UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN ESCUELA DE LETRAS DEPARTAMENTO DE LITERATURA DE LO PURITANO A LO MUNDANO. EROTISMO Y CUERPO FEMENINO EN ÍDOLOS ROTOS DE MANUEL DÍAZ RODRÍGUEZ. Memoria de Grado para optar al Título de Licenciado en Letras. Mención Lenguas y Literaturas Hispanoamericana y Venezolana. Autor: Mercis Marisol Martínez Basanta Tutor: Carmen Díaz Orozco Mérida, Junio de 2005 2 A la memoria de mi hermano Andrés. AGRADECIMIENTOS Un logro nunca depende únicamente de la persona que lo ejecuta, en él intervienen, siempre, diversas personas que directa e indirectamente intervienen para que ese logro llegue a dar el primer aliento. A continuación, las personas e instituciones que influyeron en que esta Memoria de Grado se hiciera efectiva: A Dios y mi padre, por siempre estar allí. A mi madre, por sus bendiciones. A mis hermanas: Marjoris y Canaiger por su entera incondicionalidad. A Rainmy, por darle luz a mis ojos y, aún más, por ser ejemplo de superación. A mis amigos: Maryelis, Francisco, Carla, Félix y Vicente: compañeros de estudios, compañeros de vida. A Carlos Páez Casique, siempre jefe y siempre amigo. A Carmen Díaz Orozco por su apoyo, motivación y sobre todo: paciencia. Al Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres” por el apoyo 100% académico y el espacio brindado en sus instalaciones. Al CDCHT por financiar la elaboración de la presente investigación. A todos: Gracias. 4 Universidad de Los Andes Facultad de Humanidades y Educación Escuela de Letras De lo puritano a lo mundano. Erotismo y cuerpo femenino en Ídolos Rotos de Manuel Díaz Rodríguez Autor: Mercis Marisol Martínez Basanta Tutor: Carmen Díaz Orozco 2005 RESUMEN Uno de los planteamientos centrales de la presente Memoria de Grado tiene que ver en cómo el contexto social del siglo XIX moldea y configura el cuerpo de la mujer, a la par de sus personalidades. Cómo estas conducen su cuerpo, franqueando múltiples de prohibiciones. De allí que el interdicto propio de estas sociedades victorianas, la trasgresión y el erotismo sean los objetivos fundamentales a desentrañar en esta investigación. La misma estará configurada desde una obra narrativa, específicamente de la novela Ídolos Rotos de Manuel Díaz Rodríguez; en ella los personajes femeninos serán nuestro principal objeto de estudio. La metodología a desarrollar consiste en una investigación analítico-crítica de la obra en cuestión, Ídolos Rotos. Este análisis textual busca descubrir los personajes y el contexto social en el que ellos se desenvuelven. Nos hemos basado también en un análisis intertextual a fin de que los estudios posteriores a la obra, críticos y teóricos, sean aparataje documental que sustenten los lineamientos propuestos por la investigación. Palabras claves: mujer-cuerpo - erotismo-siglo XIX-transgresión. 5 ÍNDICE GENERAL INTRODUCCIÓN 7 CAPÍTULO I PANORAMA HISTÓRICO – SOCIAL ALREDEDOR DE LA OBRA ÍDOLOS ROTOS, DE MAUEL DÍAZ RODRÍGUEZ. 1.1 Caudillos en la Venezuela de mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX. 11 1.2 Díaz Rodríguez, el brillante escritor de poca producción. Breve cronología del autor. 14 1.3 Ídolos Rotos, la novela del fracaso. 16 II CAPÍTULO LA MUJER: DIOSA EN EL HOGAR, DEMONIO EN LOS ESPACIOS PÚBLICOS 2.1 El cuerpo, aposento del pecado 20 2.2 La metáfora de Sartoc 22 2.3 La fragilización de la mujer 26 2.4 Metáfora de la flor en Ídolos Rotos 28 2.5 El Manual de Urbanidad, píldoras para aliviar barbaries 31 2.6 Modelos de corporalidad femenina en Ídolos Rotos: las “boticelli” 39 2.6.1 Las puras, castas. No trangresoras: Rosa Amelia Soria y María Almeida 42 2.6.2 Las “boticelli”, aparentemente puras. Transgresoras 42 2.6.3 Teresa Farías. Transgresora 43 III CAPÍTULO INTERDICTOS Y TRANSGRESIONES 3.1 El ritual erótico del personaje Teresa Farías 49 3.2 Misticismo literario en Ídolos Rotos 53 CONCLUSIONES 57 BIBLIOGRAFÍA 62 APÉNDICE 66 6 INTRODUCCIÓN Se dice que de grandes hombres la historia está escrita. Así mismo de grandes relatos, hemos de recordar grandes personajes: Santos Luzardo en Doña Bárbara, Presentación Campos en Las Lanzas Coloradas, Sebastián en Casas Muertas y el mismo Alberto Soria en Ídolos Rotos, por sólo nombrar algunos. En este sentido la mujer ha sido otra forjadora de la historia y protagonista de grandes relatos, sin embargo, los estudios se han visto focalizados muchas veces en esos grandes hechos con sus grandes hombres. Por ello hemos de abrir (sin pretender señalar que sea la primera vez que se hace) otra ventana que nos muestre una luz distinta en cuanto a los estudios literarios y culturales. Ídolos Rotos amalgama en sus páginas a toda una sociedad, una cultura y los diversos personajes de esa sociedad. Las figuras de estos personajes (en este caso los femeninos) será nuestro principal enfoque. Es bueno resaltar que esta idea no parte de caprichos feministas, pues no es intención, y hemos de insistir en ello, plantear reivindicaciones de la mujer en pro de dichas luchas feministas. Nuestro objetivo nace de la mirada crítica a los personajes femeninos de la obra de Díaz Rodríguez. El desarrollo de la investigación está sustentado con sólidos antecedentes de teóricos como George Bataille, Michel Foucault y David Le Bretón los cuales conforman el marco teórico de esta memoria de grado, en los puntos concernientes al erotismo, la transgresión, el interdicto y las configuraciones del cuerpo. 7 En el siglo XIX diversas fueron las estrategias de la sociedad para que los individuos de una maltrecha patria entraran por los fueros de la civilización es por ello que en el primer capítulo nos remitiremos al contexto social de la obra, mostraremos cómo la modernidad era el halo que circulaba entre la élite caraqueña y que, con Antonio Guzmán Blanco a la cabeza, intentaba implementar una reestructuración de la fachada de nuestro país: nuevas vías de comunicación, arquitecturas rediseñadas, novedosas estructuras y edificaciones urbanas. Había entonces que civilizar a las personas que circularían por esas vías y disfrutarían de ese nuevo estado urbano. De igual manera haremos referencia a la vida de Manuel Díaz Rodríguez, su obra y la crítica de entonces. La mujer del siglo XIX e inicios del XX luce cercada por múltiples inhibiciones, reflejadas en manuales de urbanidad, catecismos y la misma presencia de la Iglesia como institución. Todo ello conformó una suerte de laboratorio, en el que el producto final serían cercas morales, con el fin de conducir por lineamientos rectos a una sociedad renaciente. En esta sociedad se enmarcan los personajes femeninos de Ídolos Rotos. Por ello hemos de mostrar en el segundo capítulo (basados en los estudios de Elías Pino Iturrieta) la lucha entre la idea del liberalismo (positivista) y la idea conservadora del significado y lugar que a la mujer del siglo XIX habría de dársele en pro de la construcción de la patria. Así mismo, la configuración del cuerpo femenino que, por estas luchas, fue dándosele a la mujer. Ya inmersos en la obra y basados en algunas teorías sobre el cuerpo, describiremos los distintos cuerpos 8 femeninos presentes en Ídolos Rotos, así como el manejo distinto de cada uno de ellos. En el último capítulo, e inmersos por completo en la obra, se dará a conocer la Teoría de la transgresión manejada por George Bataille, teoría que servirá para analizar en la obra en cuestión los personajes transgresores, en especial el personaje de Teresa Farías, así como el erotismo y el elemento místico presentes en la obra. En cuanto a la configuración de los cuerpos femeninos en Ídolos Rotos, han sido relevantes estudios como los de Rosa Pellicer y Mónica Bolufer quienes, siendo antecedentes claves, han permitido que se dilucide mucho mejor lo que hemos de tratar como una fragilización de la mujer. Fragilización que, dada por la sociedad, parte de la realidad y se aboca en el texto haciendo una clasificación de cuáles personajes femeninos son comparables a una flor y cuáles no, según las descripciones de su cuerpo y la actitud misma que adopta cada uno de los personajes. A este apartado le hemos llamado La metáfora de la flor, término que utiliza Rosa Pellicer. Hemos igualmente de describir y diferenciar un tipo de misticismo, el no religioso, el que el autor denomina misticismo literario, tipo de misticismo presente en la obra y que bien describe Manuel Díaz Rodríguez en su ensayo “Sobre el Modernismo”. Estos son los puntos más resaltantes de la presente Memoria de Grado. 9 CAPÍTULO I PANORAMA HISTÓRICO – SOCIAL ALREDEDOR DE LA OBRA ÍDOLOS ROTOS, DE MANUEL DÍAZ RODRÍGUEZ. ...Una pequeña París que pretendía acomodarse en las faldas de un cerro verde. Elías Pino Iturrieta. Aunque son otros los enfoques dados por el presente trabajo a la novela de Manuel Díaz Rodríguez, Ídolos Rotos (1901), no se puede prescindir - y puede que resulte hasta imperdonable en este tipo de investigaciones - del contexto político-social de la obra. El narrador heterodiegético de esta obra no deja de asombrarse a través de los ojos del personaje principal, Alberto Soria, de lo podrido que está el sistema político – social en el país. Aunque es el contexto de Alberto Soria, también es el contexto del escritor Manuel Díaz Rodríguez a quien la crítica llamó “desarraigado”1. Manuel Díaz Rodríguez, nace en 1871. En un ambiente rural de las afueras de Caracas, específicamente en la hacienda de sus padres, es donde empieza a dar sus primeros pasos. De clase privilegiada, Díaz Rodríguez se hace bachiller y poco después obtiene el título de Médico en la Universidad Central. El joven desarraigado, recibió clases directas del maestro positivista en Venezuela, el alemán Adolf Ernst (ver ilustración Pág. 4 - Anexos). El positivismo, doctrina nutriente de la corriente del 1 Sobre esta idea consultar la cronología biográfica del autor presente en: Manuel Díaz Rodríguez. Narrativa y ensayo Biblioteca Ayacucho: Caracas, 1978. Desarraigado fue el nombre que dió la crítica a Manuel Díaz Rodríguez, luego de publicar Ídolos Rotos. 10 modernismo y la cual empujaba día a día Guzmán Blanco, configuraba en buena medida el carácter del futuro escritor. Mientras Guzmán Blanco cortaba relaciones con la Iglesia; Díaz Rodríguez escribía su primera obra Sensaciones de Viajes, libro en el que relataba las experiencias de sus largos viajes por Europa y que luego le haría merecer el premio a la mejor obra literaria que en el país otorgaba las Academia de la Lengua. Esta obra también fue criticada por algunos sectores, debido a que tenía elementos paganos. Aunque el título de “desarraigado” le fue dado por la crítica poco después de publicar Ídolos Rotos, podría señalarse que el desarraigo le fue evidente desde la primera publicación de su obra Sensaciones de Viajes, no sólo por hablar en la misma de sus viajes por Europa, sino también por escribir y publicar esta primera obra, como las mayorías de las suyas, en el exterior. 