Callas-tebaldi: la rivalidad mediática Ricardo de Cala El mundo operístico de los años 50 quedó convulsionado por la rivalidad de dos grandes sopranos que polarizaron la atención en ámbitos que incluso excedían el musical. Si observamos con detenimiento este supuesto enfrentamiento veremos que en realidad se superponían dos ecosistemas completamente diferentes tanto en lo personal como en lo simbólico y lo artístico. Magazine en la que la gran soprano aparecía arropada con el imponente traje de Tosca y coronada con una soberbia tiara. En ella era todo era como se suponía que debía ser una rutilante soprano internacional. María Kalogeropoulos, María Callas para el mundo del arte, era todo lo contrario. En ella todo era excesivo, desmesurado. Cuando la Callas llegó al mundo de la ópera ocasionó un terremoto artístico como luego tendremos ocasión de comprobar. En la vida, al principio nos encontramos con aquella mujerona voluminosa, poca gracia en el La Tebaldi representaba la gran diva-soprano tradicional. Siempre impecable envuelta en lujosas pieles, sonriente, imperial, adornada con joyas fabulosas. Recordemos aquella portada de Time 4 papeles que cantaron las dos, incluso casi podríamos circunscribir la competencia a un sólo papel que ambas encarnaron recurrentemente sobre el escenario y que es el de Tosca. Aida, por ejemplo, fue un papel que cantaron ambas sopranos pero la Callas lo hizo al principio de su carrera y perteneció evidentemente a la esfera de la Tebaldi. Por el contrario, la Tebaldi cantó ocasionalmente Violetta, pero todos, cuando pensamos en la protagonista de La Traviata, evocamos la creación de la soprano greco-americana. vestir y volcada constantemente en su arte. Elsa Maxwell la introdujo en la deslumbrante alta sociedad de los años 50, la visión de la estilizada y glamurosa Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma la impresionó profundamente y el magnetismo hipnótico de Aristóteles Onassis hizo el resto. Ella quería cambiar, quería ser una mujer atractiva. Con férrea voluntad adelgazó su figura, Hubert de Givenchy le confirió la elegancia de la que entonces carecía y el carácter agresivo de la soprano inundó la prensa del momento, como aquella noche de 1958 en la que abandonó la Ópera de Roma en presencia nada menos que del Presidente de la República, o aquella agresiva y desafortunada foto de Chicago ataviada con el kimono de Madama Butterfly, cuando le entregaron la citación judicial y aparecía con gesto felino. La Callas María Callas nació en Nueva York el 4 de Diciembre de 1923 y en 1937 llegó a Grecia. En el conservatorio de Atenas encontró a la que sería su maestra, la gran soprano española Elvira de Hidalgo por la que siempre mostraría su respeto y cariño. De la Hidalgo aprendió la precisión en el canto de coloratura y probablemente las enseñanzas de la eximia soprano serían las que en el futuro la El caso es que mientras la fama de Renata Tebaldi se circunscribía al universo de la ópera, la soprano griega desbordó el mundo artístico para convertirse en un personaje conocido popularmente más por su personalidad, su exposición en la alta sociedad y su relación con Onassis que por su extraordinaria aportación a la música. Los años han pasado y aquellos titulares que relampagueaban en las portadas de las revistas de los años 50, hoy han amarilleado y sólo sirven para que miremos con nostalgia una década que Fellini llevó al cine con Anita Ekberg emergiendo de la Fontana de Trevi como una diosa sensual y el paparazzo de la misma cinta dando nombre a un tipo de periodista que parece haber alcanzado en nuestros días su consagración. Si aquellos titulares se han teñido con el color sepia del paso del tiempo, el brillo de la extraordinaria aportación artística de estas dos leyendas de la ópera no ha perdido ni un ápice de su brillo. No me parece adecuado concebir el binomio Callas-Tebaldi en el terreno del antagonismo, fundamentalmente porque prácticamente no compitieron