Sección coordinada por el profesor Mariano ESTEBAN (Universidad

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HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea
Hispania Nova
hispananova@geo.uned.es
ISSN (Versión impresa):
ISSN (Versión en línea): 1138-7319
ESPAÑA
2006
Ana Domínguez Rama
RESEÑA DE "¿ATADO Y BIEN ATADO? INSTITUCIONALIZACIÓN Y CRISIS DEL
FRANQUISMO" DE ÁLVARO SOTO CARMONA
HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea, número 006
Hispania Nova
Barcelona, España
pp. 849-853
Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal
Universidad Autónoma del Estado de México
http://redalyc.uaemex.mx
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RECENSIONES
Sección coordinada por el profesor Mariano ESTEBAN
(Universidad de Salamanca)
Álvaro SOTO CARMONA, ¿Atado y bien atado? Institucionalización y crisis del
franquismo, Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 2005, 316 pp., por Ana Domínguez Rama
(Universidad Complutense de Madrid)
Desde hace ya algún tiempo viene cuestionándose, en ámbitos académicos y
científicos, y más importante, en la sociedad misma, el origen y naturaleza de nuestra actual
democracia parlamentaria. Álvaro Soto Carmona, ahondando en una de sus líneas de
investigación -el de las transiciones a la democracia-, actúa en consonancia con este debate
y trata de clarificar si el nuevo sistema político que habría de suceder a la dictadura quedó
previsto y determinado por la clase política del Régimen anterior. Esto es, si a la muerte de
Franco todo estuvo verdaderamente “atado y bien atado”.
A través de los archivos que custodian la documentación oficial emanada durante la
dictadura (Archivo General de la Administración, Archivo del Congreso de Diputados, Archivo
del Consejo Económico y Social, Archivo del Senado) y los de la oposición democrática al
franquismo (Archivo del Comité Central del Partido Comunista de España, Fundación Pablo
Iglesias, Fundación 1º de Mayo), así como de la prensa, considerada por algunos como “el
parlamento de papel” ya en esta fase final de la dictadura, el autor trata de explicar el
proceso de institucionalización del Régimen y la crisis del franquismo. Su conclusión es que,
durante la fase comprendida entre 1957 y 1975, los conflictos internos en el seno del poder
tuvieron como consecuencia una débil institucionalización (materializada en la aprobación de
la Ley Orgánica del Estado y la decisión personal de Franco de que su sucesión recayese en
la figura de Juan Carlos de Borbón), desechando así la idea de que el personal político
franquista tuviese un proyecto político cerrado para continuar en el poder a la muerte del
“Caudillo”.
En palabras del autor, no es cierto que el franquismo previera la transición, pero sí es
cierto que sus conflictos internos facilitaron enormemente la forma y el fondo de cómo ésta
se llevó a cabo. Lo mismo sucedió con la oposición, la cual al no poder imponer sus
objetivos rupturistas tuvo que reducir sus pretensiones y consensuar un marco de
convivencia democrática, aceptando parte del legado del pasado (p. 17). Según esta
afirmación no estaríamos, por tanto, ante una transición modélica, ya que este proceso
careció de diseño político y tuvo que ser construida a base de fuertes dosis de
improvisación, conducida por el sector “aperturista” de la clase política que conformó la
dictadura.
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La estructura de la obra consta de cinco capítulos. En el primero de ellos, “La
institucionalización del régimen (1957-1969)”, Soto Carmona defiende como punto de partida
el debate que se abre en 1957 con la propuesta de José Luis Arrese, Secretario General del
Movimiento, advirtiendo de la ausencia de un “orden político”, es decir, de un marco
institucional que garantizase el sistema creado por Franco. La idea era que el Régimen,
surgido de una guerra, solo estaba salvaguardado por la vida del dictador, y esto hacía
necesario prever un ordenamiento que impidiese a un futuro sucesor del “Caudillo” desviarse
de los principios inspiradores del “Alzamiento Nacional”. Del poder individualizado de Franco
había que alcanzar un poder institucionalizado. Para ello, Arrese pretendía que se
concediese una mayor autonomía al Movimiento, hasta convertirlo en un instrumento clave
de poder político, destinado a sobrevivir al dictador y velar por su obra.
