IV CONCURSO DE "ANIMACIÓN A LA LECTURA" DEL IES MERINDADES DE CASTILLA Como todos los años, con el objetivo de potenciar la lectura y la expresión escrita de nuestros alumnos, el Departamento de Lengua Castellana y Literatura y la Biblioteca han organizado un concurso de "animación a la lectura" y de expresión escrita con dos modalidades diferentes. La primera, "Cuéntalo de otra manera", consiste en la reelaboración original de una lectura realizada por los alumnos dándole un nuevo final o una nueva interpretación. La segunda, novedad de este año, titulada "¡Salvemos Rioseco!", estaba destinada a crear relatos góticos a partir de las fotografías vistas en clase y la información que a lo largo del curso, en las distintas asignaturas, se les ha dado sobre el Monasterio. Tenemos que agradecer la participación de los alumnos, con más de cuarenta trabajos, y el alto nivel de muchos de ellos. Publicamos en esta página los relatos de los alumnos que nos han enviado sus trabajos. MODALIDAD "¡CUÉNTALO DE OTRA MANERA...!" CATEGORÍA DE 1º Y 2º DE ESO. PRIMER PREMIO: "Pinocha", de Águeda Ruiz Rueda. SEGUNDO PREMIO: "El corazón delator" de Álvaro Palencia Santos Juanes. TERCER PREMIO: "Éragon" de Raúl Barcina Fernandez. CATEGORÍA DE 3º Y 4º DE ESO PRIMER PREMIO: "El regreso" de Enrique Santamaría Graña. MODALIDAD "¡SALVEMOS RIOSECO!" CATEGORÍA DE 1º Y 2º DE ESO PRIMER PREMIO: "Rioseco" de Raúl Barcina Fernández. SEGUNDO PREMIO: "Asesinatos... o no" de Rubén de la Fuente Fernández. TERCER PREMIO: "Amores inmortales" de Nagore Díez Cañada, "La historia de mi tatarabuelo" de Eder Sedano Romaña y "Secta de fantasmas en Rioseco" de Rubén Alonso Baranda. PREMIO ESPECIAL DEL JURADO: "¡Salvemos Rioseco!" de Iván Carvajal Rodríguez. CATEGORÍA DE BACHILLERATO Y CICLOS FORMATIVOS PRIMER PREMIO: "El ángel negro" de Victoria Villaescusa Orbiso. SEGUNDO PREMIO: "Atisbos rojos" de Ruth Varona Fernández. PINOCHA volver Me llamo Feli, soy un hada joven, vivo en una aldea de Italia. Todas las tardes pasaba por delante de una casa antigua, humilde, pero muy alegre, con sus ventanas pintadas de verde. Su dueño, llamado Gepeto, era carpintero. Me encantaba quedarme en su ventana, viéndole cómo trabajaba. Estaba fabricando una muñeca de madera, de tamaño real, en la que ponía todo su cariño. Últimamente le notaba un poco triste, creo que se encontraba un poco solo. Me daba tanta pena verle así día tras día, por lo que decidí darle una grata sorpresa. Un día, cuando el muñeco estaba acabado, me acerqué a la ventana, agité la varita y la muñeca dijo: -¡Hola papá! -y se convirtió en una niña de carne y hueso. Pasados unos días, cuando ya se tranquilizó de su sorpresa, Gepeto le comunicó que iba a acudir al colegio, como todos los niños. Pinocha estaba encantada de ser igual que todos, entonces Gepeto fue a comprale los libros. A la mañana siguiente fue al colegio y volvió a casa con muchas noticias de lo mucho que había aprendido. Gepeto, orgulloso, le quiso hacer un detalle y encargó dos entradas para ir al circo. Al acabar la actuación, con el jaleo que había por la presencia de tanta gente, se separaron. Pinocha fue a ver un carruaje donde estaban los animales de la actuación y se subió para que la hicieran una foto, ya que un fotógrafo la llamaba insistentemente. Cuando se montó, en unos instantes se oyó un ruido fuerte, abrió los ojos y se encontraba en el “País de los juguetes “. Ella estaba muy preocupada, pero no podía irse de allí porque no conocía el camino a su casa, ya que estaba en un mundo diferente. Al de unos días notaba que estaba rara, la voz le había cambiado, le estaba creciendo una cola; por los brazos y las piernas le empezaba a salir pelo. Se dio cuenta de que era porque allí no iban al colegio, únicamente comían golosinas y pasaban todo el rato sin hacer nada. Se estaba convirtiendo en un asno. Un día el falso fotógrafo, Simón, le ordenó ir con él de pueblo en