en el terreno artístico. La Callas se especializó en el repertorio del primer ochocientos, y es justo allí donde comienza el repertorio de la Tebaldi. En realidad hay sólo un puñado de 5 puesta la soprano Margherita Carosio que iba a cantar Puritani tres noches después de la correspondiente Walkiria de la Callas. El director de orquesta Tullio Serafin propuso al teatro y a la Callas que fuera ella la que la sustituyera en el papel de Elvira. La Callas desconocía esta parte y nunca había afrontado un papel de coloratura. Es como si pidiéramos a un corredor de maratón que corriera también los cien metros. La Callas lo hizo y triunfó. Esa noche dio un giro su carrera y se abrió el camino para que muchas otras sopranos vinieran después de ella. Escuchar a la Callas “Qui la voce soave” con aquella voz penumbrosa, densa, con un espesor que se mantiene incluso en los pianos unidos por el extraordinario legato de su canto y la perfección de su coloratura nos lleva a un universo romántico, patético y áulico en el que las voces aniñadas de algunas sopranos ligeras parecen inconsistentes, carentes del dolor de una auténtica mujer. conducirían y permitirían abordar el difícil repertorio del primer tercio del ochocientos. En 1945, tras algunas representaciones en Atenas, vuelve a EEUU donde es escuchada por el tenor Giovanni Zenatello que la contrata inmediatamente para debutar en la Arena de Verona cantando La Gioconda. Los primeros papeles de la Callas serán los típicos de una soprano dramática: Isolda, Turandot, Aida o Brünnhilde. El milagro se produce la noche del 19 de Enero de 1949. Callas estaba cantando en Venecia La Walkiria cuando de repente se sintió indis- En 1950 debutó en el Colón de Buenos Aires y en La Scala de Milán. Asimismo recuperó un título prácticamente olvidado de Rossini, El Turco en Italia. En 1952 en el Maggio Musicale Fiorentino, encarnó otro papel rossiniano aún más olvidado, el de Armida. Y en 1953 uno de sus títulos más emblemáticos la Medea de Cherubini. A partir de aquí su carrera despegaría y llegarían los grandes momentos: el encuentro con Visconti en La Scala, que nos depararía La Vestale, La Sonámbula, Ana Bolena, La Traviata. Otro encuentro importante fue aquella Lucia di Lamermoor bajo la batuta de Herbert von Karajan. Sus últimas actuaciones en La Scala serían aquel memorable Poliuto de 1960 junto a Franco Corelli y la Medea de 1961 al lado de Jon Vickers y Giulietta Simionato. A partir de entonces sus apariciones empezaron a espaciarse y volvió a los escenarios en los años 1964 y 1965 con Tosca y Norma. En 1973-1974 realizó aquella gira de conciertos al lado de Giuseppe di Stéfano en la que ambos artistas no estaban en sus mejores días, pero que sirvió para que otra generación de aficionados contemplara con reverencia al mito sobre el escenario. 6 El 17 de septiembre de 1977 murió María Callas en su lujoso apartamento de la avenida parisiense Georges Mandel, a los 53 años de edad, dejándonos la sensación de que aquella maravillosa artista que había dejado tanta belleza a sus contemporáneos se iba con mucha infelicidad en el corazón. afirmar que sin ella, otras muchas cantantes que vinieron después como Joan Sutherland, Beverly Sills, Montserrat Caballé o Leyla Gencer no hubieran cantado y no hubieran hecho el repertorio que hicieron sin que la Callas hubiera traspasado ese umbral previamente. La gran importancia de María Callas en la historia de la ópera se debe al hecho de haber recuperado un tipo de cantante desaparecida desde la primera parte del siglo XIX, la soprano dramática de agilidad, y haber actualizado los criterios de los papeles de este tipo de soprano bajo la luz y el concepto de los tiempos modernos. Por tanto, no es sólo una recuperación de un viejo estilo, sino la actualización con presupuestos de modernidad de lo que se hacía en otro tiempo. La importancia de su legado es de tal calibre que casi podemos Monstserrat Caballé afirmó que “María Callas nos