1.1 Caudillos en la Venezuela de mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX. Ángel Rama establece el período del modernismo a partir de 1870 hasta 1910 (Rama; 1985: 82), etapa en la que cambios renovadores a nivel, político, social, educativo, administrativo y literario se hicieron presentes vertiginosamente en un modo tal que simulaba a las grandes ciudades del mundo. El positivismo era la doctrina a impartirse en las universidades: Orden y progreso, era el lema para muchos. Los intelectuales de la época se impregnaron de la doctrina de 11 Auguste Comte, así mismo un torrente de estos intelectuales se hicieron campo en cargos políticos y administrativos. En fin, los últimos años del siglo XIX estuvieron cubiertos por un aparente manto de modernidad, puesto en marcha a partir de 1870 bajo el mando de Antonio Guzmán Blanco, para quien la ornamentación de Caracas y otras ciudades de principal importancia: Guzmán Blanco comprendió la necesidad de transformar el rústico país agrario en que se había convertido Venezuela, en un estado emprendedor (...) no sólo en lo que atañe a las obras de ornamentación, sino que se procuró resolver los problemas desde su raíz (Morón, 1995: 232) Guillermo Morón habla de problemas superficiales y profundos. Los problemas superficiales fueron resueltos. En 1870 fueron creadas y adecentadas las calles, paseos, plazas de Caracas; además de carreteras, puertos, acueductos, templos, panteones y teatros, se crearon museos, un Instituto de Bellas Artes y una Academia Venezolana de Literatura. Un completo maquillaje a un estado naciente y aún no del todo estructurado. En cuanto a los problemas de raíces, se solucionan algunos de esta manera: rompe relaciones con el Vaticano (Morón, 1995: 235), como otros países civilizados, Venezuela tampoco podría escapar al matrimonio civil (1873), igualmente se reorganizan los Códigos Civil, Criminal, Mercantil, de Hacienda y Militar. En la educación se establece el decreto de que ésta debía ser gratuita y obligatoria. En la 12 Universidad la presencia de positivistas como Adolf Ernst, activa el auge de la ciencia y jóvenes como el mismo Díaz Rodríguez. De la misma manera se forman académicamente en sus aulas, doctores e ingenieros, absorbiendo así todo el torrente que volaba precipitada y velozmente por el territorio nacional. El contexto político en el que se desarrolla la vida de Díaz Rodríguez y la de sus contemporáneos se cierne bajo un cúmulo de vicios políticos, en el período que nos concierne: 1870-1901. Guzmán Blanco no quería salir del poder, sus reformas constitucionales lo perpetúan en el mando del país. Venezuela estuvo durante este período (1870 –1901) gobernada por una serie de caudillos (Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Joaquín Crespo y posteriormente Juan Vicente Gómez). Aunque Díaz Rodríguez fue un pleno servidor de estos dos últimos gobiernos como diplomático, es palpable el desagrado por el modelo político, al menos así lo refleja uno de sus críticos más sobresalientes: Gonzalo Picón Febres “...para Alberto Soria como para Díaz Rodríguez (...) todo en Caracas es atroz, todo es podrido, cursi, demasiado irrisorio (...) la política es una infamia, la literatura una solemne porquería, la sociedad una inmoralidad perenne...” (Picón Febres, 1972: 400). En resumen, desde 1870 hasta 1927, Venezuela sucumbía bajo el mando de diversos caudillos, sedientos de poder. Según positivistas como Gil Fortoul y Vallenilla Lanz, estos caudillos eran necesarios para establecer el orden que al país le urgía. Diversas 13 fueron las estrategias, reflejadas en su mayoría en reformas constitucionales para sustentarse en el poder, hasta los visos de cambios políticos y administrativos nunca cumplidos, como los prometidos por Cipriano Castro, pues en su gabinete gubernamental estaban “los viejos políticos” (Morón, 1995: 246). Todos resultaban en gobiernos llenos de personalismo, zalameros, corruptos, un pueblo carente de ideales, educación y decenas de levantamientos militares, de esto está lleno Ídolos Rotos, de esto sobra en la Venezuela de siglo XIX e inicios del XX. Así como resulta imposible borrar las aventuras y desventuras que tuvo Díaz Rodríguez a lo largo de su vida, igualmente resulta imposible borrar todas las explicaciones y juicios del autor presentes en la obra. 1.2 Díaz Rodríguez, el brillante escritor de poca producción. Breve cronología del autor. Observando detenidamente la cronología de Díaz Rodríguez (ver ilustración Pág.1 Anexos), es posible detallar su escasa producción, a pesar de su admirado estilo y desarrollada prosa. La vida de Manuel Díaz Rodríguez se fundamenta sobre tres pilares: la vida rural, el llevar la administración de la hacienda de sus padres y las actividades diplomáticas. Para 1901, Díaz Rodríguez sólo había publicado una novela: Ídolos Rotos. Inmediatamente a la publicación de esta obra y hasta 1908, el autor se sumerge en la hacienda de su padre, luego que éste muriera. Cuando al fin sale de los espacios 14 rurales, su vida se apoya sobre otro pilar: la actividad política. Los cargos de Senador, Gobernador y Diplomático, muchas veces le distraían del oficio de la escritura. Otro aspecto de su vida que le absorbió enormemente fueron sus viajes al exterior, no sólo por sus labores diplomáticas sino también por placer. Díaz Rodríguez amaba Europa y sus escritos se hacían bajo los cielos de Francia e Italia. El título de desarraigado que la crítica le concede en su momento, no se debe sólo a la idea de que este venezolano prefiriera escribir en Europa, o porque bien sus escritos hasta ese momento hablaban sólo de Europa, sino además, porque en su novela se palpa lo que Gonzalo Picón Febres llama “desprecio” del autor hacia las configuraciones políticas, arquitectónicas, artísticas, sociales y literarias de un país que apenas nacía y que estaba siendo juzgado por lineamientos del desarrollo europeo: “busca hoy uno que haya sido en política la tercera parte de lo que fue (...) No lo hallarás, como tampoco hallarás entre esos políticos de hoy dos manos limpias de enjuagues” (Díaz Rodríguez, 1999: 32 ) La idea de iniciar este trabajo con algunos datos históricos – políticos de la época, no es mero cumplimiento formal. En Ídolos Rotos abundan las explicaciones convertidas en profunda crítica del sistema político-cultural del país. Antes que otra cosa, Díaz Rodríguez fue un escritor de libros de viajes, a través de sus páginas observamos lo que él observa, siendo su narración notablemente 15 descriptiva. Ídolos Rotos tampoco escapa de este carácter descriptivo, los extensos discursos detallados de la naturaleza y demás ambientes dan fe de ello. 1.3 Ídolos Rotos, la novela del fracaso. Todo lo anterior nos lleva a pensar que Ídolos Rotos es la puesta en marcha de unos ideales con miras a llevarse a cabo, pero que nunca encontraron asidero. Alberto Soria tiene un ideal de patria irrealizable. Los constantes choques en la plaza Bolívar de Caracas con infinidad de aprendices y expertos en la política, todos oportunistas, le hacen caer en cuenta muchas veces de lo podrido moralmente que está su país. Sabe que es imposible luchar solo y desiste, sin embargo, se aboca a otro modo de construir dicho ideal de patria: esculpiendo. Por ello la Venus Criolla, es la patria soñada. Como no puede moldear su país en luchas francas contra los trepadores políticos, decide moldearla de la mejor forma que sabe, esculpiendo. El final de la novela, que se concentra en la escena de la violación de la Venus por los soldados, es la figura que resuelve el título de la obra y el meollo central de la narración. Desde el inicio del relato hemos venido viendo constantes “violaciones de la patria” por la ignorancia y barbarie de decenas de políticos y demás hombres inmorales. La bárbara soldadesca, que viola a la Venus, es un sustrato de esa enorme barbarie que gobierna y que una vez más viola y desangra al país: la Venus Criolla es igual a la patria. 16 Toda esta lucha es la misma eterna lucha entre civilización y barbarie; Alberto Soria representa, junto a todo el grupo de amigos intelectuales, todo un proyecto renovador y modernizador inmerso en un país lamentablemente mediocre. Reflejo de esto es lo que en el párrafo anterior era comentado, esto es, lo referente a la paradigmática escena de las esculturas violadas por la bárbara soldadesca, en la cual se relata explícitamente cómo los soldados, sumergidos en la ignorancia propia de la superstición, evitan dañar al Fauno, debido a la imponente imagen diabólica que la escultura posee, arremetiendo entonces, de manera bárbara, con la Venus. La estatua del Fauno era, en efecto, la sola estatua respetada de la chusma. Con su alma de plebe, obscura y supersticiosa, la soldadesca vio, a través de la frente bicorne y de los labios irónicos del semidios de los campos, un demonio truhán y vengativo (Díaz Rodríguez; 1999: 213). Yolanda Salas de Lecuna hizo un estudio bastante crítico con respecto a la propuesta renovadora que trataba de inspirar el modernismo. Esta propuesta no haya forma de realización en los países nacientes de Hispanoamérica y que, según Salas, aparece reflejada en la producción narrativa de varios escritores hispanoamericanos2. Al igual que Gonzalo Picón Febres, Salas hace una objetiva apreciación de la novela Ídolos Rotos. Con los términos choque y divergencia, Salas contrasta lo que considera un severo conflicto entre “tradición, modernidad y sociedad vigente” (Salas, 1990: 26). 2 Yolanda Salas de Lecuna “Ideología y lenguaje en la narrativa de la modernidad” Monte Ávila Editores. Caracas, 1990. 17 Alberto Soria posee en su memoria los recuerdos de una patria hermosa (tradición), sus estudios y estadía en Europa le confieren unos ideales renovadores del arte y todo orden social propios del modernismo (modernidad), ideales éstos que entran en conflicto cuando, a su llegada al país, encuentra que la patria (tradición) no era la soñada y que sus ideales renovadores (modernidad) chocan contra un sistema político, social y artístico viciado y venido a menos (sociedad vigente). Las visiones de Picón Febres y Salas sobre lo desarraigado del autor, aunque semejantes y quizás certeras, resultan distintas por la crudeza de los juicios emitidos: El mismo Díaz Rodríguez no recuerda o no quiere recordar, que las leyes de la evolución no obran como a saltos, que la civilización de un pueblo es empresa de siglos constante y laboriosa, que Caracas no tiene aptitudes todavía para ser como las grandes capitales europeas... (Picón Febres, 1972: 401) Esta obra de Gonzalo Picón Febres es un amplio estudio crítico sobre la literatura venezolana decimonónica y de entrada del siglo XX. Sin embargo, la respuesta3 que da Díaz Rodríguez al crítico andino, resulta ser realmente reveladora. En una carta publicada en los periódicos, Díaz Rodríguez realiza una crítica sobre una crítica, pues realmente Gonzalo Picón Febres cometió un error que como crítico le es imperdonable: éste ha identificado al personaje principal Alberto Soria, con el autor de la obra. Le ha colocado sus juicios, personalidad y creencias como ideas propias 3 Para más detalles de esta respuesta, consultar la carta que Manuel Díaz Rodríguez envía a Gonzalo Picón Febres, en: Manuel Díaz Rodríguez Epístola Ingenua En: Sermones Líricos. Caracas: Ediciones Nueva Cádiz, [s.a] 167-178 18 de Díaz Rodríguez, sin contar, que ha deducido, basado en conjeturas, ideas no expresadas, literal ni figuradamente, en la novela4. Es de preferirse, en cambio, la noción de Yolanda Salas en la que llama a todo este juego de desarraigo en la obra de Díaz Rodríguez “una ilusión transplantada a un medio donde imperaba un quehacer político-guerrero (...) junto a una sociedad carente de ideales” (1999: 28). Cosmopolita o no, oportunista o no de los viajes que le proporcionaba el ser diplomático y enmarcado en la época del modernismo en Hispanoamérica, Manuel Díaz Rodríguez como muchos otros escritores, bebió y aplicó las influencias renovadoras de la época, reflejadas en su estilo y discurso narrativo. También absorbió, con fallida aplicación en la realidad, los impulsos renovadores de una patria devastada por el caudillismo posterior a las guerras emancipadoras. No en vano son llamados escritores y obras de corte decadentista. 