PARTE SEGUNDA: PARTE GENERAL. CAPÍTULO 8.- REGULACIÓN INTERNACIONAL DEL BIENESTAR ANIMAL Elena Peribáñez Blasco Enrique Alonso García 1.- INTRODUCCIÓN: DE LAS NORMAS INDIRECTAS AL BIENESTAR ANIAL COMO OBJETO MISMO DEL DERECHO INTERNACIONAL. 2.- LAS NORMAS DERIVADAS DEL CITES Y DEL CONVENIO DE DIVERSIDAD BIOLÓGICA. 3.- LOS CONVENIOS DEL CONSEJO DE EUROPA. 4.- LA DECLARACIÓN DE DERECHOS DE LOS ANIMALES Y EL PROYECTO DE CONVENIO MULTILATERAL SOBRE BIENESTAR ANIMAL. 5.- LOS ESTÁNDRES INTERNAVIONALES VINCULANTES DE BIENESTAR DE LOS ANIMALES DE PRODUCCIÓN: LA OMC Y LA OIE. REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA. 1.- INTRODUCCIÓN: DE LAS NORMAS INDIRECTAS AL BIENESTAR ANIAL COMO OBJETO MISMO DEL DERECHO INTERNACIONAL. El derecho internacional no necesariamente tiene que ser global. Puede haber derecho internacional exclusivamente bilateral (es decir creado nada más que por dos Estados) o regional (creado por un grupo de Estados afines entre sí). Por tanto el derecho internacional más que un derecho de ámbito geográfico o geopolítico determinado, es una técnica a través de la cual los Estados se vinculan entre sí, para lo que no tienen potencial suficiente ni el derecho nacional ni el supranacional. Se tarta, pues, de una técnica para mediante tratados o convenios internacionales o mediante la costumbre internacional (práctica coherente y consistente por parte de todos los Estados de la comunidad internacional, en la creencia de que existe un obligación jurídica, de comportarse frente a otros Estados de determinada manera). España no puede, mediante su derecho nacional, extender en principio su jurisdicción para regular conductas –jurisdiction to prescribe- ni para exigir su cumplimiento mediante la coacción que supone el monopolio de la violencia y del poder en manos del Estado –jurisdiction to enforce- fuera de su territorio o más allá, para regular conductas, de la imposición de normas a sus ciudadanos aunque estén fuera del territorio –jurisdicción territorial y jurisdicción personal-). Tampoco puede hacerlo la Unión Europea a través de su derecho supranacional, que sólo vincula a sus Estados miembros. Pero ambos sí pueden extender su jurisdicción más allá de su territorio o para alcanzar a terceros Estados o a ciudadanos (personas físicas o jurídicas) de esos terceros Estados aunque se encuentren fuera del territorio, y “obligarles” a ajustar sus conductas a determinadas normas y para ello, precisamente se recurre al derecho internacional, lo cual en principio -y salvo poquísimas excepciones (ninguna de ellas aplicables en esta área)- sólo puede hacerse cuando ese tercer Estado ha prestado su consentimiento a que así sea en un tratado o convenio internacional también firmado por España o por la Unión Europea (principio de reciprocidad, que es esencial en derecho internacional). ¿Se ha recurrido a normas de derecho internacional, bien multilateral o globales, bien regionales o bilaterales, para establecer normas internacionales de bienestar de los animales? Que la noción misma de bienestar animal es un concepto a la vez científico, filosófico, ético y religioso, es decir, culturales en general, ha sido analizado en la primera parte de esta obra. No es por ello de extrañar que sea difícil que el derecho internacional lo regule ya que la ausencia de consenso mismo acerca de la materia a regular impediría lógicamente alcanzar acuerdos globales en cuanto a las normas aplicables. Y, sin embargo, sí puede darse esa comunidad cultural en ámbitos regionales (por ejemplo, en Europa, más allá de la Unión Europea o donde los Estados miembros de la Unión no quieren utilizar el derecho supranacional para no ceder competencias constitucionales a la Unión , sino hacerlo conservando su plena soberanía internacional) o mediante acuerdos bilaterales con terceros Estados. Incluso puede que haya campos en los que sí existe un acuerdo global, limitado pero n por ello poco importante. ¿Existen, pues, esas normas de derecho internacional en materia de bienestar de los animales? La respuesta es bien simple. Sí, y son relativamente numerosas, si se comparan con otros campos o materias. Lo que no existe –y eso es lo que puede generar la impresión de que no hay derecho internacional en la materia de bienestar animal- es un tratado global que abarque todos los aspectos esenciales del mismo. Donde sí que se alcanzaron diversos acuerdos globales es en materia de conservación y uso sostenible de la biodiversidad, es decir, de los animales (y plantas, por supuesto) como diversidad