UNA RECONSTRUCCIÓN HISTORIOGRÁFICA: LA CLASE

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UNA RECONSTRUCCIÓN HISTORIOGRÁFICA: LA CLASE TRABAJADORA
ARGENTINA, 1955-1959
Hernán Camarero*
En 1990 aparecía el libro Resistencia e integración. El peronismo y la clase
trabajadora argentina, 1946-1976, de Daniel James1, un intento de explorar en forma global
la experiencia de los trabajadores a partir del derrocamiento del segundo gobierno peronista.
El investigador británico presentó un nuevo enfoque en la historiografía de la clase obrera
argentina, articulado en torno al objetivo de reconstruir las prácticas, las percepciones y los
discursos de los trabajadores, que permitan recrear a éstos como un sujeto histórico colectivo.
Otros escritos, también aparecidos recientemente, se trazaron similares propósitos. Es
indudable, entonces, que la relevancia de la obra de James está fundada en algo más que en su
aporte al conocimiento de un período puntual; este texto operó como legitimizador de toda
una nueva y variada producción historiográfica y ha ampliado las posibilidades para la constitución de una nueva tradición interpretativa. De hecho, el libro terminó de instalar el debate
acerca de cómo encarar el estudio del pasado de la clase obrera argentina. Es por eso que su
publicación fue señalada como un punto de inflexión en el desarrollo de esta temática.
Esta nueva mirada, en la que se inscribe la indagación de James, vino
simultáneamente a superponerse, complementarse y romper con otros enfoques que
analizaron a la clase obrera y al movimiento sindical en el país. Pero lo cierto es que, a pesar
de contarse con importantes avances, aún no ha concluido la tarea de identificación de las
distintas visiones históricas sobre el mundo laboral, ni el examen de sus premisas teóricas, ni
el reconocimiento de sus puntos de contacto o ruptura. No se ha realizado aún un balance
global del desarrollo de la historiografía sobre el proletariado en la Argentina; una sondeo que
recupere el conocimiento del tema, lo historice y lo interpele con un adecuado dispositivo
teórico.2
Este artículo parte de este diagnóstico sobre las carencias y limitaciones del análisis
sobre los estudios laborales en el país, y es un intento por colaborar en la tarea planteada con
un recorte temporal muy preciso. El objetivo de las páginas que siguen es examinar cómo
*
Profesor de Historia en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo y en la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (Argentina).
1
avanzó el saber sobre un período clave en la historia de los trabajadores argentinos: el ubicado
entre los años 1955-1959.
¿Por qué realizamos esta periodización y la juzgamos relevante para un análisis de la
historiografía obrera argentina? En el lapso temporal considerado se evidenciaron en el país
una serie de importantes transformaciones en los planos económico-social y político, al
tiempo que se desplegó una de las experiencias más ricas de su historia sindical. Desde
mediados de la década de 1950, el país asistió a una progresiva mutación de su modelo de
acumulación capitalista. Condicionada por ésta, a partir del derrocamiento de Perón en 1955,
la clase dominante procuró consensuar una política cuyas metas fueron: revertir la distribución
del ingreso de la época peronista; alentar nuevas inversiones de capital; racionalizar la
estructura productiva; disminuir el peso de los gremios; y crear un orden político menos
dependiente de la clase obrera. Esta estrategia, que apuntaba a una redefinición de la relación
de fuerza entre las clases, sólo logró ser parcialmente plasmada en los comienzos de la etapa
posperonista. Fue recién el gobierno de Frondizi el que logró una implementación de los
planes de racionalización a partir de su segundo año de mandato, provocando una efectiva
derrota en el movimiento obrero.
Las causas de esta tardanza y dificultad que exhibió la clase dominante para imponer
su política durante el régimen de la llamada Revolución Libertadora se han encontrado
frecuentemente en la heterogeneidad que caracterizó al bloque social y político que debía
establecerla. Pero en verdad lo decisivo fue que esta ofensiva fue enfrentada por una
resistencia de caracter global --económica, social, política y también cultural-- por parte de los
asalariados. Esta resistencia alcanzó su máxima potencialidad en los años de los que se ocupa
este artículo: 1955-1959. Sin pretender delimitar aquí una abrupta e inmóvil frontera
temporal, establecemos que la primera fecha marcó el inicio de un ascenso en la dinámica del
conflicto social, con un alto protagonismo de las bases trabajadoras; la segunda, en cambio,
dio curso a un repliegue del proletariado y a un reforzamiento del control burocrático por parte
de la jerarquía gremial. La demarcación de este espacio histórico surge pues, a partir de
privilegiar la discontinuidad generada por estas activación y desaceleración cualitativas de las
luchas sociales y la consecuente diferenciación de distintas facetas de la experiencia obrera.
Si la obra de James constituye un punto de inflexión en el desarrollo de la
historiografía sobre la clase obrera argentina, y especialmente del período de la Resistencia, es
2
preciso hacer una valoración de esa obra a partir de una consideración teórico-histórica del
conocimiento constituido en el cual se insertó. Un recorrido bibliográfico nos permitirá
encontrar avances, retrocesos, limitaciones, falencias u olvidos en el progreso de ese saber
histórico y apreciar mejor cuales son las líneas de continuidad y los puntos de ruptura que
presenta la obra de James y de los escritos más recientes de otros autores. La construcción de
este balance historiográfico se realiza apelando a una visión crítica de las obras, tanto de
historiadores, como de sociólogos, cientistas políticos, economistas y ensayistas, argentinos o
extranjeros, que realizaron aportes al tema en forma directa o indirecta. La mayor parte de
estos escritos no abordaron nuestro período en su propia especificidad sino considerándolo
como preludio de ciclos de más larga duración. Intentaremos desentrañar la lógica implícita
que arrastra esta subordinación de este período en otros.
El itinerario historiográfico que sigue a continuación se despliega bajo la forma de un
mapa explicativo que analiza diacrónica, temática, teórica e ideológicamente a toda la literatura que se ha referido al pasado de la clase obrera argentina, y a su contexto y limitaciones a su
accionar, de la segunda mitad de la década de 1950.
I.
Existe un consenso historiográfico en considerar el año 1955 como el punto de
apertura de un nuevo ciclo en el país, tanto en el plano económico como en el político.3 Fue
desde los años sesenta cuando comenzó a ubicarse, hacia mediados de siglo, el inicio de un
cambio estructural en el capitalismo argentino. Desde un enfoque marxista atento al examen
de los "fenómenos de infraestructura", y traduciendo algunas de las preocupaciones del
análisis sociológico y económico puestas en boga por el estructuralismo althusseriano,
Mónica Peralta Ramos ensayó una de las primeras demostraciones de esta hipótesis.4 Para esta
autora, en la década de 1950 se habría modificado parcialmente el modelo de acumulación. En
su visión, el programa económico peronista de masiva incorporación de mano de obra y de
expansión del consumo popular, que establecía un alto nivel de participación de los
asalariados en el ingreso nacional y poder de negociación de los sindicatos, conspiró contra
los niveles de productividad reclamados por la burguesía industrial. Hasta el fin de la etapa
peronista habría persistido una estructura de capital industrial con una composición orgánica
relativamente estable fundada en incrementos proporcionales de capital constante y variable.
Pero la política de redistribución de ingresos justicialista, según Peralta Ramos, generó una
3
disminución de las tasas de plusvalía y de ganancia. Para elevarlas fue necesario reemplazar
mano de obra por capital, lo cual debió tener como correlato una nueva alianza de clases en el
poder. Sostuvo que ésta se plasmó con el ciclo abierto por la Revolución Libertadora. Se
habría iniciado entonces una nueva fase de acumulación amparada en la modernización
productiva por medio de la apertura a la tecnología y al capital extranjeros, que elevó la
productividad del trabajo.
Este análisis intentó dar cuenta de las modificaciones estructurales que condicionaron
la actividad de las clases, afirmando que así como cada una de estas etapas de acumulación
del capital industrial conformó una determinada forma de sometimiento del trabajo al capital,
también delimitó distintos intereses de clase, tipos de enfrentamientos entre éstos y eventuales
alianzas de poder. Según esta visión, el derrocamiento del régimen peronista quebró la alianza
entre capital y trabajo que venía articulándose desde comienzos de la década del cuarenta,
emergiendo una nueva alianza contra el trabajo, entre la burguesía industrial en su conjunto, el
capital extranjero y los terratenientes. Pero la estructuración de esta alianza, según Peralta
Ramos, no logró implantar una nueva hegemonía de clase, pues se desataron continuos
conflictos por obtenerla al interior del nuevo bloque. La constatación de esta imposibilidad
hegemónica operó como premisa explicativa de la inestabilidad social y política argentina
desde 1955.