pueblo para hacer unas actuaciones. Pinocha era muy tímida y vergonzosa. Cuando salía al escenario y veía a las personas del público, era incapaz de decir ni de hacer nada, únicamente su nariz crecía y se ponía roja. Ella ya había notado esa sensación en la nariz cuando algo le daba vergüenza, pero nunca tanto como ahora. El malvado Simón, al verla, se enfadó tanto que la tiró al río. Por suerte para Pinocha, ese río pasaba también por delante de la casa de Gepeto. Pinocha, al caer al agua, se agarró a una tabla y después de una hora por el río, llegó a su pueblo. Gepeto, que estaba pescando, la vio y rápidamente se tiró al agua para rescatarla y, más feliz que una lombriz, se dieron un cálido abrazo, con el que desapareció ese disfraz de asno. Desde ese momento, estuvieron muy unidos y Pinocha fue muy estudiosa, ya que no quería volverse a convertir en un asno CORAZON DELATOR (Basada en el cuento del mismo título de Edgar Allan Poe) volver Mirada de huraño buitre, yo más no soportaba, solo sangre y crueldad veía en su cara. Cual sanguijuela y sin piedad, poco a poco mi corazón y mi alma atenazaba. Una única salida encontraba ¨A medianoche cuando la oscuridad llene la calle y las tinieblas tomen su máximo esplendor empuñaré mi puñal y me mancharé las manos” . Entrelazando sus carnes y haciendo que el embaldosado guardase un oscuro secreto, me deshice de los restos . Y por fin pude pararme a pensar en que ya no soy un ser racional, ahora soy un animal. A las doce unos señores sargentos a mí acudieron, seco tenía el aliento. Se sentaron encima del embaldosado y no notaron nada. Un palpito en mi interior rezumbaba, me sentía impotente, ¿qué podría ser esa presencia oscura? El muerto se movía y al final confesé. Maldito sabio hasta muerto en mi vida tropezaba me acabaron enjaulando. Al final reflexionando pensé que en lo mismo que el sabio estaba encerrado, sin luz, y pudriéndome poco a poco, y notando que mis sentimientos cual gusanos me iban devorando. EL REGRESO volver Después de tantos años trabajando en el laboratorio ha llegado la hora de irse. Mis compañeros me habían preparado una fiesta de despedida, pero ya se han marchado a sus casas y aquí estoy, solo. Bueno, solo no, veo que mi buen amigo Pablo se ha quedado a esperarme. Hombre, Pablo, ¿no te has ido todavía? No, estoy recogiendo unas cosas. Oye, ya he leído parte del borrador de tu autobiografía, en la que cuentas tu niñez. No escribes mal de todo. Me alegro. Por cierto, vuelvo con mi propio coche, yo que le dije a la difunta doña Resu que no me interesaban los coches. Y ahora, cuatro décadas después, dejo Madrid y mi trabajo de biólogo en el zoo y vuelvo a mi querida Castilla conduciendo mi propio coche. Al llegar al pueblo. me invaden la melancolía y los recuerdos. Un joven se acerca a mí saludándome. Es Andrés, tataranieto del Centenario, mi viejo amigo y casi maestro por todas las cosas que me enseñó, que vivir un siglo da para saber muchas cosas. - ¡Hombre, Nini! ¿cómo tú por el pueblo? Pensábamos que no ibas a volver más -me saluda campechano. - ¡Cómo no voy a volver al mejor pueblo del mundo! -respondo convencido de que es verdad-. Bueno, Andrés, luego nos vemos en la taberna. Ahora voy hasta la cueva. ¿Qué pensaría Justito, alcalde hasta 1970 y cuyo máximo objetivo era cargarse las cuevas, al verlas hoy convertidas en museo, reconocidas como bien de interés cultural y principal fuente de ingresos del pueblo gracias a los turistas? Los recuerdos de los dieciséis años que viví en la cueva con el tío Ratero se agolpan dentro de mí. Fueron años buenos; después, la muerte del tío Ratero, las cuevas...a punto estuvieron de derrumbarse hasta que gente nueva llegó al ayuntamiento y se hizo cargo de ellas. Ahora, convertidas en museo, cuentan la vida de las gentes que vivían en ellas, mi vida. Pago la entrada como un turista más y entro pensativo en la que fue mi casa durante muchos años. Después visito otras cuevas que aún están reconstruyendo: la del Mudo, una de las de mis abuelos...