LIBROS ANA NIRIA ALBO Revista Casa de las Américas No. 280 julio-septiembre/2015 pp. 148-151 Cuestiones y horizontes del pensamiento de Aníbal Quijano* 148 U na vez más se acerca Aníbal Quijano. El público que lo ha leído y sobreleído, que ha escudriñado todos los rincones de su propuesta epistémica de una nueva mirada, de una mirada descolonizadora, toma en sus manos un buen cúmulo de sus trabajos. El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) ha tenido a bien reunir en un volumen de la colección Antologías, textos dispersos. Y precisamente ante una sala colmada de cientistas sociales, y amantes de la indagación en lo social, político e histórico de nuestra Abya * Aníbal Quijano: Cuestiones y horizontes: de la dependencia histórico estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder, Danilo Assis Clímaco (sel. y pról.), Buenos Aires, CLACSO, 2014. Yala, Pablo Gentilli, Secretario General de Clacso, invitaba al intelectual peruano-boricua, como él mismo se califica, a hablar de descolonización desde Puerto Rico. Una paradoja que indicaba hacia dónde iría el camino. Los aplausos empezaron y supimos que sería una tremenda tarde-noche. Desde ese mismo grito liberador, Oscar López estuvo en la sala y los cuarenta y tres de Ayotzinapa también. Y entonces dialogó el maestro. Una propuesta de subversión epistémica se nos acercaba en avalancha. Aunque lo habíamos leído, no es lo mismo cuando se escucha a viva voz. «Vivir adentro y en contra, en una continua confrontación en relación con la explotación y las relaciones de poder» –dijo Quijano, y muchos nos preguntamos: pero, ¿cuál es la línea que nos lleva, cuál puede ser nuestra esperanza? Y la respuesta lo subvirtió todo. Debemos ser parte de esa construcción de un nuevo horizonte. Participar podría ser la clave. El propio autor antologado tendría la palabra. El marco de exposición fueron conceptos nece- sarios en el mundo de Quijano: heterogeneidad histórico-estructural, colonialidad y descolonialidad del poder, fauna dominante, modernidad; pero, además, como buen profesor, supo inspirar. Por eso no es un secreto que al tener en la mano el volumen nos encontremos con textos tan tempranos en sus ya más de cincuenta años con el oficio del escriba, como «Dependencia, cambio social y urbanización en Latinoamérica» (1968), hasta los más recientes, «¿Bien vivir?: entre el desarrollo y la Des/Colonialidad del poder» (2010). Danilo Assis Clímaco ha decidido con esta entrega, partiendo del «carácter inquisitivo» que la precede, agrupar los textos en cuestión en tres grandes ejes: «Totalidad, heterogeneidad histórico-estructural del poder y las tendencias de la crisis raigal de la colonialidad global del poder», «De la cultura política cotidiana a la socialización y descolonización del poder en todos los ámbitos de la existencia social» e «Identidad latinoamericana y eurocentrismo; el nuevo horizonte de sentido histórico y la descolonialidad del poder». De los textos se obtienen varias perspectivas de análisis. Quizá la que resalte es la constante atención que le presta como analista social a la mirada holística e histórica de lo que se busca, porque como expresa en varias ocasiones: «[...] el conjunto no puede ser entendido fuera del marco histórico que condiciona la situación global», o como se cuestiona en el primer artículo acerca del desarrollo urbanístico en la América Latina: De un lado, aunque se reconoce el carácter multidimensional del proceso, no es claro cómo se articulan las varias dimensiones posibles entre sí y con la sociedad global, y el escollo suele conducir a privilegiar la dimensión ecológico-demográfica, sin duda porque esta es la de más impositiva presencia. De otro lado se investiga el fenómeno como si ocurriera en sociedades aisladas o autónomas, a pesar de que las sociedades nacionales latinoamericanas son constitutivamente dependientes y, en consecuencia, su legalidad histórica es dependiente [76]. Otro elemento a tener en cuenta y que destaca el sociólogo desde ese primer texto de 1968 es que la dependencia de los países latinoamericanos no es solo de carácter económico, sino que además están sujetos a relaciones impuestas por la estructura social y procesos de dominación que exceden lo económico. En este sentido es que se ha dicho en innumerables ocasiones que la presencia de Quijano dentro de la Comisión Económica para la América Latina (Cepal) aportó nuevas dimensiones y caminos a recorrer en el análisis de la teoría de la dependencia, así como decisivas polémicas que sobresalen en estos textos entre el marxismo tradicional o clásico y los nuevos marxistas