Esta precaria y voluble situación se convirtió en la clave de análisis de una serie de
estudios que buscaron una lógica en los hechos que caracterizaron a esos años: sucesión de
golpes militares alternados con gobiernos civiles débiles y de disímil apoyatura; juego
imposible de coaliciones y enfrentamientos entre partidos; bruscos cambios en la política
económica; intensidad de los conflictos sociales; y proscripción del peronismo. En diversos
trabajos aparecidos durante la década de 1970, Juan Carlos Portantiero y Guillermo O'Donnell
alertaron sobre la inexistencia de un verdadero orden político en la Argentina desde 1955.5
Para ambos autores, la situación de ingobernabilidad política, que separó cada vez más al
estado de la sociedad, se abrió con la caída del régimen peronista y su proyecto social
redistributivo. Sostuvieron que la nueva etapa presentó una agudización de las contradicciones
en el seno de la clase dominante, quien quedó impotente para imponer una dominación
legítima sobre el resto de la sociedad. Portantiero, siguiendo la concepción gramsciana de
crisis de hegemonía, consideró al período post-1955 como de empate hegemónico. Lo que
4
habría existido de manera intermitente fue un equilibrio entre fuerzas, cada una capaz de vetar
los proyectos de las otras pero impotente para sostener el propio. Desde entonces, el sector
que devenía predominante en la economía no lograba proyectar sobre la sociedad un orden
político que lo expresara legítimamente y lo reprodujera.
En esta interpretación se relegó el acuerdo global que subyacía bajo los
enfrentamientos en el seno de las clases dominantes. Pues si bien éstas ensayaron diversos
proyectos, aún conflictivos entre sí, todos aparecieron subordinados a la estrategia de hacer
replegar económica, social y políticamente al proletariado, resituándolo en una posición
funcional al nuevo patrón de acumulación capitalista. Ese compromiso, que intentó plasmarse
en cada período con variadas formas y con mayor o menor éxito, tuvo que lidiar con la
práctica de la clase obrera. No puede soslayarse la importancia que esta última tuvo en el
impedimento del ejercicio de una hegemonía burguesa en la Argentina de los años cincuenta y
sesenta.
II.
Una indagación que interesó a los investigadores académicos, en forma temprana y
frecuente, fue la de los factores económico-sociales o "estructurales" que operan como
condicionantes de la actividad obrera, tales como la transformación de la economía industrial,
las diferentes políticas de ingreso; las dinámicas salarial y ocupacional; la evolución del
mercado de trabajo o la intervención social del Estado. Estas preocupaciones se vieron
reflejadas en diversos escritos que recorren la producción de revistas como Desarrollo
Económico, Revista Latinoamericana de Sociología o las publicaciones del Instituto Torcuato
Di Tella que, desde los años sesenta expresaron la renovación que acontecía en las ciencias
sociales del país, especialmente en el ámbito de la economía y de la emergente sociología. En
muchos de estos estudios se perdió de vista la dialéctica del proceso histórico encontrando
mecanicamente en los factores estructurales la explicación única de las relaciones de clase, del
desarrollo de la conciencia obrera y de las formas de la actividad gremial.
Desde mediados de aquella década, en ciertos artículos económicos, como los de
Carlos Díaz Alejandro, Jorge Katz y David Félix, se realizaban periodizaciones del
crecimiento industrial argentino y se enunciaban las modificaciones tecnológicas y
productivas ocurridas en los últimos lustros.6 Unos años después, Juan Carlos Torre y Mónica
Peralta Ramos, comenzaron a explorar estos problemas desde una perspectiva sociológica
5
marxista.7 Ambos se propusieron explicar la evolución de la lucha de clases a partir del
contexto socioeconómico en el cual ésta se desplegó. Señalaron el cambio cualitativo en el
desarrollo de las fuerzas productivas que se operó en el país como eje explicativo de la
situación del proletariado en el post-1955. Peralta Ramos retomó algunas de las constataciones antes verificadas y encontró que en la nueva etapa industrial, los incrementos de la
masa de plusvalía se hacían en base a la plusvalía relativa. Esto significaba la disminución de
la parte de la jornada de trabajo dedicada a reproducir a la fuerza de trabajo. Así, según la
autora, los salarios tendían a regirse más por la fluctuación de la productividad, que por la del
mercado de trabajo. Esto aumentaba la heterogeneidad de la clase obrera, en tanto los gremios
iban perdiendo poder de negociación y control del mercado laboral, ahondándose la diferenciación entre ellos al favorecerse los del sector dinámico de la industria. Nuevamente desde el
campo de la economía, artículos como los de Juan José Llach y Pablo Gerchunoff, aparecidos
algunos años después, mostraron el impacto que las transformaciones del capitalismo
industrial tenía sobre la realidad ocupacional y la distribución de ingresos.8
El estudio sobre los factores estructurales que definen las posibilidades, límites y
formas de actividad de la clase obrera en este período fue continuado, desde fines de los años
setenta, por Daniel James. Pero aquí el análisis se enriqueció y diversificó pues, desde una
interpretación histórica marxista, el autor intentó sortear el corsé estructuralista y
economicista que condicionaba a algunas de las anteriores investigaciones, complementando e
interrelacionando el objeto de estudio originalmente planteado, con las experiencias de lucha
de la clase trabajadora que se dieron como respuesta a las imposiciones del capital. En uno de
sus artículos, James describió el proyecto de racionalización industrial y de reestructuración
del equilibrio de fuerzas con el movimiento obrero, que en los años cincuenta desplegaron los
empresarios y el Estado.9
Según el historiador británico, dicho proyecto se había impulsado con tres intentos.
Así desentrañó a cada uno de ellos: el primero ocurrió hacia fines de la administración
peronista (sus expresiones institucionales fueron el segundo Plan Quinquenal de 1953 y el
Congreso Nacional de la Productividad y el Bienestar Social de marzo de 1955).10 El objetivo,
según este investigador, era lograr una reorientación de la producción desde los artículos de
consumo hacia los productos intermedios y los bienes de capital, al mismo tiempo que
renovar el equipamiento industrial vigente. Esto se esperaba lograr mediante las nuevas
6
inversiones extranjeras, los ingresos provenientes de las exportaciones y con una mayor
productividad de la mano de obra. Según James, la clave residía, pues, en remover los
obstáculos que se interponían al aumento de esta productividad y que se resumían en un
equilibrio de fuerzas entre los trabajadores y el empresariado. Pero, en definitiva, para el autor
este proyecto sólo consiguió exiguos logros debido a la resistencia obrera y a los límites que el
gobierno tuvo para impulsarlo en el marco de su proyecto policlasista.
El segundo ensayo de racionalización industrial que descubre James fue el de la
Revolución Libertadora. Para implementarlo, según el autor, se usó la fuerza estatal y patronal
para debilitar al sindicalismo y a las comisiones internas, aplicando una serie de decretos
represivos de la actividad gremial. Además, se utilizaron medios legales para efectuar los
cambios reclamados por los empresarios, como la autorización de la movilidad obrera en la
fábrica o la rediscusión de los convenios colectivos. Tampoco en esta oportunidad, para
James, se logró una implementación global de los esquemas de racionalización. Sus causas: el
gobierno militar estuvo más pendiente de los reclamos de la oligarquía rural que de los del
empresariado industrial y la resistencia que presentó el proletariado. Esta última práctica,
según este historiador, se expresó desde 1956 en la aparición de una red semiclandestina de
comisiones internas encabezadas por nuevos activistas sindicales que pugnaban por la defensa
de los gremios y de las condiciones laborales, y que se habían convertido en la base material
de lo que se dio en llamar Resistencia Peronista.
Finalmente, el tercer intento, el desarrollista, fue para este autor el más sistemático y el
que más lejos llegó en sus propósitos: la introducción de pautas de producción para facilitar
un uso eficiente de la nueva maquinaria importada y la intensificación del rendimiento en las
fábricas antiguas fueron algunas de sus metas. Se lograron introducir nuevas cláusulas en los
convenios laborales desde 1960 que eliminaron obstáculos al avance de la productividad y
limitaron el poder de las comisiones de delegados.
En su artículo, James no cierra la indagación en los factores estructurales, sino que
desentraña proyectos cuya posibilidad de ser finalmente aplicados dependió del curso de una
lucha entre las clases. Los sujetos sociales, y no las determinaciones estructurales o
ideológicas, fueron los actores históricos por él privilegiados. Pero en su análisis, el autor
incurre, a nuestro entender, en ciertas omisiones y en una desjerarquización de problemas
cuando aborda el papel de la burocracia sindical peronista. Para él, si bien en parte la
7
dirección sindical resultó beneficiada con la estrategia de racionalización (por el
debilitamiento de las comisiones internas que acabó reforzando su autoridad), lo que determinó el proceso fue el cambio radical del balance de fuerzas en las fábricas a favor de la
patronal. Este habría limitado las posibilidades objetivas para la acción obrera de base. Sin
embargo, James, en función de romper un esquema "metafísico" que sólo encuentra "una
clase obrera que siempre lucha e intenta organizarse independientemente y una cúpula sindical
que siempre traiciona y reprime estas aspiraciones", culmina por relegar el factor clave que
adquirieron las concesiones y deserciones de la burocracia sindical. El autor considera como
eje explicativo de la relación entre bases y cúpula sindical a la campaña de racionalización,
pero termina desestimando la importancia crucial que tuvieron las derrotas a las luchas
obreras contra esa campaña y la responsabilidad que en esos reveses tuvieron los dirigentes
gremiales. Estos últimos, no en vano resultaron beneficiados con algunas consecuencias de la
racionalización y con otras políticas que se ensayaron desde el estado (iniciadas con la "integración frondi-frigerista").