Aunque esta propuesta fue rechazada, supuso el comienzo de lo que se denominó
“desarrollo político”. Constituyó una crisis de gobierno que, en la historia del Régimen,
significó un punto de inflexión en cuanto a su naturaleza: a partir de 1957 la composición del
gobierno ya no estaría guiada por principios de procedencia ideológica (familias) sino por su
posicionamiento político respecto a la institucionalización. En este sentido, los tecnócratas
fueron ocupando paulatinamente distintas áreas de gobierno, hasta obtener el control
mayoritario del mismo, a raíz del escándalo Matesa en 1969. Esto quiere decir que si 1957
había supuesto un punto de inflexión, 1969 habría de ser el punto de ruptura definitivo de la
unidad de la clase dirigente que, a partir de entonces, solo conservaría un acuerdo común: la
convicción de que la solución de garantía de permanencia del sistema debía hallarse dentro
del Régimen.
“La cuestión monárquica y la designación del sucesor” da título al segundo capítulo.
En él, el autor expone cómo desde que Franco procedió a la instauración de España como
Reino en 1947, los monárquicos fueron asumiendo los ritmos e iniciativas del dictador,
priorizando siempre la defensa de la Corona frente a cualquier otra empresa,
indiferentemente de su contenido político.
La pretensión de ocupar el trono por parte de Juan de Borbón habría sido una
constante, adoptando diversas posturas políticas a lo largo de la dictadura, haciendo gala de
una posición claudicante que le haría colaborar con el Régimen mediante la presencia de su
hijo junto a Franco, con el objetivo de mantener las opciones de hacerse con el poder. Juan
Carlos de Borbón, el objeto de la negociación, sería finalmente elegido sucesor del dictador
en 1969.
Solo fue a partir de esta fecha cuando Juan de Borbón perdió sus posibilidades de
conservar la línea dinástica. Con todo, no renunciaría a sus legítimos derechos hasta 1977,
manteniéndose como “recambio” ante la probabilidad de que su hijo fuera desplazado del
poder. Juan Carlos I, que carecía de un proyecto de transición política como el que luego se
desarrolló, priorizó por encima de todo la necesidad de salvar y consolidar la monarquía,
relegando a un segundo plano la cuestión de su naturaleza política. Uno de los argumentos
que se está defendiendo es que la transición se hizo en gran parte para consolidar la
monarquía (p. 132).
El capítulo tercero, “Carrero Blanco, el eje del Régimen (1969-1973)”, se abre con el
llamado “gobierno monocolor” salido de la crisis de 1969, que rompió la fórmula tradicional
de los “gobiernos de concentración”.
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A pesar de la designación de Juan Carlos de Borbón, que clarificaba en parte el
porvenir político, continuaba la búsqueda de una solución de futuro, condicionada por un
fuerte conflicto de poder que habría de ir descomponiendo al Régimen en su interior.
Para el autor, la comprensión de la crisis de la dictadura viene determinada por el
enfrentamiento y la fragmentación de la clase política, aunque ya durante los años sesenta y
setenta las consecuencias del desarrollo socioeconómico y el incremento de la conflictividad
fueran condicionantes decisivos. Esa división de la clase dirigente muestra como el poder
franquista alcanzó el tramo final del Régimen sin un programa común y también sin la
legitimidad social para ponerlo en práctica.
