el mito de orestes en les mouches de sartre y el pan de todos de

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EL MITO DE ORESTES EN LES MOUCHES DE SARTRE
Y EL PAN DE TODOS DE SASTRE
Laetitia Gañán Martínez
Susana García Hiernaux
Universidad Complutense de Madrid
1. Sartre y Les mouches ......................................................................... 3
1.1 Las moscas y la presencia alemana en Francia ........................................4
1.2. El juego de identidades y la mirada del otro...........................................5
1.3. Religión....................................................................................................7
1.4 Libertad – Responsabilidad......................................................................8
1.5. El control mediante el miedo ..................................................................10
2. El mito de Orestes en El pan de todos de Alfonso Sastre ................. 11
2.1. Puesta en escena .....................................................................................16
Conclusión ............................................................................................. 17
Bibliografía ............................................................................................ 17
Debate posterior .................................................................................... 18
1
EL MITO DE ORESTES EN LES MOUCHES DE SARTRE
Y EL PAN DE TODOS DE SASTRE
Laetitia Gañán Martínez
Susana García Hiernaux
Universidad Complutense de Madrid
laeti_ti@hotmail.com
susanamaria@garciahiernaux.com
En este estudio se pretende hacer una triangulación entre las obras que
trataron originariamente el mito de Orestes, Electra1de Eurípides y La Orestea
de Esquilo, y dos versiones modernas, una, la del filósofo y escritor francés
Jean-Paul Sartre, Les mouches, otra, la del dramaturgo español Alfonso Sastre,
El pan de todos. El objetivo de este análisis es por tanto observar la recepción
de un mito concreto en las literaturas francesa y española de mediados del
siglo XX.
Es fundamental, en primer lugar, presentar la historia de Orestes para
facilitar la comprensión de las referencias, más o menos directas, que Sartre y
Sastre hacen continuamente en sus textos al mito clásico: Agamenón, rey de
Argos y hermano de Menelao, parte con éste a Troya para recuperar a Helena.
Clitemnestra, hermana de aquella y esposa de Agamenón, decide pasar su
soledad en los brazos de Egisto. A la vuelta del rey de Argos, Clitemnestra le
prepara un vestido con el cuello y las mangas cosidas, lo que dificulta a
Agamenón el que pueda ponérselo a su salida del baño, momento en que
Egisto aprovecha para darle muerte. Orestes, hijo de Agamenón y
Clitemnestra, consigue escapar del mismo sino (por distintos motivos en las
diferentes versiones) y Electra, su hermana, queda en palacio, reducida a una
mera sirvienta.
A raíz de un oráculo de Apolo, algo difícil de interpretar, el joven
Orestes se dirige a Argos para buscar a su hermana y acabar con los asesinos
de su padre, es decir, Egisto y su propia madre, Clitemnestra. Este acto le
Para este análisis, se ha escogido Electra en lugar de Orestes, del mismo autor, ya que la obra de Sartre tiene
más puntos de confluencia con la primera.
1
2
creará numerosas dudas que su hermana Electra y su primo Pílades disiparán
con sus discursos.
Una vez llevado a cabo los asesinatos, el arrepentimiento invade las
almas de los dos hermanos. Apolo parece no hacer nada para ayudar al que
tan dolorosamente obedeció sus órdenes. Son los Dióscuros, hermanos de
Clitemnestra, los que finalmente se aparecen para indicar a Orestes cómo
expiar su culpa y librarse de las Erinias. Éstas son divinidades violentas y
vengadoras, especialmente de los crímenes familiares, protectoras del orden
social, en calidad de personificación de los remordimientos de conciencia
después de insultar, desobedecer o ejercer la violencia contra algún familiar.
Son viejas, con serpientes por cabellera, cabezas de perro, cuerpos negros
como el carbón, alas de murciélago y ojos inyectados en sangre. Llevan en sus
manos azotes tachonados con bronce y sus víctimas suelen morir
atormentadas.
1. Sartre y Les mouches
Las moscas fue la primera obra teatral de Sartre y fue representada en
París, el 3 de junio de 1943, con el permiso de las autoridades alemanas.
La tragedia griega le sirve al escritor francés como pretexto para tratar
algunos de los problemas del hombre de su tiempo como la libertad, la
responsabilidad, la soledad, la creencia en Dios, el arrepentimiento, el deber…
En la obra de Sartre, Orestes y su maestro (el Pedagogo) llegan a Argos
la mañana del día de la fiesta de los muertos, el decimoquinto aniversario del
asesinato de Agamenón. Argos es una ciudad que ofrece un panorama
desolador: las calles están desiertas, la gente es arisca y hay una presencia
abrumadora de moscas por doquier.
La pasividad de los argivas ante el asesinato de Egisto los sume en una
vida llena de culpabilidad y de remordimientos. La estatua de Júpiter presenta
a un dios de la muerte y de las moscas que se alimenta del arrepentimiento
constante de los habitantes de Argos para mantener su poder (al igual que el
rey Egisto).
Electra parece ser la única que quiere salir de esa enajenación
dominadora por la que el miedo a lo invisible hace que la ciudad entera
expulse todo signo de alegría de sus vidas.
3
Una vez producido el encuentro entre los hermanos y tras una larga
vacilación, Orestes decide liberar a su pueblo de los males que le acechan, es
decir, las moscas y el yugo de la culpabilidad. Para ello, habrá de cometer un
crimen doble: matar tanto a Egisto, como a su madre, vengando a su padre.
La diferencia fundamental con respecto al asesinato que Egisto perpetró hace
quince años, será la plena consciencia del acto ejecutado así como la
aceptación de la vida con las consecuencias morales que el asesinato conlleva,
es decir, el no arrepentimiento de la acción.
A continuación analizaremos algunas de las críticas que se esconden
debajo del uso del mito de Orestes.
No haremos alusión directa al existencialismo de Sartre ya que son
muchos y muy numerosos los trabajos escritos sobre el tema en general y
sobre la relación entre esta obra (Les mouches) y L’être et le néant.
1.1. Las moscas y la presencia alemana en Francia
En noviembre de 1947 Sartre afirmaba: « Il me semble que la tâche du
dramaturge est de choisir parmi ces situations-limites celle qui exprime le mieux ses soucis et
de la présenter au public comme la question qui se pose à certaines libertés. »2 «Me parece
que el deber del dramaturgo es el de elegir de entre las situaciones-límites
aquella que exprese mejor sus preocupaciones y presentarla al público como la
pregunta que se plantea a ciertas libertades»3.
Así, podríamos decir que el tema del mito clásico es un medio adecuado
para burlar la censura de las autoridades alemanas, presentando de forma
alegórica sus Moscas, la situación política concreta de la Francia ocupada.
Francia sería la ciudad de Argos, cuyo mariscal Pétain, en Vichy, ha
facilitado el asesinato de su marido, sumiendo al pueblo argivo-francés en una
política derrotista de arrepentimiento y constricción después de una
vergonzosa y deprimente derrota francesa.
Orestes, la resistencia francesa, es el grupo de hombres y mujeres que,
además de cargar con la responsabilidad de sus actos en sí, tienen que aceptar
que las represalias del enemigo se inflingirán a personas inocentes (en muchos
SARTRE, J-P. «Pour un théâtre de situations», en Un théâtre de situations. Paris (1973). pp20-21 ; citado por
Fornet-Beantcourt, Raúl «Interpretación de Les Mouches de Sartre» en Cuadernos salmantinos de filosofía p.216.