En los últimos diez años otros estudios siguieron indagando en los factores
estructurales que condicionaron la actividad obrera en la etapa aquí analizada. Es el caso de
los trabajos de Rosalía Cortés-Adriana Marshall, Héctor Palomino y Patricia Berrotarán-José
C. Villarruel,11 que extendieron algunas de las preocupaciones abordadas anteriormente. El
escrito de las dos primeras autoras tuvo como objetivo reseñar la evolución, en el presente
siglo, de la intervención social del Estado y su impacto regulatorio sobre el mercado de
trabajo (a través de las medidas de política laboral, la provisión estatal de bienes, servicios y
transferencias y la seguridad social). Sostuvieron que dicha intervención se vio históricamente
condicionada por el modelo de crecimiento económico, por factores políticos e ideológicos y
por el poder relativo de los trabajadores. Las autoras alinearon nuestro período de estudio en
uno de más largo alcance, ubicado entre 1955-1973 y caracterizado por la decadencia de la
protección del trabajo y por la extensión de la cobertura de seguridad social. Según CortésMarshall, en esos años la reestructuración del proceso de industrialización requirió la
implementación de innovaciones tecnológicas y el incremento de la productividad de la mano
de obra; ésto derivó en una disminución del ritmo de absorción de fuerza de trabajo. En este
análisis, la Revolución Libertadora apuntó a debilitar y "desperonizar" a los sindicatos para
reducir su papel en la determinación de las condiciones de trabajo y lograr la reducción de la
8
participación de los asalariados en el ingreso. Según estas autoras, el gobierno de Frondizi, en
función del nuevo proyecto de acumulación industrial, también requirió de una fuerza de
trabajo dispuesta a aceptar las restricciones salariales y por eso persistió en la línea de coartar
los derechos laborales. Palomino, en tanto, exploró los cambios ocupacionales y sociales
ocurridos en el país entre el surgimiento del modelo económico peronista y mediados de la
década del ochenta. Los historiadores Berrotarán y Villarruel emprendieron un estudio de
caso, el del impacto de la racionalización sobre los estibadores del puerto de Buenos Aires en
un ciclo más largo que el considerado por nosotros: 1955-1966. Los autores señalaron cómo
la aplicación de tecnología y de nuevos criterios de organización del trabajo culminaron por
fragmentar laboral y culturalmente a ese sector obrero al fin de aquella década.
III.
En forma paralela a los estudios de los factores económico, social y político que
condicionaron la situación de los asalariados en la década de 1950, se desplegó una extensa
bibliografía referente a la acción y organización del movimiento obrero del período. Ese lapso
casi no fue alcanzado por la tradicional vertiente interpretativa de los "historiadores militantes" enrolados en las corrientes anarquista, socialista, sindicalista o comunista que, en la
primera mitad del siglo, apuntaron a reconstruir con rasgos epopéyicos la trayectoria de los
trabajadores organizados, sus ideologías y sus disputas, bajo el sustrato de una inocultable
reivindicación de una determinada orientación política. Sólo la obra del dirigente sindical
comunista Rubens Iscaro llegó a considerar el período. Otras expresiones de la "historia
militante" (del peronismo y de diversas corrientes de la izquierda), ocuparon ese lugar, pero
sin el vigoroso despliegue que había alcanzado antes esta literatura. En ciertos casos, contribuyeron con sugerentes e innovadores planteos; en otros, aportaron renovadas mitologizaciones
o simplificaciones sobre el pasado de la clase obrera.12
Fue muy amplia y duradera, por otra parte, la aparición desde fines de la década de
1960 de textos escritos por periodistas, dirigentes sindicales e investigadores académicos que,
reivindicando imparcialidad en la materia, definieron al movimiento laboral del período desde
el punto de vista organizativo y en su relación con el Estado. Una muestra de esta producción
bibliográfica son las obras de Mario R. Abellá Blasco, Santiago Senén González y Rubén
Rotondaro, entre otros.13 Si bien aportaron una valiosa documentación e información
empírica, de los cuales se abastecieron estudios posteriores, su déficit es que no consiguieron
9
abandonar, en muchos casos, el plano descriptivo y descuidaron un procesamiento teóricocomprensivo de la masa de datos exhibidos. Algunos carecieron de enfoques teóricos
explícitos; en otros, éstos se evidencian como imprecisos o eclécticos. En nombre de una
visión pretendidamente objetiva y aséptica, que procura encubrir los paradigmas ideológicos
que toda obra histórica posee, se optó allí por efectuar una mera exposición empírica. Los
hechos se suceden uno tras otro sin niguna jerarquización o análisis. A pesar de que
frecuentemente fueron enunciadas como historias del movimiento obrero, fueron, más bien,
genealogías de la élite gremial y reseñas cronológicas de la estructura sindical. Antes que el
análisis de la experiencia histórica del trabajador, esas obras privilegiaron la observación de
las vicisitudes de los aparatos sindicales y de los dirigentes. Se alcanzaron así pinturas
detallistas del entramado gremial: de los diferentes linajes de liderazgo; de sus reagrupamientos; de su relación con los gobiernos de turno; o la forma cómo diseñaron medidas de fuerza.
La reflexión allí ausente fue acerca de la vida misma del trabajador o del activista sindical; de
sus percepciones, acciones y representaciones, como individuos y como clase.
Estas mismas limitaciones y problemas irresueltos se presentan en otra serie de
estudios, en donde los datos fueron tamizados a través de ciertas categorías conceptuales que
resultan arbitrarias o forzadas. Por ejemplo, el investigador norteamericano Samuel L. Baily
sostuvo que la política laboral de la Revolución Libertadora fue la causa del reanimamiento de
un "nacionalismo criollo popular" en los sindicatos (un concepto vago y de dudosa utilidad).
Por otra parte, desde la década de 1960 se indagó en el tema desde la perspectiva sociológica
inaugurada por Gino Germani en el país, la cual combinaba la teoría funcionalista del cambio
social con una definición operativo-interpretativa de clase social fundada en la estructura
económica como variable indispensable para demarcar sus características. Esta mirada
subyace en la obra de José Luis de Imaz cuando estudia a los sindicalistas como uno de los
grupos dirigentes claves en el país y en la de Torcuato Di Tella cuando considera el proceso
de incorporación de la clase obrera al juego del sistema político-institucional. En la misma
línea interpretativa, Rubén Zorrilla, años después, operó en base a registros estadísticos y a
partir del concepto de "institucionalización", entendido como proceso tendiente al
establecimiento de normas que regulen el conflicto social en el marco de la sociedad capitalista. En su obra, la clase obrera intentó ser comprendida a partir de una serie de conceptuali-
10
zaciones típico-ideales que, más que enriquecer, a veces entorpecieron el análisis del
fenómeno histórico.14
En el espacio académico, uno de los que primero contribuyó al delineamiento de una
visión integral del sindicalismo de la segunda mitad de siglo fue Juan Carlos Torre,15 quién
desde fines de los años sesenta fue rescatando ciertos factores de índole política para explicar
el origen del notable protagonismo gremial que se venía manifestando desde la década
anterior. Según Torre, la proscripción del peronismo forzó a los sindicatos a desempeñar no
sólo la defensa profesional de los asalariados sino también a representar sus lealtades políticas
mayoritarias. El gremio se habría convertido en el órgano de representación de los
trabajadores, no sólo en tanto productores, sino también en tanto consumidores y ciudadanos.
Pero también, esta fortaleza creciente del sindicalismo, desde 1955 y por lo menos hasta 1966,
estuvo ligada según Torre a la debilidad de los gobiernos constitucionales (como los de
Frondizi e Illía), a la dispersión y endeblez de los partidos y a las divisiones interpatronales.
Los sindicatos, en esta visión, aprovecharon la situación, impidiendo la estabilización de los
programas de austeridad económica, abriendo brechas entre sus adversarios y explotando el
vacío de poder con el objetivo de negociar ventajas económicas y un espacio en el sistema
político.
Torre fijó el proceso de reconstitución del sindicalismo peronista a partir de 1957, año
en que se produjeron los primeros triunfos de una nueva camada de cuadros medios peronistas
en los sindicatos intervenidos y en que se frustró la normalización de la CGT planeada por el
gobierno militar. Sostuvo que la resistencia evidenció a un sindicalismo replegado sobre su
aislamiento político y acentuando el carácter no integrable de sus demandas, centradas en el
retorno del peronismo al poder. Para el autor, ese sindicalismo, si bien ocasionalmente tendió
a compartir las posiciones del ala política del peronismo (al comienzo en manos de una
expresión "radicalizada" como la de John W. Cooke) diseñó como orientación central el
fortalecimiento de sus organizaciones, consideradas como baluartes defensivos.
