los afanes - Centro de Estudios Andaluces

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LOS AFANES:
APROXIMACIONES CRÍTICAS A LA TRÍADA MUJERES-TRABAJO Y
EMPLEO EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA.
Lorella Castorena Davis∗
RESUMEN
El objetivo de estas notas es contribuir a la reflexión crítica que desde el feminismo se
ha propuesto analizar la complejidad de la inserción masiva de las mujeres al mercado formal
del trabajo y el empleo. Originalmente, estas notas forman parte de un trabajo de investigación
más amplio, que con base en un estudio de caso construido a partir de fuentes estadísticas
secundarias, realicé para analizar la tríada mujeres-trabajo-empleo en una región mexicana.
De esta investigación derivaron resultados que demuestran que la incorporación de las
mujeres a la esfera del trabajo y el empleo está haciéndose de manera específica. La lectura
que propongo, se sustenta en algunas de las aportaciones que feministas europeas y
latinoamericanas han realizado con la finalidad de cuestionar teórica y empíricamente la idea
de que el trabajo y el empleo, constituyen hoy la esfera de autonomía financiera y
autorrealización personal de las mujeres.
∗
Profesora-investigadora titular de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, México.
Profesora visitante de la Universidad de Murcia, España. Socióloga y doctora en Estudios
Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM.
1
En el cada vez más complejo campo de los estudios de género, las investigaciones
mexicanas que abordan la participación de las mujeres en el mercado laboral han alcanzado un
alto grado de legitimidad académica que se sustenta en una tradición de investigación
relativamente larga que se ha dado a la tarea de documentar las desigualdades entre hombres
y mujeres en el ámbito del trabajo y el empleo.
La construcción de un corpus teórico y metodológico en el cual la noción de género se
constituye en principio estructurante y transversal capaz de abordar –atravesando- todas las
formas de edificación social, implica retos teórico-metodológicos cuyos alcances, exceden los
límites de este trabajo, cuya pretensión es acercarse mediante el análisis de un caso nutrido de
fuentes secundarias, a las forma específicas que asume la incorporación de las mujeres al
mercado del trabajo y el empleo en las sociedades contemporáneas..
Tanto la reflexión que ahora presento como el intento de plasmar en cuantitativo este
reto, deriva de una tradición bien anidada en los estudios sobre mujeres en México. Ya lo
decían Orlandina de Oliveira y Mariana Ariza en 1999, cuando sostenían que una de las áreas
temáticas relativamente consolidadas en el campo de los estudios de género es precisamente,
la que explora las relaciones entre el trabajo y el empleo entendidos como un índice –entre los
muchos posibles- de las posibilidades o imposibilidades que tenemos las mujeres de ser las
arquitectas de nuestro propio destino social.
Los trabajos pioneros de la década de los setenta contribuyeron a definir los primeros
pasos para el análisis de la tríada mujeres-trabajo-empleo en el ámbito laboral y productivo
nacional.1 Desde entonces, los aspectos teóricos y metodológicos con perspectiva de género,
se han enriquecido tanto desde el análisis cuantitativo, como desde la interpretación cualitativa
que constituye también, un corpus analítico y transdisciplinario que posibilita profundizar en las
interpretaciones que los sujetos dan a sus acciones. (GARCÍA, B., OLIVEIRA, O., 1998:23)
Una de las tesis que he seguido para construir esta investigación, se inspiró en parte,
en la tesis de Vania Salles quien sostiene que.: “…la observación de las formas que adopta la
participación femenina en el trabajo constituye una condición para reflexionar sobre la
producción y renovación de pautas organizadoras de la sociedad.” (SALLES y McPHAIL:
1994:17) Dicho esto, añadiría con Lipovetsky: es la esfera del trabajo la que mayormente ha
contribuido a construir la forma inédita que asume la identidad social de las mujeres de nuestro
tiempo.