latinoamericanos. De ahí que polémicas en torno al ejército de empleados, la plusvalía y el antagonismo tecnología vs. mano de obra obrera sean puestos sobre el tapete desde aproximaciones en las que la distribución del poder lo vertebra todo, como se puede leer a continuación: [...] no es la clase de recursos productivos, la tecnología que se emplea, sino la clase de intereses en cuyo beneficio se usan esos recursos lo que está en la base del «problema del empleo», que ahora se agrava para la masa mayor de la población de nuestras 149 sociedades. Esto no constituye problema técnico para el régimen actual de producción, esto es, para sus grupos dominantes [168]. Pero Quijano no se queda en los planteamientos en relación con el desarrollo y sus procesos. Va más allá e inicia el texto «Sobre la naturaleza actual de la crisis del capitalismo (Primera conferencia)» publicado originalmente en el libro editado por él mismo Crisis imperialista y clase obrera en América Latina, de 1974, reflexionando sobre los procesos de crisis del socialismo de los países de Europa del Este y la necesidad apuntada desde Lenin de generar una teoría revolucionaria para la acción revolucionaria. También convoca a lecturas y acciones contemporáneas de los procesos sociopolíticos de la región, idea que me parece cada vez más certera, que pareciera haber calado de forma honda en las gestas de un socialismo del siglo xxi y que adquiere matices diferenciadores desde las revoluciones bolivarianas, ciudadanas, plurinacionales y del vivir bien de países antes sometidos como Venezuela, Ecuador y Bolivia. Y como si pensara en esa esperanza despertada varios años después expresa: El socialismo, sin embargo, no es ya solo una posibilidad teórica. Ha iniciado ya su historia real en áreas decisivas del mundo, y a pesar de sus dificultades, de su estancamiento y de su formación en unos lugares, o de la incertidumbre de su desarrollo en otros, es su presencia efectiva lo que, también, contará decisivamente en el destino final de la crisis del capitalismo [197]. Ya para la página 285 aparece lo que se ha constituido en el elemento central del pensamiento de 150 este cientista social: la colonialidad del poder. El texto bajo el título «Colonialidad del poder y clasificación social», que fuera parte de los ensayos recogidos en el volumen El giro decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global por los compiladores Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel, refiere en primera instancia las diferencias entre el concepto de colonialidad y el de colonialismo. El autor de los textos junto a Immanuel Wallerstein de Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World System (1992), precisa que la colonialidad, a diferencia del colonialismo, no se limita al ejercicio del poder de un territorio sobre el otro, sino que se expresa sobre todo en los terrenos de «la subjetividad y sus productos materiales e intersubjetivos, incluido el conocimiento», así como en «la autoridad y sus instrumentos, de coerción en particular, para asegurar la reproducción de ese patrón de relaciones sociales» (289). Por otra parte, en este mismo trabajo aparece un análisis crítico de la evolución de las teorías sobre las clases sociales en la cual la sistematización toma partido y en otras ocasiones rechaza desde las grandes obras de Marx al respecto, 18 Brumario de Luis Bonaparte y El capital, hasta textos de Saint-Simon, Weber, Carlos Linneo, James L. Larson, Kautsky, Lenin y Lukács. Su aproximación a las clases sociales parte de subvertir el concepto y dirigirse a: [...] la clasificación social se refiere a los lugares y a los roles de las gentes en el control del trabajo, sus recursos (incluidos los de la naturaleza) y sus productos; del sexo y sus productos; de la subjetividad y sus productos (ante el imaginario y el co- nocimiento); y de la autoridad, sus recursos y sus productos [312]. En el eje tres identificado por el compilador aparece reflejada la preocupación específica de este pensador en torno a la colonialidad que es aquella que relaciona dominación y cultura, como el texto homónimo que se ubica en este libro entre las páginas 667 y 690. Comprometida propuesta la de Quijano en ese sentido: la búsqueda de una más amplia participación social, «ni tan siquiera solo para juzgar, usar o rechazar deliberadamente» sino para aquello que permita sacar a la luz lo condenado por lo dominante. En esa misma línea de pensamiento es que sorprende a un lector acostumbrado a sus indagaciones sociológicas, leer «Arguedas: La sonora banda de la sociedad», sobre la reflexión realizada por