Theresa Varela, la monja rebelde Llegó a Córdoba hace 19 años y ya es todo un emblema de la provincia. Está al frente de la Fundación Misión Esperanza, que se encarga de darle alimento, salud y educación a 700 chicos . Aquí cuenta por qué le gustaría ser una desocupada Por Diego Lima y Gabriela Origlia | t iene sonrisa amplia y una carcajada sonora. los 33 años que lleva en la Argentina no lograron borrarle los restos del portugués, su idioma natal. Con las manos en los bolsillos de su hábito de jean celeste, es un torbellino en medio del paisaje árido de Cruz del Eje, en el noroeste de la ciudad de Córdoba. Theresa Varela es la monja negra, la hippie, la madre, la rebelde, la polémica, la que hace. Apareció por estas tierras de comechingones hace 19 años y es el alma mater de la Fundación Misión Esperanza. En su comedor del barrio La Curva todavía tiene la primera cocina que le permitió subir la olla del piso para darle de comer a los 30 chicos con los que inició su obra. Hoy son 700 pero llegaron a ser 2000. Todo comenzó con 15 mujeres. "Estaban en medio de la nada, a la nochecita se metieron como hormiguitas en un campo de mistoles y limpiaron todo. Al otro día cocinamos en el piso y los chicos se sentaban sobre ladrillos. Así pasaron muchos meses, hasta que la empresa Arcor donó la primera cocina. Pedíamos colaboraciones y nadie nos ayudaba", recuerda Theresa. Tiene 76 años y arranca a eso de las 4.30. Reza en el oratorio de su casa; desayuna su "invento" de jugo de naranja, manzana, almendras, nueces, semillas "y lo que haya". Enseguida sale a visitar a una familia, a dar una charla en una escuela o a buscar donaciones. La tarde la dedica a los comedores. "Monji", le grita Agustín y le tira de la pollera para que se siente en el suelo a jugar a las bolitas. Theresa no acierta una y todos se ríen. Entre panes y postres, conversa con las mujeres que cocinan y con las que dos veces a la semana dan apoyo escolar. Los sábados son para la Escuela de Valores que funciona en la aldea "La esperanza" en San Marcos Sierras. Trescientos chicos, de los cinco comedores de Cruz del Eje y de los dos de la zona rural, llegan a las 9, desayunan y participan de talleres de fútbol, rugby, hockey, guitarra, danzas, artesanías, costura, pastelería y folclore. Se reparten en las canchas y salones mientras los coordinadores chequean que ninguno ande "vagando" o corriendo las gallinas de Theresa. El movimiento despereza la siesta eterna de esta zona de Córdoba, de calores intensos y fríos que congelan. Pegada a la ruta está la aldea con sus salones, consultorios, espacios verdes, el comedor y las habitaciones para los voluntarios. Durante la semana, funciona un bachillerato especial para adolescentes. En la cocina algunas mujeres hacen el almuerzo. Los odontólogos se reparten entre el consultorio y un rincón en el patio donde enseñan a cepillarse los dientes a los chicos que salen disparados con su set de cepillo y pasta dental. Un pediatra revisa y completa fichas; hay también una nutricionista y una fonoaudióloga. LA OTRA THERESA "A los cinco años leí la vida de Santa Teresa y supe que lo que quería era ayudar a los más pobres; no ser monja. Me gustaba mucho la moda y decía ni muerta entro a un convento, ¿cómo voy a andar siempre con el mismo vestido?", evoca Theresa. Nació el 3 de octubre de 1939 en Cabo Verde, África, al medio de 13 hermanos. Su madre era de familia india y su padre, portugués; eran católicos, pero no de misa semanal. "Tenían una proveeduría y yo robaba algunas cosas para llevar a quienes tenían hambre. Mi mamá sabía, pero se hacía la distraída". Pícara y a la vez ingenua – como sigue siendo–, una