¡Anda, que no he pasado buenos ratos por aquí cazando conejos! Vuelvo a la taberna que hoy es de uno de Bilbao. Recuerdo aquella noche del 53 en la que perdimos todas las cosechas, ¡y la del 62! ¡Cuántos buenos y malos ratos! Seguramente fue Malvino, que entonces era el tabernero, quien convenció al tío Ratero para que asesinara a aquel pobre muchacho de Torrecillórigo. Menos mal que nunca se resolvió aquel feo asunto. − ¡Nini, cuánto tiempo sin verte! Yo le decía a estos que tú no volvías al pueblo -es Joaquina, la sobriña de la difunta doña Resu, la que me saluda efusivamente. Vino al pueblo en el 61 y nos hicimos muy amigos, bueno, más que amigos. − He tenido mucho trabajo los últimos años, pero ¿dónde se está mejor que en el pueblo? levanté la voz para que todos me oyeran y conseguí algunos aplausos y palmadas en la espalda. − ¿Vienes para quedarte? En la capital has vivido como un rey...gracias a mi tía. -Joaquina sigue siendo tan directa como antes. − Y yo siempre le estaré agradecido – le respondo sonriendo. Su tía, doña Resu, fue quien me animó a estudiar, quien convenció a mi tío Ratero y quien me pagó los estudios en la capital. Vivió casi cien años, pero ahora tampoco está, como tantos otros de aquellos años. Joaquina me ofrece su casa, generosa como lo fue su tía, y yo acepto sonriendo y pensando que he venido a escribir los últimos capítulos de mi historia aquí, donde empezó, en mi pequeño y querido pueblo de Castilla. RIOSECO volver Hola, me llamo Aitor y tengo 36 años. Os voy a contar una terrorífica e inquietante historia que me ocurrió hace mucho tiempo y que cambió completamente mi vida. Yo vivía en Villarcayo y tenía 15 años en ese momento. Era un chico normal, que iba bien en los estudios y que tenía mucho interés por el medio ambiente. Siempre que tenía una oportunidad, me escapaba de casa y me pasaba horas en el campo buscando pequeñas plantas y flores que luego me encargaba de secar y coleccionar. Una semana antes de los hechos que os voy a narrar, escuché a unas señoras conversando en la plaza del pueblo. Contaban la historia de dos personas que habían visto cosas extrañas en las ruinas del viejo monasterio de Rioseco. Me llamó tanto la atención la historia que se me ocurrió que podría ir a visitarlo. Pensé que mi madre aceptaría sin poner ningún reparo si llevaba a algún amigo conmigo. Además, era la mejor excusa para explorar la zona y aumentar mi colección de plantas. Ya solo faltaba encontrar a alguien dispuesto a hacerlo. Se lo propuse a mi amigo Luis y aceptó sin dudar un solo instante, ya que era un chico que siempre aceptaba cualquier proposición que le hiciera por muy osada que esta fuera. Poco después se lo dijimos a mi madre, que aceptó sin poner pega alguna, puesto que sabía que Luis era muy sensato. Luis se dirigió a su casa, mientras yo me quedé preparando todo lo necesario para la excursión que íbamos a realizar. Los días antes de la excursión, estuvimos hablando de lo que haríamos cuando llegáramos a nuestro destino. Decidimos que dormiríamos al aire libre, lejos del monasterio y que Luis se encargaría de llevar la comida y yo, el resto del material necesario para nuestra aventura. Llegó el día señalado para nuestra aventura y nos encontramos en la plaza del pueblo. Él llegó tan puntual como siempre. Ambos estábamos ilusionados y al mismo tiempo muy nerviosos, ya que era la primera vez que emprendíamos una excursión sin la compañía de un adulto. No paramos de hablar durante todo el camino y el principal tema de conversación fue lo que nos podríamos encontrar. A pesar de llevar un buen ritmo, solo pudimos recorrer la mitad del camino. Por la noche hicimos una pequeña hoguera para calentarnos mientras dormíamos y cocinamos unos trocitos de carne que Luis llevaba en la mochila. Tras comer, nos metimos en los sacos de