Alberto Escobar acerca del tránsito lingüístico en la obra del notable escritor peruano en la medida que fue cambiando la sociedad. Acercarnos a otra visión de la obra arguediana, hacia «una utopía de la lengua» (692), lleva a Quijano a corresponderla con una «utopía de la cultura y de la sociedad» que estaba también en las letras del autor de Los ríos profundos y que comporta «la intervención triunfante de lo indio»1 en el proyecto de integración cultural. Y en consecuencia, el último de los textos aparecidos en este volumen de 859 páginas está dirigido a argumentar por qué el Bien Vivir, Buen Vivir o Vivir bien, según el territorio desde el que se hable, es la configuración de la alternativa social a la colonialidad del poder. 1 José María Arguedas: «Razón de ser del Investigador» en Alberto Escobar: Arguedas o la utopía de la lengua, Lima, IEP, 1984, pp. 58-64. Quijano parece haber escuchado al canciller boliviano David Choquehuanca cuando desde la Casa nos decía: «Queremos ser personas del Buen Vivir, pero no nos interesa ser ricos. En nuestro idioma no existe la palabra raza y tampoco la palabra pobre. Somos hermanos porque nos alimentamos de la leche de la madre tierra, que es el agua de la Pachamama». Entonces en el libro se advierte toda una vida en torno a la crítica social que alerta sobre cómo la noción de raza ha naturalizado y legitimado las relaciones de dominación que se iniciaron con la conquista de esta, nuestra Abya Yala. De esa cuasi necesidad vital de criticar, alertar o abrir los ojos a la humanidad, es que nace la categoría que acuñara en la década del ochenta y que es, por un lado, caballo de batalla de teóricos poscoloniales, descoloniales; y por el otro, tan desconocida en muchas áreas de desarrollo del pensamiento social de la América Latina. Lleva ya más de cincuenta años produciendo un pensamiento crítico que choca perennemente con sus propios límites. No los esquiva, sino que los cuestiona. Su metodología es el análisis histórico y se ha constituido en su arma principal a la hora de convencer. Sin embargo, no abandona el carácter holístico de su ciencia madre. Problematiza e interpela desde la interacción de diferentes ciencias: la sociología, la historia, la politología y la antropología social. Y precisamente, Quijano se mueve por esas líneas convenciendo acerca de que la revolución social en la América, esa de la que hablara tanto nuestro Che, solo tendrá cumplimiento de sus objetivos totales una vez que sea «lavada de la subjetividad de la especie la idea de raza». He ahí el camino para que no se repitan ni Charleston, ni Ferguson, ni Baltimore. c 151 LORENA SÁNCHEZ Narrativa made in Chile: Jeftanovic y su laboratorio de la siquis humana* Revista Casa de las Américas No. 280 julio-septiembre/2015 pp. 152-154 L 152 o advierto: No aceptes caramelos de extraños (Casa de las Américas, 2014) no es un libro para escrupulosos. No es ni siquiera un volumen para quienes prefieren ladear el rostro ante la muerte, ante el miedo, o los que critican acérrimamente los archiconocidos tabúes sociales. Porque quien se acerque a la narrativa de Andrea Jeftanovic –una chilena judía que en algún momento de su vida decidió estudiar sociología y mucho tiempo después se lanzó a escribir su primera novela Escenario de guerra (Alfaguara, 2000), comenzando así su andar por las letras– debe despojarse con anterioridad de todo pensamiento decimonónico o atenerse luego a las consecuencias. Para adentrarse en el mundo jeftanoviano es necesario leer primero el relato que da inicio al volumen. Si «Árbol genealógico» no genera escozor, si la historia incestuosa funciona como un cubo de agua fría en la mañana, entonces podremos continuar. Aun cuando un cuento censurado en Alemania y los Estados Unidos por considerarse una «apología de la pedofilia» resulte difícil de digerir, Jeftanovic, en el me* Andrea Jeftanovic: No aceptes caramelos de extraños, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2014. jor estilo de la literatura contemporánea, seduce al lector de tal manera que en algún momento de la narración logra que este se encariñe con los personajes, con su devenir y, sobre todo, con su padecer. Ciertamente en esta oportunidad la autora chilena se adentra en una historia quizá universal, edípica y tan antigua como la tragedia griega misma, pero no por ello menos atractiva. Acude, además, a un narrador en primera persona para develarle –sicoanálisis mediante– las maneras que encuentran un padre y su hija para repoblar una sociedad que, amén de cualquier reproche, se le antoja moralista o demasiado hipócrita. Así, la preocupación