de vida (es decir, como vida diferenciada genéticamente, entre poblaciones de la misma especie, entre especies y entre conjuntos de distintas especies, es decir, ecosistemas), pero no como seres con valor inherente cada uno de ellos. Y, por supuesto, desde bastante antes, se habían también establecido normas para evitar la propagación de enfermedades entre los animales (epizootías) –en especial entre los de producción- o desde los animales a los seres humanos (zoonosis). Estas normas no tenían, ni tienen, por objeto directo la dignificación de la vida animal ni su mayor bienestar. Pero, sin embargo, en la medida en que la diversidad biológica llegue a estar tan amenazada que la conservación de un solo ejemplar, o de un grupo de ejemplares, sea un elemento esencial de la pervivencia de la especie o de su riqueza genética, el bienestar de ese o esos ejemplares se convierte automáticamente en algo en los que coinciden ambas políticas públicas, la de biodiversidad y la de bienestar animal. Lo mismo puede ocurrir con la salvaguarda de los animales de producción. Es obvio que existen normas de sanidad animal que coinciden en su objeto con el bienestar animal, aunque ambas cosas sean distintas1. 1 Véase la Introducción. Así, el Convenio Internacional sobre el Comercio de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, de 1973 (CITES) contiene normas sobre cómo tratar a los animales una vez que su tráfico ha sido excepcionalmente autorizado o aunque dicho tráfico esté autorizado por tratarse de una excepción a sus medidas restrictivas del comercio (sobre el transporte y sobre las instalaciones sean de acogida, sean de depósito si son ilegalmente decomisadas). De igual manera, el Convenio de Diversidad Biológica de 1992, ciertamente preocupado esencialmente por ésta y no por el valor inherente de la vida animal (de hecho ordena en su artículo 8, dedicado a la conservación de la biodiversidad in situ, “erradicar” a poblaciones que pueden ser de animales y, desde luego, también de animales mamíferos superiores; aunque también otros apartados de dicho artículo, singularmente los que se refieren a especies amenazadas pueden producir el mismo efecto que el ya visto para el CITES) contiene un artículo, el 9, que regula la conservación ex situ de las especies, por lo que ha dado un nuevo sentido a muchas instituciones como los parques zoológicos) que ahora deben tener en cuenta, si quieren que sus ejemplares sirvan a dicha función, también su bienestar. A su vez, desde 1924 existe la Organización Internacional de Epizootías (Oficina internacional de Sanidad Animal desde 2003, aunque haya conservado el acrónimo histórico como marca) que ha dad lugar a múltiples acuerdos para evitar la propagación internacional de enfermedades. Pero, en el ámbito geográfico europeo, el bienestar animal, como se vió en los capítulos 1 a 6, es acervo cultural común. Por ello no es de extrañar que en seno de su organización internacional más vinculada a ese acervo cultural común (siempre que se respeten las reglas democráticas –por eso abarca hoy en día también a los países que no son miembros de la Unión Europea, como lo son las repúblicas del antiguo bloque soviético- ; siendo los derechos humanos comunes, incluso mediante su aplicación a través de un Tribunal ad hoc, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos) haya sido donde numerosos convenios internacionales han sido celebrados y ratificados. Es más, muchos de ellos han servido de base para que la Unión Europea haga de ellos, posteriormente, un instrumento supranacional. Pero tanto por motivos económico-comerciales como por motivos intrínsecamente vinculados a la progresiva universalización de los valores intrínsecos del bienestar animal también ha habido por ahora intentos, algunos muy cercanos a fructificar, de fijar estándares globales. Desde luego, lo que sí hay ya, en determinados sectores económicos, son normas de autorregulación como las que se autoaplican algunas empresas que operan a nivel global (especialmente multinacionales norteamericanas de comida rápida) o el sector de los parques zoológicos, que a través de la WAIZA, ha fijado estándares mínimos para los zoológicos que quieran ser parte de la misma, mediante un sistema de acreditación universal, extendiendo las reglas que antes eran o bien de los parques norteamericanos (y algunos de Latino América) de la AZA (American Association of Zoos and Aquariums) y la EAZA (European Association of Zoos and Aquaria) a nivel global mediante el denominado Código Ético y