dormir. Yo estaba nervioso y casi no pude dormir en toda la noche. Cuando amaneció, nos levantamos para emprender de nuevo el camino. Luis estaba un poco cansado, pero decidió seguir sin parar, ya que no había comida para más de cuatro días y cualquier retraso supondría el fracaso de nuestro objetivo. Traté de calmarle y hacerle entender que tanta impaciencia no era buena y que estaba seguro de que todo saldría bien. Seguimos caminando sin parar toda la tarde y llegamos a nuestro destino alrededor de las siete y media de la tarde. Pensamos que dada la hora que era, era mejor descansar, así que nos sentamos en la hierba, nos preparamos unos bocadillos y bebimos unos refrescos. Tras unos minutos, Luis sugirió que exploráramos el viejo monasterio, a lo que yo accedí. En cuanto entramos por una abertura, lo que se suponía que antes era la entrada principal, todo lo que se encontraba en su interior se puso en estado de agitación, como si hubiéramos despertado a una bestia que estaba dormida hasta ese mismo momento. Al instante los dos nos quedamos petrificados. Teníamos tanto miedo que no podíamos casi ni pestañear. Conseguimos salir del estado de shock inicial y seguimos explorando el monasterio. Llegamos a una estancia oscura y misteriosa. Cuando entramos, un gran rayo la iluminó completamente y pudimos ver una imagen sobrecogedora. Era el fantasma de un hombre de unos cincuenta años y dos metros de estatura. Nos miramos durante un breve instante y echamos a correr, pero el fantasma se puso delante de nosotros y nos tiró al suelo sin apenas esfuerzo. Me di tal golpe en la cabeza que me quedé inconsciente. Cuando me desperté, me encontraba maniatado a una cama. Vi a Luis en la otra esquina de la habitación inerte, como si estuviera muerto. Entonces recordé lo que había pasado y volví a ver el fantasma a mi derecha, mirándome de hito en hito. Él se acercó e intentó tranquilizarme. Me explicó que él no quería hacernos daño, pero que por haber entrado en sus dominios, dejaría que muriéramos allí y se marchó. Intenté despertar a Luis, pero estaba inconsciente. Decidí pasar a la acción e intentar soltarme para poder despertar a mi amigo y salir de aquel lugar. Tras unos minutos de forcejeo conseguí deshacerme de las cadenas, que eran muy viejas. Me acerqué a Luis y le zarandeé intentando despertarle, pero a pesar de mis esfuerzos, no se despertó. Me encontraba tremendamente abatido por todo lo sucedido y me acurruqué al lado de mi amigo sin poder reprimir el llanto. Cuando me serené pude ver al otro lado de la estancia una abertura lo suficientemente grande como para permitirme escapar. En el mismo momento en que me dirigía hacia ella, el fantasma me agarró de improvisto y trató de degollarme con una guadaña. Gracias a mi habilidad conseguí escapar de sus acometidas y salir corriendo de aquel horrible lugar. Yo pude escapar, pero Luis terminó encadenado y finalmente muerto. Ahora yo me encuentro en la cárcel, cumpliendo condena por un crimen que no cometí, sino que fue perpetrado por un ser que no estaba vivo. ASESINATOS... O NO volver Sonó el despertador. Eran las seis de la mañana y el detective Jorgen se preparaba para ir a trabajar. Era 27 de diciembre. Las calles de Villarcayo estaban desiertas cuando el iba a la comisaría. Un minuto después de que llegara a su despacho llamó la administrativo por el transmisor de la mesa. Era una chica con gafas de “culo-vaso”, bajita y tartamudeaba un poco: -Tetete han asisignananado un cacaaso. Ahoooora te envivío a Luis, el nunueevo.