La Casa de los Espíritus: Familia, nación y clases

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La Casa de los Espíritus: Familia, nación y
clases
Carmen Gloria Godoy R.
Magister en Estudios de Género y Cultura
Doctoranda en Estudios Latinoamericanos
Universidad de Chile
cggodoy82@hotmail.com
Resumen: En el marco de la crítica de la cultura y a partir de la relación
existente entre literatura y e imaginario, en este trabajo se realiza una
lectura de la novela La Casa de los Espíritus, de Isabel Allende. La novela
de Allende nos permite ingresar en el terreno del imaginario nacional y
abordar las relaciones sociales, vinculando clase y género.
Palabras clave: Isabel Allende, crítica de género
1. Introducción
En este trabajo presento un análisis en torno a las imágenes de Nación, Familia y
Clases que se desprenden de una lectura crítica de La Casa de los Espíritus [1],
primera novela de la escritora chilena Isabel Allende. Si bien en general, las novelas,
cuentos y relatos de la autora han recibido bastantes críticas respecto a su calidad
literaria -sobre todo en su país de origen- [2], especialmente por los tintes (a veces
escenas completas) de “realismo mágico” que se filtraron en las páginas de sus
primeros trabajos con mucha intensidad, Isabel Allende es leída por un público
masivo. Y junto a otras autoras/es [3], se ha convertido en una suerte de referente de
cierto tipo de literatura que tendería a ser calificada en función de su éxito editorial
como bestseller (y con ello “pseudoliteratura”), poco compleja, o incluso “light”,
pero cuya presencia e importancia es innegable.
Bajo esta aparente liviandad, se reconoce el impacto que La Casa de los Espíritus
[4] produjo en la escena internacional, en la medida que sus páginas hicieron emerger
una imagen de Chile contraria a aquella difundida por la dictadura militar durante sus
primeros años de gobierno. Y además, por abrir el espacio editorial (en términos de
mercado) a la narrativa escrita por mujeres, se ha convertido junto con la autora y el
conjunto de sus producciones (tal vez una primera fase) en una suerte de referente
‘cultural’ (en el sentido más lato y ambiguo del término) [5], constituyendo un
fenómeno digno también de ser estudiado [6], aunque en estas páginas sólo puedo
hacer mención de este hecho, porque me centraré en la novela. Y en los elementos
que considero más relevantes, al menos para un análisis de carácter exploratorio
sobre el tema.
La historia que se narra es la de la familia Trueba-del Valle. Tres generaciones de
un mismo linaje, cuyas experiencias se conectan con sucesos de carácter social y
político. Vemos como se desarrolla la denominada “cuestión social”, la lucha de las
mujeres por obtener derechos políticos, el movimiento obrero, la Reforma Agraria, la
llegada al poder de un gobierno popular y su caída a raíz de un golpe de Estado. Todo
ello complementado por la presencia de diversos personajes que van estableciendo
una suerte de contrapunto, desde su papel de artistas, poetas, estudiosos de las
ciencias ocultas, etc.
Variados personajes pueblan la novela. Entre las figuras masculinas, encontramos
a Esteban Trueba, el patriarca, el único varón de una familia de la oligarquía,
empobrecida por el despilfarro del padre alcohólico; se ve obligado a trabajar desde
la adolescencia y consigue recuperar su fortuna explotando un yacimiento minero en
el norte del país. Esa fortuna le permitirá recuperar también la antigua hacienda de la
familia -las Tres Marías- donde se desarrolla gran parte de la historia. Esteban
contrae matrimonio con Clara del Valle, la hermana de Rosa, su primera novia, y con
ella tiene tres hijos: Blanca, la mayor, Jaime y Nicolás. A ellos se agregará después
Alba, la hija de Blanca con Pedro Tercer García, el hijo del capataz de la hacienda.
La Casa de los Espíritus constituye un trabajo de considerables proporciones, no
por su número de páginas precisamente, sino por la manera en que la autora aborda
más de medio siglo de la historia Chile -si bien nunca se lo menciona directamente,
las referencias a determinados hitos de nuestra historia colectiva son evidentes-
articulándolo con lo que constituye el eje del relato, la historia los Trueba-del Valle.
Una historia que de acuerdo a la autora, es la de “una típica familia latinoamericana
de clase media acomodada”, y mediante la cual pretendía “hacer una especie de
fresco donde estuvieran retratadas todas las clases sociales y la ciudad, el campo, la
geografía, el clima, la historia, la parte mágica y la real de la vida de América Latina.
Elevar el tono a un plano continental en que todo el hombre y la realidad americana
pudieran plasmarse. Era un proyecto ambicioso y no sé si cumplí con él. “Pero
también es una historia de amor, odio, sangre, violencia, ternura. También, un poco,
una historia fatalista, son tan poderosas las fuerzas ajenas al hombre que se mueven
en este continente. El final es un huracán en el que hasta los que lo provocaron caen
envueltos” [7].
