El yagé es una planta medicinal y punto

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El yagé es una planta medicinal y punto
El yagé es una planta medicinal y punto
2010-03-12 06:00:04
Cuando Germán Zuluaga era estudiante de medicina de la Universidad del Rosario, en los años 80, viajó
a Florencia (Caquetá) para cumplir con un requisito de su práctica médica. No sospechaba que aquel
viaje cambiaría para siempre su vida y la manera de entender la medicina.
Profesor de la Universidad Javeriana por más de una década, director del grupo Estudios en Sistemas
Tradicionales de Salud, considerado por Colciencias uno de los investigadores élite del país, docente de
la Universidad del Rosario y colega de los verdaderos taitas y chamanes del Vaupés y el piedemonte
amazónico, Germán Zuluaga tiene la autoridad suficiente para hablar sobre el yagé y explicar qué
significa en realidad este bejuco sagrado en la tradición indígena.
Su consultorio es un rincón acogedor y tranquilo al fondo de una casa de fachada anaranjada antecedida
de un jardín enmarañado de plantas medicinales. Allí, a dos cuadras de la plaza central de Cota
(Cundinamarca), llegan día tras día pacientes desde todos los rincones del país. Su fama ha ido
creciendo gracias a la más efectiva de las publicidades: el voz a voz. Esta es su versión del yagé.
20 años de la primera toma
“Llegué a la casa de don Roberto por una casualidad. Debían ser como las tres de la tarde. Me sorprendí
al ver que el curandero del pueblo vivía en aquella casucha de techo de cartón y piso en tierra. Dije: aquí
no puede haber nadie que sepa de nada. Me habían pedido que le llevara una botellita de aguardiente y
se la llevé.
Como a las seis de la tarde, después de dos aguardientes, don Roberto me dio a beber yagé, pero yo no
sabía qué estaba tomando, nunca había escuchado del yagé. A las dos horas sentí que me estaba
muriendo del malestar. El pensamiento inmediato fue que este señor me había envenenado. Sentí un
golpe en el estómago y el vómito salió disparado, en proyectil como lo llamamos los médicos. Sabía que
aquello era síntoma de hipertensión endocraneana y de intoxicación aguda. Lo último que recuerdo fue
que caí al suelo.
Poco a poco fui despertando a medida que él iba cantando. Entonces lo vi vestido con todos sus adornos
y plumas. Lo interesante era que ya no me sentía mal sino mejor que cuando había llegado. Y concluí que
eso no era una intoxicación sino una desintoxicación. Ese concepto me intrigó. Él me invitó a volver. A los
ocho días regresé y la experiencia siguió siendo intensa.
Tuve que regresar a Bogotá. Pero la curiosidad de aquello que había experimentado no paraba. Así que
decidí volver como médico rural, por la zona de Yurayaco (Caquetá), que es la sede de los indígenas
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inganos. Viajaba con frecuencia a la casa del taita. Luego me nombraron director de un hospital, pero el
taita me dijo que existía una dificultad y era que yo atendía partos. Dijo que si seguía con los partos no
podíamos seguir trabajando. Entonces me lancé al aire: renuncié. ¿Qué hago ahora?, pensé.
Después de un tiempo decidí instalarme en San Agustín. Por alguna pista que el taita me dio. Además
quería alejarme un poco de aquello para reflexionar. Quería parar y revisar mi vida, pensar a qué me iba a
dedicar. En San Agustín me casé y nació mi primer hijo. Me gasté los ahorros del rural en comprar libros,
porque en esa época nadie le hablaba a uno de eso. Hoy el yagé es el tema de moda.
En San Agustín la gente empezó a identificarme como curandero, aunque no sabían que era médico.
Algunas personas empezaron a regar la voz y los habitantes me buscaban. Fui adentrándome en ese
mundo en el que vive la gente. Si van a donde el médico y dicen que tienen un frío enterrado, el médico
se enoja. Conmigo no. La sorpresa fue que muchos de esos conceptos eran los conceptos de los que don
Roberto me hablaba.