En este contexto, el asesinato de Carrero Blanco, que no abrió la transición, obligó a
ciertos sectores políticos a vislumbrar un fin no muy lejano de la dictadura y a intentar, sin
éxito, una cierta “apertura” (“aperturismo” definido como liberalización del sistema desde
dentro, nunca como democratización). Por tanto, en la primera mitad de los años setenta no
podría hablarse todavía de la existencia de “reformadores” dispuestos a variar el
ordenamiento jurídico-político franquista.
El cuarto capítulo lleva por título “El gobierno de Arias Navarro (1974-1975). La
crisis”, y es visiblemente el capítulo más amplio de la obra, a pesar de la estrechez
cronológica que abarca.
Soto Carmona defiende que el gobierno de Arias estuvo caracterizado por una fuerte
indefinición en su actuación, fluctuando entre la vía “aperturista” y el endurecimiento de la
represión (ejecuciones de Puig Antich y Heinz Chez; caso Añoveros; estado de excepción;
fusilamientos del 27 de septiembre de 1975…) y el cada vez mayor aislamiento
internacional.
Ciertamente fue un gobierno con grandes dosis de continuidad, aunque su elemento
más significativo fuera la salida del gobierno de los “tecnócratas” cercanos al Opus Dei y
protagonistas de la vida política desde 1957.
La promesa de “apertura” del Régimen se concretó a través de un Estatuto de
Asociaciones Políticas que pretendía la transformación de la “forma de adhesión” a Franco
en una “forma de participación” dentro del sistema. Pero, en palabras del autor, se trataba de
un espejismo político, ya que el programa carecía de una verdadera voluntad
transformadora, y además fue arruinada por el búnker y también por sus propias
contradicciones (las propias de un proyecto con pretensión de “reformar” sin provocar
“ningún cambio sustancial” en el sistema).
Con todo, el profesor Soto considera esta etapa como una fase necesaria del
proceso político en marcha, al crear un punto de no retorno respecto al convencimiento de
una parte de la clase política de la necesidad de una apertura, aunque no acarrease como
meta final la democracia. De hecho, el mérito más destacable de la transición posfranquista
habría sido la capacidad de variar de opinión por parte de los protagonistas políticos,
cambios moldeados por las presiones de la sociedad civil, que habría apostado por una
fórmula reformista que garantizase algunas de las ventajas obtenidas durante la dictadura,
compatibilizándolas con la pretensión democrática. Todo, por supuesto, dentro de un marco
de “orden” y de “seguridad”. Por ello, la opción “rupturista” habría quedado ampliamente
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marginada, pues no pudiendo implicar la improvisación que suponía esa alteración de la
opinión pública, sus defensores habrían quedado aislados del proceso.
En el último capítulo, “La oposición: debilidad y división”, se aprecian tres etapas en
la historia de los opositores a la dictadura franquista. Así, desde el final de la guerra civil y
hasta comienzos de los años cincuenta, la oposición habría estado condicionada por la
experiencia republicana y sus disensiones internas. El núcleo más activo se encontraría en
el exterior, mientras en el interior se mantenía la opción de la guerrilla. Sin embargo, durante
la década de los cincuenta, la oposición exterior se iría haciendo cada vez más testimonial y
alejada de la realidad del país, mientras que la del interior se haría más activa y militante,
adoptando como objetivo la “ruptura”, a través del derribo del Régimen. En la década
posterior, la conflictividad se extendería y, sobre todo, se haría permanente; optando la
dictadura por intensificar la que fue su respuesta clásica ante ella: la represión.
Además del pulso político producido a la muerte de Franco, entre quienes pretendían
reformar el sistema desde dentro y los que abogaban por su eliminación y la edificación de
un nuevo, la oposición albergó en su seno un segundo combate: su propia lucha interna,
provocadora de una división y de una debilidad que solo dejaba espacio para la pretensión
de convertirse en una alternativa posible al Régimen, a la espera de una caída natural de la
dictadura.