-dijo Lola. -Vale. No llegó a medio minuto después llegó Luis. Rápidamente entró en el despacho, dejó el expediente en la mesa y se fue sin mediar palabra. Era un chaval muy eficiente, pero le utilizaban de chico de los recados. Leyó el caso: se encuentran un hombre asesinado en el monasterio de Santa María de Rioseco con cinco puñaladas el abdomen. Velozmente salió de la comisaría y cogió su coche. Cuando llegó al monasterio, no se encontró con un hombre muerto, sino con tres. Aquello le mosqueó. Investigó, escudriñó y examinó cada rincón de aquel macabro lugar. No encontró nada. Iba a tirar la toalla cuando se le ocurrió mirar en el campanario. Subió con mucho esfuerzo y miró en cada hueco entre bloques. Y lo encontró. Era un papel sucio en el que se habían pegado letras de revistas formando un mensaje: “Si, yo los maté. ¿A que no me coges, Jorgencito? Un beso. Anónimo” Jorgen no lo podía creer. ¡Se había burlado de él, del detective Jorgen! Aquello no podía ser. Tenía que coger a ese asesino como fuera, ya no por justicia, sino por orgullo propio. Cuando bajó ya no había tres hombres muertos, sino cinco. Encima del quinto había una nota de las mismas características que la del campanario. En ella ponía: “Pero qué lento eres, Jorgencito; mira, mientras bajabas, me ha dado tiempo a matar a dos más. Un beso. Anónimo” Jorgen se sintió culpable. Por bajar tan lento habían muerto dos personas. Pero le parecía raro que no habrían ido ya las familias de los fallecidos. Se fue a su casa. Ya había terminado de trabajar y estaba muy cansado y confuso. Se fue a dormir sin cenar siquiera. Se durmió a duras penas pensando en lo ocurrido en ese día. Sonó el despertador a las seis de la mañana. Era 28 de diciembre. Cuando llegó, la comisaría estaba vacía. Raro. Llegó a su despacho. Estaba extrañamente oscuro. Encendió la luz y allí estaban, de pie todos sus compañeros. El sargento, que tenía el expediente del caso Rioseco en la mano, lo rompió. Jorgen, extrañado, murmuró: -Pero qué... -¡¡¡INOCENTE!!!-gritaron todos al unísono. -¿Cómo...? -No hay ningún caso Rioseco, era una inocentada -dijo el sargento. -¿Y los muertos? -Actores Entonces todos se rieron a carcajadas hasta que no pudieron más. Amores mortales volver Nunca diría que mi vida es especial ni importante, pero siempre he pensado que las personas estamos predestinadas para algo o para alguien, al menos eso es lo que yo creo. - PAPÁ!!! Por favor, date prisa, mamá y Emili se van a marchar sin nosotros. - Ya voy, ya voy, deja que me vista por lo menos ¿no? Como cada sábado, yo y mi familia nos íbamos a algún sitio lejano a descubrir algo de mundo. Mis padres eran muy aventureros igual que yo, sin embargo mi hermana Emili no compartía esa afición, por eso mientras yo y mis padres nos íbamos de excursión, ella se quedaba con Jess, su estúpida y prepotente mejor amiga. Esta iba a organizar una fiesta en su lujosa casa. - Naomi, papá , vamos daos prisa – la voz chillona y aguda de mi hermana me irritaba. No la soportaba; era prepotente, orgullosa, cabezota, caprichosa y mandona. Se notaba a leguas que era una niña consentida y mimada. Una vez dejamos a mi hermana, nos dirigimos camino a Rioseco. Una vez llegamos, me sorprendí. Tenía un aire monstruoso, como si de una gótica novela se tratara. Su entrada estaba cubierta de musgo; la iglesia, más bien lo que quedaba de ella, estaba destartalada y todo lo que alguna vez fue bonito y hermoso, ahora estaba reducido a escombros. Yo me adentré cada vez más y más, hasta que sentí un agudo dolor en el pecho. - Naomi, hay que empezar a montar la tienda y por muy aburrido que parezca, me temo que tú también vas a tener que ayudar.- La voz de padre me hizo reaccionar y salir de mis pensamientos. - Sí, lo sé, papá, ya voy.