Mis Raíces, el Circo y el Teatro En el transcurso de mis 86 años de vida han sido tantas las situaciones vividas, que me resulta difícil elegir hechos que sean dignos de ser de interés para quienes eventualmente llegaran a leerlos. Rescato de mis primeros recuerdos algo, que, de alguna forma más profunda, me ha acompañado aún hoy y es mi relación con el Circo y el Teatro. Quiero retomar la historia de lo que mi padre nos contaba porque de ella trazo mi historia; en su juventud fue empleado de la “Casa Avelino Cabezas”, en la Capital Federal. A los tres años de casado y con dos hijos, la época de crisis, que hizo su pico en 1930, obligó a la Empresa a cerrar sus puertas y despedir a su personal. Su hermano mayor, que se desempeñaba como Tony y primer actor en el Circo “Apolo”, le ofreció incorporarse al plantel del mismo ya que, aunque no tenía experiencia circense, siempre había alguna tarea para realizar, que fuera como extra, utilero, peón, etc. Así comenzó “nuestra” vida trashumante, viajando de un sitio a otro por el interior bonaerense, Santa Fe, Córdoba y La Pampa. El destino intervino trágicamente pues su hermano, conocido con el seudónimo de “Beroldito”, interpretando el rol protagónico en “La Muerte Civil”, de Giacometti, debía suicidarse bebiendo veneno en la última escena; el realismo motivó el cerrado aplauso del público que no se reflejó en el telón levantado del saludo final… ¿Qué había sucedido? Beroldito estaba muerto. Esto motivó una investigación policial de la que dieron cuenta los diarios Clarín (5 de diciembre de 1918) y “La Opinión” de Laprida, pero se confirmó que había sufrido un ataque cardíaco. Creo que la permanencia en esta Compañía no fue muy larga, ya que cuando yo tenía unos tres años, estábamos en el “Circo Royal”, donde una hermana de mi papá y su marido, era los primeros actores y la viuda de Beroldito era la equilibrista, luego casada con el domador Máximo Wesley. Fue en ese circo donde hice mi “debut” teatral interpretando a un niño clown; yo pasaba por el escenario vestida con un trajecito de marinerito de mi hermano, con la cabeza ladeada y haciendo sonar un cascabel. Fue en la obra “El Arlequín”. Recuerdo vivamente cuánto nos mortificaba a mi hermano y a mí, caer vencidos por el sueño durante el espectáculo; teníamos que dormir hasta el final de la función en una “cama” improvisada en el camarín de lona con piso de tierra. Lo que nos gustaba eran las noches anteriores a la partida hacia otra localidad, dependiendo del éxito o fracaso de la temporada en un lugar. El equipaje de cada grupo familiar tenía que estar listo temprano, así es que mi madre nos acostaba ya bañados, con la ropa preparada y todo guardado en los baúles, menos la ropa de cama. También recuerdo la canasta cuadrada de mimbre, donde ella acomodaba el calentador “Primus”, los utensillos del mate, platos y cubiertos y la comida para la llegada que, invariablemente, estaba constituida por milanesas y tortilla o bocadillos de acelga. Nos gustaba también ver todo el trajín que llevaba levantar la gran carpa de pesada lona, izada en unos o dos palos maestros; armaban el redondel de la pista que luego se cubría con una gruesa capa de virutas de madera, los palcos bajos que la rodeaban, las hileras de sillas plegadizas en semi círculo y las gradas, llamadas “gallinero” donde las entradas eran más económicas. Ver levantar el escenario al lado del lugar que ocuparía la banda, cuyos sones acompañaban a los artistas… ¡todo era mágico! Recuerdo que en los sitios donde no había corriente eléctrica, se colocaban unos faroles de metal con unas piedritas o polvo maloliente, llamado carburo, que a través de una mecha, alumbraban los distintos lugares. También se distribuían braseros a carbón para calefaccionar. Todo este periodo de mi vida se me antoja muy extenso pero no deben haber sido más que unos diez años; unas veces actuaban en circos importantes, con el “Gran Circo Rivero” (luego “Hermanos Rivero”), el Circo “Stancowisch”, Circo “Hermanos Formento”, etc y otras, en pequeñas compañías. Aún conservo la vieja correspondencia entre mis padres y el fundador del Circo Rivero, con quien tuvieron un fuerte lazo afectivo hasta la década del ’50. Los circos presentaban, invariablemente, un espectáculo de