LA VIDA NO ES CORTA Gusmar Carleix Sosa Crespo, de Cabinas, Estado de Zulia (Venezuela) Finalista Relato Corto III Concurso Internacional Relato Corto y Poesía “Caños Dorados” A veces creemos ser conquistadores mientras nos convertimos en presa de los deseos vueltos realidad, sin notar que algunos deseos van tomando vida propia, que pasamos de ser soñadores a soñados, de ser dueños de deseos a ser el aliento que ellos respiran; algunos deseos se convierten en monstruos que devoran a sus creadores. Otros evolucionan con violencia, jalan la vida desde sus lugares e intentan manipularla con sus hilos cual marioneta inerte y dependiente de quien está del otro extremo. Entonces, avanzamos por las veredas de los cumplimientos de algunos sueños, esas que conducen a la meta de carreras, y sin notarlo vamos en una competencia que nos aleja de nosotros mismos, olvidando recuerdos que fueron importantes, recuerdos que alguna vez construyeron nuestra identidad en evolución y nos mantuvieron a la expectativa. Mientras estudió en la Facultad de Humanidades, optando por el título de Licenciado en Ciencias Pedagógicas construyó su sueño. Quería ser docente, pero no uno limitado por las paredes de un aula y al servicio de una institución cuyos valores, métodos y contenidos de enseñanzas estén vendidos a un sistema. Él quería ser un docente trotamundos, un docente embajador de las libertades. Soñaba con tener las oportunidades de ocupar importantes escenarios para denunciar los sistemas que en nombre del orden establecían regímenes que obedecían a los intereses de un sector opresor; desde su juventud sintió atracción por el caos y la anarquía, desde una óptica utópica tal vez, creyendo que con esfuerzo y en constante evolución el escenario humano, el aparato social, podría dar a luz un modelo de organización inédito y dispuesto a la constante reconstrucción, adaptándose continuamente al contexto emergente e inclinándose siempre al bienestar común. Esa tarde del 21 de junio, mientras bajaba de su auto estacionado en el área reservada para docentes de la universidad, sintió que su juventud se estremecía dentro de él, sonrió al ver los edificios de la facultad, que levemente iban siendo conquistados por los jóvenes que se agrupaban en la plaza central caminando en dirección a los salones. Miró el reloj en su mano izquierda y suspiró al ver que indicaba las siete y treinta minutos de la mañana. Le quedaba una hora para encontrarse en el auditorio principal realizando una exposición basada en alguno de sus libros. La brisa fresca de la mañana golpeó su rostro y de nuevo su juventud se estremeció, esta vez no sonrió, sino que dejó escapar una risa irónica, miró sus manos y notó el paso del tiempo, tan fresco y violento como la brisa. -Cincuenta y un años - susurró con melancolía - Ha sido largo el recorrido, y nuevamente estoy aquí. A sus cincuenta y un años de edad era reconocido como uno de los representantes de una filosofía humanista inclinada a la construcción de escenarios sociales e instrumentos aplicables desde la política, la educación e incluso la economía. A veces se sentía satisfecho con sus dos docenas de libros recorriendo las regiones latinoamericanas, con su agenda que lo mantenía en viajes continuos, sabiendo que otros caminaban con el mismo ritmo e intención. Pero otras veces la agonía hacía fiesta en su garganta, apretándole con un nudo de ansiedades. Y justo en ese momento, a las siete y treinta de la mañana, apoyado de espalda a su auto en el estacionamiento de la Faculta de Humanidades, observando a jóvenes sedientos de conocimiento recorrer las calles de la facultad, un nudo apretaba su garganta. Caminó en dirección al edificio principal y caminando se encontró en la plaza central de la facultad donde tantas veces junto a un grupo de sus compañeros dirigió protestas políticas. Decidió sentarse un rato en una de las bancas, y desde allí observó a su izquierda, en el otro extremo, en una de las bancas dos jóvenes estaban sentados y se les notaba que disfrutaban de una conversación interesante; la chica, una rubia de cabellos rizados, de ojos oscuros y de piel dorada, sonreía como tal vez deberían sonreír las diosas, la chica era una diosa. La reconoció al instante y reconoció al joven: era él. Los escuchó conversando, podía escuchar la voz de la linda joven, su voz era azul como el océano, profunda y calmada pero con una fuerza atractiva. Se sorprendió al darse cuenta que la había olvidado, durante muchos años no había pensado más en ella. -¿Cuántos recuerdos más he perdido? Se levantó y caminó hacia el banco en el que sus recuerdos descansaban. -Camila Venus Estela. Pronunció los nombres observando el banco, como si los leyera grabados en él y con el tono de quien invoca incrédulo, pero esperanzado, la presencia de alguna deidad manifestada en tres elementos. Los tres nombres le pertenecían a ella. En ese mismo banco él la escuchó contándole la historia de sus tres nombres. Se sentó sobre sus recuerdos mientras le parecía revivir aquella tarde. -Desde el