vez la quiso engañar repitiendo una historia de Santa Isabel, reina de Portugal. "Guardaba cosas debajo de sus vestidos para repartir entre los pobres. La paró su marido y le preguntó qué llevaba. ‘Rosas’, dijo y cuando levantó el faldón cayeron flores. Cuando mi mamá quiso saber qué había sacado, repetí ‘rosas’. Pero cayeron caramelos y galletas", cuenta mientras se ríe. Contra todo pronóstico, ingresó al convento. En la familia nadie la imaginaba entre costuras, cocina y huerta, que era lo que hacían las monjas en Cabo Verde. Dicen que su novio de la adolescencia, José Filomeno, todavía repite que "se la robó Dios". Entró a la orden San Pedro Claver, estuvo en Portugal, estudió la liturgia en Roma, siguió preparándose en Estados Unidos y anduvo por Colombia y Brasil. A Theresa hay unas imágenes que nunca se le borran de la cabeza y el corazón: "En Brasil vi en la calle a una madre que maltrataba a una nena y a otra chica que lloraba desconsoladamente, porque no habían conseguido limosnas para llevar a su casa. Esas lágrimas me hicieron estallar el pecho, me quedaron adentro. Quería estar con los pobres, pero no dar un portazo al convento. Me mandaron a la Argentina, a Buenos Aires, donde les enseñaba la Biblia a los chicos". En el barrio porteño de Belgrano su vida empezó a cambiar. No solo se hizo fanática de River, una pasión que convive con su amistad con el ex DT de Boca, Carlos Bianchi, sino que se profundizó su idea de dejar la orden (no los hábitos) y misionar. Pidió licencia y estuvo dos años en la ciudad cordobesa de Oncativo, donde decidió que no iba a regresar al convento. Con la ayuda de los entonces obispos de Córdoba, Raúl Primatesta y Omar Colomé, se mudó a San Marcos Sierras. El 9 de septiembre de 1996 nació la versión misionera de Theresa, ese día renovó sus votos perpetuos y su compromiso de servir a los más pobres. Cuándo ve tanta miseria, ¿no se enoja con Dios? Me enojo, sí. Hasta que hablo con Él y comprendo que los que hacemos mal las cosas somos nosotros. Le pregunto ¿por qué pasa? Pero cuando me encuentro con Él tengo paz y ese enojo se va. A veces pienso: ¿cómo puede ser que alguien tenga 1990 autos y otros nada?, pero sigo. Con la gente me enojo cuando me mienten. Eso me produce un enojo doloroso o un dolor enojoso. Siempre sonríe, es raro verla triste. ¿Alguna vez la acosa la desesperanza? ¿No tiene miedos? No sé cómo sucede, pero si falta algo, aparece alguien y lo ofrece. Un día hacía un calorón y pensaba "qué lindo sería tener yogur fresco para los chicos". A las horas nos donaron 500 litros. Lo que soñé, llegó. Si uno pide con fe y para el bien, Dios lo da, sobre todo si es para los niños; Él es su amigo. Sonrío aún cuando las cosas no van bien y pienso que volverán a estarlo. Es un poco como cuando llueve; el agua revuelve, mueve todo y después viene la serenidad, se lleva la paja y queda la piedra. Me pone triste el sufrir del otro, por eso siempre hincho las paciencias para que me ayuden a ayudar. Sobre los miedos, le temo a la soledad, pero no más. ¿Llora? Con mi almohada, pero no me quedo en el llorar, me levanto y hago. Amo mucho la vida, perdidamente, igual que a mi vocación. Cada cosa tiene su lugar, mi tiempo de oración es de consagración. Después no es fácil estar quieta; pero cuando rezo tengo un sosiego profundo. Dar, siempre dar Theresa corre contra el tiempo y las ideas se le agolpan. Ahora quiere que los chicos de la Fundación canten con José Luis Perales cuando el español actúe en octubre en Córdoba. Es uno de los sueños para los que se está moviendo. Por las tardes, cuando puede, mira alguna novela turca. Y si un personaje le gusta, el nombre