uvieron que abandonar sus hogares de la noche a la mañana para esquivar a la muerte. Algunos huyeron con su familia, pero otros no pudieron ni despedirse. Muchos eran niños y solo con el paso de los años comprendieron la gravedad de lo que vivieron. Fueron forasteros no deseados en mundos desconocidos y lejanos, completamente distintos de la tierra que dejaron atrás. Sintieron en sus huesos el abandono de los gobiernos y el peso de los prejuicios. Deambularon sin más pertenencia que la vida propia, sin más rumbo que un futuro en paz, con la impotencia de ver que dependían de un pedazo de papel. Algunos de los nombres más destacados del último siglo tuvieron que huir de sus países expulsados por la guerra, la persecución política, la represión sexista o el fanatismo religioso. No es la primera vez que Europa vive un fenómeno de este tipo. La Segunda Guerra Mundial, la Guerra de los Balcanes e incluso, más recientemente, la Primavera Árabe dieron lugar a grandes flujos de desplazados y exiliados. Muchos de los que lucharon por su derecho a una vida en paz obtuvieron asilo, pudieron desarrollarse y compartieron con el mundo la luz de su ciencia, sus letras, arte, música, política. Albert Einstein, Freddie Mercury o Steve Jobs fueron algunos de los refugiados célebres del siglo XX que ya no están aquí para contarnos su experiencia y opinar sobre la situación de millones de refugiados que escapan hoy en día de las guerras de Siria, Afganistán, Sudán o Irak. Sin embargo, otras personalidades familiarizadas con el exilio y no menos relevantes consagran gran parte de su trabajo a ayudar a quienes hoy atraviesan por el infierno que antaño ellos pasaron. Fieles a su memoria, estas mujeres y hombres sí tienen algo que decir sobre quienes vienen a Europa en busca de protección. T El exiliado que retrató a los refugiados. Con solo 17 años y tras salir de prisión por sus ideas progresistas, el húngaro de origen judío Endre Ernö Friedmann hizo las maletas para alejarse del gobierno fascista que entonces regía el país. Su primer destino como exiliado fue Alemania y posteriormente, con la llegada de los nazis al poder, se marchó al Estado francés. Junto con su pareja, la fotógrafa alemana Gerda Taro, construyó el personaje artístico de Robert Capa, el principal icono del fotoperiodismo hasta hoy. Bajo este seudónimo, la pareja de fotógrafos tomó algunas de las instantáneas más representativas de la Guerra del 36. Gerda Taro murió en Madrid mientras cubría la batalla de Brunete, aunque el personaje de Robert Capa siguió capturando la cara más amarga del Estado español en los años de guerra, incluso en los campos de concentración donde el Gobierno francés hacinó a miles de huidos en condiciones infrahumanas. Friedmann era judío y sintió el aliento del fascismo en la nuca hasta el último de sus días como reportero de guerra. Gracias al nombre de Robert Capa, un supuesto fotógrafo estadounidense famoso, el húngaro pudo exiliarse y pasar desapercibido ante el peligro. Las filas interminables de refugiados caminando bajo la lluvia, los campamentos improvisados en medio de la nada y otras secuencias de la actualidad parecen calcos en color de la realidad que Capa fotografió hace ochenta años. Puertas cerradas a cal y canto. Las fronteras de los países del Este y los Balcanes se han ido cerrando a medida que crecía el flujo de refugiados con destino a Europa Occidental. Hungría, país de tránsito para quienes aspiran a llegar a Alemania y Austria, fue el primero de la Unión Europea que decidió cortar el paso a los exiliados de guerra, causando un efecto dominó en el cierre de fronteras en Croacia, Serbia, Eslovenia y Macedonia. «Veo con mucha tristeza el rechazo a los refugiados. Nadie abandona su hogar, sus amigos, su familia, a menos que esté desesperado». La escritora chilena Isabel Allende no tuvo que recorrer a pie los fríos caminos de los Balcanes, pero vivió en persona la negativa de varios países a acoger a su familia y otras muchas que escapaban de Chile tras el golpe de Estado de Pinochet. «Cuando nosotros salimos, ya no aceptaban chilenos ni en Costa Rica ni en México (…). Habíamos salido tantos chilenos que ya no nos querían», explica a 7k la autora de “La casa de los espíritus”. La familia de Allende escogió Venezuela, excepción democrática en medio de las dictaduras que asolaron la región, porque «era de los pocos países latinoamericanos donde había trabajo». El país caribeño también fue destino de muchos europeos, registrándose en los años 50 la última gran ola migratoria de vascos, canarios y gallegos empujados por el hambre y la represión de la postguerra. Los intentos del Gobierno por detener a los inmigrantes del Estado español empujaron a muchos a la clandestinidad y dejaron historias como la de La Elvira, un barco cargado de emigrantes canarios ilegales que partió a Venezuela en 1949. Más de cien campesinos de Gran Canaria permanecieron 36 días escondidos en las bodegas de La Elvira. Cuando desembarcaron en el puerto de Carúpano, sus ropas estaban roídas por los vómitos y la sal. Hasta 2011, Venezuela fue el tercer país con mayor número de ciudadanos del Estado español, según datos del Padrón de Residentes en el Extranjero, un puesto que ahora ocupa Alemania debido a la nueva ola de emigrantes económicos. «Nunca imaginé que dejar mi país fuera una decisión a largo plazo». Isabel Allende confiesa que empezó a La granja de Ahmed, iraquí de 26 años, fue destruida en un bombardeo. En sus manos, porta el retrato del escritor Milan Kundera. En la doble página anterior, Zeid sostiene una imagen de la también escritora chilena Isabel Allende. Es etíope, tiene 18 años y sueña con estudiar Ingeniería Mecánica en Inglaterra. Las fotografías fueron tomadas antes del desmantelamiento del campo de refugiados de Calais, conocido como La Jungla. zazpika 9