RECORTAR UN CUADRADO FORMANDO UN PAISAJE: CUATRO RUTAS PARA TRANSITAR “MICRO-ACCIONES PERIFÉRICAS” La montaña a lo lejos. El caminante contempla el paisaje abierto y planea su recorrido. Sin mapa. Preparar el camino antes de comenzar consultando las rutas, imaginando desde el papel el verdor del paisaje, el sonido brillante de los insectos, la felicidad del cansancio acumulado al alcanzar la cumbre. Antes de iniciar el viaje, el espectador se detiene también a mirar el espacio blanco de la galería. Sabe que su caminar le llevará lejos para devolverle, como siempre, a su punto de partida inicial, ese que se desplaza y nunca permanece idéntico. Primera Ruta: De la naturaleza doméstica a los objetos domesticados ¿Cuánto tardamos en atravesar el espacio que encierran las paredes de una habitación? ¿Cuánto tardamos en recorrer el breve espacio que, en esos mismos muros, encierra la fotografía de unas vacaciones pasadas? ¿O la postal que nos muestra la vista aérea de esa ciudad que siempre quisimos visitar? Recorrer espacios con el cuerpo, recorrer espacios con la imaginación. ¿A cuántos lugares nos ha llevado el movimiento reiterado de nuestras piernas? ¿A cuántos el movimiento pendular de las pupilas sobre las páginas de todos nuestros libros? Si los poetas acostumbran a trasladar el sentido recto de las palabras a uno figurado, José Otero traslada los objetos cotidianos a campo abierto. Así, la alfombra funcional que antes pisábamos sin reparar en ella se extiende ahora en lo alto de la montaña. Añade color al paisaje, se transforma en motivo exótico de contemplación. La manta con manchas animalescas con la que nos cubríamos al acomodarnos en el sofá (como en un intento de traer lo salvaje hasta el hogar por vía del diseño textil) convierte en cuello de jirafa, en naturaleza indómita, los postes de electricidad en un campo de Álava. La estantería sin fondo llevada a campo abierto nos hace leer entre sus baldas vacías un infinito libro de poemas, una novela interminable, una partitura imprevisible. Se abre una puerta entre ambos mundos: el transitado con zapatillas de andar por casa en los pisos de ciudad diseñados para ofrecer comodidades a una nueva época y el espacio agreste donde el mismo cielo, la misma luna, los mismos colores han permanecido casi idénticos mientras iban cambiando sus testigos. Este mismo movimiento hacia el exterior nos enseña a avanzar por el salón de nuestra casa como si se tratara de una fascinante jungla de objetos. El espacio natural puede ser habitado, lo doméstico nos aguarda silencioso, domesticado, lleno de impensadas posibilidades. Segunda ruta: Siguiendo al hombre de rojo, hacia el Mar del Norte ¿Quién es ese hombre de rojo? Una y otra vez intenta el gesto: ¿fracasa o triunfa? En la comedia de los actos sin finalidad, de las acciones que no buscan una ganancia sino que su valor se agota en sí mismas, no hay diferencia: actuamos por actuar, nos vamos, dando una vuelta, por el mismo camino que vinimos. Mercier o Camier, Vladimir o Estragon: el hombre de rojo es uno de los protagonistas que transitan por la literatura de Samuel Beckett. Completamente serio, sin alterar la expresión, encuentra una señal de coto privado de caza y la transforma ingenuamente en un cartel que señala su legitimidad de poseer un árbol, un bosque. El hombre de rojo es Buster Keaton, ese individuo insignificante que todos llevamos dentro y que encuentra la belleza oculta tras el opaco aburrimiento de las convenciones. “Hacia el mar del Norte”: Lo vemos de espaldas, agachado en un campo de trigo parodiando al más paródico de los artistas conceptuales. Ese hombre es Marcel Broodthaers, el artista que inauguró en su casa de la Rue de la Pépinière de Bruselas un museo ficticio para jugar en serio, como los niños, un juego de adultos. El hombre que se disfrazaba de director de museo, como José Otero juega a disfrazarse con el rostro de Yeats, de Auden, de Robert Smithson o de Philip Larkin sublimando la provincia. La actitud del genio creador convertida en farsa, en una carteta de cartón. Tercera ruta: Viaje a la frontera donde el paisaje desaparece sin el marco El concepto romántico de lo sublime convierte al paisaje en el retrato de lo que nos desborda, la experiencia de una desproporción sensible que apenas somos capaces de concebir. La naturaleza rebosa al hombre y al lienzo. Pero, al mismo tiempo, ¿no es ya el paisaje que miramos una idealización de todos los paisajes que nuestros antepasados atraparon entre las tablas de un marco, entre los márgenes de una pintura? ¿No se conforma nuestro mirar con el bagaje de todas las lecturas que acumulamos? El viento hace sonar las ramas de los árboles que pueblan los bosques de Thoreau. Nos atraviesa el ritmo meditativo de los paseos de Robert Walser. Tres vistas de la sierra madrileña llevan ahora la firma de William Blake, W. B. Yeats o John Keats. José Otero hace castillos de arena en el margen de un camino, riega la tierra hasta formar un charco, sube una ladera produciendo con sus pies una excavación aparentemente natural. Poniendo un marco en la naturaleza, escribiendo, dejando huella sobre ella, retratándola infinita. Pero esta salida del marco o de la página hasta el espacio real nos recuerda también necesariamente a los protagonistas de las primeras experiencias de land art. Estas “micro-acciones” evocan el gesto obstinado de Richard Long en “A Line Made by Walking”, quien nos enseñó a hacer arte caminando. Asimismo encontramos en ellas el grandioso guiño de Robert Smithson en aquel homenaje a Jackson Pollock, “Asphalt Rundown”, que consistía en verter toneladas de asfalto sobre una colina romana. Distingue a José Otero, frente a la actitud heroica de estos artistas consagrados, el gusto por el detalle, por atrapar el instante poético, por la fugacidad del juego. En “Pasos” la naturaleza forma su propia obra de arte al reflejarse sobre sí misma en el agua acumulada en un camino después de la lluvia. Ataviado con unas largas botas, el artista disuelve el reflejo momentáneamente al pasar. En unos instantes la imagen vuelve a su forma tranquila y primigenia, como si nada hubiese sucedido. Cuarta ruta: En los alrededores de las imágenes textuales y los documentos imaginarios Se camina con la mente, el paisaje se construye con la imaginación, pero se escribe con el cuerpo sobre el terreno. El paisaje se piensa, se medita, se recuerda, se respira se incorpora a nuestro estado de ánimo. Estar o no estar, dar cuenta de los hechos reales. La obra no está en la fotografía, no está en el vídeo que documenta la acción, pero tampoco fuera de ellos. De nuevo el recuerdo de Smithson: la tensión entre el “site” (el lugar de la obra) y el “non site” (el lugar de la galería). La tensión de la pintura expandida, de la música expandida, de la literatura que desborda la página, como esos puntos suspensivos que se dibujan cuesta abajo con pelotas ligeras de pinpon… El artista enmarca en la naturaleza, en el espacio de la vida, un pequeño escenario. Se mueve ya dentro del teatro de nuestros sueños. Las imágenes nos parecen, a primera vista, meros obstáculos interpuestos en nuestra percepción de lo real; y sin embargo, son estos elementos los que dan cuenta no de lo que hubo, sino de lo que ahora poseemos. Se produce una expansión de lo existente: al final del camino somos un poco más de lo que fuimos. Sandra Santana