Los casos de Lituma

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FRANCISCO JAVIER ORDIZ VÁZQUEZ
Los casos de Lituma
Mito y realidad del Perú contemporáneo en dos
novelas de Mario Vargas Llosa
RESUMEN: Desde La guerra del fin del mundo (1981), Mario Vargas Llosa ha llevado a
cabo en su narrativa una sostenida reflexión sobre la irracionalidad humana y el mal en sus
distintas manifestaciones. En ¿Quién mató a Palomino Molero? y Lituma en los Andes, el
escritor peruano indaga en distintas expresiones de estos temas en el Perú del siglo XX a
través del esquema del relato de investigación criminal. En consonancia con las características del llamado “neopolicial” latinoamericano, el guardia civil Lituma, protagonista
de ambas novelas, va descubriendo, a lo largo de sus pesquisas, que la responsabilidad
última de los crímenes que trata de resolver se encuentra en la realidad social y cultural
de un país donde rige un rígido clasismo económico y racial, y en el que todavía existen
zonas geográficas donde pervive una violencia ancestral, ligada a los mitos originales, y
una actividad terrorista ajena a todo principio racional.
PALABRAS CLAVE: Vargas Llosa, Lituma, neopolicial, Mal, mito.
La narrativa policial constituye hoy en día en sus diferentes modalidades
uno de los principales referentes de la novela moderna. En Hispanoamérica, después de unos inicios titubeantes en que el género se relacionaba más con el ámbito
de la literatura de masas y, por tanto, se consideraba como un tipo de producción
al margen del canon, se afianza desde el llamado ‘postboom’, la presencia de este
tipo de argumentos, personajes y planteamientos, heredados directamente de la
llamada “novela negra” norteamericana, donde, por encima de la resolución del
enigma, prima la descripción de una sociedad corrupta y degradada. La situación
de algunos países hispanoamericanos en las décadas finales del siglo XX, unida
al final del periodo de experimentación formal que supuso el “boom”, impulsó
a la joven generación de escritores a fijar su atención en estos esquemas, que
vieron como un vehículo eficaz para crear, en primera instancia, una historia que
resultase atractiva para el lector –uno de los objetivos principales de los nuevos
narradores- y, por otro lado, penetrar, a través de la mirada crítica o desencantada
del policía o investigador, en los entresijos de la sociedad y los acontecimientos
recientes de sus respectivos países. Autores como Paco Ignacio Taibo II, Ramón
Díaz Eterovic, Leonardo Padura o Guillermo Martínez son, entre otros muchos,
representantes destacados de esa tendencia que el primero de ellos ha bautizado
como “neopolicial” latinoamericano, que cuenta con un nutrido grupo de representantes en todos los países del continente y en la que se pueden incluir las dos
InterseXiones 2: 131-141, 2011. ISSN-2171-1879.
RECIBIDO: 27/10/2010
ACEPTADO: 10/01/2011
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obras de Mario Vargas Llosa que comentaré en este trabajo, ¿Quién mató a Palomino Molero? y Lituma en los Andes. Estas dos novelas, como pretendo poner
de relieve en las páginas que siguen, respetan en líneas generales los parámetros
estructurales y temáticos del neopolicial, aunque hallemos también en ellas una
diferencia de cierto calado con respecto a las obras de los autores mencionados:
me refiero a la condición de funcionario policial del personaje central de ambas
historias, el guardia civil Lituma.