Literatura y nación
El arte y la literatura posibilitan la reproducción de un imaginario nacional. De
acuerdo a Benedict Anderson, la novela fue una de las ‘formas de la imaginación’ -la
otra es el periódico- que aparecieron en el inicio de la modernidad, y que a partir de
una nueva estructuración del tiempo del relato, posibilitaron la representación de la
nación en cuanto comunidad imaginada (Anderson, 1993:46-49). Como señala
Bernardo Subercaseaux respecto a la experiencia colectiva de la nación (o
escenificación del tiempo nacional), ésta “se manifiesta en una trama de
representaciones, narraciones e imágenes, trama que tiene como eje semántico un
conjunto de ideas-fuerza y una teatralización del tiempo histórico y de la memoria
colectiva” (Subercaseaux, 2007:15). En la modernidad occidental la escenificación
del tiempo histórico nacional tiene como uno de sus dispositivos simbólicos a las
obras literarias. “El discurso de lo nacional circula por distintos soportes (…) La
escenificación colectiva del tiempo en sus distintas constelaciones, puede ser
concebida como una suerte de esqueleto del imaginario nacional, como una máquina
de producción cultural que conlleva guiños compartidos, signos de pertenencia y de
comunidad” (Idem: 16).
La Casa de los Espíritus nos permite ingresar en el terreno del imaginario nacional
y abordar las relaciones sociales, vinculando clase y género, categorías culturales que
al mismo tiempo van dotando de sentido a la nación que se configura en la obra, y
posibilitan algo más importante aún: su reconocimiento [8]. En la medida que remite
“indirecta o metafóricamente, al mundo real, lo que también es o tiene que ser cierto
porque de otra manera el texto literario se aleja parcial o absolutamente del horizonte
de nuestra comprensión, esto es, nos resulta paulatinamente ininteligible” (Rojo,
2006:203).
2. La hacienda como espacio simbólico: la violencia naturalizada.
2.1. La cultura de la subordinación.
Aun cuando parte importante de la novela se desarrolla en la ciudad, es la hacienda
como espacio simbólico la que domina el texto. La “casa de los espíritus” es en
propiedad, la casa que la familia posee en la ciudad, la casa en la que Clara Trueba
recibe a quienes practican el espiritismo y otras artes esótericas, poetas y artistas,
“aquel inmenso carromato lleno de alucinados”, pero también a los ‘desposeídos’.
¿Por qué entonces pareciera que todo empieza y termina en las Tres Marías, la
hacienda que los Trueba poseen en el sur de ese país latinoamericano cualquiera en
que Allende sitúa a sus personajes? Precisamente, porque los referentes de ese país se
encuentran más en el campo que en la ciudad, en la tradición que en la modernidad,
en la violencia que en la razón, y en la circularidad del mito. Como en otros lugares,
lo que se nos ofrece aquí es una versión de la identidad latinoamericana que releva el
mito de la violencia originaria ya no ejercida por el conquistador extranjero, sino que
reproducida por el señor de la hacienda sobre su familia y sus inquilinos.
Mi lectura de la novela no reviste necesariamente mayor novedad, precisamente
porque en ella encontramos elementos presentes en ciertas versiones de la identidad
latinoamericana y nacional que relevan el mestizaje, el huacho [9], la religión católica
y la hacienda como matriz cultural que define relaciones sociales de clase y de
géneros. Es el caso de Pedro Morándé y Carlos Cousiño, que se inscriben en una
versión tradicionalista que supone la existencia de una esencia que no ha sido lo
suficientemente reconocida pero que puede ser recuperada (Larraín, 2001), y que se
funda en un orden social conservador.
El sociólogo Pedro Morandé (1987), realiza una crítica de la modernidad ilustrada
y el desarrollismo como horizonte intelectual aparentemente único para comprender
la identidad cultural latinoamericana, en un intento por comprender las respuestas a la
crisis de la república oligárquica de las primeras décadas del siglo XX,
fundamentalmente por qué las propuestas modernizadoras no habrían conseguido
generar una nueva síntesis cultural que incluyera a todos los grupos sociales.
Morandé plantea que la existencia de una fuerte religiosidad popular en la región es
expresión de la “síntesis cultural fundante de América Latina, producida en los siglos
XVI y XVII”, sobre la base de dos culturas -hispana e indígena- que comparten el rito
sacrificial. Síntesis que cubre todas las épocas y dimensiones de la vida social y
cultural, generando una cultura particular con sus propias tradiciones, que la lógica
modernizadora en una función de un principio de universalidad no admite, y
transforma en una especificidad que no alcanza el carácter de identidad cultural.
Carlos Cousiño presenta otra variante de esta versión enfocándose en la identidad
chilena. Una identidad en la que la hacienda aparece como la estructura básica de la
sociedad chilena, desde fines del siglo XVI y hasta mediados del siglo XX, no sólo
como forma de propiedad de la tierra, sino como institución que moldeó un “tipo
humano”. La hacienda no corresponde al modo de producción capitalista, se
distinguiría por su carácter doméstico que no contrapone a patrón y trabajador, ya que
funda sus relaciones en la lealtad y la tradición. La cercanía con el patrón se traduce
en un trabajo permanente, que demanda laboriosidad, disciplina y decencia, en un
mundo que además se distingue por su sobriedad y modestia. Rasgos que también
marcarán el carácter chileno.
