Poética

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Buscando mi po-ética
He decidido hablar de cosas imposibles,
porque de lo posible se sabe demasiado.
Silvio Rodríguez
El origen de todo
Esta historia comenzó antes del tiempo, de mi tiempo; comenzó con aquel sorteo
absurdo y casi patético donde todo, casi todo, se decide de antemano. Yo, aunque todavía no
era yo porque aun no había salido sorteado, estaba girando en aquel bolillero gigante junto a
otros tantos que todavía no eran ellos. Ahora que lo pienso (porque puede que no exista pero
pensar, pienso) lo del bolillero gigante tal vez me lo parecía, porque no tenía sentido que
aquello fuese gigante; lo que se sorteaba no ocupa lugar, no existe, pero al mismo tiempo
determina nuestra existencia. Y finalmente (este adverbio es para los demás, porque para mí
aun no había pasado tiempo) salió mi bola, es decir yo. Primogénito varón, clase media,
familia judía, ciudad cosmopolita, capital de un país periférico que acababa de perder por esos
días sus últimas chances de conservar algo de la gloria de otros tiempos. Familia antiperonista
en una Argentina dónde sólo se podía amar u odiar al general. El resto del mundo era por
aquel entonces comunista-o-anticomunista.
Y entonces comenzar con el mundo, con el que me había tocado en el sorteo (lo siento
señor, la garantía está vencida). Mamá/papá, lindo/feo, bueno/malo, pis/caca; y después más:
dale un beso a la abuela, saludá a la señora, decí gracias, no toques, ya lo vas a entender más
adelante; y más: la policía es buena/los ladrones son malos, el dinero se hace trabajando/los
negros no quieren trabajar, estudiar/trabajar, radicales/peronistas, democracia/comunismo,
derecha/izquierda, arriba/abajo, adentro/afuera, ser/estar, ser… o no ser. El mundo binario se
presentaba como una opción sencilla y cómoda, para cada cosa, cada acto, cada persona, cada
sentimiento, sólo había que elegir (o comprar lo que había sido elegido por otro) entre dos
opciones. Caro/barato, justo/injusto, hombre/mujer, macho/hembra, valiente/cobarde,
éxito/fracaso, verdadero/falso, blanco/negro. Y la vida transcurría feliz, siempre eligiendo A o
B.
Pero un día me cayó un farol del cielo, como a Truman, y no entendí qué pasaba, pero
estaba claro que algo no funcionaba; ¿qué era? Mamá, tengo miedo, tengo ganas de llorar
(¡los hombres no lloran!), ¿qué hago? Y el velero que plácidamente me paseaba por las
tranquilas aguas de mi mundo de pronto se incrustó en el cielo, en ese horizonte de cartón
piedra que me habían construido y que ahora me quedaba chico. La burbuja se había roto y
quizás era el momento de conocer el mundo, mi mundo, ese pequeño margen de acción entre
yo y el mundo que me había tocado por sorteo. Ese pequeño margen es todo lo que tenemos,
y, aunque parezca, no es poca cosa; podemos estirarlo un poco (y de a poco), porque si no se
rompe y nos quedamos sin nada; así que nada; aquí estamos y esto es lo que hay.
¿Qué hacer entonces con esta herencia?
El mundo binario no servía, no me servía. Ese mundo cara-o-seca nos conduce
trágicamente a binomios fatalistas del tipo felicidad/tristeza o éxito/fracaso pasando de un
lado al otro sin escalas. El mundo no es sólo blanco/negro. Desde siempre me molestó la idea
de frontera, de corte abrupto, de ruptura, allí donde no había sino continuidad. Mi intención es
explorar esas zonas fronterizas que supuestamente dividen, pero que en realidad (¡uy! qué
palabra) unen regiones histórica y erróneamente antagónicas. Pero ¿cómo hacerlo? ¿La
ciencia? Demasiado formal, pocos grados de libertad, demasiado objetiva. ¿El arte?
Demasiados grados de libertad, poco formal, demasiado subjetivo. ¿La literatura? Quizás.
¿Ensayo o ficción? Pero, ¡¿qué estoy haciendo?! Yo no quiero hablar de objetividades-osubjetividades, yo quiero hablar de la frontera, de esa zona de coexistencia. Las fronteras son
regiones donde ambas partes se funden y se confunden, estás ahí y no estás ni de un lado ni
del otro, sino ahí. Y en ese intento de adecuar el contenido a la forma, siento que debo escribir
desde ambos lugares, desde el ensayo y la ficción, que en algún punto son el mismo. Me
seduce la idea de explorar la frontera, de entrar y salir y sin embargo estar siempre allí, ni
adentro ni afuera. En mi último texto (Metamorfosis) se entrelazan la ficción y el ensayo en
un mismo relato; creo que es una buena síntesis de mi poética. Lo más increíble es que me di
cuenta de esto (al menos conscientemente) después de haberlo escrito, y mientras pensaba
este bosquejo de poética.