Como señala Martín Cerezo, ya desde los relatos seminales del género
se encuentra explícita una oposición entre el detective privado y la policía, “en
la que ésta siempre saldrá humillada” (Martín Cerezo 2006:157). La razón es
clara: mientras los funcionarios policiales trabajan en defensa de las leyes de
un Estado con frecuencia corrupto o violento, el detective realiza su labor con
mayor independencia, y a menudo, tiene que enfrentarse con las trabas que la
propia legislación o la misma policía estatal interponen en su camino. Como
norma general, se podría afirmar que la abundancia de detectives privados es
patente en los relatos que nacen en contextos histórico-sociales degradados por
la corrupción social o por un poder dictatorial, en tanto que el protagonismo
del funcionario policial se hace más evidente en sociedades más democráticas
y estables. En este sentido, cabe destacar la diferencia que existe en los relatos
que en la actualidad se escriben a uno y otro lado del Atlántico: mientras que en
Europa triunfa claramente el policía (Mankell, Donna Leon, Camilleri, Silva),
los escritores hispanoamericanos siguen mostrando sus preferencias por la figura
del detective, lo cual, en principio, parece un síntoma bastante revelador de la
desconfianza que a estos últimos les merecen sus respectivos sistemas políticos.
En este contexto, la presencia como protagonista de un guardia civil de conducta irreprochable como Lituma constituye una excepción y podría interpretarse
no tanto como una muestra de confianza del autor en el sistema –las críticas al
mismo son evidentes- como en su capacidad de regeneración, un contenido que,
como indica Mempo Giardinelli, ya se encontraba implícito en la tradición de la
“novela negra” norteamericana (Giardinelli 1996: 243).
Desde el punto de vista estructural, ambos relatos avanzan conforme a
las pautas básicas del género: la presencia inicial de un acontecimiento que supone una “transgresión” (un asesinato en un caso, una desaparición en otro) que
suscita de inmediato las preguntas consabidas (quién, cómo y por qué lo hizo) y
la aparición del personaje o personajes, a la postre protagonistas principales del
relato, que se van a encargar de dar respuesta a estas preguntas y a través de cuya
perspectiva vamos conociendo la historia. Ésta última evoluciona por su parte
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conforme a la clásica estructura indicial: los guardias civiles encargados de la
investigación en uno y otro caso, se encargan de obtener información por medio
de los testimonios de los personajes con los que conversan o a los que interrogan,
unos datos que, junto con su propia capacidad de deducción, les llevan finalmente
a la resolución del crimen. En consonancia con los relatos “neopoliciales”, lo
verdaderamente relevante no es en estos casos la revelación del enigma, sino todo
aquello que los investigadores se van encontrando por el camino y que el lector
percibe a través de las descripciones del narrador y sobre todo de los diálogos
de los personajes. En este sentido, las dos obras que aquí nos ocupan son claros
ejemplos de ciertas preocupaciones (casi diría obsesiones) que recorren buena
parte de la novelística de nuestro reciente Premio Nobel: la imagen desencantada
de la realidad peruana, presente ya en títulos como La ciudad y los perros (1962)
o Conversación en la Catedral (1969), y, sobre todo, las reflexiones sobre la
irracionalidad humana y el mal, que dominan la obra de Vargas Llosa desde La
guerra del fin del mundo (1981) hasta su más reciente El sueño del celta (2010).
¿Quién mató a Palomino Molero? nos sitúa, ya desde el título, ante el
escenario clásico del policial tradicional: la constatación de un crimen, del nombre de la víctima y la pregunta sobre la identidad del asesino. Este hecho fija ya
las expectativas del lector, que supone que va a asistir al proceso de investigación
que, finalmente, conducirá a dar respuesta a la pregunta que se plantea. La novela
se atiene, en este sentido, a las leyes del género, y ya desde la primera escena
presenta el caso -la aparición del cadáver de un militar de una base aérea, que ha
sido asesinado después de haber sufrido atroces torturas -y a los investigadores
que se van a hacer cargo de las pesquisas: el Teniente Silva y el guardia Lituma,
destinados al destacamento de la Guardia Civil de Talara, pequeña población del
norte del Perú.