Por otra parte, la hacienda “no permitió la gestación del tipo del trabajador libre
norteamericano, amante de su independencia y libertad, sino que produjo más bien el
tipo del inquilino, que se sentía cómodo en la situación de dependencia y protección
que le ofrecía el señorío doméstico. El carácter del chileno no se encuentra, pues,
marcado por aquellas grandes instituciones que históricamente han ido modelando el
carácter de los pueblos europeos o de América del Norte” (Cousiño, 2004). “Chile
fue pura hacienda”, dice el autor al compararlo con las otras naciones
latinoamericanas que no colonizaron los territorios en toda su extensión. Pero ese
mundo cerrado y autárquico generó también una fuerte desconfianza hacia lo
exterior, que aparece como una amenaza. La confianza en el patrón se vuelve
fundamental ante la posible peligrosidad de los afuerinos.
A propósito de la publicación de la novela Cuando éramos inmortales de Arturo
Fontaine (1998) -novela que narra precisamente la caída del orden hacendal desde los
ojos de un niño perteneciente a una familia de la oligarquía-, Cousiño comentaba que
el proceso de expropiación iniciado con la Reforma Agraria “no sólo representó una
transformación política y económica, sino fundamentalmente una alteración radical
de la vida familiar, de una forma de religiosidad y de una sociabilidad que la
institución de la hacienda venía modelando desde mucho antes, incluso, que la
formación del Estado nacional (Cousiño, 1999:13). Las transformaciones que se
aceleran a partir de la década de los sesenta, si bien significan el término del orden
hacendal, no se traducen en Chile en liderazgos populistas que reemplazan al patrón,
como en otros países, sino que el orden se mantiene en el plano doméstico, pero
ahora sostenido por la mujer. La mujer prolonga el principio doméstico básicamente
como madre. Es ella la que debe asumir la responsabilidad de criar a los hijos y de
protegerlos en un ambiente social hostil y donde la figura paterna brilla por su
ausencia (Cousiño, 2004).
Este principio de organización alcanza a los campesinos que migran a la ciudad y
buscan una figura de autoridad que los proteja, pero caen a menudo “en la anomia y
en la disipación (…) El migrante no es ni un bolchevique ni un sans coulotte, jamás
recurre a la violencia política, la que queda siempre como vía exclusiva para los
estudiantes provenientes de la burguesía o de la oligarquía. Por ende, ni la política, ni
la sociedad, ni el mercado le ofrecen un nuevo principio de orden a este ser recién
llegado a la ciudad en números impresionantes. Y es por ello que el orden vuelve a
radicarse en el espacio doméstico. (…) La madre, como figura dominante, es
protectora, celosa, desconfiada. Frente al marido o pareja, cuando lo tiene, se
constituye en un principio de orden y disciplina. (…) Frente a los hijos, la madre se
levanta como principio de protección. La madre da, acoge y exculpa, creando un hijo
sobreprotegido con los rasgos propios de un machismo irresponsable” (Ibídem).
José Bengoa, por su parte, si bien plantea la importancia fundamental que adquiere
la hacienda a partir de la colonia, como una de las instituciones de más larga duración
del país, junto con la Iglesia, releva, al contrario de Cousiño, el poder y la violencia
que produce. La hacienda, señala el autor, “constituyó un espacio privilegiado de
reproducción cultural: allí se fusionaron las tradiciones indianas e hispánicas. La
hacienda fue estableciendo un complejo sistema de dominio, subordinación y
exclusión en el terreno social y sexual. No es por casualidad que la imagen de
“familia” la recorriera por siglos y siglos” (Bengoa, 1996:85). Para Bengoa, la
dominación social y sexual que surge del patronazgo, se encuentran estrechamente
asociadas, son parte de un mismo proceso. “El patrón posee y es padre. Establece su
señorío en el campo, manda con voz fuerte, usa la fusta con energía y sale de
parrandas y amoríos, “el rajadiablo”. El poseer tiene, en el lenguaje cotidiano, la
doble connotación de ser dueño como propietario y sexualmente poseedor. Esta
última expresa, al nivel material y simbólico, el vasallaje, la subordinación de la
persona inferior socialmente” (Idem: 86).
No obstante, Bengoa advierte que el período hacendal no debe ser leído como una
suerte de ‘paraíso perdido’, en el que predominaba la exuberancia de la naturaleza y
una irracionalidad sensual. Al contrario, una lectura como esa encubriría las
relaciones de explotación y la cultura de subordinación que les daba su legitimidad. Y
agrega un elemento que resulta sugerente para nuestra lectura de la novela de
Allende, al referirse a los ‘huachos’, los hijos que nacen fuera del matrimonio como
resultado del ‘intercambio sexual’ entre patrones y sirvientes. Son las mismas
mujeres, según Bengoa, las que “les enseñaron a sus hijos a amar y a odiar. Amar al
patrón y odiar al padre violador. De lo contrario, no sería explicable en Chile la
cultura de las izquierdas, la ira atávica convertida en conciencia de clase, de la que
participaron los campesinos transformados en mineros, salitreros, ferrocarrileros,
obreros y proletarios. Al salirse del marco de legitimidad cultural de las haciendas, se
potenció la ira. Se olvidaban de los dioses de los patrones, de sus amores, y brotaba
fértil el recuerdo de los atropellos. El rencor también había nacido en las haciendas”
(Idem: 88).