4 Distinto a lo que hoy conocemos en el sentido que la obra literaria no es precisamente intención directa del autor. Tenemos que tener en cuenta que lo que maneja Picón Febres era la forma de crítica general para la época. Sin embargo, nótese la sapiencia en cuanto a las nuevas y próximas formas de crítica literaria que manejaba Díaz Rodríguez. Digno, este punto de ser estudiado y que sin duda da pie a futuras investigaciones. 19 II CAPÍTULO LA MUJER: DIOSA EN EL HOGAR, DEMONIO EN LOS ESPACIOS PÚBLICOS. ¿No creer perdido al que cae en las garras del monstruo? El monstruo es la mujer. Ella es la perdición de muchos de los nuestros, y va a ser la de Soria Manuel Díaz Rodríguez. Ídolos Rotos. En las postrimerías del siglo XVIII y durante el siglo XIX, todos los sectores de la sociedad venezolana, intelectuales, escritores, políticos y religiosos, estaban encomendados a una única tarea: la reconstrucción de las nuevas repúblicas. Para ello se utilizaban diversos mecanismos de control. Las novelas, manuales de urbanidad y textos religiosos eran los instrumentos masivos encargados de llevar a toda la población, y en diversas formas discursivas, dichos mecanismos. Control de las miradas, del vestir, del andar en espacios públicos y privados de la mujer como figura amenazante del orden que se pretendía implementar en las naciones, con miras al progreso de las mismas. 2.1 El cuerpo, aposento del pecado. Distinto a lo que comúnmente se cree, el cuerpo no es una construcción “meramente biológica”, quiere decir esto que el cuerpo ya sea de hombre o mujer, más que poseer configuraciones explícitamente naturales y aparentemente inmutables, resultan más 20 bien una construcción cultural, en el que un mundo de significaciones sociales, aquello que llamábamos el imaginario nacional, va modelando el cuerpo a la vez que le confiere de una espléndida mutabilidad, haciendo uso de él según las “expectativas sociales” (Bolufer; 2001: 205). En vista de que el cuerpo no es absoluto, sino que responde a culturas las cuales designan significados, el cuerpo femenino ha sido representado por dos figuras antagónicas “por un lado ha sido venerada como la diosa madre nutricia-, o bien, temida – bajo la forma seductora de Venus” (Martínez, 2001: 217). Esto que señala Isabel Martínez en “Cultura y Modelización del Cuerpo Femenino” es lo que hasta ahora hemos venido tratando, y esto es que a la mujer se la ha representado como una figura perversa y monstruosa (ver ilustración Pág. 6 Anexos), como lo hizo ver la iglesia en su momento, así como también se le ha fragilizado con la figura venerada de madre protectora, aquella llena de bondades y sensibilidades idóneas, a la vez que útiles para la reconstrucción de las repúblicas hispanoamericanas. El cuerpo en los inicios del cristianismo era considerado aposento de enfermedades, corruptible; por lo cual había que cultivar entonces el alma inmortal. ¿Y qué mayor representación de la carne corruptible, portadora del peligro que el cuerpo femenino? Por ello la mujer debía renunciar al “cuidado desordenado” del cuerpo, era el caso así de las mujeres laicas a quienes se les inculcaba cultivar el valor de las mortificaciones y penitencias. 21 Existieron así, diversos mecanismos de control para que las mujeres aprendieran a conducir sus cuerpos. Estos mecanismos o instrumentos de control fueron los manuales de urbanidad y la novela sentimental. En esta última, según Mónica Bolufer, los discursos configuraban los gestos corporales de las protagonistas de manera tal que conmovieran y dejaran por entendido la fragilidad de la mujer a la vez que su necesidad de protección masculina. 2.2 La metáfora de Sartoc. El 19 de mayo de 1791 es publicado en un importante periódico peruano de nombre Mercurio Peruano un artículo que criticaba, una vez más, los desenvolvimientos de la mujer fuera del espacio doméstico al que estaba confinada. Desenvolvimientos que amenazaban la construcción de la patria peruana. Este artículo publicado por Acignio Sartoc5, condenaba la osadía que tuvo una mujer en pretender llamarse “señora”, sin tener méritos, según Sartoc, de tal título. Esto ocasionó que otras mujeres quisieran optar por llamarse de igual manera. Este artículo, además, daba cuenta de la reuniones que liderizaba aquella mujer, en las que explicaba las razones del porqué tenían derecho a ser llamadas ellas “señoras”. 5 El artículo en cuestión es “Sobre la impertinente pretensión de algunas mugeres, á que las llamen señoras”. Referido en el artículo de Mariselle Meléndez Inconstancia de la mujer En: Revista Iberoamericana: Montevideo, 194-195, 1990. pp. 8-77. 22 Para Sartoc esta actitud, desatada en el orden de las ideas, era una “enfermedad” que había de erradicarse antes de que empezara a contagiar al resto de la población cuzqueña. El resto de las mujeres podía contagiarse de dicha “enfermedad” y para evitarlo debía de confinársele al espacio doméstico donde mejor bien haría a las nacientes patrias. De igual manera, las casas de recogimiento servían para tal confinamiento, estas casas significaban para las mujeres peruanas enclaustramiento forzado. En su intento de proteger el futuro de la patria, la mujer y su comportamiento se convirtieron en elementos que necesitaban ser modificados, modificación que se debía dar a través de medidas de control. La mujer que no se circunscribía al espacio de lo doméstico y se complacía en el disfrute de placeres era visualizada como portadora de una enfermedad capaz de infectar a la patria (Meléndez, 1990: 87). Ídolos Rotos es el innato reflejo de una sociedad con miras al orden. La mujer, en sus diversos personajes es otro de los importantes hilos narrativos en el grueso entramado de esta obra. Es así como vemos en la novela el reflejo de una sociedad y diversas estrategias de control. El sujeto a controlar y que podía desestabilizar los esfuerzos en construir la república, era precisamente la mujer. Ella, suelta por las calles y campos, sin conciencia alguna del papel que debía jugar en esta sociedad, desviaría al hombre de aquello que debía ser su principal objetivo: hacer la república. 23 El papel que debía concientizar la mujer, el que le fue asignado era el de “madre”, protectora del hogar. Si se pretendía reconstruir totalmente un estado, también se debía formar y civilizar a los individuos que actuarían en todos y cada uno de lo órdenes de ese estado. Por múltiples discursos a la mujer se le fue configurando un ser subjetivo, ella a sí misma se sabía madre/protectora, con un estrecho espacio de acción, el hogar. Y algo que preservar, la castidad / virginidad6. La iglesia en el siglo XIX pretendía, antes que nada, regular al “monstruo” de la sociedad: la mujer. Ella desencadena la lujuria que causaba el desgaste de los hombres. Elías Pino Iturrieta, en su obra Ventanera y castas, diabólicas y honestas (1993) realiza un denso análisis en el que queda explicado claramente el papel que jugó la iglesia en el siglo XIX con respecto a la figura de la mujer. De este estudio podemos deslindar algunas líneas: la lujuria como otro mal a erradicar y la mujer como portadora, tanto para la sociedad, como para la iglesia, de este terrible mal. 6 Para estas nociones de subjetivad resultan bastante ilustrativos los conceptos propuestos por Rosa María Reyes. “tres importantes mitos que se articulan en la subjetividad social e individual, gestando unas maneras peculiares del ser mujer, a saber: el mito de que Ser mujer = a ser madre, convirtiéndose la maternidad en una clave importante en la constitución de la subjetividad femenina (…) todo esto hace que la mujer se posicione en sus relaciones sociales como sujeto que es de otro (u otros), y se le eduque desde muy pequeña para “ser de otro”, en detrimento de un “ser de sí misma”. Rosa María Reyes. (1998). Apuntes sobre la subjetividad femenina. En: Mujer, Cultura y Sociedad en América Latina: 266 24 Igualmente, Pino Iturrieta vislumbra el significado de mujer como aquel monstruo y las distintas formas de regulación para con ella. Una fuente que refleja enormemente la posición de la iglesia con respecto a los valores a preservar como lo fueron la castidad, virginidad y pureza en la mujer, fue el libro la Reformación Cristiana7, escrito por el jesuita español Francisco de Castro y de fuerte circulación en la sociedad de la época, a saber en las mismas iglesias, escuelas, a la vez que funcionaba como manual para jóvenes prontos al matrimonio. Para Francisco de Castro y de seguro para muchos otros religiosos del siglo XIX, la lujuria era ese terrible mal que deambulaba por las calles y que ocasionaba al hombre que caía en su telaraña, un desgaste espiritual, moral, físico y material: Aunque el demonio echa redes para pescar a los hombres, ninguna es tan grande, ni de mallas tan menudas como la de este vicio (…) debilita las fuerzas, amortigua la hermosura, desflora la juventud y quita el aliento y la salud (Pino, 1993: 12). En cuanto a la mujer, ésta era precisamente una víbora que debía encerrársele en el hogar y configurarle una apariencia y vestido totalmente aptos, para pasar desapercibidas. En fin, la iglesia enfrentó por diversos flancos a la mujer en busca de su control total. El cabello, rostro, mirada y vestimenta de las féminas debían permanecer desprovistos de cualquier brillo propio de la coquetería femenina. 7 Es de hacer notar que este libro está referido por Pino Iturrieta en la obra de su autoría, ya citada. Por lo que resulta una fuente directa de la época que ilustra de gran forma la concepción de la mujer en aquel entonces, debido a ello a sido referida en la presente investigación. 