La acción de la novela se focaliza en el personaje central, en este caso
Lituma, con lo cual la historia se impregna de su particular ingenuidad, su lenguaje coloquial, su carácter sentimental y su afecto y admiración por su superior
a quien ve como un modelo a imitar. Por medio de sucesivos interrogatorios y
conversaciones con distintos personajes –la madre del muerto, el Coronel de la
base, la hija de éste, el Teniente Dufó, o Moisés, el dueño del bar de la vecina
Piura,- los guardias se hacen muy pronto con una idea bastante aproximada de
lo sucedido: Molero, un “cholo” de condición humilde, se enamora de la hija del
Coronel y ante la perspectiva de un matrimonio no deseado, éste ordena su muerte a Dufó, quien ayudado por otros soldados, se extralimita debido a sus celos. La
relativamente sencilla resolución del crimen, en cuya dirección se apunta desde el
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principio, deja en evidencia que las intenciones del autor van más allá del simple
descubrimiento del asesino. Silva y Lituma ponen al descubierto en su viaje la
realidad de un mundo dominado por un cerrado clasismo y una estructura social
en que los poderes tradicionalmente dominantes en el país, el ejército y el capital,
mantienen a la población en la incultura, la miseria y el atraso. Es significativa
en este sentido, la descripción que hace el narrador de las pobres condiciones en
que viven los habitantes de Talara, que contrastan con la opulencia y las comodidades de la base aérea y de las residencias de los trabajadores de la compañía
estadounidense situada en las cercanías (Vargas Llosa 1986:34). A esta dinámica
de exclusión social se une otra de no menos relevancia: los prejuicios raciales,
explícitos en varios momentos de la novela y que, en última instancia, se erigen
como uno de los principales móviles del crimen: Mindreau no podía permitir que
su hija se casara con un joven de condición social y racial diferentes a las de su
hija y por eso encarga a otro su asesinato.
La dureza que, en ocasiones, presenta el relato policial se atenúa con el
contrapunto que introduce la historia paralela que refiere los fallidos intentos del
teniente Silva por tener relaciones con Dña. Adriana, la dueña de la pensión del
pueblo, narrada en un todo ligero que descarga notablemente la tensión del resto
del relato, un recurso que, como señalaré más adelante, reitera Vargas Llosa en
Lituma en los Andes.
El desarrollo de la pesquisa policial es irreprochable y, a pesar de las
dificultades, no se detiene por mucho que los sospechosos pertenezcan a un poder fáctico tan señalado como el ejército. La conclusión tampoco es totalmente
desalentadora desde el momento en que los responsables del crimen reciben su
castigo –en particular Mindreau aunque sea por su propia mano- lo cual puede
interpretarse como un indicio de esa confianza antes señalada del autor en la
posibilidad de regeneración del sistema. Sin embargo, la percepción que tiene
el lector sobre la rectitud y honestidad de Lituma y su jefe no coincide con las
opiniones de los habitantes de Talara, que incapaces de creer en las autoridades,
aunque sean simples guardias civiles, no confían en las conclusiones de la investigación y consideran que éstos, en realidad, han tratado de ocultar un caso más
grave –espionaje, contrabando u homosexualidad- que afecta a gente importante.
Si toda resolución de un crimen supone la “recuperación de la confianza social”
(Martín Cerezo 2006: 55), en la conclusión de ¿Quién mató a Palomino Molero?
nos hallamos ante la desconfianza total de la población en sus instituciones y su
convicción de que el país está regido por una élite poderosa que hace siempre su
voluntad: “aquí los únicos que se friegan siempre somos los pobres –rezongó Don
Jerónimo-. Los peces gordos, jamás. ¿No, Teniente?” (Vargas Llosa 1986:179).
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Si en esta novela hemos visto que prejuicios como el clasismo y el racismo pueden convertirse en peligrosos generadores de violencia, en Lituma en
los Andes Vargas Llosa incide en otro aspecto a su juicio no menos dañino en la
sociedad contemporánea como es el fanatismo religioso y político.
En este nuevo relato nos encontramos al personaje cuyo nombre se menciona ya desde el título varios años después en su nuevo destino de la sierra
adonde ha sido trasladado tal y como se adelantaba al final de la novela anterior.