abrió una puerta que había estado cerrada. Tras ella dormían no solamente una gran música sino grandes ideas de interpretación. Nos ha dado la oportunidad de hacer cosas que habrían sido imposibles antes de ella. Nunca se me habría ocurrido que pudieran compararme con ella. No es justo. No soy tan grande.” María Callas partiendo de la idea de la recreación del repertorio romántico, dotó a sus heroínas de 7 un sentido trágico del que carecían hasta sus interpretaciones. La perfección con que muchas sopranos ligeras afrontaban el repertorio de agilidad convertía, en cierta medida, este repertorio en una oportunidad para el lucimiento de una artista poseedora de una técnica y una voz deslumbrantes. Pero cuando escuchamos a María Callas iniciar la escena de la locura de Lucia el sentimiento que nos domina no es el deslumbramiento por el prodigio vocal que vamos a escuchar, sino el trágico momento que atraviesa la protagonista. El nombre de María Callas evoca directamente los de María Malibrán y Giuditta Pasta, dos asombrosas cantantes del siglo XIX que partiendo de la voz de mezzosoprano extendieron sus instrumentos hasta la tesitura sopranil y, merced a técnicas de canto prodigiosas, descollaron en el repertorio de agilidad creando una nueva categoría de soprano sfogato o soprano dramático de agilidad. Este tipo de soprano, y lo mismo le sucedía a la Callas suele poseer instrumentos extensos y poco homogéneos. La voz La voz de María Callas no era convencionalmente bella si bien es cierto que esa falta de belleza típica no le resta atractivo; pero es un atractivo que se basa en la personalidad, en la diferenciación tímbrica, en la singularidad de un timbre que una vez que se escucha es perfectamente reconocible. Poseía un exceso de metal que le desproveía de la calidez que debería tener la voz de soprano, a cambio tenía una gran capacidad de penetración. La voz era extraordinariamente extensa, casi tres octavas, pero el precio que tuvo que pagar por extensión fue esa falta de homogeneidad a la que antes aludíamos. El registro medio, agudo y central albergaba en su interior sonoridades diversas. Además, las notas de sutura entre los diferentes registros en ocasiones acusaban un cierto entubamiento lo que las privaba de su expansión natural. Pero daba lo mismo, la Callas superó esta frontera, como si nunca hubiera existido. Cuando escuchamos a la Callas su voz es lo que menos importa y al poco de escucharla estos defectos desaparecen porque doña María tenía ese secreto que comparten los grandes magos 8 y los grandes artistas, y es que no sólo creaba su universo sino que nos hacía partícipes de él, y una vez dentro imperaban sólo sus propias reglas. La Callas, como otros grandes, se me viene a la cabeza el nombre de Aureliano Pertile, conseguía que su interpretación estuviera por encima de sus medios vocales que en algunos aspectos eran abundantísimos. Había nacido para crear arte con su voz, y los medios naturales no eran lo más relevante. En un caso extremo podríamos citar a Louis Armstrong que con un material vocal de derribo cada vez que abría la boca nos recordaba que había nacido para cantar y no sólo para tocar la trompeta. El prodigio técnico en que Elvira de Hidalgo convirtió a María Callas permitía a la gran artista cantar con abandono, agresividad, elevación, y todo ello a plena voz, en piano en el canto de agilidad o en el canto spianato. Ésto otorgaba a sus interpretaciones una variedad insólita. Podía pasar de la furibunda invectiva de Anna Bolena a sus jueces al canto ensoñador de Amina en La Sonámbula. De la picardía de su deliciosa Rosina del Barbero de Sevilla a la imperiosa agresividad de Abigaille en Nabucco. La abundantísima discografía de María Callas nos obliga a ser selectivos a la hora de indicar siquiera someramente dónde acudir para disfrutar de una de las artistas más prodigiosas y revolucionarias de todo el siglo XX. la integridad de la voz, aunque me gusten más los compañeros de