1
Hasta 1970, la presencia de las mujeres comparada con la de los hombres era reducida en el
mercado formal de trabajo, y en consecuencia, lo eran también los estudios sobre trabajo
femenino. García y Oliveira, señalan los trabajos de Rendón y Pedrero (1976); Elú de Leñero
(1975); García (1975); Tienda (1975); Pedrero y Rendón (1982) y DeRiz (1986) como los más
importantes de este período. García y Oliveira, (1998).
2
La incorporación masiva de las mujeres a la esfera formal de las actividades
productivas, condujo a los estudios centrados en la mujer a replantearse críticamente la noción
de trabajo.
El modelo burgués de organización del trabajo orientado a la producción y
reproducción de valor, obvió históricamente al conjunto de actividades reproductivas que social
y culturalmente han sido asumidas como propias de las mujeres. La idea de que el universo
femenino es natural y todo lo que se construye es masculino, permeó desde los orígenes de la
historia burguesa hasta el advenimiento de la crítica feminista, toda la reflexión en torno a la
esfera del trabajo. Sin embargo, a partir de la década de los sesenta los estudios feministas
incorporaron y redefinieron categorías de análisis que demostraron que la incorporación masiva
de las mujeres al mercado laboral se estaba haciendo de manera específica. Así nociones
como trabajo doméstico, trabajo extradoméstico, división sexual del trabajo, doble jornada y
compatibilidad entre la producción y la reproducción, sentaron sus reales en las ciencias
sociales contemporáneas.
La noción de trabajo extradoméstico, entendida como la forma de trabajo realizado por
las mujeres con una clara orientación al mercado general de trabajo, se convirtió en una
categoría analítica que permitió diferenciar al conjunto de actividades indispensables para la
reproducción, tales como el trabajo doméstico y la producción para el autoconsumo, del trabajo
productivo entendido como productor de valor destinado a la producción y reproducción de
capital.
De este esfuerzo analítico, derivó una de las tesis más radicales del feminismo que
develó que la base de la reproducción económica y social no se sustentaba solo en el trabajo
asalariado y su explotación, sino en una forma aún más invisible y explotada de trabajo, que
desde la esfera familiar ha garantizado con mucho éxito y durante milenios, la reproducción
social: el trabajo de las mujeres.
El reconocimiento del trabajo doméstico como parte invisible del desarrollo económico,
se convirtió a partir de entonces en uno de los ejes centrales de la crítica feminista a la
estructura general de la esfera del trabajo y la producción en las sociedades contemporáneas.
Pero la crítica feminista fue todavía más allá al plantear que la división social del trabajo
no podía hacerse con independencia de las mujeres, la mitad del mundo responsable de la
reproducción social, fuente invisible e indispensable en todo proceso generador de valor. Las
economistas feministas pusieron el dedo en la yaga: si el proceso de producción y
reproducción de capital se sustenta en la producción del valor añadido que aporta el trabajo
asalariado, resultado de la división social del trabajo, faltaba en la contabilidad general la
cuantificación del trabajo reproductivo, el único que garantiza la supervivencia de generaciones
y generaciones de trabajadores y trabajadoras necesarios para sostener al complejo
entramado de la reproducción de capital.
3
Así, mediante la noción de división sexual del trabajo fue posible establecer un eje
teórico articulador entre el mundo del trabajo y la familia, al mismo tiempo que daba cuenta de
las formas en que la organización de ambos condicionaba la participación de las mujeres en la
actividad extradoméstica y contribuía a la reproducción social. En tanto que las nociones de
doble jornada y compatibilidad entre la producción y la reproducción permitieron evidenciar la
importancia económica y social del trabajo femenino. (OLIVEIRA Y ARIZA: 1999)
Sin embargo, a pesar de que estas propuestas analíticas abrieron la discusión acerca
de los nuevos roles que desempeñan las mujeres en el complejo universo del trabajo y el
empleo, sus límites han sido evidenciados por algunos estudios recientes que reclaman la
urgencia de realizar un análisis más profundo de las dimensiones sociales y materiales de este
proceso. Al respecto, la investigadora feminista alemana Roswitha Scholz,2 luego de revisar las
principales tendencias de las investigaciones feministas en Alemania, afirmó que a finales de la
década de los noventa, el llamado discurso feminista sobre la globalización, confirmaba en
gran medida lo que ya había observado el discurso feminista de los ochenta a través de la
crítica social inspirada en el pensamiento marxista:
“…bajo el dictado de los mercados mundiales y las subsiguientes tendencias a la
flexibilización, la situación normal (la masculina) del trabajo se va erosionando, y las biografías
laborales discontinuas, típicas de las mujeres, se están convirtiendo cada vez más en ′situación
normal′ para los hombres, sin que por eso se disuelva el orden jerárquico entre los
géneros.”(SCHOLZ, 2000) Scholz, sostiene que el bienestar de las mujeres y la lucha por la
equidad de género, no puede circunscribirse sino de manera simplificadora, a la participación
de las mujeres en la vida laboral capitalista.