Aunque el libro se ajusta fielmente al propósito de su autor, es posible que en
diferentes aspectos su planteamiento resulte en cierto modo determinista, al presentar a una
clase política franquista dividida -pero indudablemente hegemónica en su enfrentamiento por
el poder frente a la oposición- como conductora del proceso de transición, en consonancia
ocasionalmente con las aspiraciones de la sociedad civil. Sin embargo, en relación a esta
idea, el texto presenta algunas ausencias importantes.
Por un lado, nada se explicita sobre esa influyente actuación de la opinión pública en
el proceso. Necesariamente habría que referirse al cambio socioeconómico y a la evolución
de la cultura política española durante las décadas de los años sesenta y setenta, producto
también de la plena integración en el sistema capitalista mundial. Evidentemente, esta nueva
situación constituyó en sí una fuerte demanda de un cambio de régimen.
Por otro, el factor internacional, condicionante de la política interior española ya
desde la década de los años cincuenta (1953 fue una fecha clave en el respaldo exterior que
recibió la dictadura, mediante los pactos con EEUU y el Concordato con la Santa Sede), y
que, en otros aspectos, hacía visible constantemente que la naturaleza del Régimen era el
freno de un posible avance en las relaciones internacionales españolas, fundamentalmente
en el proceso de integración europea.
Ambas son variables que confluyen en esa red de poder, durante la dictadura de
Franco y tras su desaparición, junto a la relación dialéctica entre la clase política del
Régimen y la oposición democrática organizada. No puede entenderse un juego tan amplio y
de tal envergadura si no se ponen sobre la mesa todas las cartas.
Por otra parte, si se defiende que todo se hizo desde dentro del sistema franquista,
admitiendo que fuese de una forma más o menos improvisada, no puede afirmarse –porque
se entraría en una contradicción- que en ese trayecto la sociedad española de a pie
condicionó algunos de los caminos a seguir. Salvo que con ello quiera darse a entender que
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los objetivos entre los sectores “aperturistas” del Régimen y los de la opinión pública fueran
coincidentes (cosa que no parece poder avalarse porque ciertamente una gran parte de la
población, especialmente las generaciones jóvenes, no compartía la pretensión franquista de
continuismo del sistema). Y, en ese caso, esta obra no haría sino confirmar, una vez más,
dentro del importante grueso historiográfico ya existente, el sentido “modélico” de nuestra
transición, no en su vertiente conceptual (el significado de “modélico” como proceso político
planificado), pero sí en cuanto a su eficacia “objetivos-posibilidades-resultados”. La novedad
más destacable del libro resultaría ser entonces una cuestión de enfoque: la investigación de
la historia final de la dictadura a partir del análisis de la clase dirigente (y no la lectura de las
pretensiones democráticas de la oposición), una visión que comienza a abrirse paso en los
últimos años ante las nuevas posibilidades de acceso a la documentación oficial.
Sin embargo, hay que insistir en el hecho de que en los últimos momentos del
franquismo emergían con fuerza diferentes factores, que posteriormente serían claves
durante el proceso de transición posfranquista: efectivamente, y como detalla de una forma
acertada el autor, la creciente disgregación de los sectores políticos del Régimen y sus
disensiones con la Iglesia y el Ejército (hasta entonces pilares tradicionales de la dictadura),
pero también el fortalecimiento de la oposición en todos sus ámbitos (parte de ella con un
apoyo exterior decisivo en el futuro), así como el marco internacional de crisis económica y
de una crítica cada vez más mordaz y frecuente. Es decir, el Régimen no era sustentable.
Pero el cambio liderado por los “aperturistas” (posteriormente “pseudo-reformistas” y
finalmente “reformistas”) tuvo la necesidad, sencillamente por una cuestión de legitimidad, de
un consenso con la oposición, que diluyó precisamente con este acuerdo gran parte de su
estrategia política: movilización social, gobierno provisional, amnistía y libertades
democráticas, elecciones constituyentes, asamblea constituyente y consulta popular sobre la
forma definitiva del Estado.
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