendería durante meses en la
búsqueda de un candidato de consenso, capaz de reunir la aceptación de las
principales comunidades etno-religiosas del país y alcanzar el voto favorable de al
menos 163 de los 325 miembros del parlamento.
Las elecciones del 7 de marzo arrojaron una débil victoria de al-‘Iraqiyya, la
agrupación liderada por Iyad Allawi que con el apoyo sunní alcanzó 91 escaños, frente
a la lista Estado de la Ley del primer ministro Nuri al-Maliki, que obtuvo 89 puestos. En
tercer lugar su ubicó la Alianza Nacional Iraquí, coalición de partidos islamistas shiíes
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El presente Artículo de Opinión complementa el análisis publicado en este sitio el 20 de abril de 2010
bajo el título “Elecciones Legislativas en Irak ¿Hacia un nuevo equilibrio de fuerzas en el país y en la
región?”, en el cual se presenta un abordaje más profundo de la contienda electoral, los principales
partidos y coaliciones, así como también el análisis de los resultados electorales y la dinámica del
enfrentamiento irano-estadounidense en Irak.
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El autor es Licenciado en Relaciones Internacionales (UES21).
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que obtuvo 70 bancas, seguida de la Alianza Kurda con 41 lugares y Gorran, partido
kurdo de reciente formación que alcanzó 8 bancas en el Consejo de Representantes. Si
bien el sistema de gobierno iraquí establece que la coalición con mayor número de
escaños debe encabezar la formación del gobierno, Allawi se vio frente a la necesidad
de negociar fuertemente para poder aspirar al cargo de primer ministro, ya que las 91
bancas obtenidas en las urnas distan de la mayoría de 163 necesaria para que el
Consejo elija al nuevo premier.
En este escenario, al-Maliki declaró firmes sus intenciones de continuar
ocupando el puesto de primer ministro, por lo que comenzó a negociar con las demás
coaliciones políticas a los fines de alcanzar el apoyo necesario. Allawi y al-Maliki, los
líderes de las dos coaliciones más numerosas de la nueva asamblea, se encontraron
compitiendo por obtener mayor respaldo y se vieron enfrentados a un conjunto de
dificultades que deberían sortear en el camino hacia la jefatura de gobierno. A pesar
del declarado carácter antisectario de al-‘Iraqiyya y Estado de la Ley, la fragmentación
entre kurdos, árabes sunníes y árabes shiíes, obligó a al-Maliki y a Allawi a diagramar
una delicada estructura de alianzas entre sunníes y shiíes, y a luchar por obtener el
apoyo kurdo, ya que ningún gobierno podrá formarse en Bagdad sin tener en cuenta
los intereses del Kurdistán.
Los kurdos son conscientes de esta situación, y desde el 2003 se han erigido
como una pieza clave del gobierno iraquí; más allá de las diferencias que mantienen en
Arbil, viejos rivales como el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), liderado por
Massoud Barzani, y la Unión Patriótica del Kurdistán, dirigida por el presidente iraquí
Jalal Talabani, han definido en conjunto sus intereses nacionales en aras de negociar
en Bagdad con un discurso unificado y esperar a que la coalición mayoritaria solicite su
apoyo para plantear sus condiciones. Denise Natali, directora del Centro de
Investigaciones de la Universidad Americana de Irak-Sulaimaini, señala que bajo la
dirección del presidente de la Región del Kurdistán, Barzani, los kurdos han elaborado
una “Hoja de ruta hacia Bagdad”, acordando que los partidos kurdos pueden votar
como dispongan en los asuntos “no nacionales”, pero en los asuntos considerados de
interés nacional, tales como la Constitución, el presupuesto, las Peshmerga, la ley de
hidrocarburos y el estatus de Kirkuk y otros territorios en disputa, actuarán en
conjunto. (Natali 2010)
Durante el mes de mayo, una coalición formada por la lista de al-Maliki, Estado
de la Ley, y la Alianza Nacional Iraquí (ANI), constituyó una mayoría capaz de negociar
el apoyo kurdo y formar gobierno. Sin embargo, la oposición de los partidos de la ANI
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a la candidatura de al-Maliki, terminó por dilatar la alianza y reabrir las negociaciones
en diversos frentes. Ejemplificando la parálisis en las instituciones, la nueva asamblea
se reunió por primera vez el 14 de junio, e ignoró la obligación constitucional de elegir
un portavoz en su primera sesión y el plazo de un mes establecido para la elección del
presidente; en este contexto, nuevas negociaciones entre Allawi y al-Maliki a
comienzos de julio despertaron esperanzas de estar abriendo una salida al
estancamiento en las negociaciones, la parálisis institucional y la demora en la
formación del gobierno. A su vez, la ANI comenzó a negociar separadamente con
‘Iraqiyya y los partidos kurdos y a establecer contactos diplomáticos con los países de
la región (Ottaway y Kaysi 2010).
