Sociedad Maná se toma el paseo de la fama [46] ESPECTACULOS FOTO: ALFAGUARA Chilenos entre los países que más usan Tinder [49] TENDENCIAS Hernán Rivera Letelier, cazador de cazadores En junio, el escritor chileno lanzará La muerte tiene olor a pachulí, la segunda parte de una saga policial que partió con La muerte es una vieja historia. Aquí adelanta este nuevo libro, aclara la polémica por las boletas de Soquimich y cuenta cómo es vivir de la escritura: “Lo único que realmente sé hacer bien”. Por Pedro Bahamondes Ch., Antofagasta. C AFÉ sin leche y un sándwich de queso con aceitunas. Cada mañana, hace ya 20 años, Hernán Rivera Letelier sale de su casa en la Avenida Brasil, en Antofagasta, rumbo al Paseo Prat, algo así como la calle Huérfanos de Santiago: tiendas de un lado y del otro, enormes vitrinas, vagabundos que exhiben su desgracia a cambio de limosnas y, desde luego, ruidosos locales como el Café del Centro, donde casi nunca sobran mesas. Cruza la entrada vistiendo una chaqueta de cuero, jeans y un par de anteojos oscuros. “El clima está raro dice-, más nublado y frío que antes. Antofagasta se está convirtiendo en la otra Serena”. Se acomoda en una de las mesas junto al ventanal, espía por si hay alguien conocido, y antes de encender su computador, le pide a la Ale, su garzona regalona, un café amargo y un sándwich de queso con aceitunas. Su presencia no inmuta a nadie. Lo conocen bien. “Este es un ritual para mí. Es como llegar a mi oficina a escribir, escribir, escribir, lo único que realmente sé hacer bien”, confiesa. No toma micros, tampoco colectivos. Ni siquiera conduce su propio auto. A sus 65 años, el autor de La reina Isabel cantaba rancheras prefiere caminar. “Cuando fumé mi último cigarrillo hace 20 años, me propuse moverme solo a pie hasta este café donde escribo, miro y me entero de anécdotas que alimentan mi escritura”, dice. Desde que comenzó a hacerlo a inicios de los 90, cuando aún trabajaba como minero en una de las últimas salitreras nortinas, Rivera Letelier sabía que no haría como otros autores que se aislan, a lo Salinger, Proust y Pynchon, entre tantos otros. Por eso vuelve cada mañana al ruido constante de la ciudad. “El escritor y artista en general no tiene que alejarse de la gente. Si lo hace está frito, su obra se vuelve libresca. Acá me inspiro en la gente, escucho lo que dicen, los observo cuando no creen que están siendo observados. Eso da vida a la escritura. Mis libros pueden ser buenos o malos para mucha gente, pero chorrean vida y nadie puede hacerse el loco con eso”, dice. Vuelve a su computador, a ese archivo de más de 200 páginas en el que trabaja desde hace meses. “Aún no la termino, pero sé que será mi novela más autobiográfica hasta ahora: en ella vuelvo a mis 25 años en la pampa, cuando no tenía dónde caerme muerto y trabajaba de sol a sol”, cuenta. Mientras, por las noches solitarias y bajo una gran SIGUE EN PAG. 44 R