Bagdad, diez años después Carlos LARRINAGA Historiador y Profesor Titular de Universidad Poco o nada tiene que ver la capital iraquí actual con el Bagdad de Las mil y una noches, cuando Scheherezade entretenía al sultán todas las madrugadas para que no decapitara a su hermana, su esposa, como aquél tenía por costumbre con sus cónyuges en venganza por la traición causada por su primera mujer. Esa ciudad de ensueño de princesas, palacios, mezquitas y zocos no se parece en nada a la Bagdad actual. Sus habitantes, lejos de recrearse en esas historietas contadas a la luz de la luna, llevan padeciendo un auténtico infierno, cuando menos, desde hace más de una década. Primero, debido a la guerra desencadenada por los Estados Unidos y sus aliados contra Sadam Husein y, después, por los sucesivos años de desestabilización política. Todas estas circunstancias hicieron que en 2005 se estableciera el toque de queda nocturno en una urbe que, al caer el sol, se vaciaba y parecía poco menos que fantasmal. Ahora, diez años después, el gobierno de Abadi ha decidido levantar dicho toque de queda desde el pasado 7 de febrero. No es que se pueda hablar de plena seguridad en sus calles, claro está, pero, al menos, parece intuirse un rayo de esperanza para una población tan atormentada en los últimos años. Prueba de esa inseguridad aún existente son, sin ir más lejos, los brutales atentados sufridos ese mismo día, saldados con un balance de más de una treintena de muertos y decenas de heridos. Como se ha podido comprobar años más tarde, la operación de castigo contra el régimen de Sadam Husein, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, ha sido un auténtico fracaso. La acusación de las autoridades de Washington de que Irak poseía armas de destrucción masiva y de que su presidente financiaba el terrorismo internacional resultó ser completamente falsa. Todavía recuerdo el papelón del secretario de Estado Colin Powell en el Consejo de Seguridad de la ONU explicando cómo eran esas armas tan temidas y que, según afirmó, eran desplazadas en grandes trailers de un lugar a otro. Por eso los inspectores de la ONU no eran capaces de encontrarlas. Todo mentira. El problema era que para entonces el presidente George W. Bush ya había definido su propio Eje del mal y era preciso combatirlo por todos los medios. Irak, incluida en dicha tríada, junto con Irán y Corea del Norte, fue objeto de los primeros ataques en marzo de 2003. Reiteradamente nos pasaron por la pantalla las imágenes del derribo de la gran estatua del tirano en la plaza Firdos tras la entrada de los americanos en la ciudad. Bagdad dejaba de ser esa metrópoli animada por sus cafés como lo había sido tiempo atrás para convertirse en un lugar peligroso. Desde ese instante nada volvería a ser igual. Durante los años de la ocupación hubo que habilitar una zona con altas medidas de seguridad reservada casi en exclusiva para los mandos y el personal norteamericanos. En la medida de lo posible, había que evitar esos terribles atentados que sí se daban en otros barrios menos protegidos como consecuencia de una guerra civil larvada. Pero, claro, como la mayoría de los muertos eran iraquíes tampoco importaba demasiado, como mucho un breve en una columna de los periódicos o una mera mención en las noticias de las televisiones. Desde luego, los atentados no han cesado en los últimos años. La muerte de Sadam Husein en 2006 no supuso un apaciguamiento de la situación. Más bien, todo lo contrario. El desmantelamiento del régimen generó un auténtico caos institucional que el país está aún hoy en día pagando. El acantonamiento de las fuerzas estadounidenses en él y los métodos empleados en prisiones como Abu Ghraib generaron un malestar enorme en amplios sectores de la sociedad iraquí, canalizado mediante acciones violentas. Como el resto del país, Bagdad se convirtió en una localidad devastada. A consecuencia de la guerra, padeció cortes de suministro de agua o electricidad, por ejemplo, algo no visto en las décadas anteriores. Con una economía, además, destrozada, lo que se vio es que Estados Unidos tenía diseñado un plan de ataque, pero no un plan de paz y de reconstrucción, lo que ha contribuido a aumentar el malestar de muchos de sus habitantes. Más aún si tenemos en cuenta el apoyo decidido de USA al primer ministro Nuri al Maliki, un chiíta que, durante su mandato (2006-2014), optó por una política claramente sectaria contra los sunitas. Lejos de superar las diferencias, su presidencia sólo logró aumentarlas, con lo que en la actualidad Irak se encuentra al borde del abismo. De hecho, grupos sunitas e incluso antiguos miembros del partido Baaz de Sadam Husein pasaron a formar parte o, al menos, a colaborar, con el Estado Islámico de Irak y el Levante durante su gran ofensiva en suelo iraquí. Y en esas estamos en estos momentos. Irak es poco más que un mapa en un trozo de papel. En el Norte el Kurdistán se comporta como una región semi-independiente. Los territorios aledaños a la frontera de Siria están ocupados por el Estado Islámico, que ha proclamado su califato en territorio iraquí y sirio. Poca jurisdicción le queda, pues, al gobierno de Bagdad. En fin, que de no remediarlo pronto, no me extrañaría que Irak pudiese pasar a engordar la lista de estados fallidos. De todos modos, es cierto que Abadi cuenta con el apoyo de la comunidad internacional y que está tratando de llevar a cabo una política más integradora que la de su predecesor. Además, la colaboración entre los peshmerga kurdos, el Ejército nacional y la coalición antiyihadista ha permitido poner freno al avance del EI hacia la capital. Hay que recordar que hace sólo unos meses, en junio de 2014, los yihadistas se encontraban a menos de 100 kilómetros de Bagdad. Por lo tanto, y a pesar de los riesgos aún existentes y de los ataques terroristas que no remiten, la medida de Abadi quiere dar una cierta normalidad a una población que durante muchos años ha sido excepcionalmente castigada. Hasta ahora el toque de queda se mantenía durante cinco horas. A partir de esa fecha los bagdadíes podrán salir cuando quieran a la calle, aunque la verdad es que muy pocos lo harán. No parece que haya gran cosa que hacer en Bagdad de noche, pero con esta resolución, siquiera simbólica, el gobierno trata de mandar un mensaje de relativa tranquilidad. Esperemos que así sea. 11 de febrero de 2015 Publicado en El Diario Vasco, 14 de febrero de 2015, p. 22 y El Correo, 14 de febrero de 2015, p. 34