25 2.3 La fragilización de la mujer. Ya hemos visto cómo fueron diversas las estrategias, de la iglesia sobre todo, en mantener a raya la figura femenina. Esto no siempre fue así, la Revolución de Abril (1870), trajo una fuente de ideas liberales, de progreso y paz para la República. Estaba claro para los liberales que el progreso sería difícil de lograr, sin la entera participación de cada uno de los miembros de la sociedad. Por ello, echó a un lado muchas ideologías cristianas, entre ellas la de que la mujer era el monstruo que causaba el desgaste de los hombres, quienes para 1870 venían luchando días enteros por la reconstrucción de la patria; sin embargo, los intentos habían sido fallidos, para el momento no había paz y sin paz tampoco habría progreso, por lo que, también así lo señala Mirla Alcibiades “la mujer estaba llamada a salvar la patria, pero eso sí, sin salir de casa” (Alcibiades, 1996: 120). Fue así como los hombres intelectuales reconocieron la imperiosa necesidad de reubicar la posición de las mujeres dentro de la sociedad. Llegó un momento en el que estos hombres impugnaron la subordinación de la mujer dentro de la familia, temiendo, entre otras cosas, que la exagerada devoción de éstas por la iglesia transmitiese a las siguientes generaciones ideas oscurantistas. 8 8 “Los intelectuales se propusieron educar a las madres a fin de que instalaran en la nueva generación el patriotismo, la ética laboral y la fe en el progreso. Los políticos progresistas creían que la nación solo podría construirse sobre la base del trabajo productivo, para el cual no la había preparado la familia “colonial”, las “costumbres” ociosas eran el legado del sistema colonial, y la iglesia las había fomentado” Este análisis bastante preciso está elaborado en base al contexto socio-cultural mejicano y se extiende al resto de Hispanoamérica. Es interesante contrastar este artículo con el de Mirla 26 Es así como la mujer pasó de ser el monstruo que la iglesia predicaba, a ser el “protector del hogar”. Esta fragilización se enfocó en los aspectos siguientes: debilidad, belleza, virtuosidad y mucha sensibilidad. Los republicanos estaban concientes de ello y, efectivamente para ellos, la labor fundamental de la mujer era la de inculcar de buenos principios a los hijos, futuros luchadores y constructores del pais. Su natural apacibilidad era la encargada, además, de crear el sosiego del impetuoso temperamento de aquellos hombres que regresaban al hogar, luego de luchas diarias en función de la nación. La mujer siempre frágil y llena de sensibilidad (más que racional) podía abrirse un espacio en la vida pública, este espacio fue el de las letras, las artes y la cultura, al menos así lo señala Mirla Alcibíades. Toda una trayectoria, en la que la sociedad le ha asignado distintos significados a la mujer con el fin de cercarle su espacio, en el que pasó de ser la figura monstruosa, destructora del hombre a ser la figura dócil, colaboradora del hombre. La caracterización ha llegado a niveles de fragilización comparables en tanto metáfora floral. Esta comparación, que tiene que ver con la siempre relación entre mujer y naturaleza (Pellicer; 2001: 135), no siempre tiene connotaciones positivas. Lo positivo, a decir Alcibíades y precisar puntos bastantes congruentes como éste que tiene que ver con la invitación que hace el estado patriarcal las mujeres a incursionar en diversos espacios públicos con el fin así de reconstruir juntos la república, siendo el espacio de mayor acción para éstas el que tenía que ver con la imprenta hemerográfica, el periódico. El capítulo en cuestión es: Jean Franco “Sentido y sensualidad: observaciones sobre el período nacional”, 1812-1910. En: Las Conspiradoras. La representación de la mujer en méxico. México: FCE, 1993. 113-139. 27 verdad, tendría que ver con la belleza, equiparable de una a la otra. No obstante, tal proceso de fragilización termina con el enclaustramiento del sujeto fragilizado. En Idolos Rotos el personaje emblemático que esgrime con fuerza esta idea de fragilización y encierro, es Rosa Amelia. Este personaje no sólo es la rosa entre las rosas, como le dice Alberto, en el jardín que ella misma cultiva, sino que se ha enclaustrado en el mismo y en los demás espacios del hogar, con la ardua tarea de cuidar a su padre, a su esposo y por supuesto, al jardín. Este enclaustramiento no es forzado, ella así lo ha llevado a cabo, silenciosa y tácitamente durante años, pero es que quizás no ha tenido más opción. Para Pellicer, en este mismo artículo, las mujeres puras e ideales - sería así el caso de Rosa Amelia- se mueven y están envueltas en flores. Además de esto “no hay que olvidar que dado que la mujer es una planta, su lugar natural es el jardín, jardín habitualmente cerrado que debe ser cultivado por el hombre, de modo que este se convierte en jardinero de la mujer – flor” (Pellicer, 2001: 136)9 2.4 Metáfora de la flor en Ídolos Rotos 9 El tema de la flor como aspecto simbólico de la mujer y los aspectos sociales en la obra Idolos Rotos es punto de investigación de muchos autores. Consultar al respecto, el artículo ya referido aquí de Yolanda Salas de Lecuna. 28 El cuerpo femenino en Ídolos Rotos, luce sino bien descrita su fisonomía, bien representado por una flor. Los cuerpos con carácter de voluptuosidad, es decir, aquellos que realmente son unos cuerpos, son los susceptibles de ser descritos por partes como los senos, las caderas, la boca, la piel, etc; y los que no, son representados sencillamente por una flor. Aquella idea de Pellicer de que las mujeres puras e ideales se mueven entre flores, si no son ellas mismas una flor, es realmente cierta, ejemplo de ello es nuevamente el personaje de Rosa Amelia. Esta es la mujer ideal, al menos para Alberto, tanto que a veces la compara con su madre; sin embargo, es ideal, además, porque por Rosa aún no ha dejado huella el amor, a pesar de estar casada. Su fisonomía es descrita como la de una niña: “algo de infantil había aún en sus facciones como si por ella hubiesen pasado inútilmente el amor y los años” (Díaz Rodríguez; 1999: 28). Para aclarar este punto, concluimos lo siguiente, según lo dicho por Pellicer: la mujer ideal (la pura) no posee cuerpo, al menos no es susceptible de la descripción de su voluptuosidad, por lo que es representado simbólicamente por una flor (Rosa Amelia Soria es una rosa); aquella mujer que sí es susceptible de ser descrita mediante su fisonomía, es la misma cuya voluptuosidad no permite otro camino, sino el menos simbólico y más descriptivo: “Pero la reanudación del idilio es imposible al caer en las redes de Teresa Farías, personificación de la voluptuosidad, a la que no corresponde ninguna flor” (Pellicer; 2001: 138). 29 A Teresa Farías no corresponde ninguna flor que simbolice sus formas y rasgos físicos, pues no es la mujer ideal, la pura. Las flores son las mujeres dulces, ideales, puras: “Digo que hay algunas como camelias: son muy bellas y sin fragancia. Pero también las hay fragantes como rosas. Y tú eres Rosa entre las rosas” (Díaz Rodríguez; 1999: 27). Aquellas mujeres que provocan el deseo y los comentarios de los hombres, a la vez que comentarios nada puros como las infidelidades de Teresa Farías, resultan ser flores cuyos pétalos yacen caídos, ejemplo de esto último es la descripción de las manos de Teresa, estas son flores, pero flores de carne y voluptuosidad: “Teresa las cuidaba mucho. Eran muy blancas, muy suaves, como cándidos lirios de seda. Flores de carne, esparcían voluptuosidad...” (Díaz Rodríguez; 1999: 176). El que sean los cuerpos de estos personajes descritos o simbólicamente reflejados por una flor, no sólo se debe al crecimiento natural-biológico, sino a la influencia que en ellas (las mujeres), ha tenido el amor. En este punto en particular, resulta bastante interesante la escena en la que Alberto le reclama a su hermano Pedro, el haber prestado un libro prohibido por su contenido subido de tono, a sus jóvenes amigas. Alberto trajo un mundo de idealizaciones en su cabeza sobre su tierruca, entre ellas, la pureza de la mujer criolla incorrupta, distinta a la mujer parisina. La imagen que él evocaba de la patria fingía la de un rincón primitivo y sano, en cuyo suelo abrían las virtudes espontáneamente como flores, y en dónde las vírgenes eran almas cándidas, como brillar de linos, en cuerpos impolutos de ninfas montañeras. (Díaz Rodríguez; 1999: 101). 30 Su hermano no tarda en quitarle esas falsas ilusiones, al decirle que la virginidad de las muchachas, a quienes él protegía del libro, no era tal: No creas que el libro ha emponzoñado el alma de ninguna de sus lectoras. Estas, en la historia impresa a lo largo de las páginas del libro, han visto una glosa pálida, inexacta más o menos imperfecta, de la historia de su propia juventud, de la historia de su propia virginidad, que, como diría tu amigo Romero con su lenguaje primoroso, voló bajo muchas bocas y de entre muchas manos como un gran deshojamiento de lirios (Díaz Rodríguez; 1999: 100). 2.5 El Manual de Urbanidad, píldoras para aliviar barbaries. El Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel Antonio Carreño (1854), es un texto cuyas normas a seguir, basadas en la moral y la virtud, han quedado algo obsoletas en virtud de los procesos de cambio que, a lo largo de la historia, se han dado en los diversos niveles de nuestro país como nación, lo cual ha hecho que nuestra sociedad opte por otras formas de regulación de los individuos, más adecuada a nuestro tiempo. No obstante, es el Manual de Urbanidad de Carreño un documento valiosísimo cuando es objeto de estudio la sociedad y cultura de la Venezuela del siglo XIX. El Manual de Urbanidad, fue el libro más publicado en Venezuela y otros países hispanos durante el siglo XIX; las naciones veían en él la píldora que aligeraría los pasos próximos a curar los pueblos de la barbarie y llevarlos camino a la civilidad, pues así se obtendría la paz, el orden, y por consiguiente, el progreso que el país y sus dirigentes políticos e intelectuales, hemos visto ya, querían. 31 La técnica para transformar el mundo de la barbarie, hasta lo civilizado, era demarcar con ahínco que, efectivamente, había una “sociedad” llena de virtudes, a la cual si deseabas ingresar sólo debías seguir las normas que el manual te indicaba, esto era desde mantener los zapatos limpios, hasta el interdicto de no conversar en las ventanas antes de las 5 ó 6 de la tarde, mucho menos con extraños. El desaseo y el desorden iban en contra de la limpieza y el orden que la sociedad se imponía lograr, las horas largas en las ventanas (ver ilustración Pág. 2-Anexos), implicaban momentos de ocio que podrían invertirse en tareas provechosas que harían, sin duda, resurgir la nación. El hablar con extraños implicaba, sobre todo para las mujeres, miradas, trato y contacto con extraños que podrían desencadenar que escapara a sus obligaciones en el hogar, que traspasara las rejas de la ventana y desequilibrara el orden en la casa, creando desorden en el exterior (espacio público). Si bien es cierto que las normas de aseo, procuraban limpieza y el no contagio de enfermedades, no menos cierto es que las mismas procuraban de manera solapada, evitar el acercamiento de los cuerpos. Aseo del cuerpo, maneras de conducirse en casa y en los espacios públicos, eran algunas de las formas para acceder a la sociedad, según Carreño. Estas normas y deberes de urbanidad estaban completamente basados en deberes morales y religiosos, ya que “en los deberes para con Dios se encuentran refundidos todos los deberes sociales” (Carreño, 1854: 11). 