3 Traducción libre (propia).
2
4
casos familiares, amigos y conocidos), lo que les obligará a vivir con una gran
angustia y desesperación. Sin embargo, no por ello deben de renunciar al
proyecto de libertad que se conseguirá con esos actos.
El mismo Sartre en Un théâtre de situations atestigua sus motivos
políticos: «Nous étions en 1943 et Vichy voulait nous enfoncer dans le repentir et dans la
honte. En écrivant Les Mouches j’ai essayé de contribuer avec mes seuls moyens à extirper
quelque peu cette maladie du repentir, cet abandon à la honte qu’on sollicitait de nous»4.
«Estábamos en 1943 y Vichy quería hundirnos en el arrepentimiento y en la
vergüenza. Escribiendo Las Moscas he intentado contribuir con mis únicos
medios a extirpar un poco esta enfermedad del arrepentimiento, este
abandono a la vergüenza que se nos pedía»5.
Sin embargo, no nos parece ésta la crítica más importante reflejada en
dicha obra. La utilización del mito clásico en el teatro como subterfugio de
una crítica política es muy común en los escritores franceses del siglo XX: La
guerre de Troie n’aura pas lieu de Giraudoux y la Antigone de Anouilh son dos
ejemplos muy claros.
1.2. El juego de identidades y la mirada del otro
Orestes es una figura un tanto polémica. En Eurípides, Orestes entra en
Argos por los límites más remotos y escondiéndose entre los matorrales.
Rasgos que le hacen parecer como cobarde.
En la Electra vemos que Orestes finge ser un amigo del propio Orestes
hasta el momento en que es descubierto por el anciano. Una cicatriz revela su
identidad. Antes, ha estado escuchando los lamentos de su hermana y su
historia.
En la obra Sartre tanto Júpiter como Orestes esconden su verdadera
identidad en su primer encuentro. Clitemnestra llega incluso a toparse con su
hijo sin reconocerlo.
El pasaje que más nos llama la atención en Las moscas a este respecto es
el diálogo mantenido entre Electra y Orestes. A pesar de que su hermano ya
se ha descubierto ante ella, Electra le sigue llamando Filebo (identidad creada
«Ce que fut la création des Mouches», en La Croix (20 de enero de 1951); citado por Fornet-Beantcourt,
Raúl “Interpretación de Les Mouches de Sartre” en Cuadernos salmantinos de filosofía p. 217-218.
5 Traducción libre (propia).
4
5
por Orestes en un primer momento) y se niega a reconocerle por no encajar
con la imagen preconcebida que se ha ido forjando de él. No es hasta que
Orestes acepta su destino que lo llama por su nombre.
ELECTRA
¿Quieres expiar por nosotros?
ORESTES
¿Expiar? He dicho que instalaré en mí vuestros arrepentimientos,
pero no he dicho lo que haré con esos pajarracos vocingleros: quizá les
retuerza el pescuezo.
ELECTRA
¿Y cómo podrías cargar con nuestros males?
ORESTES
No pedís otra cosa que deshaceros de ellos. Sólo el rey y la reina
los mantienen a la fuerza en vuestros corazones.
ELECTRA
El rey y la reina… ¡Filebo!
ORESTES
Los dioses son testigos de que yo no quería derramar su sangre
(Largo silencio)
ELECTRA
Eres demasiado joven, demasiado débil…
ORESTES
¿Vas a retroceder, ahora? Escóndeme en el palacio, llévame esta
noche al lecho real y ya verás si soy demasiado débil.
ELECTRA
¡Orestes!
ORESTES
¡Electra! Me has llamado Orestes por primera vez.
(SARTRE, 1948: 70-71)
La mirada del otro parece jugar, por lo tanto, un rol de actualización de
la identidad de uno mismo. La imagen es, en este aspecto, clave. Parece que
hasta el propio Júpiter necesita de la mirada del otro, del reconocimiento del
otro, para ser, existir. En el Acto II, Segundo Cuadro, en la escena V, Júpiter y
Egisto conversan sobre la necesidad de sus siervos para existir y ejercer su
poder.
6
Moi aussi j’ai mon image. Crois-tu qu’elle ne me donne pas le
vertige ? Depuis cent mille ans je danse devant les hommes. Une lente et
sombre danse. Il faut qu’ils me regardent : tant qu’ils ont les yeux fixés
sur moi, ils oublient de regarder en eux-mêmes ”
También yo tengo mi imagen. ¿Crees que no me da vértigo?
Hace cien mil años que danzo ante los hombres. Una danza lenta y
sombría. Es preciso que me miren: mientras tienen los ojos clavados en
mí, olvidan mirar en sí mismos.
1.3. Religión
Este punto es uno de los que más ha llamado nuestra atención por
varios aspectos. Para analizar la reelaboración sartriana de la materia
mitológica, tendremos que tener presente la religión cristiana por varios
motivos.
Primeramente, Sartre utiliza terminología cristiana desde el inicio de la
obra: el asesinato de Agamenón será el pecado original. Las moscas enviadas por
Júpiter nos recuerdan a las siete plagas que caen sobre Egipto y la ceremonia
penitencial de los muertos.
El sentimiento de culpabilidad es explotado por Júpiter y por Egisto
para dominar así a la población argiva. La connivencia del poder real y el
poder divino es por lo tanto objeto de crítica. Egisto y Júpiter son
conocedores de la misma verdad que Orestes, a saber, que el hombre es libre.
Sin embargo, aquéllos se alimentan del propio desconocimiento de los
hombres sobre su condición. Esto queda explícitamente reflejado en el
siguiente diálogo entre Egisto y Júpiter.
EGISTO
No tengo secreto.
JÚPITER
Sí. El mismo que yo. El secreto doloroso de los dioses y de los
reyes: que los hombres son libres. Son libres, Egisto. Tú lo sabes, y ellos
no.
EGISTO
Diablos, si lo supieran pegarían fuego a las cuatro esquinas de mi
palacio. Hace quince años que represento una comedia para ocultarles su
poder.
JÚPITER
Ya ves que somos semejantes. (SARTRE, 1948: 83)
7
También nos parece muy interesante el hecho de que Orestes, a pesar
de querer desvincularse de toda creencia en una divinidad superior
responsable de sus actos, se presente como un negativo de la figura de
Jesucristo. Será el que expíe, con su crimen y la aceptación de este, la culpa de
los argivas. Se llevará consigo las moscas y ofrecerá, a cambio de su sacrificio,
la libertad a su pueblo. El discurso de Orestes es, en este punto, muy similar al
de Jesucristo al aceptar su destino.
ORESTES
¿Ya no gritáis? (La MULTITUD calla). Ya sé: os doy miedo. Hace
quince años justos, otro asesino se irguió delante de vosotros; llevaba
guantes rojos hasta el codo, guantes de sangre, y no le tuvisteis miedo
porque leísteis en sus ojos que era de los vuestros y que no tenía el valor
de sus actos. Un crimen que su autor no puede soportar ya no es el
crimen de nadie, ¿verdad? Es casi un accidente. Habéis acogido al
criminal como rey, y el viejo crimen se echó a rodar entre los muros de la
ciudad, gimiendo dulcemente, como un perro que ha perdido a su amo.