- Por un momento mi voz sonó sombría y áspera, pero cuando salí de aquel edificio, pareció como un sueño, como si al adentrarme en aquel edificio, estuviera en un mundo paralelo, pero más oscuro y sombrío. A la mañana siguiente, cuando el sol me despertó, sentí como el sudor se extendía por toda mi frente y recorría cada rasgo de mi cara. Miré hacia mis padres, sus rostros dormidos me hicieron recordar toda mi infancia, ahora tenía diecisiete años, pero el amor hacia ellos, hacia esas dos personitas que me habían protegido durante tantos años, era el mismo. En aquel entonces noté como una mano sujetaba mi hombro, pero al darme la vuelta no había nadie, eso me asustó y algo en mí me decía que las respuestas estaban dentro de aquel extraño templo. Corrí hacia la iglesia esperando que mis presentimientos se cumplieran. Al entrar en aquel templo, mis esperanzas aumentaron y mis deseos se habían hecho realidad: él, aquel muchacho, que había tocado mi hombro estaba allí de pie, era increíble el parecido entre él y un amigo que tuve de pequeño. Si no fuera porque Jack murió en un accidente de coche diría que era él. En ese momento me invadió una ola de recuerdos, y un montón de sentimientos se arremolinaron en mi pecho. No me di cuenta de lo que sucedía en mí hasta que las lágrimas brotaron otra vez de mis verdes ojos, las rodillas me temblaban y sentía que las fuerzas me iban a fallar, que me iba caer al suelo en cualquier momento. - Tú… pero… tú no…- las palabras no salían de mi boca y a medida que hablaba mi llanto se volvía más intenso. - Hola Naomi, hacía tiempo que no nos veíamos. Creo que ya iba siendo hora ¿no crees?- sí estaba segura, era el mismo y mi corazón no decía lo contrario, sin darme cuenta mi cuerpo estaba pegado al suyo. - No puedo creerme que seas tú, oh Jack. ¿De verdad que eres tú? No me lo puedo creer.- mis ojos ya se habían secado, y las lágrimas y el dolor se habían transformado una amplia y feliz sonrisa. - Siento haberte hecho sufrir, de verdad Naomi que lo siento. Pero no puedo hacer nada, yo estoy muerto y tú no ahora somos de mundos distintos – Su voz era la de siempre suave y comprensiva e incluso diría que si se pudiera tocar sería de una textura aterciopelada. - No, no te preocupes, yo estoy bien – en aquel momento me di cuenta que todo lo que había sentido por Jack y él por mi había sido siempre amor, un amor tan fuerte que ni la muerte podía romper.- Jack, por favor llévame contigo, me da igual lo que tenga que hacer ni las consecuencias que traiga consigo, lo único que quiero es estar contigo y amarte por siempre. - ¿De verdad que es eso lo que quieres?- su cuerpo se apartó de mí y yo intenté retenerlo con toda mi fuerza, pero todo el esfuerzo fue en vano. - Sí, eso es lo que quiero. - Naomi, para ello tendrías que morir ¿estarías dispuesta a dar tu vida? - Jack, por dios, te estoy diciendo que sí, por favor, estoy lista. - Naomi, te amaré por siempre. - Lo sé y yo a ti ¿es que todavía no lo sabes? - Bien ¿estás lista? - Sí. - Vamos, pues. Entonces salí corriendo, besé a mis padres en la frente, derramé la última lágrima y me dirigí hacia Jack, y es que los amores más fuertes siempre quedan unidos. La historia de mi tatarabuelo volver Hola, me llamo Juan. Estamos en el año 2124. Soy un pequeño niño que vive en Manzanedo. Cerca de mi casa existe un monasterio cisterciense, que gracias al esfuerzo de muchas personas se ha rehabilitado. Mi abuelo siempre me contaba cómo llegó a estar medio destruido hace más de cien años. Os voy a contar una historia que le pasó a un antepasado mío, hace ya demasiado tiempo. Estaba mi tatarabuelo visitando el Monasterio de Rioseco, un hermoso lugar cerca del río Ebro y de un bosque lleno de vida, cuando de repente se le hizo de noche. Intentó salir, pero todas las puertas estaban cerradas, excepto una escondida al lado de un armario. Entró a ver si había salida. Segundos después de pasar la puerta se oyó un chirrido y se cerró de golpe. Cuando se dio la vuelta no se lo creía: había tumbas abiertas, ventanas con preciosas vidrieras, muebles muy lujosos, una enorme mesa de madera de roble con un hermoso mantel bordado a mano y doce sillas madera de arce. Al principio pensaba que las de verdaderas tumbas eran simples agujeros, pero se dio cuenta de que en realidad eran lo que sospechaba Se asustó todavía más cuando intentó irse y la puerta no se abría. De repente empezó a oír susurros, que se empezaron a volver más nítidos y