32 La naturaleza, siendo Dios su máxima representación, servía de cerco normativo a la Eva republicana, pues si ésta iba en contra de las normas le sobrevendría una calamidad de enfermedades enviadas por el “Dios vengador o benevolente”, por lo tanto debía ajustarse a los patrones morales. (Bolufer, 2001: 210). Esto no da más qué pensar que las regulaciones dadas por este manual están bajo la sombra de la moral que indica la religión. Los males de la población a erradicar por el Manual de Urbanidad de Carreño, eran la ignorancia, el ocio y los desvíos morales, todo esto a través de un afincado control de las emociones. Refrenar las pasiones y preservar la virtud sin duda “complacería a Dios”. Ahora bien, para efecto del estudio del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel A. Carreño, se ha desglosado a manera de cotejo, según las conductas en que a la mujer se le exige una mayor compostura de comportamiento y desenvoltura de su cuerpo; esto es, lo que respecta al espacio doméstico y social. La mujer flor o “bello sexo” como la nombra Carreño, y que es otra forma más de la noción de fragilización de la mujer, tenía un mayor compromiso, más que los hombres, en seguir las normas de urbanidad. Porque es que para sembrar el orden y el progreso, había que regular a la que sabemos ya era la figura amenazante de tal orden: la mujer. Por supuesto, en el manual esta reflexión no está explícitamente reflejada, pues Carreño solapa tales ideas: 33 Si aparecen en ella con mayor brillo y realce las dotes de la buena educación, de la misma manera resaltan en todos sus actos, como la más leve mancha en el cristal, hasta aquellos defectos insignificantes que en el hombre podrían alguna vez pasar sin ser percibidos. (Carreño, 1854: 38). Todo esto tenía como fin que “caminara por la senda de la religión” de manera tal de preserva las tres virtudes máximas: “honor”, “virtud” e “inocencia”. Todas estas virtudes se resumen en los aspectos que a continuación enumeraremos: - Orden: El método se le exige más a la mujer que al hombre, pues de ella dependen “ciertas funciones especiales”, éstas son gobierno de la casa y dirección de los negocios domésticos. Recordemos que para Carreño, el ser metódico es indispensable para el orden y la “exactitud”, y sin orden en el hogar difícilmente podría concretarse un orden social “la mujer inmetódica ofrecerá, en cuanto la rodea, el mismo cuadro que ofrece el hombre inmetódico con todas las desagradables consecuencias sociales” (Carreño, 1854: 64). - Vestido: En las normas del uso del vestido dentro de la casa, a la mujer nuevamente se le confiere un mayor compromiso que al hombre, este compromiso tiene que ver con una “mayor compostura”, siendo el desaliño reflejo de su mala educación “en cuanto a la mujer en quien debe lucir siempre mayor compostura (...) su desaliño dará mui (sic) triste idea de su educación” (Carreño, 1854: 73). 34 - Semidesnudo y pudor: Si es una mujer a quien sin querer hemos descubierto, sorpresivamente, mal vestida o en disposición alguna que le cause vergüenza o mortificación, hemos de disimular no haberle visto para evitarle incomodidad alguna, si la persona es una mujer se ha de agudizar este acto de disimulo, pues es el pudor de la mujer lo que está en juego: “Esta regla es aún más importante respecto de personas de distinto sexo, especialmente cuando es el pudor de una mujer el que ha de contemplarse” (Carreño; 1854: 87). - El espacio en el hogar: A la mujer le ha de corresponder el “gobierno” del hogar, de niña habrá de educársele para tal fin y de adulta ejercerá las respectivas funciones del cuidado doméstico: “la mujer debe de educarse en los principios del oficio doméstico, y ensayarse en sus prácticas desde la más tierna edad” (Carreño, 1854: 100). - Miradas: Tampoco habría de fijarse la mirada en otra persona cuando se anduviera por la calle, mucho menos si la otra persona es del sexo opuesto. La mujer nuevamente ha de estar más comprometida en cumplir esta otra norma: “no fijemos detenidamente la vista en las personas que encontremos, ni en las que se hallen en las ventanas (...) costumbre todas impropias (..) y que si pudieran ser perdonables en un hombre, jamás lo serían en una mujer” (Carreño; 1854: 105) - No gritar: La docilidad y dulzura en sus actos y movimientos son características fundamentales que ha de cultivar siempre una mujer. Por lo tanto debe 35 más que el hombre refrenar sus emociones, al punto de no gritar aun estando en su casa, cuando las tareas domésticas la sometan a fallas de los demás miembros de la familia que podrían alterarle el humor, ella está en la mayor de las obligaciones de evitar estallar en pro de la dulzura y compostura que debe guardar, “ Pero entienda la mujer, especialmente la mujer joven, que la dulzura de la voz es en ella un atractivo de mucha más importancia que en el hombre...” (Carreño, 1854: 100). Movimientos: Los movimientos del cuerpo han de ser naturales, suaves y elegantes. En la mujer resalta el decoro, la suavidad, la modestia y gentileza, más aún en la señorita “en una mujer siempre sería impropio el paso acelerado”. (Carreño; 1854: 104) Tocar: Ha de evitarse tocar los vestidos o el cuerpo de la persona a quien le dirigimos la palabra “la mujer que tocase a un hombre, no sólo cometería una falta de civilidad, sino que aparecería inmodesta y desenvuelta” (Carreño; 1854: 142) Tono de la voz: Siguiendo la línea de la suavidad y dulzura en los movimientos que deben regir al cuerpo, el tono de la voz también debe ser comedido. En la mujer, como se ha señalado en otras ocasiones, el compromiso es mayor, además que en ella la dulzura de la voz “no sólo es muestra de cultura y buena educación, sino un atractivo poderoso y casi peculiar de su sexo” (Carreño; 1854: 140). 36 Resulta evidente, luego de este desglose, por un lado el lugar dispuesto para la mujer: el espacio doméstico. En el hogar, efectivamente, es ella quien “gobernará”, cuidando así, el ahorro, el no despilfarro, el orden y un mayor compromiso en la educación de los hijos: Hablamos del gobierno de la casa, de la inmediata dirección de los negocios domésticos, de la diaria inversión del dinero, y del grave y delicado encargo de la primera educación de los hijos, de que depende en gran parte la suerte de estos y de la sociedad entera. (Carreño; 1864: 65). De su buen “gobierno” dependerá, se ha dicho ya, el orden en el hogar y la correcta formación de los hijos; por consiguiente, de su buen gobierno también dependerá el orden en la sociedad y la correcta formación y fortalecimiento de los futuros constructores de la patria: los hombres. Por otro lado, queda evidenciado un mayor compromiso en el manejo de su cuerpo, un mayor sacrificio en el “control” de sus actos: Ya hemos dicho que las reglas de urbanidad son más severas cuando se aplican á la mujer; pero no podemos menos que llamar aquí especialmente la atención del bello sexo, hácia (sic) el acto de escupir y hácia el todavía más repugnante acto de esgarrar. (Carreño; 1856: 46)10. Así como un mayor “control” de sus actos, la mujer debía ejercer un mayor “control” de sus emociones, como se ha visto en el apartado de no dejarse inundar por la ira debido a las faltas de los demás miembros de la familia, evitando así expresar su disgusto por un grito, pues señala Carreño, esto no sólo “la desluce completamente”, 10 La trascripción es fiel al texto. Las acentuaciones son las que dio el autor. 37 sino que está la mujer atada a mayores sacrificios y duras pruebas “porque en la vida no nos está nunca concedida la mayor ventaja sino á precio del mayor sacrificio” (Carreño; 1854: 100). De igual manera, este control de las emociones en la mujer servía, como bien señalaba Mirla Alcibíades, para preservar en todo momento la dulzura y apacibilidad, útil para apaciguar los malos humores que traía el hombre en su regreso al hogar, luego de sus luchas y labores diarias en pro de la construcción de la patria, al respecto señala Carreño: Piense por último, la mujer, que á ella le está encomendado mui especialmente el preciso tesoro de la paz doméstica. Los cuidados y afanes del hombre fuera de la casa, le harán venir á ella muchas veces lleno de inquietud y de disgusto, y consiguientemente predispuesto á incurrir en faltas y extravíos, que la prudencia de la mujer debe prevenir ó mirar con indulgente dulzura. El mal humor que el hombre trae al seno de su familia es rara vez una nube tan densa que no se disipe al débil soplo de la ternura de una mujer prudente y afectuosa (Carreño; 1854: 83) No cabe duda, la mujer estaba también llamada a las labores de reconstrucción de la patria, aportando indirectamente en ello, sólo que “sin salir de casa”. El cuerpo, en las sociedades del siglo XIX, procuró ser moldeado en una figura única. Sin embargo, se ha dicho ya, el cuerpo no es una entidad fija y acabada. “el individuo habita su cuerpo de acuerdo con las orientaciones sociales y culturales que lo atraviesan, pero vuelve a representarlas a su manera, según su temperamento y su historia personal” (Le Bretón; 1999: 39). 38 Las configuraciones del cuerpo descrito por el narrador en Ídolos Rotos, no sólo tienden a mostrar lo distinto que son los personajes físicamente, ésta profunda descripción va más allá; otorga significados y valores distintos a cada uno de ellos, según la manera en que el contexto social de la obra influye en tal configuración. La boca, la piel, el cabello no sólo son diferentes, sino que se abren de forma distinta a los hechos naturales, externos y sociales del contexto en el que se desenvuelven: “En ella parecían vivir, una al lado de la otra, dos mujeres distintas. Y según cual de las dos predominase, así cambiaba Teresa de vida y costumbres.” (Díaz Rodríguez; 1999: 167). Teresa Farías es el personaje que mayor mutabilidad ejerce con su cuerpo en el estrecho contexto social de la obra, pero que no deja de ser amplio en significaciones. 