Me miráis, gentes de Argos, habéis comprendido que mi crimen es muy
mío; lo reivindico a la faz del sol; es mi razón de vivir y mi orgullo, no
podéis castigarme ni compadecerme, y por eso me tenéis miedo. Y, sin
embargo, oh, mis hombres, os amo, y por vosotros he matado. Por
vosotros. Había venido a reclamar mi reino y me habéis rechazado
porque no era de los vuestros. Ahora soy de los vuestros, oh, súbditos
míos, estamos ligados por la sangre, y merezco ser vuestro rey. Vuestras
faltas y remordimientos, vuestras angustias nocturnas, el crimen de
Egisto, todo es mío, lo cargo todo sobre mí. No temáis a vuestros
muertos; son mis muertos. Y mirad: vuestras fieles moscas os han
abandonado por mí…(SARTRE, 1948: 118)
En toda la obra, la religión es vista como un elemento de enajenación
del hombre, que necesita crear a un Dios para no aceptar ni la responsabilidad
de sus actos, ni su condición de ser en sí mismo, es decir, su condición
totalmente subjetiva.
1.4. Libertad - Responsabilidad
Sin duda uno de los pilares de la obra de Sartre. La heroicidad de
Orestes reside justamente en la libertad conquistada, desligada de toda
8
divinidad superior. El camino hacia esa libertad es precisamente la
responsabilidad plena de su “acto”, es decir, de su crimen.
El Orestes de Eurípides, a pesar de querer vengar a su padre, intenta
hacer justificar su doble asesinato alegando obedecer a un oráculo de Apolo,
que ni él mismo sabe si interpreta correctamente. Esto se aprecia mejor en el
Orestes que en la Electra, de Eurípides también.
El Orestes de Sartre, sin embargo, presenta un perfil completamente
opuesto al primero. Se encuentra con la divinidad en persona, que le llega a
ofrecer hasta el trono de Argos a cambio de su arrepentimiento. El Orestes
del siglo XX es libre, conoce su libertad y asume la responsabilidad de sus
actos, con todo lo que ello conlleva.
[Orestes a su hermana] Tú diste tu conformidad a estos planes –
es cierto- pero el derramamiento de sangre de nuestra madre fue
perpetrado por mi mano. A Loxias dirijo mis críticas, quien, tras
inducirme a cometer un acto de lo más impío, me ha animado con
buenas palabras, pero no con hechos. (EURÍPIDES, 2005: 192)
[…]
ORESTES
¿Crees que quería impedirlo? He realizado mi acto, Electra, y este
acto era bueno. Lo llevaré sobre mis hombros como el vadeador lleva a
los viajeros, lo pasaré a la otra orilla y rendiré cuentas de ello. Y cuanto
más pesado sea de llevar, más me recobijaré, pues él es mi libertad.
Todavía ayer andaba al azar por la tierra, y millares de caminos se
escabullían bajo mis pasos, pues pertenecían a otros. Los he recorrido
todos: el de los sirgadotes, que corre a lo largo del río y la senda del
arriero y la ruta empedrada de los carreteros; pero ninguno era mío. Hoy
no hay más que uno, y Dios sabe a dónde lleva; pero es mi camino. ¿Qué
tienes? (SARTRE, 1948: 91)
Al inicio de la obra, tenemos el discurso del Pedagogo, en el que se
exalta la libertad sin compromiso diciendo: «Ahora sois joven, rico y hermoso,
prudente como un anciano, libre de todas las servidumbres y de todas las
creencias, sin familia, sin patria, sin religión, sin oficio, libre para todos los
compromisos y sabedor de que no hay que comprometerse nunca»,
encontramos, más adelante, que Orestes ha sabido superar esas enseñanzas de
su maestro. Se ha dado cuenta de que la libertad implica responsabilidad.
9
1.5. El control mediante el miedo
El miedo es sin duda el instrumento clave de la dominación del pueblo.
El hombre libre es justamente un hombre sin miedo, sin remordimientos, que
acepta como suyas las consecuencias de sus actos.
Tanto el poder político como el poder religioso utilizan la debilidad del
ser humano en este aspecto: «del miedo y la conciencia intranquila emana una
fragancia deliciosa para las narices de los dioses» dice Júpiter. En la ceremonia
de los muertos, nada aparece realmente, los habitantes tienen miedo de
pensar, a sentir, a liberarse. Los niños están educados en la coacción del
arrepentimiento, porque «hay que tener miedo, querido mío. Mucho miedo.
Así es como se llega a ser un hombre honrado» le dice una madre a su hijo.
De hecho, Orestes consigue su libertad justamente porque no tiene
miedo, ni a la soledad, ni a los recuerdos, ni conoce el arrepentimiento. Esto
no significa que la libertad, de la que hablábamos en el punto anterior, sea un
fardo fácil de llevar, ni que produzca un verdadero shock tener consciencia de
ella. Pero gracias al valor de Orestes, y a esta toma de consciencia de sí mismo,
éste puede acabar con la tiranía y la enajenación que Júpiter propone a los
mortales: «No soy el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Soy mi libertad! Apenas me
creaste, dejé de pertenecerte».
Un claro ejemplo de la transformación que el miedo produce en la
consciencia humana es el cambio producido en Electra. En el templo de
Apolo, donde se refugian los hermanos matricidas, Electra intenta
desentenderse de este acto, absolverse de su responsabilidad, abogando que, a
pesar de haber soñado con ese crimen, en el fondo de su corazón, no lo
deseaba.
Como vemos el miedo es una de las fuentes de toda enajenación
mental, y por ello, nos vuelve fácilmente controlables. Es lo que hace que
Electra sucumba ante el poder de Júpiter; su debilidad y su miedo a los
remordimientos hacen que elija la esclavitud ofrecida por el dios antes que la
libertad fatigosa que le propone Orestes.
Podemos decir, por lo tanto, que el verdadero héroe de esta obra es
Orestes, ya que es capaz de desprenderse de su miedo y de conquistar su
libertad, afirmando que «cada hombre debe inventar su camino».
10
2. El mito de Orestes en El pan de todos de Alfonso Sastre
Aunque el talento dramático de Alfonso Sastre es mundialmente
conocido, sus obras en nuestro país no han tenido un gran éxito ni han sido
representadas como se podría esperar. Su bibliografía es muy amplia en
cuanto al teatro; presenta su primera obra en 1946 y no deja de escribir hasta
1990.
El pan de todos es una tragedia que, aunque en el momento de su
estreno en 1957 causó gran revuelo, posteriormente no ha tenido mucha
repercusión; los estudios sobre ella son limitados, seguramente porque otras
obras del mismo autor como La taberna fantástica o Guillermo Tell tiene los
ojos tristes la eclipsaron. El pan de todos pertenece a lo que sería su primera
etapa, denominada por algunos «tragedia realista», por otros «tragedia
neoaristotélica». Esto es interesante porque guarda evidente relación con la
concepción de la tragedia según mismo autor y también según la tragedia
griega. Este género, precisamente, es una de las máximas preocupaciones
teóricas de Sastre, que escribe varios ensayos al respecto. Este autor es un
defensor de la tragedia, género que considera fundamental en un país como
España, máxime en tiempos de la situación político-social vivida durante el
franquismo. En los años cincuenta este tipo de dramas no tenían mucho éxito:
la sociedad demandaba otro tipo de obras menos trascendentales seguramente
y los directores de las salas preferían no correr el riesgo, tanto por cuestiones
económicas como también políticas, de poner en cartel una tragedia con
trasfondo social.
