corpus mysticum

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JOSEPH A. JUNGMANN
«CORPUS MYSTICUM»
La expresión Cuerpo Místico designa, primariamente, tanto a la Iglesia como a la
Eucaristía. Pues entre ambas se da una mutua interdependencia y una mutua
representación. La Iglesia es una, por la Eucaristía. Y en la Eucaristía está presente
Cristo, por la Iglesia.
Corpus mysticum. Gedanken zum kommenden Eucharistschen Weltkongress, Stimmen
der Zeit, 164 (1959), 401-409
Visibilidad de la Iglesia y Eucaristía
Cristo fundó su Iglesia como sociedad visible. Habló de ella como ciudad edificada
sobre el monte, y como lámpara que no debe ponerse debajo de un cacharro.
Hace pocos siglos, esta característica se encontraba realizada incluso en el orden
sensible: en los innumerables santuarios que poblaban cada lugar, y en las catedrales
que dominaban la imagen de las ciudades. Hoy, las chimeneas de las fábricas, y los
edificios de los bancos, estaciones, teatros... han dejado totalmente en la sombra a las
iglesias.
La Iglesia ha sabido defender su carácter visible incluso en la vida pública de la
comunidad. Sus iglesias y santuarios penetran cada vez más las moradas de los hombres
como un sistema nervioso de extensas ramificaciones; sus campanas continúan
anunciando el día, y sus domingos marcan el ritmo de la vida social. Esta visibilidad
apenas es más que un montículo frente a la montaña de los orgullosos monumentos de
la era técnica. Pero de vez en cuando pasa a primer plano, en determinadas fiestas y
concentraciones de multitudes, y, sobre todo, cuando las naciones se reúnen para
celebrar un Congreso Eucarístico Internacional.
Esta forma de concebir un congreso eucarístico se halla sometida a tensiones no
despreciables, que la mantienen en un difícil punto de equilibrio. La Eucaristía es lo más
santo que la Iglesia posee, lo más íntimo de aquel punto en que el mundo invisible
limita con la tierra: sólo el santo silencio y la devoción tranquila dicen bien con ella.
Pero esta profunda cercanía de la divinidad (cuya presencia real está significada por
medio de las especies sacramentales) sólo es accesible a la fe. Y la fe ha venido a ser
hoy un órgano vulnerable, que muchos no pueden conseguir, y que a otros -en una
época empirista- se les antoja imposible, cuando no ridículo.
Esto es cierto; pero, por otro lado, esa cosa íntima que es la Eucaristía, hace presión
hacia afuera, hacia el mundo de las apariencias. Se parece -según expresión muy
repetida por Cristo- a la semilla que desde la oscuridad de la tierra presiona y se
desarrolla hacia afuera, hacia la luz del día.
Unidad de la Iglesia y Eucaristía
La semilla recoge las sustancias de la tierra circundante y con ellas va formando su
cuerpo incipiente. La Eucaristía aúna a todos los creyentes. Por eso ya la primitiva
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Iglesia rezaba así: "Como estos granos de trigo estaban dispersos por la tierra y ahora
han quedado unidos, haz que también Tu Iglesia se reúna en Tu Reino desde los
confines de la tierra" (Didaché, cap. 9). En la Eucaristía edifica Cristo su Cuerpo
Místico.
Y en efecto, durante siglos -como ha mostrado H. de Lubac1 - la expresión Cuerpo
Místico sirvió para designar a la Eucaristía. Para los teólogos carolingios, el adjetivo
místico (= santo, misterioso) designaba al cuerpo sacramental del Señor,
distinguiéndolo de su cuerpo terrestre, y de su cuerpo que es la Iglesia.
De estos tres conceptos: cuerpo terrestre, cuerpo sacramental, Iglesia, la tradición juntó
bien pronto los dos últimos y contempló siempre al cuerpo sacramental del Señor junto
con su representación, que es la Iglesia. Era la continuación del pensamiento paulino:
somos todos un cuerpo porque todos participamos de un mismo pan. Por eso San
Agustín ve en la Eucaristía no sólo la presencia real del cuerpo de Cristo, sino la fuerza
operante de donde deriva la unidad de la Iglesia.
