daisy goodwin Mi última duquesa Traducción jesús de la torre LIBRO MI ULTIMA DUQUESA.indd 5 20/1/12 14:16:02 Primera parte Lady Fermor-Hesketh Señorita Florence Emily Sharon, hija del fallecido senador William Sharon, de Nevada. Nacida en 186—. Casada en 1880 con Sir Thomas George Fermor Fermor-Hesketh, séptimo baronet; nacido el 9 de mayo; es comandante del Cuarto Batallón del Regimiento del Rey; ha sido gobernador civil de Northamptonshire; y es subteniente y juez de paz del condado. Descendencia: Thomas, nacido el 17 de noviembre de 1881. Frederick, nacido en 1883. Residencias: Rufford Hall, Omskirk y Easton Neston, Towcester. Creación del título en 1761. La familia ha estado afincada en Lancashire durante setecientos años. Titled Americans, lista de señoras americanas que se han casado con extranjeros de elevado estatus, 1890 LIBRO MI ULTIMA DUQUESA.indd 11 20/1/12 14:16:03 1 El hombre de los colibríes Newport, Rhode Island, agosto de 1893 L a hora de las visitas casi había terminado, así que el hombre de los colibríes solo se encontró con algún carruaje ocasional mientras empujaba su carretilla por el estrecho camino que había entre las mansiones de Newport y el océano Atlántico. Las damas de Newport habían dejado sus juegos de cartas a primera hora de aquella tarde, algunas para prepararse para el último y más importante baile de la temporada y otras para, al menos, aparentar que lo hacían. El habitual traqueteo y bullicio de Bellevue Avenue se había desvanecido mientras los Cuatrocientos* se tomaban un descanso en previsión de la noche que les esperaba, dejando atrás solamente el continuo compás de las olas rompiendo sobre las rocas que había abajo. La luz empezaba a desaparecer, pero el calor del día aún resplandecía en las blancas fachadas de piedra caliza de las grandes casas que se apiñaban por los acantilados como una colección de tartas de boda, cada una de ellas rivalizando con la de al lado por ser la construcción más hermosa. Pero el hombre de los colibríes, que vestía un frac polvoriento y un maltrecho bombín gris, como un raído traje de noche, no se detuvo * Los Cuatrocientos (The Four Hundred) era el nombre por el que se conocía a una parte de la élite social norteamericana de finales del siglo xix. (N. del T.) 13 LIBRO MI ULTIMA DUQUESA.indd 13 20/1/12 14:16:03 a admirar la galería de la mansión de los Breakers, los torreones de Beaulieu, ni las fuentes de Rhinelander que podían atisbarse desde los setos de tejo y las verjas doradas. Continuó avanzando por el camino mientras silbaba y emitía chasquidos a los pájaros que cargaba en sus jaulas envueltas con tela negra, de forma que estos pudieran oír un sonido familiar durante su último viaje. Su destino era la elegante finca situada justo antes del cabo, la construcción más grande e intrincada, que estaba en una calle de casas excepcionales. Era Sans Souci, la residencia de verano de la familia Cash. La bandera de la Unión estaba izada en una torre y el emblema de la familia Cash en la otra. Se detuvo en la garita de la verja y el portero le señaló la entrada de la cuadra que estaba a ochocientos metros. Mientras caminaba hacia el otro lado de la finca, unas luces naranjas comenzaron a perforar el crepúsculo; unos criados recorrían la casa y los jardines encendiendo farolillos con pantalla de seda de color ámbar. Justo al pasar por la terraza lo deslumbró un rayo de luz del agonizante sol que se reflejaba en los alargados ventanales de la sala de baile. En el Salón de los Espejos, que según aseguraban los visitantes que habían estado en Versalles era aún más espectacular que el original, la señora Cash, que había enviado ochocientas invitaciones para el baile de aquella noche, contemplaba su imagen reflejada hasta el infinito. Daba golpecitos con el pie mientras esperaba impaciente a que el sol desapareciera para así poder ver el efecto completo de su vestimenta. El señor Rhinehart estaba a su lado, con gotas de sudor cayéndole por la frente, quizá más sudor del que provocaba el calor. —Entonces, ¿simplemente tengo que presionar esta válvula de caucho y todo se iluminará? —Así es, señora Cash. Limítese a apretar con fuerza la perilla y todas las luces centellearán con un efecto realmente celestial. Pero permítame recordarle que será solo un breve momento. Las baterías son voluminosas y solo he puesto en el vestido las que son compatibles con un movimiento fluido. —¿De cuánto tiempo dispongo, señor Rhinehart? —Es difícil saberlo, pero probablemente no más de cinco minutos. Si durara más tiempo no podría garantizar su seguridad. 14 LIBRO MI ULTIMA DUQUESA.indd 14 20/1/12 14:16:03 Pero la señora Cash ya no le escuchaba. Los límites no le interesaban. El resplandor rosáceo de la tarde se iba fundiendo con la oscuridad. Había llegado el momento. Agarró la perilla de caucho con la mano izquierda y oyó un ligero chisporroteo mientras se activaba la luz por las ciento veinte bombillas de su disfraz y las cincuenta de su diadema. Fue como si hubieran puesto en marcha fuegos artificiales en aquella sala de baile rodeada de espejos. Mientras se giraba despacio, su figura recordó a los yates del puerto de Newport iluminados para la reciente visita del emperador alemán. La vista desde atrás era casi tan espléndida como por el frente; la cola que le caía desde los hombros parecía una franja de cielo nocturno. Hizo una centelleante inclinación de la cabeza mostrando satisfacción y soltó la perilla. La sala quedó a oscuras hasta que el criado se acercó para encender