La cultura mitológica de Alfonso Sastre es enorme. La adaptación de
los mitos a sus tragedias es un recurso muy habitual en él, que ha hecho
versiones del mito de Filoctetes, de Medea, pero también ha adaptado al teatro
contemporáneo figuras o personajes modernos como Sancho Panza o la
Celestina. El pan de todos es una versión del mito de Orestes llevada hasta sus
extremos. Hemos visto a lo largo de estas sesiones que normalmente las
adaptaciones de los mitos conservaban los nombres propios de los personajes
mitológicos; muy al contrario, Alfonso Sastre cambia los nombres de todos
los personajes: Orestes es David Harko, Clitemnestra es Juana, las furias son
la tía Paula y Marta puede asemejarse a Electra. En otros aspectos, no
11
obstante, el autor permanece fiel a la obra clásica, sobre todo desde el punto
de vista formal. Como hemos dicho antes, se habla se «tragedia
neoaristotélica» en relación a El pan de todos. Aristóteles señala en su Poética
que la tragedia no es tanto imitación de los hombres como de los hechos y de
la vida. En esta misma línea, Sastre también sostiene la importancia de una
tragedia basada en la unión de los sufrimientos humanos con la decisión de
afrontarlos.
De modo más preciso y de acuerdo con Esquilo, Sastre señala tres
etapas en toda tragedia: una situación dolorosa, la negación de esa situación y
la destrucción del héroe que lucha contra dicha situación. En la primera etapa,
la situación dolorosa y cerrada se ve en el estado triste y pobre de la familia de
David (Orestes). En la segunda etapa, la negación heroica de esta situación
surge cuando el protagonista se niega a aceptar dicho estado, el fracaso de la
revolución y, de modo particular, la corrupción de su propia madre, que cae
precisamente en la misma corrupción que él procura erradicar del Partido
Proletario. Por último, en la tercera etapa, asistimos a la destrucción del héroe
que trata de romper con esa situación injusta; la destrucción aquí es completa
puesto que David se suicida.
Fernando García Romero señala en su artículo «Alfonso Sastre y la
tragedia griega» (Bañuls, 2006: 487) que a esta «Orestea» moderna le falta la
primera pieza de la historia debido a que no hay asesinato de Agamenón. Esto
es correcto hasta cierto punto. El padre de David no es asesinado por su
esposa ni por el amante de ésta, pero sí muere asesinado, aunque por la
policía. La indignación del hijo crecería por tanto no hacia su madre y su
padrastro, como sucede en la obra clásica, sino hacia el sistema que, que
aparece en la obra de Sastre como culpable de los males de la familia de
Orestes en concreto y de la sociedad en general. Existe una posible lectura que
hace alusión a una relación entre la madre de David y el hombre que denunció
al padre a la policía. Esto, sin duda, dejaría todos los cabos atados acerca del
triángulo amoroso, pero, para ser sincera, yo, cuando lo he leído, no he
entendido la relación bajo esta perspectiva.
Además de este elemento ausente, hay otro digno de reseñar respecto a
la obra clásica: se trata de Juana, Clitemnestra. Es una mujer «vieja estúpida y
tierna» (1992: 8), como el mismo Sastre señala en el prólogo a su obra de
12
1960. No estamos ya ante una Clitemnestra consciente de su crimen. Juana,
cuando firma el contrato que la lleva a la muerte, piensa que está haciendo lo
mejor para su familia, para su hijo. Clitemnestra jamás se plantea esto, todos
sus actos buscan el deleite y la complacencia personal, de hecho no duda en
ningún momento en perjudicar a sus hijos. Se muestra además como una
mujer altiva, rasgo que jamás encontraremos en Juana, personaje sometido por
antonomasia. Sin embargo, el autor pretende que el público relacione a su
personaje con el mitológico, como se deja ver en esta confidencia a su hijo:
[…] Veo que vas a sufrir, a pesar de todo… Veo que vas a sentir
terribles angustias… […] Me gustaría haber sido una madre distinta…
Me gustaría no haberme hecho querer por ti… Haberte hecho llorar de
pequeño. Haber sido contigo mala siempre. […] Pero en lugar de eso no
he sido más que una madre buena y torpe… una madre estúpida…
(1992: 53)
La referencia a Clitemnestra es absoluta. Lo que se está haciendo es
comparar a las dos madres, a Juana y Clitemnestra, quizá para mostrar que, al
fin y al cabo, el destino trágico de Orestes y de su familia, ya sea en el mismo
Orestes o en David Harko, es fijo, imperturbable, sin posibilidad de cambio,
incluso aunque la madre sea distinta.
Algo muy parecido ocurre con el personaje de Electra. Una de sus
funciones en la obra clásica es el apoyo que siempre muestra a su hermano.
Aquí el personaje que de manera incondicional siempre está junto a David es
su mujer, Marta. Decimos que existe relación con lo que hemos visto de Juana
porque aquí también hay una insinuación al espectador haciendo referencias
sutiles al personaje de Electra. Lo vemos en un diálogo entre Marta y la tía
Paula en el cuadro primero de la obra:
Marta: - ¿Y la señora Juana?
Paula:- […] Pero, ¿por qué tienes que llamarla señora Juana? […]
¿Cuántas veces tenemos que decírtelo?
Marta:- He querido decir madre Juana.
Paula:- […] Ya sabes que a mi hermana no le gusta que la llames
así […]. Desde que te casaste con David te lo viene diciendo: «¿No soy la
madre de David? Y entonces, ¿no eres tú mi hija?» […]
[…]
13
Paula:- Parece que te empeñas en ser una extraña en esta casa,
Marta. […]
Marta:- Pero lo que me hace más desgraciada es darme
cuenta…de que yo no puedo hacer nada por él…[…] Veo que David se
me escapa de las manos y no puedo hacer nada. […] Usted dice que me
empeño en ser una extraña en la casa. ¿Y no lo soy?
[…]
Marta:- Pienso en toda mi vida y me pongo triste.
[…]
Marta:- (Con una mueca amarga.) No es fácil olvidar. (1992: 1720)
Para concluir, una sentencia de Marta: «[…] ¿Por qué me encontraría
David? ¿Por qué? Yo estaba ya en lo mío… entre otras cosas tan inútiles
como yo…entre cosas feas y malas…» (1992: 20).
La asimilación de Marta a Electra es, en mi opinión, poco dudosa. En
primer lugar, por la alusión a que es hija de Juana, es decir de Clitemnestra; en
segundo, por el pasado triste del personaje (bien sabemos que Electra sufrió
mucho a lo largo de su vida por la opresión a la que la sometían su madre y su
padrastro); en tercero y último, por el encuentro decisivo entre ambos
hermanos: Orestes va a Argos y encuentra a Electra, de igual modo que, en la
obra de Sastre, David encuentra a Marta.
Más explícita parece aún la correspondencia de otros personajes de la
tragedia contemporánea con la clásica. Es el caso de la tía Paula y las Erinias y
de David Harko y Orestes. Las Erinias, divinidades violentas y vengadoras,
especialmente de los crímenes familiares, representan en el mito de Orestes
los remordimientos, los sentimientos de culpa tras el asesinato de su madre.
