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1. “Diplomazia”, en Escritos espirituales I, Cittá Nuova, Roma 2003, p. 88-89.
2. “La vita, un viaggio”, Cittá Nuova, Roma 1994, p. 63.
3. Diplomazia”, cit., p. 89.
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n la primera carta a la comunidad de Corinto, de donde se tomó la palabra de vida de este mes, Pablo tiene
que defenderse por la poca consideración que algunos
cristianos le demuestran, poniendo en duda o negando su
identidad de apóstol. Después de reivindicar con convicción
su calidad de tal por haber “visto a Jesús” (cf 9, 1), Pablo
explica el porqué de su comportamiento tímido y resignado,
a punto tal de renunciar a todo tipo de compensación por
su trabajo. Aun pudiendo hacer valer la autoridad y los derechos del apóstol, prefiere hacerse “siervo de todos”. Es su
estrategia evangélica.
Con el fin de llevar la novedad del Evangelio se hace solidario con cada categoría de persona, hasta volverse uno de
ellos. Cinco veces repite “me hice” uno con el otro: por amor
a los judíos, se somete a la ley de Moisés, aunque ya no se
considere vinculado a ella. Con los no judíos, que no siguen
la ley de Moisés, también vive como si no tuviera esa ley y,
sin embargo, tiene una ley muy exigente, Jesús mismo. Con
los que se definían “débiles” –probablemente cristianos escrupulosos, que se planteaban el problema de comer o no la
carne inmolada a los ídolos– se hace débil, si bien era fuerte
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cotidianos que se interponen en el “hacerse uno”: “A veces
son las distracciones, otras el desagradable deseo de decir
precipitadamente la propia idea, de dar inoportunamente
un consejo. En otras ocasiones estamos poco dispuestos a
hacernos uno con el prójimo porque consideramos que no
comprende nuestro amor, o nos frenan otros prejuicios. En
otros casos nos lo impide el recóndito interés de sumarlo a
nuestra causa”. Por eso “es absolutamente necesario cortar o
posponer todo lo que llena nuestra mente o nuestro corazón
para hacernos uno con los otros”2. Se trata de un amor continuo e infatigable, perseverante y desinteresado, que a su vez
confía en el amor más grande y potente de Dios.
Son indicaciones preciosas, que podrán ayudarnos a vivir la
palabra de vida de este mes. Nos predisponen a escuchar al
otro, a comprenderlo desde adentro, ensimismándonos con
lo que vive y experimenta, compartiendo preocupaciones y
alegrías:
“Me hice todo para todos”
No podemos interpretar esta invitación evangélica como un
pedido de renuncia a las propias convicciones, como si aprobáramos sin ninguna crítica las formas de actuar del otro,
o como si no tuviéramos una propuesta de vida o un pensamiento propio. Si se es amado hasta el punto de volverse
el otro, y si lo que se comparte ha sido un don de amor que
estableció una relación sincera, se deben expresar las propias
ideas, aunque puedan hacer mal, permaneciendo siempre en
una actitud de profundo amor. Hacerse uno no es signo de
debilidad, no es buscar una convivencia tranquila y pacífica,
sino la expresión de una persona libre que se pone al servicio. Requiere coraje y determinación.
y experimentaba una gran libertad. En una palabra, se hace
“todo para todos”.
Repite continuamente que actúa así para “ganar” a cada persona para Cristo, para “salvar” a cualquier costo al menos
a alguno. No se ilusiona, no tiene expectativas triunfalistas,
sabe que solamente algunos responderán a su amor, pero
igualmente él ama a todos y se pone al servicio de todos según el ejemplo del Señor, que vino “para servir y dar su vida
en rescate por una multitud” (Mateo 20, 28). ¿Quién sino
Jesucristo más que cualquier otro se hizo uno con nosotros?
Él, que era Dios, “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”
(Filipenses 2, 7).
Chiara Lubich hizo de esta palabra de vida una de las fortalezas de su “arte de amar”, sintetizada en la expresión “hacerse
uno”. Vislumbró una expresión de la “diplomacia” de la caridad. “Cuando uno llora –escribió– tenemos que llorar con
él. Si ríe, gozar con él. Así se comparte la cruz, cargada por
muchas espaldas y se multiplica la alegría participada a muchos corazones. […] Hacerse uno con el prójimo por amor a
Jesús, con el amor de Jesús, hasta que el prójimo, dulcemente
herido por el amor de Dios en nosotros, deseará hacerse uno,
en un recíproco intercambio de ayudas, ideales, proyectos,
afectos. […] Esta es la diplomacia de la caridad, que tiene
muchas expresiones y manifestaciones de la diplomacia ordinaria, que dice menos de lo que podría decir, si al hermano
no le gusta y no es grato a los ojos de Dios; sabe esperar, sabe
hablar, llegar al objetivo. Divina diplomacia del Verbo que se
hace carne para divinizarnos”1.
Con fina pedagogía Chiara identifica también los obstáculos
Es importante tener presente el objetivo del hacerse uno.
La frase de Pablo que viviremos este mes continúa, como
mencionamos precedentemente, con la expresión “…para
ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio”. Pablo
justifica su hacerse uno con el deseo de llevar a la salvación.
Es un camino para entrar en el otro, para hacer surgir con
plenitud el bien y la verdad que ya existen, para quemar
eventuales errores y para sembrar la semilla del Evangelio.
Es una tarea que, de parte del Apóstol, no conoce límites ni
excusas, porque se la confió Dios mismo y tiene que cumplirla “a cualquier precio”, con la inventiva de la cual el amor es
capaz.
Es esta intención la que le da el motivo último a nuestro “hacerse uno”. También la política y el comercio tienen interés
en acercarse a las personas, entrar en sus pensamientos, recoger sus necesidades y exigencias, pero siempre está detrás
la búsqueda de un rédito. En cambio “la diplomacia divina
–diría Chiara– tiene esto de grande y propio: la mueve el bien
del otro y está libre de cualquier sombra de egoísmo”.3
Por lo tanto, tenemos que “hacernos uno” para ayudar a todos en el crecimiento del amor y contribuir a realizar la fraternidad universal, el sueño de Dios para con la humanidad,
el motivo por el cual Jesús dio su vida.
Fabio Ciardi
Palabra de Vida
E
(1 Corintios 9, 22)
“Me hice todo para todos”
Abril 2015
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