reparto de la segunda. De las múltiples tomas en vivo si tuviera que elegir una para la hipotética isla desierta, me llevaría la de La Scala de 1955 junto a unos impagables Mario del Mónaco y Giulietta Simionato. Los papeles De Bellini son imprescindibles Norma, Sonnambula y Puritani. Norma es uno de los papeles fundamentales de María Callas, nadie como ella ha sabido pasar de la imperiosa sacerdotisa de Casta diva a la desgarrada mujer del último acto. La abrumadora perfección de su canto, la variedad interpretativa que confiere al personaje y la congenialidad con que lo aborda hacen de su Norma una de las mayores creaciones de un papel operístico realizado por un cantante. Aparte de las grandes escenas su Norma íntima, explosiva, herida y heroica está salpicada de frases y momentos que quedan esculpidos en la memoria con fuerza pétrea. De sus dos grabaciones en estudio yo personalmente prefiero la primera por De Donizetti son igualmente imprescindibles Lucia de Larmemoor y Anna Bolena, aunque yo por Poliuto tenga una debilidad especial. De Lucia es preferible el registro en vivo de 1955 que señala el encuentro con el gran von Karajan. Esa prodigiosa escena de la locura en que los pianos de María Callas poseen una levedad casi extraterrenal pero conservando el peso específico y el tinte sombreado propio de una soprano sfogato constituye uno de esos prodigios que se adhieren al cerebro de forma permanente. La Callas profundiza en el sentido trágico de Lucia, en ese momento ésta se nos aparece no ya 9 como una niña obligada por su hermano a contraer matrimonio, sino como un ser trágico intemporal. Esa dimensión fuera de la obra es lo que otorga el verdadero sentido para permanecer dentro de la obra. Es como si no fuese Lucia, sino su propia alma expresando un dolor infinito que sólo terminará con el deslumbrante mi bemol que concluye la página. Anna Bolena en la memorable representación en La Scala 1957 constituye el ápice del repertorio donizettiano de Maria Callas. Aquella representación, cuya puesta en escena corrió a cargo de Luchino Visconti, alcanza el momento culminante cuando la Callas increpó al público de La Scala con aquella famosa frase: Guidice ad Anna?. Para constatar una vez más la revolución que supuso en este repertorio de María Callas no tenemos más que mirar a los tenores que le acompañaron en estas representaciones. Tanto Giuseppe di Stéfano como Gianni Raimondi eran poseedores de dorados instrumentos privilegiados, pero su canto está mucho más próximo al verismo que a la interpretación de Donizetti y esto es todavía más acusado en el caso de di Stéfano. La “revolución” no había llegado al canto masculino. Cuando la Callas recibe la réplica de sus oponentes, lejos de fundirse en un único canto, nos hallamos ante universos superpuestos que no conviven. Cesare Valletti aportó dignidad y buen sentido entre los tenores de su generación, pero tendremos que esperar el advenimiento de Alfredo Kraus para encontrar un verdadero tenor romántico ajustado a los tiempos modernos. El Trovador fue una de las óperas que cantó repetidamente hasta mediados de los años 50. Su doliente Leonora vuelve a ser una de las inexcusables referencias en este papel de todo el siglo XX. Es de obligado cumplimiento escuchar su prodigioso D’amor sull’ali rosee, donde el legato inmaculado unido a aquella media voz que parecía venir de otro planeta construyen un momento difícil de olvidar. Otro de sus grandes papeles, tanto como Norma, es la Violetta de Traviata. Siempre se ha dicho que para cantar Traviata hacen falta tres sopranos: una ligera para el primer acto, una lírica para el segundo y una dramática para el tercero. Por fin encontramos a una soprano que es capaz de volar en el sempre libera, que dice como nadie ha dicho con desbordada pasión desesperada, en aquel momento culminante, aquello de Amami Alfredo. Y en el tercer acto aparece la figura doliente que para el tiempo en Addio del pasatto. De sus traviatas