En el texto abundan referencias directas a tía Paula asimilándola con estas
divinidades, por ejemplo cuando la nombran «furia»; tal es el caso de esta
didascalia: «Se crece. Es como una furia» (1992: 79); otro tanto ocurre cuando
David la interpela: «Danzas como una furia alrededor del fuego» (1992: 80).
Paula aniquila la moral de David con todo tipo de comentarios acerca de la
actitud que tiene hacia su madre: «Estamos aquí porque alguien ha sido
implacable; porque alguien no ha querido a su madre por encima de todo;
14
porque alguien ha sido capaz de llevar a su madre al patíbulo.» (1992: 72). Y
más adelante:
¡Me das horror! Nunca más podré mirarte a la cara como antes.
Nunca podré perdonarte lo que has hecho. […] No me extrañaría si un
día me entero de que has abierto la llave del gas o te has colgado del
techo. ¡Un hombre que ha sido capaz de lo que tú, no puede terminar de
otra forma! (1992: 74)
La fuerza de los comentarios de Paula es lo que, sin duda, lleva a David
Harko al suicidio. En esta sociedad no hay lugar para un juicio en Atenas
frente a los dioses, como en Esquilo; la obra realista impide un final feliz, es
una tragedia sin posibilidad de perdón. En el prólogo el propio autor señala:
«[…] ni la última sanción que libera a Orestes de su tormento se produce,
pues esta sanción llega cuando las «Furias» (encarnadas familiarmente por «tía
Paula») lo han devorado y su cuerpo yace en el patio, bajo la lluvia» (1992: 8).
Hablemos más concretamente de David Harko. Aquí el protagonista
debe, como en toda tragedia, tomar una decisión. Se enfrenta a dilemas
distintos según las obras. En la obra de Esquilo, matar o no matar a su madre
y a su amante Egisto; en la de Sastre, denunciar o no denunciar a Pedro Yudd,
miembro corrupto del partido revolucionario; si lo hace, su madre es
condenada a muerte, si no, Yudd sale indemne y seguirá robando, lo que va
totalmente en contra de sus principios, de sus creencias. En este caso no hay
apoyo de ningún dios. Recordemos que en Esquilo, Orestes acude a Argos
por orden del oráculo de Delfos, y se salva de las Erinias porque Atenea le
perdona. Aquí no hay dios. Como se explica en Les Mouches de Sartre, Dios ya
no existe, Dios ha muerto. En su lugar ¿qué nos queda? Hay quienes han
asegurado que la figura del dios como fuerza que impulsa a tomar una
decisión es la Revolución. Precisamente por ésta David Harko decide
denunciar a Pedro Yudd y con ello condenar a muerte a su madre: en la obra
de Sastre, la asimilación entre dios y revolución social resulta coherente.
Antes, al hablar de las furias ya hemos hecho referencia al suicidio del
protagonista. Nuestro Orestes se quita la vida; ni el de Esquilo, ni el de
Eurípides, ni el de Sartre lo hacen. David Harko se suicida porque para Sastre
el Orestes moderno no debe seguir viviendo, es casi un sacrificio para el éxito
de la revolución, porque la tragedia social sólo puede ser destruida por la
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tragedia revolucionaria. A nivel del personaje, el suicidio se presenta como su
única salvación moral: «…de que quizás hayas conseguido la paz… […]
Descansa por fin… […] Ya no te queda ningún remordimiento» (1992: 87), le
dice Marta una vez muerto. Vemos por tanto que igual que el Orestes de
Esquilo consigue deshacerse de las Erinias y con ellas de su culpa, aquí David
Harko también se despide de sus remordimientos aunque con un acto más
trágico y más realista como es el suicidio.
En esta tragedia contemporánea ya no estamos ante personajes nobles,
como pretendía Aristóteles, aquí se ponen en escena personajes del
proletariado. El modelo griego está aquí más próximo a la realidad, al ser
humano como hombre perteneciente a una sociedad. Hay humanización del
mito, tanto de Orestes como del resto de personajes de la tragedia; nos
acercamos, quizá, a la desmitificación. Ya no hay dioses, ya no hay posibilidad
de salvación. El mito heroico ya no sobrevive, ni triunfa. Sin embargo, hay
que señalar que Alfonso Sastre ve esperanza al final de su obra, la califica de
obra «abierta». Personalmente, mi visión es la contraria y me apoyo en la
última intervención de Marta, cuando dice al cadáver del héroe: «Por aquí,
David, todo sigue igual…» (1992:88). Quizá sea un final abierto pero no a la
esperanza; al contrario, se insiste en que nada ha cambiado a pesar de su
sacrificio.
2.1. Puesta en escena
Es interesante comentar por qué esta obra no ha tenido la repercusión
que se podría esperar, ya no como texto leído, sino como representación. La
obra se estrenó en 1957 en el teatro Windsor de Barcelona. La dirigió y
protagonizó Adolfo Marsillach, es decir, uno de los directores más
importantes del teatro español del siglo XX, en un escenario sobradamente
reconocido. Se sabía, por tanto de antemano, que la obra iba a causar, como
poco, expectación. Su estreno no se puede decir que fuera un éxito pero sí que
suscitó muchísimas críticas y comentarios. El problema fue que gran parte de
esta crítica, incluso del público, interpretó esta obra como un drama
anticomunista. Evidentemente Alfonso Sastre, que años más tarde ingresaría
en el Partido Comunista, no aceptó este tipo de lectura para su obra y
prohibió totalmente su representación en España. En 1960 decidió hacer una
16
edición de su obra para la gente «atenta» (1992: 7), según sus propias palabras:
la que había entendido su obra. Asegura, además, en el prólogo a esta edición,
que esta gente era, normalmente, de fuera de España y de círculos
universitarios. Resulta cuando menos paradójico que un autor defensor de la
libertad de expresión bajo la dictadura franquista se censure a sí mismo
porque el pueblo, al que de hecho pone en escena, el proletariado, no llegó a
entender el mensaje de su obra.
Conclusión
Como podemos observar la mitología clásica tiene, en la literatura
contemporánea, una reescritura múltiple y diversa. En Sartre el mito de
Orestes es explotado en su vertiente más psicológica, se indaga en los
sentimientos del ser humano y en la transformación de la realidad mediante
éstos. Sin embargo, en la versión de Sastre, la finalidad es la crítica social; se
parte de la introspección en la vida familiar y política de un individuo para
hacer una radiografía de una comunidad, corrompida por el poder y el dinero.
Bibliografía
Bañuls, J. V., de Martino, F., Morenilla, C. (2006). El teatro greco-latino y su
recepción en la tradición occidental. Levante: Bari.
Esquilo (1998). La Orestes:Agamenón, Coeforos, Euménides. Akal, D.L.: Madrid.
Eurípides (2005). Tragedias. III. “Orestes”. Cátedra: Madrid.
Fornet-Beantcourt, R. (1978). «Interpretación de Les Mouches de Sastre» en
Cuadernos salmantinos de filosofía. Universidad Pontificia de Salamanca:
Salamanca.
Sartre, J. P (1948). Las moscas. Alianza Losada: Madrid.
Sastre, A. (1992). El pan de todos. Argitaletxe Hiru, D.L.: Hondarribia.
