El padre de la China moderna

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ENÍA todos los atributos para
pasar inadvertido. Pequeño
-menos de metro y medio-,
obediente, discreto hasta la invisibilidad, Deng Xiaoping
además era bien sordo: necesitaba que le hablaran al oído y
evitaba las reuniones de mucha gente. Mao
Tse Tung lo describió alguna vez como una
aguja dentro de una bola de algodón. Su pragmatismo sólo era superado por su disciplina,
que le permitió manejar el daño producido
por la revolución cultural y el gran salto adelante, los dos monstruosos programas de ingeniería social con los cuales Mao quiso mantener vivo el fuego de la revolución e impulsar
el desarrollo chino.
Deng Xiaoping afrontó, además, otros desafíos. Se las ingenió para disolver el culto a
Mao, para descentralizar China, para modernizar el país, para volver a poner tanto la agricultura como la industria en movimiento después de décadas de postración, para superar
el retraso tecnológico chino, atado a maquinaria soviética vetusta de los años 50, para
reabrir universidades cerradas y limpiar la
Universidad de Pekín de los guardias rojos
que habían expulsado a los académicos en la
revolución cultural. Todo esto, bajo la crítica y
la sospecha de Mao. Y luego de su muerte,
bajo la crítica y la sospecha de los seguidores
de Mao, como la Banda de los Cuatro, Kang
Sheng y Xie Fuzhi, entre otros.
El arduo trabajo de Ezra Vogel, profesor de
Ciencias Políticas de Harvard, cubre tanto los
años mozos de Deng Xiaoping como su lento
ascenso al poder. Fueron 10 años de investigación ardua. Vogel entrevistó a muchos cercanos a Deng, incluyendo miembros del Politburó y su hija preferida, Deng Rong. Toda una hazaña atendido el secretismo del gobierno chino
y la del mismo Deng, que jamás tomaba notas
ni mandaba mensajes escritos. Sólo confiaba
en su memoria y en la comunicación oral.
Si bien los primeros intentos por abrir China
fueron de Hua Guofeng, el sucesor inmediato
de Mao, es a Deng a quien se le atribuye la
apertura. Deng dejó entrar la ciencia y tecnología, retomó las redes diplomáticas perdidas
y recogió con humildad ideas de otros, mirando los pasos que había dado Japón. Sus medidas no resolvieron los problemas de la China
del siglo XX, pero sí permitieron un acucioso
plan de fortalecimiento institucional. En sencillo, Deng dedicó sus últimos 30 años de vida
a cambiar el mismo sistema que él había ayudado a construir, pero del cual se decepcionó
intelectualmente por completo en los cuatro
años de exilio sufrió en Jiangxi. No fue el úni-
LATERCERA Sábado 19 de octubre de 2013
LIBRO&IDEAS
El padre
de la China
moderna
POR: Cecilia Vial
primer exilio- encuentra a Zhuo Lin, con
quien se casa y vive hasta el final de sus días y
tiene cinco hijos. En lo profesional, su credibilidad se construye en los 12 años que encabeza la guerra contra el Kuomintang y en su
temple para sobrevivir durante la Gran Marcha. Así se gana la confianza del entonces joven Mao y esta amistad lo catapultaría en su
carrera política al final.
El libro se centra y concentra en los años 70
y 80, cuando Deng vuelve al gobierno -después de su segundo y más largo exilio por la
revolución cultural- y detalla sus políticas
públicas y su visión de la China moderna.
Primero da cuenta del mejoramiento en las
relaciones internacionales. Inicialmente se
acerca a Japón, luego a Europa y finalmente a
Estados Unidos. Estos vínculos fueron decisivos para que China importara tecnología y
sentara las bases de su crecimiento. La tercera
parte del libro cuenta cómo Deng conforma
grupos de trabajo y lidera sus políticas en las
distintas áreas. Empieza por el transporte, sigue con la agricultura y finaliza con la educación. Fueron estos los lineamientos que sentaron la base del crecimiento de China y de su
transformación industrial. Vogel insiste en
que el carácter y manera de proceder de Deng
fue clave en el éxito de China: viajaba por
todo el país para dar discursos y desplegaba al
hablar su autoridad, defendía a ojos ciegos a
su partido, mantenía a todo el Politburó alineado e implementa políticas públicas de
corto plazo con los ojos puestos en resultados
de largo plazo. El autor nota que esto fue posible en función del carácter de Deng y de la
ausencia de presiones populistas. Su cargo no
había sido ni iba a ser electivo y tampoco tenía un plazo fijo para su mandato, lo que le
permitía apostar al mediano y largo plazo.