2.6 Modelos de corporalidad femenina en Ídolos Rotos: las “boticelli”11. Este apartado, está dedicado exclusivamente al análisis de los cuerpos de las distintas figuras femeninas presentes en la obra objeto de estudio. Ídolos Rotos representa un abanico de personajes femeninos, pero además, estos personajes poseen una 11 Término que utilizamos de manera metáforica. Con él nos referimos a un grupo de jóvenes mujeres en la novela Ídolo Rotos. El término tiene su origen en las obras del pintor renacentista Sandro Boticelli. No es casual que utilisemos este término, pues así bien llama Alberto Soria al ver por vez primera a Elisa Riguera “un boticelli”. En las obras de Boticelli, como El nacimiento de venus (Ver ilustración 5) se conjugan el mundo pagano y católico, fue Boticelli quién introdujo los temas paganos en el arte florentino. Las obras de Boticelli se caracterizan por el “sutil ritmo lineal de cuerpos y vestiduras” si vemos las figuras son alargadas, y en el caso de la Venus, esta posee un carácter ingenuo, lleno de pudor y una leve sonrisa contraria al pudor evidente que sostiene al tapar sus partes íntimas. Con “las boticelli” en Ídolos Rotos queremos señalar, a aquel grupo de señoritas que siguen la norma: llevan el vestido, la docilidad en sus movimientos, el velo sobre el rostro, manejan diversos idiomas, etc. Pero que sabemos no son más que poses o simulaciones, pues sabemos de estas “señoritas” que su pudor como el de la Venus, no es tal. Es decir, así como son versadas en los buenos 39 diversidad de personalidades y un manejo distinto de sus cuerpos. Lo mutable del cuerpo es realmente impresionante cuando hay un solo paradigma de forma y modo de comportamiento de éste, como el propuesto por los manuales de urbanidad, modelo al que todos los miembros de la sociedad deben ajustarse, pero que en Ídolos Rotos resulta inevitablemente transgredido. La transgresión es tema fundamental en la presente investigación, sin embargo, de manera más amplia hablaremos de ella en el próximo capítulo. Mónica Bolufer, clasifica en tres modelos las corporalidades femeninas en la época moderna, tres modelos que pueden no darse sucesivamente de “manera lineal”, sino que “se solapan y coexisten”, de forma simultánea (Bolufer; 2001: 206). Estos tres modelos son el religioso, el cortesano y el sentimental. El religioso sería el impuesto por la iglesia, en el que el cuerpo debe de someterse a sacrificios como ayunas y abstinencia sexual a fin de dejar los placeres de la carne a un lado; en cuanto a la mujer, por ser la figura carnal por excelencia, la iglesia impuso un modelo a copiar: la imagen y conducta de la virgen María, madre de Jesucristo. Así mismo, los dolores del parto eran el castigo debido al pecado original al que sucumbió Eva; éste recordaba a la mujer su estado de inferioridad y sometimiento al hombre. modales propuesto por el mismo Carreño en su Manual, también son versadas en asuntos del amor y del sexo. 40 Otro de los modelos propuesto por Bolufer, es el cortesano. Aquí la contención de las emociones y movimientos, en pro de lo estético y lo moral era lo más característico. Este modelo estaba enmarcado en los manuales de urbanidad Caló asimismo en la práctica pedagógica y en los reglamentos de las escuelas y conventos de educación de jóvenes de buena familia, en los que se pretendía modelar las actitudes corporales de acuerdo con las virtudes cristianas, valorando la quietud y modestia de gestos y movimientos (Bolufer; 2001: 207) Un último modelo era el sentimental que consistía en las mismas prácticas morales y de dulcificación en la conducción de los cuerpos, sólo que el instrumento por el cual era insertado a la sociedad fue el de las novelas sentimentales que se iniciaron en el siglo XVIII. En estas novelas, las protagonistas hacían gracia de sus modales, “eran figuras vulnerables y delicadas que hacían gala de sensibilidad en un despliegue de gestos corporales destinados a conmover al lector o espectador (...): lágrimas, palpitaciones, suspiros, palidez, desvanecimientos” (Bolufer; 2001: 208), características éstas que daban en las protagonistas aires de fragilidad y necesidad de protección masculina, fragilidad y protección que debían imitar las lectoras. De todos estos modelos de corporalidad femenina que se dieron en la edad moderna, sin duda, que en el que más se circunscriben los personajes de Ídolos Rotos ha de ser en el modelo cortesano, aquel propuesto por los manuales de urbanidad. Este modelo estaba, además de lo señalado anteriormente, caracterizado por un extenso simular; 41 era lo estético lo fundamental a preservar, pues estamos constantemente propensos a la mirada del otro y éste no ha de ver nuestras miserias (si hemos de tenerlas). En Ídolos Rotos existen tres tipos de personajes femeninos. En cada uno de ellos no sólo privan las caracterizaciones físicas de su cuerpo, sino también de su conducta dentro de la sociedad y su fuerza o disposición y maneras de transgredir el interdicto de la castidad o virginidad. 2.6.1 Las puras, castas. No trangresoras: Rosa Amelia Soria. Rosa Amelia: Su cuerpo es descrito menudo, fino, infantil, maternal: Su talle, sus líneas y contornos, los rasgos de su fisonomía, Rosa los conservaba después de tres años de matrimonio tales como en sus tiempos de muchacha (..) Eran las mismas facciones no muy bellas, pero agradables finas, tal vez demasiado menudas. Los mismos ojos negros, la misma boca, y la misma expresión y casi igual frescura infantil por toda la cara. Pero el rostro de la madre no estaba como el de Rosa coronado de una cabellera obscura... (Díaz Rodríguez; 1999: 28-31) 2.6.2 Las “boticelli”, aparentemente puras. Transgresoras. En Ídolos Rotos existe un grupo de jóvenes mujeres, a saber: Elisa Riguera, Enriqueta Uribe, Matildita Uribe, que manejan unos códigos de comportamientos aparentemente ingenuos y aparentemente llevados por la senda de la moral y buenas costumbres: Matildita Uribe: “vestida de muselina de seda blanca, apenas le faltaban los azahares y un velo para semejar, en su pequeñez estatura, una linda muñeca trajeada de novia en un juego de niños” (Díaz Rodríguez; 1999: 77). 42 Elisa Riguera y Enriqueta Uribe: Alberto se fijó en la mujer, admirándola. Grácil de formas, rubia de un rubio suave, raro, exquisito, difundido como luz áurea por cabello y tez (...) Con esa como luz blonda parecía extenderse por todo su rostro una expresión de ingenuidad imponderable, como la expresión que tomaba de vez en cuando el rostro de Enriqueta, la mayor de las Uribe (...) tal conjunto armonioso, que hizo exclamar a Alberto, como si hablase con alguien: << ¡Un Boticelli!>>... (Díaz Rodríguez, 1999: 78). 2.6.3 Teresa Farías. Transgresora. Debajo del pelo abundante y castaño, de reflejos rubios, que ella se alisaba a cada minuto por detrás, con un movimiento continuo de la mano izquierda, sutil y blanca, o ver en el fondo de los ojos de tinta rara, medio verdes, medio azules, como violetas, toda el alma recogida en un punto... (Díaz Rodríguez; 1999: 44) Cada una de estas mujeres está descrita por el ojo del narrador, en este caso, Alberto. Ya habíamos dicho que Alberto posee una idealización de la mujer de su “tierruca”, incorrupta, pura; muy distinta a la conocida en París. De todo estos grupos de féminas, resultan muy características las “boticelli”, este nombre es el dado por Alberto, pues es la impresión que éstas le dan la primera vez que las ve (nótese que a cada una Alberto otorga un rasgo de ingenuidad, ingenuidad que no es tal, sino que es una apariencia). Las jóvenes aparentan, por medio del vestido y conductas, ser moralmente aceptables por la sociedad: ...lo que él veía en ellas no era más de lo que en la mayor parte veía: exponer en la ventana sus palmitos a la hora del paseo; pensar en trajes y confeccionarlos bien propicios a poner de relieve sus gracias y perfecciones; ensayar sonrisas, miradas y lánguidas posturas... (Díaz Rodríguez; 1999: 95) 43 Todas estas conductas de las jóvenes, no son más que estrategias para lo que el mismo Albero señalaba: estrategias en pro de “la caza del marido”: La tal caza jamás la vedaron legisladores ni pontífices, antes la favorecieron, y, al fin y al cabo, todas, así las más honestas como las menos puras, así las más humildes como las más altas, podían entregarse a ella, valiéndose de iguales armas... (Díaz Rodríguez; 1999: 94). Sin embargo, tales estrategias no eran más que un desfile de disfraces de buenas maneras y costumbres, a la vez que una moralidad aparentemente irreprochable. La Venus, Elisa Riguera, deja percibir su verdadera personalidad cuando de forma muy abierta afirma que su afán de ir a un baile, más que el placer de danzar, es el flirteo que en ellos se suscitan: “Pues a mí- saltó la Riguera- lo que me divierte y gusta más de los bailes es la facilidad para el flirt, y nunca bailo sino con quien flirtee conmigo.¡Jesús, niña!¡Qué cosas tienes! – clamaron las demás en coro”. (Díaz Rodríguez; 1999: 98). Las demás presentes, entre ellas Matildita, se alarmaron exponiendo su falso pudor. ¿O es que no había estado Matildita en múltiples ocasiones en situaciones pocos honrosas con su novio Pedro? Al respecto, señala Pedro a Alberto de manera cínica, en plena conversación sobre el libro que abriría los ojos a las “vírgenes” niñas, conversación que ponía en entredicho la reputación de las muchachas: “cuándo vuelvas a casa de Matildita, no dejes de observar el canapé del corredor y el biombo de la sala. Son dos muebles cómodos y muy interesantes...” (Díaz Rodríguez; 1999: 101). 44 Lo que se quiere decir con todo esto, es que un mismo código de comportamiento, el señalado por los manuales de urbanidad, era, o seguida moralmente sus normas como ocurre con los personajes de Rosa y María, o bien violentados por las “boticelli” o la misma Teresa. Los interdictos, sobre todo los morales, son violentados una y otra vez, en todos los niveles en Ídolos Rotos, ya sea por políticos arribistas, o en el plano sexual, por las distintas figuras femeninas. Sin duda, más que criticar las inmoralidades en la obra, lo que se pretende es poner de relieve un desorden social, bajo el aparente orden que se intentaba implementar. 45 III CAPÍTULO INTERDICTOS Y TRANSGRESIONES. ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: no codiciarás. Más el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mi toda codicia: porque sin la ley el pecado está muerto, San Pablo (Romanos VII, 7-8). Realmente los cuerpos, en especial los femeninos, fueron cercados por infinidad de normas en el siglo XIX, o al menos ese fue el intento. No obstante, se ha dicho ya, el cuerpo es asombrosamente mutable, pues adopta de distintas formas y actitudes según fueren las ocasiones. ¿Y qué es lo que hace que un cuerpo mute?, sencillamente según la fuerza o fortaleza que se posea internamente, para romper o no con las normas, regulaciones o interdictos. Teresa Farías posee la fuerza y más que nada, sutileza, para romperlos. Rosa Amelia posee la fortaleza para resistirse a los cambios, recordemos su eterna imagen infantil. Pero también, la fortaleza le sirve a Rosa para resistir y acatar las regulaciones impuestas por la sociedad, y no pretender así, siquiera, saltar los muros del jardín al que está confinada. Ella guarda las labores y los espacios que le fueron asignados: cuidado del hombre y el espacio doméstico, respectivamente. 