Desde comienzos de la década del ochenta, otros investigadores prosiguieron
indagando sobre la creciente vigorización del sindicalismo peronista en el marco de
turbulencias políticas, profundización del conflicto social y fractura entre los sectores
dominantes que rigió desde 1955. Marcelo Cavarozzi intentó definir la modalidad de acción
gremial emergente en el período a partir de los rasgos del sistema político posperonista. El
11
autor reformuló el planteo del "bloqueo recíproco" entre las fuerzas sociales dominantes
(Portantiero-O'Donnell), sosteniendo que entre 1955-1966 el "empate" se dio dentro de cada
gobierno. Afirmó que cada uno fue en sí mismo un compromiso, apareciendo condicionados
por presiones externas y por heterogeneidad interna. Para el autor se constituyó un sistema
político dual: por un lado, los partidos no peronistas y el Congreso, quienes no habrían
logrado canalizar los intereses de los principales actores sociales; por el otro, un sistema de
presión-negociación externo al parlamento y a los partidos. En su planteo, ambos polos de la
relación se retroalimentaban pues así como el Legislativo y los partidos condenaron al
peronismo y a la clase obrera a actuar "por fuera" del sistema, estos últimos necesitaron del
Legislativo y los partidos como un recurso de negociación y chantaje. Para Cavarozzi, debido
a que el axioma operativo del sistema político vigente en esos años fue la exclusión del
justicialismo, ésto derivó en que la capacidad política del proletariado para obtener
concesiones aumentaba en tanto éste más se proponía quebrantar las reglas formales. El
sindicalismo peronista, según esta interpretación, tornó entonces en una fuerza subversiva y
desestabilizadora del sistema político. En este análisis, la clase obrera quedó subsumida a la
lógica antidemocrática que el autor adjudica al sindicalismo peronista.16
Alvaro Abós, en tanto, definió su objeto de estudio en torno a la "columna vertebral",
es decir, el papel que desempeñó el entramado sindical como eje del peronismo en el lapso
comprendido entre el surgimiento de este movimiento político y el golpe militar de 1976. Su
análisis estructural intentó describir las formas organizativas y las dimensiones sociológicas,
legales y funcionales del sindicalismo y retomó una senda ya recorrida por otros autores
(como Zorrilla). Abós señaló al período 1955-1958 como un momento particular --cuyos
atributos fueron el proyecto estatal de fragmentación y debilitamiento de la clase obrera y el
proceso en el que ésta resistió, se recompuso y reafirmó su identidad política-- dentro de una
larga duración temporal definida por la vigencia inquebrantable del sindicalismo justicialista.
Algunos años después, Arturo Fernández elaboró una compilación de los análisis de éstos y
de otros autores, procurando sistematizar una visión sobre la organización y las prácticas
socio-políticas del sindicalismo entre 1955-1985. Una tarea similar de recopilación fue más
tarde realizada por Julio Godio en uno de sus volúmenes sobre la historia del movimiento
obrero argentino, centrándose en el esfuerzo de la "columna vertebral" entre 1955-1962 por
12
reinstalarse en la sociedad política al mismo tiempo que enfrentaba los procesos de resistencia
y de reorganización.17
Tampoco los textos de Cavarozzi, Abós, Fernández y Godio de la última década y
media superaron la limitación y las carencias de los tradicionales estudios sobre el
movimiento laboral del período. En esta literatura también se aisló, en el análisis, al
sindicalismo de la clase trabajadora. En verdad, el actor histórico allí retratado no fue tanto la
clase obrera como el gremialismo, entendido éste como corporación o agente político. Sin
embargo, y esto es lo que muchos textos olvidaron a menudo, lo que caracterizó precisamente
al período 1955-1959 fue el protagonismo del trabajador de base y un relativo deterioro del
control burocrático de las conducciones. Atacadas las estructuras sindicales y muchos de sus
dirigentes, la respuesta obrera a la ofensiva patronal-gubernamental derivó en mayor
participación de las bases, surgimiento de nuevos activistas, cuadros medios y dirigentes y
aparición de organismos que nuclearon a esa vanguardia obrera (por ejemplo, la Comisión
Intersindical de 1957 o las 62 Organizaciones, en sus comienzos). Todo esto, junto a la
resignificación de los valores políticos tradicionales que se operó en la clase obrera (especialmente en la que se reconocía como peronista), dio como resultado un profundo proceso de
reorganización sindical y política.
Todos los estudios sobre el movimiento obrero del período, sin embargo, soslayaron
esta experiencia viva y compleja de la clase trabajadora; su realidad cotidiana en los lugares
de trabajo o vivienda; sus prácticas de lucha y autoorganización. Generalmente se limitaron a
indagar sólo en los trabajadores agremiados. También eludieron, o abordaron
superficialmente, el problema de la conciencia de clase. No es casual que se recurriera allí de
una forma muy limitada y pobre a una metodología que tanto puede aportar en la reconstrucción de las prácticas, creencias, sentimientos y proyectos pasados, individuales y colectivos,
de los trabajadores, como lo es la Historia Oral. Varios autores crearon y utilizaron fuentes
orales en el tratamiento del movimiento obrero entre 1955-1959; pero cuando lo hicieron fue
exclusivamente de dirigentes sindicales, empresarios, militares o funcionarios18,
practicamente nunca de activistas o trabajadores de base.
Es por ello que en esta literatura el proceso de resistencia y reorganización --fenómeno
determinante en la historia del movimiento obrero argentino de la segunda mitad de la década
de 1950-- aparece eclipsado en el análisis por otros aspectos específicos del universo político
13
o gremial. En general, estos textos consideran el lapso temporal que va de 1955 a 1959
encerrado en la lógica del empate entre fuerzas político-sociales acaecido entre las
Revoluciones "Libertadora" y "Argentina" y como una transición o preámbulo en el proceso
de consolidación de la corriente sindical vandorista. Por eso, no es fortuito que una de las
periodizaciones más utilizadas allí haya sido la comprendida entre 1955-1966: fue el gobierno
de Onganía uno de los primeros y principales reformuladores del "empate" y fueron los años
previos a la imposición de esta dictadura los que mostraron el momento de mayor independencia y poder del vandorismo como actor socio-político. En esta periodización establecida
por los autores, se desestima a la finalización en 1959 del curso más álgido y "clásico" de la
resistencia obrera como un punto de inflexión válido para una delimitación histórica.
IV.
Es en el contexto marcado por los alcances y límites de la bibliografía --que
analizamos anteriormente-- donde debemos insertar el aporte de la nueva historiografía obrera
sobre el período en cuestión, de la cual la obra de Daniel James desde los años ochenta y
noventa es su expresión más profunda, pero no única. La producción más reciente de
historiadores como Ernesto Salas, Mónica Gordillo o del norteamericano James P. Brennan
(desde estudios regionales o de caso), muestra la continuidad y relativa consolidación de este
renovado enfoque interpretativo.19 Como hemos visto, estaban faltando investigaciones que
pusieran como objeto de estudio las experiencias y creencias de los trabajadores, rescatando
todos los matices de su práctica social. Se carecía de una literatura específica que abordara
como preocupación principal la lucha de clases y la experiencia obrera más intensa de ese
período: la Resistencia. Se había logrado avanzar en la indagación de los factores económicos
y políticos que determinaron la situación del proletariado. Pero este análisis estructural debía
ser complementado con otros aspectos vinculados directamente a la vida misma de la clase
obrera: su respuesta a la ofensiva patronal-estatal y las transformaciones ocurridas a nivel de
su conciencia social y de su cultura política, lo cual conduce a reconsiderar la relación entre
clase trabajadora y peronismo. Es precisamente este vacío historiográfico el que comenzó a
ser acotado a partir de la obra de Daniel James y de los aportes más recientes.
En su libro ya mencionado, James encaró un estudio sobre la estrecha relación entre la
clase trabajadora y el peronismo, especialmente en el período en que este movimiento político
se encuentra desalojado del poder y con su líder proscrito, o sea entre 1955-1973. El autor
14
procuró desentrañar la relación existente entre conducción sindical-bases obreras y describir
los fundamentos reales del dominio burocrático sobre la actividad gremial. Lo hizo
desechando expresamente los sistemas de ideas macroexplicativas que dieron cuenta de la
participación de la clase obrera en el peronismo a partir de conceptos como manipulación,
pasividad o irracionalidad y apelando a un enfoque que privilegió el análisis de las múltiples
especificidades de la experiencia histórica de la clase obrera.
Todo esto reclamaba un aparato heurístico alternativo al utilizado tradicionalmente
por los historiadores académicos en la Argentina, basado no solamente en documentación y
archivos oficiales, sino también en fuentes escritas y orales recabadas entre activistas y
trabajadores de base. La búsqueda, construcción y utilización de estos testimonios no
oficiales, importante desde el punto de vista cuantitativo y el cualitativo, refleja una práctica
historiográfica profundamente renovadora en el país.