Cuando descubrí (conscientemente) mi poética, hace sólo cuestión de meses,
enseguida me di cuenta de que mi guía espiritual sería Cortazar. De alguna manera lo que yo
pretendo hacer ya lo hizo él hace más de cincuenta años, pero siempre se puede continuar ese
camino un poco más allá. De hecho Metamorfosis es muy cortazariana (casi al borde del
plagio). Sin dudas la literatura fantástica es el mejor vehículo para mi poética. Me alucina
como Cortazar te mete y te saca de lo real o lo fantástico con la misma naturalidad de quien
pasa por una puerta de un cuarto a otro. Eso si que es barrer con las fronteras. Así como
Cortazar es mi pata literaria, quizás Derrida se convierta en mi pata filosófica. Creo que
Derrida en algún sentido formaliza cosas que ya estaban presentes en Cortazar,
particularmente en Rayuela. Esa idea de acabar con las oposiciones conceptuales del tipo
espíritu/materia, hombre/mujer, idea/objeto, etc. En particular me interesan, por ahora, tres:
racionalidad/irracionalidad, ciencia/arte y hombre/mujer. Creo que están claras en mis
(¿primeros?) dos textos (La filtración y Metamorfosis). Creo también que para hablar de lo
que quiero hablar debo pararme más o menos donde ya estoy, en esa región difusa donde las
oposiciones desaparecen y por lo tanto una nueva visión de la realidad (¡otra vez esa palabra!)
es posible.
¿Y todo esto de donde salió?
Mientras escribo estas líneas Freud no deja de hurgar en mi inconsciente (porque yo
soy argentino y tengo inconsciente) y me dice al oído que casualmente se me ocurre hablar de
regiones fronterizas desde que vivo en San Sebastián y puedo llegar a Francia en unos quince
minutos y ver como el idioma, la arquitectura, la historia, no sufren un corte abrupto sino que
se funden y permiten un pasaje gradual de un lado al otro de la frontera. Y entonces Freud
continúa recordándome que desde que vivo en Europa aprendí que las diferentes lenguas
forman en realidad un continuo que cubre todo el mapa sin (casi) cortes abruptos. Lo mismo
ocurría en mi tierra, me cuenta mi abuelo, hasta que llegó uno de esos tsunamis
globalizadores que ocurren cada tantos siglos y arrasó con todas las lenguas y creencias
aborígenes para imponer un único idioma y credo. ¡Claro! Cómo se me iba a ocurrir transitar
fronteras en Latinoamérica donde la pobreza y el saqueo uniformizan el paisaje y abolen todas
las diferencias. Tuve que recorrer medio mundo para encontrarme; alguna vez leí que el
puerto más lejano al que uno puede arribar es uno mismo. Y entonces comprendí la esencia
del ser argentino (o al menos porteño). El argentino está formado por diversas partes cuyas
divisiones o fronteras desaparecieron hace tiempo. Hablamos el castellano de Cervantes, pero
con acento italiano; conjugamos los verbos como los gallegos y tenemos el ego de los
franceses (o al menos de los parisinos). Todo esto, continua Freud, es lo que quizás determine
mi poética. Pero la cosa no termina ahí; el obstinado Freud, pico y pala en mano, sigue
excavando en mi ya perturbado inconsciente para hacerme notar que comencé a trabajar los
problemas de género y a revalorizar a la mujer a partir del nacimiento de mi hija y después de
haber vivido dos años en Suecia donde las diferencias de género son cada vez más pequeñas,
y el respeto y la tolerancia hacia los demás son cada vez más grandes. También se me ocurre
acabar con las fronteras desde que vivo en este hemisferio y el fin de año no representa nada
más que eso: el fin de año. En el Sur, el fin de año implica terminar con todo; se acaba el año
lectivo, el laboral, comienzan las vacaciones y es un momento muy propicio para replantearse
todo; realmente se produce un quiebre. Aquí no; aquí la vida sigue como casi todos los días;
con unos kilos de más, unos euros de menos y esperando las rebajas de enero.
¿Y después qué?
Creo que vivimos en una época apasionante donde se está definiendo el futuro cultural
(en sentido amplio) de los próximos quinientos años. El actual proceso de globalización
cultural podría significar la sentencia de muerte de la diversidad intelectual. Y así como la
diversidad biológica es la única garantía para la continuidad de la vida, la diversidad
intelectual es la única garantía de que podamos ampliar nuestra comprensión del mundo. Por
un lado están los poderosos, los famas, imponiendo una globalización aberrante que acabará
con la diversidad cultural (y de cualquier otro tipo) y fomentando la intolerancia, el racismo y
la xenofobia; anulan sistemáticamente las diferencias y homogenizan de manera espantosa el
gusto por la comida, la estética, los valores morales, el arte, la diversión, y todo cuanto quepa
en el mercado (¡qué manera de estropear una hermosa palabra!). Por el otro estamos nosotros,
los (que aspiramos a) cronopios, demoliendo fronteras, fomentando la diversidad de cualquier
tipo e intentando un mestizaje cultural y conceptual que una las partes sin anular las
diferencias; las piezas de un puzzle encajan entre sí porque son diferentes, y sólo entonces,
uniendo trocitos sin sentido, es posible construir una totalidad. En el medio están las
esperanzas, esa masa de gente que parece ir para donde la lleven y que por ahora pareciera ir
con los famas; el problema no es que las esperanzas no separen la ficción de la realidad, sino
que no distingan una ficción de otra. La batalla pareciera estar perdida, pero para los que
creemos en el azar… todo puede ocurrir, sólo hay que estar preparado y no bajar la guardia.
El actual rumbo cultural (político, económico, jurídico, etc) puede sumergirnos en una nueva
Edad Media o deslumbrarnos con un nuevo Renacimiento. El tiempo dirá.
Continuará…
Gustavo Ariel Schwartz
San Sebastián, 5 de Enero de 2006
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