En el conjunto cada vez más complejo de las sociedades occidentales, se ha producido
una paulatina e irreversible disolución del rol del hombre como único sostén de la familia,
debido no sólo a la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, sino también a la
precarización general de las condiciones laborales, y a la igualmente irreversible erosión de las
relaciones familiares tradicionales. Sin embargo, esta situación no ha modificado el hecho de
que sigan siendo las mujeres quienes cargan con la educación de los hijos y el trabajo
doméstico; como tampoco ha conducido a que las mujeres obtengan mejores salarios, ocupen
altas posiciones en la jerarquía laboral e incremente significativamente su autonomía personal,
a pesar de que cada vez alcanzan mejores cualificaciones profesionales que los hombres.
2
Roswitha Scholz, es parte del grupo que edita en Nuremberg la revista Krisis, Beiträge zur
Kritik der Warengesellschaft (Contribuciones a la crítica de la sociedad de mercancías). El
artículo de referencia apareció publicado en español con el título Sobre la relación de género y
trabajo en el feminismo. El movimiento feminista y el trabajo: una relación menos difícil de lo
que parece, El Koketivo, Barcelona, Abril del 2000
4
Según Scholz, uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos las mujeres
en las sociedades contemporáneas, sumergidas en un individualismo cada vez más
exacerbado, es que no hemos sido capaces de generar otras formas de relaciones que
sustituyan al modelo patriarcal de familia por lo menos no en el sentido de las exigencias
emancipatorias. Al contrario de lo ocurrido en las décadas de los sesenta y setenta, tampoco
existe un amplio movimiento social que responda al reto que implica una lucha radical por la
equidad. Hoy, el patriarcado que no ha llegado a su fin, se hace más salvaje en la medida en
que la situación económica empeora. Por lo tanto, la feminización de las relaciones laborales,
está todavía lejos de constituir el reino de la equidad entre los sexos, como lo demostré en el
estudio de caso construido para analizar el fenómeno en la región mexicana de Baja California
Sur.
Por otro lado, me he sumado también a la propuesta teórica de Sylvia Walby (2002:45)
quien en su crítica al postmodernismo en teoría social, sostiene que éste ha conducido a la
excesiva fragmentación de los conceptos de sexo, “raza” y clase y a la negación de las teorías
englobadoras del patriarcado3, el racismo y el capitalismo.