por concebir un nuevo linaje, un nuevo mundo, se vuelve recurrente en el relato, y nociones como la endogamia, el amor filial y en última instancia el amor de pareja se reiteran como hilo conductor. Hay en «Árbol genealógico», además, un símbolo que el lector bien entrenado sabrá distinguir en algunos de los textos restantes: la ciudad como epicentro de la civilización. Este elemento se torna escenario fundamental en los discursos de algunos personajes; tal vez por esa obsesión de la escritora hacia la precariedad de la sociedad que se refleja con mayor énfasis en la vida citadina y desarrollada. Pero si «Árbol genealógico» funciona como la génesis de la experimentación narrativa de Jeftanovic, es en «Marejadas» –segundo cuento– donde la autora entra en un estadío superior de su poética. A partir de un lenguaje intimista, que caracteriza a los once relatos congregados en esta obra, muestra una relación sui generis entre la vida y la muerte al complejizar la estructura narrativa para dar paso al plano de las imágenes, a la introspección del narrador-personaje, a ese ir y venir entre los pensamientos y lo concreto, complicándole al lector la secuencia de la historia. Y es que la autora, recursos literarios mediante, yuxtapone realidades y escenas: a la fantasía de ambos padres por procrear al hijo en estado vegetativo se le asocia también su infancia, los síntomas del cuadro clínico, el instante en que les comunican que el muchacho ha muerto. Todo ello en un rejuego constante con el mar, el oleaje, el naufragio, para llegar a ser finalmente una historia demoledora. Llegado a este punto, el lector de No aceptes caramelos de extraños bien podría detener la lectura. Pero no lo recomiendo. Los relatos iniciales son una carta de presentación de su autora, a quien le interesa retratar o ficcionalizar la complejidad de las relaciones humanas, de los vínculos entre padres e hijos y poner a sus personajes a dialogar con situaciones extremas para desconstruir el tejido social. E insisto en el verbo ficcionalizar porque ciertamente Andrea Jeftanovic ha declarado en disímiles ocasiones que muchos de sus cuentos son producto de la realidad, pues fueron escritos a partir de entrevistas o noticias esparcidas por la prensa. No obstante, en «Primogénito» asoma un nuevo personaje central. Si bien hasta el momento las historias habían sido tejidas a través del punto de vista de los padres, en esta oportunidad, al igual que en «La necesidad de ser hijo» y «Tribunal de familia», son sus descendientes los protagonistas. Los celos perversos de un niño de siete años hacia su hermanita recién nacida; la vida cíclica de un hijo que termina pareciéndose a la de sus progenitores; y la historia de una niña abusada, son el leitmotiv fundamental de estos tres relatos que nos develan nuevamente no solo acontecimientos reales, sino además emociones y sentimientos que persisten en la siquis humana desde que somos pequeños. De esa manera Jeftanovic penetra en los secretos mejor guardados de sus personajes. Es en «Medio cuerpo afuera navegando por las ventanas», «Mañana saldremos en los titulares» y «La desazón de ser anónimos» donde el hiperrealismo de los relatos y las temáticas que hasta ese momento habían caracterizado al volumen se tornan diferentes. Estos tres cuentos dejan a un lado la relación padre e hijos para adentrarse en las –hasta cierto punto– controvertidas relaciones de pareja, donde el sexo entre dos desconocidos, la desesperación ante el próximo encuentro, la infidelidad, un matrimonio corrompido por la rutina, la tecnología como tabla de salvación, el morbo, el deseo, el vínculo inesperado entre la amante y la esposa de un hombre casado, son solo esquirlas de una narración desgarradora que nos hace sentir el mundo interior de sus protagonistas. Literatura made in Chile, No aceptes caramelos de extraños tiene también su dosis de escepticismo, de abandono, ciertos residuos de soledad y zozobra. «En la playa, los niños...», única historia narrada en tercera persona, y el relato homónimo del volumen arrastran en sí un sentimiento de pérdida que, aun cuando impregne al resto de los textos, se hace más agobiante aquí. La pérdida como azar de la vida, o más bien como alternativa a la vida. Una pérdida que se nos hace más soportable en «Hasta que se apaguen las estrellas», el cual funciona no 153 Revista Casa de las Américas No. 280 julio-septiembre/2015 pp. 154-157 solo como cierre sino como catalizador a tanta angustia, porque incluso cuando el escenario propicio para la narración sea un hospital, aunque el padre moribundo nos deje sin aliento, el final del cuento