yo me quedo sin dudar con aquella de Lisboa de 1958 en la que tuvo a su lado a uno de los mejores Alfredos de la historia el gran Alfredo Kraus que le da la más luminosa de las réplicas. Como intérprete verdiana la Callas se sentía más a gusto en el primer Verdi que en el último. Abigaille es un claro ejemplo de soprano dramático de agilidad y el tremendo recitativo “Ben io t’invenni” que obliga a la soprano a un salto de dos octavas entre el do agudo y el do grave es un magnífico ejemplo que nadie debería perderse. Los dificilísimos papeles de Lady Macbeth y Elena de Vísperas Sicilianas encontraron en la Callas a una de sus mejores intérpretes. La Amelia de Ballo in Maschera aún contando con grandes momentos nos lleva a pensar en una Callas fuera de lugar, aquí como veremos más adelante se requiere otro tipo de soprano. 10 La Gioconda, el papel de su debut, lo llevó al disco en dos ocasiones. En ambos casos el tenor es correcto, pero es una lástima que con los magníficos tenores que había en el momento las casas discográficas hubiesen puesto más carne en el asador. La primera es preferible, la voz de la Callas está intacta y contiene dos joyas de las más luminosas de toda la discografía callasiana. En la frase Enzo adorato comme io t’amo la Callas realiza un escalofriante doble regulador piano-fortepiano, lleno de poesía que cada vez que lo escucho vuelve a emocionarme tanto como la primera vez que lo hice. La segunda gema corresponde al fantástico dúo con Laura, papel que incorpora la gran mezzo Fedora Barbieri, que se inicia con la frase É un anatema. La violencia y la agresividad de la Callas se ven espléndidamente respondidas por la contundencia del registro central y grave de una Barbieri que hace época. La Tebaldi La voz de Renata Tebaldi es por derecho propio una de las grandes leyendas de la historia de la ópera. Nos encontramos por tanto en un escenario diametralmente opuesto al que hemos descrito anteriormente. Si cuando hablábamos de la Callas decíamos que su voz no era lo más importante, al referirnos a la Tebaldi tenemos que afirmar todo lo contrario. Esto no quiere decir que la Tebaldi no fuera una gran intérprete. Lo era. Lo que queremos decir es que la calidad del instrumento era tan superlativa que polarizaba nuestra atención. Su voz era dulcísima y a la vez de un volumen y un squillo extraordinarios. Esta paradoja que raramente se da cita dentro de una misma voz, compone uno de sus mayores atractivos, ya que alberga en su interior posibilidades tímbricas casi infinitas. Desde aquellos pianos sutiles, mínimos, Dos óperas imprescindibles de la gran soprano son El Barbero de Sevilla y Tosca. De El Barbero mucho la enseñó Elvira de Hidalgo que fue una de las grandes Rosina de principio de siglo. En el aria Una voce poco fa la Callas se permite el alarde de hacer en la primera estrofa las notas en el registro inferior escritas para una mezzosoprano y en la segunda las agudísimas notas previstas para una soprano ligera. Si a esto sumamos la nitidísima dicción, la picardía, espontaneidad y la travesura que destila su interpretación nos lleva a encontrarnos con una de las mejores posibles de la historia del disco. Callas llevó a los estudios de grabación Tosca en dos ocasiones, es preferible la primera. Muchos me dirán que en la segunda Bergonzi encuentra momentos inolvidables. Es cierto, pero el derroche tímbrico de di Stéfano, aquí sí en su lugar, es de una calidad y un calor inolvidables. Di Stéfano no es lo mejor de esta grabación, lo mejor son de Sábata y Gobbi. Director y barítono son junto a la Callas los verdaderos artífices de que esta grabación haya devenido legendaria. Se cuenta que el perfeccionismo de la Callas le llevó a repetir más de doscientas veces esa frase declamada en la muerte de Scarpia: E avanti a lui tremava tutta Roma! 11 sufridos durante la guerra. Su intervención en aquella noche legendaria se resume en aquella repetida frase del gran maestro, que dijo que la