de Bienestar Animal (Code of Ethics & Animal Welfare), que fundió en un sólo documento el Código Ético de 1999 y el de Bienestar Animal de 2002 y que fue adoptado en la 58ª Sesión Anual celebrada el 19 de noviembre de 2003 en San José de Costa Rica2. Pero, volviendo a la regulación propiamente dicha, es decir, la llevada a cabo por los Estados en cuanto que poderes públicos (en la esfera interna es una cuestión constitucional si sólo el Estado, es decir, el ente central, u otros entes territoriales pueden hacerlo3) son dos los mecanismos a través de los cuales se está intentado crear este derecho internacional global. El primero, por centrarse en el objeto mismo del bienestar animal e incluso adoptar un lenguaje que va mucho más allá de lo que los propios derechos nacionales han estado dispuestos a admitir ha resultado en un documento de calor jurídico nulo, ni siquiera tiene valor de soft law (derecho suave, utilizado a veces en la interpretación de otras normas): la Declaración Universal de los Derechos del Animal, aunque sí existe otro intento, ahora más serio de poner en marcha un auténtico tratado internacional sobre obligaciones mínimas de los estados en relación con el bienestar de los animales, el denominado el proyecto de declaración universal sobre bienestar animal (DUBA-UDAW). El segundo, que es el que sí lleva camino de convertirse en el auténtico código internacional, se produce en el seno de la Organización Mundial de Comercio. Al haber impuesto muchos Estados a sus productores normas de bienestar de los animales de producción, los costes de éstos están haciendo que estas sociedades demanden el mismo trato para los animales cuyos productos son importados por aquellos países. El argumento no es solo económico (diferencias de costes, ya que la implementación de medidas de bienestar animal es a veces relativamente o muy cara) sino también ética: si se favorece la entrada en los mercados más potentes de productos de origen animal que son más baratos porque se producen sin medidas de bienestar, lo que se está realmente haciendo es favorecer la tortura y el maltrato en mucha mayor escala al ofrecer el incentivo de los grandes mercados a quienes producen sin dichas medidas. Ello ha llevado a muchos países a propugnar bien la imposición de medidas unilaterales bien a forzar que la Organización Mundial de Comercio (en adelante OMC) apruebe estándares mínimos internacionales que, si no se acreditan, permiten al país importador rechazar los productos en frontera pese a la libertad de comercio de estos productos. El problema reside en que las cláusulas que permiten excepcionar el libre comercio son muy limitadas y datan de 1948, por lo que el bienestar de los animales difícilmente puede estar entre ellas. De hecho en otros campos (las pieles de foca canadiense, las pieles de animales cazados con cepos…) ya ha habido conflictos internacionales serios al invocar los países de procedencia que quien impone estas restricciones (la Unión Europea en estos casos) lo que pretende sin base científica alguna es exportar su cultura –imperialismo cultural tan típico de la historia de Europa, dicen- y eso no lo permiten los tratados comerciales. Pero la cuestión es que, cada vez más, la ciencia va demostrando la conexión entre bienestar animal y seguridad alimentaria y ésta sí constituye una causa de excepción al comercio 2 http://www.waza.org/en/site/conservation/code-of-ethics-animal-welfare. 3 Véase el capítulo 10. desde tiempo inmemorial y, además, el peso de los grandes países importadores en el OMC es lo suficientemente importante como para que la organización se tome en serio la cuestión. De hecho la OMC encargó en 2004 a la OIE la elaboración de esos estándares internacionales. Finalmente, en el caso de los animales de experimentación, la presión social en algunos países de la OCDE fue determinante para que a mediados de los años 80 surgieran las primeras normativas para condicionar prácticas relacionadas con el uso de animales con fines experimentales y otros usos científicos. Estas normas llegaron a plantear controversias en el marco de la OMC sobre la imposición de barreras a la comercialización de productos en cuya obtención se habían utilizado animales durante la fase experimental. A modo de ejemplo, desde la Unión Europea se lanzó en el año 2000 una propuesta a la OMC para avanzar en las negociaciones sobre esta materia, ya que la Comisión era consciente de que la posibilidad de prohibir la comercialización en la Comunidad Europea de productos experimentados