En otro lugar aparece el tema del huacho, como un elemento que se agrega al nudo
argumental del relato sobre nuestro origen simbólico como sociedad. Es la lectura de
la antropóloga Sonia Montecino en el ensayo Madres y Huachos, quien nos dice que:
“La unión entre el español y la mujer india terminó muy pocas veces en la institución
del matrimonio. Normalmente, la madre permanecía junto a su hijo, a su huacho,
abandonada y buscando estrategias para su sustento. El padre español se transformó
así en un ausente. La progenitora, presente y singular era quien entregaba una parte
del origen: el padre era plural, podía ser éste o aquel español, un padre genérico”
(Montecino, 1996:43). La ilegitimidad del huacho/a “originario/a” atravesaría la
sociedad hasta el presente, convirtiéndose en un estigma del sujeto en la historia
nacional especialmente de las capas medias de la sociedad- y que el código civil
preservó bajo la categoría de “hijo natural” por lo menos hasta su modificación casi a
fines del siglo XX [10].
La autora agrega que en el siglo XIX, aunque se impone discursivamente el
modelo familiar cristiano-occidental, monógamo y patriarcal en las capas altas de la
sociedad, las capas medias y populares continuaron reproduciendo un modelo de
familia centrado en la madre y con la ausencia del padre. Pero aún así, a comienzos
del siglo XX, en la clase dominante se mantenían uniones ilegítimas y el nacimiento
de huachos. “La institución de la empleada doméstica en la ciudad, de la china (india)
que sustituía a la madre en la crianza de los hijos- y la estructura hacendal en el
campo, dan cuenta de la presencia de estas relaciones.
La china, la mestiza, la pobre, continuó siendo ese “obscuro objeto del deseo” de
los hombres; era ella quien iniciaba a los hijos de la familia en la vida sexual; pero
también era la suplantadora de la madre, en su calidad de “nana” (niñera) (…) En el
mundo inquilino, la imagen del hacendado como el “perverso trascendental”
(Morandé, 1980), es decir como el fundador del orden, lo hacía poseer el derecho de
procrear huachos en la hijas, hermanas y mujeres de los campesinos adscritos a su
tierra. Así, numerosos vástagos huérfanos poblaron el campo con una identidad
confusa” (Montecino, 1996:52).
2.2. La actualización del mito: el ritual de la violencia sexual.
El análisis que Roberto Schwarz realiza sobre Memórias Póstumas de Brás Cubas
del escritor brasileño Machado de Asís, nos ayuda a iluminar en parte la problemática
que queremos desarrollar, cuando señala que es en la formalización estética y no el
contenido de la novela donde se expresa el conflicto estructural de la sociedad
brasileña del siglo XIX, al darle una forma literaria a un principio abstracto a partir
del cual se organiza la realidad. Machado logra desarrollar una fórmula narrativa que
consiste en la alternancia de perspectivas, y que corresponde al funcionamiento del
país, de manera tal que el dispositivo literario capta y dramatiza la estructura social
transformándola en regla de escritura (Schwarz, 1991:11).
En el caso de la novela de Allende, siguiendo muy superficialmente los
planteamientos de Schwarz, lo que resulta interesante no es tanto lo representado -la
hacienda, la familia patriarcal y las relaciones de inquilinaje [11]- , sino cómo es
representado, especialmente porque la tensión que recorre la novela entera no es otra
que el conflicto de clases, un conflicto producto de un orden social aparentemente
inmutable - a pesar de las transformaciones históricas- y que comienza a
desmoronarse paulatinamente, a medida que los trabajadores del campo y la ciudad
van haciéndose conscientes de sus derechos. No obstante, el conflicto no parece tener
resolución alguna sino es en el plano mítico, donde es transmutado en una suerte de
destino fatal -y peligrosamente naturalizado- que recae sobre el cuerpo de las
mujeres: la violación por los hombres de otra clase social, con los cuales mantienen
vínculos de parentesco. Vínculos que son determinados por una voluntad masculina,
y reproducidos a través del cuerpo de las mujeres.
“Su sentido práctico le indicó que tenía que buscarse una mujer y, una
vez tomada la decisión, la ansiedad que lo consumía se calmó y su rabia
pareció aquietarse. (…) La acometió con fiereza incrustándose en ella sin
preámbulos, con una brutalidad inútil (…) Pancha García no se defendió,
no se quejó, no cerró los ojos. Se quedó de espaldas, mirando el cielo con
expresión despavorida, hasta que sintió que el hombre se desplomaba con
un gemido a su lado. Antes que ella su madre, y antes que su madre su
abuela, habían sufrido el mismo destino de perra. (La Casa de los
Espíritus. Pp. 67-68)
“Sospecho que todo lo ocurrido no es fortuito, sino que corresponde a
un destino dibujado antes de mi nacimiento y Esteban García es parte de
ese dibujo. Es un trazo tosco y torcido, pero ninguna pincelada es inútil.