La Iglesia, por tanto, es el cuerpo de Cristo, porque aquello que verifica y representa el
carácter de la Iglesia como comunión, es precisamente la Eucaristía. El mismo lenguaje
atestigua esta forma de pensar. La palabra comunión significaba antiguamente (y en el
castellano actual conserva este doble significado) tanto la recepción del Sacramento,
como la comunión de los santos: la mutua identidad de los creyentes como comunidad.
Este último sentido es el que tiene en las profesiones de fe apostólicas. Y es sabido que
en las fórmulas latina y griega de dichas profesiones, la expresión comrnunio sanctorum
puede significar comunidad de los santos (esto es, de los hombres santificados en el
bautismo) y comunidad de las cosas santas (sanctorurn, en neutro), entre las cuales
puede pensarse en la Eucaristía como la primera. Es casi seguro que San Agustín y otros
teólogos, tanto anteriores como posteriores, entendían la fórmula primariamente según
este último sentido.
La Eucaristía es el Cuerpo Místico, y, por eso, lo es también la Iglesia, representada por
la Eucaristía.
Iglesia, Comunión y Eucaristía
En la naciente escolástica es donde se verifica el traslado oficial de la fórmula corpus
mysticum y, al perder de vista su interrelación con la Eucaristía, se esfuma también el
significado de la palabra místico, que pasa a significar algo impropio o irreal. La
expresión cuerpo místico designa entonces la unidad moral de cualquier corporación. La
cosa llegó a tanto, que pudo hablarse hasta de un cuerpo místico del diablo. Con ello la
designación de la Iglesia como Cuerpo Místico perdió todo su peso y fue casi relegada
al olvido hasta nuestros días.
La Reforma y su Herejía obligaron a poner el acento casi exclusivamente en la forma de
presencia sacramental, en el sentido en que habla el Tridentino: verdadera, real y
esencialmente. Pero hoy estamos en condición de recuperar una parcela del tesoro
espiritual de la antigua Iglesia. Hemos aprendido de nuevo a ver en la Iglesia a la
comunidad de los creyentes, de los que oyen la llamada de Cristo y se unen a Él para
preparar su Reino. Ha crecido el número de los cristianos que no sólo vienen a la Iglesia
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para ser conducidos por ella, sino que saben que ellos mismos son Iglesia y que, en
unión con los jerarcas, son responsables do la Iglesia.
Al mismo tiempo ha crecido nuestra comprensión de la Eucaristía. Esta fue una de
preocupaciones del movimiento litúrgico alemán. Ha habido una intercausalidad
recíproca entre la renovación del concepto de Iglesia iniciada por Sailer y Möhler, y el
movimiento litúrgico con su llamada a una cooperación activa, su afán por acentuar el
nosotros en las oraciones de la Iglesia, y su deseo de congregar al pueblo junto al altar.
En ese pueblo santo congregado ante Dios y que participa de la Eucaristía, es donde
mejor siente el cristiano su dignidad como ciudadano del Reino de Dios.
Es un progreso el redescubrir chic no sólo debemos venerar la Eucaristía sino, sobre
todo, debemos celebrarla, y que no solamente debemos adorar al cuerpo del Señor sino,
sobre todo, debemos ofrecerlo en sacrificio y recibirlo. Y será un progreso mayor -y, al
mismo tiempo, una vuelta a la riqueza primitiva- el percatarnos de que debemos
celebrar la Eucaristía principalmente en comunión, como iglesia. No recibe la
Comunión el individuo aislado, sino que nosotros como iglesia volvemos siempre de
nuevo a aquel Punto céntrico que nos ha introducido en la comunión de los santos y nos
mantiene en ella. Ni oye la Misa el individuo aislado, sino que allí donde se realiza la
plenitud de sentido de la Eucaristía hay muchos que celebran la Misa. Ni profundiza en
su meditación personal el individuo aislado, sino que nosotros ofrecemos un sacrificio:
"tu pueblo", "tu iglesia", "tu familia" pide, alaba y da gracias.
Así es como la vida litúrgica, que será una de las características de nuestro siglo, nos ha
traído conciencia de lo que es la Iglesia: la Iglesia aquí y ahora, congregada junto a un
altar, la Iglesia en mil altares, la Iglesia separada y esparcida por toda la tierra, y, a la
vez, reunificada hasta tal punto, que no se celebra ninguna Misa sin esta mirada
unificante hacia las comunidades de todo el mundo, con sus pastores y su supremo
pastor de Roma.