El estancamiento de las negociaciones, los constantes realineamientos en las
alianzas y la persistencia de la violencia de carácter sectario, sumados a los desafíos
para el mantenimiento de la seguridad provenientes de la inminente retirada de las
tropas de combate norteamericanas, llevaron a diversos periodistas, académicos y
diplomáticos a plantear los peligros de la “Libanización” de Irak. Tristemente, la
historia libanesa ha contribuido a ampliar el vocabulario del análisis político aportando
este término que connota las horas más oscuras de su guerra civil, marcada por la
lucha fratricida de carácter sectario, la ausencia de instituciones estatales capaces de
controlar el conflicto, la fuerte injerencia extranjera, la presencia de gran cantidad de
refugiados y desplazados y la carencia de servicios públicos elementales, elementos
que se repiten en el Irak actual.
Sin embargo, la Libanización iraquí ha tomado rasgos particulares y mientras
algunos autores aplican el término en el sentido indicado, otros, como Lara Setrakian,
se han referido a la Libanización de Irak comparando su desarrollo político actual con
el del Líbano posterior a las elecciones legislativas de 2009 (Setrakian 2010). En
efecto, la situación actual de Bagdad tal vez recuerde más a las negociaciones para la
formación del gobierno libanés de 2009, o a la crisis político-institucional y al vacío
presidencial que afectaron a Beirut entre 2007 y 2008, que a los años de la guerra
civil.
Al igual que el Líbano de los últimos años, Irak se ha convertido en una arena
de enfrentamiento entre intereses norteamericanos e iraníes, en la cual cada Estado
puja por establecer un gobierno aliado y debilitar a los partidarios del otro; si bien
Washington ha mantenido relaciones cordiales con al-Maliki y este aun resulta un
candidato aceptable a pesar de su trasfondo sectario, la Administración Obama se ha
inclinado por la lista secular de Allawi, que ha reunido el apoyo de sunníes y shiíes. La
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candidatura de al-Maliki es igualmente rechazada por los países árabes, principalmente
Arabia Saudí y Siria, con cuyo régimen cruzó duras acusaciones, y por Irán, cuyos
dirigentes prefieren un referente de la ANI, tal como Ammar al-Hakim o Adel AbdelMahdi. Sin embargo, más allá de las alianzas externas que forje, ningún candidato
podrá convertirse en primer ministro sin establecer un gabinete que reúna tanto a
fuerzas seculares como cierta representación sectaria (sunní y shií) y étnica (kurda),
sentando las bases de la “Libanización” y abriendo las puertas a una mayor
intervención foránea. (Zein 2010)
En este sentido, el fin de la campaña militar estadounidense en Irak (Enduring
Freedom), declarado por el presidente Obama el 31 de agosto, día en que se completó
el cronograma de retirada de las tropas de combate de Washington presentes en el
país, marca el comienzo de una etapa de mayores desafíos para las autoridades
iraquíes, quienes deberán mantener la seguridad, impedir el avance de la violencia
sectaria y contener la injerencia externa por sus propios medios. Cabe destacar, que
tal como comentaba Hassan Haidar en el periódico pan-árabe Dar al-Hayat, “los
iraquíes han pagado un precio extremadamente alto para emerger del túnel del Ba’az,
y aceptaron temporalmente intercambiar opresión y embargo por ocupación, pero la
alternativa que se impuso sobre ellos no fue nada mejor: división sectaria que revivió
una historia de conflictos y su violencia, lealtades a países extranjeros peleando sobre
su tierra con su sangre, fragmentación demográfica, límites y muros que han
amenazado la unidad y el futuro de su país”, de modo que sumado a las dificultades
para formar gobierno, Irak enfrenta hoy una mayor injerencia del régimen de Teherán,
el cual ha fomentado la división sectaria imponiendo, por distintos medios, una
identidad religiosa por sobre la identidad nacional (Haidar, 2010).
