[56] CULTURA Se busca vida extraterrestre [58] TENDENCIAS FOTO: OCESA/LULU URDAPILLETA Sociedad Habla el director de 2666 La salvaje inmortalidad de Guns N’ Roses El 29 de octubre en el Estadio Nacional será el momento de ver en vivo a una especie a punto de extinguirse. Quizás por eso las entradas se han vendido rápido: esta semana se despacharon casi 40 mil en un día. Marcelo Contreras Bill Bailey y su amigo Paul tenían 18 años. Se habían largado de su natal Lafayette en Indiana, viajaban en furgoneta entrando a Nueva York. De pronto deciden bajarse y dan con un vecindario atestado de afroamericanos, inmigrantes y prostitutas. Eran las únicas caras blancas en medio del Bronx una tarde de verano de 1980. Cojeando, un viejo se les acerca. “¿Usted sabe dónde está?”, chilla. Bill balbucea, el hombre le interrumpe. “Estás en la jungla bebé ¡van a morir!”. Antes de terminar la década, todo el mundo conocerá de memoria esas líneas de Welcome to the jungle en la voz de Bill. Por supuesto, ya nadie le llama así. Es Axl Rose. Entre 1987 y 1992, Guns N’ Roses no solo lanzó un par álbumes espectaculares, en particular el de- but Appetite for destruction, sino que se convirtió en la banda más famosa de la Tierra, fenómeno de masas que cautivó a jóvenes por millones. Hasta la irrupción del grupo de Los Angeles mandaba el travestido hair metal. Parecía ridículo emular a Bret Michaels de Poison o Joey Tempest de Europe. En cambio a un gunner le bastaba jeans y pañuelo a la cabeza para sentirse un poco malvado. Matar a Axl El bajo galopante de It’s so easy, la primera de la noche, hace correr en círculos a Peter Molineaux y Antonio Moreno, ambos de 13 años. Es el 2 de diciembre de 1992, Estadio Nacional de Chile, 60 mil personas. “Los ochentas eran viejos, de plástico. Ellos eran reales, les compraba el rock”, dice Peter. Su amigo se sintió en un rito iniciático. “Que esos pósters y caset cobraran vida, sonaran así, fue una forma para aprendizaje. Eso era estar en un recital, vivir el rock”. Alfredo Lewin también estaba allí. Formaba parte del espectáculo como vocalista de Diva, los teloneros. “Fue raro. Había todo un asunto de que la banda podía o no tocar, algo de una redada en el hotel”. Esa noche resultó aplastada una chica, Myriam Henríquez, de 15 años. Falleció una semana después. El periodista Iván Valenzuela, otro de los asistentes, lo recuerda. “Todo muy tenso, pero cuando comenzó fue un espectáculo extraordinario, entretenido, poderoso”. Los conciertos multitudinarios SIGUE EN PAG. 52 R