El aporte fundamental de Ernesto Salas, en tanto, fue el de profundizar en aspectos
poco explorados de la experiencia obrera de fines de la década del cincuenta: los lazos de
solidaridad clasista, las relaciones familiares y de vecindad, las redes informales de la
comunicación, la organización de las estructuras sindicales clandestinas o grupos de sabotaje.
Salas estudió los ámbitos espaciales, geográficos, ideológicos y culturales donde se procesó la
resistencia y las formas como los trabajadores, a partir de su experiencia histórica concreta,
operaron una resignificación de los valores vigentes y constituyeron una identidad colectiva.
Esto fue hecho a partir del estudio de un caso, el de la lucha de los obreros del frigorífico
Lisandro de la Torre de enero de 1959 y basando parte de su investigación en el uso de
metodologías propias de la Historia Oral. Esta fue una de las innovaciones más recientes e
importantes aportadas por estos estudios de la Resistencia, que pusieron un celo especial en la
construcción y utilización de fuentes orales; pero ya no se trató exclusivamente de testimonios
de dirigentes, sino que se apeló al rescate sistemático de la memoria popular, del trabajador y
el activista de base.
Mónica B. Gordillo viene investigando sobre otra dimensión, la de la cultura política
de los trabajadores peronistas, entendida como un conjunto de actitudes, normas, creencias,
representaciones que constituyen una trama de significantes. Para la autora, esos elementos
constituyen un registro que hace a la identificación de los actores sociales. Gordillo,
sondeando en los componentes que forjaron la identidad social y política de los trabajadores
15
peronistas, encuentra como determinantes en el período por nosotros considerado la pura
conspiración y marginalidad, la necesidad de la subversión total del orden como único medio
de subsistencia política. Las reflexiones de Gordillo retoman varios de los presupuestos
enunciados anteriormente por Marcelo Cavarozzi.
Las nuevas preocupaciones que trasuntan la obra de Daniel James y de los otros
trabajos aparecidos más recientemente, está directamente entroncado con el surgimiento y
consolidación de una nueva historia social en el ámbito occidental desde la posguerra. A esto
contribuyó decisivamente la renovación de la historiografía y la teoría social marxistas,
desarrollada fundamentalmente en Gran Bretaña. En los escritos de esta nueva historiografía
obrera que expresa James y los otros autores se advierte la influencia de las concepciones de
Edward P. Thompson, especialmente en lo que hace a su valorización del concepto de
"experiencia" y a sus definiciones de clase y conciencia de clase. Este nuevo enfoque además
se ha nutrido con el concepto de "estructura de sensibilidad" de Raymond Williams. También
se abasteció con las investigaciones sobre las situaciones políticas y discursivas en que
aparecen y retroceden determinados "lenguajes de clase", y los estudios sobre la formación y
los componentes de la "cultura obrera" de Gareth Stedman Jones, o de los estudios culturales
y de "lo popular" de Stuart Hall.20
De todas estas nuevas teorizaciones, adquiere relevancia el concepto thompsoniano de
experiencia. Este introdujo la variante temporal e intentó convertir a las clases en fenómenos
históricos y no en categorías estáticas cuantificables o en estructuras analíticas, que sólo
recalcan los condicionamientos y nunca la acción en la conformación de la clase. Esta visión
pretendía quebrar las interpretaciones que limitaban las posibilidades de la acción humana,
arremetiendo especialmente contra el estructuralismo funcionalista, el análisis althusseriano y
las diversas formas de materialismo mecanicista. El titulo de su mayor obra histórica, La
formación de la clase obrera en Inglaterra, es revelador de las preocupaciones que guiaban a
Thompson: el estudio de cómo una clase se autoconforma. Según este intelectual socialista, el
proceso de constitución y reconstitución permanente de una clase se da cuando los individuos
determinados por las mismas relaciones productivas y como resultado de la experiencia
común, sienten y articulan la identidad de sus intereses, entre ellos y en oposición a los intereses de otros. La conciencia de clase es la manera en que esa experiencia se maneja en términos
culturales, encarnada en tradiciones, sistema de valores, ideas y formas institucionales,
16
surgiendo de modo similar en diferentes momentos y lugares, pero nunca exactamente de la
misma manera.
La conceptualización y la obra de Thompson, sin embargo, tuvo múltiples lecturas y
ellas mismas presentaron tensiones, contradicciones y problemas irresueltos. Si bien nunca
dejó de sostener que las relaciones de producción tienen un papel definitorio en la vida social
y que la experiencia de clase está ampliamente determinada por aquellas relaciones, también
es cierto que llegó a plantear, en función de romper con las tendencias ultradeterministas
(como el althusserianismo) que la clase obrera es una formación tanto cultural como
económica, siendo imposible dar alguna prioridad teórica a un aspecto sobre otro. En esta
última concepción se apoyaron no pocos historiadores que plantearon nuevos condicionantes
y problemas (características de la "vida cotidiana", cultura, elementos discursivos y
simbólicos, uso del tiempo libre, identidades étnica, de comunidad, de género y otros),
desjerarquizando su importancia. Plantearon que la identidad de los trabajadores podía
aparecer como descentrada del mundo laboral y podía ser reconsiderada a partir de las
condiciones de la vida material que asimilan a los asalariados a otros grupos y sectores. De
esta forma, extendieron con tanto empeño las fronteras del estudio de los trabajadores por
fuera del universo productivo que acabaron por disolver la categoría de clase obrera en otras,
tal como la de "sectores populares urbanos".
En algunos trabajos que reivindican la perspectiva teórica plasmada por Thompson21,
se establece un nexo de causalidad entre las innovaciones que suponen el estudio de la clase
obrera a través de su concepto de experiencia y el "fracaso del paradigma leninista" en las
interpretaciones del movimiento obrero. En verdad, gran parte de los esfuerzos de Thompson
se dirigieron a estudiar como una clase, a través de la autoidentificación de sus miembros en
lucha contra otra clase, se conforma en un sujeto colectivo real. Hay más vínculos entre la
concepción de Thompson y el "paradigma leninista", que entre el primero y el que intenta
disolver a la clase en fragmentos condicionados por disímiles situaciones de la "vida
cotidiana" o de la cultura. Los dos primeros son intentos de dar cuenta de cómo se construye
una clase como fenómeno unitario, el último es un enfoque que apunta a su disolución.
Uno de los principales aportes de la nueva historiografía obrera, encarnada en los
trabajos de James y Salas fue el de encarar un análisis de la etapa más "clásica" de la Resistencia (1955-1959), en su propia especificidad. En esos estudios se describió cómo, desde la
17
década de 1950, las fuerzas del capital querían recuperar espacios perdidos en la esfera de la
producción, y en el ámbito social y político. También se explicó que sus intentos por aumentar
la productividad buscaba despejar una serie de obstáculos. Estos giraban en torno al alto nivel
de organización y movilización alcanzado por los trabajadores durante el período peronista.
De allí se puede entender la política que impuso el régimen militar: perseguir al activismo
sindical; minar el peso de las organizaciones obreras; abolir de la conciencia obrera todo
rastro de la cultura peronista que, por ese entonces, daba homogeneidad y protagonismo al
proletariado. Para esta clase, según esta interpretación, el año 1955 operó como un punto de
ruptura histórico: se había derrocado al régimen que consideraba garante de importantes
conquistas en los planos material, político y cultural. Desde la Revolución Libertadora se
asumieron un conjunto de medidas y actitudes que apuntaron a extirpar la identidad peronista
y a quebrar la estructura organizativa que la sostenía y reproducía: el partido Justicialista; la
Confederación General del Trabajo; los sindicatos y las comisiones internas. El gobierno
frondicista, en función de su proyecto de capitalización industrial cimentado en la inversión,
la racionalización y la reducción salarial, luego de algunas concesiones, prosiguió con la
política antilaboral.
Según la visión de esta nueva historiografía obrera, la clase trabajadora enfrentó esta
ofensiva con un proceso de luchas que aún a pesar de sufrir altibajos fue casi permanente entre
1955-1959. Desde éste último año los trabajadores sufrieron una serie de derrotas decisivas
por parte del gobierno de Frondizi. Estas comenzaron con la represión a la ocupación del
frigorífico Lisandro de la Torre por parte de sus obreros y se prolongaron con el aplastamiento
de la huelga general convocada en su apoyo --ambas en enero de 1959-- y de otros paros que
continuaron en ese año y el siguiente. Todo se complementó con el encarcelamiento de
activistas y la intervención de varios sindicatos. Esto, determinó una inflexión en la dinámica
del enfrentamiento que, sin desaparecer, se contrajo en los siguientes años.