en animales, tanto si esos productos se fabrican en la Comunidad como si se importan de países terceros, podría no ser conforme con las normas de la OMC. Ello afecta tanto a la comercialización de productos cosméticos como a la de otras sustancias peligrosas. En particular es en el seno de la OCDE donde se llevan a cabo los trabajos de determinación de si existen o no métodos alternativos de experimentación de sustancias que no necesiten la experimentación en animales. En suma el derecho internacional en materia de bienestar animal es relativamente extenso, pese a que existe cierto consenso de que se trata de una cuestión en la que confluyen aspectos políticos, religiosos, económicos, culturales, científicos y éticos ya que, tal y como se señala desde la FAO: “En el modo de tratar a los animales influyen las creencias y valores sobre su naturaleza e importancia desde un punto de vista ético, creencias y valores que difieren de una cultura a otra. Las culturas se diferencian asimismo en la prioridad que atribuyen a diversos aspectos del bienestar animal, como la asistencia sanitaria básica y la nutrición o la eliminación del dolor y el sufrimiento”4. 2.- LAS NORMAS DERIVADAS DEL CITES Y DEL CONVENIO DE DIVERSIDAD BIOLÓGICA. El bienestar animal de las especies silvestres es objeto de los capítulos 24 y 27 a 29 y allí se tratan tanto las que afectan al trato a los animales con motivo de la caza y de la pesca fluvial (capítulo 24) como con motivo de la utilización de técnicas para la conservación in situ y ex situ de ejemplares de especies amenazadas o simplemente silvestres no cinegéticas o que no son recurso pesquero. 4 FAO (2009a) El estado mundial de la agricultura y la alimentación: la ganadería a examen. Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Roma, 2009. Simplemente baste por ahora con recordar que las Conferencias de las Partes Contratantes (COP) del CITES han aprobado diversas resoluciones, como las Resolución 13.9, aprobada en la 13ª COP del CITES, que tuvo lugar en Bangkok (Tailandia), en octubre de 2004, que reguló el “Fomento de la cooperación entre las Partes con establecimientos de cría ex situ y las Partes con programas de conservación in situ.” Asimismo, a través de la Decisión 11.102, aprobada en la 11ª COP, celebrada en Gigiri (Kenya) en abril de 2000, y revisada en la 12ª COP celebrada en Santiago de Chile en el año 2002, se encargó al Comité de la Fauna que examinara la relación entre los establecimientos de cría ex situ y la conservación in situ de especies, determinando posibles estrategias y otros mecanismos mediante los cuales los centros de cría ex situ pudieran contribuir en el incremento de la recuperación y/o conservación de las especies en sus países de origen. En la 20ª reunión del Comité de Fauna del CITES (Johannesburgo 29 de marzo-2 de abril de 2004) se examinó la relación entre la producción ex situ de animales, referente a la cría en cautividad con fines comerciales; así como su conservación in situ.5 Debe también recordarse que el Reglamento (CE) nº 338/97 relativo a la protección de especies de la fauna y flora silvestres mediante el control de su comercio, es la norma que rige a nivel comunitario, y contiene normas adicionales de protección y bienestar; y que el Real Decreto 1333/2006, de 21 de noviembre, por el que se regula el destino de los especímenes decomisados de las especies amenazadas de fauna y flora silvestres protegidos mediante el control de su comercio, regula el destino de los ejemplares confiscados vivos por las autoridades españolas. También los artículos 8 y 9 del Convenio de Diversidad Biológica han sido desarrollados internamente por la Unión Europea. Así la Directiva 1999/22/CE, relativa al mantenimiento de animales silvestres en los parques zoológicos y la Ley 31/2003, de 27 de octubre, de conservación de la fauna silvestre en parques zoológicos, que transpone aquella al derecho español, constituyen un elemento adicional de implementación en España de dicho Convenio. De nuevo, se remite a los capítulos 24 detallado de la materia. y 27 a 29 para un análisis más 3.- LOS CONVENIOS DEL CONSEJO DE EUROPA. El derecho internacional no n como las que El derecho internacional no necesariamente tiene que ser global. Puede haber derec 5 Vid. ALONSO GARCÍA, E. y LÓPEZ DE LA OSA ESCRIBANO, P. “Conservación ex situ: Jardines botánicos, bancos de germoplasma y parques zoológicos y acuarios. Conservación ex situ: concepto y legislación aplicable” en “Diccionario de Derecho Ambiental” Ed. Iustel, 2006, pág. 358.