resulta esperanzador. Y es que de alguna manera Andrea Jeftanovic, quien con este libro obtuviera el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile en 2011 a la mejor obra literaria, nos trae personajes que no nos son ajenos, historias cercanas, dolorosas, mediante una prosa y estética literaria excepcionales, que la convierten en una de las autoras más importantes dentro de la escena literaria chilena y, por qué no, de Latinoamérica. c 154 SUSEL GUTIÉRREZ TORRES La utopía inconclusa; el sueño eterno* E n 1992, el narrador y periodista argentino Andrés Rivera se alzaba con el Premio Nacional de Literatura en su país por La revolución es un sueño eterno, novela evocadora y simbólica que bajo la forma de un diario íntimo recupera el pasado histórico a través de los recuerdos de Juan José Castelli, personaje protagónico con base en un referente del siglo xix en el Río de la Plata. Aun después de veinte años, gana el elogio de la crítica y los lectores por conseguir el indeleble retrato de un hombre que, desde una lúgubre pieza sin ventanas, repasa su vida mientras un cáncer lacera su lengua. Perdida el habla, amenazado por el fracaso del proyecto de patria que defendió y asediado por falsas acusaciones, sobre un pupitre de escolar escribe sus memorias en dos cuadernos de tapas rojas donde se funden presente y pasado, ilusión y realidad. Reacio a clasificaciones y taxonomías, en este texto confluyen rasgos de la novela histórica, la nueva novela histórica y la autobiografía, privilegiando la subjetividad y una visión más humanizada de los personajes históricos, que se mezclan con creaciones ficcionales y adquieren jerarquías distintas. Y es que Rivera no narra la Historia, sino las historias individuales que * Andrés Rivera: La revolución es un sueño eterno, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2014. necesariamente integran esa otra con mayúscula. De ahí que sea precisamente Castelli el centro de gravitación de la obra, y no Manuel Belgrano o Mariano Moreno, figuras más reconocidas de la Revolución de 1810. La selección del diario íntimo como estructura base del relato favorece la reflexión, privilegia un lugar para los pensamientos del que escribe y le permite incluso en ocasiones cuestionarse la veracidad de lo escrito, en tanto proviene de esa mirada particular con que la memoria media entre el presente y los recuerdos. Dispuesta en dos Cuadernos, divididos a su vez en pasajes numerados pero carentes de orden cronológico, y un Apéndice, La revolución… emplea de forma marcadamente visible la fragmentación como recurso, acentuando la coexistencia de diferentes puntos de vista e imágenes en la conformación de todo relato, sea histórico o ficcional. Incluso la voz narrativa se escinde: al Castelli que desde la primera persona reflexiona o escribe compulsivamente en cuadernos y hojas dispersas, se suman una voz en tercera persona y algunos comentarios de amigos y personajes femeninos. Completa el cuadro una instancia externa al tiempo de la novela, que emerge en las biografías contenidas en el Apéndice, síntesis de la vida de los contemporáneos del distinguido tribuno de Mayo. Si el desorden cronológico se advierte en la distribución misma de los pasajes, es en la superposición de tiempos en una misma oración donde alcanza su máxima expresión, como puede verse, de tantos, en estos dos ejemplos que combinan pasado-presente-futuro en unas pocas líneas: «Castelli, que no tiene apuro, escribirá, esa noche, que vio a sus jueces orar al Eterno Padre...» (64). «(Hable, Castelli, por nosotros, le dijeron; en esa noche de mayo, sus camaradas, y otros, ahora lo sabe, que iban a morir, y que él, Castelli, nunca conocería.)» (24). Mención aparte merecen los cuatro personajes femeninos que intervienen en la obra: históricos los dos primeros, la esposa María Rosa Lynch, y la hija mayor Ángela Castelli; además de sus amantes, Irene Orellano Stark, y Belén, la mulata esclava, quien será la encargada de conservar y editar los cuadernos de tapas rojas. Es quizá en su interacción con estas mujeres donde mejor se aprecian las dudas y contradicciones de un Castelli que no halla la forma de conciliar al político con el hombre, o al padre con el revolucionario. De ahí que la oposición al matrimonio de su hija con un miembro del partido contrario cree una distancia insalvable entre ambos que lo lleve a rogar por su presencia al final de sus días: «Ángela. Ángela. Por favor, Ángela» (141). Paralelamente a estos núcleos narrativos y al concierto de voces que los articulan, se intercalan con naturalidad fragmentos de cartas, títulos de libros, actas