A modo de conclusión: implicancias regionales
Al plantearse la problemática de la Libanización de Irak, las preocupaciones no
atañen sólo al futuro de Bagdad sino al de todo el Medio Oriente, puesto que una
profundización del conflicto sectario en Irak podría extenderse rápidamente a los
países vecinos. David Hirst, destaca que la guerra civil libanesa fue contenida dentro
del Líbano en gran medida porque se trató de un enfrentamiento entre los cristianos
maronitas y otras confesiones tales como sunníes, drusos y shiíes, de modo que la
ausencia de maronitas (y en general, el escaso número de cristianos) en otros países
árabes, impidió la extensión del conflicto. Sin embargo, Irak es un país mucho más
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representativo del Mundo Árabe, poblado por kurdos y árabes sunníes y shiíes, y vivió
décadas de un régimen dictatorial que oprimió a la mayoría de la población por su
origen étnico o religioso. (Hirst 2010)
De este modo, remarca Hirst que una profundización del conflicto sectario en
Irak tendría rápidas implicancias en la región. En Siria, donde la minoría Allawita ha
gobernado sobre los sunníes por más de cuatro décadas, una expansión del conflicto
étnico e identitario podría provocar un levantamiento sunní y despertar la voluntad de
unión de los kurdos sirios con los de Irak; en Jordania, a pesar de la ausencia de
minorías shiíes, el gobierno se ha mostrado preocupado por la inestabilidad generada
por el “despertar shií”, ya que identifica los peligros que puede acarrear la expansión
de los levantamientos en un país en que una minoría jordana conservadora mantiene
el poder sobre una mayoría poblacional palestina más dinámica; en el Golfo, donde
una mayoría poblacional shií ha sido subyugada por regímenes monárquicos sunníes,
los peligros se evidencian aun mayores, y los actuales reclamos shiíes en Bahrein
ejemplifican esta situación.
Con respecto al asunto del gobierno iraquí, las actuales dificultades para el
nacimiento del nuevo gobierno no provienen tanto de un conflicto sobre la división de
prerrogativas como de los cuestionamientos sobre el mecanismo de rotación de poder
en el Irak post-Hussein, signado por “muros de desconfianza, preocupaciones y
distintos puntos de vista” que dividen a las sectas iraquíes (Itani 2010). Para sentar las
bases de una estabilidad de largo plazo, las comunidades iraquíes deberán evitar
establecer un sistema de reparto del poder en base a las divisiones étnicas y religiosas
que, en peligrosa analogía con el Pacto Nacional3 libanés, se convierta en un
mecanismo consuetudinario de formación del gobierno que afiance las bases del
sectarianismo y de la influencia extranjera, evitando la construcción de una conciencia
nacional iraquí superadora de las diferencias étnicas y religiosas, que fortalezca la
autoridad del gobierno, asegure la estabilidad interna y evite los perjuicios de ser
utilizado como un campo de conflicto de intereses externos.
A nivel regional, el fin de la Operación “Enduring Freedom” ha dejado atrás un
“Nuevo Medio Oriente” que lejos de ser aquel que el imaginario neoconservador
esperaba construir con su intervención, erradicando el terrorismo, evitando la
proliferación de armas de destrucción masiva y afianzando la democracia, es un Medio
3
El Pacto Nacional (Mithaq al-Watani), es el acuerdo oral alcanzado por los líderes libaneses Riad es-Solh
(sunní) y Beshara el-Juri (maronita) en vistas a las elecciones legislativas de 1943, por medio del cual se
estableció un sistema de reparto de poder proporcional a la magnitud de las distintas comunidades
religiosas del Líbano y la asociación permanente de los puestos más importantes del gobierno con
determinadas confesiones.
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Oriente más inestable, en el que Irán ya no tiene los frenos que el régimen de Saddam
Hussein imponía a sus ambiciones regionales, de modo que Teherán ha extendido su
influencia y ha continuado con su carrera nuclear, al mismo tiempo que la
“democracia” promovida por Washington debe sortear las dificultades de la violencia
sectaria y las políticas de identidad, ahora no sólo en Beirut, sino también en Bagdad.
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