GRUPO DE INVESTIGACIÓN EN ESTILOS DE APRENDIZAJE NOTAS DE LA LECTURA DEL CAPÍTULO 3 (UN CEREBRO TRIÚNICO: UNA COLABORACIÓN RICA Y DIFÍCIL) DEL LIBRO “LOS DOS CEREBROS EN EL AULA: CONOCER LA DOMINANCIA CEREBRAL PARA MEJORAR LA EDUCACIÓN” de la Educadora francesa Marie Joseph Chalvin, TEA Ediciones, Madrid, 2003. 1. Paul Mac Lean, médico psicólogo americano, ha hablado del cerebro triúnico, o aun mejor de tres cerebros encajados. Por medio de esta metáfora indicaba que tenemos un cerebro de tres partes, un cerebro triunitario: el cerebro reptiliano que compartimos con los lagartos, el cerebro límbico que nos asemeja a los grandes reptiles y sobre todo a los mamíferos y el cerebro cortical, que existe ya en algunos mamíferos, pero que encuentra su completa expansión en el hombre. El cerebro humano estaría pues compuesto por tres capas sucesivas, de edades muy diferentes en la historia de la evolución, apareciendo la más antigua profundamente tapada por las otra dos. Estos tres cerebros están en comunicación permanente pero, sin embargo disponen de una cierta independencia; cada uno de ellos controla unas funciones específicas. Su colaboración no es siempre perfecta y su coordinación frecuentemente carece de eficacia y de coherencia: “No sé que me ha pasado, era más fuerte que yo” se dice a veces traduciendo esa ausencia de diálogo entre nuestros tres cerebros. “No lo he hecho a propósito...”, dicen muchas veces los alumnos. Se trata de un sentimiento sincero, a veces, su cerebro viejo ha dictado un acto automático del cual ellos no han sido conscientes. 2. Se reconoce la presencia en cada uno de nosotros de un cerebro arcaico, viejo, que funciona como un robot. Reposa sobre circuitos estables, está organizado para la conservación y responde necesariamente y de manera ineluctable a los estímulos. Desencadena movimientos reflejos, poniendo los músculos en acción, o comportamientos instintivos, como el hambre o la sed. Este cerebro arcaico está cubierto por otra estructura que refuerza su acción y manda sobre todo en nuestras emociones: el cerebro límbico que está en el origen de los comportamientos dictados por lo afectivo, tales como los bloqueos y las motivaciones. Un nuevo cerebro, el neo-córtex o cortical, ha venido a cubrir estas estructuras antiguas, es capaz de reprimir los instintos y las pulsaciones, pero es inestable y frágil, en una palabra, imprevisible. Puede crear orden o desorden. 3. NUESTROS TRES CEREBROS: A) EL REPTILIANO: TODOS UN POCO LAGARTOS. El cerebro reptiliano, aparecido hace más de 200 millones de años y cubierto por capas más recientes, nos dicta algunos de nuestros comportamientos. Manda en los mecanismos innatos que nos hacen vivir maquinalmente. Vela por nuestra vida regulando nuestra respiración, nuestro ritmo cardíaco. Constituye nuestro reloj interior y administra nuestro tiempo personal determinando despertar, vigilancia, somnolencia y sueño. Dirige nuestros comportamientos más usuales. El cerebro reptiliano es el cerebro de los rituales, de los automatismos. Cuando está mandando, tiende a reproducir comportamientos ya experimentados mucho tiempo antes: parte del principio de que lo que ha triunfado debe triunfar. Estos comportamientos tienen por objeto proteger y evitar al máximo las sorpresas y lo inesperado, de esta manera, nos impiden el cambio y la innovación. El cerebro reptiliano hace de nosotros verdaderos lagartos, seres rutinarios que reproducen cada día las mismas conductas. El lagarto sale con prudencia de su agujero, se pone al sol para que suba su temperatura, se alimenta, se pasea y vuelve a su agujero. No le gusta que lo molesten y, si esto sucede, responden automáticamente para defenderse. Los alumnos a veces están en clase como los lagartos, físicamente presentes y mentalmente ausentes; duermen la siesta. El educador, cuyo papel consiste en despertarles y convertirlos en seres activos, debe ser prudente, toda entrada rápida o inesperada en su territorio es capaz de desencadenar un proceso automático de defensa. Un ejemplo es el caso del educador que, en el silencio total provocado por una prueba escrita de matemáticas, oye un sonido de una música rítmica. Suavemente, con el oído al acecho, se dirige al lugar donde suena la música. Observa un hilito negro rodeando la oreja de uno de sus alumnos. Sin ningún ruido, dirige la mano al hilo y lo coge con un movimiento rápido. Sorprendido, el alumno se levanta, fuera de sí vuelca la silla, tira del hilo para recuperar su propiedad agrediendo verbalmente a su profesor, estupefacto por la violencia de la reacción. La calma regresa a clase después de la expulsión del alumno, enviado al tutor en compañía de un delegado de colegio. El educador sin saberlo, ha desencadenado la reacción automática de defensa del cerebro reptiliano con una violación de su territorio sin aviso previo. 