El guardia civil ha ascendido a cabo y ha madurado de forma evidente. Él desempeñará ahora el papel principal en la investigación, ayudado por el joven guardia
Tomasito, cuya ingenuidad y romanticismo recuerdan al Lituma de la obra precedente. Ambos se enfrentan al enigma de la desaparición de tres personas en
el remoto pueblo andino de Naccos, donde una brigada de obreros se encuentra
construyendo una carretera. Frente a la relativa sencillez estructural de ¿Quién
mató a Palomino Molero?, Lituma en los Andes desarrolla una estructura mucho
más compleja y elaborada que resumiré brevemente.
La novela se halla dividida en dos partes, parceladas a su vez en capítulos numerados del I al V (la primera) y del VI al IX (la segunda), seguidas de un
epílogo (X). A excepción de éste último, cada uno de los capítulos se compone
de tres segmentos o niveles narrativos distintos, separados entre sí por varios
espacios tipográficos en blanco.
Las secuencias situadas en primer lugar recogen la historia lineal de la
investigación del caso mencionado por parte de los dos guardias civiles. La acción se desarrolla a lo largo de una serie indeterminada de días y el tiempo de la
historia se identifica por las referencias contextuales (principalmente la actividad
de Sendero Luminoso) en la década de los 80 del siglo XX1. Como sucedía en la
novela anterior, nos encontramos en estos segmentos con un narrador en tercera
persona que en todo momento focaliza la narración en Lituma.
El siguiente grupo de secuencias lo componen relatos independientes y,
en principio, desligados causal y temporalmente del nivel precedente, que en la
1. Cabe señalar, en este sentido, la distorsión que se produce en la coherencia interna de los relatos que tienen a
Lituma como protagonista. Al final de esta obra se le comunica al personaje su ascenso a sargento y su traslado al
pueblo de Santa María de Nieva. El ya sargento Lituma es el protagonista de La casa verde, publicada en 1977, cuya
acción se desarrolla efectivamente en la localidad mencionada, y que refiere sucesos históricamente localizados con
anterioridad a Lituma en los Andes. El caso se repite con la presencia en esta obra de Mercedes, la enamorada de
Tomás, que parece ser la misma Meche que Lituma conoció tiempo atrás en el bar de La Chunga en Piura y que su
amigo Josefino se jugó a los dados. Este episodio se menciona en la obra teatral La Chunga, cuya acción, según se
señala al comienzo de forma explícita, tiene lugar en 1945. En buena lógica, y dado el tiempo transcurrido, la edad
de Meche no se podría corresponder con la juventud de la enamorada de Carreño.
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primera parte se centran en la actividad terrorista de Sendero Luminoso y en la
segunda en la historia personal de la dueña del bar de Naccos, que casualmente
también se llama Dña. Adriana, aunque no tiene nada que ver con la homónima
de ¿Quién mató a Palomino Molero?. Los episodios violentos que protagoniza
el grupo armado se narran en toda su crudeza desde la propia perspectiva de las
víctimas, mientras que la cantinera, por su parte, refiere en primera persona a
los trabajadores de la obra reunidos en su establecimiento su propia historia que
sazona con distintos comentarios e informaciones que ofrecen al lector pistas
decisivas para la resolución del caso.
El tercer grupo de secuencias recoge las conversaciones que tienen lugar
en la noche, en el retiro de su cuarto, entre Lituma y Tomás. De esta situación
inicial (los dos policías conversando en la oscuridad) nacen los segmentos que ,
de forma fragmentaria y con numerosas interferencias con el presente narrativo,
repasan de forma cronológica la historia amorosa del joven guardia con Mercedes, un tema que se convierte así en un verdadero relato dentro del relato que,
como sucedía en la novela anterior con un argumento similar, funciona a modo
de contrapunto amable a los episodios dramáticos que se desarrollan en los otros
niveles. En el epílogo, por su parte, se mantienen al principio las tres secuencias
separadas, pero éstas se desarrollan tan sólo en el nivel A y recogen informaciones y referencias de los otros dos niveles.