El día en que mi abuelo volteó entre los matorrales del río a su abuela,
Pancha García, agregó otro eslabón más a la cadena de hechos que debían
cumplirse. Después el nieto de la mujer violada repite el gesto con la nieta
del violador y dentro de cuarenta años, tal vez, mi nieto tumbe entre las
matas del río a la suya y así, por los siglos venideros, en una historia
inacabable de dolor, de sangre y de amor”. (La Casa de los Espíritus
p.452)
Los párrafos citados corresponden a dos momentos distintos del relato. Más
específicamente: al comienzo y el fin de la historia, si bien esto es relativo, porque el
‘gesto’ de la violación parece ser interminable. El primer párrafo corresponde a la
voz de Esteban Trueba y el segundo a la de Alba, su nieta. Aquel viola a la ‘primera
mujer’ producto de una ‘naturaleza fornida y sensual’ que lo desborda, mientras Alba
se convierte en el instrumento de la venganza de Esteban García, el nieto de Pancha
García, nieto a su vez de Esteban Trueba. El linaje de los huachos saldaría cuentas en
el cuerpo de las mujeres de los ricos. Pero entonces, tanto las mujeres ‘condenadas al
destino de perra’, como las otras, son sólo el objeto de un conflicto entre furiosos
varones de una misma estirpe.
2.3. Estereotipos de clase y género: la reproducción de las diferencias.
Alba y Pancha García parecen estar condenadas a someterse a este destino
‘inexorable’ de la venganza, y no ofrecer resistencia, cuando la primera dice:
“Quiero pensar que mi oficio es la vida y que mi misión no es
prolongar el odio, sino sólo llenar estas páginas mientras espero el regreso
de Miguel, mientras entierro a mi abuelo que ahora descansa a mi lado en
este cuarto, mientras aguardo que lleguen tiempos mejores, gestando la
criatura que tengo en el vientre, hija de tantas violaciones, o tal vez hija
de Miguel pero sobre todo hija mía”. (La Casa de los Espíritus, p.453)
Pero Alba no estaba condenada al destino de perra, sino que ha ocupado ese lugar
como víctima de una venganza. Una vez que se produce el golpe de Estado narrado
en la novela, el personaje es apresado, torturado y violado por Esteban García, un
oscuro coronel que encuentra el momento preciso para ejecutar el ritual de la
violencia.
“Un día el coronel García se sorprendió acariciando a Alba como un
enamorado y hablándole de su infancia en el campo, cuando la veía pasar
a lo lejos, de la mano de su abuelo, con sus delantales almidonados y el
halo verde de sus trenzas, mientras él, descalzo en el barro, se juraba que
algún día le haría pagar cara su arrogancia y se vengaría de su maldito
destino de bastardo (…) Ordenó que pusieran a Alba en la perrera y se
dispuso, furioso, a olvidarla”. (La Casa de los Espíritus, p.433)
Alba llega a esa posición porque ha salvado la vida otros perseguidos políticos,
porque se ha hecho parte de una lucha que no le corresponde, y sobre la cual el
mismo personaje tiene dudas en un principio. Dudas que se resuelven a través del
amor que siente por Miguel, el estudiante de Filosofía, que luego se convertirá en el
jefe de la guerrilla que lucha en la clandestinidad.
“Miguel hablaba de la revolución. Decía que a la violencia del sistema
había que oponer la violencia de la revolución. Alba, sin embargo, no
tenía ningún interés en la política y sólo quería hablar de amor. Estaba
harta de oír los discursos de su abuelo, de asistir a sus peleas con su tío
Jaime, de vivir las campañas electorales. La única participación política
de su vida había sido salir con otros escolares a tirar piedras a la
Embajada de los Estados Unidos sin tener motivos muy claros para ello
(…) Pero en la universidad la política era ineludible”. (La Casa de los
Espíritus, p.336)
“Se avecinan tiempos muy malos, mi amor -explicó-. No puedo tenerte
conmigo, porque cuando sea necesario entraré en la guerrilla.
-Iré contigo adonde sea -prometió ella.
-A eso no se va por amor, sino por convicción política y tú no la tienes
-replicó Miguel-.No podemos darnos el lujo de aceptar aficionados.
A Alba aquello le pareció brutal y tuvieron que pasar algunos años para
que pudiera comprenderlo en toda su magnitud”. (La Casa de los
Espíritus, p.349)
Alba llega por una mezcla de amor y rebeldía a hacerse parte de la lucha del
Pueblo, pero no por un convencimiento profundo de lo que está haciendo, y a pesar
de todo logra sobrevivir al ‘espanto’. Pero hay otra mujer que tiene peor destino. Me
refiero al personaje de Amanda. Ella aparece en la mitad del relato, emerge del
mundo de las artes esotéricas, del mundo femenino de Clara, y al cual pertenece uno
de sus hijos: Nicolás, quien seducirá a todas las mujeres de la hacienda, pero sin la
violencia del padre, sino con la suavidad de la madre, “con artes de galantería que
jamás se habían visto en la zona”.