dos partes: la primera se desarrollaba en la pista con los acróbatas, malabaristas, domadores, magos, tonos, payasos y otros. La segunda parte la constituía la representación de una obra teatral, generalmente de autores rioplatenses, aunque también de importante textos traducidos. Otro recuerdo que viene a mí es un episodio que refleja el realismo que muchas veces se transmitía al público: en una representación de “Juan Moreira”, cuando el personaje del Sargento Chirino clava la bayoneta en la espalda del protagonista a punto de saltar el tapial, un paisano de la platea se levantó furioso con un cuchillo en la mano, al gripo de “¡así no se mata a un valiente!”. Quiso subir al escenario pero pudieron detenerlo porque sino hubiera sido una tragedia. Uno de mis recuerdos al respecto, es un almacén de Ramos Generales – como se llamaban a los establecimientos que vendían desde comestibles, ropas, aperos, combustibles, etc. – en una población llamada “Las Marianas”, cuyo dueño colocaba una radio “capillita” cerca de la puerta, para la gente del pueblo. Allí se agolpaban para disfrutar de los episodios del éxito teatral del momento: “Chispazos de Tradición”, de Ivo Pelay. Mis padres continuaron con esa vida azarosa y, de pueblo en pueblo fue aumentando la familia con nacimientos en Rosario, Vedia, Chivilcoy y Roque Pérez. En Chivilcoy, mi madre se estaba preparando para bailar el Pericón Nacional, cuando sintió dolores de parto y fue asistido por la madre de uno de sus colegas. Así llegó otra hermanita, así será la vida de esos artistas. La educación de los chicos era otro de los problemas principales en esta vida; a mi hermano mayor y a mí, nuestra madre nos había preparado en lo fundamental: leer, escribir, sumar y restar. Cuando llegábamos a una población, mis padres se presentaban en la escuela para anotarnos, a veces tan sólo durante 20 días o un mes o incluso, menos. Así pude tener mi certificado de segundo grado. Fueron ellos los que me inculcaron el amor por la lectura; a los seis años leía “de corrido”, y las maestras siempre me llevaban a leer a los grados superiores. También, una vez tuve que suplantar al apuntador de los libretos ya que leía correctamente. Me recuerdo pasar agachada bajo el escenario hasta la concha del apuntador, sentada y con los pies en alto por miedo a los sapos. En Las Chacras, una localidad del interior bonaerense, actuábamos en salones con una compañía de artistas, ya no en el Circo. Como se habían ido algunos actores y el espectáculo quedaba un poco pobre, le pedí actuar a mi padre. Con mis siete añitos le dije que podría presentarme a cantar y recitar; ¡inocencia infantil! Pero justamente por mi corta edad y menuda figura, fui muy bien recibida entre el público. Toda esa etapa me gratificó mucho, pues entre los diarios ensayos y las representaciones, se grabaron en mi memoria libretos enteros de los que aún recuerdo varias partes, como “El rosal de las ruinas”, “El puñal de los troveros”, “El conventillo de la paloma”, “La sangre de las guitarras”, y tantos otros. Nuestros años en el circo llegaron a si fin por lo que aporta el progreso: su cuota de aspectos buenos y otro no tanto. La difusión del cine y la llegada de grandes circos como el “Sarrazani” hicieron que cada vez fuera más dificultoso sostener el elenco y el grupo familiar, por entonces con cinco hijos. Las últimas representaciones fueron en la localidad de Carlos Baguerie. Luego nos mudamos a City Bell e iniciamos una vida sedentaria y “normal”. Pero no fue el final de mi relación con el teatro; a los quince años participé en el conjunto vocacional de “La Fraternal” de Villa Elisa, como protagonista en las obras “Los Mirasoles” y “Justicia de antaño”. Pasaron muchos años entre los estudios y el trabajo y la vida me llevó por otros caminos alejados de la educación ; recién a los setenta y cuatro años y accidentalmente, me incorporé a varios talleres de teatro, donde tuve la alegría de actuar en distintas muestras, junto a amigos con los cuales mantengo una afectuosa relación. Como broche de oro, en el año 2010 fue seleccionada en un casting para representar el rol de ama de llaves, en la Opera “Lucia de Lammermoor”, en el Teatro Argentino de La Plata. ¿No es un regalo de la vida? Élida Salomé Carpenzano