Entonces, sin ansiedad, decidí que me iba a dedicar a esto. Aunque la nuestra es una medicina muy
valiosa en muchos sentidos, con grandes avances tecnológicos, es a la vez muy limitada en muchas
cosas. Y el cansancio de la gente con la medicina occidental es evidente, porque siempre le están
recetando las mismas pastas, son las mismas 15 pastillas en todas las EPS del país: diclofenac,
ibuprofeno, etc. Mi apuesta fue distinta. Fue una renuncia al prestigio, al estatus, a muchas cosas.
Tuve la tentación de dejar la medicina, colgar la bata, y ponerme las plumas y el guayuco por decirlo de
alguna manera. Pero él me corrigió. Me dijo usted está equivocado, nosotros no queremos que se vuelva
uno de nosotros, queremos es tener a alguien en la otra orilla. Y me pareció bellísimo.
Cuando don Roberto murió, seguí trabajando con don Laureano para que esa medicina sea conocida y
respetada. Me doy cuenta de que para que exista un diálogo real primero que todo hay que recuperar la
dignidad perdida de los indígenas, sus territorios, sus derechos, su educación propia, su lengua, y poner
la medicina en el lugar que tenía antes.
Surgió la inquietud de un encuentro de taitas, preocupados por los problemas internos de separaciones
pero también por los externos, charlatanería, el tráfico de plantas y recursos genéticos, eso fue en 1999.
Ahí nació lo que se llamó la Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonia Colombiana
(Umiyac), que reunió a 40 taitas de siete grupos indígenas del piedemonte amazónico.
Yagé
¿Qué es el yagé? Simplemente me remito a repetir las palabras textuales que los distintos taitas me han
enseñado. El yagé es una planta medicinal. Punto. ¿Cómo obra? Es un purgante. Punto. Digamos que la
diferencia es que su acción purgante no ocurre solo a nivel físico, sino ocurre en otras dimensiones de la
persona: pensamientos, sentimientos, recuerdos, emociones, y eso es lo que lo hace tan especial. Eso es
para mí el yagé. Y de acuerdo con las enseñanzas de ellos, la única forma correcta de acercarse al yagé
es por salud. Cualquier intención distinta es una equivocación. Si usted va con cuenticos de ver elefantes
rosados, le va mal. Si va con que quiere unirse con la divinidad, le va mal. Si quiere ser un iniciado del
mundo esotérico, le va mal. Y desafortunadamente eso es lo que predomina. Mucho de todo el desorden
de ahora es eso. La gente no entiende que es un médico indígena que trabaja con un esquema distinto y
lo que ofrece es una planta medicinal muy especial, sagrada, y que si se sale de ese contexto puede ser
muy dañina.
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Lamentablemente ese discurso medio esotérico y psicodélico, ha tenido éxito comercial y ha permeado
las comunidades indígenas. Ellos comienzan a ofrecerse con ese lenguaje. Sin querer o queriendo van
haciendo acopio de ese lenguaje medio mercantil y charlatán, porque están en el conflicto de ser
reconocidos. Con la Unión de Taitas se acordó un código de ética. Entendieron que si querían ser
reconocidos como médicos necesitaban una reglas mínimas para que la gente sepa quién es un chamán
y quién no. En 2001 se publicó el documento, que en mi opinión es histórico. Y que tristemente su
cumplimiento no se ha dado del todo por culpa de algunas personas poco serias”.
“No estigmatizar el yagé”
Para el taita Miguel Chindoy, ex gobernador del pueblo Kamchá, en el cabildo de Sibundoy, el yagé es
una planta de poderes, usada como purificante del cuerpo y el espíritu. “Hay unas reglas para la toma del
yagé, una preparación previa. Debe hacerse en la noche, en lugar que no haya ruido y siempre guiado
por el sabedor y conocedor de estos temas. No se debe ingerir licor. No deben reunirse más de 20 a 30
personas. Es aconsejable que el día anterior no se tengan relaciones sexuales. Y en el caso de las
mujeres, no estar en embarazo ni en período menstrual. Es importante consultar con el sabedor su estado
de salud. El conocimiento tradicional no debe ser estigmatizado por el mal uso que hacen algunas
personas.
Germán Zuluaga, investigador de la U. del Rosario, conoció el yagé hace 20 años. Desde entonces ha
intentado tender un puente entre la medicina indígena y la occidental.
Por: Pablo Correa
http://ecopsycologia.blogspot.com
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