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Debate posterior
María del Mar Mañas: Es muy curioso lo que señalabas de la censura,
y además relacionado con Marsillach, porque Marsillach cuando estrena
Marat/Sade de Peter Weiss, fue el propio Weiss quien pidió que se retirara.
Tampoco veo la esperanza en Sastre, como en el caso de Buero. No he
entendido bien lo que decías de Sartre que, dentro de las situaciones límite,
tiene que elegir la que mejor se represente.
Laetitia Gañán: La traducción mía dice: “Me parece que el deber del
dramaturgo es elegir de entre las situaciones límites aquella que exprese mejor
sus preocupaciones y presentarla al público como la pregunta que se plantea
ciertas libertades”. Me parece que lo que esto quiere decir es que el público
tiene unos problemas en mente, unas situaciones vividas, y a partir de esa
situación única, clara, ha de proyectar todas, como un embudo. Ni es un mito
contado de otra manera, ni sólo la crítica a la presencia alemana y Vichy, ni
tampoco Dios ha muerto. Hay varias cosas de trasfondo.
María del Mar Mañas: Me había llamado la atención sobre si tiene
que ver con la polémica de Sastre y Buero sobre el posibilismo. Había
interpretado situaciones límite por situación límite política. Me resultaba
curioso porque era como la condena... La influencia de Sartre en Sastre es
muy grande, y de Beckett, pre-Beckett casi, porque Cargamento de sueños es preEsperando a Godot. Me daba la sensación de que era una actitud que Sastre
hubiera calificado de posibilista...
Laetitia Gañán: Se ve que Sartre a la hora de escribir Las moscas tenía
mucho más presente problemas filosóficos que políticos, lo que pasa es que la
historia está ahí y no se pueden cerrar los ojos ante un hecho evidente como el
colaboracionismo de Vichy. Los alemanes están ahí en el día a día, no se
puede obviar, pero no sé hasta qué punto... Veo la crítica a la presencia
alemana, pero no es lo único, ni lo más importante.
María del Mar Mañas: La libertad y la responsabilidad, como dices.
Pero recurrir al mito le permite el estreno, como Buero hacía. Me ha resultado
muy interesante que menciones el valor del nombre en el momento en que se
acepta la responsabilidad; no lo llama Orestes hasta que no acepta la
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responsabilidad. Hamlet no se presenta como Hamlet príncipe de Dinamarca
hasta que no decide tomar responsabilidad de su nombre.
Lourdes Carriedo: Una pregunta, Mar, Cargamento de sueños de Sastre
¿de qué año es?
María del Mar Mañas: No me acuerdo... Esperando a Godot es del 53,
Cargamento es del 47 o así [de 1949]. Debe de estar en cervantesvirtual, en la
página de Sastre, pero está también en una edición de teatro de Medardo
Fraile en Cátedra. La obra habla también de la presencia de Jesucristo. Y es
muy curioso porque comienza con un personaje tirado en el suelo, llegan
otros, lo patean...
Guadalupe Arbona: Me ha resultado muy interesante que hayáis
establecido la comparación en la que coinciden un poco el momento histórico
y los debates ideológicos. Y sin haberos centrado ahí, esa situación histórica e
ideológica obliga al planteamiento del corazón de un drama, que es el de la
libertad absoluta en el caso de Sartre y el de una libertad fluctuante o
atormentada en Sastre. Me resulta muy curioso que ambos dramas quedan
irresueltos. De la obra de Sartre me llama la atención primero que se llame Las
moscas, y no con el hombre del héroe, porque le da una preeminencia a la
situación, a los remordimientos, al miedo, y no tanto al desarrollo del propio
héroe, con lo que la libertad absoluta que persigue Sartre queda
tambaleándose. Pero antes del cierre del telón vemos que las moscas aúllan,
con lo que no las ha eliminado del todo. Hay un cierto fracaso del héroe o
irresolución del personaje protagonista. En Sastre me parece que sucede igual.
El partido, o el honor, exige la propia expiación, lo que me recuerda también a
Los justos, de Camus. Esa expiación, ¿es un fracaso?
Susana García: En Sastre al final no hay triunfo, el personaje le dice a
su mujer que allí todo sigue igual. Pese al sacrificio, no ha cambiado
absolutamente nada. Yo lo entiendo así.
Laetitia Gañán: A lo mejor soy optimista, pero que se lleve alguien las
moscas ya es un paso para la condición del pueblo, que está totalmente
agachado. Orestes triunfa porque asume que las moscas lo van a perseguir,
que van a intentar que siga cargando con ellas, pero lo que hace es decir: “Sé
que he hecho lo correcto, no me voy a arrepentir, sé que me van a seguir, pero
lo voy a intentar”. Las Erínias procuran que Orestes se sienta apocado, pero
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Orestes vence, porque las Erínias lo van a perseguir de por vida, pero sin
someterlo al miedo.
Pilar Andrade: Pero fíjate que, haga lo que haga, siempre va a estar
perseguido por las Erínias.
Alfonso Muñoz: Aunque haya conseguido esta victoria, siempre va a
tener las moscas detrás, la religión y Dios van a seguir ahí, y debe
preguntárselo cada vez.
Laetitia Gañán: Las moscas lo van a perseguir en su día a día, son su
fardo, son la tentación de volver al mea culpa, al “necesito un Dios que me
salve”, “necesito seguir unas pautas marcadas por alguien ajeno a mí para
exculparme de lo que he hecho”. Las moscas lo van a perseguir todos los días
diciéndole que se arrepienta, y Orestes ha de elegir entre arrepentirse o no,
entre recurrir a Dios o no.
Alfonso Muñoz: Además, en Las moscas se recrea un mito, pero da
lugar a otro mito, que es el de la resistencia, que luego hubo que desmitificar
(también en Los justos).
Guadalupe Arbona: Igual que en Calígula¸ cuando el protagonista
rompe el espejo y dice: “Mi libertad no es la buena”.
Lourdes Carriedo: Calígula reconoce que está en un error.
Pilar Andrade: A propósito de este análisis, ¿no os parece mucho decir
que esto lo hizo porque quería resistir contra los alemanes, porque los autores
que querían protestar no se dedicaban a representar frente a los alemanes que
estaban allí?... Podría haber sido añadida después por Sartre, esta posible
interpretación política.
Laetitia Gañán: Sí, Sartre lo dice en Sobre la creación de Las moscas en el
51. Está más presente lo filosófico que lo político.
Pilar Andrade: Además, la idea que nos has comentado del
arrepentimiento como vergüenza de los franceses ante los alemanes... Miedo
sí, pero no veo qué tiene que ver una cosa con la otra.
Laetitia Gañán: Él habla de arrepentimiento y vergüenza respecto a
Vichy. El arrepentimiento viene de una acción considerada a priori negativa...
Guadalupe Arbona: Se pueden arrepentir de no haber resistido.
Laetitia Gañán: Puede ser que haya reforzado esa idea política a
posteriori, me parece que prima más lo filosófico-existencial.
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Lourdes Carriedo: Estoy de acuerdo contigo, creo que prima lo
filosófico, pero en relación con la metáfora de las moscas, pensaba en lo
interesante que sería un trabajo sobre las metáforas teriomorfas o animales de
la invasión. Por ejemplo, en La peste, de Camus, Rinoceronte, de Ionesco...