“…si bien las relaciones sociales en que participan el género, la “raza” y la clase
efectivamente han cambiado y la noción de “nueva época” tiene cierta influencia en el mundo y
el concepto de “flexibilidad” algunas aplicaciones, el enfoque posmodernista se ha llevado
demasiado lejos en la tentativa por desintegrar los conceptos de género y “raza” y de ver el
capitalismo como algo desorganizado. El género y la “raza” o más precisamente, el patriarcado
y el racismo, siguen siendo poderosas fuerzas sociales y el capitalismo no ha marchitado pese
a su nueva forma. (…) Defiendo una perspectiva internacional. Ni la clase, ni la “raza” ni el
género se pueden entender en el contexto de un solo país. Vivimos en un sistema mundial,
limitado apenas por las soberanías nacionales. Con todo, este sistema mundial no sólo es de
capitalismo (como diría Wallerstein) sino también de racismo y patriarcado.” (WALBY, 2002:47)
La teoría de patriarcado que propone Walby, sostiene que su análisis es complejo y
tiene más de una base causal. Para abordar esta complejidad, propone analizarlo a partir de
seis estructuras en vez de una y teorizar acerca de las diferentes formas que se producen
como consecuencia de sus diferentes articulaciones. Las seis estructuras principales que
3
“El sistema patriarcal se encargará de tratar a las personas como si fuesen idénticas a las de
su mismo sexo y muy diferentes a las del opuesto (…) El patriarcado no siempre consigue,
insistimos, que los hombres sean muy diferentes de las mujeres o viceversa. El sistema se
ocupa entonces de que los sujetos no perciban como iguales situaciones o actitudes que, si no
son idénticas, son muy parecidas. Lo que hacen las mujeres es interpretado siempre como
femenino y lo que hacen los hombres es interpretado siempre como masculino. (…) la sociedad
patriarcal construye a varones y mujeres a partir de la identificación de su sexo. No logra la
reducción de las personas a dos únicos modelos: varón y mujer, pero las trata como si lo
hubiese conseguido y evita que unos y otros sean conscientes de sus similitudes.” Marqués,
Joseph- Vicent, Varón y patriarcado, en Teresa Valdés y José Olavaria, eds. Masculinidad/es.
Poder y crisis, ISIS Internacional/FLACSO-Chile, Santiago, 1997, pp. 17-18.
5
constituyen un sistema patriarcal son: el trabajo asalariado, el trabajo doméstico, la sexualidad,
la cultura, la violencia y el Estado. Las relaciones entre estas producen las diferentes formas de
patriarcado. Según Walby, existen dos formas generales de patriarcado: el privado y el público.
En el privado, la estructura dominante es la producción familiar, mientras que en la forma
pública, las estructuras dominantes son el empleo y el Estado, aunque en cada caso lo que
resta de las seis estructuras es importante.
En la forma privada, el modo dominante de expropiación es individual, de parte del
marido o el padre; en la pública, es colectiva, proviene de los hombres en general. En la forma
privada la estrategia es exclusiva; en la pública, segregacionista. El patriarcado privado se
basa en la familia. El patriarcado público, en la subordinación de la mujer en la esfera pública.
Por ejemplo la presencia de mujeres en la esfera pública, en especial en el trabajo
remunerado, se puede asociar con mayores libertades, pero puede no ser así e indicar
solamente una jornada de trabajo más larga. (WALBY, 2002:51,52)
La segregación de las mujeres en el mercado de trabajo se debe a formas de de
cerrazón patriarcal que se han concretado en los sectores de la economía menos afectados por
la recesión. Es decir, la posición de las mujeres en el mercado de trabajo está determinada de
manera decisiva por las estructuras patriarcales presentes en el ámbito del empleo. No basta
con volver al capital y la familia como únicos agentes causales. (WALBY, 2002:57,58)
“Existe una nueva división internacional del trabajo, aunque afecta más a unas ramas
de la industria que a otras, en especial a las manufactureras más que a las de servicios. El
capital recluta cada vez más mujeres para el trabajo asalariado, lo que modifica la índole de las
relaciones patriarcales en que están inmersas las mujeres (y los hombres). Estamos
presenciando un cambio de forma del patriarcado en muchas partes del mundo, aunque no en
todas: un cambio de una forma relativamente privatizada del patriarcado en el que las mujeres
trabajan sobre todo sin paga en casa, a una forma relativamente pública de patriarcado en el
que las mujeres desempeñan trabajo asalariado. Estas formas de patriarcado también se
encuentran en diferentes medidas en los diferentes grupos étnicos.