fuertes. Cada vez más nervioso, intentó romper la puerta, y al final lo consiguió. Huyó por todo el monasterio buscando alguna salida. Salió al gran claustro, tan bonito como una pradera muy bien arbolada, con hermosos arcos en las paredes, el alto y decorado campanario con sus grandes campanas negras y el profundo pozo en el suelo. Se quedó mirando el pozo. Instantes después, salió de él una especie de hombre verde con los ojos de un color amarillo chillón, que se iban oscureciendo como la noche y tan antiguos como lo era el monasterio, sin más se volvieron opacos. Pero inexplicablemente no le dio miedo, sino que la curiosidad se antepuso al miedo y se acercó. El extraño hombre empezó a hablar sobre lo que él había vivido en el monasterio, sus hazañas, amigos y, sobre todo, el deterioro que había producido el ser humano desde su devolución a la Archidiócesis por Margarita Arquiaga. Mi tatarabuelo se quedó tan estupefacto que parece que perdió el conocimiento, cayó al suelo y recibió un fuerte golpe. Nunca ha sabido si todo lo que sucedió fue real, un sueño o fue producto del golpe en la cabeza. Él siempre me contaba esta historia y como el monasterio se deterioró no sólo por la naturaleza, sino también por la acción del ser humano, que incluso llegó a robar las piedras para usarlas en sus casas por su gran valor sentimental y económico, este precioso lugar de gran belleza y esplendor llegó a estar en un estado lamentable. SALVEMOS RIOSECO volver En el valle de Manzanedo el antiguo monasterio de Rioseco brilla en el alba entre la calma. Recuerdos de un pasado que no será olvidado, sueños de un futuro incierto pero no oscuro. Anhelos y esperanzas, ilusiones y desvelos, que ayuden a recuperar la grandeza de otros tiempos. Rioseco espera entre la hiedra. Destellos de plata de la luna llena iluminan las piedras en la noche más bella. EL ÁNGEL NEGRO volver El joven nunca había creído en leyendas, pero en aquella ocasión se vio obligado a creer. La muerte había abrazado a su amor, arrebatándosela para siempre. Sin embargo, se negaba a aceptar que ya no la viese sonreír nunca más. Tal vez por eso, el azar, quizás el destino, quién sabe, hizo que llegase a sus oídos la historia de los amantes que consiguieron burlar a la muerte cuando ésta sumió a uno de ellos en un sueño del que no tendría que haberse despertado nunca. Nuestro protagonista llegó a los restos del claustro pertenecientes a lo que antes había sido un gran monasterio. A pesar de la niebla, los últimos rayos de Sol dejaban ver las enredaderas aferradas a los muros como quien se aferra a su último aliento de vida. El corazón le latía aceleradamente, mientras preparaba el fuego con el que invocaría al espíritu de su amada para no dejarla ir jamás, mezcla de emoción y terror ante las fuerzas que pudiera desatar. La Luna se fue asomando curiosa para observar lo que aquel joven intentaba realizar, en apariencia, sin éxito. Las lágrimas corrieron presurosas y sin ninguna vergüenza por sus mejillas ¡Qué dolor embargó su corazón al comprobar que había confiado como un necio en algo sin fundamento alguno! Roto de dolor, cayó al suelo, maldiciendo a Dios y sus caprichosos designios, que le habían arrebatado aquella a la que amaba por encima de todas las cosas. Fue entonces, perdida toda esperanza, cuando una melodía nupcial con tintes fúnebres llegó a sus oídos, procedente de la iglesia. ¿Cómo era posible? Ya no existía órgano alguno en aquellas ruinas, y mucho menos alguien que pudiera hacer brotar de la nada dicha música. Sin embargo, esos interrogantes dejaron de tener importancia en el momento en el que escuchó su dulce voz llamándole. Levantó la mirada, y allí estaba, tan bella como siempre. -¡Amor!-exclamó el joven lleno de alegría. Intentó abrazarla, pero ella rehuía a su contacto. - ¿De verdad me amas?- se limitó a preguntar con voz inocente. -¡Más que a mi propia vida! -¿Más incluso que… a tu alma?