las lámparas de araña. —El efecto es exactamente el que esperaba. Envíenos la factura. El electricista se limpió la frente con un pañuelo que no estaba nada limpio, movió bruscamente la cabeza en lo que pretendía ser una reverencia y se dio la vuelta para marcharse. —¡Señor Rhinehart! —El hombre se quedó inmóvil sobre el brillante parqué—. Confío en que habrá sido discreto, tal y como le ordené. —Aquello no era una pregunta. —Claro que sí, señora Cash. Lo he hecho yo solo, por eso es por lo que no he podido entregarlo hasta hoy. He estado trabajando en él por las noches en el taller, cuando todos los aprendices se habían marchado a casa. —Muy bien —dijo despidiéndolo. La señora Cash se giró y caminó hacia el otro extremo del Salón de los Espejos, donde dos criados la esperaban para abrirle la puerta. El señor Rhinehart bajó por la escalera de mármol, mientras su mano dejaba una mancha húmeda sobre la fría balaustrada. 15 LIBRO MI ULTIMA DUQUESA.indd 15 20/1/12 14:16:03 En la Sala Azul, Cora Cash trataba de concentrarse en su libro. A Cora le costaba simpatizar con la mayoría de las novelas —con todas esas institutrices sin atractivo— pero aquella se la habían recomendado mucho. La heroína era «guapa, lista y rica», bastante parecida a la misma Cora. Sabía que era guapa —¿no se referían a ella en los periódicos como «la divina señorita Cash?»—. Y era inteligente —hablaba tres idiomas y sabía manejarse con los cálculos matemáticos—. Y en cuanto a lo de rica, en fin, no cabía duda de que lo era. Emma Woodhouse no era tan rica como Cora Cash. Emma Woodhouse no dormía en una lit a la polonaise que había sido propiedad de Madame du Barry en una habitación que, si no fuera por el persistente olor a pintura, constituía una réplica exacta de la alcoba de María Antonieta en el castillo de Le Petit Trianon. Emma Woodhouse asistía a bailes que se celebraban en salas de actos, no a lujosos eventos de gala en salones de baile construidos a tal efecto. Pero Emma Woodhouse era huérfana de madre, lo cual quería decir, pensaba Cora, que era atractiva, inteligente, rica y libre. No se podía decir lo mismo de Cora, que en ese momento sostenía el libro en alto delante de ella porque tenía una barra de acero sujeta a la espalda. A Cora le dolían los brazos y estaba deseando poder tumbarse en la cama de Madame du Barry, pero su madre pensaba que pasar dos horas al día con la espalda sujeta le proporcionaría a Cora la postura y el porte de una princesa, si bien es cierto que americana y, al menos por ahora, Cora no tenía más remedio que leer su libro con absoluta incomodidad. Cora sabía que en aquel momento su madre estaría comprobando la colocación para la cena que iba a celebrar antes del baile, dándole el toque con el que sus cuarenta y tantos invitados sabían exactamente lo mucho que brillarían en el firmamento social de la señora Cash. Ser invitado a los bailes de gala de la señora Cash era un honor, ser invitado a la cena anterior, un privilegio. Pero estar sentado la lado de la misma señora Cash era una verdadera marca de distinción que no debía otorgarse a la ligera. A la señora Cash le gustaba sentarse enfrente de su esposo para cenar desde que había descubierto que el príncipe y la princesa de Gales siempre se colocaban uno frente al otro a lo ancho y no a lo largo de la mesa. Cora sabía 16 LIBRO MI ULTIMA DUQUESA.indd 16 20/1/12 14:16:03 que a ella la colocarían en un extremo, encajonada entre dos solteros idóneos con los que se esperaba que debía flirtear lo suficiente como para confirmar su reputación de beldad de la temporada, pero no tanto como para comprometer los planes que su madre albergaba para su futuro. La señora Cash celebraba aquel baile para mostrar a Cora como una joya costosa a la que admirar pero no tocar. Aquel diamante estaba destinado, como poco, a una corona. Justo después del baile los Cash salían para Europa en su yate de vapor, el Aspen. La señora Cash no había hecho algo tan vulgar como sugerir que iban allí a buscarle a Cora un título; ella no estaba suscrita, como otras señoras de Newport, a Titled Americans, la publicación trimestral que informaba al detalle de los jóvenes europeos de sangre azul pero sin dinero que buscaban una esposa rica estadounidense, pero Cora sabía que la ambición de su madre no tenía fin. Cora dejó la novela y se movió incómoda por el arnés de su espalda. Seguramente ya era la hora de que Bertha fuera a desabrochárselo. La correa que tenía sujeta a la frente le apretaba. Tendría un ridículo aspecto en el baile de aquella noche con una franja roja en la frente. No le importaba lo más mínimo incomodar a su madre, pero tenía sus propios motivos para querer ofrecer el mejor aspecto. Aquella noche era su última oportunidad con Teddy antes de tener que salir hacia Europa. En el almuerzo campestre del día anterior se habían acercado tanto que estaba segura de que Teddy había estado a punto de besarla, pero su madre los vio antes de que ocurriera nada. La señora Cash había considerado las bicicletas como algo poco femenino, hasta que se dio cuenta de que su hija podría utilizarlas para zafarse de ella, así que aprendió a montar en una tarde. Puede que fuera la muchacha más rica de Estados Unidos, pero seguramente también la más perseguida. Aquella noche era su fiesta de presentación en sociedad y allí estaba, atada a ese instrumento de tortura. Ya era hora de que la liberaran. Con un movimiento rígido, se levantó e hizo sonar la campanilla. 17 LIBRO MI ULTIMA DUQUESA.indd 17 20/1/12 14:16:03