En la óptica que venimos analizando, durante la segunda mitad de la década de 1950
las luchas obreras alcanzaron tanta intensidad, generalización y formas de expresión que
puede considerarse la existencia de una resistencia social al proyecto económico y político en
aplicación. Este proceso fue decisivo para impedir cualquier establecimiento de una hegemonía socio-política de los sectores dominantes. Expresión de esa resistencia fueron las numerosas huelgas sectoriales y generales; los boicots y los sabotajes que los trabajadores practicaron
18
en forma individual o grupal en los sitios de trabajo a los planes de producción de los
empresarios; la defensa de las organizaciones gremiales, de los cuerpos de delegados y de los
activistas frente a la persecución gubernamental y patronal; las manifestaciones de masas y los
enfrentamientos espontáneos de sectores de ellas con las fuerzas represivas del estado; la
acción de grupos armados (los comandos) que actuaron contra el poder dominante. Esta
multifacética oposición popular acabó denominándose Resistencia Peronista en el discurso
político y en la historiografía misma. La relación entre los trabajadores y el peronismo se
consolidó notablemente desde entonces.
Estos estudios encontraron que los trabajadores desplegaron esta resistencia
aferrándose a la ideología política que venía moldeando su conciencia desde hacía más de
diez años. Pero entonces la cultura peronista aparecía resignificada: de doctrina oficial al
servicio del disciplinamiento de los trabajadores en los últimos años del gobierno de Perón,
tornó en un conjunto de símbolos, valores y reivindicaciones que operaron como canalizador
de la resistencia obrera. La identidad peronista pasó a constituir la argamasa para la
unificación de la lucha sindical y política siendo la portadora de un discurso que daba un
sentido histórico al combate que los trabajadores sentían estar librando.
El estudio de la ideología peronista y su persistencia hegemónica en el movimiento
obrero es uno de los temas claves de análisis. De hecho, hay cierto consenso historiográfico en
sostener que el peronismo, en los años inmediatamente siguientes a 1955 adquirió nuevas
características, un contenido mayormente obrero, quedando fuertemente estructurado en torno
de los sindicatos y pugnando por ampliar la participación económica y política de los trabajadores dentro del nuevo sistema.
En el libro ya citado de Peralta Ramos, esta preeminencia del sindicalismo peronista
se deriva, otra vez, del nuevo tipo de acumulación capitalista presente desde mediados de
siglo, que habría provocado una creciente heterogeneidad entre los trabajadores y habría
generado una "aristocracia obrera reformista" beneficiada con el nuevo tipo de acumulación.
Según la autora, esta burocracia sindical se transformó en el principal portavoz de la política
de colaboración de clases y reproductora de la ideología peronista.
James, en su libro, supera esta última visión de tipo economicista, al realizar una
interpretación global del legado político peronista y cómo no pudo ser fácil de hacer a un lado
una vez derrocado Perón. El autor intenta una descripción y comprensión de ese legado, que
19
cree ambivalente. Su impacto sobre los trabajadores fue social y políticamente complejo. Por
un lado, la retórica peronista procuró la identificación de la clase obrera con el Estado
Justicialista y su incorporación a él (lo cual supone la pasividad de dicha clase) y desempeñó
un papel profiláctico al adelantarse al surgimiento de un gremialismo activo y autónomo. Por
otro lado, sin embargo, el peronismo también otorgó a la clase trabajadora un sentimiento
muy profundo de solidez e importancia potencial nacional, pues la legislación social reflejaba
la movilización de los trabajadores y la conciencia de clase y no simplemente aceptación
pasiva de las dádivas del Estado. El desarrollo de un movimiento sindical centralizado y
masivo confirmó la existencia de los trabajadores como fuerza social dentro del capitalismo.
Según James, la filosofía formal era de conciliación y armonía de clases, que ponía de
relieve valores decisivos para la reproducción de las relaciones capitalistas, pero la eficacia de
esta filosofía, para este autor, estaba limitada en la práctica por el desarrollo de una cultura
que afirmaba los derechos del trabajador dentro de la sociedad y el sitio de trabajo. Así como
el peronismo proclamaba los derechos de los trabajadores, que fortalecían la continua
existencia de las relaciones de producción burguesas, a la vez el peronismo se definió a sí
mismo y por los obreros como una negación del poder, los símbolos y los valores de la élite
dominante. De esta manera, para James el peronismo siguió siendo una voz potencialmente
herética, que daba expresión a las esperanzas de los oprimidos. Aquella cultura política de
oposición, de rechazo de todo cuanto había existido antes en lo político, lo social y lo
económico, aquel sentimiento de blasfemia contra las normas de la élite tradicional, tornaba al
peronismo incapaz para ofrecerse como opción hegemónica viable para el capitalismo
argentino. Según el historiador británico, para los que controlaban el aparato político y social
peronista, en especial luego de su caída, esa cultura de oposición y ese potencial de
movilización inherente que tenía la adhesión obrera al peronismo fue utilizado como prenda
de regateo y negociación. Al peronismo como movimiento social, ese elemento de oposición
le confirió una base dinámica que sobreviviría largo tiempo después que las condiciones
económicas y sociales con las que había surgido se hubieran desvanecido.
V
Así como no pueden ignorarse los avances del saber histórico sobre la clase obrera de
la segunda mitad de la década de 1950 alcanzado antes de la obra de Daniel James, cuyo
recorrido hemos reconstruido en este artículo, no puede subestimarse el punto de inflexión
20
que significó la obra de este autor. Esta innovadora visión sobre la etapa representó un cambio
teórico-metodológico profundo en el tratamiento del tema. El centro de la mirada ya no estaba
puesto exclusivamente en las estructuras socioeconómicas condicionantes del trabajador, ni en
los conceptos típico-ideales en que éste podía ser entendido, ni en los actores institucionales
que pretendían representarlos. Sin ignorar estos planos de análisis, ahora se situaba en el
centro del mismo a la clase trabajadora al convertirla en sujeto histórico vivo, recuperando su
experiencia histórica concreta, constituida de manifestaciones complejas, ambiguas o
contradictorias, pero que podían dar lugar a la resistencia. Los trabajadores reaparecían en
escena, tornando en sujetos activos de una lucha entre clases, superando las brumas que el
análisis puro de los condicionantes estructurales o ideológicos antes los condenaba,
impotentes, "sobredeterminados", a un segundo plano.
El desafío de la nueva historiografía obrera es profundizar por esta vía el análisis de
ese período clave de la historia de los trabajadores argentinos. Lo debe hacer sorteando la
amenaza actual que suponen los enfoques que, tras una pretendida reconstrucción de todas las
experiencias posibles vividas por un trabajador, vacían de contenido el concepto de clase,
disolviéndolo en categorías meramente descriptivas. No representa ningún avance pasar de un
análisis que, en función de las determinaciones estructurales productivas, niega la posibilidad
de la autoactividad de los trabajadores y su constitución como clase, a otro que coarta esa
misma posibilidad fragmentando o disolviendo a ese sujeto colectivo en múltiples individuos,
condicionados por los avatares de su "vida cotidiana". Ni uno, ni otro planteo, pueden restituir
la experiencia de la resistencia obrera de fines de los años cincuenta, que fue laboral, sindical
y política, y que mostró uno de los momentos más intensos de la lucha de clases en la
Argentina y de identidad de intereses por parte de los trabajadores.
----------------------------------------------------------Notas
1. Daniel James: Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976. (Buenos
Aires: Sudamericana, 1990). Publicado originalmente en Cambridge, Cambridge University Press, 1988.
2. Algunos artículos, desde diferentes ópticas y en distintos momentos, hicieron aportes al tema. Aunque ninguno
haya considerado nuestro período específicamente, sí aportaron análisis generales sobre el desarrollo de la historiografía de la clase obrera y el movimiento sindical argentinos. Pedro Daniel Weinberg: "Una historia de la clase
obrera"; Revista Latinoamericana de Sociología, Vol.IV, Nº1. (Buenos Aires, marzo 1968). Héctor Cordone:
"Apuntes sobre la evolución de la historia sindical en la Argentina. Una aproximación bibliográfica"; Boletín
CEIL, Año X, Nº XVI, (Buenos Aires, diciembre 1987). Juan Carlos Torre: "Acerca de los estudios sobre la
historia de los trabajadores en la Argentina"; Anuario IEHS, Nº 5, (Tandil, 1990). Leandro H. Gutiérrez y Luis
Alberto Romero: "Los sectores populares y el movimiento obrero: un balance historiográfico"; en su libro
21
Sectores populares, cultura y política. (Buenos Aires: Sudamericana, 1995) [Publicado originalmente en Boletín
del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Tercera Serie, Nº3, primer semestre de
1991]. María Cecilia Cangiano: "Pensando a los trabajadores: la historiografía obrera contemporánea argentina
entre el dogmatismo y la innovación"; Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio
Ravignani, Tercera Serie, Nº8, segundo semestre de 1993. Mirta Zaida Lobato y Juan Suriano: "Trabajadores y
movimiento obrero: entre la crisis de los paradigmas y la profesionalización del historiador"; Entrepasados,
Revista de Historia, Año III, Nº 4-5, fines de 1993. Pablo Pozzi y Alejandro Schneider: "Debatir la dictadura. La
situación del proletariado argentino"; Dialéktica, Revista de Filosofía y Teoría Social, Año III, Nº5/6 (Buenos
Aires, setiembre 1994). También, pueden verse los reportajes a Daniel James y Juan Carlos Torre en el libro de
Roy Hora y Javier Trimboli: Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política. (Buenos Aires:
El Cielo Por Asalto, 1994).