La estructura de Lituma en los Andes presenta, por tanto, un nivel de
complejidad muy superior al de la novela anterior, y en este caso la investigación
policial, que hace avanzar el relato y sigue el proceso tradicional de interrogatorios que sirven para acumular indicios que conducen a la resolución final, se encuentra limitada a las secuencias iniciales de cada capítulo. Dña. Adriana revela
ya desde un principio lo que le ha sucedido a uno de los desaparecidos, una información que, en primera instancia, parece pasar inadvertida pero que poco a poco
irá tomando cuerpo en las sospechas de Lituma: “le dije lo que vi. Que lo iban a
sacrificar para aplacar a los malignos que tanto daño causan en la zona”(Vargas
Llosa 1993: 41). El motivo del sacrificio ritual empieza a cobrar fuerza cuando
el cabo recibe la información del danés Escarlatina sobre los ritos ancestrales de
las comunidades que habitaban la zona que “sacrificaban gente cuando iban a
abrir un camino” (Vargas Llosa 1993:179) y recurrían con frecuencia a la antropofagia. La confesión que, en la última parte de la novela, hace a Lituma un peón
borracho (Vargas Llosa 1993: 305-312), sirve para disipar finalmente las dudas:
los tres desaparecidos han sido sacrificados a instancias de los cantineros como
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acto propiciatorio a los apus o dioses de las montañas, y los participantes en las
ceremonias han ingerido parte de sus cuerpos.
Para la construcción de ciertas escenas y la creación de algunos personajes, Vargas Llosa ha seguido de forma evidente el ciclo mitológico de Dionisos2, una figura que ha sido interpretada en la historia del pensamiento de formas
opuestas: para algunos, representa un símbolo del hedonismo y de la alegría de
vivir, en tanto que otras versiones lo han presentado como un ejemplo de la vida
licenciosa e incluso de la violencia irracional que anida en todo ser humano. El
novelista asume en su novela esta última interpretación que relaciona con las
formas de vida y pensamiento de las comunidades andinas en que la acción se
desarrolla. La versión transgresora e irónica de algunos relatos mitológicos que
tienen como protagonista a este personaje y a los que más directamente se relacionan con él, como Teseo y Ariadna, se percibe en algunas historias que cuenta
Dña. Adriana, como la de la muerte del pishtaco (Vargas Llosa 1993:209-215)
o la que refiere la visita de su marido Dionisio a su madre en el cementerio de
Yanacoto (Vargas Llosa 1993:247-248). En el primer caso, la mujer refiere la
historia del pishtaco Salcedo, especie de vampiro que, en lugar de la sangre, se
alimenta de la grasa de sus víctimas, que desde su inaccesible gruta exige a los
habitantes del pueblo que le entreguen muchachas para servirle. En el conocido
mito clásico que sirve de referencia, el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y
cuerpo humano, vive encerrado en su laberinto y los atenienses se ven obligados
a entregarle cada nueve años un tributo de siete jóvenes y siete doncellas. Teseo,
“precedido de una gran fama de destructor de monstruos” (Grimal 1981:507),
llega a Creta para derrotar al Minotauro y allí Ariadna se enamora de él y le proporciona el medio para salir del laberinto: el ovillo mágico. En la novela, Timoteo
Fajardo llega al pueblo de Quenca dispuesto a derrotar al pishtaco. También Dña.
