1 Mudanza en mi costumbre A la mitad del camino de mi vida me encuentro en un oscuro bosque en el que me he perdido1. Esto debe de ser un bautizo. Hay gente elegante y aburrida, dejan los regalos en la entrada, las bebidas están al fondo. Veo un farmacéutico de pueblo despistado, creo que busca el retrete. Mi mujer murmura con las otras que también sepultaron el amor; han olvidado los versos del capitán, tiraron sus trenkas de la facultad y ahora lucen joyas en lugar de pancartas. Un catedrático oxidado discute con dos abogados de pensamiento débil, sólo suelta tópicos pero los dice con solemnidad. El médico trepador sonríe y aplaude. Son todos unos mierdas. Estas fiestas te quitan ideas, te roban el ser, te juntan con imbéciles para hacerte cada día más imbécil. Me enredaron en este laberinto pero llevo tres cervezas y empiezo a verlo claro: ya no hay jardines ni princesas que buscar y todos mis caminos están marcados. Tengo que dar un golpe de timón, matar esta vida para vivir otra, si es que aún queda alguna. 23 La cerveza se transforma en whisky y esa noche me acuesto borracho y solo. Sueño con un viento marino, mi barco zarpa y palpo la inmensidad del océano. Despierto tarde, la resaca me sale por los ojos y escupo mi decisión ante el espejo: romperé lo que haga falta, no hay marcha atrás. Me voy. Qué puñeteros días, cuánto veneno. Me asaltan de reproches, me acorralan los comentarios y mi abogado calculando gananciales. Estos pleitos los ganan siempre ellas. Pero soy libre. Ma femme est morte, je suis Roi!2 24 2 La boca de Claudia El mismo BMW, gris plata, pero hoy conduzco alegre, divertido. Claudia me desabrocha los pantalones, yo acelero, se inclina sobre mi asiento y hurga en mi bragueta con sus carnosos labios. Ya veo de lejos la playa nudista de Vera. En el vaivén de una curva, su boca se aprieta sobre mi pene tieso y no puedo ni quiero contenerme. Se lo traga. Hay un delicioso silencio hasta que levanta la cara, risueña de saberme complacido. Un resto de semen resbala perezosamente por su sujetador y mancha el asiento. La libertad era esto. La boca de Claudia la conozco de dos años antes. Ella es anestesista y también desayuna en el hospital. Pide churros, no tienen y se encoge de hombros, resignada. Veo sus labios, su lengua y sus dientes, bellos pero defraudados, esperando algo. Salgo a la calle, encuentro los churros, yo sabía dónde, y se los planto delante. Claudia me recompensa con ojos sorprendidos y radiantes. Y sigue mirándome, pícara, mientras mordisquea los churros con la cabeza inclinada, y sus rubios cabellos se 25 derraman por el mostrador. Esa escena se me graba como un hierro candente. La imagen de Claudia me persiguió, me mantuvo vivo, en los años oscuros, cuando la persona se diluye, triunfa el profesional, ejerce el esposo, se celebran primeras comuniones y se compran cosas inútiles. Llevo un mes separado y dos horas de siesta. Despierto en erección y pensando en Claudia: los sueños nos revelan deseos ocultos. La llamo por teléfono y la invito a café con churros. Ella ríe, comprendiendo, Claudia siempre comprende, sabe que de los símbolos emergen los sucesos. Ahora su boca soñada se está haciendo real, la estoy viendo, y la beso mientras entramos al hotel. Mis fantasías remotas toman vida, me ocurren, están subiendo nuestras maletas y la playa está al lado. Todo es verdad. Nadamos desnudos y jugamos entre las olas, nos acarician los últimos rayos de sol. Tumbados en la orilla pienso en lo que voy a hacerle, lo que me va a hacer, cuando subamos a la habitación. Toco su piel mojada y la urgencia se delata en mi mano. Ella lo entiende, Claudia siempre me entiende. Se levanta riendo, qué ágiles sus muslos blancos, qué libres se mueven sus pechos. En el ascensor nos miramos como animales, hay avidez y prisa por llegar, nuestros cuerpos tienen sed, me tiembla la llave en la cerradura. Se arrugan las sábanas, las manchamos de besos, de arena y de sudor, la habitación se inunda de palabras antiguas y caricias nuevas. No admite códigos el placer y nos lo bebemos como un licor fuerte, toda la noche bebiéndolo y escuchando el mar. Qué penetrante el olor del mar. 26 Claudia no es una mujer como las demás. Vive sin fronteras pero tiene una historia antigua, una fijación, una pasión turca, Yasud. Las mujeres siempre se enganchan con el que las desvirga, el primer amor se les imprime en el alma. Algo me había contado: que el moro emigró a Estados Unidos, que se conocieron en Denver, fue en el verano de COU, una semana loca en las Montañas Rocosas. Y quince años después, mientras desayunamos, me enseña una carta de Yasud que vuelve a España. Me alarmo porque se le reavivan aquellas lumbres. Claudia intenta explicármelo, sabe que es irracional pero necesita volver a verle. ·Y es probable que me acueste con él ·me lo suelta así, a la cara·. Lo nuestro no tiene que terminar pero yo tengo que verle unos días. Porque sí, porque quiero hacerlo. Tú si quieres me esperas y si no, pues nada. Años después comprendería yo esos sentimientos contradictorios, pero ahora me resultan inexplicables, y no consiento que nada empañe mi vida con Claudia. Está obsesionada con atender al turco. Ha alquilado un apartamento para él, lo llena de comida y bebida, y se compra bragas y sujetadores que no usa conmigo. Yo nunca había sido celoso pero ahora empiezo a entender los celos, esa rabia que duele pero nos da la fuerza y la resolución de los locos. Estaba Claudia tan absorta y ajena a mis cuitas que no ocultó nada, ni el día que llegaba Yasud, ni su número de vuelo, y la oí telefonear para reservar el restaurante de bienvenida. Allí entré, qué poder tiene el amor, qué maldad hay en los celos, con una careta y pistola en mano, simulando un atraco. 27 ·–No se muevan! ·dije. Empecé a recoger carteras y joyas, y en la tercera mesa, la de ellos, volví a gritarles, no se muevan, al que se mueva lo mato, para justificar el disparo, entre ceja y ceja, por gilipollas, por moverse de Turquía y de Estados Unidos, qué coño hacía ese moro saliendo de su tierra para quitarme a Claudia. Ella llora sobre su cadáver y la gente se aparta dejándome paso. Yo salgo despacio, me siento valiente y libre. Mi instinto animal ha matado al macho que disputaba mi hembra, y descubro mi fuerza: puedo torcer o segar una vida, soy capaz de cambiar el destino. Mi crimen nunca fue descubierto, ni siquiera Claudia sospechó, pero se hundió en su desgracia, se rompió por dentro y la perdí irremisiblemente. Lo curioso es que ya no me importa, quizá porque en los celos hay más amor propio que amor, y yo estoy vengado. Siento ahora un placer intenso y primitivo, como el que se arranca la costra de una herida, y con el dolor le viene una sensación de alivio. Se han roto mis amarras, tú me enseñaste, Claudia, y ahora poseo tu bárbara libertad. He huido de la manada y nada me retiene. Me siento cimarrón, ese animal doméstico que se escapa, mata para comer y, al oler la sangre, rebrota la bestia apagada, y ya nunca volverá a la casa. Estoy libre y solo, sin código, ni tribu ni proyecto3. 28