LITURGIA Y JUSTICIA: SU RELACIÓN Volante nº 3: La Liturgia de la Eucaristía Al continuar con nuestras reflexiones sobre las conexiones entre la Liturgia y la justicia, nos enfocaremos en tres de los componentes principales de la Liturgia de la Eucaristía: la Preparación de las ofrendas, la Plegaria eucarística y el Rito de la Comunión en sí. . Desde casi el principio, los cristianos llevaban junto con el pan y el vino para la Eucaristía, dones para compartir con los necesitados, la tradición de la “colecta”. La gente literalmente daba algo suyo como parte de la ofrenda en el altar: pan, vino, aceite de oliva, un pollo, etc.… (literalmente, “el trabajo de nuestras manos”). Mientras que una parte del pan y del vino se destinaba para la liturgia misma, el resto (después de una bendición) con otras cosas se dejaba a un lado en mesas para los pobres y necesitados. (A propósito, este era un motivo para la práctica del lavatorio de las manos por parte de quien presidía). San Justino Mártir en su Primera Apología, escrita alrededor del año 153, dijo: Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que están en necesidad. Esto era participación litúrgica activa y plena. ¿Hemos perdido este vínculo en nuestra práctica de hoy día? ¿Y la manera en la que tomamos la colecta?: ¿qué significado tiene nuestra práctica actual? ¿Se trata de recaudar solo lo que sustenta a la Iglesia? ¿De qué manera podríamos realizar mejor lo que la práctica de la primera Iglesia hacía en cuanto a expresar las implicaciones de justicia social de esta parte de la misa? Y en vista de que la Ordenación General del Misal Romano (la guía oficial de cómo se debe celebrar la misa) al describir la Preparación de las ofrendas dice: “El dinero y otros dones que los fieles aportan para los pobres o para la Iglesia, se consideran también como ofrendas” (nº 73), hace que esas preguntas sean ciertamente válidas para nuestra reflexión. Si escuchamos cuidadosamente cualquiera de nuestras Plegarias eucarísticas, que recuerdan y hacen presente las acciones salvíficas de Dios, especialmente en la muerte y resurrección de Cristo, escuchamos la proclamación del significado universal y las implicaciones de justicia social del sacrificio eucarístico para el mundo entero: Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Según nuestra enseñanza católica, la salvación no se entiende únicamente en términos espirituales; es decir, “llevar nuestra alma al cielo”, sino que también es física y material, y tiene que ver con el tiempo actual como también con el destino eterno de la persona. La salvación no es solo un asunto individual, sino social: tiene que ver con la economía, el trabajo, el comercio y las relaciones internacionales. La Iglesia entiende que la salvación que Cristo trae está íntimamente entretejida con la plena liberación y bienestar de cada persona, que solamente la verdadera justicia puede asegurar. La justicia, definida como la “relación justa”, se encuentra en el centro de lo que Cristo estableció entre Dios y nosotros y logra una “relación justa” con Dios y entre la gente también, una “unión” plena. En el Rito de la Comunión, participamos en el banquete eucarístico mediante el cual Cristo mismo se convierte en nuestro propio alimento y bebida”. No es difícil ver la relación íntima entre esta comida sagrada y los que tienen hambre en el mundo, entre el pan sagrado que comemos y el pan que millones de niños necesitan a diario. El Catecismo de la Iglesia Católica en su enseñanza sobre la Eucaristía lo expresa muy directamente: La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo… debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos. (nº 1397) San Juan Crisóstomo dijo estas palabras desafiantes en los años 300: “¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre?” Pedro Arrupe, S.J., ex Superior General de la orden jesuita escribió estas palabras poderosas hace algunos años: “Si en alguna parte del mundo hay hambre, entonces nuestra celebración de la Eucaristía queda incompleta en todas partes del mundo”. Nuestros propios obispos estadounidenses en su documento de 2004, Un lugar en la mesa nos enseñan lo siguiente: “Cuando como católicos nos reunimos para el culto, nos reunimos alrededor de la mesa para celebrar la Eucaristía. Es la comida del sacrificio de Cristo que nos nutre para que podamos ir a vivir el Evangelio como sus discípulos. Con frecuencia, el llamado del Evangelio y las implicaciones sociales de la Eucaristía son ignorados o descuidados en nuestra vida diaria. Como católicos, no podemos seguir tolerando el escándalo moral de la pobreza en nuestra tierra ni tanta hambre y privaciones en nuestro mundo.” Esta conciencia social podría bien cambiar el modo en que oramos… “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”. ¿Cómo cualquiera de nosotros puede ser digno cuando por medio de nuestras muchas omisiones no actuamos ni abogamos por nuestros millones de hermanos y hermanas con semejante necesidad? ¿Tal vez una sana culpa social nos mueva a actuar? Esa conciencia también tiene un profundo significado cuando decimos “Amén” al recibir a Cristo. ¿Este “Amén” o “sí”, nos compromete a alimentar el hambre y a saciar la sed de nuestros hermanos y hermanas del mundo? No es suficiente solo alimentarnos con Jesús. Si solamente recibimos la Sagrada Comunión sin las obras de caridad y justicia, fácilmente podemos caer en una clase de “obesidad espiritual”. Al igual que el alimento, la Eucaristía tiene como fin proporcionar energía para actuar. Todos sabemos muy bien que comer sin realizar ejercicio trae una gran cantidad de problemas para la salud. Aunque participar en el banquete eucarístico es una reunión íntima con el Señor, ésta no puede ser solo una experiencia de “Jesús y yo”. Participar de la Comunión con otras personas es un profundo acto de solidaridad, uno de los principios más importantes de la Doctrina Social Católica. Nuestro difunto Santo Padre, Juan Pablo II, lo dijo muy bien en su mensaje para la “Jornada Mundial de la Paz del año 2005” unos meses antes de su muerte: Gracias a la vida nueva que Él nos ha dado, podemos reconocernos como hermanos, por encima de cualquier diferencia de lengua, nacionalidad o cultura. En una palabra, por la participación en el mismo Pan y el mismo Cáliz, podemos sentirnos « familia de Dios » y al mismo tiempo contribuir de manera concreta y eficaz a la edificación de un mundo fundado en los valores de la justicia, la libertad y la paz. Es con esta comprensión más profunda de la Eucaristía que lo que hacemos en el Rito de despedida comienza a tener sentido. Trataremos esto en nuestro volante final. Liturgia y justicia, #44151 3ª parte de 4 © 2007 Federation of Diocesan Liturgical Commissions, 415 Michigan Avenue, N.E., Suite 70, Washington DC 20017. www.fdlc.org; email: publications@fdlc.org; voice: 202-6356990; fax 202-529-2452. Autór: Lucio Caruso. Traducción: Marina A. Herrera, Ph.D., Arte gráfico: Jane Pitz.