Óscar Romero

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Óscar Romero
Pastor de la Esperanza
Vino hacia nosotros y vivió entre nosotros,
predicando la paz, la unidad, la fraternidad,
la solidaridad, pero sobre todo, con su vida,
dando testimonio de amor; fue por todo esto
que lo mataron, clavándolo en un madero,
como a un delincuente. No quiso nada para
sí, ni reconocimientos ni glorias, pues él ya
estaba reconocido por el Padre quien también
ya lo había glorificado. No solamente perdonó,
sino que excusó, que es más que perdonar, a
quienes lo habían conducido a la muerte:
“Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen” (Lucas 23, 34).
Como seguidor del Maestro, Monseñor
Romero también predicó el Evangelio con su
vida, dando testimonio de amor incondicional,
incluso para aquellos que pretendían asesinarlo:
“He sido frecuentemente amenazado
de muerte. Como cristiano, no creo en la
muerte sin resurrección. Como pastor, estoy
obligado a dar la vida por quienes amo,
inclusive por quienes vayan a asesinarme.
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea
por la liberación de mi pueblo. Desde ya,
perdono y bendigo a quienes lo hagan”.
¿Quedó Cristo muerto en una cruz? ¿Fue
ese su destino final? ¿Terminó todo en un
madero? No. Él ha resucitado en cada corazón
hasta nuestros días y se hizo presente en los
suyos, alentando caminos de esperanza, de
vida, de paz, de amor, de solidaridad. Quienes
provocaron su muerte, creyeron matarlo, pero
no fue así, pues a poco más de dos mil años,
sigue vivo, fructificando amor. No fueron
comprendidas sus palabras cuando hizo ver
a sus discípulos que no pasarían más de tres
días y él volvería a estar con los suyos:
Jesús iba enseñando a sus discípulos
y les decía: «El Hijo del Hombre va a ser
entregado en manos de los hombres y lo
harán morir, pero tres días después de su
muerte resucitará». De todos modos los
discípulos no entendían lo que les hablaba,
y tenían miedo de preguntarle qué quería
decir.
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¿Realmente mataron a Monseñor Romero las fuerzas
oscuras que pretendieron silenciar su voz de Profeta? No.
Él está más vivo que antes, más presente en su pueblo,
en el mundo entero en donde su Palabra ha inspirado
a muchas personas al compromiso por ir haciendo una
sociedad más justa, antesala del Reino prometido por
Dios.
“He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano no creo en la muerte
sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo
salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con gran
humildad”.
La misma Iglesia en sus representantes máximos han
hecho alusión a la vida de Monseñor Romero, Pastor y
testigo fiel del Evangelio para la esperanza de su pueblo
y el mundo entero:
“Reposan dentro de sus muros los restos mortales
de monseñor Romero, celoso pastor a quien el amor de
Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la
entrega misma de la vida de manera violenta, mientras
celebraba el sacrificio del perdón y reconciliación”.
(Visita a la Catedral de Juan Pablo II. El Salvador,
Marzo 1983).
“El pueblo salvadoreño se caracteriza por tener
una fe viva y un profundo sentimiento religioso.
Ello, gracias a los primeros misioneros y al fervor de
“pastores llenos de amor de Dios, como Monseñor
Óscar Romero”
(Discurso de Benedicto XVI, con motivo de la
visita “ad limina”, de la Conferencia Episcopal de El
Salvador. Vaticano, 28 Febrero 2008).
Estas analogías entre la vida del Maestro, Jesús
de Nazaret y su discípulo, Oscar Romero, no son una
casualidad, sino producto del llamado de Dios mismo, en
primer lugar a su Hijo Unigénito para que hiciera posible su
Reinado en medio de la humanidad. Luego, en segundo
lugar, el mismo llamado hecho a Monseñor Romero, para
que fuera colaborador del Proyecto Amoroso del Reino
que había sido iniciado por el Mesías.
Hay quienes todavía se preguntan quién mató a
Monseñor Romero y quieren dar respuesta inmediata
argumentando que fue quien apretó el gatillo y disparó
el arma; pero no fue solamente él. A Monseñor Romero
lo mató la injusticia institucionalizada del sistema
“neoliberal-capitalista”, cuyo corazón está en los centros
de poder de las grandes potencias, principalmente
Estados Unidos.
A Monseñor Romero no lo mató una bala, lo asesinó
el sistema injusto que nos rige, la complicidad de muchas
formas: el gobierno que amnistió a los que fraguaron el
crimen; el gran capital que se sintió incómodo con las
denuncias del Profeta de la Esperanza; las empresas
y el gobierno estadounidense que financiaron las
acciones terroristas del ejército de aquel momento; el
actor intelectual Roberto d´Abuisson, fundador de la
derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), y
de los escuadrones de la muerte, de acuerdo al Informe
de la Comisión de la Verdad. Todos ellos en complicidad
directa o indirecta, quitaron la vida al Profeta de la
Esperanza.
Pero lo más doloroso, es que lo sigue matando hoy
día, la continuidad de la amnistía que mantiene el actual
gobierno de turno, bajo pretexto de no abrir heridas del
pasado. También lo mata la violencia que cobra tantas
vidas día a día, como producto de la enfermedad de este
sistema tan desigual que ha llevado a la miseria a una
gran mayoría de la población salvadoreña.
Pero Romero, el Pastor de la Esperanza, sigue
alentando a su rebaño a no desmayar, a no dejar de lado
su lucha evangélica y les invita a continuar con valentía
el camino que él un día inició: de solidaridad, de justicia,
de paz, de libertad, de fraternidad, de amor entre unos y
otros, que es lo que hará posible el Reinado del Padre en
medio de esta sociedad.
Monseñor Romero dio la vida, como su Maestro Jesús
de Nazaret. ¿Algo cambió de la realidad salvadoreña
con este sacrificio martirial de Romero? ¿Desapareció
la injusticia? ¿Se erradicó la miseria ancestral?
¿Desaparecieron los crímenes?
Después de la muerte de Romero no se puede decir
que todo cambió radicalmente, pues todavía seguimos
viendo sombras de muerte, producto del mismo
sistema neoliberal-capitalista que sigue vigente. Pero
sí podemos constatar que se quedó sembrada una
semilla de esperanza que continua desarrollándose y
poco a poco va dando su fruto, pues jóvenes que aún
no habían nacido en la época de Romero son ahora
un signo de solidaridad, fermentos de paz, luchadores
evangélicos bajo el estandarte del Pastor de la Esperanza.
También generaciones adultas que toman conciencia
de la realidad, van haciendo posible otras formas de
convivencia evangélicas, en donde la justicia, la libertad,
la paz y el amor les mueve para vivir en fraternidad.
Romero, Pastor de la Esperanza, quienes conspiraron
tu muerte, creyeron que con una bala acabarían con
tu vida, que silenciarían tu voz para siempre, que
desaparecerías y dejarías de ser un estorbo para llevar a
cabo sus maquiavélicos planes. Pero nunca imaginaron
esos criminales que resucitarías en este pueblo y en el
mundo entero, pues no actuabas por cuenta propia,
sino movido por el Espíritu de Jesús, tu Maestro, a quien
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