3. Para una consideración política general del período 1955-1959, además de la bibliografía que luego se
analizará, se pueden ver, entre otras, las siguientes obras. Ismael Viñas: Orden y progreso. Análisis del
frondizismo. (Buenos Aires: Palestra, 1960). Tulio Halperín Donghi: Argentina. La democracia de masas.
(Buenos Aires: Paidós, 1972). Eugenio Kvaternik: "Sobre partidos y democracia en la Argentina entre 19551966"; Desarrollo Económico Vol.18, Nº 71 (Buenos Aires, octubre-diciembre 1978). Isidro J. Odena:
Libertadores y Desarrollistas.1955-1962. (Buenos Aires: La Bastilla, 1981). Ricardo Gallo: Balbín, Frondizi y la
división del radicalismo, 1956-1958. (Buenos Aires: Ed. de Belgrano, 1983). Felix Luna: Argentina. De Perón a
Lanusse. 1943-1973. (Buenos Aires: Planeta, 1984). Julio Nosiglia: El desarrollismo. (Buenos Aires: CEAL,
1983). Robert A. Potash: El ejército y la política en la Argentina, 1945-1962. De Perón a Frondizi. (Buenos
Aires, Sudamericana, 1982). Alain Rouquié: Radicales y desarrollistas en la Argentina. (Buenos Aires: Schapire,
1975). Idem: Poder militar y sociedad política en la Argentina. (Buenos Aires, EMECE, 1982, Vol.II). Roberto
Baschetti (recop.): Documentos de la resistencia peronista, 1955-1970. (Buenos Aires: Puntosur, 1988). Catalina
Smulovitz: Oposición y gobierno: los años de Frondizi. (Buenos Aires: CEAL, 1988, 2 vol.). Idem: "En busca de
la formula perdida: Argentina, 1955-1966"; Desarrollo Económico, Vol.31, Nº121 (Buenos Aires, abril junio
1991). Samuel Amaral y Mariano B. Plotkin (comps.): Perón, del exilio al poder. (Buenos Aires: Cántaro, 1993).
Para una visión sobre la economía del período: desde la óptica de la CEPAL, Aldo Ferrer: La economía argentina. Las etapas de su desarrollo y problemas actuales. (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1963); una
visión neoliberal en Carlos Díaz Alejandro: Ensayos sobre la historia económica argentina. (Buenos Aires:
Amorrortu, 1975); desde el peronismo, Antonio Cafiero: De la Economía social-justicialista al régimen liberalcapitalista. (Buenos Aires: Eudeba, 1974). Eprime Eshag y Rosemary Thorp: "Las políticas económicas
ortodoxas de Perón a Guido (1953-1963). Consecuencias económicas y sociales"; en: Aldo Ferrer y otros: Los
planes de estabilización en Argentina. (Buenos Aires: Paidós, 1969).
4. Mónica Peralta Ramos: Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina (1930-1970). (Buenos
Aires: Siglo XXI, 1972). Ver, de la misma autora: Acumulación del capital y crisis política en Argentina, 19301974. (México: Siglo XXI, 1978).
5. Juan Carlos Portantiero: "Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual"; en Oscar Braun (comp.):
El capitalismo argentino en crisis. (Buenos Aires: Siglo XXI, 1973). [Publicado originalmente en Pasado y
Presente, Nº1, nueva serie, (Córdoba, abril-junio 1973)]. Del mismo autor: "Economía y política en la crisis
argentina: 1958-1973"; en Waldo Ansaldi y José Luis Moreno: Estado y Sociedad en el Pensamiento Nacional.
(Buenos Aires: Cántaro, 1989). [Publicado originalmente en Revista Mexicana de Sociología, Vol.2, (México,
1977)]. Guillermo O'Donnell: "Estado y alianzas en la Argentina, 1956-1976"; Desarrollo Económico. Vol.16,
Nº64. (Buenos Aires, enero-marzo 1977). Idem: "Un 'juego' imposible: competición y coaliciones entre partidos
políticos de Argentina, 1955 y 1966"; en su libro Modernización y Autoritarismo. (Buenos Aires: Paidós, 1972).
6. Carlos Díaz Alejandro: Etapas de la industrialización argentina. (Buenos Aires: Instituto Torcuato di Tella,
Centro de Investigaciones Económicas, septiembre 1965). Jorge M. Katz: "Características estructurales del crecimiento industrial argentino"; Desarrollo Económico Vol.7, Nº26, (Buenos Aires, julio-septiembre 1967). David
Félix: Industrialización sustitutiva de importaciones y exportación industrial en la Argentina. (Buenos Aires:
Instituto Torcuato di Tella, Centro de Investigaciones Económicas, 1968).
7. Juan Carlos Torre: "Sindicatos y clase obrera en la Argentina post-peronista"; Revista Latinoamericana de
Sociología, Vol.IV, Nº1. (Buenos Aires, marzo 1968). Mónica Peralta Ramos: Etapas de acumulación y alianzas
de clases en la Argentina (1930-1970), op. cit.
8. Pablo Gerchunoff y Juan J. Llach: "Capitalismo industrial, desarrollo asociado y distribución del ingreso entre
los dos gobiernos peronistas: 1950-1972"; en Desarrollo Económico Vol.15, Nº57. (Buenos Aires, abril-junio
22
1975). Juan José Llach: "Estructura ocupacional y dinámica del empleo en la Argentina: sus peculiaridades.
1947-1970"; Desarrollo Económico Vol.17, Nº 68. (Buenos Aires, 1978).
9. Daniel James: "Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actividad gremial
en la Argentina"; Desarrollo Económico Vol.21, Nº83. (Buenos Aires, octubre-diciembre 1981). La primera
versión de este artículo había sido presentada en el Taller sobre Clase Obrera Latinoamericana, reunido en la
Universidad inglesa de Liverpool en abril de 1979.
10. Este último evento mereció la atención directa en algunos trabajos, como el de Marcos Giménez Zapiola y
Carlos M. Leguizamón: "La concertación peronista de 1955: el Congreso de la Productividad"; en Juan Carlos
Torre (comp.): La formación del sindicalismo peronista. (Buenos Aires: Legasa, 1988).[Publicado originalmente
en Política, Economía y Sociedad, Nº 3-4 (Buenos Aires, julio-diciembre 1985)]. Más reciente aún es el del
historiador Rafael Bitrán: El Congreso de la Productividad. La reconversión económica durante el segundo
gobierno peronista. (Buenos Aires: El Bloque Editorial, 1994). En este libro se consideró dicho cónclave, mas
allá de lo anecdótico o político coyuntural, como un hecho institucional en el que se substanciaron las contradicciones propias del peronismo, que resultaban agravadas por la crisis del modelo de acumulación que su gobierno
ponía en práctica. Establece el autor a este congreso como un particular intento de conciliar Capital y Trabajo en
los planos político y fabril.
11. Rosalía Cortés y Adriana Marshall: "Estrategias económicas, intervención social del Estado y regulación de la
fuerza de trabajo. Argentina 1890-1990"; Estudios del Trabajo, Nº 1. (Buenos Aires, Primer Semestre 1991).
Marshall ya había incursionado sobre asuntos relacionados con esta materia en: El mercado de trabajo en el
capitalismo periférico: el caso argentino, (Santiago de Chile: Pispal, Clacso, 1978) y en: "La composición del
consumo de los obreros industriales de Buenos Aires, 1930-1980"; Desarrollo Económico Vol.21, Nº 83.
(Buenos Aires, octubre-diciembre 1981). También, en su trabajo en colaboración con la socióloga Dora
Orlansky: "Inmigración de países limítrofes y demanda de mano de obra en la Argentina, 1940-1980"; Desarrollo
Económico Vol.23, Nº89. (Buenos Aires, abril-junio 1983). Héctor Palomino: Cambios ocupacionales y sociales
en Argentina, 1947-1985. Buenos Aires: CISEA, 1988. Patricia Berrotarán y José C. Villarruel: "Tiempos de
derrota: los estibadores de Buenos Aires. 1955-1966"; en Patricia Berrotarán y Pablo Pozzi (comps.): Estudios
inconformistas sobre la clase obrera argentina (1955-1989). (Buenos Aires: Letra Buena, 1994).
12. Rubens Iscaro: Origen y desarrollo del movimiento sindical argentino. (Buenos Aires: Anteo, 1958); su
nueva versión ampliada es: Historia del Movimiento Sindical. (Buenos Aires: Ciencias del Hombre, 1973,
Vol.IV). También desde la óptica comunista, Jorge Correa: Los jerarcas sindicales. (Buenos Aires: Obrador,
1974). En el heterogéneo espacio de la militancia peronista, Alberto Belloni: Del anarquismo al peronismo.
