VELÁZQUEZ, Isabel, La literatura hagiográfica

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VELÁZQUEZ, Isabel, La literatura hagiográfica. Presupuestos básicos y aproximación a sus manifestaciones en la Hispania visigoda, Fundación del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua,
Libros Singulares 17, Burgos, 2007, 349 p., ISBN: 978-84-935774-2-1.
Con la sensibilidad editorial y tipográfica a que nos tiene habituados, la Fundación del
Instituto Castellano y Leonés de la Lengua ha permitido a Isabel Velázquez sacar a la luz
esta nueva edición, corregida y enriquecida, de su libro Hagiografía y culto a los santos en la
Hispania visigoda. Aproximación a sus manifestaciones literarias, publicado en 2005 como número 32 de la serie Cuadernos Emeritenses, que edita la Fundación de Estudios Romanos y el
Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, pero cuya distribución tuvo que suspenderse apenas lanzada a causa de una desafortunada cadena de incidentes y errores de imprenta. La desdicha de ayer ha servido para que la obra reaparezca hoy ligeramente revisada,
acompañada de notables mejoras (entre las que destaca la traducción de la mayoría de los
pasajes latinos) y con la bibliografía actualizada. Gracias a esta reedición se ha conseguido asimismo rescatar el título que la autora había propuesto en el manuscrito original, más
ajustado a su contenido que el de la primera versión impresa, en la medida en que el tema
del libro es, en rigor, la literatura hagiográfica; es decir, el estudio de la hagiografía «en tanto
que género literario» y no como «rama de las ciencias históricas» consagrada a desentrañar la historia, el culto y las leyendas de los santos (p. 31). El texto se organiza, además,
en dos partes netamente diferenciadas que se corresponden de lleno con las dos proposiciones del subtítulo: en la primera, efectivamente, se ofrece una amplia y utilísima panorámica de la literatura hagiográfica en general, consagrándose la segunda a sus manifestaciones en la Hispania visigoda.
Tras una breve reseña de los primeros pasos de la hagiografía crítica, de la mano de
Hippolyte Delehaye y de la sociedad de los bolandistas, y una sucinta discusión sobre la
nueva dimensión que ésta ha alcanzado con los trabajos de Peter Brown, la profesora
Velázquez cierra la introducción recalcando la importancia que han tenido los estudios
filológicos y de transmisión manuscrita en el avance de la investigación hagiográfica de
cualquier orden. La apreciación no es baladí, por cuanto enlaza directamente con el asunto que abre la primera parte del libro y que constituye el aliento y leitmotiv del conjunto,
esto es, la constatación, como apuntaba antes, de la condición literaria de las obras hagiográficas, valoración algo olvidada en los últimos tiempos, asegura la autora, en particular si se contrasta con la que ha merecido su —tan estimable como indiscutible— dimensión histórica, social o ideológica. La intención del libro no es en modo alguno reivindicar
una perspectiva en detrimento de la otra, sino recordar la existencia de ambas y señalar
su necesaria complementariedad. En este sentido, no creo equivocarme demasiado si
entiendo que la propia Isabel Velázquez viene a situar su libro al lado —o en paralelo—
del igualmente «exhaustivo y erudito estudio» (37) de Santiago Castellanos sobre La
Historiografía visigoda, publicado en 2004 por la Fundación San Millán de la Cogolla con
el significativo subtítulo Dominio social y proyección cultural. La indagación conjunta de nues-
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tro patrimonio hagiográfico desde un enfoque sustancialmente histórico merecía y debía,
sin duda, completarse con una exploración global de su naturaleza literaria. El resultado
es una herramienta a mi entender indispensable para vislumbrar y aprender a escrutar
ese límite siempre borroso, pero ineludible (en los textos igual que en las imágenes), en
que termina o se difumina el documento histórico y arranca el tópico literario o la intención expresiva.