del juicio celebrado contra quien fuera el representante de la Primera Junta en el Ejército del Alto Perú, un inventario/testamento, discursos y citas, lo que enfatiza el carácter polifónico de un conjunto que desde sus primeras páginas exhibe otro recurso que lo atraviesa en su totalidad: la reiteración. Sin entorpecer el ritmo de lectura, se repiten fórmulas, ideas, oraciones, sentencias, en un intento por trasladar al manuscrito las caracte155 rísticas propias de la oralidad, muy a tono con un personaje que fue llamado en una época el Orador de la Revolución. Este detalle es clave para entender la sicología de Castelli, quien se mueve entre fases antagónicas de su vida: llena de seguridad y optimismo una, cuando convertido en vocero de un proyecto y una generación, su palabra le otorgó el poder; plagada de incertidumbre y pesimismo la otra, cuando irónicamente despojado de su voz, se resigna al desencanto: Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla [...]. // Y ahora escribo: me llamaron –¿importa cuándo?– el orador de la Revolución. Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamado el orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ríe. La podredumbre prohíbe, a mi boca, la risa. // Yo, Juan José Castelli, que escribí que un tumor me pudre la lengua, ¿sé, todavía, que una risa larga y trastornada cruje en mi vientre, que hoy es la noche de un día de junio, y que llueve, y que el invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria? [11]. Castelli sabe que las revoluciones se hacen palabras, y que las palabras pueden ser empleadas como armas. Tienen la fuerza para determinar el curso de la historia antes que esta suceda, o de cambiar su memoria una vez que ya ha transcurrido. La enfermedad ha hecho su parte, el juicio otro tanto. Incapaz de hablar, con un muñón purulento por lengua, el antaño orador encuentra en la escritura un vestigio de la auto156 ridad perdida. Transcribe las conversaciones que sostiene, o acaso las que imagina, en un esfuerzo por documentar sus recuerdos. Y a medida que se van llenando las páginas en blanco de los cuadernos de tapas rojas, asistimos al deterioro progresivo de la salud de Castelli, cuya letra inicial, «apretada y aún firme» (19), da paso a una caligrafía «angulosa, frágil, de viejo» (124), que traza una retrospectiva de su vida: Voy a morir. Y no quiero. NO QUIERO MORIR, escribe Castelli con letras mayúsculas. No quiero, escribe Castelli, en una pieza sin ventanas, su cuerpo que dispara palabras contra la soledad que se termina [...]. // No planté un árbol, no escribí un libro, escribe Castelli. Solo hablé. ¿Dónde están mis palabras? No escribí un libro, no planté un árbol: solo hablé. Y maté. // Castelli se pregunta dónde están sus palabras, qué quedó de ellas. La revolución –escribe Castelli, ahora, ahora que le falta tiempo para poner en orden sus papeles y responderse– se hace con palabras. Con muerte. Y se pierde con ellas [36-37]. Pero la novela en sí misma constituye una retrospectiva en la que se cruzan desordenadamente episodios públicos y privados de la vida de Castelli. Anécdotas sobre la lealtad de los amigos, la deslealtad de los traidores, sus relaciones familiares y su trato con las mujeres se combinan con el lastre de la enfermedad, dudas existenciales, hazañas revolucionarias y preguntas sin respuesta. Estas últimas tienen un peso notable ya que sustentan la construcción de varios pasajes, y si bien algunas adoptan un tono francamente retórico, otras parecen buscar una respuesta que trascienda sus páginas, como la del enigmático apartado que cierra el segundo cuaderno: «Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará las penas de los hombres?» (142). Una interrogante cierra la novela. Cual círculo perfecto, esta complementa líneas de pensamiento anteriormente esbozadas: [...] me acojo al sueño eterno de la revolución... Te escribo, el sueño eterno de la revolución sostiene mi pluma, pero no le permito que se deslice al papel y sea, en el papel, una invectiva pomposa, una interpelación pedante o, para complacer a los flojos, un estertor nostálgico. Te escribo para que no confundas lo real con la verdad [105]. Castelli le escribe a un amigo. Y lo hace sin confundir lo real con la verdad. Aun ante la cercanía de la muerte, no sorprende que esa Revolución que asoma desde el título mismo, se eleve a la altura de símbolo y se convierta en la fuerza impulsora que anima su pluma, en busca de una forma última de prolongar la utopía inconclusa, el sueño eterno. c Pedro Alcántara (Colombia): Aquí llueve sangre, 1965. Tinta/ papel, 25 x 32,5 cm 157