“…más que abandonar el proyecto moderno de explicación del mundo, deberíamos
estar elaborando conceptos y teorías para explicar el género, la etnicidad y la clase. No sólo el
concepto de “mujer” resulta esencial para entender cómo el género determina el mundo social;
también lo es el de “patriarcado” para no perder de vista las relaciones de poder implicadas. El
análisis de la nueva división internacional del trabajo muestra con toda claridad la necesidad de
mantener el uso de conceptos estructurales del patriarcado y el capitalismo sin pasar por alto el
de racismo. No tenemos que dejar el análisis de la estructura por el del discurso para captar la
complejidad: ni tampoco hace falta recurrir al capitalismo como único determinante para
disponer de una teoría macrosocial.” (WALBY, 2002:63)
6
Con base en esta propuesta teórica, los datos estadísticos que he interpretado en este
trabajo, demostrarán que en efecto, las mujeres vivimos aún y de manera salvaje, la tensión
entre el patriarcado privado y el público. Y los costes son muy altos. No solo hemos asumido
una multiplicidad de roles sociales que nos hacen transitar de manera enloquecida entre la vida
privada y la pública, sino que cada vez más mujeres se ven sometidas con resultados fatales a
la violencia. Hoy, en la mayoría de las sociedades occidentales avanzadas, las mujeres han
obtenido una mejor y más eficiente formación profesional. En el ámbito académico, obtienen
mejores y más brillantes resultados que los hombres. Cuando ocupan cargos ejecutivos en
empresas son más eficientes y exigentes. Faltan menos al trabajo que los hombres y sin
embargo, los salarios de las mujeres en la Unión Europea (donde se alcanzan mayores grados
de igualdad que en el resto del mundo) están un 15% por debajo de los salarios de los
hombres.
En países como España, los contratos laborales definitivos o por tiempo indefinido
corresponden en 70% a los trabadores, versus el 50% a trabajadoras. La tasa de desempleo se
duplica en las mujeres. Ellas predominan en los trabajos manuales, donde soportan grandes
cargas de trabajo y jornadas extensivas sin por ello recibir remuneración extra alguna. El 37%
de las trabajadoras, tiene contrato de trabajo parcial, versus el 8% de los hombres. La
flexibilidad que suponen los contratos a tiempo parcial, permite según las políticas públicas
europeas, conciliar la vida familiar con la vida laboral. Conciliación que se ha convertido no solo
en una gran falacia, sino que ha sometido a las mujeres a la institucionalización de la doble
jornada sin recibir a cambio nada. Al contrario, la llamada “conciliación” agudiza el
enfrentamiento entre el patriarcado privado y el público y son las mujeres, por supuesto,
quienes pagan las consecuencias que van desde la violencia hasta la precariedad e
inestabilidad laboral.
En la mayoría de las sociedades “avanzadas”; las mujeres ocupan apenas solo el 0.5%
de los cargos ejecutivos en las 500 mayores empresas del mundo. Y cuando lo hacen, se trata
de empresas o negocios –generalmente pequeños- que han sido fundadas por ellas mismas.
Las mujeres que ocupan cargos directivos perciben salarios hasta un 80% menos que los de
los hombres. Entre las empresas que cotizan en el IBEX -354 de España, solo el 5% de los
consejeros son mujeres. Mismo porcentaje que se repite en el caso de mujeres que ocupan
altos cargos de representación en las universidades, donde las rectoras prácticamente no
existen.
“Las mujeres copan las universidades y objetivamente son más eficientes en el
desarrollo de su trabajo, además de dedicar más tiempo al hogar; pero reciben una
4
El IBEX-35 es un índice bursátil compuesto por 35 valores representativos del conjunto de los
cotizados en las 4 bolsas españolas. Hay que aclarar que los valores incluidos en este índice
cotizan en lo que se denomina mercado continuo, que sustituyó en parte (hay valores que
continúan en el sistema anterior) al tradicional mercado de corros en el año 1991.
7
remuneración muy inferior a la de los hombres a la vez que sufren una mayor exigencia y
precariedad laboral. Gracias a su gestión y a sus decisiones, la economía y la cultura avanzan.