Adriana se enamora de él –“fue mi primer marido, aunque nunca nos casamos”
(Vargas Llosa 1993: 214)- y le ayuda a salir del laberinto de cuevas donde habita
Salcedo, “tan grandes y enredadas que nadie había podido explorarlas del todo”
(Vargas Llosa 1993: 214). El mágico ovillo del mito inicial se convierte por su
parte en las defecaciones, provocadas por un mejunje de la mujer, que Fajardo va
depositando en su recorrido y que le facilitarán a la postre el regreso. Finalmente,
Teseo mata al Minotauro no se sabe si con su espada, sus propias manos o una
maza (Graves 1984:114), y Timoteo Fajardo decapita a Salcedo con un machete.
En el mito clásico, que estructura la segunda escena, se narra el descenso al Hades de Dionisos en busca de su madre Sémele. Le indica el camino un tal
2. Es significativo el título de Dionisos y Ariadna con que el autor presentó la novela al Premio Planeta.
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Prosimno o Polimno, que le pide al viajero a cambio la dispensa de sus favores.
Dionisos regresa del Hades tras hablar con su madre, pero el informante ha muerto. Para saldar su deuda, el joven planta un bastón en forma de falo en su tumba
y simula el acto sexual (Grimal 1981: 433).
En Lituma en los Andes la historia se reelabora casi sin variaciones. La
difunta madre de Dionisio lo cita en sueños en el cementerio. Allí el guardián,
Yaranga, lo requiere sexualmente como condición para franquearle el paso. Dionisio promete cumplir el requisito antes de consumar el matrimonio, pero cuando
se dispone a hacer efectivo el compromiso tras su boda con Adriana, se encuentra
con que Yaranga ha muerto. Dionisio clava en la tumba del guardián una rama de
sauce en forma de verga y se sienta encima (Vargas Llosa 1993: 247).
En estos dos episodios, los diferentes mitemas, que conforman algunas
escenas del relato clásico, se encuentran presentes como trasunto estructural de
la acción. Ya de forma más fragmentaria, otros retazos del mito tradicional se
adivinan en la historia personal de Dionisio, que se asemeja de forma cercana a
los hechos protagonizados por el personaje mitológico del que toma su nombre
(Vargas Llosa 1993: 242-243), o en la propia descripción que hace Lituma del
cantinero como “un hombre (…) gordito y fofo, de grasientos pelos crespos”
(Vargas Llosa 1993: 66), imagen que claramente remite a la iconografía tradicional de Dionisos-Baco.
Vargas Llosa incide en esta novela en la presentación de dos ambientes,
dos culturas y dos formas de pensamiento que conviven en el Perú y de las que
son ejemplo, por un lado, los habitantes de Naccos y, por otro, Lituma y otros
visitantes ocasionales del lugar que proceden de espacios diferentes. El tema no
es nuevo y, de hecho, es uno de los tópicos más frecuentados de la narrativa indigenista peruana, en la que el contraste entre la sierra y la costa ha servido para
ensalzar y defender los valores tradicionales de un pueblo cuyas señas de identidad más antiguas y genuinas se localizaban en esta zona andina, enfrentados a la
dañina penetración de influencias extranjeras, siempre aliadas con el capital explotador, que dominaban en las zonas costeras3. El novelista subvierte en Lituma
en los Andes los términos de esta dicotomía indigenista para resaltar los valores
del mundo costeño, urbano y occidental, frente a la superstición y la irracionalidad que dominan aún en la vida cotidiana de los habitantes de la sierra. Como
3. No olvidemos que Vargas Llosa fue un gran estudioso de la obra de José María Arguedas, principal representante
de esta tendencia, de la que ofrece una interpretación muy crítica desde el punto de vista ideológico en el libro cuya
referencia aparece en la bibliografía de este trabajo.