soprano poseía la voz de un ángel. A partir de aquí el mundo se rindió a los pies de la soprano con razón. En la Scala cantó una espléndida Elsa de Lohengrin y una soñadora Tatiana de Eugene Oneguin, ambas en italiano. También participó en el Chenier que se puso en escena para conmemorar el primer aniversario de la muerte de Umberto Giordano junto a Mario del Mónaco bajo la sorprendente batuta de Víctor de Sábata, en el que deja una de las mejores lecturas de La mamma morta de que haya noticia. Con de Sábata en el podio y compartiendo un elenco de ensueño, encabezado por Mariano Stábile, dejo un Falstaff para la historia. Entre otras funciones memorables podríamos destacar La forza del destino con la dirección de Mitropoulos en Florencia en 1.953 y su debut con Otello en el Metropolitan en 1.955, lo que marcaría el inicio de su colaboración con el coliseo neoyorkino que terminaría en un prolongado idilio con el publico de Manhattan. Siempre se ha valorado, con justicia, la enorme aportación que María Callas realizó al repertorio del primer tercio del ochocientos, y de alguna manera, se ha resumido la actuación de la Tebaldi en un canto hedónico que gozaba produciendo sonidos con un instrumento de belleza privilegiada. Rodolfo Celletti afirma que “la Tebaldi restituyó al último Verdi, a Puccini, e incluso a algún autor verista, una propiedad que estaba prácticamente desaparecida en el ventenio precedente y aportó a los personajes su justa dimensión. Que no eran aquellas de furiosas émulas de sopranos wagnerianas, sino heroínas en las que el arrebato pasional eran momentos excepcionales y no estados de ánimo permanentes. En substancia, la Tebaldi devolvió el lirismo, el abandono patético la línea vocal vinculada al canto legato, el fraseo en el que las smorzature y los pianissimi tenían el mismo peso expresivo que el de la explosión estruendosa.” Si coincidimos, y yo personalmente lo hago, con el gran que conservan todas propiedades tímbricas del instrumento, hasta el forte más expansivo capaz de dominar todo lo que hubiera a su alrededor. La voz posee tanta cantidad de terciopelo como de ese brillo y espesor diamantino que forma la parte nuclear de esa fuerza arrebatadora que deslumbra en la imponente sonoridad de tan privilegiado instrumento. Renata Tebaldi fue alumna de Carmen Melis, soprano que brilló en el repertorio pucciniano como con posterioridad lo haría su alumna. Es curioso comprobar cómo las maestras de ambas artistas marcaron su posterior repertorio. Renata Tebaldi debutó el 23 de Mayo de 1944 cantando Elena en el Mefistófele de Arrigo Boito pero la verdadera conmoción surgió cuando Toscanini la seleccionó para la reinauguración de La Scala tras su reconstrucción de los bombardeos 12 casi en la región de la mezzo, entonces aparece la voz de la Tebaldi acariciándonos y la dulzura, blandura y solidez de ese registro nos recuerdan que se trata de una auténtica soprano. crítico italiano, se desmonta la idea de una Tebaldi tañedora de un instrumento de gran belleza. En todo caso nunca se llega tan lejos sólo con belleza, normalmente hace falta talento, y la Tebaldi lo tenía, al menos tanto como terciopelo en su voz. La lista de los imprescindibles de Tebaldi es afortunadamente enjundiosa y suculenta. Difícilmente encontraremos una Margherita de Mefistófele mejor que Renata. Su alucinada y luminosa versión del aria L’altra notte combina esos ingredientes de terciopelo, potencia, amplitud y squillo en unas cantidades asombrosas. Asimismo fue una defensora de la ópera La Wally de Alfredo Catalani de cuya aria Ebben ne andró lontana nos ofrece una versión de absoluta referencia. Otro de sus grandes papeles veristas es la protagonista de Adriana Lecouvreur en el que si bien no tiene Podemos considerar a Elena de Las vísperas sicilianas la última soprano dramático de agilidad de Verdi. Hasta aquí es donde la Callas reina, a continuación nos encontraremos en el mundo de Tebaldi. A partir de aquí las