Amanda, un poco mayor que él, “lo inició en la meditación yoga y en la
acupuntura”; luego se inicia en la filosofía existencialista, se viste de negro y
experimenta con drogas. Parece ser una mujer completamente independiente y
autónoma que despierta el interés de los dos hermanos Trueba -Jaime y Nicolás- pero
que esconde un secreto: la pobreza de su condición de clase media, de vida en
pensión y a cargo de un hermano pequeño.
“Amanda le contó de su pasado, de su familia, de un padre alcohólico
que era profesor en una provincia del Norte, de una madre agobiada y
triste que trabajaba para mantener a seis hijos y de cómo ella, apenas pudo
valerse por sí misma, se fue de la casa. Había llegado a la capital de
quince años, a casa de una madrina bondadosa que la ayudó por un
tiempo. Después, cuando su madre murió, fue a enterrarla y a buscar a
Miguel, que era todavía una criatura en pañales. Desde entonces le había
servido de madre. Del padre y del resto de sus hermanos no había vuelto a
saber”. (La Casa de los Espíritus, p.249)
No busco, ingenuamente, el reflejo de la realidad en la historia de Amanda. Al
contrario, lo que me llama poderosamente la atención es su carácter de puente entre
las mujeres Trueba: las Pancha García y las Blancas y Albas. Esa mujer perteneciente
a la “silenciosa clase media que se debatía entre la pobreza de cuello y corbata y el
deseo de emular a la canalla dorada” (p. 249). Las mujeres Trueba son finalmente
parte de un mismo linaje, así como los varones que las poseen como territorio en
disputa; Amanda no. Ella adopta modas, ideas, muta permanentemente y por ello su
destino es el más trágico.
“Para reconocer a Amanda, sin embargo, se necesitaba haberla amado
mucho (…) Jaime la observó con tristeza, comprendiendo en ese instante
el abandono, los años de miseria, los amores frustrados y el terrible
camino que esa mujer había recorrido hasta llegar al punto de
desesperanza donde se encontraba. La recordó como era en su juventud,
cuando lo deslumbraba con el revoloteo de su pelo, la sonajera de sus
abalorios, su risa de campana y su candor para abrazar ideas disparatadas
y perseguir ilusiones. Se maldijo por haberla dejado ir y por todo ese
tiempo perdido para ambos”. (La Casa de los Espíritus, p.355)
No se nos dice cuál fue exactamente el camino que recorrió Amanda, pero al
parecer experimentó demasiado. A pesar de que se recobra de la adicción a las
drogas, un renovado amor por Jaime -el hermano Trueba ‘correcto’- le entregará una
felicidad ilusoria, y finalmente morirá en medio de las torturas a las que las someten
los militares para que delate a su hermano. Cumpliendo su destino: dar la vida por
Miguel, simulando ser su madre, simulando estar en el mundo. Simulando, como su
clase.
Cabe señalar brevemente, que la figura de los hermanos Trueba, los varones, es
bastante particular. Jaime y Nicolás son más bien hijos de la madre que del padre.
Son educados en un colegio inglés, lejos de la hacienda, lejos de la religión católica,
lejos de una serie de costumbres que reproducen el orden hacendal. Y efectivamente
ambos pertenecen más al mundo de la ciudad que del campo, a las amistades y
conocimientos de la madre. Y es en este contexto urbano donde se relacionan con
Amanda, la otra mujer. Pero sus destinos también son trágicos, al menos el de Jaime,
médico que cumple una suerte de apostolado en los sectores populares de la ciudad,
cercano al Presidente, no comparte la idea de la violencia, pero es víctima de ella.
Mientras, Nicolás desaparece de la historia expulsado por el padre, que no soporta su
conducta.
De estos destinos ya marcados, la única figura femenina que consigue salir
indemne, y al contrario, obtiene una cuota de poder real en el mundo, es Tránsito
Soto: la prostituta emprendedora y comprensiva (un viejo estereotipo), que gracias a
un préstamo que le hace Esteban Trueba, cuando trabajaba en el prostíbulo del pueblo
cercano a las Tres Marías, pone un negocio propio y llega a hacerse famosa en el
círculo de los poderosos. Tránsito, sobrevive a los cambios políticos y económicos,
pero menos a los sociales, la ‘liberación femenina’ parece no convenirle:
“(…) porque por culpa de la libertad de las costumbres, el amor libre,
la píldora y otras innovaciones, ya nadie necesitaba prostitutas, excepto
los marineros y los viejos. Las niñas decentes se acuestan gratis,
imagínese la competencia, dijo ella”. (La Casa de los Espíritus, p.437)
Tránsito maneja un conocimiento oculto a los ojos de las mujeres comunes y
corrientes, las mujeres ‘decentes’, como supone el personaje de Esteban Trueba al
saber que ha cumplido el favor que le pidió: liberar a Alba de los militares.