La primera sección del libro es, así, algo más que un cómodo vademécum con los
datos e informaciones básicas sobre este nuevo tipo de literatura desarrollado en el
Mediterráneo cristiano durante la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media. A lo largo de
ocho capítulos y alrededor de ciento cincuenta páginas, se describen y explican de modo
sistemático su nacimiento y primeras formas de desarrollo; la diversidad de formatos que
el género o, si se me permite, supragénero hagiográfico llegaría a adquirir (en la diacronía y en la sincronía); sus puntos de contacto con otras formas literarias (de la biografía
clásica a los cantares de gesta o los exempla medievales); sus vías de difusión (pasionarios,
leccionarios, legendarios) o la jerarquía de sus funciones (edificante, literaria, ejemplar...),
así como una amplia gama de pistas y hasta de paradigmas metodológicos que se adivinan clave para discernir lo que las obras deben fundamentalmente al universo de la literatura y las aleja, en mayor o menor medida, de la realidad histórica. Revelador en este
sentido es el análisis que la autora hace de lo que cabría denominar el principio de credibilidad activo, en prácticamente todos los relatos hagiográficos (la constante necesidad de
inscribir la semblanza del santo en una coordenadas espacio-temporales conocidas o,
cuando menos, verosímiles), o la distinción entre los «espacios y tiempos para la santidad», internos a la obra e inseparables de su trama u horizonte narrativo, y aquéllos objetivos o históricos y, por ahí, externos a la misma (95-98). Interesantes son también las
páginas en que se subraya la estabilidad u homogeneidad estructural de la mayoría de las
Vitae que se redactaron a partir del siglo V (86-88) o aquéllas dedicadas al largo catálogo
de topica que fueron «uniformando» la imagen del mártir en las primitivas Pasiones (100109) y, más aún, la figura del vir sanctus en las Vidas posteriores (110-121). El holy man,
que diría Peter Brown, más común en la Antigüedad tardía (anacoreta de vocación y obispo a su pesar, elocuente en la palabra y líder de la comunidad, amigo de los pobres e
impávido ante los malvados), responde ciertamente a una realidad social bien documentada, pero precisamente por ello, porque fue «una realidad habitual», se tipificó también como arquetipo literario (118).
En la segunda parte del libro, la dialéctica entre historia y literatura salta de la cota de
los conceptos o generalidades de la primera parte al terreno firme y concreto de los textos
hagiográficos producidos en el mundo hispano-visigodo. Aunque Isabel Velázquez dedica
el primer capítulo al Pasionario Hispánico, desgranando algunos de los tópicos que lo conforman y explicando el modo en que fraguó en Hispania la figura del mártir protector y
defensor ciuitatis, el resto del trabajo se lo lleva mayoritariamente el meticuloso comentario de las pocas, pero singulares, Vitae hagiográficas de nuestro siglo VII, de la Vita uel Passio
Desiderii del rey Sisebuto (hacia 613) a las tres obritas autobiográficas de Valerio del Bierzo
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(Ordo Querimoniae, Replicatio y Residuum) y su compilación hagiográfica (en sentido estricto, una de las primeras del Occidente tardoantiguo). Entre los temas centrales y colaterales que van aflorando en las más de cien páginas que se les consagra, yo me quedaría con
una cuestión sustancial y de amplísimo alcance: ¿por qué se eligió el formato hagiográfico —y no, en cambio, el historiográfico— para relatar determinadas vidas «históricas»,
tales la del obispo vienés Desiderio o las de los padres de Mérida? La propia pregunta encierra la respuesta: cualquier lectura literal (o histórica) de los acontecimientos sociales, políticos, económicos narrados en las Vidas está condicionada por el análisis que hagamos de
su lectura y presentación literaria (id est, hagiográfica).
En conjunto, el (siempre) penúltimo libro de Isabel Velázquez conjuga dos cualidades que acostumbran a viajar separadas: la utilidad instrumental de un compendio o manual
y la complejidad y belleza del ensayo erudito. La primera parte de La literatura hagiográfica se cierra con un apéndice ilustrativo de lo primero: una relación de las principales obras
hagiográficas de la Antigüedad tardía y la Edad Media, ordenada según épocas y lugares,
y presentada de forma más simplificada que en la primera edición. Y la segunda parte culmina con una coda que se me antoja paradigmática de lo segundo: la dedicada a Genadio
de Astorga († 929), obispo y abad de carne y hueso que moldeó su biografía a imagen y
semejanza de la hagiografía de Fructuoso de Braga y Valerio del Bierzo. Es un guiño a la
historia cuando imita la literatura.
Daniel Rico Camps
CAMPILLO QUINTANA, Jordi, 2007, On és la calaixera? L’espoli del patrimoni historicoartístic
alt pirinenc al segle XX, Ecomuseu, Valls d’Aneu, Garniseu Edicions, Tremp, 205 p., il.l. b/n.
ISBN: 978-84-96779-28-0.
El expolio de bienes culturales es un fenómeno universal y atemporal. Ninguna civilización ha quedado al margen del saqueo, en sus distintas modalidades. El libro del Dr. Jordi
Campillo, basado en su trabajo doctoral sobre el expolio del patrimonio histórico artístico
en el Alto Pirineo durante el siglo XX, es un buen reflejo de la delicada situación que nuestra herencia cultural ha sufrido –y sigue sufriendo– a lo largo de la historia.
La estructura del libro en cuatro periodos temporales nos permite constatar cómo la
situación política, social y económica de cada época condiciona en cierta manera la actitud general hacia los ataques contra los bienes culturales, al tiempo que determina la preferencia de los agresores respecto de unos u otros bienes. Así, especialmente relevante
resulta el periodo que comienza con el inicio de la Guerra Civil española y se prolonga
durante la posguerra hasta la década de los años sesenta, cuyo balance nos deja innume-
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