La antigua Iglesia tenía conciencia de esta separación y esta unidad que se. da, sobre
todo, allí donde se celebra la Eucaristía. El nombre de parroquia (paroikía = colonia en
el extranjero) expresa, junto con la idea de la patria ultraterrena, la certeza de la mutua
interrelación de todos por encima de cualesquiera fronteras terrenas. También Ignacio
de Antioquía y Justino dan testimonio de este sentimiento de unidad. Hasta los albores
de la Edad Media dicho sentimiento vive simbolizado en la costumbre de enviar una
partícula del pan consagrado por el obispo a los presbíteros de las iglesias circundantes.
Y, sobre todo, lo encontramos encarnado en una costumbre más duradera, que floreció
principalmente en Roma.
Se trata de las famosas estancias (statio) o reuniones en un lugar, para celebrar en él la
Eucaristía. El Obispo señala en determinados días festivos, y particularmente durante la
Cuaresma, una peregrinación litúrgica. Las distintas iglesias de las diversas partes de la
ciudad y sus alrededores inmediatos acuden por orden al lugar en que celebra el Obispo.
Representaciones de todas las otras partes del distrito eclesiástico se encuentran allí;
toda la iglesia de la ciudad celebra reunida la Eucaristía.
En no pocas iglesias de la cristiandad se ha ensayado últimamente un resurgimiento de
esta antigua costumbre. Y desde esta perspectiva deben entenderse también, sean las
que sean las razones que les dieron origen, los Congresos Eucarísticos Internacionales
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que hoy apuntan a ser una statio mundial de toda la cristiandad. Antiguamente, el Papa
o su representante presidían la celebración estacional en la ciudad de Roma; hoy, el
representante del Papa preside los Congresos Eucarísticos: rodeado por obispos de
numerosos países y por el clero y el pueblo de todas las naciones, ofrece el Sacrificio a
la Divina Majestad...
Vida interior de la Iglesia y Eucaristía
Naturalmente que no termina todo en fáciles triunfos exteriores, ni en el eco de las
oraciones o de los cantos de muchedumbres congregadas. Pues si bien es cierto que
todas las aspiraciones cristianas y todos los trabajos pastorales y eclesiásticos deben
estar en una mutua interdependencia cuya corona es la celebración de la Eucaristía, no
podemos olvidar, sin embargo, que la piedad eucarística, hasta en sus manifestaciones
más nobles, no es algo extraño que sobrenada por encima de nuestra vida cotidiana.
Y a este respecto, resulta muy oportuno un pasaje de la 1.a .Carta de S. Pedro (2,5), en
cuya interpretación no están de acuerdo los exegetas. S. Pedro llama a los creyentes
piedras vivas y los exhorta a constituir un templo espiritual y un sacerdocio santo, para
ofrecer a Dios, por medio de Cristo, ofrendas espirituales. ¿Se refiere el santo a la
Hostia que ofrecemos en nuestros altares, y que es la auténtica víctima espiritual? ¿ 0
sólo quiere decir que los creyentes deben honrar a Dios con la fe, el amor, y las buenas
obras, y, de esta forma, verificar un sacerdocio misterioso?
Sin duda que el Apóstol pretende decir ambas cosas. Pues, por una parte., San Pedro
está lejos de creer que la Víctima del Nuevo Testamento haya sido consumada sólo
como entrega de sí, y no también como expresión cultual y como presencia conjunta
sacramental de toda la vida cristiana. Y, por otro lado, es igualmente ajena a San Pedro
la idea de una vida cristiana que busque la unión con Cristo y con su entrega a la
voluntad del Padre, sólo en los deseos piadosos y no en la realidad sacramental.
Y por consiguiente, la Eucaristía -que es ya la piedra angular del edificio de los
sacramentos, y que unifica y armoniza a todos los pueblos y lugares- debe también
congregar todas las partículas de la vida: todas las ocupaciones terrenas y todos los
deseos celestiales; de tal manera que desemboquen en el sacrificio de Cristo, que abarca
todas las edades y todas las preocupaciones de los hombres, y de modo que encuentren
su plenitud en Aquel que es el comienzo y el fin de todo.
Notas:
1
H. DE LUBAC, Corpus Al Mysticum L'Eucharistie el l'Eglise au Moyen-Age, Pa-Os,
1941.
Tradujo y condensó: JOSÉ I. GONZÁLEZ FAUS
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