“Supongo que usó el conocimiento del lado más secreto de los hombres
que están en el poder, para devolverme los cincuenta pesos que una vez le
presté. Dos días después me llamó.
-Soy Tránsito Soto, patrón. Cumplí su encargo -dijo. (La Casa de los
Espíritus, p.355)
Pero tal vez lo que permite a Tránsito Soto sobrevivir, es el reconocimiento de la
autoridad. Tránsito ha migrado del campo a la ciudad, y se ha integrado a ella
materialmente, pero se mantiene en los márgenes de lo que representa. A pesar del
éxito económico obtenido, de la red de influencias que maneja, décadas después de su
primer intercambio con Trueba, éste seguirá siendo su patrón, no se encuentran en un
plano de igualdad. Al reconocerlo como tal, reconoce su propio lugar en el orden
social, porque su poder emerge precisamente de aquello que se oculta: la sexualidad.
Y en el imaginario tradicional de los géneros, la prostituta es la única que puede
acceder al conocimiento de la sexualidad, o al menos admitir que abiertamente su
sexualidad sin sublimarla. Tránsito Soto y Esteban Trueba han resuelto la dominación
sexual, mediante el intercambio económico, han establecido una alianza, pero nunca
podrán hacer otra cosa. Es lo uno o es lo otro.
3. La familia como metáfora de la nación. “Rescatar la memoria del
pasado”
En la novela de Allende, las mujeres y hombres cobran sentido a partir del orden
familiar, y desde allí sus figuras son proyectadas hacia el mundo exterior. La familia
Trueba-del Valle es la que articula el orden, incluyendo y excluyendo; los únicos que
se mantienen fuera, pero no logran constituir una familia son los hermanos Trueba (el
lado masculino, el hermano de Clara y los hermanos, son libres pero solitarios) las
mujeres se relacionan con los hombres del pueblo, con los otros hombres, en una
suerte de mestizaje invertido.
No mencioné a Clara del Valle, la madre, porque ella de alguna manera está
presente en toda la narración. Son sus diarios de vida -los ‘cuadernos de anotar la
vida’- los que articulan el relato. Hacia el final sabemos que una de las voces que
narran la historia de los Trueba es la de Alba, que ha rescatado la memoria de su
familia a través de los diarios de su abuela. Y a través de ellos ha conseguido
sobrevivir al ‘espanto’, de alguna forma ha recuperado su identidad, diremos
nosotros. Hay otra voz, que corresponde a la de Esteban Trueba, quien de alguna
manera al ir narrando la otra parte de la historia, va justificando sus acciones. Pero
sospecho que ambas voces son expresión de una misma conciencia, que parece
desdoblarse en una voz femenina y otra masculina, pero que hablan desde la misma
clase. Las mujeres del campo sometidas a la violencia sexual del patrón, son
‘habladas’ por las otras mujeres, homologando sus experiencias pero eludiendo el
significado de esa violencia desde su propia experiencia más allá de ocupar el lugar
que antes tuvieron sus madres y abuelas. Son representadas como parte de lo mismo.
Efectivamente lo son, al convertirse en madres de los hijos no reconocidos, se hacen
parte de un mismo linaje, y es ahí donde además parece estar la fuente del conflicto.
Decía en un comienzo que pretendía analizar las imágenes de Familia, Nación y
Clases, que se desprenden de la lectura de La Casa de los Espíritus. Me parece lo que
opera es la metáfora de la familia como nación. La historia de Chile es la historia de
los Trueba, la alianza matrimonial, los vínculos de parentesco existentes entre la
oligarquía y la alta burguesía, entre los conservadores y los liberales, entre el laicismo
y la religión, etc. Vínculos que hacen del castigo a los iguales, algo intolerable. La
identidad cultural emerge de la homogeneización: somos todos iguales porque
tenemos un origen y un destino común. El conflicto surge entonces entre los Trueba
legítimos y los bastardos, los que son reconocidos como iguales y los no reconocidos,
los excluidos. Por lo tanto, el quiebre que se produce al final de la historia es un
quiebre entre parientes que han sido negados. El rencor y el resentimiento de
personajes oscuros y planos como el de Esteban García, sólo encuentra en la
coyuntura histórica la oportunidad de desatar la violencia como parte de su búsqueda
de reconocimiento. Pero si la violencia ya está escrita en el libro de los Trueba, no
deja de ser una metáfora inquietante sobre el destino de nuestra sociedad.-
Notas
[1] Ver octava edición, correspondiente a Nuevas Ediciones de Bolsillo, Buenos
Aires, 2007.
[2] Desde su primera edición en el año 1982, ha sido traducida a 25 idiomas,
adaptada al cine y al teatro. Información disponible en página web oficial de
http://www.clubcultura.com
(en
inglés
la
autora:
http://www.isabelallende.com) Sobre el tema Allende ha señalado: "Siempre
se piensa que todo lo comercial es malo, lo cual implica una subestimación
del lector. Es partir de la base de que los lectores son tontos y que sólo leen lo
que no tiene calidad. A veces me dicen ¿por qué copias a García Márquez? Si
llevo 20 años escribiendo, ¿crees que la gente no se daría cuenta de que
copio?". Ver: "Siempre se piensa que todo lo comercial es malo", en El
Mercurio de Valparaíso, 25 de octubre de 2000, Cuerpo C, p.10.