- preguntó esta vez con tono perverso contenido. Él asintió. Ella sonrió y, cogiéndole por la barbilla, acarició con sus fríos labios los de él. - Entonces, eternamente estaremos juntos.- sentenció ella. -No.- contestó él horrorizado al comprobar que la luz de sus ojos, esa que un día le enamoró, había sido sustituida por una oscuridad asfixiante. La armoniosa voz de la joven se convirtió bruscamente en un rugido de ultratumba para decir: -Ya es tarde, acabas de vender tu alma. Nunca más se volvió a saber del joven, y sólo las viejas piedras iluminadas por el fuego fueron testigos de lo ocurrido. Y es que la leyenda en la que creyó, la de los amantes que burlaron a la muerte, no existía. Fue todo un juego del ángel negro que, siendo conocedor de su dolor, no pudo evitar desear apropiarse de su pobre alma atormentada. ATISBOS ROJOS volver Negro. Eso era todo lo que se veía a su alrededor. Se intuían las sombras de los pocos árboles y hiedras secas que recorrían cual serpientes las paredes arrebatándoles la poca blancura que les quedaba después del paso de los años. Las hojas secas emitían crujidos como los huesos de un esqueleto que decide levantarse de su descanso eterno para observar con anhelo la vida terrenal. No permitía que el miedo se apoderase de él, entonces estaría perdido…. El viento de invierno no había despertado aún a pesar de que enero estaba a punto de llegar a su fin. La ausencia de ruido le inquietaba más que si los susurros de aire acariciasen sus oídos. Todavía dudaba de si aquello que había visto era real o un bello fruto de su imaginación. Lo primero en lo que se había fijado nada más llegar al edificio era la gran entrada que recibía toda la luz azul de la luna. Era un puerta de madera ajada con una pequeña ventana cuyo cristal había desaparecido dejando únicamente el marco de metal desconchado. No paraba de mirar a la oscuridad detrás de ella. Esperaba volver a ver un atisbo de tela roja. Poco a poco se fue acercando, la velocidad de sus latidos aumentó y las manos le temblaban. ¿Por qué estaba tan nervioso? ¿Acaso temía lo que podía encontrarse? Sabía que no había nada que pudiese herirlo, las historias de fantasmas se habían quedado enterradas en su infancia. Cuando dio el último paso antes de coger el oxidado pomo, el búho ululó provocando así que el joven retirase la mano repentinamente a la vez blasfemaba. Miró hacia su alrededor, aunque de ante mano sabía que no iba a encontrar nada. Respiró hondo y giró el pomo, este chirrío como el maullido de un gato herido tras una noche de divertimento. Por un momento le asaltó la duda. ¿Cómo era posible que ella hubiese abierto la puerta y él no lo hubiese oído cuando iba a escasos metros detrás suyo? Entró con cautela, midiendo sus pasos. Rápidamente, su mirada se vio atraída por el rayo rojo. La tela ondeaba como un mar embravecido, el frío aire nocturno procedente de una de las galerías pegaba la suave seda a la efímera figura de la joven que había ocupado sus pensamientos atormentándolo desde el primer día que la vio. Allí estaba cual diosa griega esculpida por manos expertas mostrando su altivez y poder en sus pulidas facciones. Los ojos, negros como la oscuridad que había recibido al joven en aquel lugar, lo miraban impasibles y conferían a la faz femenina una madurez inusual para su edad. Abrió ligeramente la boca como si quisiera decirle algo pero un golpe de viento nocturno la silenció. El joven avanzó unos cuantos metros, casi estaba debajo de ella, como la cabeza a la altura de sus pies; su corazón latía con la fuerza de las alas de un colibrí y la temperatura de su cuerpo aumentaba con el paso de los lentos segundos. Ella bajo de su pedestal y lo miró con indiferencia. Sin saber por qué, él se acercó poco a poco y, con los ojos cerrados, se dispuso a besarla. - Tu primer beso puede ser el último – murmuró con una voz grave antes de que la oscuridad los engullese a los dos.