Historia del movimiento obrero argentino. (Buenos Aires: Peña Lillo, 1960); Miguel Gazzera y Norberto
Ceresole: Peronismo: Autocrítica y perspectivas. (Buenos Aires: Descartes, 1970); Juan C. Brid: "1955-1970:
quince años de resistencia"; Nuevo Hombre, Nº 3 y 5. (Buenos Aires, agosto-setiembre 1971); Juan M. Vigo: ¡La
vida por Perón! Crónicas de la Resistencia. (Buenos Aires: Peña Lillo, 1973); Angel J. Cairo: "El Peronismo: sus
luchas y sus crisis, 1955-1968"; en Angel J. Cairo y otros: El Peronismo. (Buenos Aires: Cepe, 1973). Alberto
Delfico y Juan José Taccone: Historia y política en el sindicalismo argentino, 3 tomos, (Buenos Aires: Oriente,
1990). También en esta línea política, se halla el libro del sociólogo Roberto Carri: Sindicatos y poder en la
Argentina. (Buenos Aires: Sudestada, 1967). Sólo secundarias referencias al período se hallan en las obras del
anarquista Jacinto Cimazo, como Recuerdos de un libertario. Setenta relatos de la militancia, (Buenos Aires:
Reconstruir, 1995); del socialista Francisco Pérez Leirós, como Grandezas y miserias de la lucha obrera,
(Buenos Aires: Libera, 1974); o de exponentes de la "izquierda nacional" como Jorge Abelardo Ramos: La era
del bonapartismo, 1943-1972, (Buenos Aires: Plus Ultra, 1972, 4ª ed. revisada) y Ernesto S. Ceballos: Historia
política del movimiento obrero argentino (1944-1985), (Buenos Aires: Mar Dulce, 1985). Desde su experiencia
como dirigente de la corriente trotskista Palabra Obrera, que intervino en el período aquí analizado, Ernesto
González: Que fue y que es el peronismo. (Buenos Aires: Pluma, 1974, 1ª ed.: 1971) enunció algunos de los
rasgos del proceso de resistencia y reorganización de los trabajadores entre 1955-1959; en la obra de Daniel
James se encuentran rastros de análisis hechos por esta organización política, así como abundante documentación
aportada por ella.
13. Mario R. Abellá Blasco: Historia del sindicalismo. (Buenos Aires: Peña Lillo, 1967). Santiago Senén
González: El sindicalismo después de Peron. (Buenos Aires, Galerna, 1971). Idem: Breve historia del
sindicalismo argentino, 1857-1974. (Buenos Aires: Alzamor, 1974). Idem: El poder sindical. (Buenos Aires:
Plus Ultra, 1978). Rubén Rotondaro: Realidad y cambio en el sindicalismo. (Buenos Aires, Pleamar, 1971).
14. Samuel L. Baily: Movimiento obrero, nacionalismo y política en la Argentina. (Buenos Aires: Hyspamérica,
1986, 1ª ed. 1967). Gino Germani: Estructura social de la Argentina. (Buenos Aires: Raigal, 1955). Idem:
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Política y sociedad en una época de transición. (Buenos Aires: Paidós, 1962). José Luis De Imaz: Los que
mandan. (Buenos Aires: Eudeba, 1964). Torcuato S. Di Tella: El sistema político argentino y la clase obrera.
(Buenos Aires: EUDEBA, 1964). Rubén H. Zorrilla: Estructura y dinámica del sindicalismo argentino. (Buenos
Aires, La Pleyade, 1974). Idem: El liderazgo sindical argentino. Desde sus orígenes hasta 1975. (Buenos Aires:
Siglo Veinte, 1983). Idem: Líderes del poder sindical. (Buenos Aires: Siglo Veinte, 1988).
15. Juan Carlos Torre: "Sindicatos y clase obrera en la Argentina post-peronista", op. cit. Idem: Los sindicatos en
el gobierno, 1973-1976. (Buenos Aires: CEAL, 1989, cap. 1). Véase también su trabajo en colaboración con
Santiago Senén González: Ejército y Sindicatos. Los sesenta días de Lonardi. (Buenos Aires, Galerna, 1969).
16. Los primeros estudios de Marcelo Cavarozzi sobre el tema se publicaron en 1979; posteriormente, fueron
reunidos y reeditados en: Sindicatos y política en Argentina. (Buenos Aires, CEDES, 1984). También del mismo
autor: Autoritarismo y democracia (1955-1983). (Buenos Aires: CEAL, 1983); y "Peronismo, sindicatos y política en la Argentina (1943-1981)"; en Pablo González Casanova (coord.): Historia del movimiento obrero en
América Latina.(México: Siglo XXI, 1984, Vol.IV).
17. Alvaro Abós: La columna vertebral. (Buenos Aires, Legasa, 1983). Julio Godio: El movimiento obrero
argentino (1955-1990). De la resistencia a la encrucijada menemista. (Buenos Aires: Legasa, 1991). Arturo
Fernández: Las prácticas sociopolíticas del sindicalismo (1955-1985). (Buenos Aires, CEAL, 1988).
18. Declaraciones o entrevistas aparecen en: Nelson Domínguez: Conversaciones con Juan José Taccone sobre
sindicalismo y política. (Buenos Aires: Colihue-Hachette, 1977); Alain Rouquié: Poder militar y sociedad
política en la Argentina. II: 1943-1973, op. cit.; Osvaldo Calello y Daniel Parcero: De Vandor a Ubaldini.
(Buenos Aires: CEAL, 1984); Samuel Amaral: "El avión negro: retórica y práctica de la violencia"; en: Samuel
Amaral y Mariano B. Plotkin (comp.): Peron, del exilio al poder, op. cit., y en los ya citados trabajos de Potash,
Baily, Torre-Senén González, Zorrilla y Cavarozzi. Como luego veremos, las obras de Daniel James y Ernesto
Salas abrieron una perspectiva distinta en cuanto al uso cuantitativo y cualitativo de la Historia Oral para el
período de la Resistencia.
19. De Daniel James, sus dos obras antes citadas. También del mismo autor, ver sus artículos aún no traducidos
del inglés: "The Peronist Left, 1955-1975"; Journal of Latin American Studies, Vol.8, Nº2, noviembre 1976; y
"Power and politics in Peronist Trade Unions"; Journal of Interamerican Studies and World Affairs, Vol.20, Nº1,
1978. Ernesto Salas: La resistencia peronista: la toma del frigorífico Lisandro de la Torre. (Buenos Aires,
CEAL, 1990, 2 vols.). Idem: "Conciencia y cultura en la primera etapa de la resistencia peronista", mimeo, 1991.
Idem: "Institucionalización, legalidad y límite de la democracia obrera, 1957"; en Patricia Berrotarán y Pablo
Pozzi (comps): Estudios inconformistas sobre la clase obrera argentina (1955-1989), op. cit. Mónica B. Gordillo: "Elementos para una caracterización de la cultura de los trabajadores peronistas, 1955-1969". Ponencia
presentada en las V Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia y I Jornadas Rioplatenses Universitarias
de Historia, Montevideo, 27/29 de setiembre de 1995. En septiembre, cuando este artículo ya había sido
concluido, apareció el voluminoso libro de James P. Brennan: El Cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba,
1955-1976. (Buenos Aires: Sudamericana, 1996). Aunque el objetivo del trabajo se centra más específicamente
en las décadas del sesenta y setenta, en su Parte I hay algunas referencias a la características de la clase obrera y
del sindicalismo de aquel centro industrial basado en la actividad automotriz en la segunda mitad de los años
cincuenta.
20. Una visión de la historiografía marxista inglesa en Harvey J. Kaye: Los historiadores marxistas británicos.
Un análisis introductorio. (Zaragoza: Universidad, Prensas Universitarias, 1989). Edward P. Thompson: La
formación de la clase obrera en Inglaterra. (Barcelona: Crítica, 1984). Raymond Williams. Marxismo y
Literatura. (Barcelona: Península, 1980). Gareth Stedman Jones: Lenguajes de clase. Estudios sobre la historia
de la clase obrera inglesa (1832-1982). (Madrid: Siglo XXI, 1989). Stuart Hall: "Notas sobre la deconstrucción
de 'lo popular'"; en Raphael Samuel (ed.): Historia Popular y Teoría Socialista. (Barcelona: Crítica, 1984).
21. María Cecilia Cangiano, op. cit. y Mirta Z. Lobato-Juan Suriano, op. cit. Según Cangiano, la aparición del
libro de James, Resistencia e integración. La clase obrera y el peronismo, 1945-1976 (sic), no puede explicarse
sin "el fracaso y la derrota del proyecto revolucionario marxista leninista de los años setenta" en Latinoamérica
(pág.118). Sin embargo, la autora no expone ninguna prueba para avalar esta hipótesis explicativa sobre la
génesis y el contexto en el que surge la obra de James. Suriano-Lobato encuentran retrospectivamente un aval a
su planteo de la imposibilidad de compaginar el análisis de la lucha de clases con el tradicional "paradigma
leninista": es una cita de Federico Engels de 1895, referida a las dificultades en torno a las esperanzas
revolucionarias y los resultados concretos.
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