Lanzo la idea por si a alguien le gusta.
Asunción López-Varela: O en el Guernica de Picasso.
Lourdes Carriedo: Me refería a la metáfora del invasor, años cuarenta
y tantos, y concretamente he pensado en La peste en relación con Las moscas.
Laetitia Gañán: Al final menciona al flautista de Hamelin.
Lourdes Carriedo: Exactamente.
Laetitia Gañán: Creo que hay ahí un guiño a La peste.
Erea Fernández: ¿No hay una relación demoniaca, con el señor de las
moscas?
Laetitia Gañán: No lo había pensado: las moscas dificultan la
mirada.... Tener una mosca revoloteando alrededor quita la atención. Lo había
visto o pensé que elegía las moscas por eso, porque mientras estás pendiente
de las moscas no estás pendiente de otras cosas realmente importantes.
Rosa Fernández: Por esos años, las moscas en España son un signo
clarísimo de corrupción, podredumbre.
Pilar Andrade: ¿Cómo interpretas que sea un idiota que tenga tanta
importancia y esté tan rico de significados?
Laetitia Gañán: A mí al principio me descuadró... Pero la verdad es
que como teníamos media hora cada una, lo dejé fuera. Me pareció muy
interesante que fuera un idiota con los ojos llenos de moscas, qué pasa con los
demás que no son idiotas pero tienen los ojos llenos de moscas igualmente...
Cómo es la relación entre ambos. Creo que es el final del pueblo argivo de no
ser por Orestes, convertirse en personajes llanos que se han acostumbrado a
vivir con las moscas sin ser capaces de apartarlas.
Asunción López-Varela: Dos sugerencias. Una, relacionada con el
juicio que planteabas. Hace años leí una obra de Walter Benjamin, donde se
planteaban una serie de cuestiones interesantes sobre el juicio y el héroe
moderno, y su relación con los héroes clásicos, y concluía que el héroe
moderno ya no se somete a juicio. Lo otro es que podríais desarrollar las
visiones de los mitos femininos –en el departamento de inglés desarrollamos
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jornadas de la mujer, y las siguientes serán para marzo de 2010–, cómo la
culpa continúa, porque se ha escrito mucho del feminismo en el modernismo
y cómo los escritores modernistas culpabilizaban a la mujer, y lo que me ha
llamado la atención es que llegando a los cincuenta la cuestión se repita. La
pregunta es si sigue siendo femenina la culpa: las moscas son femeninas, las
ratas...
Laetitia Gañán: Creo que la Electra de Sartre es más débil que la de
Eurípides, porque ésta anima a Orestes, lo apoya. La Electra de Sartre es
mucho más débil, porque al primer enfrentamiento de las Erínias, cae... No sé
hasta qué punto se puede atribuir machismo y feminismo cuando hay ya un
reparto hecho en el mito.
Asunción López-Varela: Se podría haber hecho, se podrían haber
subvertido los roles. Shakespeare lo ha hecho.
Laetitia Gañán: No creo que Sartre se lo planteara.
Pilar Andrade: Se lo planteaba, pero no se atrevía a decir nada.
Susana García. Con respecto a Juana, no sé hasta qué punto da una
visión negativa de la mujer, porque ella se sacrifica por su hijo. No es
consciente del crimen, quizá no tiene la fuerza de Clitemnestra en la obra
clásica, pero aquí ella se sacrifica por su hijo. No creo que sea una visión
negativa. Y la versión de la tía Paula, ella se enfrenta a su sobrino, tiene mucha
fuerza. El personaje más débil es Marta, Electra, siempre llorando, penando...
Pero con respecto a las otras dos no veo una visión tan negativa.
Mª del Mar Mañas: Entonces las Electras son débiles en ambos casos,
respecto a la original, y a la de O’Neill.
Pilar Andrade: Pero en la mitología clásica, la mujer aparece como
muy fuerte. Aunque también había monstruos masculinos.
Rosa Fernández: Pero hay menos, las sirenas son mujeres también.
Lourdes Carriedo: ¿Por qué se suicida David?
Susana García: Por el peso de la culpa. Aquí supera el peso. En
Esquilo es perdonado, hay juicio. En Eurípides hay catarsis y expiación. Pero
en Sastre el sacrificio es inútil. No hay salida. Igual que el Calígula de Camus,
que no se mata, sino que se deja morir, y es también un suicidio. Lleva a
pensar que no hay salida posible en el teatro existencialista, porque Calígula ha
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ejercido su libertad, y reconoce que su libertad no fue la buena, y aun sabiendo
que estaban urdiendo un complot contra él no hace nada y deja que lo maten.
Guadalupe Arbona: En el caso de Calígula es un fracaso personal, ha
ejercido una libertad absoluta, ha hecho lo que se le ha antojado, rompe
vínculos y se autodiviniza, y al final es un fracaso personal. Aquí veo que es un
fracaso impuesto por la sociedad que le obliga a tomar decisiones que
implican males que no sabe cómo remediar... Es el santo sin dios en Los justos,
después de haber llevado a cabo el atentado... En el caso de Calígula cuando
dice que su libertad no es la buena, rompe el espejo, no puede mirar su propia
imagen.
Lourdes Carriedo: No la aguanta.
Susana García: Cuando Sastre dice que la tragedia social sólo puede
ser destruida por la tragedia revolucionaria, el protagonista sacrifica a su
madre por esa causa y no le queda nada porque el partido está corrompido, su
dios era esa revolución, y no le queda ni dios ni madre, y por eso se suicida.
Pilar Andrade: De todas maneras, Lourdes, a lo mejor esta obra no es
tan sartriana, porque al final redime al pueblo.
Lourdes Carriedo: Me parece positiva, en relación con Las manos
sucias, por ejemplo. Y un poco lo que decías antes, Laetitia, me inclinaría más
por una lectura filosófico-existencialista que política, igual que otras obras se
prestan a lo político, como Las manos sucias, a pesar de la cita que has leído de
Sartre. Interesaba en 1950 hacer lecturas políticas.
Mª del Mar Mañas: Es curioso, hay otras obras del franquismo que
reflejan esa ausencia de cambio. Por ejemplo, en el contexto del neorrealismo,
Bardem hace Nunca pasa nada. O, en una época anterior, Nada, de Carmen
Laforet. Ambas reflejan esa idea machacona de que no hay cambio en el
contexto español porque la gente no toma conciencia.
Eusebio de Lorenzo: Me ha parecido muy interesante lo que has
señalado de la recepción de la obra de Sastre como anticomunista, y su
reacción. He creído ver una crítica tuya acusando a Sastre de elitista y
académico, y muchos de los mitos que hemos leído en el último año tienen
una carga muy fuerte de subversión. Entonces, ¿cuál es la función del artista
cuando esa subversión del mito se la apropia el sistema? Creo que Sastre hizo
bien: “No quiero que el sistema asuma esta arma mía como propia”. ¿Cómo
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debería haber reaccionado Sastre? No veo cómo hubiera reaccionado Miller si
alguien hubiese visto El crisol como propaganda anticomunista.
Susana García: Puede entenderse así, pero si escribe un prólogo
diciendo que la única gente que lo ha entendido es gente atenta de fuera de
España y de círculos universitarios, ahí está siendo elitista.