pasa a alguno de sus animales. Lee la Biblia a diario convencida de que en el Evangelio está la respuesta a todo, también a San Agustín, "que era negro", y siempre vuelve a El arte de ser feliz, de Arthur Schopenhauer. ¿Es feliz? Sí, para mí ser feliz es buscar la manera de hacer feliz al otro; si alrededor tuyo no hay felicidad, no se puede estar bien. ¿Todos creemos en algo? Cuando alguien se me acerca y me dice que no cree, pero que quiere ayudar, yo lo escucho. "No creo en Dios, pero amo a los chicos y quiero colaborar", dicen. Les contesto, "entonces creés en Dios porque Dios es amor". Muchos la califican de "insurrecta", ¿cómo lo vive? Cuando se tiene un principio, un valor, se trabaja para conservarlo. Hago lío para conservar mis principios y porque creo firmente en ellos. Cuando el Papa Francisco dijo "hagan lío" me sentí muy identificada, fue como que me avaló. ¿Le importa lo que dicen los demás? No, porque entonces te quedás parado. Entro en mi corazón y me pregunto si tiene algo de verdad lo que dicen. Si es así, me corrijo. Mi mamá decía que hay que tener las virtudes del agua que tiene la meta de ir al mar, en el camino encuentra una dificultad y la contornea, le pasa por encima y sigue. Mi meta es hacer bien. Cada tanto vuelve a Cabo Verde, a sus montañas y su mar. Extraña a su familia, pero su lugar en el mundo es San Marcos Sierras, este pueblo donde conviven los hippies con los lugareños y donde se siente cómoda. Cada tanto se sube al camión sanitario de la Fundación que recorre dos veces por mes las zonas rurales. La unidad móvil está equipada con consultorio ginecológico, pediátrico, odontológico, de análisis y una farmacia rodante. También la conocen en otras provincias. Con profesionales de distintas especialidades médicas, fueron cuatro años al Impenetrable chaqueño. A Theresa no la sorprende cuando le preguntan qué hace en la Argentina cuando en África hay tantos pobres: "Dios no tiene fronteras. Hay argentinos haciendo el bien en Cabo Verde; pero ese es un país pobre con pobres; Argentina es rica con gente empobrecida, da vergüenza". ¿Qué hicimos mal, por qué estamos así? Hay un montón de cosas juntas. Falta de estudio, de un trabajo digno, de inclusión. Todo eso lleva a la catástrofe de la pobreza que genera violencia, adicciones. Caemos en el pozo. Tenemos que ser muchos andando por el mismo camino, no tenemos que pelearnos entre nosotros, tenemos que armar una fuerza en busca del bien común. Así la comunidad va a salir adelante. Siempre dice que quiere ser una "desocupada"… Estaría bueno. Lo digo en el sentido de no tener que dar de comer porque no se necesita. Además de alimentar la panza, alimentamos la esperanza, la cabeza, la fe. Queremos enseñarles a los chicos, que aprendan, que vean que hay que trabajar, que compartan valores. Muchos no lo ven en sus casas. No son resignados, algunas veces lo están porque no ven una salida, pero no es su naturaleza. Trabajar con los chicos permite moldearlos, son como arcilla en manos de un artesano; con los grandes es más difícil porque tienen un camino hecho pero necesitan mucho ser escuchados. Hay que darles la oportunidad de que hablen. Aprendí mucho trabajando con gente pobre que comprende lo que le pasa y quiere salir adelante, que no pide como un mendigo. De la Argentina Theresa incorporó todo, menos el dulce de leche, el mate y el asado. Quiere que la Fundación siga cuando ella no esté, aunque no piensa en la muerte "por falta de tiempo". ¿Se metería en política? Todos somos políticos, pero partidaria no sería nunca; si lo hago, se acaba todo. No soy capaz. Hay una política que todos deberíamos tener: la de hacer el bien..