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ya ocurriera en su día con los teóricos y novelistas que, a lo largo del siglo XIX
y comienzos del XX, desarrollaron en sus textos el conflicto entre “las dos Américas”, que Sarmiento popularizó en términos de civilización frente a barbarie,
Vargas Llosa atribuye la pervivencia de este tipo de creencias ancestrales al alejamiento de los centros civilizados. Naccos se encuentra en pleno altiplano andino,
en un área geográfica deprimida, inhóspita y aislada, y en la novela se hacen
frecuentes alusiones a las dificultades que entraña no sólo acceder a la zona, sino
también los traslados a lugares relativamente cercanos. En este espacio dominan
unos códigos culturales y de comportamiento que desafían todas las normas civilizadas y cuyos principales representantes son, por un lado, la violencia política
que protagoniza Sendero Luminoso, y, por otro, la persistencia de un pensamiento ancestral de tipo mítico y ritual en el que sigue viva la idea del sacrificio
humano como acto propiciatorio de la ayuda divina. Esta realidad escandaliza a
Lituma, que ve en ella un ejemplo de atraso, incultura, superstición y, en definitiva, barbarie. Él, procedente de otro espacio, la costeña Piura, un lugar, como dice,
“sin apus ni pishtacos” (Vargas Llosa 1993: 177), se siente extraño en medio de
una cultura que no comprende: “nunca entenderé una puta mierda de lo que pasa
aquí” (Vargas Llosa 1993: 35), declara al poco de comenzar el relato. Su desazón
de hecho comienza cuando se da cuenta de que él es el único costeño del lugar:
“los peones eran cerca de doscientos y venían de Ayacucho, de Apurímac, pero
sobre todo de Huancayo y Concepción, en Junín, y de Pampas, en Huancavelica.
De la costa, en cambio, ninguno que él supiera” (Vargas Llosa 1993: 13). Sólo se
entiende con su adjunto porque “aunque nacido en Sicuani y quechua hablante,
Tomás parecía un criollo” (Vargas Llosa 1993:13). Esa sensación de inseguridad
e incomunicación le van a acompañar a lo largo de todo el relato.
Frente a la superstición y la violencia, ingredientes esenciales como
hemos visto de esa “moral dionisiaca” interpretada en su sentido negativo que
domina en el espacio andino, Vargas Llosa ofrece como contraste la imagen de
civilización, educación y cultura que encarnan determinados personajes procedentes de la ciudad o de origen extranjero. Es significativa, en este aspecto, la
secuencia que narra el asesinato de la Señora D´Harcourt a manos de los senderistas, episodio tomado de un hecho real: la muerte de la antropóloga Bárbara
Gasil4. La seguridad de la naturalista en que nada va a sucederles a ella y a su
acompañante, basada en el razonamiento y la lógica (situación similar a la planteada en otro episodio con unos turistas franceses), choca con el muro de incomprensión y fanatismo de los guerrilleros que, según comenta el ingeniero Cañas,
4. El nombre del personaje procede a su vez de Margerite D’Harcourt, autora junto a su marido Raoul del libro La
musique des Incas (1925) y ejemplo para el autor de la intelectual extranjera estudiosa y amante de la cultura andina.
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que acompaña a la mujer y muere finalmente con ella, “parecen de otro planeta”
(Vargas Llosa 1993:119).
Como conclusión, creo que podemos afirmar que las estrategias narrativas y los temas esenciales del neopolicial latinoamericano se encuentran presentes con claridad en las dos novelas aquí tratadas. Las “aventuras” de Lituma al
lado de sus acompañantes, más que poner en evidencia las presuntas dotes investigadoras del personaje, sirven como vehículo para reflexionar sobre la realidad
de un país dominado por una violencia que se genera desde diferentes ámbitos.
En estos casos, el racismo y el clasismo de las clases dominantes por un lado, y la
superstición e intolerancia imperantes en las comunidades andinas tradicionales
por otro, serán en última instancia los verdaderos responsables de la muerte de
Palomino Molero y de los tres peones de Naccos.
Universidad de León
E-mail: fjordv@unileon.es
Francisco Javier Ordiz Vázquez
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Giardinelli, Mempo. 1996. El género negro. Ensayos sobre literatura policial.
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1986. ¿Quién mató a Palomino Molero? Barcelona: Seix-Barral.
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