La brújula interior de la mujer, más equilibrada y sensible y mejor orientada, sostiene los
hogares y en consecuencia las economías, pagando el precio de una dedicación extraordinaria
o una renuncia a su carrera profesional. Por ello, si la sociedad se desarrolla y avanza es,
sobre todo, gracias a ella.” (ROVIRA, 2005:108)
A pesar de que la contabilidad de los beneficios que ha implicado la inserción masiva
de las mujeres al mundo del trabajo y el empleo arroja todavía números rojos, debemos
reconocer también, que las mujeres hemos comenzado de manera irreversible a producir y
experimentar una identidad profesional vivida y cada vez rechazamos con mayor intensidad, la
identidad que se construye y nutre solo de los roles familiares y domésticos:
“…el trabajo se ha convertido en un soporte primordial de la identidad social de las
mujeres. De ahí la necesidad de matizar intensamente la idea de que las sociedades
posindustriales, en la era de la terciarización y de la precariedad del empleo, se caracterizan
por la degradación de las funciones integradoras del trabajo y el debilitamiento de las
identidades profesionales. Constatación que ciertamente no cabe poner en duda en vista de la
multiplicación de los empleos no cualificados, de la espiral de los trabajadores sin estatuto, del
debilitamiento de los sentimientos de pertenencia a una clase, pero que, sin embargo, no toma
lo bastante en cuenta la nueva significación del trabajo femenino –el cual representa cerca de
uno de cada dos empleos- en sus relaciones con los procesos de identificación profesional. (…)
Lo que domina, en este plano, nuestra época es la implicación femenina en la vida profesional
y el rechazo correlativo de una identidad que se apoya exclusivamente en los roles
domésticos.” (Lipovetsky, 2000:76)
No me cabe la menor duda de que la igualdad entre hombres y mujeres es como
sostiene Giddens, no sólo es el principio nuclear de la democracia, sino la fuente de felicidad y
autorrealización personales; sin embargo, el trabajo de las mujeres está todavía lejos –aunque
estemos en el camino- de ser fuente de satisfacción y autorrealización personal para la
mayoría de las mujeres, como demostré en el estudio de caso al que me he referido.
Algunas conclusiones universales derivadas del estudio de caso:
•
Desde 1960 se observa un proceso de concentración de la población económicamente
activa (PEA) femenina en el sector terciario.
•
Entre los hombres y mujeres que tienen empleo, existe una mayor distribución de las
tareas domésticas que entre los hombres empleados y las mujeres que desempleadas.
•
Casi todas las mujeres que tienen un empleo, son al mismo tiempo las responsables de
la carga doméstica.
8
•
La mayoría de las mujeres que se consideran económicamente inactivas, sigue
dedicando su vida fundamentalmente al trabajo reproductivo.
•
Desde 1960, y tomando como base el incremento de la PEA diferenciada por sexo, la
presencia de las mujeres en el sector productivo de la sociedad se ha duplicado en el
transcurso de cuarenta años, de la misma manera que su presencia en el sector
terciario se ha elevado en una tercera parte durante el mismo período.
•
Quienes han completado los estudios primarios y secundarios, son en su mayoría
hombres, en tanto que quienes han completado estudios a nivel sub-profesional, son
en su mayoría mujeres. Quienes terminan la escuela preparatoria y la profesional, son
en su mayoría hombres, salvo en el caso de la educación sub-profesional, en la cual la
proporción es inversa.
•
En general, las oportunidades laborales para las mujeres se circunscriben a la estrecha
franja de los denominados empleos femeninos, por los cuales reciben salarios
inferiores y son menos valoradas que los empleos tradicionalmente masculinos.
Mientras la mayoría de los hombres se desempeña en actividades de obreros,
operadores de maquinaria y transporte, agricultores, capataces y en puestos de
protección y vigilancia; las mujeres son comerciantes, vendedoras, dependientes,
oficinistas, empleadas en servicios públicos, trabajadoras domésticas y vendedoras
ambulantes.