momento en que mi madre supo que yo seria niña pensó que mi nombre sería Camila. Y mis dos abuelas, Venus y Estela, se disputaban mi segundo nombre. “Tienes que ponerle Venus como yo”, decía una y la otra reclamaba lo mismo con su nombre. Así que el día de mi nacimiento mi madre se decidió por Camila Venus Estela, y surgió esta criatura de tres nombres que tienes frente a ti. Yo vine a ser como un tratado de paz entre la rivalidad de mis dos abuelas. Podía recordar cada detalle, cada fibra de su voz. Aquella criatura de tres nombres había desestabilizado todo su mundo, lo había hecho prisionero de un amor silente y confuso, de un amor que lo acusaba de débil, de tímido, de incapaz y cobarde. Esa criatura de tres nombres que reconcilió a sus abuelas lo había dividido a él en dos personas, en dos deseos, en dos sueños. El sueño de seguir el itinerario de sus pasos sistemáticos hacia el cumplimiento de sus metas y el sueño de poseerla y ser su posesión a la vez. Muchas veces quiso tener el coraje de dar la cara por ese amor que lo consumía y reclamaba su voz para expresarse. Muchas veces quiso intentar reconciliar sus dos deseos y aventurarse a un camino con ella. -¿Cómo habría sido mi vida de haberte perseguido hasta al final así como he perseguido todo esto? ¿Habrías estado dispuesta a ser mi compañera en todo esto?´ Pensó en los jóvenes que estarían frente a él en uno minutos, y en la charla que había preparado… -Tal vez debería hablarles de ella - dijo sonriendo. ¿Qué podría decirle a cientos de jóvenes que se aventuraban al estudio de las ciencias pedagógicas y que involucrara la única historia de amor que estuvo a punto de vivir? ¿De qué serviría hablarle de sus ojos oscuros como la noche, en los que se dibujaban las dulzuras de la incertidumbre? ¿De qué serviría describirles el color de sus cabellos rizados en los que podían enredarse los miedos y perderse allí? ¿De qué serviría contarles de una chica cuya sonrisa podía seducir el futuro planeado y desestabilizarlo? Suspiró, de repente parecía que los años transcurridos pesaban, que fue extrema la velocidad con la que se desplazaron por la línea del tiempo. Los recuerdos siguieron atacando sin piedad. Una tarde, sentados en la plaza, él abrió su morral y sacó un libro verde para obsequiárselo a ella. Se trataba de un tomo de filosofía en el que se incluía una carta de Lucio Anneo Séneca a Paulino, titulada “De la brevedad de la vida”. -¿Sabes que me gusta de Séneca?-le dijo ella al instante que hojeó el tomo y vio en el índice que se incluían obras de Lucio Anneo Séneca a Paulino-que su concepto de la vida era más responsable, él sostenía que no es que la vida sea corta sino que más bien somos nosotros que perdemos el tiempo. .. Esa tarde era la última del semestre, se sepa- rarían por un período de vacaciones y al cabo de casi dos meses volverían a encontrarse en los pasillos de la facultad. “Somos nosotros que perdemos tiempo”, la frase fue como una daga clavada en sus ojos, ardieron de dolor sus ojos al darse cuenta que llevaba meses perdiendo el tiempo y la vida transcurriendo. Quizás debía acercarse más a ella y confesarle su amor, decirle que llevaba meses respirando por ella, sorteando sus metas a la suerte de su mirada, de su sonrisa. Pero pensó que quizás sería mejor al volver en el siguiente semestre. Fue una decisión estúpida, y él lo sospechó cuando al semestre siguiente ella no apareció por los pasillos de la facultad, y se convenció de que realmente fue una estupidez cuando decidió transitar el camino hacia la Ciudadela Faria y encontró la quinta donde ella vivía vacía y dispuesta al alquiler. Se levantó de la banca con el sabor amargo de creer que la vida sí pasa con rapidez, que es corta, que no alcanza para rectificar los errores cometidos, que no alcanza para reconciliar los sueños, que no alcanza para perseguir dos quimeras. Se encontró con su ex profesor, y vio la vida transcurrida en él. Se reunió con los docentes compartiendo su visión y su experiencia por algunas regiones latinoamericanas y dos horas y medias después de haber llegado al estacionamiento de la Facultad de Humani- dades entró al auditorio principal que aguardaba repleto de mentes jóvenes y algunos adultos mal distribuidos entre la juventud. Se paró frente a los estudiantes, sonrió y suspiró. Su mirada paseó por todo el lugar, y cuando tomó el aliento para improvisar su discurso vio en una de las hileras la imagen de una persona que no armonizaba con la juventud frente a él, una mujer adulta de algunos cincuenta años de edad, sus ojos oscuros, sus cabellos rizados. Pensó que podría ser ella, pero no, no podía ser ella. La mujer le sonrió y él reconoció la sonrisa, la observó mejor y notó que ella apretaba contra su pecho un libro verde… Soltó el aliento y la multitud escuchó sus primeras palabras… -Queridos jóvenes, ¿han leído a Lucio Anneo Séneca? Me gusta su concepto de la vida y el tiempo, su visión era más responsable, él sostenía que no es que la vida sea corta sino que más bien somos nosotros que perdemos el tiempo…