Eusebio de Lorenzo: ¿Crees que ese prólogo acusa al pueblo de no
entender, o defiende su obra e intenta apartar su obra de esas partes del
sistema que intentan utilizar su obra para su propia propaganda?
Susana García: A lo mejor no acusa al pueblo directamente, pero está
dando más importancia a los que entienden que a los que no entienden.
Eduardo Valls: ¿Cuál es la cita exacta?
Susana García: La cita dice así: “Sin embargo, a la vista del interés que
por esta obras muestran personas seriamente atentas, más fuera que dentro de
España y especialmente en ámbitos universitarios [...]”.
Pilar Andrade: De todos modos, Eusebio, creo que Sastre debería
haberse replanteado sus ideales. Si es comunista, debe pensar que la lucha
sirve de algo.
Mª del Mar Mañas: Me gusta mucho Sastre y me resulta muy
interesante, pero Ruiz Damón en su Historia del teatro del siglo XX le acusa de
dogmático. En la crítica de la polémica del posibilismo entre Buero Vallejo y
Sastre, en Primer Acto (1961), Sastre acusa a Buero de pactar con el sistema
para poder estrenar, mientras que el prefería decir lo que le diese la gana y no
estrenar. Le dijo que el teatro de Buero era como el de Paso. Buero se enfadó
mucho, porque no tenía nada que ver. Pero también se ve lo de dogmático. Es
un autor muy polémico, porque siempre ha mantenido esas posiciones, pero
también se le considera dogmático.
Eusebio de Lorenzo: Pero quizá sea esa más la acusación, peca de
demasiada autoridad de autor, de no dejar que el texto sea propiedad del
medio, pero cuando el medio lo quiere aceptar de esa forma, no me extraña
que le surja un espíritu protector de su obra.
Eduardo Valls: No sé si se refiere a Europa o a la España que está
fuera de España, a la España del exilio. A mí me parece que esa lectura es
mucho más acertada, porque se dirige a quienes resisten al sistema,
autorizando sólo a quienes resisten al sistema a usar la obra. Coincido con
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Eusebio en este sentido. Es un último grito de intentar que su arma no caiga
en manos del sistema.
Laetitia Gañán: También hay un cierto elogio hacia el lector que no ve
la obra representada, sino que sólo la lee, y que se siente así incluido en esa
élite de la que habla Sastre.
Guadalupe Arbona: Otro de los problemas que surge es la
importancia del público en el futuro de una obra. El caso de Brecht es
clarísimo: cuando tras la representación de Madre Coraje el público salía
llorando, él se preguntaba por su teatro del distanciamiento. Y él escribe
después toda su teoría del distanciamiento y rehace sus obras. El público
obliga al autor, siempre que haya ciertos intercambios, a modificar la obra.
Asunción López-Varela: Estoy de acuerdo con Susana. Me parece un
poco dogmático. Cuadra con que quiera imponer su sistema. Se queja de que
la obra ha sido recibida con ambigüedad, leed eso con visión posmoderna. Si
fuera una obra antisistema, fomentaría la ironía, la ambigüedad y la múltiple
lectura y, desde luego, que fuese el público el que tomase la decisión. A mí me
parece dogmático. Coincido también con lo que dice Eduardo, que está
dirigiéndose a los exiliados.
Eusebio de Lorenzo: Has dicho desde la perspectiva posmoderna,
pero no es ese sistema el de Sastre. ¿Cómo va a recurrir a la fragmentación
irónica en un sistema totalitario?
Isabelle Marc: Asume un fracaso en las intenciones de su obra y por
eso la retira.
Susana García: Pero no lo asume como fracaso.
Mª del Mar Mañas: Al cabo de los años Sastre ha reconocido que ni
Buero ni él tenían toda la razón. Reconoce que los dos han fracasado: porque
si te adaptas no puedes luchar contra el sistema, y si no te adaptas, no puedes
estrenar.
Pilar Andrade: En la ironía, en lo lúdico, que son propios del
posmodernismo, porque es una lucha antisistema... Pero los posmodernos
también se integran en el sistema; de hecho, se caracterizan porque se integran
perfectamente en el sistema.
Asunción López-Varela: Depende de qué posmodernos. Frederic
Jameson habla de que Derrida está de alguna manera entrando dentro, hay
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una crítica tremenda de Jameson a Derrida en alguna de las obras, de que está
replicando el sistema capitalista. Creo que no, en general el posmodernismo es
una postura antisistema, no es un movimiento localizable en el tiempo.
Cuando digo postura digo que ha habido comportamientos posmodernos en
autores a lo largo de la historia. Yo lo identifico con una postura ideológica,
que se basa efectivamente, fundamentalmente, en un escepticismo radical,
pero eso obliga a ser un poco antisistema. Ésa es mi visión.
Lourdes Carriedo: Hablas de la postura posmoderna
independientemente de la delimitación cronológica en el último cuarto del s.
XX, pero la defines en término de modernidad. Para mí la posmodernidad
implica escepticismo, pero no la oposición a, que decía Pilar Andrade, para mí
la modernidad implica oposición a. Tú hablas de posmodernidad como algo
antisistema, pero hablas a la vez de escepticismo, para mí esencialmente es lo
segundo y la admisión del mestizaje artístico, ideológico, que no implica
sistemáticamente enfrentamiento con o respecto a. Para mí lo que tú defines
como postura de la posmodernidad sería más una postura de la modernidad.
Asunción López-Varela: Entiendo dónde quieres llegar. El
fundamento de lo posmoderno es el escepticismo.
Pilar Andrade: Entonces por eso se adapta bien a cualquier cosa, le da
todo igual.
Asunción López-Varela: Si dices oposición, rompes con la oposición
abierta, irónica... Lo has dicho muy bien, pero lo cierto es que eso es lo que
hace la deconstrucción. La deconstrucicón de Derrida rompe el sistema, pero
lo desestabiliza como sistema, para que se vea que es un sistema culturalmente
dependiente.
Alfonso Muñoz: Derrida no trata de desmontar el sistema desde fuera,
sino mostrar desde dentro la incoherencia del sistema.
Asunción López-Varela: Sí, lo que busca es evidenciar las paradojas,
incoherencias.
Alfonso Muñoz: Pero le daría igual ese sistema que otro, es
asistemática, no antisistema.
Asunción López-Varela: Exactamente.
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Eusebio de Lorenzo: La modernidad implica una actitud activa, la
posmodernidad sería más asistemática, es una posición de no
posicionamiento.
Asunción López-Varela: Me ha parecido muy interesante tu
intervención, Lourdes. El posmodernismo funciona por oposición a
modernismo.
Lourdes Carriedo: O no, porque puede interpretarse como sucesión
cronológica. ¿Cómo lo interpretas, como lo que se opone a la modernidad, o
lo que sucede a la modernidad? Ahí están Lyotard, Lipovetsky y Jameson,
iríamos muy lejos. En el último cuarto del siglo XX toman muchos elementos
de la modernidad, y van más allá, lo cual genera un escepticismo considerable,
todas las teorías de la lectura, de la recepción..., desembocan en la
imposibilidad de llegar a una única conclusión.
Guadalupe Arbona: La posmodernidad sería un capítulo larguísimo.
Lourdes Carriedo: Pero creo que Sastre no es posmoderno.
Guadalupe Arbona: Terminamos aquí el turno de debate.
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