46 Los interdictos en el siglo XIX están a decenas en los distintos espacios de la sociedad victoriana de entonces y también en las conciencias de todos sus individuos. Si delimitamos, la mujer debe preservar una de las siete virtudes del ser humano: la castidad, evitando pues uno de los siete pecados capitales a erradicar por el hombre: la lujuria. Precisamente, en el lado opuesto de la castidad se encuentra su contraparte, la lujuria. La línea que separa el “bien” del “mal” es precisamente la línea del interdicto a ser, irremediablemente, transgredido; porque las interdicciones, esos límites razonables que la sociedad y sus instituciones (la iglesia) establecen, están rodeados constantemente por el mal, y como señala George Bataille “estamos sin cesar atraídos hacia él y en ocasiones transgredimos” (Bataille: 1981: 33). El personaje de Teresa Farías es paradigmático en la obra de Díaz Rodríguez a la hora de romper interdictos y por ende, transgredirlos, y hemos de señalar aquí que la transgresión no elimina el interdicto; todo lo contrario, aviva su significado, la prohibición no se elimina al momento de ser transgredida, sino que se suspende: “la transgresión no es la negación del interdicto sino que lo supera y lo completa” (Bataille; 1981: 90). Teresa ejerce con mucha sutileza e inteligencia su doble faz, la pura (faz del bien) y la prohibida (faz del mal, o bien, la censurada). Un pequeño ejemplo de esto es la breve escena del velo. En una sociedad donde el velo al ir a misa debe caer sobre el rostro, procurando así respetar el interdicto de las “miradas” directas al otro, en especial si 47 este otro es del sexo opuesto, Teresa rompe el interdicto, levantando el velo y mostrando a Alberto, en un primer encuentro casual, su rostro con intenciones claras de seducir. Y no sólo el rostro, el interdicto que Teresa rompe con más fuerza es el de hacer coincidir su mirada con el otro. Recordemos que en el capítulo anterior, señalábamos el apartado en el que Carreño prescribe “no fijar la mirada” en el sexo opuesto. Teresa, más que cualquier otro personaje, excede los límites impuestos por estos manuales e, incluso, por la sociedad. Hemos de señalar lo que afirma Bataille “hay en la naturaleza y subsiste en el hombre, un movimiento que siempre excede a los límites y que jamás puede ser reducido más que parcialmente” (Bataille; 1979: 58). Ahora bien - y he aquí expuesto un aspecto fundamental de esta investigaciónlas constantes rupturas de los interdictos por Teresa no son aislados, es decir, no mueren en el simple hecho de cruzar la línea de las prohibiciones, sino que además, sus desafíos morales dan lugar a un denso erotismo. En este sentido, entendemos por erotismo no el simple y llano acto sexual, aunque sin duda algo posee de ello, sin embargo, el erotismo va más allá. Para ello considero como más precisa definición la expuesta por Fernando Savater: “El erotismo es la función intelectual: brota de ésta y la necesita para apoyarse en ella, pero la trasciende, lo mismo que el pensamiento necesita, se apoya y trasciende al cerebro” (Savater; 1995: 399). El erotismo se suscita de la transgresión del interdicto. Al respecto, Bataille no deja de insistir: 48 Jamás insistiremos lo suficiente en un punto: el interdicto de la sexualidad, al que el religioso, libremente, condena a la consecuencia extrema, crea en la especie de la tentación un estado de cosas sin duda anormal, pero en el que, más que alterarlo, se acusa el sentido del erotismo. (Bataille; 1979: 310) Cuando precisamente Teresa ejerce esa fuerza que la incita a romper con las prohibiciones, es cuando aparece el erotismo. Es por ello que Teresa, o las circunstancias que la rodean, están cargadas de una fuerte carga erótica, según las constantes idas y venidas que van desde su faz pura y devota, a su faz más carnal y humana. 3.1 El ritual erótico del personaje Teresa Farías. Puede que sea tácito, pero es preciso señalar lo siguiente: Teresa Farías sería otra Rosa Amelia o María Almeida, si en ella no prevaleciera de forma arraigada su carácter de mujer pérfida, sensual, el “monstruo” y la “enfermedad” que de la sociedad, según la iglesia, había de minimizarse hasta su completa dominación y conversión a la devoción cristiana. Teresa realmente poseía aquella terrible y contagiosa enfermedad, la lujuria: “<< ¿No llevaba aquella mujer en sus manos, en sus ropas, en toda ella, un contagio, el más terrible y odioso de los contagios? >>” (Díaz Rodríguez; 1999: 142). Así pensaba Alberto al ver a Teresa estrechar la mano de María Almeida, su novia. Sin embargo cayó Alberto, concientemente, en los brazos de la pérfida. Y su relación con Teresa, más que tormentosa, fue deleite por ser Teresa una “tentadora beata”. 49 La belleza seductora de Teresa Farías no es contradictoria a los fines de reconstrucción de la patria, pues la belleza femenina, cuando cumple los fines dispuesto por la sociedad, como lo son el de casarse y hacer una familia, no son cuestionados12. Teresa está muy bien casada y, además, es madre. Lo que se sabe sobre sus deslices pasionales, son simples rumores. Rumores que más que reducirla moralmente (a Teresa), enaltecen la figura femenina de ésta, creándole un halo de misterio y seducción que provoca el orgullo de quien la tiene, y el deseo de quienes no (ver ilustración Pág. 3 - Anexos): “A formar en él ese deleite contribuían: un poco de su vanidad, por la satisfacción de sentirse dueño de algo que le envidiarían muchos hombres, el sobresalto continuo del primer adulterio...” (Díaz Rodríguez; 1999: 166). No cabe duda de que el personaje de Teresa Farías es más complejo: sigue las pautas sociales pero a la vez sigue sus propios códigos de sensualidad. Enraizado en el mismo contexto social, con un profundo carácter religioso, el matiz de mayor potencia de este personaje se presenta cuando decide en distintas oportunidades quebrantar las pautas de la sociedad. Teresa Farías es un personaje que se ingenia las estrategias para burlar a una sociedad y desahogar su entera sexualidad. Teresa es madre, esposa y, sin embargo, va más allá del estrecho significado que le fue dado a la palabra mujer. Consciente de su entero potencial sexual, decide franquear la barrera del imaginario social. 12 “el error no fue ser vanidosa sino que la Perla no usó su belleza para “casarse bien”. Las consecuencias de quebrar las reglas son serias: llevan a la pérdida del estatus, al ostracismo o la muerte” (Gerasi-Navarro; 1997: 136) 50 Esto lleva a Teresa a desarrollar una personalidad dual: como la sociedad y sus normas lo exigen, ella viste señorial, traje serio y elegante, de colores sobrios: “gris, casi negro” (Díaz Rodríguez; 1999: 41), en esta escena Teresa guarda la compostura y el orden en su vestir y actitud, otras de las normas hechas píldoras por Carreño y que bien se clasificó en los apartados sobre el Manual de Urbanidad. Pero, en otras ocasiones, el vestido ya no es vestido, sino “fragmentos de ropa aéreas y vaporosas”, y los colores ya no son los sobrios, sino rojos, azules y violetas, las telas son sedas y encajes, envueltas en perfumes. Este vestido, mínimo, suave y colorido es el utilizado por Teresa en sus encuentros como amante de Alberto. Efectivamente es una dualidad, en ocasiones el velo cubre el rostro de Teresa, bloquea las miradas directas de los hombres y evita así chispas que desvíen el compromiso que éstos tienen asignado, Teresa va a misa y cumple religiosamente sus penitencias. Teresa las cumplía sin desatender ninguna de sus múltiples devociones. Además de las devociones comunes a los católicos fervientes ejercía las de todos lo miembros de la Adoración Perpetua y las aún más rigurosas y considerables de terciaria. Como terciaria debía diariamente oír misa y leer el oficio entre otras cosas (...) Así, Teresa no faltaba nunca a la iglesia de la Merced, por la tarde... (Díaz Rodríguez; 1999: 170) Pero a la par de esta casi exagerada devoción religiosa, en su otra faz, encontramos a una Teresa mundana, aquella que, casada, levanta el velo, mira, coquetea y envuelve al hombre deseado. 51 Es en aquella faz religiosa donde radica lo característico del personaje: cuando la vemos franqueando constantes interdictos morales, a la vez de constantes actos que profesan realmente su fe religiosa, como idas a misa y múltiples confesiones. Teresa Farías es Teresa Farías gracias al carácter dual de su personalidad, brillantemente construido por Díaz Rodríguez; sin esa dualidad, si faltare alguna de las dos caras, sería un personaje plano, sin mucho interés como objeto de estudio. Esto conlleva a lo que se denomina un ritual del personaje. Mientras más se purifica en el ambiente espiritual, mayor es su goce a la hora de quebrantar las reglas morales que la sociedad ha impuesto. No en vano Teresa, antes de ir al taller de Alberto (lugar de encuentro de estos amantes), entraba antes a alguna iglesia cercana. Pecar y exculpar, es el “ritual”13 que ha de seguir Teresa, para que su disfrute sensual sea realmente pleno, “parecía alimentarse de rezos y devoción, como otros amores de mujer se alimentan con espectáculos impuros o terríficas visiones de sangre (...) cuanto más blancas y numerosas las plegarias, más numerosos y encendidos los deseos” (Díaz Rodríguez; 1999: 172) La Contrarreforma impuso consigo, entre los siglos XVII y XVIII, que el acto de confesarse debía ser constante y numeroso; ningún pecado en obra o pensamiento, debía dejarse de ser exculpar (Foucault; 1996: 27). El pecado, la transgresión del 13 Aquí entendemos por ritual el sentido general que de él se conoce y que en su cuarta acepción el Diccionario de la Lengua Española (2001) concibe como: aquello que está impuesto por la costumbre 52 interdicto sexual impuesto por la moral cristiana, debía ser limpiado, a toda hora, pues siempre se está propenso o, según Bataille, “atraído sin cesar al mal”. 