sopranos verdianas renuncian a la agilidad a cambio de un canto más lírico inspirado en la grand opera francesa y en cantantes como Cornelie Falcon. Amelia, Leonora, Elisabetta y Aida demandan voces con registros central y grave importantes que se sombreen casi como los de una mezzo, con agudos luminosos y un desarrollado juego de claroscuros desgranado con pianos y pianisimos que se desplieguen en un canto legato y silábico. Las cuatro son criaturas dolientes ofuscadas en mundos masculinos a las que podríamos añadir a Éboli, una mezzo con sabor de soprano. El ejemplo más acabado de esta soprano del último Verdi es sin duda Teresina Stolz que debió ser una soprano extraordinaria si atendemos a las enormes exigencias que Verdi demanda en estos papeles. Es en este Verdi donde la Tebaldi encuentra uno de sus lugares ideales. Escucharla en La vergine degli angeli de La forza del destino es toda una experiencia. El extatismo que consigue con su fabulosa media voz hace buena la famosa frase de Verdi “el canto es una expresión poética del alma y no una lucha física del cuerpo.” Aida fue uno de los caballos de batalla de Renata Tebaldi. Sus dos grabaciones son espléndidas: en la primera encontramos el timbre intacto y luminoso, en la segunda, el elenco, comandado por Karajan es fastuoso y la Filarmónica vienesa impagable. Escúchese el recitativo Qui Radamés verrá este es un fantástico ejemplo de este tipo de soprano del último Verdi, Comprobaran la tesitura central y grave necesaria para afrontarlo, nos estamos moviendo 13 de acceso existente hoy en día les recomiendo que escuchen ambas. Con el paso de los años Renata Tebaldi afrontó papeles de mayor peso dramático donde en algunas ocasiones la encontramos fuera de lugar, de todos estos el mejor sin duda es el de Giocconda, papel también interpretado por María Callas y del que también comprobarán realiza una creación que poco o nada tiene que ver con la de la soprano griega pero que es igualmente válida. Una vez más nos encontramos con una toma en vivo y otra de estudio ambas junto a Carlo Bergonzi y una vez más les recomiendo las dos. La Callas duró en buena forma local poco más de una docena de años, mientras que la Tebaldi se mantuvo con solvencia encima de los escenarios casi un cuarto de siglo, aunque periodo áureo abarque desde 1946 a 1960. El título de este artículo hace referencia a la rivalidad mediática de esas dos mujeres porque en realidad no podemos hablar de una confrontación artística ya que sus coincidencias en repertorio son prácticamente inexistentes y su aproximación interpretativa a los papeles que afrontaron también procede de posiciones claramente diferenciadas. Lo que realmente sucedió es que los aficionados a la ópera se posicionaron como partidarios de una u otra como si de ambientes taurinos o futbolísticos se tratara, cuando en realidad una de las grandes cosas que tiene el arte es que caben todos y no hay que elegir. adherencia interpretativa de la extraordinaria Magda Olivero una vez más la belleza de su timbre resulta turbadora. Puccini es quizá el compositor con el que más identificamos a Renata Tebaldi. Sus frágiles heroínas encuentran en la dulzura y lirismo de la gran soprano una de las intérpretes más convincenteso: Manon, Mimi, Butterfly, Tosca, Liú y Minnie fueron auténticas creaciones de Renata Tebaldi a las que infundió ese lirismo, esa dulzura a la que antes hacía referencia Rodolfo Celletti. De cuatro de ellas encontramos dos grabaciones de estudio y varios registros procedentes de representaciones teatrales. Por calidad de sonido es preferible acudir a las tomas de estudio en las que normalmente en las primeras encontramos la voz de la Tebaldi más entera, más intacta, y en las segundas mejores compañeros de reparto. Es difícil decantarse por unas u otras, si de verdad les gusta la soprano y habida cuenta la facilidad De verdad, no lo hagan. Quédense con las dos, con la que en ese momento suene en su equipo de música. 14