Vogel perfila a Deng como unos de los grandes pragmáticos -si no el mayor- de nuestro
tiempo. En su intento por corregir políticas
desastrosas y crear un sistema que impulsara
el desarrollo de China, jamás cayó en la tentación de cortar de raíz con lo viejo y venerar
ciegamente lo nuevo. Lo errado se corregía
sin sangre ni vendettas, sin renegar abiertamente de Mao ni de su pensamiento, sin
ofender a los viejos integrantes del Politburó.
Las correcciones se hacían mirando a futuro,
no obsesionándose sobre vejámenes pasados,
tratando -eso sí- de enmendar a las víctimas,
pero no de nivelar para abajo a los victimarios. Deng sabía que lo otro, más que impartir
justicia desataría una segunda guerra civil,
volviendo a la China de principios de siglo
XX, la de los enfrentamientos de guerrilla con
el Kuomintang, a la dinámica de vencedor y
Tres veces sufrió el exilio y
tres veces se armó de mucha
paciencia para esperar.
Hasta que su hora le llegó.
La revolución cultural fue
una tragedia para él. Debió
retirarse al ostracismo y un
hijo suyo quedó paralítico.
co castigo que recibió en vida. Sufrió otros dos
exilios más por voluntad de Mao.
El libro se divide en cuatro partes: el ascenso, los preparativos, la era de Deng y lo que
vendría después. La última parte es particularmente interesante, porque hace una breve
referencia a los problemas que enfrentó Deng
ante las demandas sociales de una China que
pujaba por más democracia.
El joven Deng tuvo el privilegio de ser enviado a París en los años 20, junto a un grupo de
camaradas que encabeza Chou Enlai. Fue una
experiencia que le valió cierto reconocimiento y en la cual, además de templar su liderazgo, también adquirió el gusto por el café, el
pan, el queso y el vino, que lo acompañarían
hasta el final. En 1927 vuelve a China requerido por la revolución y se inician los 50 años
que definen el primer capítulo y el antecedente fundamental para cualquiera que quiera entender el carácter de Deng. En estos años
sufre una serie de reveses personales y profesionales, entiende lo que es la vergüenza y las
falsas acusaciones, pero también sale fortalecido. En el personal, después de la muerte
prematura de su primera esposa y primer
hijo, de la traición de la segunda mujer con
un camarada y después de lo que fue su primer escándalo político al ser acusado de débil
con el enemigo -acusación que le significa su
vencido, de víctima y victimario.
Amó a China y su partido por sobre todo.
Por sobre los principios, la coherencia, las
ideologías de turno y por sobre su propia palabra. Subió a lo más alto, cayó a lo más bajo,
volvería a subir y a caer al vaivén de las veleidades de Mao, amo y señor de China. Todo
esto con un costo personal enorme. Su hijo
menor, su favorito, por ejemplo, quedó paralítico cuando tuvo que tirarse de una ventana
para defenderse del asalto de guardias rojos.
Nunca se quejó ni se dejó amedrentar por la
situación. Tenía resistencia y era paciente.
Esperó hasta el último día en sus exilios. Esperó que los furores políticos fracasaran. Esperó su momento. Cuando todos habían perdido la fe, seguía confiando -como lo dijo repetidas veces durante sus años de exilio- en
la oportunidad de “servir otros 20 años más
al Partido Comunista”. Lo logró. Incluso se
dio el lujo de renunciar a sus cargos mucho
antes de morir, a los 92, en 1997, aunque el
verdadero poder seguía radicado en él.R
Cuando llegó al poder, contrarió
frontalmente el modelo que había ayudado a
construir. Sin embargo, Deng Xiaoping jamás
abjuró de su lealtad a Mao ni rompió con los
dogmas del socialismo centralizado. No hay
mejor ejemplo de pragmatismo político que
el suyo en estos tiempos.
Cecilia Vial, abogada PUC, reside en Boston y es secretaria ejecutiva del Consejo Chile-Massachusetts.
FICHA
Deng Xiaoping and The Transformation of China
Ezra Vogel
Belknap Press of Harvard University Press
2011, 928 páginas.
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