•
En las actividades que requieren una mayor preparación profesional, pero son
actividades típicas de las mujeres, están las de maestra y técnicas y personal
especializado. En tanto que los gerentes del sector privado así como funcionarios
públicos, son en su mayoría hombres. Sin embargo, en el ámbito profesional, las
diferencias entre hombres y mujeres realmente no son significativas.
•
Los salarios de las mujeres siguen siendo más bajos que los de los hombres. El grueso
de las mujeres asalariadas se concentran en los rangos salariales que van de menos
un salario mínimo y hasta 3 salarios mínimos mensuales. Su presencia en los puestos
con mayor ingreso sigue siendo mínima con respecto a los hombres.
•
Al vincular el rango salarial con el nivel de instrucción, la condición laboral de las
mujeres se modifica. En apariencia, cuanto más alto es el nivel de instrucción de las
mujeres, mejores son sus condiciones salariales. Sin embargo, cuando comparamos
los datos de las mujeres con los de los hombres, descubrimos que las exigencias de
escolaridad para los hombres, son en términos generales y en casi todos los rangos
salariales, menores que para las mujeres, lo que expresa una tremenda desigualdad
por género, ya que no son equiparables mismas cualificaciones a mismo nivel salarial.
•
La mayoría de las mujeres que se concentran en la población económicamente activa
ocupada (PEAO), son asalariadas, lo que significa que el número de mujeres que tiene
su propio negocio o empresa es todavía pequeño en proporción al de los hombres. De
la misma manera que las mujeres siguen siendo una minoría en los puestos directivos
y de toma de decisiones.
9
•
La mayoría de las mujeres trabajadoras, tiene una relación de pareja y al menos dos
hijos, lo que significa que las mujeres siguen asumiendo la doble carga de las
obligaciones familiares y profesionales.
•
Todas las tendencias señaladas persiste a pesar de que son innegables los avances
logrados con respecto al acceso a la educación y a la formación profesional. Ya no
puede suponerse que las mujeres que llegan al mercado del trabajo están menos
cualificadas que los hombres.
•
Lamentablemente, las mujeres más jóvenes siguen orientándose hacia las esferas
tradicionalmente femeninas de estudios y profesiones, que limitan su capacidad de
adquirir las aptitudes científicas y tecnológicas necesarias para adaptarse a las nuevas
exigencias del mercado laboral.
•
Hay un descenso en la calidad del empleo provocado por la expansión del trabajo a
jornada parcial, en el que las mujeres son las principales protagonistas debido a que
constituyen una fuerza de trabajo que se ajusta por su condición de género, a las
exigencias de la flexibilidad, con la consecuente limitación de la creación de puestos de
trabajo estables y a tiempo completo.
•
La obsolescencia provocada por el progreso tecnológico, en ciertos trabajos que
requieren escasas cualificaciones, algunos tradicionalmente realizados por mujeres,
tales como el trabajo de oficina, el trabajo de montaje en la industria y las labores
agrícolas manuales.
•
Esto favorece el desarrollo de otras formas de trabajo menos típicos, tales como el
trabajo a jornada parcial, ocasional, subcontratado o doméstico, todas ellas formas
precarias, deficientemente remuneradas, que no ofrecen oportunidades de formación y
profesionalización y que se desempeñan fuera la normatividad laboral, es decir, sin
protección de la ley, sin contrato ni convenios colectivos de trabajo y carentes de los
servicios otorgados por los sistemas de seguridad social.
•
La reducción del número de puestos de trabajo estables en el sector formal, ha
convertido al sector informal en uno de los más importantes empleadores para las
mujeres.
•
La permanencia de condicionantes culturales que siguen considerando de manera
prejuiciada al trabajo de las mujeres, ya sea porque sólo lo consideran complementario
al ingreso familiar, o porque persiste la idea de que el universo propio de las mujeres
es el doméstico. Debido a estas actitudes y a pesar de los innegables avances
legislativos, persiste la discriminación entre los sexos.
10
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