[3] Como Marcela Serrano y Alberto Fuguet. Sobre Allende y Serrano ver: “¿Por
qué los escritores chilenos no las quieren?” Andrés Gómez, en La Tercera,
13 de mayo 2001, p.52. Sobre Alberto Fuguet, “Amor sobre Ruedas”, Susana
Munich.
[4]La novela habría circulado clandestinamente en Chile, prohibida por el
gobierno de los militares. Ver entrevista realizada a la autora: “Quise retratar
a América Latina”, La Bicicleta Nº44, Santiago, marzo 1984. Pp.30-40
[5] En un artículo sobre la autora, el entrevistador señalaba: “Para bien o para
mal, la imagen de Chile en el mundo la está forjando Isabel Allende”. Hasta
la fecha del artículo, La Casa de los Espíritus, había vendido más de 10
millos de copias. Ver: “Isabel de América” de Jorge Heine. Capital, Santiago,
19 de julio al 1 de agosto de 2002. Pp. 114-120.
[6]En el artículo recién citado, se recogen diversas opiniones sobre la escritora.
Hay una que me parece particularmente sugerente: “El escritor chileno Luis
Sepúlveda destacó de su compatriota algo que él mismo ha conseguido
"Cuando Isabel puso el punto final de Eva Luna, logró tatuarse un símbolo
que honra su epidermis: dejó de ser chilena, peruana o venezolana, y pasó a
ser intensamente latinoamericana". Yo agregaría que pasó a ser intensamente
norteamericana. En efecto, lo que la ha alejado de toda posibilidad de
ingresar al panorama literario hispanoamericano es que, rápidamente, pasó de
ser una autora chilena a una 1atinoamericana. Antes que alguien pudiera
entender el cambio, Allende dio otra vuelta de carnero y se transformó lisa y
llanamente en la primera autora norteamericana que escribe en español.
Alberto Fuguet. Revista Nexos”. (El subrayado es mío)
[7] “Quise retratar a América Latina”. Los subrayados son míos.
[8] El antropólogo mexicano Roger Bartra señala que la legitimidad del Estado
moderno radica en lo que él denomina como las “redes imaginarias del poder
político”, en las que los mitos y la cultura nacional constituyen sus elementos
principales. Esta red está compuesta por instituciones, relaciones sociales e
ideas que tienen en común su carácter de mediación entre el individuo y el
Estado moderno. “Cada uno de los elementos de que se compone esta
estructura de mediación tiene sin duda diversas funciones, sean económicas,
sociales, políticas, ideológicas, etcétera. Sin embargo, en su conjunto estos
elementos tiene la particularidad de ser una transposición de los conflictos y
contradicciones de clase a una red imaginaria que proporciona coherencia,
unidad y estabilidad a la sociedad”. Esta red imaginaria resolvería el conflicto
de clase, mediante la delimitación de los lugares que a cada sujeto social le
correspondería, y para ello se hace necesario un relato mítico que genere un
escenario compartido otorgándole sentido a los sucesos históricos (1981:12).
[9]Huacho, palabra de origen quechua, refiere al niño huérfano o abandonado por
sus padres, en el caso de la sociedad chilena se aplica específicamente al
abandono paterno.
[10] Categoría que fue eliminada con la Ley Nº19585 de 1998, que modifica el
código civil y otros cuerpos legales en materia de filiación, igualando a los
hijos ante la ley. Fuente: Biblioteca del Congreso Nacional.
http://www.bcn.cl
[11] Porque es una temática que ha estado presente en otros textos literarios (no
me refiero al realismo mágico), con los cuales la conexión es evidente, por
ejemplo, en la novela de Eduardo Barrios, Gran Señor y Rajadiablos, el
personaje principal, también un patrón de fundo, reflexiona sobre su
relaciones con las mujeres campesinas: “A ellas pertenecen esos amoríos o
dominaciones de macho en las chicas de la peonada. Son ellas también sexo
predominante. El amor actúa en ella a dictados del celo (…) Que le guardaran
reconocimiento y respeto (…) Además, él las quiere: después de poseerlas,
viéndolas humildes y felices, le nace una gran ternura. Suelen acometerle
remordimientos de pecador, y al sentirse dueño de sus esclavas, obligase de
todo corazón a protegerlas (…) Las que le han parido un hijo, en particular,
adquieren continente de sometidas al caballero feudal. Este fenómeno le
mueve a pensar ¿De dónde les vendrá esta condición? De España, muy
probable; acaso de moros y araucanos. Pero tal es el hecho. Y ésa la
costumbre de nuestros campos, hasta que… ¡Dios dirá hasta cuándo lo tiene
así permitido! (Pp.147-148)
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© Carmen Gloria Godoy R. 2008
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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