3.2 Misticismo literario en Ídolos Rotos. En el denso estudio que sobre el erotismo presenta George Bataille, en su obra El Erotismo (1979), y fundamental en el presente análisis sobre la obra de Manuel Díaz Rodríguez, Ídolos Rotos, se han podido precisar dos ideas. La primera, ya desarrollada, tiene que ver con la certeza de que el interdicto alimenta el erotismo, o bien, que gracias a la transgresión del interdicto nace el erotismo; y la otra idea es la siguiente: que el erotismo, la sensualidad, está relacionada con el misticismo religioso. Aunque parezca paradójico, Bataille se esfuerza en dejar claro que los puntos contradictorios dejan de serlo en algún momento (Bataille; 1981: 32). Es así como ve coincidir en un mismo punto términos o conceptos tan distantes como la obscenidad y el amor idílico, o la vida y la muerte; y a decir verdad, ¿no están en los dos extremos de la vida, el oscuro mundo de la muerte?, ¿no se alejan tanto una de la otra, que al final se encuentran topando sus espaldas, siendo en ese preciso instante una misma?, ¿no es el punto más alto del goce sexual, lo que popularmente conocemos y bien refiere Bataille, como una “pequeña muerte”? Así mismo, en la búsqueda de lo que es el misticismo religioso, muchas son las veces en las que se llega, en los textos, a un mismo punto: el erotismo. “La unidad de la experiencia mística y del erotismo” (Bataille; 1979: 336), titula Bataille a un apartado 53 del texto de su autoría ya referido; o bien “Teresa” (Savater; 1995: 391) como es la entrada a la que remite Fernando Savater, cuando intentamos encontrar lo que es el misticismo, en su Diccionario Filosófico (1995), y en el cual, no hace menos que remitirnos a las nociones expuesta por Bataille, sobre todo lo que se ha venido tratando en este último capítulo: las interdicciones, la transgresión y el erotismo. No es fin precisar, en un claro y definido concepto, la relación que existe entre el misticismo y el erotismo, ni siquiera Bataille lo define claramente. El fin es demostrar cómo cada una de las ideas referidas hasta ahora está relacionada con el claro misticismo presente en la obra de Díaz Rodríguez, alrededor del personaje de Teresa Farías. Es preciso aclarar, no obstante, lo siguiente: el misticismo que está presente en la obra de Díaz Rodríguez no es exactamente el misticismo religioso, esa comunicación que por medio de la oración se tiene con Dios y que provoca, en quien la experimenta, un llamado éxtasis divino. El misticismo al que nos referimos es aquel que el mismo autor llama “misticismo literario” (Díaz Rodríguez; [s.a.], 356). Según Díaz Rodríguez, en toda literatura moderna deben estar presentes dos tendencias: la vuelta a la naturaleza y el misticismo, pero es este misticismo, distinto al religioso: “Misticismo en literatura no siempre es, aunque lo sea algunas veces, misticismo religioso” (Díaz Rodríguez; [s.a.], 356). Sin que porque deje de ser religioso tienda a 54 lo nebuloso, dejando de ser claro, misticismo es, al contrario, clara visión espiritual de las cosas y de los seres”14 continúa diciendo Díaz Rodríguez. Y este misticismo del que hablamos, está precisamente planteado en la obra, en momentos específicos, aquellos en los que se conjugan los dos puntos opuestos (devotos y mundanos de Teresa Farías), nos referimos al pasaje ya señalado en el que furtivamente agarrada de la mano de Alberto, se paseaba en medio de las procesiones y misas: “Para su amor, Teresa necesitaba de una atmósfera mística. Sin esta atmósfera, su amor no era ni bastante sensual, ni bastante profundo” (Díaz Rodríguez; 1999: 172). Igualmente, el misticismo literario lo decora el autor en la obra, con momentos de carga literaria-descriptiva, como aquel en que la figura femenina luce en completo coito y éxtasis con la naturaleza, ejemplo de ello es la escena más paradigmática, no sólo por la belleza en sus descripciones, sino por la metáfora y fiel representación mística, de la cópula que realiza Teresa Farías con el mar: En la blanca gloria de su desnudez perfecta, se ponía a recorrer con los ojos la glauca inmensidad marina (...) en esa actitud contemplativa, llegaba a representarse a menudo el mar, cuyo inquieto lomo ondulante veía desvanecerse en vago confín del horizonte, como un lascivo monstruo apercibido a poseerla. Entonces, con un ligero calofrío por toda la piel y una sonrisa perversa en los labios empezaba a descender (...), al meterse en el baño comenzaba para ella su verdadera delicia. Sintiendo por todas partes los besos de la onda, se hacía la ilusión de hallarse en poder de un amante ardiente y habilidísimo, a cuyos labios expertos e insaciables no se podía 14 “Tal vez no existe una sola obra fuerte en la literatura de hoy, donde no se pueda rastrear por lo menos una vaga influencia mística” (Díaz Rodríguez; [s.a.], 356). Es así, como el autor en este ensayo Sobre el modernismo, ubica la presencia del misticismo en obras de autores lejanos a desarrollar este aspecto, como las Vírgenes de Las Rocas del escritor italiano D Annunzio y en De Profundis de Oscar Wilde. 55 esquivar la más recóndita partícula de su cuerpo desnudo... (Díaz Rodríguez; 1999: 168). Es aquí, en las playas de Macuto, dónde luce descrita esta escena; escena de mayor carga poética en la obra. Aquí, Teresa desborda su dualidad y conocemos mayormente las características devotas y mundanas del personaje, de su contacto directo con la naturaleza; entonces: mujer carnal y virginal en conjunción con el mar, se transforma en un deleite místico. 56 CONCLUSIONES Sin duda siempre resulta que en una obra se conjuguen todas las partes que conforman un determinado contexto social. Es así en todas las obras literarias, de todas las épocas. No obstante, no está de más señalar que: en Ídolos Rotos se enlazan todos los elementos de fondo y superficiales, históricos y sociales, que configuraban a la Venezuela de finales del siglo XIX. Sobre la tabla del modernismo, en las páginas de Ídolos Rotos no deja de fluir la corriente positivista. Así, en la obra, es notable un enorme proyecto renovador, con ideales proyectados sobre la base de un orden social. Alberto Soria es quizás el modelo de algunos pocos intelectuales que, inmersos en la política, pretendieron dar un giro de ochenta grados a una sociedad, moral y civilmente en pañales. Era un proyecto renovador que inevitablemente fracasó, o al menos no alcanzó a dar el giro completo y que hoy día pareciera no haberse completado todavía. Por otro lado, Ídolos Rotos, es sin duda, ícono del modernismo literario en Venezuela, por los temas que trata y, más aún, por su desarrollada prosa y el elevado manejo descriptivo de naturalezas y personajes. Manuel Díaz Rodríguez desarma a una sociedad para introducirla en la obra. Enfrenta los factores positivistas y dogmas religiosos, y las consecuencias que para la sociedad trajo tal enfrentamiento. Es preciso puntualizar aquí las diversas conclusiones: 57 - La Venus Criolla es la fiel representación de la patria. La patria o “tierruca” es el ideal de nación que trae el personaje de Alberto Soria. La patria o tierruca es, además, la mujer pura, la criolla, aquella de los Valles del Tuy, aquella que aún no conoce de corrupciones: la mulata nacida entre cafetales, de sensuales formas, pero aún virgen. La Venus Criolla es el deseo hecho realidad (figuradamente) de moldear a su país. La Venus Criolla no sólo es la figura de la “belleza criolla”, es también la representación de su “tierruca”, de su patria, de su país ya redimido. - Lo que a primera vista puede parecer un desprecio del autor hacia las mediocridades en las que está inmerso su país, no es más que el punto de vista del narrador de la obra. Y más que desprecio, es el reconocer y enunciar las fallas de un país. Reconocer el problema, sin velos, para así aspirar luego a una solución. Como dice el mismo Díaz Rodríguez en la carta que es respuesta a la crítica de Gonzalo Picón Fébres: ¿no serán más bien un gran amor, momentáneamente invertido por el mismo violento pero muy sano deseo de ver la ciudad en que se nació, es decir, la patria chica, y con la patria chica la grande, transformadas de súbito en algo más bello, más fuerte, más noble (Díaz Rodríguez; [s.a.]: 175). - Evidenciamos en esta investigación, la agonía de una forma de crítica como la manejada por Gonzalo Picón Febres, y otra naciente o distinta como la desarrollada por Manuel Díaz Rodríguez; esto en cuanto a la relación que debe o no existir entre el autor y los personajes de la obra, así mismo el de juzgar como juicios e ideas propias del autor las presentadas en la obra. Este punto podría desarrollar otras futuras 58 investigaciones, en cuanto a las tradicionales formas de críticas decimonónicas y las que posteriormente se desarrollaron con el formalismo ruso y, posteriormente estructuralismo. - La mujer es figura fundamental en la obra. Los cuerpos femeninos manejan de forma distinta un mismo código social, según sigan o no las normas sociales. Esto gracias a la capacidad innata del cuerpo humano de mutar su apariencia y su conducta, puesto que no es una entidad fija y acabada. - Lo anterior despierta en los personajes, presionados por las normas sociales, un denso acto de simulación. Por un lado cumplen con las normas, o simulan cumplirlas como Teresa y las “boticelli”, por otro lado, viven en la transgresión. - Siendo la descripción el elemento narrativo de mayor predominancia en la novela, ésta (la descripción) se da de manera detallada o simbólica. En lo que respecta a las distintas representaciones de la mujer en la obra, sus cuerpos son descritos fielmente cuando son voluptuosos, o, como desarrollamos en “La metáfora de la flor”, bien por elementos simbólicos como las flores cuando son puros, vírgenes o castos. - La transgresión del interdicto impuesto por manuales, instituciones y la misma sociedad, no consiste en la destrucción de la norma por la transgresión, lo 59 contrario, la norma o interdicto se enaltece, dándole paradójicamente más realce al hecho de la transgresión. - La transgresión más notable en Ídolos Rotos es la que tiene que ver con el desafío de las normas morales, siendo la de la castidad en la mujer la mayor transgresión. De esta transgresión, se crea el erotismo. Teresa Farías es el personaje con más realce erótico, porque es el que mayormente transgrede las normas morales. - El ritual de Teresa vive de los dos extremos de la línea que separa el bien del mal. Se place y nutre del ir y venir de un extremo al otro, es decir, se nutre en uno y vive, y desata en el extremo opuesto. Se nutre en el ser madre, esposa y sobre todo devota, para desatar su erotismo con mayor fuerza en el extremo que corresponde a la inmoralidad. En ese ir y venir de un extremo al otro, transgrede constantemente sin que la norma moral de la castidad se minimice o disuelva, lo contrario, como se decía antes, permanece erguida, propiciando con su transgresión el erotismo en Teresa. - Un último punto a concluir es la presencia de un tipo particular de misticismo, el misticismo literario como el propuesto por Díaz Rodríguez, que no es neta y “necesariamente religioso”. Este misticismo al que nos referimos se hace presente en el hecho narrado, cuando Teresa se nutre de su extrema devoción cristiana yendo regularmente a misa y cumpliendo sus penitencias y demás deberes religiosos para desatarse con esos mismos aires, cuando no en ese mismo ambiente, en encuentros de amante con Alberto. Teresa disfruta y necesita de ese aire místico para ejercer su 60 potencial erótico. El misticismo se hace literario, en las descripciones que de la naturaleza rodean al personaje. Cuando el dios Mar la posee en Macuto, es en hecho narrado y descriptivo, un suceso místico, semejante al misticismo religioso, cuando son las experiencias de quienes lo viven, una posesión divina llena de éxtasis. 61 BIBLIOGRAFÍA ALCIBÍADES, Mirla. “En el centro de la periferia: mujer, cultura y sociedad en la Venezuela decimonónica”. Revista Venezolana de Estudios de la Mujer (Caracas) (1): 1996. ARAUJO, Orlando. “Prólogo”. En: Narrativa y ensayo. Caracas: Biblioteca Ayacucho, [s.a.]. 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Caracas Anónimo Fuente: Colección Fundación Boulton 69 Ilustración 4 Adolf Ernst Fuente: Fuente: Elías Pino Iturrieta. La Mirada del Otro. Caracas: Fundación Bogott, [s.a.]. 70 Ilustración 5 El Nacimiento de Venus Autor: Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi (Sandro Boticelli) Galería de los Uffizi. Florencia. Italia. Fuente: www.pintura.aut.org/ 71 Ilustración 6 Expulsión del paraíso (detalle) Autor: Michelangelo Buonarroti Capilla Sixtina. Vaticano. Roma. Italia. Fuente: www.pintura.aut.org/ 72