4. Todos somos un poco lagartos, tenemos un territorio nuestro sobre el que llevamos a cabo nuestros rituales de marcado y defensa. El propio educador puede tener costumbres reptilianas y salirse de sus casillas por una pizarra mal borrada o por no encontrar los marcadores en su sitio. Pero el cerebro reptiliano está también en el origen de algunos comportamientos básicos: El primero es el comportamiento de orientación. Corresponde a la “huella” descrita por K. Lorenz, respecto a los pájaros. Si un embrión de un pollito ha sido habituado al sonido de un juguete mecánico, el pequeño, cuando nazca, reconocerá ese juguete y lo buscará continuamente abandonando a su madre. Muchos alumnos tienen reflejos condicionados que ponen de manifiesto un comportamiento reptiliano. La escuela, el maestro, el libro escolar desencadenan respuestas automáticas de adhesión o de rechazo según la calidad de las primeras experiencias. Por tanto incumbe a los educadores borrar la huella y sustituir la respuesta negativa por una positiva, encontrando la manera de motivar al alumno. El segundo comportamiento resulta más familiar; la observación cotidiana nos ha enseñado a reconocerlo. Se trata de la imitación. Los seres humanos, como los reptiles, son frecuentemente conformistas y gregarios: todos “donde va Vicente”. Es cierto que se suele identificar a un educador por su forma de vestir, por su lenguaje o por sus hábitos culturales. Del mismo modo, los alumnos se identifican por su ropa, por sus actitudes y por sus gestos culturales. Les resulta difícil mostrar independencia o autonomía; el reflejo de imitación constituye un freno para muchos de ellos. El tercero y cuarto comportamiento reptiliano son parecidos. Se trata de la repetición y la perseveración, es decir la rutina. Estos comportamientos nos impulsan a volver a utilizar viejos esquemas establecidos y comprobados para resolver situaciones nuevas, no experimentadas todavía. El comportamiento de repetición nos conduce a reiterar, pero con una cierta eficacia. “Lo sé hacer, lo hago otra vez, está bien” Por el contrario, el comportamiento de perseveración nos causa dificultades porque, en este caso, reproducimos automatismos que nos conducen al fracaso y al error; somos incapaces de adaptarnos y de encontrar soluciones nuevas. Los educadores contribuyen también a adoptar comportamientos de repetición, pero con frecuencia se quejan de la falta de capacidad de los alumnos para innovar y salirse de los caminos trillados. Los automatismos reptilianos están fuertemente anclados en cada uno de nosotros. Sin embargo no es imposible borrarlos: para ello se necesita un nuevo aprendizaje que requiere la intervención consciente del córtex. El quinto comportamiento reptiliano básico es el disimulo. El lagarto utiliza este tipo de actitud para escapar de un predador o para premeditar una venganza. Es frecuente ver algunos alumnos convertirse en pequeños, silenciosos e inhibidos cuando se hacen preguntas o en algunas asignaturas. Algunos, hablando en su rincón, preparan un contraataque a una novatada, consciente o inconsciente, de un profesor. Este disimulo anterior a la venganza existe igualmente en el educador que tiene “atragantada” la última agresión de su alumno. 5. ¿QUÉ HACER EN CLASE? ¿Cómo responder a los automatismos del reptiliano? ¿Cómo tratar el comportamiento rutinario en la clase? Aquí se sitúa la dificultad, porque el reptiliano nos hace actuar sin que seamos conscientes de ello desencadenando nuestro sistema de alarma interno, tratando de restablecer nuestro antiguo equilibrio, sin preocuparnos de saber si hay otra actitud más apropiada para ponerla en su lugar. El deseo de gratificación es nuestro único comportamiento innato, así pues hacer saber al reptiliano que un cambio de comportamiento irá acompañado por una gratificación es la única forma de conseguir que acepte renunciar a la rutina. Conviene ser prudente y tener en cuenta la resistencia al cambio y la lenta adaptación del reptil que duerme en cada uno de nosotros. La evolución, el paso a una actitud nueva, es muy progresivo, se consigue con dosis homeopáticas. Por otro lado, el reptil es imprevisible, los educadores lo saben, a veces han sido sorprendidos por sus manifestaciones brutales e inesperadas. Afortunadamente, el cerebro posee otros recursos. ESTIMULANDO EL CEREBRO LÍMBICO Y EL NEO-CORTEX, EL EDUCADOR AYUDARÁ AL ALUMNO A ADAPTARSE Y A EVOLUCIONAR. LA SIGUIENTE NOTA SE REFERIRÁ AL CEREBRO LÍMBICO Y AL NEO-CORTEX Y RESPONDERÁ A LA PREGUNTA: ¿CÓMO UTILIZAR ARMONICAMENTE TODO EL CEREBRO EN LA CLASE?